La Tutoría: una conversación. Ma. Fernanda Zúñiga Roca. Gustavo Garduño Oropeza Universidad Autónoma del Estado de México Presenta una reflexión respecto de las inquietudes de uno de los conceptos abordados reiteradamente en los cursos sobre tutoría: el involucramiento. Se toma para esta reflexión algunos acercamientos sobre educación referidos por Humberto Maturana. El involucramiento es entendido en el texto como un compromiso eminentemente personal, pero dejando claro que el matiz que éste tome tendrá que ser abordado y presentado con responsabilidad para con los alumnos y para con el resto de los tutores. La Tutoría: una conversación A Georgina Flores Ser social involucra siempre ir con otro y se va libremente sólo con el que se ama.(H. Maturana) A raíz de algunas dudas surgidas sobre la conceptualización de la tutoría, en la que constantemente se apelaba al asunto del involucrameinto, nos hemos visto forzados a repensar en verdad los alcances de este concepto. Nos parece que se le sobreestima o se le subestima, cuando en verdad la dimensión real sólo se la damos nosotros mismos. De igual modo sucede con el concepto de tutoría, si bien éste nos presenta alcances, limitaciones, nos orienta en las funciones, lo cierto es que lo que cada tutor es, se define fundamentalmente a partir de su personalidad, creencias, intereses, historia de vida, concepción sobre el alumno y el docente, etc. Sin embargo, y sobretodo debido a la educación tradicional de la que somos resultado, siempre esperamos se nos den indicaciones claras y precisas sobre nuestro quehacer, en especial cuando de temas institucionales se trata. Es entonces que no dejan de resultar preocupantes, tal vez no para muchos, pero si para algunos colegas las expectativas que presenta el programa de tutoría en nuestra Universidad, no sólo debido a la polisemia de la definición y las funciones sino también porque en esta definición se deja ver la necesidad del involucramiento en la vida de los alumnos y entonces parece que los académicos en términos generales nos rehusamos a involucrarnos so pena de perder: ¿el respeto?, ¿la imagen?, ¿a nosotros mismos?, o cualquier otra cosa que guardamos celosamente y que tememos desdoblar y hacerla presente. Sucede también que tampoco tenemos claro qué implica involucrarse. Los alcances de la palabra e incluso del concepto en sí mismo. Involucrar: abarcar, incluir, añadir a los discursos o escritos temas ajenos al objeto de aquellos. ¿Verdaderamente el involucramiento implica dejar algo de nosotros como pareciera al evitarlo, o implica más bien, sumar de los otros algo a nuestras vidas. Nos preguntamos: ¿ no hacemos eso siempre, con programa tutorial o sin él, no es esto lo que se juega en cada conversación? Es indudable que el programa tutorial recoge en sí mismo una gran complejidad por lo que implica, por las expectativas claras al presentar sus objetivos ( eficientes cuantitativos) no obstante terriblemente confusos al imaginar el camino, pero sobretodo se le encuentra complejo por la ausencia de sensibilidad por parte de los actores implicados, incluso por la falta de comprensión para reconocer que todos los universitarios nos encontramos directa o indirectamente relacionados con el programa. Los tutores, los administradores, los profesores y los tutorados que las más de las veces se ubican como sólo receptores y beneficiados, --en el mejor de los casos-- del programa de tutoría, sin comprender que cualquier relación requiere de un proceso comunicativo de por medio y que para que este se dé, se requieren al menos dos personas con la voluntad de involucrarse, de verse en el otro, de conversar; de poner en común. Es esta falta de voluntad y esta unidireccionalidad de pensamiento la que nos coloca en la posición de generar un sinfín de preguntas, que hacen parecer al programa como indefinido y terriblemente confuso. Buscamos respuestas que en realidad son difíciles encontrar, imaginamos, porque nadie lo ha hecho. Tampoco creo que sean necesarias o pertinentes sobretodo dado que consideramos