La prueba del cumplimiento imperfecto en las obligaciones de

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La prueba del cumplimiento imperfecto en las obligaciones de medios y de resultado
María Graciela Brantt Zumarán
Ideas previas
La presente ponencia tiene por objeto plantear la necesidad de distinguir, en el ámbito
de los efectos de las obligaciones, dos planos diversos que a pesar de ser reconocidos
como tales por nuestro legislador, no siempre son adecuadamente delimitados. Ello por la
importancia que tal distinción tiene para entender cómo se conjugan las reglas de la carga
de la prueba y determinación de la responsabilidad a propósito de la clasificación entre
obligaciones de medios y de resultado.
Desde una perspectiva muy general, se trata simplemente de separar el incumplimiento de
sus efectos. En particular, ello se traduce en la necesidad de distinguir entre la definición
o determinación de si el deudor ha incurrido o no en incumplimiento y la decisión –
para el caso que esto se resuelva positivamente– sobre si debe responder o no por el
mismo. En el fondo, es preciso diferenciar adecuadamente el incumplimiento en sí mismo
de la responsabilidad a que puede dar lugar, lo que se definirá una vez establecido el
incumplimiento. Si bien desde un punto de vista lógico esta distinción resulta evidente, no
es usual que aparezca claramente reconocida, con importantes consecuencias en la forma
de entender cómo actúa la carga de la prueba del incumplimiento del deudor, en especial
cuando se trata de cumplimientos imperfectos en las llamadas obligaciones de medios, lo
que a su vez repercute en el régimen de responsabilidad por tal incumplimiento.
Para una adecuada separación y comprensión de los dos planos señalados, es preciso
en primer lugar, establecer el correcto sentido de los artículos 1547 y 1698 del Código
Civil, de modo de situar cada uno en el ámbito que le es propio. Ello permitirá mantener y
respetar esta distinción que nuestro propio legislador ha reconocido, al destinar la primera
disposición aludida a la regulación de la responsabilidad del deudor –y su exoneración–
por el incumplimiento; y la segunda a resolver el problema de la carga de la prueba de la
existencia o extinción de las obligaciones, terreno este último en que se inserta la prueba
del cumplimiento e incumplimiento, y que es previa a la primera. Esto a su vez permitirá
advertir que las reglas que rigen los dos ámbitos señalados se aplican por igual a todas
las obligaciones, sean éstas de medios o de resultado y que, en el caso del cumplimiento
imperfecto de obligaciones de medios, la carga de la prueba de la negligencia del deudor
que recae sobre el acreedor es simple aplicación del artículo 1698, prueba que constituye
el presupuesto para resolver sobre su responsabilidad, sin llegar a alterar la regla del inciso
tercero del artículo 1547.
Para lograr el objetivo propuesto, la presente ponencia se divide en dos partes: la primera
está destinada a establecer el contenido regulatorio de los artículos 1547 y 1698 y
su aplicación a toda clase de obligaciones; la segunda, a demostrar que la prueba del
cumplimiento imperfecto tanto en las obligaciones de medios como de resultado se sujeta
a lo previsto en el artículo 1698 y constituye el presupuesto para que proceda la aplicación
del artículo 1547 a efectos de definir si el deudor debe responder o no.
I. El objeto de la regulación de los artículos 1547 y 1698 CC.
Si se revisa detenidamente el artículo 1547 del Código Civil se puede observar que
ésta constituye “la” regla de carácter general que nuestro legislador ha destinado a la
regulación de la responsabilidad del deudor. En efecto, en ella se establece en qué casos
es responsable el deudor, responsabilidad que se define a partir de los grados de culpa
establecidos en el artículo 44 y de acuerdo a la regla de la utilitas contrahentium, esto
es, la utilidad que reporta a las partes el contrato. Y al mismo tiempo, cómo es lógico,
dispone sobre el límite de dicha responsabilidad, es decir, establece cuándo el deudor no es
responsable, efecto que atribuye al caso fortuito, imponiendo en este contexto al deudor la
carga de probar la diligencia y el caso fortuito que alega. A lo primero se destina el inciso
primero de la disposición, y a lo segundo se refieren los incisos segundo y tercero de la
misma.
