la muerte y sus diferentes representaciones

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CAPITULO 2. LA MUERTE Y SUS DIFERENTES REPRESENTACIONES
METAFÓRICAS EN EL LUTO HUMANO DE JOSÉ REVUELTAS
En este capítulo haremos un análisis sobre el concepto de la muerte como
metáfora y las diversas posturas que apoyan o refutan sobre el mismo. Como primer
punto es importante señalar que, dentro de los problemas existenciales que se han
forjado en la vida humana, la muerte ha conformado una importancia sumamente
significativa en las mentes de los creadores literarios, casi como un misterio universal.
Es difícil querer deslindar la temática de la muerte, ya que figura como una de las
temáticas más antiguas dentro de la literatura. Considero que es atractiva también la
idea de implementar el sentido de la muerte como una intención cultural y
representativa (en el caso de Revueltas y otros) para edificar un panorama literario
confabulado por la incertidumbre de un ente tan enigmático como lo es este concepto y
su impacto en la mente humana.
2.1 La metáfora de la muerte como significación omnipresente en los diálogos y
pensamientos de los personajes
Hay que tener conciencia sobre el sinnúmero de significaciones que conlleva el
tema de la muerte y su concepción ante el lector, ya que tradicionalmente se le concibe
como un augurio de tristeza y de tragedia sin fundamentarse en algo más complejo,
como lo hace la narrativa misma. No debemos olvidar que el auténtico individuo
mexicano está fielmente representado hoy en día con el concepto de la muerte y que
tradiciones como el festejo del “Día de Muertos” han fundamentado su historia, sus
creencias y su ideología misma en este personaje. Mucho de lo cierto es que esta
temática edifica en la literatura aspectos históricos del pueblo mexicano y que, además,
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evidencia toda una riqueza cultural apegada a un origen histórico que viene desde los
pueblos prehispánicos (a través de sus rituales) hasta la llegada de la religión católica.
Rituales en las que este concepto es asumido como hecho o acción, designaba una
comunicación mística entre los aztecas con los dioses paganos.
En la actualidad, el catolicismo aplica esta temática como forma de trascender
hacia una divinidad prometida. Según esta creencia, los seres humanos debemos acceder
al proceso de la muerte como trascendencia al reino de los cielos. La victoria del hijo
del hombre sobre la muerte ha originado el nacimiento del concepto de fe sobre la
creación humana; dotándole un significado de negatividad y perversión absoluta que le
da la categoría de personaje. En muchas ocasiones suele confundírsele a éste personaje
con el mismo Satanás, ya que son símbolos de perdición y destrucción, espiritual y
material según la concepción de La Iglesia Católica y sus feligreses.
Teobaldo A. Noriega menciona, en su obra La muerte como tema en la novela
contemporánea, que:
El problema existencial del mexicano contemporáneo sigue moviéndose
dentro de la misma inquietud aunque de manera algo distinta. La historia
le ha señalado una irremediable pérdida de su identidad inicial con lo que
la vida, en parte, ha sido despojada de su valor. Vida y muerte son
inseparables, si a la primera se le quita su valor, la segunda también lo
pierde. Como concluye Paz: la muerte mexicana es un espejo de la vida
mexicana, afirmación que, sin ser llevada al extremo, puede ser cierta. En
la literatura este tema ha tenido gran resonancia, alzando su especulación
máxima en el contexto de la etapa revolucionaria iniciada en 1910. Si
algo define la literatura mexicana a partir de ese momento es su
morbidez. Se vive para la muerte, dentro de la muerte. Si algo se combate
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es la vida, a la que por venganza, se le opone su contrario. (1).
Noriega señala el sentido de la muerte como una identidad propia del mexicano
y revela la estrecha relación que se presenta entre ésta y la vida; como todo un Yinyang, donde sin vida no prevalece el concepto de muerte y viceversa. Hay un afán en la
narrativa mexicana por mostrar al hombre humanizado. Es a través de este tipo de
conceptos como se deja ver su paciente predestinación o su angustiante valoración de la
vida.
José Revueltas nos abre su obra describiendo una muerte humanizada, situada en
un quehacer tan cotidiano como lo es el estar en una silla pero sin situar acción alguna
más que esperar. Es aquí donde este autor cede prioridad a que el lector decodifique la
intención verdadera que conlleva la presencia de este personaje que, a su vez, conforma
un entorno figurativo a lo largo de la obra. Se sitúa este personaje como una atmósfera,
como una reflexión constante del narrador en las mentes de los demás personajes. La
muerte a su vez concretiza la condición humana a través del vacío existencial con que se
edifican los demás personajes y las acciones mismas que en su peso sólo presenta el
mismo peso de no sentirse vivos. Se construye la muerte como un todo, como un ente
que entra y sale dentro del cuerpo de sus personajes, que a su vez piensa y toma
conciencia sobre actuar y no actuar.
En la cita del epígrafe de Alberto Quintero Álvarez, con el que inicia El luto
humano: “porque la muerte es infinitamente un acto amoroso” interioriza la temática a
partir del proceso de la muerte como espacio-tiempo de eternidad y como acto y
sentimiento de los personajes hacia ellos mismos. Cede una anticipación sobre el
contenido de la obra y crea una perspectiva un tanto filosófica sobre los aspectos
significativos que logra crear dicho concepto a lo largo de sus capítulos.
Es importante reconocer que tal “acto amoroso” se desencadena a lo largo de
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toda la obra. Los personajes solidarizan su pesar en la velación, Úrsulo y Adán edifican
una tregua y olvidan su enemistad en la búsqueda del sacerdote y al final, uno a uno se
encarcela en la atmósfera de la muerte como agonía preexistente.
Concilio desde mi punto de vista que tal acto sugiere un desprendimiento de una
pertenencia; dejar ir lo que se ha querido para seguir viviendo. Lo infinito se maneja
como el recuerdo hacia lo perdido, ese ser que a través del proceso de la muerte se
vuelve infinito en la memoria de quienes la amaron. Aún más en la obra, ese ser se
centra en una niña con la cual se simboliza la pureza del alma acosada por el
ensombrecimiento de esta concepción. Un ser sin antecedentes infantiles, solo una niña
a la que se le ha arrebatado el vivir tal cual, vela que ha sido apagada por una ráfaga de
viento. El sentido de inocencia con que Revueltas presenta las descripciones de
Chonita, hace inaceptable la presencia de la muerte y se contrapone a las
representaciones metafóricas que ambos personajes presentan en la obra; es el
claroscuro que Revueltas aplica y que exitosamente se desenvuelve a lo largo de la
narración.
Aun en la actualidad para cierto número de lectores es difícil asimilar a un
personaje inocente e infantil sin vida. Literalmente así lo presenta Revueltas en la
siguiente cita: “Siniestramente activa, su mujer amortajaba el cuerpecito muerto, llena
de cariño, pero con una especie de trágica osadía, como si no tuviera el comedimiento
necesario frente a un cadáver. Se volvió para mirar a su marido con ojos resueltos y
bárbaros” (12).
