Caso N. contra Reino Unido. Sentencia de 27 mayo 2008 En el asunto N. contra Reino Unido, El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, constituido en una Gran Sala compuesta por los siguientes Jueces Jean-Paul Costa, Presidente, Nicolas Bratza, Peer Lorenzen, Françoise Tulkens, Josep Casadevall, Giovanni Bonello, Ireneu Cabral Barreto, Boštjan M. Zupan#i#, Rait Maruste, Snejana Botoucharova, Javier Borrego Borrego, Khanlar Hajiyev, Ljiljana Mijovi#, Dean Spielmann, Renate Jaeger, Ján Šikuta, Mark Villiger, así como por Michael O'Boyle, Secretario adjunto, Tras haber deliberado en privado el 26 de septiembre de 2007 y el 23 de abril de 2008, Dicta la siguiente SENTENCIA Procedimiento 1. El asunto tiene su origen en una demanda (núm. 26565/2005) dirigida contra el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que una ciudadana ugandesa, la señora N. («la demandante») presentó ante el Tribunal, en virtud del artículo 34 del Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (RCL 1999, 1190, 1572) («el Convenio»), el 22 de julio de 2005. El Presidente de la Gran Sala ha accedido a la petición de no divulgación de su identidad formulada por la demandante (artículo 47.3 del Reglamento del Tribunal). 2. La demandante, a la que se ha concedido el beneficio de la justicia gratuita, está representada ante el Tribunal por el señor Luqmani, solicitor colegiado en Londres. El Gobierno británico («el Gobierno») está representado por su agente el señor J. Grainger, del Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth. 3. La demandante, seropositiva, alega que si fuese expulsada a Uganda no tendría acceso al tratamiento médico que requiere, lo que implicaría una violación de los artículos 3 y 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). 4. La demanda fue asignada a la Sección Cuarta del Tribunal (artículo 52.1 del Reglamento). El 22 de mayo de 2007, una Sala de dicha Sección, compuesta por Josep Casadevall, Nicolas Bratza, Giovanni Bonello, Kristaq Traja, Stanislav Pavlovschi, Ljiljana Mijovi# y Šikuta, así como por Lawrence Early, Secretario de Sección declinó su competencia a favor de la Gran Sala, a lo que no se opuso ninguna de las partes (artículos 30 del Convenio [RCL 1999, 1190, 1572] y 72 del Reglamento). 5. Se dispuso la composición de la Gran Sala de acuerdo con los artículos 27.2 y 27.3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) y 24 del Reglamento del Tribunal. 6. Tanto la demandante como el Gobierno presentaron alegaciones por escrito sobre la admisibilidad y el fondo del asunto. Se recibieron asimismo las alegaciones de la Fundación Helsinki para los Derechos Humanos, a la que el Presidente había autorizado a intervenir en el procedimiento escrito (artículos 36.2 del Convenio [RCL 1999, 1190, 1572] y 44.2 del Reglamento). 7. Los debates se desarrollaron en público el 26 de septiembre de 2007 en el Palacio de los Derechos Humanos de Estrasburgo (artículo 59.3 del Reglamento). Comparecieron – por el Gobierno: señor J. Grainger, agente, señora M. Carss-Frisk, QC, abogada, señor T. Eicke, señora C. Adams, señor P. Deller, señora L. Stowe, asesores. – por la demandante: señores D. Pannick, QC, R. Scannell, abogados, L. Luqmani, solicitor. El Tribunal escuchó las declaraciones de la señora Carss-Frisk y del señor Pannick, así como sus respuestas a las preguntas formuladas por los Jueces Borrego Borrego y Mijovi#. Hechos I. Circunstancias del caso 8. La demandante nació en 1974 en Uganda. Reside actualmente en Londres. 9. Llegó al Reino Unido el 28 de marzo de 1998 bajo una identidad falsa. Hallándose gravemente enferma, fue hospitalizada. Se le diagnosticó una infección VIH acompañada de «una inmunodepresión extremadamente aguda y (...) una difusión del bacilo de Koch». 10. El 31 de marzo de 1998, unos solicitors presentaron en su nombre una petición de asilo. Alegaban que la interesada había sido maltratada y violada por el Movimiento nacional de resistencia en Uganda debido a su relación con el Ejército de Resistencia del Señor y que temía por su vida y su seguridad en caso de ser expulsada. 11. En agosto de 1998, la demandante contrajo una segunda enfermedad vinculada al SIDA, el sarcoma de Kaposi. Su tasa de linfocitos CD4 había descendido a 10 (cuando la de una persona en buen estado de salud era superior a 500). Tras un tratamiento con medicamentos antirretrovirales y frecuentes controles, su estado comenzó a estabilizarse. Así, cuando la Cámara de los Lores examinó su caso en 2005, su tasa de CD4 había aumentado a 414. 12. En marzo de 2001, a petición del solicitor de la demandante, un médico redactó un informe pericial en el que opinaba que si la interesada dejaba de recibir un tratamiento antirretroviral regular para mejorar y estabilizar su tasa de CD4 y un seguimiento que garantizase el uso de la buena asociación de medicamentos, su esperanza de vida sería inferior a un año, debido a la proliferación del sarcoma de Kaposi y el riesgo de contraer infecciones. Señalaba que el tratamiento que requería la demandante sólo estaba disponible en Uganda a un coste extremadamente elevado y que la interesada sólo podría conseguirlo limitadamente en Masaka, ciudad de la que era originaria. Subrayaba asimismo que no existía en Uganda ninguna subvención pública para los controles sanguíneos, cuidados básicos ambulatorios, seguridad social, alimentación o vivienda. 13. Considerando que las explicaciones de la demandante carecían de credibilidad y no convencido de que la interesada estuviese en el punto de mira de las autoridades ugandesas, el ministro denegó la solicitud de asilo el 28 de marzo de 2001. Rechazó asimismo la queja fundada en el artículo 3, señalando que el tratamiento del sida en Uganda era comparable al que se hacía en cualquier otro país de África, y que todos los medicamentos principales antirretrovirales estaban disponibles en Uganda a precios muy subvencionados. 14. Un adjudicator resolvió el recurso de la demandante el 10 de julio de 2002. Lo desestimó en la medida en que se refería a la negativa a conceder el asilo, pero lo estimó, basándose en la Sentencia D. contra Reino Unido ( 2 mayo 1997 [ TEDH 1997, 29] , Repertorio de sentencias y resoluciones 1997-III), en lo que respecta al artículo 3. Consideró que el asunto se hallaba en el ámbito de las instrucciones de la Dirección de Asilo, las cuales disponen que ha de concederse una autorización excepcional para permanecer o entrar en territorio del Reino Unido: «cuando existen pruebas médicas creíbles que muestren que, habida cuenta del nivel de los servicios sanitarios disponibles en el país en cuestión, la expulsión implicaría una reducción de la esperanza de vida del solicitante y le sometería a un sufrimiento físico y moral extremo, en unas circunstancias en las que se puede considerar que el Reino Unido ha asumido la responsabilidad del tratamiento del interesado (...)». 15. El ministro interpuso recurso contra la conclusión relativa al artículo 3 arguyendo que todos los medicamentos para tratar el sida disponibles en el Reino Unido en el marco del sistema nacional de salud podían también obtenerse localmente y que se podía conseguir la mayor parte de ellos a bajo coste gracias a los proyectos financiados por la ONU y a programas bilaterales sobre el sida financiados por donantes. En caso de expulsión, la demandante no se hallaría, por tanto, frente a una «falta total de tratamiento médico» y no sería así sometida a «un sufrimiento físico y moral extremo». La Comisión de apelaciones en materia de inmigración admitió el recurso el 29 de noviembre de 2002. Concluyó así: «En Uganda existen tratamientos médicos que permiten tratar a [la demandante], incluso si la Comisión reconoce que el nivel de servicios sanitarios disponibles en Uganda es inferior al del Reino Unido y que continuará acusando un retraso respecto a los nuevos medicamentos que no dejan de aparecer y que inevitablemente están antes disponibles en los países desarrollados. Sin embargo, Uganda hace muchos esfuerzos por hacer frente al problema del sida: se encuentran allí medicamentos contra el sida, se distribuyen formas evolucionadas de medicamentos (aunque con retraso), y sólo a medida que pasa el tiempo se puede evaluar las necesidades específicas y evolutivas de [la demandante] y determinar si se halla disponible el tratamiento adecuado». 16. El 26 de junio de 2003 se autorizó a la demandante a interponer recurso ante el Tribunal de apelación. El 16 de octubre de 2003 este tribunal lo inadmitió por dos votos contra uno ([2003] EWCA Civ 1369). Basándose en la Sentencia D. contra el Reino Unido (TEDH 1997, 29) (previamente citada), el Lord Justice Laws hizo la siguiente declaración (a la que se adhirió el Lord Justice Dyson): «La diferencia entre el bienestar relativo que se ofrece en un Estado signatario a una persona muy enferma que lleva algún tiempo, incluso mucho tiempo, instalada allí y las penurias y dificultades a las que (sin que se produjese violación del Derecho Internacional) se enfrentaría si fuese expulsada a su país de origen, constituye en mi opinión –incluso cuando esta diferencia es muy grande– un fundamento muy débil sobre el que erigir una obligación legal para el Estado de conceder o prolongar el derecho a permanecer en su territorio, no sustentándose tal obligación en ninguna decisión o política del brazo democrático, ejecutivo o legislativo, del Estado. La elaboración de la política de inmigración (...) compete a todo gobierno elegido. Se comprende fácilmente que los límites de tal responsabilidad puedan ser modificados por una obligación legal derivada del Convenio europeo de Derechos Humanos en el caso de que la persona en cuestión solicite protección contra la tortura u otros malos tratos contrarios al artículo 3 en su país de origen, especialmente si tales tratos le son inflingidos por agentes del Estado. En mi opinión, sin embargo, una solicitud de protección de las dificultades derivadas de la falta de recursos, incluso si esta falta parece aún más marcada en comparación con los servicios disponibles en el país de acogida, es de un orden totalmente distinto. (...) Diría que, cuando la queja se refiere en sustancia a la falta de recursos en el país de origen del demandante (en oposición a los recursos disponibles en el país del que ha de ser expulsado), la aplicación del artículo 3 sólo se justifica cuando el aspecto humanitario del caso es tan poderoso que las autoridades de un Estado civilizado no pueden razonablemente ignorarlo. Reconozco que esto no constituye un criterio jurídico muy preciso (...) un asunto de este tipo relativo al artículo 3 ha de fundarse en unos hechos que sean no solamente excepcionales, sino también extremos en comparación con todos los casos, o la mayoría de ellos, que (como el examinado) exigen compasión por razones imperiosas (...)». El Lord Justice Carnwath, disidente, declaró no poder decir que los hechos de la causa estuviesen tan claros como para que la única solución razonable consistiese en concluir con la no aplicabilidad del artículo 3. Precisó que, visto el contraste flagrante entre la situación de la demandante en el Reino Unido y la situación en la que se hallaría casi con seguridad si fuese expulsada a Uganda –a saber, una esperanza de vida considerablemente menor en ausencia de todo apoyo familiar efectivo–, él habría remitido el caso al órgano que instruyó los hechos de la causa, a saber la Comisión de apelaciones en materia de inmigración. 