que las respuestas debían ser múltiples y personales; profundamente personales. Por ello nos hemos tomado la libertad de pensar un poco en el asunto y dejar salir a ese ser pequeño que todos tenemos dentro y que nos encanta guardar siempre para una ocasión cursi y de preferencia solitaria. Inaceptable a los ojos de muchos académicos, incapaces de aceptar que extrañan a tal cual alumno cuando su generación ha salido, o que se alegran cuando sorprendidos descubren que alguno ha mejorado en el examen o cuando los escuchamos repetir en otro contexto nuestras palabras. Si revisamos los conceptos que nos han sido proporcionados en los documentos de capacitación para el programa tutorial, resulta que tenemos multiplicidad de posibilidades para la comprensión del tutor y por tanto de su rol concreto. “Profesor, que mediante técnicas específicas de observación conoce a los alumnos de su grupo y les orienta y ayuda de una forma directa e inmediata, coordinado su acción con las de los alumnos y los padres. El tutor el pues, orientador, coordinador catalizador de inquietudes, conductor del grupo y experto en relaciones humanas.” (Diccionario de las Ciencias de la Educación Vol II , 1983) ¡Que gran responsabilidad! ¿De dónde sacamos a tantos docentes que cumplan con estas características y sobretodo que verdaderamente posean esta voluntad?, pero, sobretodo que gran responsabilidad y acaso que gran audacia el asumir que todos comprendemos e interpretamos la idea de orientar, catalizar, coordinar de la misma manera, con la misma intensidad y con el mismo objetivo. Pero además, la definición implica un gran involucramiento, al conocer, nos involucramos, al ayudar --aún cuando esta ayuda sea “eminentemente” académica--, nos involucramos, cuando comparten con nosotros sus inquietudes, los alumnos adquieren para nosotros un significado especial y personalizado, por tanto nos encontramos profundamente involucrados. Cuando nos hablan de dudas temáticas o conceptuales por ejemplo, no nos queda más que conocerlos porque las dudas y necesidades hablan de nosotros, nos descubren, nos dejan ver. Cuando los maestros trilladamente decimos que aprendemos de nuestros alumnos, aceptamos entonces que nuestra vida, o un fragmento de esta –no por eso menos importante— se encuentra involucrada con la de los alumnos, en ocasiones convertidos en amigos, en ocasiones en retos de la enseñanza. Cuando los docentes preparamos nuestras clases pensamos irremediablemente en los contenidos y en las formas, en realidad estamos involucrándonos con nuestro receptor: ¿quién es?, ¿qué debe aprender / aprehender ?, ¿por qué?, y entonces pensamos en ejemplos y textos que sean lo suficientemente elocuentes para ellos. Eso es una gran involucramiento. ¿Por qué entonces tememos tanto al posible involucramiento que plantean algunos textos sobre tutoría sólo por llamarlo de ese modo, cuando en realidad es el contexto cotidiano de muchos de nosotros? Es un gran involucramiento, porque la docencia es un acto maravilloso de comunicación que nos permite, ser conocidos, conocer a otros y conocernos sobretodo a nosotros mismos. “Todo lo que hacemos nosotros, los seres humanos, ocurre en conversaciones, es decir, en el entrelazamiento del lenguaje, coordinación de coordinaciones de conductas consensuales y la emocionalidad” (H. Maturana p. 65, 1999) Y si en realidad la tutoría como se nos ha presentado es una actividad relativa al proceso educativo, proceso inevitablemente de poner en común, es precisamente, el que nos dará luz para este, entender de manera personal, conscientes de nuestras posibilidades, capacidades y personalidad, el grado y la forma de tutoría. La tutoría es en definitiva un acto de voluntad, de aquella que es necesaria para comunicar, no sólo un tema institucional. Para Humberto Maturana, la educación consiste en la construcción de un espacio interrelacional e interaccional de conversaciones donde les es permitido a los involucrados (alumnos, estudiantes, profesores) expandir su capacidad de acción y reflexión, de modo que se