Democracia representativa Vs Directa

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Democracia representativa Vs Directa
Si bien el objetivo último que persigue esta recensión es una defensa de la
democracia representativa frente a modelos alternativos, no puedo menos que
reconocer que su génesis viene, sin embargo, provocada por un artículo anterior de mi
estimado colega Antonio Puech, donde nos hace un diagnóstico -algo indignado- del
presunto agotamiento de la representación como verdadero cauce de participación
ciudadana, al tiempo que nos propone abrevar en algunos mecanismos de lo que él
denomina democracia directa, como una posible forma de superación del marco
representativo.
Por tanto, me voy a centrar en un primer momento en un comentario –brevesobre un par de presupuestos que allí nos propone Antonio, para posteriormente
aventurar algunas razones para preferir la democracia representativa a sus
alternativas, además de apuntar ciertos peligros –no menores- de una democracia
directa, como el abuso del plebiscito, que persigue “superar” las instancias mediadoras
con los que cuenta aquella.
El artículo del Sr. Puech incurre, a mi juicio, en una contradicción entre sus
pretensiones y sus conclusiones: si, desde el mismo título (“superación de la
democracia representativa”), su intención es ofrecer un modelo alternativo a lo que ya
hay, el desarrollo de la argumentación se acaba dirigiendo en sentido opuesto, al
defender mecanismos como la segunda vuelta, la reforma de la ley electoral o incluso
la participación de todo el cuerpo electoral en consultas excepcionales, que
pertenecen, de suyo, al marco representativo de democracia del que disfrutamos y que
se pretende “superar”. Aunque no lo diga expresamente, se puede bosquejar en sus
argumentos una constatación algo resignada: lo que tenemos es manifiestamente
mejorable pero difícilmente sustituible.
Respecto a su diagnóstico de una crisis de la representatividad, así como un
secuestro de una élite que se ha adueñado de las instituciones, Antonio parte de una
premisa discutible (y es que el movimiento 15M y movimientos sociales afines son “la
muestra” de ese hiato entre representantes y representados, además de expresar la
voluntad o el sentir de una mayoría de ciudadanos). Pero al mismo tiempo que
sustenta su argumento en este presupuesto, su conclusión se ha demostrado falaz,
puesto que ha bastado la irrupción de dos partidos políticos hasta cierto punto inéditos
en el espectro ideológico, como Podemos y Ciudadanos, para darnos cuenta de que el
supuesto divorcio era un problema coyuntural y no estructural. Recordemos los dos
puntos que algunos consideraban vicios insalvables del sistema y que han sido
refutados con lo acontecido en los dos últimos años:
a) Que la democracia actual no era una democracia real, sino solamente una
democracia “formal” basada en el voto cada cuatro años, refractaria -poco
menos que impermeable- a la participación desde abajo, de ciudadanos
comunes, ajenos al privilegio y que, aunque así lo quisieran, nunca tendrían
acceso a las esferas de poder.
b) Que la causa del distanciamiento entre electores y clase dirigente era el
sistema, el entramado institucional en sí, y no (como se ha demostrado) la
incapacidad de una política –y unos políticos- escleróticos y
autosatisfechos, negados para revitalizar el interés por lo político y, lo que
es más relevante, el interés por hacer política.
Una vez aclaradas mis discrepancias con el citado artículo en dos aspectos
concretos, no puedo estar más en consonancia con él en la necesidad de articular
procedimientos como la segunda vuelta, que profundiza en mecanismos para evitar
bloqueos en la elección o investidura de los candidatos, y lo hace además mediante
voto directo1. Urgente considero también la reforma profunda de nuestro viciado
sistema electoral, pergeñado por la vía de la urgencia histórica durante la transición y
que perseguía, entre otras cosas, apuntalar la visibilidad de los partidos regionales
retorciendo las circunscripciones, frente a la igualdad de voto a la que se tiende en una
circunscripción más amplia. Para concluir el repaso por las conclusiones de Antonio,
debo decir que estoy en total sintonía cuando habla del PP-PSOE como aparatos
renuentes a cualquier cambio que avance en la dirección de la regeneración
institucional. Pero no nos llevemos a engaño, no son “promesas incumplidas del PP y
del PSOE” las que han evitado la regeneración institucional: estas promesas jamás
fueron expresadas programáticamente por ningún partido político desde la
instauración de la democracia, y se quedaron en desideratum bosquejados en alguna
tertulia o en algún mitin electoral.