Chonita: cuerpo sin vida de la representación simbólica de la inocencia, da
cabida a reflexionar sobre principios morales carentes en los personajes, pero que se
disfrazan de cierta manera en el “código de honor” que establecen Ursulo y Adán para
compartir el luto y en lo incierto de la solidaridad al compartir cada palabra de pésame.
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El concepto de la muerte maneja una significación de pesar y de agonía, aplicada en la
narración con la finalidad de crear acciones que conlleven a autojustificarse en base a
ésta. Chonita muere y es ahí donde nace el momento de ir por el cura, de ir en búsqueda
de la salvación divina para dejar de sufrir en la muerte misma. Porque a fin de cuentas,
Revueltas maneja este concepto como una aceptación del destino, en las mentes de los
personajes y deja que el lector mismo quede inmerso en la monotonía de los sucesos.
Todo es tan descriptivo como se puede ver desde un inicio, la muerte postrada en una
silla en espera del momento preciso para tomar la vida de Chonita y luego se vuelve un
motivo para crear acciones que a la vez, por efecto de metonimia, cambia
completamente el curso de la narración con una presencia contundente de la vida
cotidiana.
La muerte se maneja de modo figurativo, pero al mismo tiempo tan sólido al
adoptar formas en la mente del lector y en las mentes de los personajes. Se concretiza
según las circunstancias de la narración como es el sentir de los personajes y según la
propiedad literaria con que se van desarrollando las acciones. Todo con la finalidad de
jugar con principios filosóficos en los que la diversidad de pensamiento nos haga
reflexionar acerca de la postura de los personajes, sin darnos cuenta que se asimila
indirectamente esa aceptación en nosotros los lectores.
En el transcurso de la narración, a la muerte como personaje se le confieren
características y adjetivos que la califican como un ente pasajero y estático a la vez. Está
y no está entre los personajes, pero existe una anticipación al significado de su presencia
en cada párrafo de la obra. Dicho concepto abre la temática reflexiva en cada uno de los
personajes. Los constantes monólogos de los personajes a los que alude el narrador
muestran una concepción filosófica y cultural que promueve y evidencia el contexto
social de la obra. Revueltas nos regala un espacio geográfico oscuro, negativo y árido
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como las descripciones desérticas que presentó Juan Rulfo en El llano en llamas. La
muerte se apodera no sólo de los pensamientos de los personajes sino que también
amplía su significación hacia el espacio físico y geográfico de la novela. Envuelve cada
aspecto de la obra de un negro que lo abarca y lo polariza todo, como un luto con el que
viven y perecen los personajes sin objeción alguna. La raíz de todo esto es al parecer,
que los personajes están sometidos y subyugados por su condición social, no ansían lo
que nunca han tenido, todo es monótono y la mayoría de las cosas se perciben como
trivialidades aunque para el lector no lo parezcan.
La condición humana en El luto humano obedece a la creencia que presentan los
personajes, basados en la salvación del alma en la otra vida o en el más allá. Se requiere
que un cura aplique los santos óleos para que termine el sufrimiento de un ser que ya no
sufre. La novela muestra que Chonita sufrió antes y después de la muerte. Antes porque
la muerte no es la acción sino en realidad lo que antecede, la preocupación y el temor de
lo que vendrá y, después, porque se requiere de un ritual religioso para que su alma
sufra menos de lo que sufrió en su deceso:
Él no podía negarse ya, en efecto. Ni siquiera movió la cabeza como
antes, terca y dubitativamente; se sentía tonto de tan triste. La muerte ya
no estaba en la silla, pero tampoco, ¡oh Dios!, en aquel cuerpo fallecido.
Porque la muerte no es morir, sino lo anterior al morir, lo inmediatamente
anterior, cuando aún no entra en el cuerpo y está, inmóvil y blanca, negra,
violeta, cárdena, sentada en la más próxima silla.
-Sí-dijo, pues ahora ya no le importaba ir por el cura-, iré a llamarlo…
Siempre un cura a la hora de la muerte. Un cura que extrae el corazón del
pecho con ese puñal de piedra de la penitencia, para ofrecerlo, como
antes a los viejos sacerdotes en la piedra de los sacrificios, a Dios, a Dios
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en cuyo seno se pulverizaron los ídolos esparciendo su tierra, impalpable
ahora en el cuerpo blanco de la divinidad. (Revueltas 12)
La cita anterior sugiere el sentido místico-religioso de una vida más allá de la
muerte y el deber de evocar a la santidad de una divinidad católica introducida por el
sarcasmo de los rituales paganos que la voz narrativa describe. La muerte es la
condición aceptada por los personajes, ya que desde un inicio Úrsulo se niega a ir por el
Cura, lo que causa el conflicto inicial entre él y su mujer y lo que se confabula para
discernir y reflexionar sobre la necesidad de una tercera persona para la salvación del
alma que ya se ha ido. Es la condición más representativa del típico mexicano: la
aceptación de que nadie escapa a la muerte y la preparación anticipada para concebirla
como venidera en todo momento y en cualquier circunstancia. Este es uno de los logros
estéticos que Revueltas plasma en esta obra, la trascendencia con que se representa un
mundo caótico, en el que impera la agonía terrenal de un mundo en la desesperanza,
donde se construye la melancolía con que los personajes desarrollan el drama a través
del dejar de vivir con el alma muerta.
La muerte acecha en cada uno de los apartados de la obra. Se vuelve la
preocupación y reflexión de y para cada uno de los personajes. Los define y los posee,
es como un juego de títeres en el que impera un razonamiento constante acerca de la
vida y la muerte. Con la multiplicidad de significaciones trastoca todo en un juego
claroscuro y se evoca una realidad viva y muerta a la vez.
No sólo los diálogos y pensamientos de los personajes participan en ese luto
atmosférico que se visualiza en la obra, sino que objetos de la naturaleza como lo es el
río y el pueblo en sí, encierran la aridez con que se tornan las circunstancias en la
decadencia misma del vivir en desesperanza. La noche tan negra en que se narra la
búsqueda del Cura acierta a contemplar el luto del cielo por la muerte de Chonita y
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contribuye a forjar lo oscuro de la suerte para Úrsulo en su búsqueda de encontrar la
absolución tardía:
Tropezó con un cercado en medio de la abrumadora oscuridad. ¿Qué?
¿Dónde estaba? El viento en su derrededor, de agua, gemía, sordo y
arbitrario. Entonces Úrsulo sintió que de tan triste, de tantas y repetidas
ideas como tenía en la cabeza, había extraviado el camino. Golpeó el
cercado de madera:
-¿Estoy muy lejos del río?
¿Y estaría en realidad, muy lejos, independientemente de que alguien
diera respuesta a sus gritos y lo situara?
Dentro escuchóse un ruido pequeño y luego la voz indispensable,
desconfiada, sorda:
-¿Qué quiere?
-El río… atravesarlo…
El río, serpiente de agua negra y agresiva, sucio de tempestades, con su
lecho de fuera en la agitada superficie. Entre sueños, la desconfianza
nocturna, el siempre esperar un enemigo en la tinieblas, hizo hablar
también la voz de una mujer, que murmuró junto al marido. (Revueltas
16)
La realidad tan oscura con que Revueltas enfrenta a sus personajes con su
destino despliega toda una serie de reflexiones que humanizan los sentidos del lector.
