San Agustín de Hipona - Parroquia Inmaculada Concepción de

Anuncio
LOS PADRES DE LA IGLESIA
Philippe de Champaigne, san Agustín, 1645-50.
Museo de Arte del Condado de Los Ángeles.
F a s c í c u l o X X X
S a n A g u s t í n d e H i p o n a
( 3 ª p a r t e )
Parroquia Inmaculada Concepción
Monte Grande
www.inmaculadamg.org.ar
1
“No busques qué dar, date a ti mismo.”
San Agustín
El pastor de almas
A lo largo de su prolongada actividad en Hipona, Agustín debe afrontar dos peligrosas herejías: el
maniqueísmo y el donatismo.
El maniqueísmo, al cual él mismo había pertenecido, se presentaba muy atrayente con un
elaborado sistema doctrinal y con una moral ascética severa. Lo combatió con una nutrida serie de
trabajos y de disputas públicas con los representantes del movimiento, utilizando los argumentos
antimaniqueos tomados de la escuela de los filósofos neoplatónicos y de san Ambrosio, que le habían
ayudado a superar su etapa como integrante de esta secta.
El mal, sostiene Agustín, es la falta de bien y el Antiguo Testamento es parte integrante de la
Sagrada Escritura y constituye una unidad armónica con la revelación del Nuevo Testamento.
Fue más delicada la controversia donatista, movimiento que ya desde hacía un siglo agitaba la vida
de la cristiandad africana, con graves implicancias sociales y políticas.
Los donatistas, toman el nombre del obispo Donato, que se había alejado de la Iglesia Católica,
considerada por él como muy unida al poder imperial de Roma y de la civilización latina, sustancialmente
extraña a la cultura de las poblaciones africanas locales. Después de las persecuciones de Diocleciano,
ellos se habían declarado en contra de la readmisión de los obispos que habían entregado a las autoridades
los libros sagrados.
Según ellos la Iglesia debe ser una sociedad perpetua de santos y los sacramentos administrados
por sacerdotes indignos pierden validez. Estaba en juego la eclesiología y una doctrina de los sacramentos
que no podían dejar indiferente a san Agustín. Sus argumentos de alto nivel, y su doctrina de la gracia
ofrecían respuestas precisas y definitivas: si en los sacramentos actúa la gracia de Dios, para nada influye
sobre su vitalidad la mayor o menor dignidad del ministro, sólo será ineficaz para aquel que lo recibe
indignamente.
Finalmente, Agustín aceptó la intervención imperial que pone fin al cisma donatista en la
conferencia de Cartago en el 411: el hecho que Agustín haya, en condiciones extremas, reconocido la
legitimidad y la bondad de la “coarción” religiosa, como también el derecho de combatir la guerra “justa”
para defenderse de los bárbaros, es un signo de la dureza de los tiempos en que vivió Agustín.
Fueron muy unidos el cuidado por la doctrina y la actividad pastoral. Intervino activamente en la
actividad litúrgica de la Iglesia y con su rica correspondencia epistolar hace sentir su autorizada voz en
todas las direcciones. Con los sacerdotes en Hipona vive monásticamente, ejercitando con los demás la
virtud de la humildad.
“¡Oh Dios, separarse de ti es caer; volverse a ti levantarse; permanecer en ti estar seguro!
¡Oh Dios, salir de ti es morir; volver a ti revivir; habitar en ti vivir!”
San Agustín
El Doctor de la Gracia
El título de “Doctor de la Gracia” con el que es conocido en la historia de la Teología, recuerda
especialmente el largo esfuerzo desplegado por él para combatir la doctrina racionalista de Pelagio sobre
la gracia desde el año 412. El conflicto teológico con los pelagianos será la controversia más larga y
fatigosa con la que Agustín tuvo que lidiar, en la que invertirá hasta la muerte sus convicciones más
profundas y dolorosas.
Pelagio era un docto monje británico con una gran fama de maestro espiritual. Su predicación
rígidamente ascética lo había conducido a subrayar con demasiado vigor el valor de la libertad humana y
la capacidad natural de la voluntad para la salvación. Según él, Adán habría dado un mal ejemplo, y los
hombres, aún después del pecado original, son todavía sustancialmente capaces de autodeterminarse
naturalmente en el camino del bien y del mal.
Es esta doctrina excesivamente optimista. Agustín, no cesará de reconocer en estas afirmaciones
pelagianas la fundamental negación de la gracia divina, que salva, sólo ella, sin ningún mérito de parte del
hombre. Para Agustín, toda la humanidad, después del pecado original, está sometida a una Justa
condena, y solamente la misteriosa gracia de Dios interviene para la salvación.
2
La parábola de las diez doncellas en la procesión de bodas (Cf. Mateo 25, 1-13),
representado en una miniatura del Códice de Rossano (siglo VI).
La parábola es una llamada a la vigilancia cristiana a estar alerta y activo.
“No te alabes a ti..., sino a Dios en ti...
Y no por lo que eres..., sino porque Él te hizo...
No porque tú puedes algo..., sino porque Él puede en ti y por ti...