De esta forma, resulta claro que el legislador establece para toda clase de obligaciones
un régimen de responsabilidad que tiene como un elemento central la culpa o falta
de diligencia del deudor. Visto desde otra perspectiva, significa entonces que nuestro
legislador prevé como elemento de la naturaleza de todas las obligaciones un cierto grado
de diligencia que se entiende el deudor debe desplegar en la ejecución para que se concrete
el cumplimiento, y que de no verificarse e incurrir el deudor en incumplimiento, le lleva
a responder por el mismo. Y ello es así con independencia de que estemos frente a una
obligación de medios o de resultados, por cuanto el artículo 1547 no distingue en forma
alguna el tipo de obligación de que se trate para establecer en los términos señalados la
responsabilidad y exoneración del deudor. Y no puede distinguir sin consideramos que el
legislador no tuvo en cuenta esta clasificación a la dictación del Código Civil.
Esto último conduce a la necesidad de aceptar que para nuestro legislador todas las
obligaciones imponen al deudor el empleo de un cierto grado de diligencia, la que interesa
no para determinar si ha habido o no cumplimiento, porque no es una diligencia que forme
parte de la prestación misma, su rol es funcional respecto de ella, sino que para establecer
si el deudor debe o no responder por el incumplimiento ya establecido. Y así sucede tanto
en obligaciones de medios como de resultado, en ambas es siempre necesario el despliegue,
por parte del deudor, de una actividad destinada a impulsar su cumplimiento, a concretar
la prestación comprometida por el deudor, sea ésta un opus o resultado, o bien una cierta
actividad o hacer diligente.
De esta forma, se observa que el artículo 1547 está destinado exclusivamente al ámbito
de la atribución o exclusión de la responsabilidad por incumplimiento, y es además una
disposición de alcance general. Por tanto, no puedo compartir el planteamiento de quienes
sostienen que la regla del artículo 1547 está referida exclusivamente a las obligaciones
de medios, únicas en que jugaría un rol la diligencia. Y no puedo compartir dicha visión
porque implica desnaturalizar la disposición en comento. En efecto, nada hay en su
contenido que permita excluir de su regulación un importante, además del más frecuente,
tipo de obligación: aquellas cuya prestación está constituida por un opus cuya concreción
el deudor garantiza al acreedor, como ocurre en las llamadas obligaciones de resultado.
Éstas indudablemente están comprendidas en la regulación del artículo 1547 y por tanto,
debe reconocerse que en ellas también está presente la diligencia, en una función o rol
que –con independencia de la denominación que se le dé– también se aprecia en las
obligaciones de medios, cual es la de servir como criterio para definir si el deudor es o
no responsable por el incumplimiento. Esto demuestra que la noción de diligencia no es
ajena ni tampoco inútil en las obligaciones de resultado. Lo que sucede es que en ellas la
diligencia –o más precisamente, su falta– sólo interesa una vez que ha quedado establecido
el incumplimiento.
Ahora bien, esta última cuestión –la determinación acerca de si ha habido o no
cumplimiento– queda fuera del alcance del artículo 1547 del Código Civil, y en rigor,
su resolución es previa a aplicación de dicha disposición. Como es evidente, la pregunta
sobre si el deudor es responsable supone previamente establecer que ha incumplido su
obligación. Es en este último plano en que opera la regla contenida en el artículo 1698
del Código Civil que contiene el precepto general en sede de prueba de las obligaciones:
corresponde la prueba de su existencia o extinción a quien alegue aquella o ésta. Y es
esta la regla cuya aplicación interesa en materia de cumplimiento e incumplimiento, por
cuanto el incumplimiento de la obligación supone la existencia o más precisamente, la
subsistencia de la misma, mientras que el cumplimiento produce su extinción. Allí se
inserta la discusión a que da lugar el cumplimiento imperfecto de las obligaciones.
II. La carga de la prueba del cumplimiento imperfecto
La regla del artículo 1698 se ha interpretado comúnmente en el sentido que al acreedor le
basta con probar la existencia de la obligación y alegar –no probar– su incumplimiento,
para que a su vez el deudor quede obligado a acreditar su cumplimiento, y con ello,
la extinción de la obligación. Así, sobre el acreedor recae la carga de la prueba de la
existencia de la obligación y sobre el deudor la de su extinción por el modo de extinguir
pago.