Concilia la verdad de un pueblo con el ateísmo en contra de la constante necesidad de
infundir la fe ante la adversidad. Y es que el hecho de ir contra la naturaleza también
despliega un sentido de adversidad ensombrecedora; no sólo los personajes se sujetan a
una predestinación agobiante sino que también se insertan adversidades geográficas,
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ambientales y morales, con las que se estructura ese mundo del caos que tanto
representa Revueltas en sus obras.
La cita anterior hace mención a lo nocturno como un aspecto desconocido. Tan
desconocido e incierto como lo es el concepto de la muerte, en su representación
descolorida del ambiente y de los objetos. Ciertamente cubre su sentido de significación
al adentrarse tanto en los personajes como en los objetos y es que, sólo así, logra
concebir un efecto metonímico al ajustar los arquetipos al título de esta novela.
2.2 La metáfora de la muerte como recurso portador del realismo en el sentir y el
pensar de los personajes
La muerte se hace presente en los personajes a través de sus temores, sus
recuerdos y su decadencia en su condición humana. Se generaliza en el ambiente, pero
es aún más contundente su efecto sobre los personajes, ya que el hecho de crear
reflexiones filosóficas y culturales con respecto a este tipo de conceptos existenciales
revela toda una construcción mental del autor por ofrecer un sinnúmero de sentidos para
el lector. Es como un enemigo en las tinieblas, al que para los distintos personajes,
supone la existencia y la presentación de Adán dentro de la obra, pero también supone la
existencia de la muerte en el temor a morir que presenta Úrsulo en la oscuridad en la
que se encuentra.
La “desconfianza nocturna” no es tan sólo el perder la ubicación del lugar por
parte de Úrsulo, sino que también supone la existencia de la muerte en el ambiente y en
descontrol y desconcierto del alma (norteado) en todos los espacios de la novela. La
muerte es tan nocturna como lo incierto de no saber qué hay más allá de ésta; en donde
la conciencia humana supone un descanso eterno, un dormir para ya no despertar. El
sentido es visualizar la manera en que Revueltas juega con los efectos de la muerte y los
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aplica tanto a los personajes como a los objetos reales o inanimados para formalizar su
presencia como un ente omnipresente. Es el “lado moridor”, como lo llama el autor. La
aplicación consecuente del método marxista, que él sostiene está en la realidad, pero
que en un segundo momento él descubre o inyecta en la realidad, le permite perseguir
los movimientos internos de este mundo, descubrir sus líneas de fuga, sus movimientos
de descenso y degradación, y encontrar en esta degradación, en esta corrupción
aparente, no una manifestación del mal en términos absolutos, sino un momento en el
camino de la superación dialéctica de la realidad (Escalante 23).
La muerte también supone una posibilidad en las mentes de los personajes; es un
suceso que puede dar cabida a una reacción que explica o justifica circunstancias y
efectos. Los personajes están conscientes que este concepto también se deja llevar como
un “impulso” que sensibiliza sus emociones y les proporciona vida a sus pensamientos:
“Podían matarse. Uno u otro podrían dar la señal, el impulso de muerte. „Basta que él o
yo empujemos…‟, pensó Úrsulo, pero un grito lo contuvo” (Revueltas 20). El impulso
de activar sus pensamientos en acciones que supondrán un suceso más significativo
pero que a su vez, llena al lector con saber que sólo son los pensamientos que hablan sin
ser partícipes más allá de lo evocativo. El motivo es crear el suspenso a través de lo que
podría ser sin ser más de lo que la novela o el autor requiera que sea.
La novela no sólo muestra ese camino de predestinación y agonía hacia la
muerte, sino que habla que de igual manera de como Úrsulo y Adán se han originado en
su recelo de ésta en sus orígenes. En lo que se refiere a la representación simbólica del
tema, el luto humano podría decirse que es el alma ennegrecida de los personajes, al
someterse a un mundo de indiferencia y razonamiento, de predestinación y martirio ante
los sucesos que la narración les confiere.
Todo lo contemplan desde una postura indiferente, desde un ángulo de continuo
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sometimiento ante lo inevitable; una construcción humana de un mundo caótico y
apocalíptico, donde perdura la constante búsqueda de una esperanza no anhelada. Al
parecer, Revueltas describe todo un panorama muerto en su obra:
Aun cuando, ¿qué sentido encerraba aquello frente a todo lo muerto?
¿Frente a todas las cosas muertas y sin resurrección? La noche parecía no
tener fin, y Adán, dentro de La Cautivadora, como dentro de un ataúd,
con el cerebro oscuro y la respiración entrecortada, tampoco tenía fin.
Los remos batían el agua terrenal y mortuoria, “Gracias”, pensó Adán;
pero un rencor inexplicable, una vergüenza, un agradecimiento
rencoroso, le impidieron pronunciar la menor palabra. (Revueltas 21)
Se sigue hablando de la muerte como un proceso sin fin, un proceso al que tarde
o temprano todos los personajes van accediendo; inician reflexionando acerca de un
todo, una valoración anticipada que anuncia ese más allá al que se dirigen todas las
cosas y la construcción mental de ese concepto, por parte del narrador. Dice Evodio
Escalante lo siguiente:
entrar en este mundo revueltiano, es decir, en esta textualidad, en estos
textos mayores y menores, exige abandonar de un golpe viejos hábitos
literarios (una formación, una escuela, una semántica, una malla de
protección): lo que queda adelante no es sino el desierto de los signos,
que es también, como podrá verse después, el paraíso del acabamiento,
del dejar-de-ser, el espacio de un mundo involutivo y atroz. Toda la
arqueología de metáforas, símbolos, arquetipos, el lastre excedente de
esferas sublimadas, queda inutilizado por completo. Por ello, pensar en el
mundo revueltiano como “una metáfora de la opresión” (¿todavía
metáforas?, ¿es que faltan?) no puede ser entendido sino como una
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invitación a morir de la risa. Nada más extraño a Revueltas que cualquier
pretensión por embellecer lo real, metaforizarlo, sublimarlo, culturizarlo,
exorcizarlo, volverlo digerible, agradable, confortable: aquí está el
secreto. Lo que él quiere, como se ha visto, es presentar en el texto sin
omisiones, sin complementos ni válvulas de escape, el “movimiento
interno propio” de lo real. (27)
La cosificación que aplica el autor en esta novela y las constantes comparaciones
de los personajes con los objetos inanimados amplifica el sentido de lo muerto, creando
todo un ambiente de oscuridad y vacío en el que se adentra el lector y se hace
copartícipe. Como ente omnipresente, el concepto de la muerte construye en los
personajes acciones que suscitan una significación que va más allá de una narración
tradicional. La muerte ya no como concepto sino como personaje, se manifiesta en los
personajes como una sombra que acecha y obliga a los personajes a crear una
conciencia entre cada uno, e individualiza su nivel ficcional dentro de la obra. Así lo
menciona Revueltas al inicio del segundo capítulo al encontrarse Úrsulo y Adán de
frente con el cura:
Iba de inmediato a poner ya su objeción: “Perdónenme, hijos míos…”,
pero la sencillez abrumadora de aquellos hombres salidos de la noche
impedía cualquier esfuerzo. De la noche y de la muerte y que estaba ahí
con su olor a mezcal. Pues cuando él dijera: “Perdónenme, hijos míos, no
puedo…”, y en seguida la excusa, seguirían sin alterarse, musitando tan
sólo: “Está bien, padre”, o “Está bien”, o “Dispense la molestia”, con la
voz uniforme y sin emoción, para salir de nuevo a las tinieblas, ya que
los determinaba la sombra de un pensamiento fijo en el que las cosas,
como ocurrieran –en cualquier sentido-, debían ocurrir así. (Revueltas
39
23)
La manera tan descriptiva de narrar los sucesos en Revueltas hace que los
personajes se manifiesten como entes humildes y sencillos, donde la muerte es un trance
más en el caminar por este mundo, donde la soltura de los gestos dice más que mil
palabras. Y es gracias a este tipo de técnicas narrativas donde se sujeta al individuo con
sus orígenes, donde se da esa retrospección tan propia de su mundo ancestral para
simular que aún es parte de la tierra y del barro, que aún se sujeta su vida y su muerte al
mundo del caos y el misticismo.