El aprendizaje de la decepción
El primer argumento que quiero resaltar en mi defensa de un modelo
representativo es este: frente al modelo de democracia directa, que se basa en dar
curso, en forma de consulta, a los supuestos deseos de la ciudadanía, el modelo
representativo tiene muy en cuenta un aspecto que algunos se empeñan en
escamotear sistemáticamente cuando se trata de pensar lo político: las innumerables
determinaciones, las incontables constricciones de la realidad frente al mundo
de las ideas y de los deseos.
Esto se traduce en el propio entramado de categorías que están en la
naturaleza de la democracia representativa (representación, deliberación, foros,
comisiones, etc.), las cuales se vertebran teniendo en cuenta el conflicto permanente
que supone la acción política, desplegando toda una aburrida parafernalia de
mediaciones, instituciones, controles y contrapesos (eso que tan poco gusta al que
espera de la política resultados inmediatos y soluciones absolutas). El marco
1
De todos modos, hay que tener en cuenta que la segunda vuelta no es la panacea, ya que es un
mecanismo encaminado a facilitar la elección de un presidente o primer ministro, pero no evita, en
cualquier caso, la fragmentación parlamentaria salida de la primera vuelta, con lo cual, si no tenemos
políticos con cintura negociadora y coraje político para ceder parcelas de poder por el bien común, de
nada nos sirve elegir un presidente que no puede vertebrar mayorías parlamentarias que le permitan
gobernar de manera eficiente.
representativo está diseñado, desde su propio cañamazo, para ser lo suficientemente
flexible en conciliar (y en la medida de lo posible equilibrar) tres potencias humanas
que casi siempre reman en direcciones opuestas: intereses, emociones y razones.
En efecto, de la mejor articulación de cosas tan heterogéneas (pero tan
insoslayables en cualquier gestión política) depende la calidad de una democracia,
pues si no se concilian adecuadamente, se corre el riesgo de que se instale una forma
caprichosa y arbitraria de ejercer el poder político, al carecer la propia acción de
gobierno de la rendición de cuentas y de la fiscalización de las razones para llevarlas a
cabo (check & balance, como la formularon de forma insuperable los padres
fundadores de EEUU). Todos estos filtros, ámbitos de mediación y múltiples foros
sirven para atemperar las pasiones, tomar distancias de los deseos e intereses
inmediatos y así someterlos a escrutinio y revisión. Y además exigen al que detenta el
poder mucha, pero que mucha paciencia a la hora de implantar medidas concretas,
obligado como está a “pasar” por un arduo itinerario que recorra todas las instancias
mediadoras, que hacen largo el proceso decisorio, pero al mismo tiempo permiten
revertir las decisiones en plazos relativamente cortos, bien cambiando al gobierno que
las ha puesto en marcha en las siguientes elecciones, bien mediante mecanismos de
búsqueda de mayorías que puedan derogar, durante la misma legislatura, una ley,
decreto o medida concreta.
(Ojo, no quiero dejar de insistir en esto: lo que puede ser una virtud del sistema
representativo a nivel de diseño y concepción, se puede convertir en su gran peligro si
los agentes que tienen que interpretarlo son una aleación de incompetencia e
ignorancia, como pudiera parecer en estos días nuestra clase política, con un país
ingobernable e in-gobernado. Los partidos políticos, que deben ser herramientas que
hagan de equilibrios mutuos con el fin de evitar decisiones basadas en el interés
particular y no en el bien común, se han convertido, por mor del “factor humano”, en
facciones sectarias y endogámicas, acorazadas ideológicamente y que, parafraseando
a Churchill, en vez de pensar en el bien de las próximas generaciones piensa en
exclusiva en el interés de las próximas elecciones).
Frente a todo esto, la democracia directa o plebiscitaria nos ofrece, en su
diseño, justo lo inverso: las medidas adoptadas en una consulta popular, al ser
legitimadas por una mayoría muy amplia por el sujeto que detenta la soberanía (el
pueblo), se implantan, de facto, muy rápidamente, pero, ay, su reversibilidad es
inversamente proporcional a la rapidez con la que entran en vigor.