17. La demandante fue autorizada a interponer recurso ante la Cámara de los Lores. El 5 de mayo de 2005, el Alto Tribunal rechazó, por unanimidad, el recurso de la interesada ([2005] UKHL 31). Lord Nicholls of Birkenhead resumió el pronóstico relativo a la demandante en estos términos: «(...) En agosto de 1998 [la demandante] contrajo una segunda enfermedad vinculada al sida, el sarcoma de Kaposi. Si bien la tasa de CD4 de una persona en buen estado de salud es superior a 500, el suyo había disminuido a 10. Gracias a la administración de medicamentos nuevos y a los tratamientos médicos dispensados por un personal cualificado durante un largo período de tiempo, incluido el recurso prolongado a una quimioterapia sistemática [la demandante] ha mejorado mucho desde entonces. Su tasa de CD4 ha vuelto a subir [de 10] a 414. Su estado se ha estabilizado. Sus médicos dicen que, si continúa con los medicamentos y los servicios sanitarios disponibles en el Reino Unido, su estado debería seguir siendo bueno durante "varias decenas de años". Por el contrario, sin estos medicamentos y servicios, el pronóstico es "espantoso": su salud se deteriorará, sufrirá y morirá en un plazo de uno o dos años. Ello se debe al hecho de que los medicamentos antirretrovirales altamente activos que toma actualmente no sirven para curar la enfermedad, ni restablecen el estado de salud anterior a su aparición. Estos medicamentos sólo reproducen las funciones del sistema inmunitario debilitado, y protegen a la interesada de las consecuencias de su inmunodeficiencia únicamente mientras los tome. La cruel realidad es que si [la demandante] regresa a Uganda, no es seguro que pueda obtener los medicamentos necesarios. Hacerle regresar a este país, si no puede conseguir la asistencia sanitaria que requiere para controlar su enfermedad, es como desconectar un aparato que mantiene las funciones vitales». Los Hope, cuya opinión suscribieron Lord Nicholls of Birkenhead, Lord Brown of Eaton-under-Heywood y Lord Walker of Gestingthorpe, citó detalladamente la jurisprudencia del tribunal (apartados 32-39 infra) y declaró: «(...) El Tribunal de Estrasburgo se ha atenido siempre a dos principios esenciales. De un lado, debido a su carácter fundamental, el derecho garantizado por el artículo 3 se aplica cualquiera que sea la conducta del demandante, es decir, incluso si ésta es reprensible (...). De otro lado, los extranjeros amenazados de expulsión no pueden reivindicar un derecho a permanecer en el territorio de un Estado contratante para continuar recibiendo la asistencia sanitaria, social o de otro tipo que asegura el Estado que expulsa. No hay excepción a esta regla cuando la expulsión es impugnada por razones médicas, salvo ante circunstancias excepcionales. (...) La cuestión a la que el tribunal debe conceder toda su atención es la de saber si el estado actual de salud del demandante es tal que, por razones humanitarias, no debe ser expulsado, salvo si se prueba que los servicios médicos y sociales que manifiestamente necesita son realmente accesibles en el país de destino. Los únicos casos en los que el Tribunal ha concluido que no debía haber expulsión son D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) (...) y B. B. contra Francia (...) En sus Decisiones, el Tribunal de Estrasburgo ha tratado de evitar cualquier ampliación complementaria de la categoría de casos excepcionales, entre los que D. contra Reino Unido es emblemático. Puede que el Tribunal no haya medido realmente las consecuencias derivadas de la evolución de las técnicas médicas desde que se dictaron las sentencias D. contra Reino Unido y B. B. contra Francia. Actualmente las infecciones por VIH pueden ser controladas eficazmente gracias a la administración de medicamentos antirretrovirales. En casi todos los casos en los que se prescribe este tratamiento con éxito, se percibe que el paciente recobra la buena salud. Por el contrario, en casi todos estos casos, la interrupción del tratamiento conduce en poco tiempo a la reaparición de todos los síntomas que el paciente presentaba inicialmente, así como a su muerte en un corto plazo. El tratamiento antirretroviral puede compararse a un aparato que mantiene las funciones vitales. Aunque los efectos de la interrupción no sean tan inmediatos, son igualmente fatales en un más o menos largo plazo. Parece algo engañoso por parte del Tribunal concentrarse en el estado de salud del demandante cuando este estado en realidad se debe plenamente al tratamiento cuyo seguimiento está justamente en peligro. Sin embargo, no se puede decir que el Tribunal ignore los avances de la ciencia médica en este campo. Todos los asuntos posteriores a S. C. C., contra Suecia lo muestran. Si el Tribunal no parece haberse conmovido por estos casos, es en mi opinión porque se atiene al principio según el cual los extranjeros amenazados con la expulsión no pueden reivindicar un derecho a permanecer en el territorio de un Estado contratante al objeto de seguir gozando de la asistencia médica, social o de otro tipo que asegura el Estado que expulsa. La forma en que se ha invocado este principio y aplicado posteriormente en el asunto Amegnigan contra Países Bajos (...) es, a mi parecer, muy significativa. Lo que el Tribunal ha dicho, en el fondo, es que el hecho de que el tratamiento corra el riesgo de no estar al alcance del demandante en el Estado de destino no debe considerarse una circunstancia excepcional. Las cosas serían algo distintas en situaciones en las que se pudiese decir que este tratamiento no está disponible en dicho país y que el demandante corre un riesgo inevitable por la falta total de tal tratamiento. Ahora bien, cada vez es menos probable que eso suceda, teniendo en cuenta la importancia de la ayuda médica que llega a los países del tercer mundo, concretamente a los del África subsahariana. Las circunstancias no pueden calificarse de "muy excepcionales", retomando las palabras utilizadas por el Tribunal en el asunto Amegnigan, a menos que se pruebe que el estado de salud del demandante ha llegado a una fase realmente crítica que existen motivos humanitarios imperiosos para no expulsarlo a un lugar que no ofrece los servicios sanitarios y sociales que requiere para prevenir el sufrimiento extremo antes de su muerte. (...) Mientras [la demandante] continúe con su tratamiento, seguirá estando en buena salud y podrá esperar vivir así durante varias decenas de años. Su estado actual no puede calificarse de crítico. Le permite viajar y permanecerá estable si puede obtener el tratamiento que requiere tras su regreso a Uganda, mientras que pueda acceder a él. Las pruebas muestran que este tratamiento está disponible en dicho país, aunque a un coste extremadamente elevado. La demandante sigue teniendo allí familia, pero afirma que ninguno de sus familiares querrá ni podrá alojarla y ocuparse de ella. En mi opinión, su caso pertenece a la misma categoría que los asuntos S. C. C. contra Suecia, Henao contra Países Bajos, Ndangoya contra Suecia, y Amegnigan contra Países Bajos, en los que el Tribunal consideró que no se cumplía el criterio de las circunstancias excepcionales. A mi parecer, la jurisprudencia del Tribunal lleva indefectiblemente a concluir que la expulsión de [la demandante] a Uganda no sería contraria al artículo 3 del Convenio (...)». Lord Hope concluyó, señalando lo siguiente: «[Toda ampliación de los principios que se desprenden de D. contra Reino Unido] tendría como efecto conferir a todas las personas que se hallan en el mismo estado que [la demandante] un derecho de asilo en este país hasta que el nivel de los servicios sanitarios disponibles en su país de origen para el tratamiento de la infección por VIH/del sida haya alcanzado al existente en Europa. Ello conllevaría el riesgo de atraer al Reino Unido a un gran número de personas que ya son seropositivas, esperando ellas también quedarse aquí indefinidamente al objeto de beneficiarse de los servicios sanitarios disponibles en este país, lo que absorbería unos recursos muy importantes y seguramente imposibles de cuantificar, y se pueden albergar serias dudas, por no decir más, de que los Estados partes en el Convenio aceptasen tal cosa. Es realmente preferible que los Estados continúen centrando sus esfuerzos en las acciones que han emprendido actualmente, con la ayuda de los laboratorios farmacéuticos, para que los cuidados médicos necesarios estén universal y gratuitamente disponibles en los países del tercer mundo que continúan padeciendo esta plaga implacable que es el VIH/sida». La baronesa Hale of Richmond, considerando ella también que cabía inadmitir el recurso, pasó revista a los precedentes de la jurisprudencia interna y de la de Estrasburgo y definió en estos términos el criterio a aplicar: «(...) Se trata de saber si la enfermedad ha llegado a una fase tan crítica (es decir, cercana a la muerte) que sería inhumano privar al interesado de los cuidados que recibe actualmente y enviarlo a su casa, donde tendría una muerte prematura, salvo si pudiese beneficiarse de unos cuidados adecuados que le permitiesen acabar sus días con dignidad (...). Este no es el caso que nos ocupa». II. El tratamiento médico de la infección por VIH y del sida en el Reino Unido y Uganda 18. Se desprende de las informaciones que ha obtenido el propio Tribunal que la infección por VIH se trata normalmente con medicamentos antirretrovirales. En el Reino Unido, al igual que en la mayor parte de los países desarrollados, estos medicamentos se prescriben en asociación, lo que constituye un «tratamiento antirretroviral altamente activo» (HAART). Para una buena administración de los medicamentos antirretrovirales, es necesario que el paciente se someta a un seguimiento regular, concretamente análisis de sangre, y que el personal sanitario esté disponible para modificar a intervalos frecuentes la dosis y el tipo de medicamento. Tal tratamiento es distribuido generalmente de forma gratuita por el Servicio Nacional de Salud. 19. En Uganda, se ha tratado de reducir la dependencia del país respecto a los medicamentos importados produciendo, concretamente, medicamentos genéricos. Sin embargo, como en la mayor parte de los países del África subsahariana, la disponibilidad de medicamentos antirretrovirales se ve obstaculizada por los recursos económicos limitados y las lagunas en la infraestructura sanitaria necesaria para administrarlos eficazmente. En consecuencia, según un estudio elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Uganda sólo alrededor de la mitad de las personas que requieren un tratamiento antirretroviral lo recibe (OMS, «Progress on Global Access to HIV Antiretroviral Therapy» [Progreso en el acceso global al tratamiento antirretroviral contra el VIH], marzo 2006, pgs. 9, 11 y 72). En la parte dedicada a Uganda del análisis de la situación por países que efectuaron en 2007, el programa común de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (ONUSIDA) y la OMS señalaron los principales obstáculos para la prevención, el tratamiento y la asistencia en lo que respecta al VIH: poca inversión pública, cobertura limitada y ausencia de un marco político. Existen también importantes disparidades entre las zonas urbanas y las rurales en lo relativo a la disponibilidad de los medicamentos (World Health Organization Country Profile for HIV/AIDS Treatment Scale-Up for Uganda, diciembre 2005). Además, el número incesantemente creciente de personas a tratar contrarresta los progresos llevados a cabo en materia de oferta de asistencia sanitaria (ONUSIDA/OMS, «El punto sobre la epidemia de sida», 2006, pg. 18). Así, habida cuenta del rápido crecimiento de la población en Uganda, un nivel estable de incidencia del VIH significa que un número creciente de personas contrae el VIH cada año (ONUSIDA/OMS, «El punto sobre la epidemia de sida», 2007, p. 17). Fundamentos de derecho I. Sobre la admisibilidad 20. La demandante alega que, habida cuenta de su enfermedad y puesto que no puede recibir gratuitamente en Uganda todo lo que requiere para curarse (medicamentos antirretrovirales y de otro tipo, asistencia social y cuidados ambulatorios), su expulsión a este país le expondría, en violación del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572), a un sufrimiento físico y moral extremo así como a una muerte prematura. El Gobierno no comparte esta tesis. El artículo 3 dispone: «Nadie podrá ser sometido a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes». El artículo 8 dice lo siguiente: «1. Toda persona tiene derecho al respeto de su vida (...) familiar, de su domicilio y de su correspondencia. 2. No podrá haber injerencia de la autoridad pública en el ejercicio de este derecho, sino en tanto en cuanto esta injerencia esté prevista por la Ley y constituya una medida que, en una sociedad democrática, sea necesaria para la seguridad nacional, la seguridad pública, el bienestar económico del país, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral, o la protección de los derechos y las libertades de los demás». 