DE LA CRUZ A LA - ASOCIACIÓN DE CRONISTAS OFICIALES DE

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LA CRUZ DERRIBADA
Feliciano Correa
El día 21 de septiembre de 1936, las tropas a las órdenes del
General Yagüe, entraban en la ciudad de Jerez de los Caballeros.
Una secuencia más de la sublevación militar del General Franco,
aunque el antecedente revolucionario fue la atroz anarquía que la
II República había engendrado y que dio lugar a que el Presidente
del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux “declare el estado de
Guerra en todo el territorio de la República Española” (Diario
Oficial del Ministerio de la Guerra. Madrid 7 de octubre de
1934). La antigua Calle de la Cárcel, se denominaría en adelante
De 21 de septiembre, y tras constituirse el primer ayuntamiento
democrático en 1979, se llamó calle de Pepe Ramírez.
Creyó entonces el primer gobierno socialista de la ciudad,
imbuidos todos por el nuevo espíritu de concordia, que habían de
cicatrizarse todas las heridas de la contienda bélica. Con esa sabia
actitud la Cruz de los Caídos, dejó de ser un homenaje a los
soldados vencedores y se convirtió en un símbolo de
reconciliación, eliminando nombres de la lápida, quitando los
emblemas del Águila de San Juan y de la Falange, cambiando el
nombre de la plaza, de Calvo Sotelo por San Agustín, y
colocando una nueva inscripción como homenaje “A todos los
jerezanos que murieron por sus ideales”.
Quedó pues la cruz limpia de adherencias partidarias, con sus dos
brazos abiertos, reflejando la sana intención de un tiempo nuevo
de amor y sin saña. Han pasado treinta y cinco años y todas las
corporaciones han querido poner honra, sobre todo con los
vencidos, sin que ningún partido haya ejercitado deslealtad alguna
contra el espíritu de la Transición.
Imbuidos de tal comprensión, el propio Santiago Carrillo decía:
“Nosotros los comunista estamos convencidos de que la solución
para España es una solución democrática y con libertades
políticas para todos, mediante la reconciliación entre unos y otros
españoles. Es decir, que no debe haber ningún espíritu de
revancha ni ninguna política revanchista”. (ABC, 12. 8. 1999).
Felipe González en 1984, dando muestra de su reconocida
categoría de hombre de Estado, señalaba: “Me parece una
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estupidez eso de ir tumbando estatuas de Franco. Franco ya es
historia de España. No podemos borrar la historia… Yo he
pensado que si alguien hubiera creído que era un mérito tirar a
Franco del caballo, tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo”
(El País, 17 de noviembre de 1985). En la misma línea de
rechazar la memez iconoclasta por esa izquierda que denota un
estilo de sal gorda y garrafón, se ha expresado el profesor Ignacio
Sotelo, intelectual, socialista y catedrático de la Universidad libre
de Berlín.
Podría seguir dando referencias de pensadores de izquierda, que
ahondan en la idea de asumir la historia en lugar de pretender,
inútilmente, borrarla.
El pasado 17 de mayo, sábado, muy temprano, unas enormes
grúas llegadas desde fuera de la ciudad, la emprendían contra la
Cruz de la Concordia, un monumento asumido por los políticos y
por la ciudadanía desde hace casi cuatro décadas como algo
consustancial al perfil simbólico de la historia del pueblo. Y eso
lo decidía la alcaldesa jerezana y su gobierno, a pesar de que en el
pleno municipal del día 30 de enero de 2014 aseguraba que
“desde luego la cruz no se va a derrumbar” (Pleno colgado en
YouTube). Para tan imprudente decisión no se ha convocado
pleno municipal, ni se ha comunicado al resto de fuerzas políticas,
a pesar de existir como decimos un acuerdo plenario, que aprobó
el primer gobierno democrático, dejando el monumento liberado
de signo político alguno. La cruz era ya un trozo cercano de
afectos intangibles, sin que los vecinos jamás pidieran derribarla.
Yo crecí y jugué en ese Llano de la Cruz, como se conoció el
lugar, y cientos de niños vimos desaparecer otras simbologías
pero permaneció la cruz como estampa universal de hermandad.
