Los judíos en los tiempos modernos

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Los judíos en los tiempos modernos
(Extraído de ENGEL, David, “El Holocausto – El Tercer Reich y los judíos”, Bs. As.,
Nueva Visión, 2006)
La precaria situación de los judíos comenzó a cambiar a fines del siglo XVII. El avance del
capitalismo, que con su énfasis en la libertad y la iniciativa individuales, la difusión de la
filosofía racional y las ideas de tolerancia religiosa, la aparición de una administración
estatal centralizada que reemplazó al sistema medieval de estados o estamentos corporativos
fueron todos elementos que obligaron a la sociedad europea a pensar de nuevo su actitud
hacia los judíos. Según la opinión de algunos, si los distintos Estados los equiparaban a sus
otros súbditos, los judíos se iban a transformar en miembros productivos y leales de la
sociedad. Esa manera de pensar se hizo evidente en la década de 1650, por ejemplo, cuando
Oliver Cromwell dejó sin efecto la prohibición para los judíos de residir en Inglaterra.
Había, sin embargo, quienes sostenían que el carácter no universalista de la religión judía
impedía a los miembros de esa comunidad identificarse con los pueblos en cuyo seno
vivían. Se decía que los judíos siempre se mantendrían aparte, más preocupados por el
bienestar de sus correligionarios de remotas tierras que por el de sus más próximos vecinos
de otra religión.
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, varios países europeos decidieron verificar si
esta última impresión era correcta. En 1782, el emperador José II de Austria promulgó el
Edicto de Tolerancia, que eliminó muchas restricciones medievales sobre el lugar de
residencia de los judíos y les permitió ejercer sus actividades económicas [22]. Se
sobreentendía, no obstante, que a cambio de esas reformas los judíos adoptarían la misma
vestimenta y arreglo que sus vecinos, que hablarían la lengua del país, que educarían a sus
hijos de acuerdo a las exigencias del Estado, que ampliarían el abanico de sus ocupaciones
habituales y que renunciarían a toda pretensión de autonomía o condición de grupo especial.
La Francia revolucionaria les otorgó igualdad en términos similares, así como muchos de
los países que quedaron en la esfera de influencia francesa a resultas de las campañas de
Napoleón. Alrededor de 1871, los judíos habían conseguido la 'emancipación' -eran
considerados ciudadanos en igualdad de condiciones- en todos los Estados europeos al oeste
del río Elba. Se esperaba que ellos se consideraran franceses, alemanes o ingleses de
religión judía en lugar de concebirse como miembros de un único pueblo histórico
diseminado por todo el mundo. La mayoría de los judíos de esos países recibió la
emancipación con beneplácito declarando que, de ahí en más, el término 'judío' se refería
exclusivamente a un grupo religioso y quedaba despojado de cualquier sentido étnico. Los
judíos pusieron todo su empeño en borrar las diferencias económicas, sociales, lingüísticas
y culturales que los habían separado ostensiblemente de la sociedad que los albergaba en la
época medieval. Con el fin de facilitar la integración social, algunos judíos, denominados
reformados, llegaron a proponer modificaciones profundas a sus leyes religiosas, entre ellas
la eliminación de la prohibición de ingerir determinados alimentos. A fines del siglo XIX, la
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mayor parte de los judíos europeos había recorrido ya un largo camino para que nadie
pudiera distinguirlos exteriormente de sus vecinos: hablaban la misma lengua, asistían a las
mismas escuelas, leían los mismos libros y periódicos, y usaban la misma ropa. Cuando los
países donde vivían gozaban de prosperidad económica, ellos también prosperaban.
No obstante, todas esas reformas afectaron a una minoría de los judíos de Europa. La
mayoría de ellos -más de cinco millones en 1880- vivían en territorio del imperio ruso, que
se había anexado la mayor parte de Polonia entre 1772 y 1815. No había en la Rusia zarista
igualdad cívica para los judíos y por esa razón, el impulso hacia la integración estuvo casi
ausente entre los judíos rusos y polacos. Además, el subdesarrollo económico relativo de
todo el imperio ruso mantuvo al grueso de la población judía en la pobreza. La gran
mayoría de los judíos de esa región siguió diferenciándose de la sociedad que los rodeaba
no sólo por la religión sino por la lengua que hablaban, por la cultura, la organización social
y las ocupaciones. Influidos por ideas nacionalistas, muchos judíos de Europa oriental
comenzaron a definirse como miembros de una nación judía y exigieron los consiguientes
derechos. En la década de 1880 surgió el movimiento sionista*, que proclamaba que los
judíos tenían derecho a constituir un Estado-nación en su histórica tierra de origen. Otros
movimientos nacionalistas judíos procuraron la autonomía judía en el seno de Estados
europeos multiculturales burgueses o socialistas.