21. El Tribunal considera que la demanda en conjunto plantea cuestiones jurídicas suficientemente serias como para que se pueda pronunciar al respecto sin un examen en cuanto al fondo. Como la demanda no se enfrenta, por lo demás, a ningún otro motivo de inadmisibilidad, el Tribunal la admite. Conforme al artículo 29.3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572), procederá ahora al examen a fondo de las quejas de la demandante. II. Sobre la violación del artículo 3 del Convenio A. Argumentos de las partes 1 El Gobierno 22. El Gobierno sostiene que se desprende claramente de la jurisprudencia del Tribunal que, en casos médicos como éste, el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572) sólo se aplica en circunstancias «excepcionales», incluso «muy excepcionales». Esta restricción a la aplicación del artículo 3 sería correcta en principio, puesto que la fuente del riesgo no se hallaría en el país que expulsa y el riesgo derivaría de factores que no comprometen la responsabilidad de las autoridades públicas del Estado de destino. Asimismo, se desprende de la jurisprudencia que sólo puede hablarse de «circunstancias excepcionales» cuando la enfermedad del demandante a llegado a una fase muy avanzada o terminal y la falta probable en el país de destino de asistencia sanitaria y apoyo, incluido por parte de los familiares, tendría como consecuencia privar al interesado de «su dignidad humana en lo que tiene de más elemental mientras que su enfermedad seguiría un curso inevitablemente doloroso y fatal» (Sentencia D. contra Reino Unido [TEDH 1997, 29], previamente citada, dictamen de la Comisión, pg. 807, ap. 60). Para establecer la existencia o no de circunstancias excepcionales, el Tribunal se ha referido principalmente, en los casos anteriores, a la gravedad del estado de salud del demandante en el momento en que se contemplaba la expulsión, y nunca hasta hoy ha efectuado un examen detallado de la cuestión de si el demandante podía efectivamente obtener el tratamiento y los cuidados necesarios en el país de destino. 23. El Gobierno estima que en este caso no se cumple el criterio de las «circunstancias excepcionales». Si bien reconoce que sin medicamentos antirretrovirales el estado de la demandante se agravaría rápidamente y que la interesada enfermaría y sufriría y que moriría en un plazo de uno o dos años, afirma que la enfermedad está actualmente estabilizada y que el tratamiento necesario está disponible en Uganda, aunque a un coste extremadamente elevado. Sostiene que la demandante puede viajar y que si puede conseguir el tratamiento necesario a su regreso a Uganda su estado seguirá siendo estable durante el tiempo que pueda acceder al mismo. La interesada tiene familia en dicho país, aunque afirme que sus familiares no querrán ni podrán ocuparse de ella si estuviese gravemente enferma. Por todos estos motivos, el presente caso se distingue del asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) y pertenece a la categoría de casos médicos en los que el Tribunal ha desestimado la queja basada en el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572) (apartados 34-39 infra). 24. Los progresos realizados en el tratamiento de la infección por VIH y el sida en los países desarrollados no incidirían en el principio general anteriormente mencionado, enunciado en la jurisprudencia a partir de la Sentencia D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29), en la medida en que el Tribunal habría puesto énfasis, en estos casos, en el hecho de que se trataba más de la garantía de poder morir con dignidad que del deseo de prolongar la vida. Como para todo tratado internacional, la interpretación del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) estaría condicionada por el consentimiento de los Estados contratantes. Extender la aplicación del artículo 3 al caso de la demandante tendría por efecto conceder a ésta, así como a las innumerables personas que padecen sida u otras enfermedades mortales, el derecho a permanecer en un Estado contratante y continuar recibiendo allí un tratamiento médico. No se puede concebir que los Estados contratantes acepten tal cosa. El Convenio se habría elaborado principalmente con el fin de garantizar unos derechos civiles y políticos, y no unos derechos económicos y sociales. La protección prevista en el artículo 3 sería absoluta y fundamental, mientras que las disposiciones relativas a los servicios sanitarios contenidas en otros instrumentos internacionales, como la Carta Social europea (RCL 1980, 1436, 1821) y el Pacto Internacional sobre los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (RCL 1977, 893), sólo tendrían un carácter programático y no conferirían a la persona unos derechos directamente ejecutorios. Permitir a un demandante reclamar el acceso a una asistencia sanitaria por el medio indirecto de la invocación al artículo 3, es decir, pasando por «la puerta de atrás», privaría al Estado de todo margen de apreciación; sería además una medida totalmente impracticable y contraria al espíritu del Convenio. 2 La demandante 25. La demandante sostiene que, para comprometer la responsabilidad de un Estado en un caso de expulsión, es necesario que el demandante pruebe que el Estado podía prever razonablemente, en primer lugar, que su acción o inacción provocaría un perjuicio, y, en segundo lugar, que este perjuicio alcanzaría el grado de gravedad por debajo del cual no se puede hablar de trato contrario al artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572). El análisis que ha de efectuar el Tribunal en un caso de expulsión no es diferente que el que ha de llevarse a cabo en cualquier asunto en el que se alega un perjuicio futuro que entre en el ámbito de aplicación del artículo 3; por otra parte, el análisis a practicar en una causa de expulsión de una persona que padece sida u otra enfermedad grave no se distingue del que ha de realizarse cuando el riesgo de malos tratos proviene de las autoridades públicas del país de destino. Además, no existe una diferencia conceptual entre el sufrimiento extremo provocado por la expulsión de una persona a punto de morir y preparada psicológicamente para afrontar esta prueba y el causado por la expulsión de una persona no preparada psicológicamente para morir tras haber escapado por poco a la muerte gracias a un tratamiento que va a interrumpir. 26. En el presente caso, los elementos del expediente muestran un contraste entre la situación actual de la demandante y la suerte que correría de ser expulsada. El adjudicator consideró que en caso de expulsión era previsible que se enfrentase a un sufrimiento físico y moral extremo así como a una muerte prematura. Esta constatación en ningún momento se puso en tela de juicio en el procedimiento interno y Lord Hope la retomó explícitamente en su declaración (apartados 14-17 supra). 27. La demandante afirma que cinco de sus seis hermanos y hermanas han fallecido de enfermedades vinculadas al VIH en Uganda. Asistió a su muerte y sabe por experiencia que todo lo que los médicos ugandeses pueden hacer es tratar de atenuar los síntomas. El hospital situado en su ciudad natal es muy pequeño y no está equipado para tratar el sida. Diciendo estar demasiado débil para trabajar, la demandante sostiene que no podría cubrir sus necesidades y pagar sus medicamentos si fuese expulsada a Uganda, donde las condiciones de vida serían entonces espantosas: volvería a recaer rápidamente y, sin unos familiares capaces de cuidar de ella, se vería abandonada a su suerte. En los años pasados en el Reino Unido, se ha creado una vida privada gracias a los contactos establecidos con personas y asociaciones que le han ayudado a vivir con su enfermedad y le han proporcionado el apoyo médico, social y psicológico necesario. 3 El tercero interviniente 28. Partiendo del principio de que las normas establecidas por el Tribunal inciden en un gran número de personas aquejadas de sida, la Fundación Helsinki para los Derechos Humanos, organización no gubernamental con sede en Varsovia, Polonia, considera que el Tribunal debería aprovechar esta ocasión para definir los factores a tener en cuenta cuando se trata de decidir sobre la expulsión de una persona infectada por el VIH/que padece sida. Estima que entre estos factores deberían figurar los derechos adquiridos por la persona en cuestión si ésta ha sido autorizada a residir en un país de acogida y si recibe en él una terapia antirretroviral, el estado de salud de la persona, y sobre todo su grado de dependencia respecto a esta terapia, así como la accesibilidad para ella de los medicamentos necesarios en el país de origen. B. Valoración del Tribunal 1 Los principios generales relativos al artículo 3 y a la expulsión 29. Conforme a la jurisprudencia constante del Tribunal, para caer bajo el peso del artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572), los malos tratos deben alcanzar un mínimo de gravedad. La apreciación de este mínimo es relativa por definición; depende del conjunto de los datos de la causa, concretamente de la duración del trato y de sus efectos físicos y mentales, así como, en ocasiones, del sexo, la edad y el estado de salud de la víctima (ver, entre otras, Sentencia Jalloh contra Alemania [PROV 2006, 204643] [GS], núm. 54810/2000, ap. 67, TEDH 2006-...). El sufrimiento debido a una enfermedad que sobreviene de forma natural, tanto si es física como mental, puede depender del artículo 3 si se encuentra o si corre el riesgo de verse intensificada por un trato –tanto si éste se debe a las condiciones de detención, a una expulsión u otras medidas– del que las autoridades pueden ser consideradas responsables (Sentencias Pretty contra Reino Unido [TEDH 2002, 23], núm. 2346/2002, ap. 52, TEDH 2002-III, Kud#a contra Polonia [TEDH 2000, 163] [GS], núm. 30210/1996, ap. 94, TEDH 2000-XI, Keenan contra Reino Unido [ TEDH 2001, 242], núm. 27229/1995, ap. 116, TEDH 2001-III, y Price contra Reino Unido [TEDH 2001, 444], núm. 33394/1996, ap. 30, TEDH 2001-VII). 30. Según constante jurisprudencia del Tribunal, los Estados Contratantes tienen, en virtud de un principio de Derecho internacional bien establecido y sin perjuicio de los compromisos que para ellos derivan de los tratados, incluido el Convenio, el derecho de controlar la entrada, la estancia y la expulsión de los no nacionales. Sin embargo, la expulsión de un solicitante de asilo por parte de un Estado Contratante puede plantear un problema en virtud del artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572) y, por lo tanto, compromete la responsabilidad de dicho Estado en virtud del Convenio, si existen motivos determinantes para creer que el interesado correrá, en el país de destino, un peligro real de ser sometido a un trato contrario al artículo 3. En tales circunstancias, el artículo 3 conlleva la obligación de no expulsar a la persona en cuestión a ese país (Sentencia Saadi contra Italia [PROV 2008, 64115] [GS], núm. 37201/2006 de 28 febrero 2008, ap. 124). 31. El artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572) se aplica principalmente para prevenir el rechazo o la expulsión cuando el riesgo de que la persona sea sometida a malos tratos en el país de destino deriva de actos intencionados de las autoridades públicas de dicho país o de actos de organismos independientes del Estado contra los cuales las autoridades no pueden ofrecerle una protección adecuada (Sentencias H. L. R. contra Francia de 29 abril 1997 [TEDH 1997, 28], Repertorio 1997-III, ap. 32 y Ahmed contra Austria de 17 diciembre 1996 [TEDH 1996, 69], Repertorio 1996-VI, pg. 2207, ap. 44). 2 La jurisprudencia del Tribunal relativa al artículo 3 y a la expulsión de personas gravemente enfermas 32. Asimismo, salvo estos ejemplos y teniendo en cuenta la importancia fundamental del artículo 3 en el sistema del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572), el Tribunal declaró en la Sentencia D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) (anteriormente citada, apartado 49) reservarse la suficiente flexibilidad para tratar la aplicación de este artículo en las demás situaciones que pudiesen presentarse, cuando el riesgo de que el demandante sufra unos tratos prohibidos en el país de destino provengan de factores que no pueden comprometer, ni directa ni indirectamente, la responsabilidad de las autoridades públicas de dicho país o que, aisladamente, no vulneran por sí solos las normas de esta disposición. 