No se asigna al acreedor la carga de la prueba del incumplimiento –no obstante ser esa la
circunstancia que junto con la fuente acredita fehacientemente que el deudor se ha obligado
y sigue estándolo– por tratarse de un hecho negativo; de ahí que sea suficiente con probar el
nacimiento de la obligación por la fuente respectiva. Ahora bien, esta forma de entender y
aplicar el artículo 1698 resulta coherente y admisible en los casos de incumplimiento total
de parte del deudor, cuando éste nada ha realizado de la prestación debida. Allí se entiende
que no es posible imponer al acreedor la prueba de la “nada”.
Sin embargo, resulta claro que ello cambia en supuestos de cumplimientos imperfectos, es
decir, en aquellos casos en que el deudor ha procedido a la ejecución de su prestación de
un modo que aparentemente se conforma a lo pactado, es decir, ha cumplido formalmente
lo debido; y no obstante ello, el acreedor reclama por la disconformidad de la prestación
efectivamente ejecutada con aquella que inicialmente se hizo objeto de la obligación. Es
decir, el acreedor reclama que el cumplimiento del deudor ha sido imperfecto.
Si esto ocurre, se produce un conflicto que impone a ambas partes la carga de probar sus
respectivas alegaciones conforme al artículo 1698 del Código Civil. Esto implica entonces,
que el deudor debe acreditar que su cumplimiento fue ajustado al tenor de la obligación
–principio de identidad del pago que por tanto le da fuerza extintiva de la obligación al
mismo–; y por su parte, el acreedor cargará con la prueba de la falta de adecuación de lo
ejecutado por el deudor a la prestación originalmente pactada, lo que supone probar que la
obligación subsiste, es decir, su existencia. Estas cargas probatorias son fundamentales para
establecer si se ha producido o no el incumplimiento y resultan simplemente de la correcta
aplicación del artículo 1698. Sólo una vez que ello se haya resuelto, y además, de manera
favorable para el acreedor, podrá pasarse a la aplicación del artículo 1547 del CC.
Esta situación particular a que da lugar el cumplimiento imperfecto se observa en toda clase
de obligaciones. Si se trata de una de resultado, por ejemplo, confeccionar un mueble con
determinadas características, si el acreedor alega que el mueble entregado no se ajusta a lo
convenido con el deudor, deberá acreditar esa falta de adecuación frente a la prueba rendida
por aquel sobre el cumplimiento, al menos aparente, de su obligación. En el fondo, deberá
probar que el resultado garantizado no se produjo en la forma pactada. Y si la obligación
es de medios, como ocurre en la mayoría de las prestaciones nacidas de contratos médicos,
frente a la alegación y prueba por parte del profesional médico en el sentido de haber
ejecutado la prestación, el procedimiento quirúrgico por ejemplo, el acreedor que alega un
cumplimiento imperfecto, deberá probar que en la ejecución el deudor no se ajustó a la lex
artis, por lo que no ha dado fiel cumplimiento a su obligación. En ambos casos, como se
puede apreciar, lo único que se está discutiendo es si ha habido o no cumplimiento, y ello
se rige por lo previsto en el artículo 1698 del Código Civil. No es preciso salir de dicha
disposición para resolver la controversia al respecto.
Y en nada altera esta conclusión la circunstancia de que en las obligaciones de medios
la carga del cumplimiento imperfecto se traduzca en último término en la necesidad de
acreditar la falta de diligencia o culpa del deudor. Ello es así simplemente por la especial
naturaleza de la prestación debida en esta clase de obligaciones, en que el deudor se
obliga a desplegar una actividad o hacer diligente, conforme a ciertas reglas científicas
o técnicas, actividad que se encamina a la consecución de un resultado que interesa al
acreedor pero que queda fuera de la prestación. Ésta se agota en aquella actividad diligente.
Consecuentemente, el incumplimiento se traduce en la falta de dicho hacer diligente o
en la desviación de la conducta del deudor de las reglas de diligencia que lo rigen. En
este último caso, estamos ante un cumplimiento imperfecto, que en definitiva equivale a
culpa del deudor, a la falta de la diligencia que constituye la prestación. Es eso lo que debe
probar, conforme a lo ya explicado, el acreedor. Esa es la forma de cumplir con la carga de
acreditar que la obligación existe.