La ciudad custodia cruces templarias, santiaguistas, y la tau –
última letra del alfabeto hebreo-, como muestra de la fecundidad
de conventos franciscanos. Hay cruces en hornacinas modestas y
cucas como la del Llano de la Cruz, o la del Arco de Burgos,
junto a la Calle Cruz Blanca. Todas han sobrevivido junto a la
más esbelta y de mucho más empaque, granítica e imponente, y
que ahora se quita, por una decisión unilateral y sin razón. Pero
como la barbarie suele ser hija de la ignorancia, resulta impropio
que quien manda se exprese a mamporros contra las piedras, con
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tal inquina vuelve “esa España inferior que ora y embiste, cuando
se digna usar la cabeza”, que cantó Machado.
El expolio perpetrado tiene además del escándalo el descarado
ninguneo de los demás grupos del ayuntamiento, que se han
despertado con el ruido de los compresores, viendo cómo se
conculca el acuerdo plenario de hace casi cuatro décadas, sin que
medie otro acuerdo de pleno que legitime la decisión. A esto ha
de sumarse la posibilidad de haber podido incurrir en un delito
contra el patrimonio, tipificado en los artículos 321 y 322 del
Código Penal, ya que la cruz es un monumento singular, aunque
no haya recaído todavía sobre él la declaración específica. Por
ello la acción es de una gravedad suma de la que los ediles
responsables no han medido sus consecuencias. Además, la Ley
2/1999 de Patrimonio Histórico y Cultural de Extremadura, en su
Art. 21 establece medidas de protección para otros bienes, aunque
no hayan sido “objeto de declaración ni inventario”.
Da alegría ver cómo otras naciones de nuestro entorno asumen el
pasado. Así tras la Guerra de Secesión de los EE. UU, se elevó un
obelisco en Illinois en 1896; en la base del mismo hay dos
figuras, una de un soldado federal y otro confederado, cada uno
con sus armas y uniformes, como manifestación del respeto y
asunción del ayer. En la tumba del soldado desconocido, en
Francia, yace un caído que representa a todos los soldados
fallecidos durante la Primera Guerra Mundial, sin asustarles usar
el nombre de patria. El cementerio nacional de Arlington en
Virginia, es un camposanto militar y veteranos de todas las
guerras yacen hermanados, desde la Guerra de Independencia de
los Estados Unidos hasta las acciones militares en Afganistán e
Irak. Y nosotros, protagonizamos espectáculos como este, de la
noche a la mañana cae un símbolo de paz para despertar otra vez
la sucia controversia. Sólo en nuestros días los talibán se
comportan de tal modo, destruyendo a los budas de Bamiyán,
esculpidos en roca en el siglo III.
El ensañamiento español es más cutre cuanto más ramplón es el
analfabetismo funcional. Porque puestos a buscar agravios del
pasado, no estaría mal que quienes anhelan vengarse derribando
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monumentos leyeran al solvente Antonio Montero y su riguroso
libro “Historia de la persecución religiosa en España”, donde
cuenta como algunos bandoleros de la II República mataban a
miles de inocentes por el hecho de pensar de otra manera o por
llevar un hábito. Basta de reavivar la llama de los agravios que en
todos los bandos hubo.
Si el destrozo hubiera sido el actuar de nuestros antepasados, hoy
tendríamos sólo páramos y desiertos. Ya no habría Toros de
Guisando y no disfrutaríamos de El Escorial, que sería un espacio
de escorias donde no se recordaría a Lepanto como “la más alta
ocasión que vieron lo siglos”.
Espero que quien tome las riendas el próximo año de la ciudad,
sepa interpretar que esa cruz también era testimonio de Jesús de
Nazaret que predicó el amor y la paz. Desde esa convicción
espero que el Llano de San Agustín vuelva a recobrar su imagen,
donde el símbolo principal sea una cruz de vivos y no una cruz de
muertos, al querer recluirla junto al osario lejano del cementerio
donde duermen desangelados los epitafios.
Porque esa no era una cruz maldita, sino una cruz bendita que
ayudaba a recordar la gravedad de la incivil guerra y de los
enfrentamientos entre seres de un mismo pueblo, de una misma
sangre e incluso de una misma familia y credo.
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