33. En el asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29), el demandante era un ciudadano de Saint-Kitts que había sido condenado en el Reino Unido por una infracción a la legislación sobre estupefacientes. Cuando cumplió su pena de prisión, las autoridades británicas trataron de expulsarlo a SaintKitts. Sin embargo, entre tanto había llegado a una fase avanzada de sida. Cuando el Tribunal se pronunció sobre su causa, su tasa de CD4 era inferior a 10, su sistema inmunitario había sufrido unos daños graves e irreparables y el pronóstico era fatal; de hecho su muerte estaba próxima. Había recibido asistencia psicológica en cuanto a la manera de enfrentarse a la muerte y establecido relaciones con las personas que se ocupaban de él. De las pruebas aportadas al Tribunal se desprendía que los centros médicos de Saint-Kitts no estaban equipados para aplicarle el tratamiento necesario y que carecía de domicilio familiar y de familiares cercanos que se ocuparan de él en dicho país. El Tribunal se expresó así (apartados 53-54): «Habida cuenta de estas circunstancias excepcionales y del hecho de que el demandante se halla en una fase crítica de su enfermedad fatal, la ejecución de la decisión de expulsarlo a Saint-Kitts constituiría, por parte del Estado demandado, un trato inhumano contrario al artículo 3. (...) El Estado demandado asume la responsabilidad del tratamiento del demandante desde agosto de 1994. Éste depende de la asistencia médica y de los cuidados paliativos que recibe actualmente y, sin duda alguna, está preparado psicológicamente para afrontar la muerte en un entorno familiar y humano. Aunque no se pueda decir que su situación en el país de destino constituiría en sí misma una violación del artículo 3, su expulsión le expondría a un riesgo real de morir en unas circunstancias particularmente dolorosas y constituiría, por tanto, un trato inhumano. (...). Así las cosas, el Tribunal subraya que los no nacionales que han cumplido una pena de prisión y contra los que pesa una orden de expulsión no pueden en principio reivindicar el derecho a permanecer en el territorio de un Estado Contratante al objeto de continuar recibiendo la asistencia médica, social o de otro tipo asegurada durante su estancia en prisión por el Estado que expulsa. Sin embargo, habida cuenta de las circunstancias muy excepcionales del caso y de las consideraciones humanitarias imperiosas que están en juego, se ha de concluir que la ejecución de la orden de expulsión contra el demandante violaría el artículo 3». 34. Desde la Sentencia recaída en el asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) , el Tribunal nunca ha concluido, en un caso de impugnación de la decisión de un Estado de expulsar a un extranjero, que la ejecución de tal decisión violaría el artículo 3 debido a la mala salud del interesado. 35. En el asunto B. B. contra Francia (Sentencia de 7 septiembre 1998 [TEDH 1998, 93], Repertorio 1998-VI), el demandante, que había cumplido una pena de prisión en Francia, estaba aquejado de sida y presentaba una inmunodepresión aguda. Se hallaba en una fase avanzada de la enfermedad y había ingresado varias veces en el hospital, pero su estado se había estabilizado gracias a la administración de un tratamiento antirretroviral que afirmaba no podría recibir en su país de origen, la República Democrática del Congo. En su informe, la Comisión consideró que era altamente probable que en caso de expulsión el demandante no tuviese acceso al tratamiento concebido para bloquear la propagación del virus y que las numerosas epidemias que hacían estragos en su país aumentarían el riesgo de infección. Precisó que pedir al interesado que se enfrentase sólo a su enfermedad sin el apoyo de su familia, equivaldría realmente a imposibilitar que conservase su dignidad a medida que progresaba la enfermedad. Concluyó, por tanto, que la expulsión vulneraría el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572). El asunto fue remitido al Tribunal pero, antes de que éste se pronunciase, el Gobierno francés se comprometió a no expulsar al demandante y se archivó la causa. 36. En el asunto Karara contra Finlandia (núm. 40900/1998, Decisión de la Comisión de 29 de mayo de 1998), el demandante, un ciudadano ugandés, era tratado en Finlandia desde 1992 de una infección por VIH. La Comisión estableció una distinción entre este caso y los asuntos D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) y B. B. contra Francia (TEDH 1998, 93) debido a que la enfermedad del demandante aún no había llegado a una fase tan avanzada como para que su expulsión constituyese un trato prohibido por el artículo 3. En consecuencia, desestimó la demanda. 37. En el asunto S. C. C. contra Suecia (Decisión, núm. 46553/1999, 15 febrero 2000), a la demandante, una ciudadana de Zambia, se le había denegado el permiso para entrar en Suecia donde había vivido anteriormente y había sido tratada de su seropositividad. Se sometió entonces a unas pruebas médicas que mostraban que el tratamiento destinado a prolongar su vida tendría mayores probabilidades de éxito si se le concedía la posibilidad de continuar en Suecia, dado que el nivel de asistencia y de facilidades de seguimiento existente en Zambia no era tan elevado como en Suecia. El Tribunal desestimó la demanda debido a que, según un informe de la Embajada de Suecia en Zambia, en este país se encontraba el mismo tipo de tratamiento para el sida, aunque a un coste extremadamente elevado, y que los hijos y otros familiares de la demandante vivían allí. Teniendo en cuenta el estado de salud de la demandante a la sazón, el Tribunal concluyó que su expulsión a Zambia no constituiría un trato prohibido por el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572). 38. Al año siguiente, el Tribunal dictó la Sentencia Bensaid contra el Reino Unido (TEDH 2001, 82) (núm. 44599/1998, TEDH 2001-I). El demandante, de nacionalidad argelina, padecía esquizofrenia y era tratado desde hacía varios años en el Reino Unido. El Tribunal rechazó por unanimidad la queja basada en el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572). Se expresó como sigue (apartados 36-40): «En el presente caso, el demandante padece una enfermedad mental de larga duración, la esquizofrenia. Toma actualmente un medicamento, olanzapina, que ayuda a controlar sus síntomas. Si regresa a Argelia ya no podrá beneficiarse gratuitamente de este medicamento de forma ambulatoria. No está afiliado a ninguna seguridad social ni puede aspirar a ningún reembolso. Podría, por el contrario, beneficiarse de este medicamento si estuviese hospitalizado o conseguirlo en el marco de una consulta externa, pero entonces mediando pago. Otros medicamentos utilizados en el tratamiento de las enfermedades mentales probablemente estarían también disponibles. El hospital más cercano que puede asegurarle este tratamiento está situado en Blida, a 75 u 80 km del pueblo en el que vive la familia del interesado. Las dificultades para conseguir este medicamento y las tensiones que no dejarían de provocar un regreso a esta región de Argelia, presa de la violencia y los actos de terrorismo, comprometerían gravemente, según él, la salud del interesado. Un agravamiento de la enfermedad mental que padece podría ya provocar un resurgimiento de las alucinaciones y los delirios psicóticos que pueden inducir a actos destructores para él mismo o para los demás, y constituir un freno a un modo de funcionamiento social (por ejemplo el retraimiento y la falta de motivación). El Tribunal estima que el sufrimiento que acompañaría tal recaída podría en principio hacer que se aplicase el artículo 3. El Tribunal señala, no obstante, que el demandante corre el riesgo de una recaída incluso si permanece en el Reino Unido, puesto que su enfermedad es de larga duración y exige un seguimiento constante. La expulsión del demandante al Estado de destino aumentaría sin duda este riesgo, al igual que los cambios que se producirían en el apoyo personal y el acceso al tratamiento. El demandante afirma, en particular, que otros medicamentos no mejorarían tanto su estado de salud y que sólo debe contemplarse en última instancia la solución consistente en hospitalizarlo. Sin embargo, el demandante puede recibir tratamiento médico en Argelia. El hecho de que su situación en dicho país sería menos favorable que la que goza en el Reino Unido no es determinante desde el punto de vista del artículo 3 del Convenio. El Tribunal considera que el riesgo de que el demandante vea degradarse su estado si regresa a Argelia y que no reciba entonces el apoyo o los cuidados adecuados, depende en gran medida de la especulación. Los argumentos sobre la actitud de la familia del interesado, musulmana practicante, las dificultades para ir a Blida y los efectos de estos factores en su salud son también de carácter especulativo. De las informaciones facilitadas por las partes no se desprende que la situación reinante en la región impida efectivamente acudir al hospital. El demandante no es en sí mismo un blanco probable de los actos terroristas. Aunque su familia no disponga de automóvil, ello no excluye la posibilidad de organizarse de otro modo. El Tribunal reconoce que el estado de salud del demandante es grave. Teniendo en cuenta, sin embargo, el grado elevado que fija el artículo 3, cuando el caso no compromete directamente la responsabilidad del Estado contratante debido al perjuicio causado, el Tribunal no considera que exista un riesgo suficientemente real para que la deportación del demandante en estas circunstancias sea incompatible con las normas del artículo 3. No se presentan aquí las circunstancias excepcionales del asunto D. contra Reino Unido ( TEDH 1997, 29) (anteriormente citada) en el que el demandante se hallaba en fase terminal de una enfermedad incurable, el sida, y no podía esperar gozar de asistencia sanitaria o de apoyo familiar si era expulsado a Saint-Kitts». 39. En el asunto Arcila Henao contra Países Bajos ((Dec), núm. 13669/2003, 24 junio 2003), el demandante era un ciudadano colombiano que seguía un tratamiento con medicamentos antirretrovirales después de que se hubiese descubierto que era seropositivo cuando cumplía una pena de prisión por tráfico de estupefacientes. El Tribunal consideró que el estado de salud del interesado en la época del examen de la demanda era razonable, pero que corría el riesgo de una recaída si se interrumpía el tratamiento. Señaló que el tratamiento requerido estaba «en principio» disponible en Colombia, donde residían el padre y seis hermanos y hermanas del demandante. Estableció una distinción entre este caso y los asuntos D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) y B. B. contra Francia ( TEDH 1998, 93) (anteriormente citados), debido a que la enfermedad del demandante no había llegado a una fase avanzada o terminal, y a que el interesado podría obtener asistencia sanitaria y apoyo familiar en su país de origen. Consideró, por tanto, que la situación del demandante no era excepcional hasta el punto de que su expulsión constituyera un trato prohibido por el Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) y desestimó la demanda. 40. En el asunto Ndangoya contra Suecia [(Dec), núm. 17868/2003, 22 junio 2004], el demandante era un ciudadano tanzano en el que un tratamiento antirretroviral había permitido reducir la infección por VIH hasta el punto de de hacerla imperceptible. El interesado sostenía que existían pocas probabilidades de que pudiese proseguir con su tratamiento en Tanzania y que la interrupción del mismo llevaría consigo una degradación de su sistema inmunitario en un plazo relativamente breve, la aparición del sida en un plazo de uno o dos años y su fallecimiento al cabo de tres o cuatro años. El Tribunal desestimó la demanda porque la enfermedad no se hallaba en una fase avanzada o terminal, se encontraba el tratamiento adecuado en Tanzania, aunque a un coste extremadamente elevado y en cantidad limitada en la zona rural de donde era originario el demandante y el interesado había conservado algunas relaciones con unos miembros de su familia que, quizás, podrían ayudarle. 41. El Tribunal llegó a una conclusión análoga en el asunto Amegnigan contra Países Bajos [(Dec), núm. 25629/2004, 25 noviembre 2004], en el que el demandante, originario de Togo, seguía un tratamiento antirretroviral en Holanda. Las pruebas médicas indicaban que, si el tratamiento se interrumpía, el demandante recaería a una fase avanzada de la enfermedad lo que, teniendo en cuenta el carácter incurable de ésta, supondría una amenaza directa para su vida. Un informe sobre la situación en Togo mostraba que el tratamiento estaba disponible allí, pero que una persona sin seguro médico tendría dificultades en conseguirlo si su familia no le ayudaba económicamente. El Tribunal consideró que la demanda carecía manifiestamente de fundamento, desde el punto de vista del artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572), debido a que el sida no se le había declarado totalmente al demandante y que éste no padecía infecciones oportunistas. Admitiendo eso sí que el demandante recaería en caso de que se interrumpiese el tratamiento, como había declarado el especialista que le trataba, el Tribunal señaló que la terapia adecuada estaba en principio disponible en Togo, si bien a un coste extremadamente elevado. 