Desde fines de la década de 1870 hasta 1914, casi tres millones de judíos de Europa oriental
emigraron hacia el oeste en busca de mejores condiciones económicas y políticas,
migración que aumentó la población judía de Alemania, Francia e Inglaterra y transformó a
los Estados Unidos en el país con la comunidad judía más grande del mundo: 4,4 millones
en 1930. En Alemania en especial, la afluencia de judíos extranjeros contribuyó a fortalecer
la posición de quienes se oponían a la igualdad cívica. Durante la década de 1880 se
formaron en Alemania partidos políticos y grupos de presión cuyo objetivo era cercenar los
derechos de los judíos; se autodenominaban 'antisemitas' y exigían que los judíos fueran
expulsados de la administración pública, que se les prohibiera el ejercicio de las profesiones
liberales, se les negara la ciudadanía, se les impusieran tributos discriminatorios y se les
impidiera ingresar a Alemania. En otros países de Europa surgieron grupos similares. No
obstante, pese a atraer la atención de todos, no consiguieron sus objetivos en ninguna parte.
Antes de la Primera Guerra Mundial, constituían una fuerza política insignificante en
Alemania [118; 136].
Las masas judías de Europa oriental alcanzaron la igualdad cívica formal cuando cayó el
régimen zarista en 1917 y cuando se constituyeron nuevos Estados al terminar la Primera
Guerra Mundial. Sin embargo, su intensa identidad nacional judía a menudo chocó con
sentimientos nacionalistas igualmente intensos de los polacos, los lituanos, los rumanos y
otros pueblos de Europa oriental que habían adquirido poder estatal. Esos conflictos
impidieron la integración y la definición del judaísmo exclusivamente como grupo
religioso, como había sucedido en Europa occidental. Especialmente en Polonia, país que
recuperó su independencia en 1918 y albergaba la población judía más grande de Europa
(3,3 millones en 1931), los judíos conservaron muchos atributos de un grupo nacional
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claramente distinto: hablaban por lo general en yiddish (aunque el uso del polaco
aumentaba incesantemente), tenían escuelas, teatros, entidades de salud y de servicios
sociales propios; incluso tenían partidos políticos propios, publicaban sus propios diarios y
vivían en barrios exclusivamente judíos densamente poblados. Muchos polacos los veían
como extranjeros que competían por los mismos trabajos y esperaban que la población judía
del país se redujera drásticamente a través de la emigración. Lo mismo ocurría en otros
países de Europa oriental que tenían una gran población judía, especialmente en Rumania,
con 750.000 judíos en 1930, y en Hungría, con 450.000 [145]. Los tres millones de judíos
de la Unión Soviética estaban sometidos a intensas presiones por parte del gobierno para
que se integraran a la economía y la organización socialista del país. En consecuencia, la
integración avanzó mucho más rápidamente que en el resto de Europa oriental, pero el
volumen de la comunidad judía rusa y su tradición nacionalista permitió que muchos judíos
soviéticos conservaran cierta singularidad cultural. Por otra parte, si bien el número de
judíos que se hicieron comunistas fue relativamente pequeño, los judíos ocuparon un lugar
destacado entre los líderes de la revolución. De ahí que los pueblos de Europa oriental que
cayeron en la órbita soviética o temían el avance del comunismo en su propio país
identificaran a menudo negativamente a los judíos con los comunistas [186].
Por consiguiente, una apreciación razonable de la situación de los judíos en Europa
alrededor de 1930 habría colocado a los 525.000 judíos de Alemania entre los que gozaban
de mayor seguridad en el continente. Los judíos alemanes representaban sólo el 1% de la
población de su país; tenían una buena situación económica en general y sus derechos
cívicos, aparentemente inalienables, los habían llevado a ocupar-lugares destacados en la
vida cultural, económica y política de Alemania. En lo social, también iban consiguiendo
mayor aceptación: en la década de 1920 uno de cada cuatro judíos alemanes contraía
matrimonio con una pareja que no era judía. De hecho, algunos dirigentes de la comunidad
judía alemana consideraban que los matrimonios mixtos constituían una amenaza mucho
más grave para la supervivencia de su comunidad que la hostilidad de la sociedad alemana,
en apariencia mucho más tibia y menos generalizada que la de Europa oriental [155].
Ningún dirigente judío del mundo previo ni siquiera remotamente que poco después un
gobierno alemán procuraría exterminar no sólo a los judíos alemanes sino también a
millones de judíos que habitaban fuera de las fronteras del país [119].
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