La cosificación de los personajes hace posible que se adhieran al panorama de
pena y augurio, de soledad y escasez con que se confabula la narración. El hecho de
posicionarlos como un objeto estático los hace ser más realistas a la vista del lector.
Nosotros mismos le conferimos como propia esa cosificación a partir de su condición
social, sus gestos y ademanes que los hacen bastantes propios en sus acciones.
La muerte se consolida como una fuerza que funge como nexo para unir a
Úrsulo y Adán en la búsqueda del sacerdote. La obra concilia en la mente del lector el
asombro que implica cambiar el motivo de enemistad que había formulado la muerte
para después evolucionar en un motivo de fraternidad ante un suceso. Esta acción nos la
presenta el autor a través de las constantes reflexiones de los personajes, de sus
continuas búsquedas de una razón para valorar lo que implica una muerte de un ser
humano en diversos ángulos.
Una de las formas en que José Revueltas logra incrustar tan bien este concepto
es a través del catolicismo y el paganismo, los cuales logra fusionar en las reflexiones
de los personajes. Las constantes descripciones en las que se logran visualizar esos dos
mundos, crean la fraternidad con la que se vuelve conciliable lo aparentemente
inconciliable; es decir, muerte y vida, paganismo y religión, etc. Todo bajo un orden de
40
sentido y aceptación humana, algo concretado consistentemente que se ajusta sin ningún
preámbulo a la realidad de esta novela.
Las constantes referencias bíblicas que presenta el autor consolidan y refutan
aún más el sentido interno de la muerte que asumen los personajes y la representación
paradójicamente viva con que presenta un pueblo. La cita siguiente: “Los muertos
cobraban entonces una calidad viva y superior. De pronto eran ya, consagrados e
inmortales, actitud, salvación, renuncia. Y este país era un país de muertos caminando,
hondo país en busca del ancla, del sostén secreto” (Revueltas 25), supone ese hablar y
actuar tan monótono por parte de los personajes, sólo en espera de lo que vendrá; esa
postura de esperar su muerte como un trance hacia algo, donde los personajes no buscan
definirla, sólo encontrarla. Tal vez a un nivel personal podríamos interpretar que la
muerte es la representación de esa “ancla”, la cual sujetará tanto las acciones como los
pensamientos de los personajes y, en un nivel más complejo, su propia identidad en la
obra.
Tiene que ver también con su afán de sujetarse a la muerte como un status o
forma de vida. Los personajes se aferran a su condición humana y a seguir sintiéndose
parte de esa agonía. El lugar en el que viven es un llano que quedó en sequía por la
presa que dejó de funcionar; tan seco y árido como lo emotivo de cada uno de estos
personajes. Hay una crítica que cede paso a pensar en los elementos tan marcados en la
obra, en la que se menciona que:
La amalgama de elementos que se combinan en el tejido de El luto
humano, a la que se suma la perspectiva honda de un narrador que asume
con frecuencia un tono reflexivo, casi más propio del ensayo, plantea una
tensión continua entre lo anecdótico, vinculado a un recorrido
panorámico por la historia contemporánea de México, y lo alegórico41
simbólico, que apunta más bien hacia una visión esencial, atemporal, que
se pregunta por la condición del hombre y el sentido de su peregrinar
terreno. (Arias 43-44)
La representación de la muerte como una “tregua silenciosa” entre Úrsulo y
Adán da pie a la conformidad de asumir, el contraste que figura la lucha de dos hombres
por emplear un significado figurativo al que literalmente le adjudica el lector a la obra.
Ambos personajes sienten la muerte de cerca; en los antecedentes que muestra la obra
de uno y de otro figura el miedo que constantemente los acecha, la sombra que aparece
a sus espaldas, a su lado y en su pensamiento es sin duda, otro acompañante fiel en la
tragedia de su peregrinar desde el principio hasta el final de la novela.
2.3 La metáfora de la muerte como pérdida del sentimiento y de la fe
Todos en la obra comparten el concepto de la muerte como un sentimiento,
como un estado neutral en que solidarizan su sentir ante el suceso terrenal y a la vez
celestial que implica morir. Puede ser por tal motivo que todos representan el concepto
de la muerte interna y externamente porque ésta vive en ellos, sabe lo que sienten, lo
que piensan y motiva sus acciones; edifica el panorama y caracteriza los objetos:
No eran, por cierto, ellos dos, Úrsulo y Adán, quienes lo habían llamado.
Lo llamaban, mejor, las sombras, el abismo, la tristeza, todo aquello sin
amanecer y sin aurora que latía tan fuertemente en el aire, en su Iglesia,
en el río, en el secreto de la confesión. El paisaje era el mismo, ahí dentro
del pecho de cada hombre y dentro de la historia. Y por eso iba con los
sacramentos; para compartir la revelación siniestra del naufragio, del
permanente naufragio en que se vivía. (Revueltas 34)
Es el sentir de la muerte lo que se esparce en la narración, esa atmósfera de lo
42
negro y lo sombrío. Al narrarse la retrospección del Cura, sobre el movimiento de la
guerra cristera, se plantea una ideología que aumenta y condiciona el sentimiento de la
vida como un proyecto de culminación hacia la muerte. Ésta debe ganarse y debe
considerarse un honor purificarse en ella. Algo muy parecido propone en su crítica
Ángel Arias al referir que:
El sacerdote descubre en estos hombres su nueva Iglesia “sin fe y sin
religión”, porque “origen y destino se habían perdido”. Desde estas
reflexiones, (en las que se puede percibir la paradójica argumentación
que caracterizan a muchos personajes de Revueltas y a sus narradores), y
tal vez estimulados por la presencia de Adán, vienen a la cabeza del cura
los recuerdos del conflicto religioso, con un sabor amargo, que ha dejado
honda huella no sólo en su memoria, sino en la conciencia misma de su
tarea sacerdotal. (Arias 45)
Lo anterior fundamenta pensar en el proceso de lo omnipresente; es el sentir de
la muerte a través de los sentidos y acogerla para llegar a un punto que culmine en un
acto divino, en morir para acceder a algo desconocido, esperarla y aguardar su llegada
porque no hay nada más inevitable que el morir:
Muerte, de helada que es, en muerte cálida, de brasas y fulgores. ¡Muerte
cálida! Aprovechando la oscuridad, a tientas palpó el rostro de su hija:
muerte cálida la suya, como en San Anastasio –entra, muerte, en mí y
abrásame con tu tremendo fuego, que si a otros como al infierno, a mí
como el cielo ha de arderme, para purificarme. Entra, muerte caliente, en
mí-, pues las mejillas eran más que vivas, con fuego bajo la piel. Algún
pensamiento final habría quedado tras el frente, sin salir, escondido
dentro del mármol de lumbre. Al encender otra vez los cirios, encontróse
43
con las mediecitas y el vestido amarillo-duro. Besó aquel cuerpo para
cerciorarse del calor de la muerte. Y no. Chonita estaba fría sobre las alas
de la mariposa; en movimiento. Chonita estaba en movimiento, pues la
muerte es móvil y avanza un milímetro por mes, o por año, o por siglo.