3 Principios que se desprenden de la citada jurisprudencia 42. En síntesis, el Tribunal señala que, tras el pronunciamiento de la Sentencia D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29), ha aplicado de manera constante los principios siguientes. Los extranjeros contra los que pese una orden de expulsión no pueden, en principio, reivindicar un derecho a permanecer en el territorio de un Estado contratante al objeto de continuar beneficiándose de la asistencia, los servicios médicos, sociales o de otro tipo que proporciona el Estado que expulsa. El hecho de que en caso de expulsión del Estado contratante la situación del demandante se degradaría de forma importante y se reduciría significativamente su esperanza de vida, no es suficiente en sí mismo para vulnerar el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572). La decisión de expulsar a un extranjero aquejado de una enfermedad física o mental grave a un país en el que los medios para tratar esta enfermedad son inferiores a los disponibles en el Estado contratante, puede plantear una cuestión desde el punto de vista del artículo 3, pero solamente en casos muy excepcionales, cuando las consideraciones humanitarias que militan a favor de la no expulsión son imperiosas. En el asunto D. contra Reino Unido, las circunstancias muy excepcionales se referían al hecho de que el demandante estaba gravemente enfermo y su muerte parecía próxima, no era seguro que pudiese recibir las asistencia médica o ambulatoria en su país de origen y no tenía allí ningún familiar cercano que quisiese o pudiese ocuparse de él u ofrecerle al menos un techo o un mínimo de sustento o apoyo social. 43. El Tribunal no excluye que puedan existir otros casos muy excepcionales en los que las consideraciones humanitarias sean igualmente imperiosas. Sin embargo, estima que debe conservar el umbral fijado en D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) y aplicado en su jurisprudencia posterior, umbral que en su opinión es correcto en principio dado que, en estos casos, el perjuicio futuro alegado provendría no de actos u omisiones intencionados de las autoridades públicas u órganos independientes del Estado, sino de una enfermedad que ha sobrevenido naturalmente y de la falta de recursos suficientes para hacerle frente en el país de destino. 44. Aunque muchos derechos que enuncia tienen prolongaciones de orden económico o social, el Convenio persigue esencialmente proteger derechos civiles y políticos (Sentencia Airey contra Irlanda de 9 octubre 1979 [TEDH 1979, 3] , serie A núm. 32, ap. 26). Además, el deseo de asegurar un equilibrio justo entre las exigencias del interés general de la comunidad y los imperativos de la salvaguardia de los derechos fundamentales de la persona es inherente al Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) en su conjunto (Sentencia Soering contra Reino Unido de 7 julio 1989 [TEDH 1989, 13], serie A núm. 161, pg. 161, ap. 89). El progreso de la medicina y las diferencias socioeconómicas entre los países hacen que el nivel de tratamiento disponible en el Estado contratante y el que existe en el país de origen pueda variar considerablemente. Si bien el Tribunal, habida cuenta de la importancia fundamental del artículo 3 en el sistema del Convenio, ha de continuar haciendo uso de cierta flexibilidad al objeto de impedir la expulsión en casos muy excepcionales, el artículo 3 no impone al Estado contratante la obligación de paliar tal disparidad proporcionando asistencia sanitaria gratuita e ilimitada a todos los extranjeros que carecen del derecho a permanecer en su territorio. Concluir lo contrario impondría una carga demasiado pesada a los Estados contratantes. 45. Por último, el Tribunal considera que, si bien la presente demanda, al igual que la mayor parte de las citadas más arriba, trata de la expulsión de una persona seropositiva y aquejada de unas afecciones vinculadas al sida, se han de aplicar los mismos principios a la expulsión de toda persona que padece una enfermedad física o mental grave que ha sobrevenido naturalmente y que puede provocar sufrimiento y dolor y reducir la esperanza de vida, y que requiere un tratamiento médico especializado que puede no ser fácil hallar en el país de origen del demandante o que puede estar disponible pero solamente a un coste muy elevado. 4 Aplicación de los citados principios al presente caso 46. El Tribunal señala de entrada que, aunque pidió asilo en el Reino Unido, petición que le fue denegada, la demandante no alega que su expulsión a Uganda le hiciese correr el riesgo de ser sometida a malos tratos deliberados que respondiesen a un móvil político. Su queja basada en el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572) se funda únicamente en la gravedad de su estado de salud y en la falta de tratamiento médico para curar su enfermedad en su país de origen. 47. En 1998, se le diagnosticaron dos enfermedades relacionadas con el sida, así como una inmunodepresión aguda. Gracias al tratamiento médico recibido en el Reino Unido, su estado es ahora estable. Es apta para viajar y su estado no se deteriorará mientras continúe tomando el tratamiento que requiere. Sin embargo, se desprende de los elementos presentados ante los tribunales internos que si se viese privada de los medicamentos que toma actualmente su estado empeoraría rápidamente y debería afrontar la enfermedad, la incomodidad y el sufrimiento, para morir en el plazo de unos años (apartados 14-17 supra). 48. Según las informaciones obtenidas por la Organización Mundial de la Salud (apartado 19 supra), en Uganda se encuentran medicamentos antirretrovirales, aunque, sin los recursos suficientes, sólo la mitad de las personas que los necesitan pueden obtenerlos. La demandante alega que no tendrá los medios para comprar estos medicamentos y que no podrá conseguirlos en la región rural de la que es originaria. Parece que tiene familia en Uganda, pero sostiene que ésta no querrá ni podrá ocuparse de ella si se halla gravemente enferma. 49. Las autoridades británicas han proporcionado a la demandante una asistencia sanitaria y social financiada con fondos públicos durante los nueve años que han requerido los tribunales internos y el Tribunal para pronunciarse sobre su petición de asilo y sus quejas basadas en los artículos 3 y 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). Sin embargo, ello no implica que el Estado demandado esté en la obligación de continuar ofreciéndole dicha asistencia. 50. El Tribunal reconoce que la calidad y esperanza de vida de la demandante padecerán con su expulsión a Uganda. Sin embargo, la demandante no se encuentra, actualmente, en un estado crítico. La apreciación de la rapidez con la que su estado se degradaría y la medida en la cual podría obtener un tratamiento médico, apoyo y cuidados, incluida la ayuda de familiares cercanos, implica necesariamente una parte de especulación, habida cuenta en particular de la evolución constante de la situación en materia de tratamiento de la infección por VIH y del sida en el mundo entero. 51. En opinión del Tribunal, el presente caso no se distingue de los asuntos citados en los apartados 33 a 41 supra. No está marcado por las circunstancias muy excepcionales que caracterizaban el asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) (previamente citado), y la ejecución de la decisión de expulsar a la interesada a Uganda no constituiría una violación del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). III. Sobre la violación alegada del artículo 8 del Convenio 52. Desde el punto de vista del artículo 8 (RCL 1999, 1190, 1572), la demandante sostiene que la situación en la que se hallaría a su regreso a Uganda podría lesionar su derecho al respeto de su vida privada. 53. El Tribunal considera que no se plantea ninguna cuestión distinta desde el punto de vista del artículo 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). En consecuencia, no procede examinar esta queja. POR ESTOS MOTIVOS, EL TRIBUNAL 1º Declara, por unanimidad, admisible la demanda; 2º Declara, por catorce votos contra tres, que no habrá violación del artículo 3 del Convenio si la demandante es expulsada a Uganda; 3º Declara, por catorce votos contra tres, que no procede examinar la queja desde el punto de vista del artículo 8 del Convenio ( RCL 1999, 1190, 1572) ; Hecha en francés y en inglés y leída en audiencia pública en el Palacio de los Derechos Humanos de Estrasburgo, el 27 de mayo de 2008. Firmado: JeanPaul Costa, Presidente – Michael O'Boyle,Secretario adjunto. Se adjunta a la presente sentencia, conforme a los artículos 45.2 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) y 74.2 del Reglamento del Tribunal, la opinión disidente común de la señora Tulkens y los señores Bonello y Spielmann. Opinión disidente común de la señora Tulkens y los señores Bonello y Spielmann 1. No suscribimos la conclusión del Tribunal según la cual no habría violación del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) si la demandante fuese expulsada a Uganda. 2. En estas condiciones, tampoco podemos estar de acuerdo en que no procede examinar la queja desde el punto de vista del artículo 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). I. artículo 3 3. Un análisis profundo de las decisiones de los tribunales internos nos lleva a concluir que existen serios y probados motivos para creer que la demandante corre un riesgo real de sufrir un trato prohibido en su país de origen. Además, este caso presenta realmente una gravedad excepcional que corresponde al criterio de «circunstancias muy excepcionales» definido en el asunto D. contra Reino Unido (TEDH1997, 29). 4. Sin embargo, antes de ir al grano, queremos formular cuatro observaciones sobre los principios generales de la jurisprudencia del Tribunal que, en nuestra opinión, no han sido valorados correctamente por la mayoría. Expondremos a continuación nuestra propia opinión disidente. A. Principios generales 5. En primer lugar, hemos de indicar que no podemos compartir la opinión expresada por la mayoría según la cual el Tribunal ha de conservar el umbral establecido «dado que, en estos casos, el perjuicio futuro alegado provendría no de actos u omisiones intencionados de las autoridades públicas u órganos independientes del Estado sino de una enfermedad que ha sobrevenido naturalmente y de la falta de recursos suficientes para hacerle frente en el país de destino» (apartado 43 de la sentencia). Tal y como ya señaló el Tribunal en 1997 en el asunto H. L. R. contra Francia (TEDH 1997, 28) 2 sobre el peligro potencial proveniente de organismos independientes del Estado: «40. Debido al carácter absoluto del derecho garantizado, el Tribunal no excluye que el artículo 3 se aplique también cuando el peligro proviene de personas o grupos de personas que no pertenecen a la función pública. Es necesario todavía demostrar que el riesgo existe realmente y que las autoridades del Estado de destino no pueden evitarlo con una protección adecuada». En lo que respecta concretamente al sufrimiento debido a una enfermedad que sobreviene naturalmente, sea física o mental, el Tribunal ha elaborado lo que se ha convenido en llamar el «umbral Pretty» 3: «52. En cuanto a los tipos de «tratos» que dependen del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572), la jurisprudencia del Tribunal habla de «malos tratos» que alcancen un mínimo de gravedad e impliquen lesiones corporales reales o un sufrimiento físico o mental intenso (ver Sentencias Irlanda contra Reino Unido previamente citada, pg. 66, ap. 167, y V. contra Reino Unido [TEDH 1999, 71] [GS] núm. 24888/1994, TEDH 1999-IX, ap. 71). Un trato puede ser calificado de degradante y caer así bajo el peso de la prohibición del artículo 3 si humilla o degrada al individuo, si da testimonio de una falta de respeto a su dignidad humana, incluso la rebaja, o si suscita en el interesado sentimientos de miedo, angustia o inferioridad de forma que se quebrante su resistencia moral o física (ver, recientemente, Sentencias Price contra Reino Unido [TEDH 2001, 444], núm. 33394/1996, secc. 3, TEDH 2001-VIII, ap. 24-30 y Valasinas contra Lituania [TEDH 2001, 481], núm. 44558/1998, secc. 3, TEDH 2001-VIII, ap. 117). El sufrimiento debido a una enfermedad que sobreviene de forma natural, tanto si es física como mental, puede depender del artículo 3 si se encuentra o si corre el riesgo de verse intensificada por un trato –tanto si éste se debe a las condiciones de detención, a una expulsión u otras medidas– del que las autoridades pueden ser consideradas responsables (ver Sentencias D. contra Reino Unido [TEDH 1997, 29] y Keenan contra Reino Unido [TEDH 2001, 242] previamente citadas y Sentencia Bensaid contra Reino Unido [TEDH 2001, 82] núm. 44599/1998, secc. 3, TEDH 2001-I)» Este principio debe, por tanto, aplicarse también cuando el perjuicio resulta de una enfermedad que sobreviene naturalmente y de la falta de recursos adecuados para hacerle frente en el país de destino si, en las circunstancias de la causa, se alcanza el grado mínimo de gravedad. Cuando un examen riguroso revela que existen serios y probados motivos para creer que la expulsión hará correr a la persona un riesgo real de sufrir tratos inhumanos o degradantes, la expulsión compromete la responsabilidad del Estado que expulsa en virtud del artículo 3 del Convenio. 