San Agustín
Teología y pensamientos de san Agustín
La vocación de San Agustín, su misión, consistió en recoger, coordinar, asimilar y transmitir dos
culturas: la grecorromana y la judeocristiana. Lo realizó tan perfectamente, que se constituyó en genio de
Europa. Marcó una nueva ruta al pensamiento y su influjo en la espiritualidad cristiana ha sido notable.
Algunos escritos de Agustín como las «Confesiones», la «Ciudad de Dios», «La Trinidad» y «La
doctrina cristiana», iluminan no solamente la época patrística, sino que también han marcado de modo
indeleble el camino de todas las épocas sucesivas de la historia de la teología. Con Agustín la teología ha
alcanzado unos de sus hitos más altos de todos los tiempos, quizá el más alto de modo absoluto.
Teología trinitaria: su intervención en la clarificación del misterio de la Trinidad ha sido decisiva.
Fijó con precisión el significado de los términos clave. Mientras que las Personas divinas son
perfectamente idénticas al nivel de esencia y de perfección absoluta, se distinguen al nivel de las
relaciones.
San Agustín aclara que la identidad del Padre procede de la relación de Paternidad, que solamente
él posee; la identidad del Hijo, de la Filiación, y la identidad del Espíritu Santo de la donación pasiva (el
Don que el Padre y el Hijo se hacen recíprocamente).
El problema del mal: san Agustín lo trata en su polémica con los maniqueos, quienes sostenían un
principio del mal junto a un principio del bien. Agustín afirma que sólo hay un Dios bueno, creador del
Cielo y de la Tierra, y que el mal viene al mundo por la misma limitación de la creación y, sobre todo, por
el pecado (mal moral).
Eclesiología: en la controversia donatista y en la «Ciudad de Dios» desarrolló la noción de la
Iglesia como:
1) Comunidad de fieles edificada sobre el fundamento de los apóstoles;
2) Comunidad de justos que peregrinan por el mundo desde Abel hasta el final de los tiempos;
3) Comunidad de predestinados que viven en la inmortalidad dichosa.
La primera es la communio sacramentorum, en la que bajo la guía de los obispos, de los concilios,
y de la Sedes Petri, están unidos buenos y malos sin que la santidad de los primeros se vea contaminada
por los segundos, aunque los sacramentos por su naturaleza cristológica son válidos —pero no
3
fructuosos— fuera de la verdadera Iglesia. Soluciona el problema de la presencia de los pecadores en la
Iglesia diciendo que es un cuerpo mixto y que los pecadores no contaminan las virtudes de los buenos,
por eso sigue santa aún a pesar de aquéllos. Los pecadores forman parte de la Iglesia sólo en apariencia,
los justos poseen realmente la justicia, son hijos de Dios.
La segunda es la communio iustorum, presente ya antes de Cristo, pero no sin Cristo, en tensión a
la escatología.
La tercera es la communio praedestinatorum, constituida por los que componen el reino de Dios
glorioso, pero “ya en el presente la Iglesia es el reino de Dios y el reino de los cielos”.
Defiende su unidad, catolicidad, apostolicidad y santidad. Asegura que el bautismo es válido
también fuera de la Iglesia aunque aproveche sólo en ella. La Iglesia se extiende más allá de sus confines
institucionales y tiende hacia la eternidad. Es, aunque no exclusivamente, escatológica, pues sólo
entonces los pecadores serán separados de los justos.
El núcleo central de la eclesiología es Cristo, que está siempre presente obrando en la Iglesia. El
Espíritu Santo es el alma del cuerpo místico y por ello el principio de comunión. La Iglesia es también
ahora reino de Cristo.
Soteriología: para defender la Iglesia contra los pelagianos y paganos profundizó en la soteriología
y la gracia desarrollando los siguientes puntos:
Cristo es el único mediador y en cuanto hombre Dios.
Cristo es el mediador en cuanto redentor: Cristo se encarnó para redimir a los hombres del
pecado. La redención es necesaria pues nadie puede salvarse sin Cristo; es objetiva (la
redención), porque no consiste sólo en el ejemplo, sino que la reconciliación con Dios es
universal ya que Cristo murió por todos los hombres. De esta teología de la redención, san
Agustín, deduce la teología del pecado original: consiste en un alejamiento de Dios,
precisamente porque Cristo nos ha reconciliado a todos los hombres con Dios.
Cristo como sacerdote y sacrificio: Cristo quiso ser no sólo sacerdote, sino además sacrificio.
Mosaico en la Iglesia de la multiplicación de los panes y los peces (Mateo 14, 13)
en Tabgha, cerca del Mar de Galilea (Kineret Yam), Israel.
Este lugar señala el sitio donde se habría realizado el milagro.
Redención: la redención es necesaria, objetiva y universal. Todos los hombres tienen necesidad de
ser justificados en Cristo. La justificación lleva consigo la remisión de los pecados y la renovación
interior que comienza aquí en la tierra y llega a su perfección después de la resurrección. Para llegar a la
justificación y perseverar en ella se necesita la gracia divina que consiste en la inspiración de la caridad
para que hagamos con amor lo que conocemos que hay que hacer.