Bajo la piel las entrañas movíanse hacia la disolución y los tejidos
caminaban y las manos dejaban de ser manos. (Revueltas 34)
Podremos escudriñar si muchas de las afirmaciones que Revueltas presenta en su
narración son sólo literales o metafóricas, ya que la manera de llevar el ritmo y la
intencionalidad de su narración hace que la obra crea conciencia misma de la muerte y
lo transmita a los personajes de una manera omnipresente; que va y viene según el
contexto. Tal vez el objetivo de todo esto sea el de cubrir todos los entornos del
ambiente, todas las posibles significaciones y reflexiones de los personajes hacia algo
que lo abarque todo, el luto con el que se cubren todas las acciones y hasta el
pensamiento aparentemente más simple.
La siguiente cita responde a ese mundo nostálgico y muerto, donde se infunde
una muerte en vida porque la conciencia de los personajes se trasgrede a la llegada de
una absolución divina para ser parte de una predestinación más sublime y significativa:
Eran ellos los muertos; los que comparecían ante el pequeño cadáver,
tribunal helado con pies, con labios y un vestido amarillo. Ahí estaba él
juzgándolos desde su altura. Limitado y duro, breve en su dimensión, era
el escándalo de la muerte, el denominador de aquellos seres que sí se
habían reunido ahí, que si rezaban, que si, al mirarlo, sentían una vaga
nostalgia y la presencia a un tiempo grave y gozosa de un pensamiento
profundo e ignorado, era tan sólo por responder a un destino superior,
trágico, noble y sombrío. (Revueltas 35)
44
Es como si la velación de Chonita, respondiera al llamado, al proceso de morir y
dejar esta vida de sufrimiento para renacer en algo totalmente desconocido, pero no
desconcertante. Porque aquí el autor figura el concepto de la muerte como algo interno
en los personajes, algo terrenal y a la vez divino, que se confunde y se hace cada vez
más complejo en las cosificaciones y en las animalizaciones que presenta.
Se les considera seres muertos en deseos, en alegrías y en gestos. Un mundo de
muertos donde los jóvenes se van (mueren), personajes que crean una realidad humana a
partir de carencias emotivas y dialécticas. Sólo son como fantasmas y sombras que
simulan perseguir un destino sin percatarse que ellos son los perseguidos por ese
destino. La falta de sentimiento y fe como lo presenta Ángel Arias conforma y reafirma
el efecto de vivir por vivir en un mundo donde la decadencia es la monotonía de la
realidad misma, los personajes lo saben, pero es Revueltas quien lo plasma.
La representatividad de ese mundo antiguo, tan cultural como lo fue nuestro
antepasado prehispánico se marca al representarse la muerte como esa serpiente que
lucha ante el acecho del águila, donde el pueblo se representa como un “pueblo
espinado” donde la lucha sólo se perfila en torno a la vida o a la muerte. La divinidad tal
vez se inserta en la animalización del águila, aunque Revueltas no lo deja del todo claro
en su parábola.
La aceptación de la muerte traducida en la voz de los personajes como un
“amen” (43), señala la predisposición de ese acto como punto culminante de su vagar,
de su sufrir y de su suplicar. La llegada del cura y los constantes rituales al que se apega
en comunidad con los personajes, es sólo la manera de ejecutar los honores a un ser
(Chonita) que hoy es preso de la muerte. No como castigo, sino como error o accidente.
A través de esa aceptación es como se argumenta el sentir de la muerte de
manera directa (Cecilia y Úrsulo) o de manera indirecta (los demás personajes en la
45
velación del cuerpo). Todos son copartícipes del acto; la muerte como un proceso para
olvidar o para generar rencores, para reflexionar sobre los actos o sobre la conducta de
cada personaje, el vivir aceptándola y la vez, temiéndole. Éste concepto se vuelve un
acto de temor, de debilidad humana y desesperanza. Es la fuerza con que tantos años la
Iglesia ha fundamentado su fe hacia el Creador. Revueltas manipula estratégicamente
esta ironía y la plasma para darle un sentido reflexivo a la obra, porque no es tanto el
hecho de los sucesos que han envuelto la historia del pueblo mexicano y de su
catolicismo o paganismo, sino el enfoque de la carencia crítica y reflexiva de nuestros
actos como creyentes.
La muerte se manifiesta en la obra como algo transitorio, como algo que el
narrador interioriza y exterioriza de manera compleja y filosófica; plasmando niveles de
complejidad cada vez más supremos. Su representación a través de la imagen del Cura
simboliza banderazo de partida para aquel ser que dejó de respirar (Chonita) y del
desahucio total, ante la mirada de los demás (Calixto). Es el sacerdote el que en última
instancia cede sus palabras de partida en el acto de la absolución para culminar con “la
última agonía” de Chonita (43).
La exteriorización e interiorización obedece a situar el concepto de la muerte
más allá de la omnipresencia de los personajes y de sus sentidos; se añade también en la
conciencia del lugar físico en que la narración la sitúa. Por otra parte, la cita que a
continuación anexaremos, plantea aún más la existencia de este concepto como parte del
pensamiento constante y de los recuerdos que accesa la memoria de un ser perdido:
Era incomprensible todo ese momento final en que se preparaban para la
huida, para una emigración extraña, sin sentido. Se cree a veces que huir
de la muerte es mudar de sitio, alejarse de la casa o no frecuentar el
recuerdo; no puede comprenderse que la muerte es la sombra del cuerpo,
46
el país, la patria, la sombra, adelante o atrás o debajo de los pasos.