6. En segundo lugar, y éstos es particularmente lamentable, la mayoría añade en el apartado 44 unas consideraciones de política preocupantes que se basan en una afirmación incompleta, a saber, que el Convenio persigue esencialmente proteger unos derechos civiles y políticos, lo que oculta la dimensión social del enfoque integrado que adopta el Tribunal y expresado en la Sentencia Airey contra Irlanda (TEDH 1979, 3) 4 así como en la jurisprudencia reciente 5. En el asunto Airey, el Tribunal dijo: «26. (...) El Tribunal no ignora que el desarrollo de los derechos económicos y sociales depende mucho de la situación de los Estados y concretamente de sus finanzas. De otro lado, el Convenio ha de leerse a la luz de las condiciones de vida actuales (Sentencia Marckx [TEDH 1979, 2] previamente citada, pg. 19, ap. 41), y dentro de su campo de aplicación tiende a una protección real y concreta de la persona (apartado 24 supra). Ahora bien, aunque enuncia en esencia unos derechos civiles y políticos, muchos de ellos tienen prolongaciones de orden económico o social. Al igual que la Comisión, el Tribunal no estima que ha de descartar una u otra interpretación por el mero motivo de que al adoptarla se corriese el riesgo de usurpar la esfera de los derechos económicos y sociales; ningún muro estanco separa a ésta del ámbito del Convenio (...)» Hemos querido llamar la atención sobre el carácter incompleto y que, por tanto, puede inducir a error, del extracto de la Sentencia Airey citada por la mayoría en el apartado 44 de la sentencia por razones de claridad y exhaustividad y no porque creamos que el presente caso se refiera a los derechos económicos y sociales. En efecto, éste se refiere a uno de los derechos civiles más fundamentales que ha de garantizar el Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) , a saber, el derecho consagrado por el artículo 3. 7. En tercer lugar, estamos también en profundo desacuerdo con la declaración muy discutible expresada por la mayoría en el apartado 44 de la sentencia en el contexto del derecho garantizado por el artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572), no susceptible de derogación, a saber que «el deseo de asegurar un equilibrio justo entre las exigencias del interés general de la comunidad y los imperativos de la salvaguardia de los derechos fundamentales de la persona es inherente al Convenio en su conjunto». Aunque haya habido anteriormente «tentaciones proporcionalistas», muy criticadas por la doctrina y, concretamente, en la jurisprudencia de la antigua Comisión, el ejercicio de equilibrio fue claramente rechazado, en lo que respecta al artículo 3, en la Sentencia que el Tribunal dictó recientemente en el asunto Saadi contra Italia (PROV 2008, 64115) (28 febrero 2008) –en la que confirma el contenido de la Sentencia Chahal contra Reino Unido de 15 noviembre 1996 (TEDH 1996, 61)–, en estos términos: «130. Para verificar la existencia de un riesgo de malos tratos, el Tribunal ha de examinar las consecuencias previsibles de la deportación del demandante al país de destino, habida cuenta de la situación general que reina en éste y de las circunstancias propias del caso del interesado (...)». «138. (...) Siendo la protección contra los tratos prohibidos por el artículo 3 absoluta, esta disposición impone no (...) expulsar a una persona cuando corre, en el país de destino, un riesgo real de ser sometida a tales tratos. Tal y como ha afirmado el Tribunal en numerosas ocasiones, no hay excepción a esta regla (...)» 9 (negrita añadida). 8. En cuarto lugar, y contrariamente a lo que afirma la mayoría, queremos añadir que en este caso no se ha alegado en absoluto que el artículo 3 imponga «al Estado contratante la obligación de paliar tal disparidad proporcionando asistencia sanitaria gratuita e ilimitada a todos los extranjeros que carecen del derecho a permanecer en su territorio» (apartado 44). Por el contrario, la consideración de la mayoría según la cual tal constatación «impondría una carga demasiado pesada a los Estados contratantes» (apartado 44 in fine), traduce su verdadera preocupación: si se permite a la demandante permanecer en el Reino Unido para beneficiarse de la asistencia que su sobrevivencia requiere, la carga sería demasiado pesada para las arcas del Estado. Ahora bien, tal consideración es contraria al carácter absoluto del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) y a la naturaleza misma de los derechos garantizados por el Convenio, los cuales se negarían totalmente si su goce hubiese de limitarse en virtud de unos factores políticos tales como las obligaciones presupuestarias. Lo mismo sucede con la aceptación implícita por la mayoría de la alegación según la cual una constatación de violación del artículo 3 en este caso abriría las puertas a la inmigración médica y se correría el riesgo de convertir a Europa en «la enfermería» del mundo. Es suficiente con echar un vistazo a las estadísticas relativas al artículo 39 del Reglamento del Tribunal aplicables en el Reino Unido y comparar el número total de peticiones de aplicación de este artículo, el número de inadmisiones y el número de demandas aceptadas con el número de casos de VIH para comprender que el argumento de la «apertura de puertas» es totalmente erróneo. B. Los hechos de la causa 9. Los hechos, no discutidos, se exponen de manera elocuente en el apartado 73 de la Sentencia de la Cámara de los Lores. Los reproducimos a continuación puesto que muestran que existen serios y probados motivos para creer que la interesada corre un riesgo real de sufrir un trato prohibido en el país al que va a ser expulsada. Es lo que hace que este asunto sea muy excepcional. El apartado 73 de la Sentencia de la Cámara de los Lores dice así: «73. El caso de esta demandante, una ciudadana ugandesa, es muy representativo. Hace siete años, cuando tenía 23, llegó por avión de Entebbe y al día siguiente, gravemente enferma, fue admitida en el Guy's Hospital, donde se le diagnosticó una infección por VIH acompañada de una inmunodepresión extremadamente aguda (una tasa de CD4 inferior a 10) y una difusión del bacilo de Koch. Tras una primera hospitalización bastante larga apareció una segunda enfermedad relacionada con el sida, el sarcoma Kaposi, una forma de cáncer particularmente virulenta. Fue nuevamente hospitalizada y comenzó un tratamiento de quimioterapia de larga duración. En 2002, tras algunos años de tratamiento antirretroviral y de numerosas recaídas, su tasa de CD había aumentado a 414 y se encontraba bien. En octubre de 2002, fecha de los últimos informes médicos que figuran en el expediente, el Dr. Meadway escribió que "su estado era estable y no presentaba ninguna enfermedad importante" y que, si permanecía en el Reino Unido, "podría continuar estando bien durante décadas". Por el contrario, si era enviada a Uganda, su estado se deterioraría gravemente. Ante esta eventualidad, el Dr. Meadway estimó que: "los medicamentos antirretrovirales que toma la señora N. no se encuentran actualmente en Uganda. El virus VIH que padece la señora N. ha adquirido ya cierta resistencia y en un futuro habrá que modificar su terapia antirretroviral, que incluirá probablemente unos medicamentos que no están disponibles en Uganda. Si vuelve a dicho país, aunque en algunas regiones se encuentren antirretrovirales, no podrá disponer de todo el tratamiento necesario y, por ello, su salud se deteriorará, sufrirá y morirá en un breve plazo". Por "breve plazo" parece que el Dr. Meadway entendía un plazo de uno o dos años como mucho. El Dr. Larbalestier, médico especialista en el Guy's Hospital, en un documento fechado asimismo en octubre de 2002, declaró: "Para mí no existe la menor duda de que si es obligada a volver a Uganda la duración de su vida se verá reducida considerablemente y tampoco podrá esperar vivir algunas decenas de años en buenas condiciones sino casi seguramente menos de dos años."». 10. No debe entenderse que las garantías del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) hacen abstracción de la realidad concreta que forma el contexto de un asunto. Esta realidad es descrita en los extractos de las intervenciones de los miembros de la Cámara de los Lores y del adjudicator que se reproducen a continuación. Lord Hope of Craighead: «20. La decisión que la Cámara de los Lores es llamada a tomar en este caso tendrá profundas consecuencias para la demandante. Existen pocas probabilidades de que sobreviva más de uno o dos años si es expulsada a Uganda. Es muy probable que ya no pueda obtener la asistencia médica vanguardista que ha permitido estabilizar su estado inhibiendo el virus VIH y que la mantendría en buen estado de salud durante décadas si permaneciese en el Reino Unido. Si es privada de esta asistencia, es probable que recaiga y que su salud se deteriore rápidamente. No hay duda de que, si ello sucede, morirá en un breve plazo tras un período de sufrimiento físico y mental extremo (...)» (negrita añadida). Baronesa Hale of Richmond: «59. (...) La cuestión es cuándo está permitido expulsar a una persona que padece una enfermedad que puede ser tratada aquí pero que apenas tiene posibilidades de obtener un tratamiento semejante en su país de origen. (...). 67. (...) Ninguno de nosotros desea devolver a su casa a una joven que ya ha sufrido tanto pero que ahora está bien atendida y tiene un futuro ante ella, sabiendo que tendrá probablemente en su país una muerte prematura en un entorno mucho menos favorable (...)» (negrita añadida). Lord Brown of Eaton-under-Heywood: «73. (...) Sin embargo, en el caso de que [la demandante] fuese expulsada a Uganda, su estado se deterioraría gravemente » (negrita añadida). 11. El adjudicator, P. H. Norris, declaró el 3 de julio de 2002: «10. (...) Admito que [la demandante] vino a este país para escapar de las personas que le habían acosado y maltratado. Constato también que cuando llegó al Reino Unido ignoraba que padecía una enfermedad mortal, y que no vino aquí para recibir tratamiento médico. Constato que la enfermedad que padece actualmente es el sida y que, sin el tratamiento perfeccionado que toma, podría morir en unos meses. Constato que no encontrará en Uganda en tratamiento que requiere. Para formular estas constataciones en cuanto a su estado de salud, tengo en cuenta y reconozco la pertinencia de las pruebas médicas que contiene el expediente de apelación. No necesito referirme a un informe médico en particular: todos los informes van, en mi opinión, en el mismo sentido. Sin embargo, creo que los tres informes de la Dra. Jeanette Meadway, directora del hospital Mildmay (...) son particularmente impresionantes. Observo que este hospital gestiona al menos un hospicio en Uganda, y no veo motivo alguno para no admitir íntegramente las opiniones de la Dra. Meadway. Una de sus conclusiones es la siguiente: (...) obligar a la demandante a regresar a Uganda la expondría a un sufrimiento y una muerte prematura y constituiría un trato inhumano y degradante. Admito esta conclusión sobre la base de los medios de prueba que he visto y oído» (negrita añadida). 11. Queremos añadir respecto a la situación en Uganda, país en el que la enfermedad tiene «una alta preponderancia», que los progresos llevados a cabo en materia de oferta de asistencia sanitaria se contrarrestan con la propagación de la epidemia (hay más medicamentos pero también un aumento constante de las personas a tratar). 