contribuya al crecimiento, y a la continua creación y conservación del mundo que todos vivimos con otros seres humanos como un espacio en el que uno puede y desea vivir en autorrespeto, conciencia social y responsabilidad ecológica (cf. Maturana p 63). Es claro que el autor nos plantea una gran responsabilidad, la responsabilidad de ser parte de este proceso de comunicación, porque cada palabra que emitimos, cada gesto, cada acto es una conversación, significados que en el cotidiano implican ésta se encuentra cargada de sentidos, construcciones deconstrucciones, es decir; cada palabra es una responsabilidad, porque y lo que decimos tiene la gran capacidad de transformar. Cuando educamos transformamos y somos transformados y eso implica –querámoslo o no— un gran involucramiento. Nos parece que la palabra involucramiento, se ha relacionado indebidamente sólo con las cuestiones personales, creemos que en realidad tiene que ver con un elemento al que tememos más: el compromiso. Los seres humanos somos un gran collage, un complejo rompecabezas. Para un estudiante universitario su vida en las aulas implica probablemente varias de esas piezas del rompecabezas, una gran carga simbólica, una trasformación, a veces una esperanza y Sí, de eso formamos parte. ¡Qué tanto más involucrados podríamos estar! La atención de un tutor no tendría que estar orientada únicamente hacia un resultado deseado del proceso educativo, sino a la aceptación los alumnos, tutorados o no, en y respeto por la total legitimidad de su presente, de su individualidad. El aprendizaje temático es sólo una parte de este proceso educativo. No imagino que queramos sociólogos incapaces de comprender al otro, ingenieros insensibles respecto de la muerte de la naturaleza, comunicólogos que no pueden comunicarse con sus afectos más cercanos y todos ellos incapaces de conocerse a sí mismos, sus capacidades y limitaciones, de autorrespetarse y respetar al otro, nada de esto creo que querríamos aunque nuestros alumnos fueran precisos en el examen, y supiesen todas las clases de memoria. La educación – y lo sabemos todos- es mucho más que una fecha o un acontecimiento o una sumatoria, implica compromiso, el compromiso implícito y congruente de nuestros actos y nuestras actitudes. Del mismo modo en que preferiríamos alumnos responsables, honestos y comprometidos, de ese mismo modo tendríamos que serlo como tutores. Abrir estos espacios para la convivencia y la transformación, aceptando nuestras limitaciones y preferencias. Comprendamos que la tutoría es sólo una parte –institucional-- si se quiere —o humano si se prefiere— de este proceso educativo, pero que la manera en la que se conceptualice tendrá que ser aquella que nos permita ser consistentes y demostrativos del conocimiento acerca de nuestra responsabilidad y de nuestra, muy personal, forma de involucramiento. Por ello la tutoría, aunque formalizada en lo institucional, es también personal en lo cotidiano. La forma, la profundidad o los contenidos que den carácter al involucramiento que esta exige, es el mismo que, si a la congruencia apeláramos, encontraríamos en cualquier actividad como docentes, como actores de un proceso de transformación que surge y se sustenta por una conversación, un puesta en común de todos los días; una apuesta de cada día. Es clara nuestra preferencia respecto al crecimiento humano de los estudiantes al paso por la universidad, aquel que sólo viene a hacerse de conocimientos fríos y temáticos, por nosotros puede leerse el diccionario, del mismo modo aquel que tiene que ser tutor, sólo por serlo, puede ahorrarse la gran conversación, a sabiendas de que las actitudes educan y de que las acciones transformadoras se realizan sólo en un ambiente de profunda libertad y compromiso. Bibliografía Flores Díaz Martha et al. Formación Tutorial I y II. Universidad Autónoma del Estado de México. México, 2003 Maturana Humberto. Transformación en la convivencia. Chile, Océano/ Dolmen, 2002 Diccionario de las Ciencias de la Educación Vol II. Méx. Ed. Santillana, 1983