Aquellos seres entendían, sin embargo, que de pronto los destinos de
todos estaban unidos y eran la misma cosa solidaria y oscura. Comunidad
súbita de ambiciones, de sufrimientos, de esperanzas. Iban a morir juntos,
uno al lado del otro, y esta circunstancia les hacía amar como por instinto
la relación última que ya los unificaba encerrando dentro de un círculo
los ojos, las manos, las piernas, el recuerdo. (Revueltas 46)
En este fragmento puede verse la reflexión tan humana que plantea el narrador
omnisciente en el pensamiento de los personajes. El recuerdo es señalado como el móvil
para seguir vivos después de la muerte. Mantener la presencia de un ser que ya no
respira es la forma en que damos vida después de la muerte. En mi punto de vista, este
tipo de posturas es lo que marca en la obra su nivel reflexivo y su intención principal:
llevar al lector la conciencia de la vida y la muerte a través de la unidad de la obra.
2.4 La metáfora de la muerte como anticipación del final de las cosas
La peregrinación que marca la historia por la inundación, plantea el desconsuelo de los
personajes en su peregrinar en esta vida, sintiendo la proximidad de la muerte en cada
paso. Cada personaje reflexiona sobre su propio agonizar. Sobre su propio subsistir en
esa vida que por una anticipación discursiva la viven en desesperanza.
En El luto humano se presenta la “preparación para la muerte” como un
señalamiento en el que los personajes no encuentran la respuesta a tal problema porque
que han vivido buscando la salvación por fuera cuando es algo que “había que esperarla
extrañamente de algo que en nosotros mismos llevamos y que es misericordia” (47).
Es recurrente en los pensamientos de cada uno de los personajes tratar de
encontrar la significación de la muerte a través de su propio sentir, de su actuar y de sus
47
vivencias. La muerte es vista por los personajes como una representación del pasado en
la nostalgia de los recuerdos. Donde la actitud humana de cada individuo presenta un
devenir sin esperanza, una vista hacia el futuro donde perdura el deseo de que no haya
más futuro. Revueltas juega con la conjugación de los tiempos: pasado, pretérito,
devenir, etc., creando formas y posturas que complejizan no sólo la secuencia de la
obra, sino la comprensión interpretativa de las reflexiones filosóficas.
El recuerdo es la representación del pasado, y la muerte se configura como ese
nexo que sujeta al individuo con los recuerdos del ayer, con sus orígenes, con su
pasado. De cierta forma, la muerte se consolida como el elemento reiterativo de los
sucesos en los que los personajes son presas de sus propios pesares. La obra presenta el
sentido de la muerte como una actitud estoica en el que se alimenta la acción de
esperarla de una manera tal. Hay que morir como Dios manda y no como uno quisiera.
Así lo expone el Cura en su preocupación por despertar a Calixto para continuar con el
peregrinar. El motivo de dejar atrás el pasado respalda la acción de anticipar el devenir
de la muerte. Cecilia va dejando sus recuerdos físicos del baúl en su peregrinar como
anuncio prematuro de su muerte. Dejar lo que no necesita hace que el individuo muestre
su aceptación y resignación ante lo que le depara el destino.
Revueltas plantea el sentir de la muerte como una obsesión de vida. Marcela en
su intento por despertar a Jerónimo replantea la esperanza de morir de la forma que
mencionamos anteriormente y ver que la muerte predispone una esperanza hacia lo que
no es valorado como excepcional sino como mera obstinación: “Comenzaba el
naufragio, el cielo de soledad. Caminarían sin derrotero en medio de esa noche parda
que era la mañana sin sol, buscando, anhelando. Quizá encontrarán una piedra, algún
refugio, o los sorprendería la muerte, sin transición alguna, con el agua o el rayo. Pero
caminarían. Sin destino, sin objeto, sin esperanza. Por no dejar” (Revueltas 56).
48
Es una eterna búsqueda a la que se aferran los personajes sin importar designios
o condiciones que les anteponga la fatalidad del destino. Empieza el peregrinar para los
personajes pero nosotros como lectores sabemos que vienen insertos en ese peregrinar
desde el comienzo de la obra. En relación a lo anterior, Ángel Arias nos habla
textualmente de un desplazamiento espacial en el que se visualiza una trayectoria
circular donde los personajes vuelven al lugar de su origen. (41)
La muerte desencadena una serie de deseos en los personajes; para bien o para
mal pero que acceden a configurar ese ambiente de desilusión y nostalgia en cada
párrafo de la novela. La muerte se prefigura también como la inconsciencia de los actos.
No sólo la inmovilidad del cuerpo sino también la del pensamiento. Dejar de crear
proyectos, ilusiones y sueños recrea una muerte en vida con la que cargan a cuestas los
personajes. Lo inconsciente señala la advertencia de la omnipresencia en los personajes
y es el arquetipo infundado en el sentir de un temor hacia algo desconocido por parte de
los personajes al que me apego en cada condición literaria y que ha sido señalada
constantemente:
Justo, preciso, indispensable caminar, ahora que no tenían sitio. Caminar
intensamente, sólo que sin meta, huyendo. Quizá fuese cosa del destino y
no de ellos nada más eso de huir siempre. Pero huir permaneciendo, o
mejor, con un anhelo tan violento de permanecer que la huida no era otra
cosa que una búsqueda y el deseo de encontrar un sitio de tierra, vital,
donde pudieran levantarse. Por eso todos ellos se sentían hoy
inconscientemente unidos, solidarios trascendentes de algo que no se les
alcanzaba, juntos hasta la desesperación, a pesar de que no tenían ojos y
apenas un espíritu. Ignoraban todo, y de todo, más sus propios interiores:
si tenían porvenir, si algo los esperaba más tarde. (Revueltas 57)
49
Los personajes permanecen atados a su condición de desesperanza y agonía
porque se asumen como seres inciertos; seres que no han registrado ni una leve
esperanza hacia ese punto vital que menciona la cita anterior. Prefieren huir
permaneciendo en su agonía para así mostrar la decadencia de un mundo confabulado
por el destierro y la carencia de un punto de apoyo divino. Perecen en vida en sentido
metafórico: sólo domina la desesperanza en su futuro.
Lo anterior es apoyado por Edith Negrín cuando afirma que: “Para Revueltas, el
sufrimiento jamás es trivial, supone una medicina trascendente. El bienestar, la salud –
esas redes con que los inquisidores de nuestras ateocracias pescan a sus multitudespersiguen el olvido, producen signos de ignorancia y literariamente, carecen de interés”.
(47). Los personajes asumen el sentido de la muerte como una preparación ante la
llegada de su acción (el morir). Probablemente así lo describe Revueltas en la siguiente
cita:
Se descubre en ocasiones que la muerte es muy posterior a la muerte
verdadera, como la propia vida, a su vez, muy anterior a la conciencia de
la vida. Ocasiones luminosas que apenas si se dan. Queda entonces del
ser humano algo muy parecido a la piedra, a una piedra que respirase con
cierto principio de idea, de adivinación ancestral. Momentos donde se da
el prodigio de la especie y en un hombre solo, abatido por la revelación,
se muestra la memoria del hombre entero. Se descubre que en el
principio fue lo inanimado, la turba en reposo y fría ya, y una memoria
que duele en el entendimiento recuerda al hombre su condición de sílice
o de mármol. (Revueltas 61)
Al parecer, Revueltas pretende situar la esencia del significado como
anticipación a la acción o suceso dentro de la obra. Es por tal motivo que lo podemos
50
situar como una complejidad más de ese mundo incierto de desesperanza y carencias
(aparentemente) de sentidos.