12. En lo que respecta al tratamiento, y concretamente al tratamiento antirretroviral altamente activo (HAART), la calidad de la asistencia sanitaria depende no solamente de la disponibilidad de los medicamentos, sino también de la presencia de médicos para administrar y modificar las dosis, puesto que el tratamiento HAART, es una asociación de antirretrovirales que requiere una vigilancia constante. Los informes médicos presentados en el marco del procedimiento interno indican que la demandante tendría una esperanza de vida de dos años si el tratamiento que recibe en el Reino Unido se interrumpiese. El problema que plantea el hecho de no saber qué tipo de asistencia médica gozaría a su regreso es que si ella no sigue una terapia antirretroviral, es probable que muera de infecciones oportunistas (que el cuerpo no puede combatir debido a la debilitación del sistema inmunitario, de ahí los dos años de esperanza de vida). 13. Tal es el contexto y la realidad concreta en función de los cuales la Gran Sala ha tenido que resolver el presente asunto. C. Violación potencial del artículo 3 14. Lord Hope pidió expresamente al Tribunal que diera una respuesta clara, declarando lo siguiente: «no es a la [Cámara de los Lores] a quien corresponde hallar una solución al problema de [la demandante] que no se encuentra en la jurisprudencia de Estrasburgo. Es al Tribunal de Estrasburgo, y no a nosotros, a quien corresponde decidir si su jurisprudencia ha perdido el contacto con la realidad moderna y definir los complementos que proceda aportar, en su caso, a los derechos garantizados por el Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). Debemos tomar su jurisprudencia como es y no como nos gustaría que fuese» (negrita añadida). 15. Es cierto que el Tribunal no ha constatado violación en ninguno de los casos resueltos desde la Sentencia D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29). Sin embargo, ha llegado cada vez a su conclusión basándose en hechos distintos de los de este asunto, así como de los del presente caso. Remitimos al respecto a la síntesis muy precisa de la jurisprudencia que figura en los apartados 34 a 41 de la sentencia. 13 16. Nos gustaría, no obstante, subrayar que, en el asunto B. B. contra Francia (TEDH 1998, 93) 14, que concluyó con un arreglo amistoso y fue archivado, la Comisión europea de Derechos Humanos había dictaminado, por 29 votos contra 2, en su «informe en virtud del artículo 31» de 9 de marzo de 1998, que la expulsión del demandante a la República del Congo violaría el artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). La Comisión fundó su dictamen en el siguiente razonamiento: «53. En opinión de la Comisión, la constatación de la existencia de tal riesgo no implica necesariamente la responsabilidad del país de acogida o de los poderes públicos. De hecho y teniendo en cuenta la importancia fundamental del artículo 3 en el sistema del Convenio, la Comisión y el Tribunal han reconocido anteriormente que no les estaba prohibido examinar la queja de un demandante en virtud del artículo 3 cuando el riesgo de que éste sufriese tratos prohibidos en el país de destino proviniese de factores que no pueden comprometer, directamente o no, la responsabilidad de las autoridades públicas de este país o que, aisladamente, no vulneran en sí mismos las normas de este artículo. Cabe pues examinar la aplicación de esta disposición en todas las circunstancias que pueden implicar su violación (TEDH, Sentencias Ahmed contra Austria de 17 diciembre 1996 [TEDH 1996, 69], Repertorio 1996-VI, informe de la Comisión y pg. 2207, ap. 44, H. L. R. contra Francia de 29 abril 1997 [TEDH 1997, 28], Repertorio 1997-III, informe de la Comisión y D. contra Reino Unido de 2 mayo 1997 [TEDH 1997, 29], Repertorio 1997-III, informe de la Comisión y pg. 792, ap. 49). 54. Considerando que el objeto y fin del Convenio, instrumento de protección de los particulares, requiere comprender y aplicar sus disposiciones de forma que sus exigencias sean concretas y efectivas (Sentencia Soering contra Reino Unido [TEDH 1989, 13], op. cit., pg. 34, ap. 87), la Comisión considera que la exposición a un riesgo real y probado para la salud, cuyo nivel de gravedad hace que se aplique el artículo 3 debido a otros elementos existentes en el país de acogida, como la falta de asistencia sanitaria y los factores sociales relacionados con el entorno puede, por tanto, comprometer la responsabilidad del Estado que procede al alejamiento (ver, por ejemplo, núm. 23634/1994, Dec. 19.5.94, I. R. 77-A, pg. 133 y Nasri contra Francia, informe de la Comisión 10.3.94, TEDH, serie A núm. 320, ap. 61 y Sentencia D. contra Reino Unido previamente citada, pgs. 792-793, ap. 49 y siguientes). 55. La Comisión estima que si el demandante es devuelto a su país de origen, muy probablemente no podrá beneficiarse del tratamiento destinado a inhibir la multiplicación del VIH y ralentizar la aparición de infecciones oportunistas a las que los enfermos de sida son extremadamente vulnerables. Las numerosas epidemias que hacen estragos en el país siendo la causa de una importante mortalidad, agravarían este riesgo de infección. Además, estima que, en las circunstancias del causa, el hecho para el demandante de afrontar solo, sin apoyo familiar, una enfermedad como puede ser el sida en una fase avanzada, es una prueba que impide que preserve su dignidad humana, a medida que su enfermedad siga su curso inevitablemente doloroso y fatal». 17. La decisión de la Gran Sala constituye un claro paso atrás en relación a este enfoque al mismo tiempo humanitario y razonable. 18. Al invitar al Tribunal a ampliar (o restringir) el alcance del criterio de «las circunstancias muy excepcionales», Lord Hope parece ser partidario del principio de que el presente caso se distingue del asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29). 19. Ahora bien, creemos que no es así. No estamos convencidos de que los hechos del presente caso difieran de los del asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) hasta el punto de que haya que adoptar una solución distinta a la admitida en esta sentencia. Sin duda es cierto que, en D. contra Reino Unido, la enfermedad mortal que padecía el demandante había alcanzado ya una fase crítica. Igualmente cierto es que, en la sentencia dictada en este caso el 2 de mayo de 1997, el Tribunal declaró con mucha razón que, atendidas las «circunstancias excepcionales», la expulsión del demandante a Saint-Kitts constituiría un trato inhumano por parte del Estado demandado contrario al artículo 3. La mayoría del Tribunal se fundó en este aspecto concreto del asunto D. contra Reino Unido al declarar en el artículo 42 de su sentencia de Gran Sala: «En el asunto D. contra Reino Unido, las circunstancias muy excepcionales se referían al hecho de que el demandante estaba gravemente enfermo y su muerte parecía próxima, no era seguro que pudiese recibir las asistencia médica o ambulatoria en su país de origen y no tenía allí ningún familiar cercano que quisiese o pudiese ocuparse de él u ofrecerle al menos un techo o un mínimo de sustento o apoyo social». La mayoría explica, sin embargo, en el apartado siguiente que: «no excluye que puedan existir otros casos muy excepcionales en los que las consideraciones humanitarias sean igualmente imperiosas». 20. Efectivamente, la expulsión de «un demandante en su lecho de muerte» sería en sí misma contraria al derecho absoluto que garantiza el artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). En otras palabras, tal y como observó Lord Brown justamente, «el mero hecho de que el demandante sea apto para viajar no es suficiente, sin embargo, para impedir que su expulsión sea calificada de trato contrario al artículo 3» (apartado 80 de la sentencia de la Cámara de los Lores). 21. En nuestra opinión, sin embargo, los motivos complementarios expuestos por el Tribunal en la Sentencia D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29) y referentes a la falta de asistencia sanitaria y de cuidados paliativos así como a la falta de ayuda psicológica en el país de origen, pueden también ser pertinentes para concluir con un aspecto distinto de violación potencial del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). 22. Basándose en este principio y, por encima de todo, en los hechos, el Tribunal debería haber concluido en el presente caso con la violación potencial del artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572) , precisamente porque existen motivos serios y probados para creer que la demandante corre un riesgo real de sufrir tratos prohibidos en el país de destino. 23. No hay duda de que en caso de expulsión a Uganda, la demandante morirá prematuramente tras un período de grandes sufrimientos físicos y morales. Estamos convencidos de que existen en este caso unos hechos extremos que implican unas consideraciones humanitarias imperiosas. Después de todo, las más altas autoridades judiciales del Reino Unido constataron casi unánimemente que, si la demandante fuese expulsada a Uganda, moriría en un breve plazo de tiempo. Dado que existen así unos motivos serios y probados para creer que la demandante correría casi seguramente el riesgo de sufrir en Uganda un trato prohibido, se compromete la responsabilidad del Estado que expulsa. 24. Sin interpretar el alcance del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572), de modo distinto a como lo hizo en el asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29), el Tribunal podría haber concluido con la violación a la luz de las circunstancias realmente extremas del presente caso. En otras palabras, concluir con la violación potencial del artículo 3 en este caso no habría representado una ampliación de la categoría de casos excepcionales, de los que el asunto D. contra Reino Unido es emblemático. 25. Es por ello que efectuar una distinción entre el presente caso y el asunto D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29), constituye, en nuestra opinión, un error. II. artículo 8 26. Aunque se puede comprender, en la jurisprudencia del Tribunal, que éste se exima de examinar una segunda queja –sobre los mismos hechos– cuando la primera ha sido objeto de una constatación de violación, es al menos extraño que el Tribunal recurra a esta fórmula expeditiva según la cual «no procede examinar la queja basada en el artículo 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572)» tras constatar que no había violación del artículo 3 del Convenio. En el presente caso, si el Tribunal estimaba que las circunstancias no eran muy excepcionales y que, en consecuencia, no se había alcanzado el umbral de gravedad del artículo 3 debería haber examinado, en nuestra opinión, atenta y cuidadosamente, la situación de la demandante y de la enfermedad que padecía en virtud del artículo 8 del Convenio que garantiza, concretamente, el derecho a la integridad física y moral. Enfrentados a la situación de una persona de la que sabemos con certeza que es enviada a una muerte segura, pensamos que el Tribunal no podía, ni jurídica, ni moralmente, limitarse a decir que «no se plantea ninguna cuestión distinta desde el punto de vista del artículo 8 del Convenio». 1. Sentencia D. contra Reino Unido de 2 mayo 1997 (TEDH 1997, 29), Repertorio de sentencias y resoluciones 1997-III. 2. Sentencia H. L. R. contra Francia de 29 abril 1997 (TEDH 1997, 28), Repertorio de sentencias y resoluciones 1997-III. 3. Sentencia Pretty contra Reino Unido (TEDH 2002, 23), núm. 2346/2002, TEDH 2002-III. 4. Sentencia Airey contra Irlanda de 9 octubre 1979 (TEDH 1979, 3), serie A núm. 32; ver principalmente Sidabras y Džiautas contra Lituania (TEDH 2004, 55), núms. 55480/2000 y 59330/2000, TEDH 2004-VIII. 5. Para un análisis de esta sentencia y de la «permeabilidad» de las normas en materia de derechos humanos, ver Virginia Mantouvalou (2005) 30 European Law Review, 573-585. Para un análisis de la justificación moral de la protección de los derechos socio-económicos, ver J. Waldron, «Liberal Rights: Two Sides of the Coin», in Waldron, Liberal Rights-Collected Papers 1981-1991 (Cambridge: Cambridge University Press), 1993, pgs. 4-17, citado por Mantouvalou, op. cit. 6. S. van Drooghenbroeck, La proportionnalité dans le droit de la Convention européenne des droits de l'homme. Prendre l'idée simple au sérieux (Bruxelles: Bruylant, Publications des Facultés universitaires Saint-Louis, 2001), pgs. 125 y siguientes. 