Para resolver sobre ello, como dije, basta con el artículo 1698 del CC. No debe confundirse
la necesidad de acreditar esta culpa como equivalente al cumplimiento imperfecto en
las obligaciones de medios –y que viene impuesta por el artículo 1698 del CC– con una
alteración de la regla del artículo 1547 inc 3º que pone de cargo del deudor la prueba de la
diligencia.
Como se explicó antes, la prueba de la diligencia a que alude el artículo 1547 y que se pone
expresamente y sin lugar a dudas de cargo del deudor, es una que se exige y es necesaria
con posterioridad al establecimiento del incumplimiento. Se trata de una prueba a rendir en
un ámbito distinto, cual es el de la responsabilidad por el incumplimiento ya determinado.
No es una regla sobre la carga de la prueba del incumplimiento, porque para llegar al
artículo 1547 eso ya debe estar resuelto. La culpa o diligencia a la que se refiere el artículo
1547 es una que opera como criterio de atribución de responsabilidad, no como criterio
determinante del incumplimiento y es una regla de aplicación general, con independencia
del contenido de la obligación. Por ello, no comparto la afirmación de que exigir la prueba
del incumplimiento al acreedor, y concretamente, de la culpa en que se traduce el mismo
en las obligaciones de medios, supone alterar la regla de la carga de la prueba contenida
en dicha disposición. Siguiendo con los ejemplos propuestos previamente: sólo si como
resultado de las pruebas que han de rendir las partes conforme al artículo 1698 se establece
que el deudor incumplió, sea porque el mueble entregado no coincidía en sus características
con lo convenido; sea porque aunque formalmente el médico operó, pero apartándose de las
reglas de la lex artis, entonces será necesario dilucidar si ese deudor debe además responder
por su incumplimiento. En ese contexto, a éste le interesará probar que no ha incurrido en
culpa conforme al artículo 1547 y que empleó la diligencia debida que le permitirá, si se
dan todos los requisitos para ello, exonerarse por la concurrencia de un caso fortuito.
Es preciso entonces delimitar correctamente estas dos áreas diversas, en las cuales si bien
juega la diligencia, lo hace en roles y con consecuencias distintos. En el plano de la
determinación del incumplimiento –regido por el artículo 1698– si la obligación es de
resultado, la diligencia no juega rol alguno, sólo lo hace en las obligaciones de medios, y
ello es simplemente consecuencia de la naturaleza y contenido particular de la prestación;
por ello en rigor, más que hablar de culpa del deudor, basta con hablar de incumplimiento:
en ese sentido al acreedor le corresponderá probar la falta de diligencia y al deudor el
despliegue de la misma. Y por su parte, en lo que refiere al plano del juicio de
responsabilidad, aparece la regla del artículo 1547 y su diligencia como elemento común a
toda clase de obligaciones, que interesa y corresponde probar al deudor cuando a pesar de
su incumplimiento, quiere excluir su responsabilidad por el mismo. Es a efectos de la
exoneración que adquiere relevancia dicha regla, que ha permitido concluir que la culpa se
presume en materia contractual. Esto es así, pero en sede de responsabilidad por el
incumplimiento, previa determinación y prueba –si es preciso cuando se trata de
cumplimientos imperfectos– del mismo.
Por lo anterior, no es posible restringir la actuación de la culpa o falta de diligencia
exclusivamente a las obligaciones de medios, en las que operaría, al mismo tiempo,
como criterio para determinación del incumplimiento y como regla de imputación de
la responsabilidad por el mismo, lo que finalmente se traduce en que en esta clase de
obligaciones se termine presumiendo el incumplimiento a partir de la alegación del mismo
por el acreedor, obviando con ello la aplicación del artículo 1698 del CC. No cabe la
identificación de dos cosas distintas y con consecuencias diversas. Nuestro legislador las ha
diferenciado claramente. Plantear una cosa distinta es negar el régimen de responsabilidad
que se desprende del artículo 1547 del CC, el que ni siquiera reconoce la clasificación de
obligaciones de medios y de resultado, la que si bien ha sido acogida en nuestro derecho
a partir de la constatación del contenido diverso que se observa en las prestaciones en uno
y otro caso, no tiene otra utilidad y consecuencia más allá de la diversa configuración del
incumplimiento, presupuesto de la aplicación de las regla de la responsabilidad contractual,
en las que no se observa diferencia alguna.
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