La representación de la muerte obedece a algo representativo, una identidad más
que aceptada, impuesta en referencia a lo que vivimos a diario. Una identidad que
enorgullece al mexicano, que llena de orgullo y que lo remite a su historia. Al sentirse
mexicano asume que la muerte ha sido complemento de su historia y de su vivir.
Recordar muertes gloriosas de antepasados y crecer con el pensamiento de morir
dignamente hace contener este concepto como algo propio y complementario.
En los personajes el concepto de la muerte actúa como una significación interior
que los conecta con sus orígenes, con su pasado. No sólo plantea la postura y
significación personal de cada uno, sino que forma parte de los antecedentes de estos
para concientizar que han vivido desde siempre con su sentir y que así persistirán a lo
largo de toda la novela.
Los diálogos de los personajes se tornan cada vez más negativos y más
siniestros, confabulan una atmósfera de sufrimiento y desesperanza en la que se advierte
un destino desolado. Lo anterior obedece a crear la antesala de un mundo humanizado,
en el dolor y la angustia de seres predestinados de por vida. En sus diálogos ellos
sienten y aceptan su destino, conciliándolo con frases como “Ya me tocaría” (77) y
asintiendo con un gesto que se graba en las mentes y en el sentir de los lectores:
Alguien le contó la historia de un hombre: por la mañana lo habían
tomado preso los federales. Era un campesino modesto que nadie
conocía, descalzo, ni siquiera con huaraches. Tenía una humilde cobijita
raída que no quiso abandonar. No dijo una palabra cuando lo
aprehendieron los federales.
-Está bien, mis jefes… -musitó resignado cuando supo que lo iban a
51
matar.
“-¿Qué le vamos hacer?” –pensó-. “¡Ya me tocaría!”
Dobló su cobijita y se la puso al hombro. Le daba así un calor humilde y
tierno. Era una cobija sin cardar, de lana corriente, pero él la sentía como
un abrigo infinito. ¿Qué podría hacer sin ella?
A veces dicen algo estos rostros de campesino, pobres y morenos. Dicen
algo a pesar de la mirada que se esconde y de los músculos, fijos, sin
movimiento. En el hombre había como una sonrisa; pero no, era tan sólo
una mueca apenas perceptible, que se daba cuenta de la muerte. (77-78)
Y más adelante:
La mujer no decía palabra. La matarían después, de un tiro, imaginó. Tal
era, sin duda, el designio de Dios: morir de un balazo y sin ninguna
plegaria: tinieblas solamente. Mil recuerdos vertiginosos hervían en su
mente, pero esto de hoy, que ante su vista pasaba, era lento y como que
no iba a terminar. (Revueltas 97).
2.5 La metáfora de la muerte como crítica histórica en los diálogos y pensamientos
de los personajes
Los personajes de El luto humano saben y sienten un futuro agónico y lo
enfrentan sin oponer resistencia alguna. Sólo cubren y asisten a la función que el destino
les asigna como un trance más del caminar en esta vida. Los personajes comunican su
existencia a través de su sentir, de sus emociones y pensamientos. Ese sentir les avisa su
principio y su fin en cada párrafo de la obra y se replantea en cada acto, haciendo
meritoria su existencia ficticia. Esto queda enfatizado en la siguiente cita:
Cuando algo, por muy variado se le suponga y hasta por efímero que sea
52
(la boga de un estilo en el vestir, las convenciones de una clase
determinada, la política de un mandatario o de un partido, la novela de
gran éxito), llega a ese punto óptimo de su aceptación social que se
expresa en el consabido lugar común del “ya no se discute” de lo que está
fuera de toda disputa, es que se trata de algo victorioso y que se ha
impuesto de manera arrolladora e inobjetable sobre el criterio mayoritario
de la opinión, pero esto no nos dice nada a cerca de la legitimidad de su
victoria, ni de si es un algo que presente valores auténticos y perdurables
de la política, el arte, la cultura, el pensamiento, o lo que se quiera, para
medir el hecho desde el punto de vista más amplio. En ciertos casos, sin
duda, podrá tratarse de esto y entonces se dará la coincidencia del “ya no
se discute” de una cosa, cuya aceptación se imponga por sí misma, con la
corriente social profunda que le otorgue validez y legitime su existir
histórico. (A. Revueltas y Cheron 245)
Hay en los personajes una inseguridad que se habilita en el transcurso de toda la
obra. Y es que cada personaje revela al lector un pasado escondido, una cultura en el
que aguarda la pena de una acción sombría que los remite a una vida de tortura y
constante reflexión; al igual que la peregrinación en círculos, encierran una búsqueda
innecesaria. La labor de lo anterior complementa la humanización y el destello carente
de ese panorama desértico que quedó infundado en la tierra después de los movimientos
de la Revolución. Mostrar ese territorio desolado contribuye en grande a forjar una
atmósfera de tristeza y vacío en la que concurren los actos mecánicos de un movimiento
que se forjó en base a la naturaleza violenta de los hombres.
Revueltas habilita un mundo en el que se presentan dos móviles, que a su vez
representan el sentir de los personajes: por un lado está la violencia tan típica del
53
hombre y su naturaleza cruda; por otro, la inocencia con que se vacilan ciertas
decisiones (como se mostraron en las citas anteriores) donde se profundiza una especie
de conciencia en la que los personajes se vuelven más reales dentro de la obra.
La consideración de la muerte es relativa por parte de los personajes, se asume
en su sentir como expectación y a su vez como acto en pensamiento, ya que recurren a
formularse vivos sintiéndose muertos. La expectación se desarrolla al verse entre ellos
mismos monótonos, desposeídos y arraigados por fuerzas externas a ellos, mientras que
concurren al acto en pensamiento al recordar su pasado y descubrir lo oscuro y sombrío
en él.
Esta novela es como un tratado filosófico basado en la profundidad de la tragedia
humana por mostrar realmente el significado de la muerte a través de los sentimientos,
pensamientos y acciones de los personajes. Aun así, ni ellos mismos logran conjugar un
significado general porque la diversidad de criterios y enfoques crecen conforme avanza
la lectura y se amplían en juego de palabras. La fidelidad que cada personaje muestra
con su pasado les da elementos para mostrar su propia perspectiva ante la muerte. Las
acciones que consolidaron en su pasado es lo que define y mantiene su condición
omnipresente.
Todos los personajes presentan una fidelidad entre todos, ya sea de amor, odio o
tristeza, pero acceden a solidarizar sus sentimientos y forjar reflexiones uno sobre el
otro. En la novela, conforme van desapareciendo en la peregrinación de la inundación,
cada uno va revelando su pasado y su historia; poniendo “sobre la meza” la realidad de
su ser. Eso es lo que edifica aún más la identificación de su moral y de sus formas de
vida, lo que complejiza a su vez, cada detalle y cada posicionamiento en la obra.