7. Sentencia Saadi contra 37201/2006, TEDH 2008-... Italia (PROV 2008, 64115) [GS], núm. 8. Sentencia Chahal contra Reino Unido de 15 noviembre 1996 (TEDH 1996, 61), Repertorio 1996-V. 9. Lord Hope adoptó un enfoque similar en el asunto Limbuela, que trataba de la pobreza y que fue resuelto por la Cámara de los Lores el 5 de noviembre de 2005 (Regina contra Secretary of State for the Home Department, ex parte Limbuela [2005] UKHL 66): «55. Así el ejercicio del juicio es necesario para determinar si, en un caso concreto, el trato o la pena han alcanzado el grado de gravedad exigido. Es aquí donde le está permitido al Tribunal indagar si, en función del conjunto de los hechos, se cumple este criterio. Pero sería un error defender, por poco que fuere, la idea de que el criterio es más exigente cuando el trato o la pena que de otro modo se consideraría inhumano o degradante es el resultado de lo que el Juez Laws califica de política gubernamental legítima. Ello equivaldría a introducir indirectamente unas consideraciones de proporcionalidad en la prohibición absoluta. Tales consideraciones son pertinentes cuando el Convenio implica la obligación de hacer algo. En ese caso, la obligación del Estado ni es absoluta ni está exenta de condiciones. Pero la proporcionalidad que confiere a los Estados un margen de apreciación, no juega ningún papel cuando el comportamiento del que son directamente responsables implica una pena o trato inhumano o degradante. La obligación de abstenerse de tales comportamientos es absoluta». De hecho la declaración de Lord Hope en el asunto Limbuela se refiere a la «cuestión de si es correcto considerar al Estado responsable del perjuicio». Ver el análisis de Ellie Palmer Judicial Review, Socio-Economic Rights and the Human Rights Act (Oxford: Hart. Publishing), 2007, pg. 266. 10.– junio a diciembre 2005 15 demandas: 13 rechazadas, 1 estimada (a saber N. contra Reino Unido). –2006 88 demandas: 83 rechazadas, 5 estimadas (dos de las cinco eran casos de VIH). –2007 951 demandas, de las que 217 fueron rechazadas, 182 estimadas (19 casos de VIH, 14 estimados, 0 rechazados; en una de estas causas, se levantó la indicación dada en virtud del artículo 39 y la demandante retiró su demanda tras la apertura del procedimiento interno). – 1 de enero de 2007 al 22 de abril de 2008 969 demandas, de las que 174 fueron rechazadas, 176 estimadas (19 casos de VIH, 13 estimados y 0 rechazados). Estas estadísticas requieren la siguiente explicación. El sistema registra todos los asuntos en los que se han solicitado medidas cautelares, sea o no la decisión adoptada por un juez. Ello explica por qué existe una gran disparidad entre el número de demandas registradas en el período de enero a abril de 2008 –969– y el número de veces en las que se ha aplicado el artículo 39 –176– y el número de inadmisiones –174–. La diferencia representa los casos que no se hallan en el ámbito de aplicación del artículo o aquellos no sometidos por falta de documentación. En lo que respecta a los casos de VIH, hay varias razones que pueden explicar que 19 de ellos se registraron en los dos últimos años pero que sólo se tomaron cada año 14 y 13 decisiones de aplicar el artículo 39, respectivamente. Por ejemplo, el Gobierno dio garantías en algunos casos y, en otros, los demandantes pudieron retirar su demanda porque habían obtenido la autorización para permanecer en el territorio por otros motivos. 11. Ver el informe anual de la ONUSIDA: http://data.unaids.org/pub/EpiReport/2006/2006_EpiUpdate_Fr.pdf pp. 1718 12. Comparar con la declaración de la baronesa Hale en el asunto R (on the application of Animal Defenders International) contra Secretary of State for Culture, Media and Sport [2008] UKHL 15 en el apartado 53: «No creo que cuando el Parlamento nos otorgó estas facultades nuevas e importantes, nos diera la de ir más allá que el Tribunal de Estrasburgo en nuestra interpretación de los derechos garantizados por el Convenio. No creo tampoco que quisiese que quedásemos rezagados (...)». 13. Ver Sentencia B. B. contra Francia de 7 septiembre 1998 ( TEDH 1998, 93) , Repertorio 1998-VI; Karara contra Finlandia, núm. 40900/1998, Decisión de la Comisión de 29 mayo 1998: la enfermedad del demandante aún no había alcanzado un estadio avanzado; S. C. C. contra Suecia (Dec.), núm. 46553/1999, 15 febrero 2000: en Zambia estaba disponible el mismo tipo de tratamiento para el sida que en Suecia, aunque a un coste extremadamente elevado, y los hijos y otros familiares de la demandante vivían en Zambia; Bensaid contra Reino Unido ( TEDH 2001, 82) , núm. 44599/1998, TEDH 2001-I: tratamiento médico disponible en Argelia y el riesgo de que el demandante no reciba el apoyo o los cuidados adecuados depende en gran medida de la especulación; Arcila Henao contra Países Bajos (Dec.), núm. 13669/2003, 24 junio 2003: la enfermedad del demandante no había llegado a una fase avanzada o terminal y el interesado podía obtener asistencia sanitaria y apoyo familiar en su país de origen; Ndangoya contra Suecia (Dec), núm. 17868/2003, 22 junio 2004: la enfermedad no se hallaba en fase avanzada o terminal, se encontraba el tratamiento adecuado en Tanzania, aunque a un coste extremadamente elevado y en cantidad limitada en la zona rural de la que era originario el demandante, y el interesado había conservado algunas relaciones con los miembros de su familia que quizás podrían ayudarle; Amegnigan contra Países Bajos (Dec.), núm. 25629/2004, 25 noviembre 2004: no se había declarado totalmente en el demandante la enfermedad del sida y no padecía infecciones oportunistas y la terapia adecuada estaba en principio disponible en Togo, aunque a un coste extremadamente elevado; ver también Sentencia Tatete contra Suiza (acuerdo amistoso), núm. 41874/1998, 6 julio 2000, y M. M. contra Suiza (Dec), núm. 43348/1998, 14 septiembre 1998, sin publicar. 14. Sentencia B. B. contra Francia de 7 septiembre 1998 (TEDH 1998, 93), Repertorio 1998-VI. 15. En su opinión separada, el Juez Cabral Barreto, entonces miembro de la Comisión, fue todavía más allá al declarar: «(...) donde el demandante debe desplazarse para ser atendido en el hospital y que, por otra parte, necesita tranquilidad y calma para "vivir" su grave enfermedad, siendo un estado de clandestinidad permanente contrario en sí mismo al artículo 3 del Convenio. (...). Considero, por mi parte, que un extranjero gravemente enfermo, que reside en un país en cierta forma de clandestinidad sin poder beneficiarse plena y legalmente del régimen de protección social, se halla en una situación que no es conforme a las exigencias del artículo 3 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). Por último, teniendo en cuenta el impacto de este factor, considero que debería haber sido mencionado expresamente en el dictamen de la Comisión». Esta opinión separada visionaria fue redactada más de siete años antes de que la Cámara de los Lores dictase su sentencia en el asunto Regina contra Secretary of State for the Home Department, ex parte Limbuela [2005] UKHL 66, el 5 de noviembre de 2005. 16. Lord Hope subrayó lo siguiente en el apartado 36 de la Sentencia de la Cámara de los Lores al declarar a propósito de la Sentencia D. contra Reino Unido (TEDH 1997, 29): «Es el hecho de que D. se hallase ya en la fase terminal de su enfermedad cuando se encontraba en el territorio del Estado que expulsaba lo que confería al caso un carácter excepcional». Un comentario reciente y lúcido a propósito del punto de vista restrictivo de la sentencia dictada por la Cámara de los Lores en el asunto N. dice así: «(...) La Cámara de los Lores ha concluido en el asunto N. que lo que se deduce de la jurisprudencia de Estrasburgo es que la expulsión de un enfermo de sida no implica necesariamente una violación del artículo 3 del Convenio, salvo que los hechos fuesen análogos a los de D. contra Reino Unido (dicho de otro modo, si el demandante se encuentra en una fase avanzada o terminal de la enfermedad) o a los de los casos de VIH/sida estimados (es decir, si existe una falta total de cuidados paliativos o apoyo familiar tras la expulsión)». Ver Ellie Palmer, Judicial Review, SocioEconomic Rights and the Human Rights Act (Oxford: Hart. Publishing), 2007, pg. 273. 17. Sentencia D. contra Reino Unido de 2 mayo 1997 (TEDH 1997, 29), Repertorio 1997-III, ap. 53: «Habida cuenta de estas circunstancias excepcionales y del hecho de que el demandante se encuentra en una fase crítica de su enfermedad fatal, la ejecución de la decisión de expulsarlo a Saint-Kitts constituiría, por parte del Estado demandado, un trato inhumano contrario al artículo 3 (RCL 1999, 1190, 1572)». 18. O, como declaró justamente la baronesa Hale: «Bien entendido, puede haber otros casos excepcionales, que presenten otros hechos extremos, en los que las consideraciones humanitarias sean asimismo imperiosas. La Ley ha de ofrecer una flexibilidad suficiente para que estos casos puedan ser tenidos en cuenta (...)» (apartado 70 de la Sentencia de la Cámara de los Lores). 19. Queremos asimismo añadir que la totalidad de los criterios citados por la Fundación Helsinki para los derechos humanos en las alegaciones por escrito presentadas ante el Tribunal el 6 de septiembre de 2007 se cumplen: – Continuación de la terapia Si la persona aquejada de VIH/sida ha sido admitida oficialmente en el país de acogida para someterse a una terapia antirretroviral, ha de tener una oportunidad de seguirla. – Situación médica de la persona aquejada de VIH/sida Si la interrupción de la terapia conlleva un resultado casi inmediato (la muerte en un breve espacio de tiempo), ello ha de constituir un factor imperioso. – Disponibilidad de medicamentos en el país de origen que permitan continuar con la terapia en dicho país y – Posibilidad de proseguir el tratamiento en el extranjero, pero gracias a un apoyo económico del país que expulsa En el presente caso, se aplican estos tres factores, lo que hace que este caso sea «muy excepcional». 20. Se trata de circunstancias que, después de todo, hacen referencia a lo que un comentador calificó de una «cuestión de vida o muerte». Ver Ellie Palmer, Judicial Review, Socio-Economic Rights and the Human Rights Act (Oxford: Hart. Publishing), 2007, pg. 270. 21. En la Sentencia Bensaid contra Reino Unido (TEDH 2001, 82) (núm. 44599/1998, TEDH 2001-I), al tratar el caso de la expulsión de un esquizofrénico a un país en el que se aducía no existía tratamiento médico adecuado, el Tribunal concluyó con la violación del artículo 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572) : «47. La expresión "vida privada" es amplia y no se presta a una definición exhaustiva. El Tribunal ya ha declarado que elementos tales como el sexo, el nombre y la orientación sexual, así como la vida sexual son componentes importantes del ámbito personal protegido por el artículo 8 (ver, por ejemplo, Sentencias Dudgeon contra Reino Unido de 22 octubre 1981 [TEDH 1981, 4] , serie A núm. 45, pgs. 18-19, ap. 41, B. contra Francia de 25 marzo 1992 [TEDH 1992, 43], serie A núm. 232-C, pgs. 53-54, ap. 63, Burghartz contra Suiza de 22 febrero 1994, [ TEDH 1994, 9] serie A núm. 280-B, pg. 28, ap. 24, y Laskey, Jaggard y Brown contra Reino Unido de 19 febrero 1997 [TEDH 1997, 10], Repertorio 1997-I, pg. 131, ap. 36). También se ha de ver en la salud mental una parte esencial de la vida privada que concierne a la integridad moral. El artículo 8 protege el derecho a la identidad y al desarrollo personal y el de establecer relaciones con sus semejantes y el mundo exterior (ver, por ejemplo, Sentencias Burghartz, previamente citada, dictamen de la Comisión, pg. 37, ap. 47, y Friedl contra Austria de 31 enero 1995 [TEDH 1995, 4], serie A núm. 305-B, dictamen de la Comisión, pg. 20, ap. 45). La salvaguardia de la estabilidad mental es a este respecto una condición previa al goce efectivo del derecho al respeto de la vida privada. 48. Volviendo al presente caso, el Tribunal recuerda haber estimado más arriba que el riesgo de perjuicio que un regreso a su país causaría en la salud del demandante se debe a unos factores muy hipotéticos y que no se ha probado que el interesado sufriría un trato inhumano o degradante. Tampoco se ha establecido en este caso que su integridad moral sufriría una lesión de un grado suficiente para que se aplique el artículo 8 del Convenio (RCL 1999, 1190, 1572). Suponiendo incluso que se considere que la conmoción que representaría para el demandante su expulsión del Reino Unido donde ha vivido estos últimos once años lesiona la vida privada del interesado, habida cuenta de las relaciones y el apoyo que ha tenido en este país, el Tribunal estima que se puede estimar que tal injerencia cumple las exigencias del segundo apartado del artículo 8, dicho de otro modo, que se trata de una medida "prevista por la Ley", que trata de proteger el bienestar económico del país, la defensa del orden y la prevención del delito y es "necesaria en una sociedad democrática" para lograr estos fines».