Sin que sirva de precedente voy a recurrir al ejemplo: el reciente brexit
británico. Una decisión de tanta enjundia, al haber sido tomada mediante referendum,
ha tenido un efecto inmediato y ya han comenzado todos los movimientos para llevar a
término la salida. Sin embargo, aun cuando las consecuencias de tal decisión se han
demostrado deletéreas para el interés general británico, es casi imposible revertir esta
situación a plazo medio-largo, salvo que se realice una nueva consulta, lo que nos
llevaría, además del reconocimiento del error de convocar la primera, a una dinámica
de consultas ad infinitum, no solamente impracticable sino irresponsable. En cambio,
si la decisión hubiese sido tomada por los representantes electos, en este caso el
gobierno de Cameron, es muy probable que, tras su entrada en vigor, se hubiera
articulado una mayoría en el parlamento (con la presión de la opinión pública,
verdadero contrapoder de las democracias) para tumbar la propuesta de salida del
Euro, considerándola, con razón, en todo punto perjudicial para el país.
Pero además de este aspecto (esencial a mi juicio), estos procedimientos
consultivos directos adolecen de otro gran inconveniente, esta vez en lo que atañe a
su propia naturaleza. Y es que este tipo de consultas suelen conducir a los electores a
enfrentarse a cuestiones dicotómicas y reducidas previamente a dilemas de orden
binario (Sí/No, dentro/fuera, todo/nada, etc.) , obligando a la ciudadanía a responder
de forma sumaria a preguntas complejas que no tienen soluciones simples (incluso a
veces, demasiadas veces, no tienen solución alguna, sólo conllevar el conflicto),
dando como resultado una operación de suma cero –unos lo ganan todo y otros lo
pierden todo- que al final no acaba nunca cerrando el conflicto que se quiere
solucionar mediante la consulta.
La apelación –y la manipulación- a lo más emocional y sanguíneo de los
electores frente a la deliberación sosegada, junto a la falta de pluralismo y de matices
que conlleva siempre una consulta plebiscitaria (“o esto o lo otro”… “o dentro o
fuera”…, suena a la retórica que antecede siempre a una ideología excluyente), junto a
la incapacidad de cualquier ciudadano medio de tener a su disposición todos los
elementos de juicio frente a decisiones complejas desde un punto de vista técnico,
hacen de una extrema dificultad la elección ponderada en una consulta directa.
La democracia directa, además de tener, desde el punto de vista empírico, un
recorrido muy corto, ha sido usada -y mimada- siempre por regímenes autocráticos de
todas las épocas (no solamente es un factor fundamental de la emergencia del
cesarismo romano, sino que los populismos de toda laya, expertos en la apelación a lo
emocional como forma de identidad, lo utilizan como la herramienta que desbloquee,
de una manera definitiva, situaciones o problemáticas complejas).
El interrogante que surge, si alumbramos la raíz, es siempre el mismo: ¿pero
quién controla al controlador?... el peligro de depositar la Soberanía en un ente
absoluto y homogéneo, llámese Monarca (si es individual/vertical) llámese Pueblo (si
es colectivo/ horizontal), deviene siempre en despotismo cuando se difuminan las
barreras mediadoras entre el poder ejecutivo y el poder decisorio.
Una vez expresado mi reticencia a este nuevo fetichismo de la “libre voluntad
de expresarse”, me gustaría decir que el No a la democracia directa no es en sentido
absoluto, puesto que sí creo en esta forma de democracia cuando se trata del ámbito
municipal. En este espacio la relación entre gobernados y gobernanza es mucho más
cercana y las consecuencias de las decisiones están mucho más circunscritas, y
además los problemas a tratar son de contenido eminentemente pragmático, más que
ideológico; por tanto, se dan las condiciones para ser un cauce ideal de participación
de la comunidad.
Como conclusión, opino que los distintos modelos de Democracia existentes
deben buscar, desde su concepción, una adecuación a la naturaleza de la acción
política democrática y no pretender que con un marco regulador concreto (esté basado
en la representación o en la participación directa) se va a modificar las complejas
dinámicas de lo político.
Decía Sánchez Ferlosio que lo sospechoso de las soluciones es que se las
encuentra siempre que se las busca. El que llega a la política real, que es el reino del
conflicto y de los intereses encontrados, debe aprender a decepcionarse, a no esperar
soluciones definitivas a los problemas, sino humildes mejoras progresivas. Si la
política no decepciona al político, acabará terminando por suceder lo contrario.
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