Otros de los puntos importantes de la obra es analizar, como los personajes
muestran la omnipresencia del concepto de la muerte a través de la muerte de los demás
54
personajes. Es decir, un personaje siente y reflexiona sobre la muerte del otro y crea una
conciencia relativa sobre su propio final, su propia muerte (Revueltas 110 y 111). De
igual manera se plasma la enajenación de la muerte en el capítulo de las ejecuciones en
la silla eléctrica, parte en la cual Revueltas plantea la “muerte menos dolorosa”
(Revueltas 184).
Así es como se traspone la significación de la muerte como una enajenación que
contradictoriamente anticipa la muerte propia y que intensifica la complejidad de la
obra. En El luto humano el destino del hombre está rodeado por las tinieblas tanto
físicas como del alma, su existencia es la que determina el significado mismo de dicho
concepto. Su existencia se supone como ese peregrinar incierto, en el que se encuentran
los personajes y del que escapan sólo en sus pensamientos. Lo anterior replantea un
mundo de muertos, aunque el narrador es quien se encarga de ir afirmando los sucesos
en cada párrafo. Parte de la crítica ha mostrado un intento por descalificar la literatura
de Revueltas en base a que no se encuentra ubicada en tierras de la vanguardia, sino más
bien en los sórdidos paisajes del realismo, ya que consideran que su toque se ha frenado
al paso de sus obras (Evodio Escalante 18).
Volviendo al análisis, se confabula en la novela una lucha contra algo extraño,
algo invisible que sólo se hace presente a través de los sentidos y del pensamiento. En
cierta forma tal es la alusión que hace Revueltas al describir los campos de guerra,
donde presenta parte de la vida del personaje de Natividad:
Se oyó de pronto de un tiroteo. Gritos remotos, en los que no podía
distinguirse nada donde comenzaba la voz humana y dónde el lamento el
lamento de los perros, se oían lejanamente.
Los hombres tomaron sus armas y de pronto aquello se transformó en
una baraúnda general. Las sombras se atropellaban; era imposible
55
comprender nada y cada quien disparaba sin concierto.
Las cuatro notas del clarín ordenando “cese el fuego” lograron que, como
por milagro, todo volviera a su estado anterior.
Sí, evidentemente aquello había sido un ataque por sorpresa. Pero, ¿el
enemigo? ¿Dónde? El grupo que salió en su busca entregose a una
carrera ciega y desenfrenada.
Los hombres corrieron con furia y con intrepidez cerca de unos nueve
kilómetros, hasta más allá de la noche, como al encuentro de la mañana y
encontráronse de pronto ante la llanura vacía, opaca y solitaria bajo la luz
del sol. No había tal enemigo.
¿Qué hacer si la lucha no tiene objeto, sentido, realidad? Se camina por
sobre un vasto país desierto, con el enemigo en el aire, y entonces todo
pierde su punto de relación, en primer término el hombre, como si las
cosas fueran de otro planeta y la atmósfera se tornara grave, extraña,
negando con empeño. (Revueltas 138)
La lucha de los personajes es tan desconocida como sus ansias de ser más de lo
que su condición les permite. Sólo están conscientes de que luchan con un ser abstracto,
que existe más allá de su entendimiento y que los subordina al perecer en mente y
cuerpo. Probablemente la violencia que fluye en varios apartados de esta novela se deba
a una reacción que se desglosa de esa lucha tan insatisfecha de los personajes hacia lo
desconocido. También puede ser evidente que se relacione la temática de esta lucha en
vano con el movimiento de la Revolución y su historia; en la que a fin de cuentas, si
existía una lucha pero fue ajena a muchos de sus seguidores (Revueltas 145).
La muerte es para los personajes un concepto que encierra una lucha
interminable contra el destino mismo, donde la probabilidad de cambiar algo es nula
56
porque no se habla de la muerte como final, sino como lo que se antecede. Los
personajes la sienten porque viven en la “desposesión” de las cosas y los objetos (172).
Lo que anteriormente describimos y que en este párrafo subrayamos es la condición a la
que están sometidos por tener una concepción errónea de la vida.
Aquello descomunal, todo aquello insensato y extraviado, la inútil
sangre, la fiereza, el odio, el río sucio a mitad del país, negro, con saliva,
la serpiente reptando, ¿qué era? ¿Qué misterio? ¿Qué pueblo asombroso,
que pueblo espantoso? Sólo podía explicarse por la desposesión radical y
terminante de que había sido objeto el hombre, que si defendía a Dios era
porque en él defendía la vaga, temblorosa, empavorecida noción de
sentirse dueño de algo, dueño de Dios, Dueño de la Iglesia, dueño de las
piedras, de algo que jamás había poseído, la tierra, la verdad, la luz o
quién sabe qué, magnifico y poderoso. (Revueltas 172)
Esa valorización que Revueltas le confiere a la narración muestra como los
personajes se ajustan a una relatividad en cuanto a sentirse dueños de algo a lo que no se
tiene alcance. Realmente los personajes son sólo sombras, como lo ha venido
definiendo el narrador en toda la obra y se fusionan con todo el panorama sombrío,
oscuro y en tinieblas desde su nacimiento hasta su muerte.
En sí, cada acción, pensamiento o palabra se asume como algo en vano, como
algo que no presenta valor para cambiar la situación y el color de las cosas. Todo sigue
igual y si en algo prospera es para volver al mismo punto de carencia y desolación. El
pueblo tiene un auge con la llegada del “Sistema de Riego”, pero después vuelve a su
posición perecedera en la que sólo el Cura persiste en seguir poblando ese espacio
geográfico. La enajenación de la muerte que asume el personaje del Cura, al ser testigo
del asesinato de Guadalupe por parte de Adán, revela la omnipresencia significativa que
57
le confiere el temor a morir, como una conciencia nunca antes precedida. Como una
especie de vida no revelada antes y que al presentarse, se subordina a presentar la
posesión más escondida de los seres humanos: el espíritu (175). El miedo referido, el
que sobrepasa las limitaciones físicas probablemente es la conciencia que no se conocía
antes de la reflexión final de nuestras vidas. Es lo incontrolable del destino que sólo
libra su cauce en el río maldito de la muerte. El cura se sujeta a un temor que rebasa las
expectativas de la mente y de su alma. Una frustración que desemboca en odio y llanto,
al punto de olvidar su propia Iglesia, su propia fe y su propio Dios. (177)
El personaje de Adán, pese a las acciones realizadas en las obras, ya se constituía
como un hombre muerto. Muerto en el sentido de lo mecánico que era su subsistir en
ese mundo hasta la llegada de personajes trascendentales como lo fueron Natividad y
Úrsulo.
Pero se hace consciente hasta que accede a la muerte como acto ante el
personaje de Natividad, y es allí donde se concilia como un ser perecedero y monótono.
El sentir de la muerte se asume en la obra como una “ignorancia”, donde los personajes
llegan al punto frustrante de ignorar las cosas: su vida, su existencia pero no su pasado
(181). Lo que ignoran los personajes es la verdad que el narrador antepone, fragmento
por fragmento, en las páginas finales del texto. Es el elemento clave de la obra, lo que
reconstruye la lógica de los sucesos y el porqué de los enigmas que presentan en sus
pensamientos los personajes. Es lo que complementa a su vez las constantes
retrospecciones que articularon los diversos capítulos que conforman El luto humano.
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