4
Agustín defiende la necesidad, la eficacia y la gratuidad de la gracia. Sobre el misterio de la
predestinación que sintió muy profundamente, pone de relieve la gratuidad de la salvación; tanto el
comienzo de la fe como la perseverancia final son dones de Dios.
Mariología: Agustín sostuvo el nacimiento de Dios de la virgen María pero no llega a utilizar la
terminología de “madre de Dios” típica de Oriente. Afirmó igualmente la virginidad perpetua de María:
“Virgen concibió, Virgen dio a luz y Virgen permaneció” (Sermón LI, 18), aunque la consideró verdadera
esposa de José (De Nupt. et. conc. I, 11, 12) y asimismo sostuvo que María no había sido manchada por el
pecado (De Nat. et gr. XXXVI, 42).
Sacramentos: acepta la validez del bautismo fuera de la Iglesia pero niega que sea provechoso. El
mismo es necesario para la salvación aunque puede existir también de deseo (De Bapt. IV, 22, 29). La
Eucaristía se relaciona dentro de un claro simbolismo de signo eclesiológico, pero parece que Agustín
comparte la creencia de que el pan se transforma en el cuerpo de Cristo y el vino en la sangre, así como,
al menos en cierta medida, el contenido sacrificial de la Eucaristía (Conf. IX, 12, 32-13, 36). Por otro
lado, parece favorecer la práctica de la penitencia en público.
Espiritualidad: el contenido de la espiritualidad de san Agustín puede resumirse en estos temas:
vocación universal a la santidad; la caridad: alma, centro y medida de la perfección; la humildad:
condición indispensable para desarrollar la caridad; la purificación interior o el ascetismo: ley de
ascensiones interiores; la oración: deber y necesidad, medio y fin de la vida espiritual; los dones del
Espíritu Santo; la imitación de Cristo; amor y meditación de la Escritura.
Escatología: se opuso a la concepción platónica de la historia, defendió la resurrección de los
cuerpos, cuerpos de verdad pero incorruptibles. Esclareció la eternidad de las penas. No admitió la
apocatástasis de Orígenes (ver fascículo XVII, página 5).
Insistió en la dimensión social y cristológica para explicar la felicidad del cielo. El cielo es la
“insaciable saciedad”. Antes de la resurrección no poseemos esta felicidad plenamente, sino sólo una
“consolación de la tardanza”.
Por último, admitió la existencia del purgatorio.
La filosofía del lenguaje de san Agustín
San Agustín trata del problema del lenguaje en el «De Magistro» y en «De Doctrina cristiana». En
estas dos obras explica que las palabras no son fuente de conocimiento, porque las cosas naturales las
conocemos por la visión y las sobrenaturales es Cristo mismo el que nos las da a conocer. Las palabras
son un instrumento para recordarnos lo que ya hemos conocido. Son un signo convencional (también hay
signos naturales).
La Sagrada Escritura es Palabra de Dios y está en el marco de los signos. El sentido de la Escritura
puede ser literal (inmediato) o alegórico (nos da a conocer una realidad más allá de lo que las palabras
quieren significar inmediatamente). San Agustín afirma que las palabras son signo de las cosas, pero
también en ocasiones dice que son signo del pensamiento.
Respecto del lenguaje teológico, san Agustín dice que podemos hablar de Dios con nuestro
lenguaje humano porque Él es el que ha creado todas las cosas, pero sobre todo porque ha creado al
hombre a su imagen y semejanza. Nuestro lenguaje es apto, por tanto, para hablar de lo divino (las ideas
no tienen subsistencia en sí mismas, sino en Dios), aunque no es posible hablar de Dios de manera
plenamente adecuada, porque es inefable.
Reflexión de Su Santidad Benedicto XVI
En la conclusión de la carta apostólica «Augustinum Hipponensem», Juan Pablo II quiso preguntar
al mismo santo qué podía decir a los hombres de hoy y responde sobre todo con las palabras que Agustín
confió en una carta dictada poco después de su conversión: “Me parece que se debe llevar a los hombres
a la esperanza de encontrar la verdad” (Epistulae, 1, 1); esa verdad que es Cristo, Dios verdadero, a
quien se dirige una de las oraciones más hermosas y famosas de las «Confesiones» (X, 27, 38): “¡Tarde
te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo
fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si
no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y
fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me
tocaste, y abraséme en tu paz”.
5
De este modo Agustín encontró a Dios y durante toda su vida hizo su experiencia hasta el punto de
que esta realidad —que es ante todo el encuentro con una Persona, Jesús— cambió su vida, como cambia
la de cuantos, hombres y mujeres, en todo tiempo, que tienen la gracia de encontrarse con él. Pidamos al
Señor que nos dé esta gracia y nos haga encontrar así su paz.
Siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de san Agustín, os animo a buscar a Cristo con todas las
fuerzas, para encontrar en Él la verdad de vuestras vidas.
6
Descargar