Historia Universal - La Iglesia de la Edad Media

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Historia
La Iglesia de la Edad Media
Con la invasión bárbara en el Imperio Romano
de Occidente, convivieron distintas creencias
religiosas. El paganismo imperaba entre los
anglosajones, los francos y los suevos. El
arrianismo, opuesto al cristianismo, ya que
negaba la identidad de naturaleza entre Dios
Padre y su hijo Jesucristo, era la fe que
abrazaron los vándalos, los burgundios, los
visigodos y los ostrogodos.
Sin embargo, la Iglesia cristiana se impuso
como factor unificador y poco a poco, los
reinos se convirtieron al cristianismo. Los
francos, durante la monarquía de Clodoveo,
adoptaron el cristianismo, a fines del siglo V, y
los visigodos lo hicieron a fines del siglo VI,
bajo el reinado de Recaredo.
En el siglo VIII, Pepino el Breve, hijo de Carlos Martel, considerado defensor de la
cristiandad, por impedir el avance de los pueblos musulmanes sobre el reino de los
francos, obtuvo la corona, e inauguró la dinastía carolingia, con el apoyo del Papa,
a quien los francos se comprometieron a ayudar para repeler a los lombardos.
Con la asunción de Carlomagno, en el año 800, como Emperador, coronado por el
Papa, y la construcción de un nuevo imperio en Occidente, se estableció un mutuo
acuerdo de sendas autoridades entre el papa y el Emperador, transformándose el
último en el brazo armado de la Iglesia.
Luego de la muerte de Carlomagno y de su hijo, Luis el Piadoso, en el año 843, por
el Tratado de Verdún, el imperio se dividió en tres partes, desintegrándose el
imperio carolingio, pero no la autoridad del Papa, que la ejerció sobre todo el
territorio.
Tomando como modelo la organización administrativa romana, la Iglesia se dividió
en provincias y diócesis. Los Papas, considerados sucesores del apóstol San Pedro,
y cabezas de la Iglesia, fijaron su residencia en Roma.
La autoridad religiosa contaba para asegurar su autoridad, con dos instrumentos: la
Excomunión, por la cual podía excluir de su seno a quienes no la obedecieran, y la
Inquisición, cuyos tristemente famosos tribunales, realizaban juicios a los
sospechosos de herejías que eran condenados a penas crueles, como la muerte en
la hoguera.
El clero se dividía en secular y regular. El primero, formado en su mayoría por la
aristocracia romana, dependía de un obispo. Inserta en un sistema feudal, la Iglesia
misma recibía feudos de nobles o del emperador, a los que debían rendir juramento
de fidelidad, y permitírseles el nombramiento de obispos y párrocos.
El segundo estaba formado por monjes, que vivían de acuerdo al monacato, forma
de vida espiritual que los recluía en los monasterios, alejados de la vida mundana,
bajo normas estrictas. Un ejemplo, fueron las impuestas por San Benito de Nursia,
en Italia, a los monjes de Monte Casino, que imponía entre cosas, comer en
silencio, reglas que fueron rápidamente imitadas.
En el siglo XI, el Papa Gregorio VII, realizó una reforma religiosa para fortalecerla,
e imponer la autoridad del Papa sobre cualquier otro poder, además de dotar a la
iglesia de un cuerpo legal propio, que originó el Derecho Canónico. Esto enfrentó a
la autoridad eclesiástica con el Emperador por el poder, en la Querella de las
Investiduras, hasta la firma del Concordato de Worms, en el siglo XII, donde se
definieron las atribuciones de ambos poderes.
Nacieron en este período dos órdenes religiosas con gran influencia en Europa: la
de Cluny y la de Císter.
La de Cluny fue organizada bajo el estricto cumplimiento de la regla de San Benito,
que se basaba en la confesión pública de los pecados, el silencio, la oración,
combinada con el trabajo manual y la repetición de los salmos. Nació en el año
910, cuando el duque de Aquitania, conocido como Guillermo el Piadoso, fundó un
monasterio en la localidad de Cluny, bajo la protección directa del Papa, con el fin
de evitar que cayera bajo la autoridad del obispo local, ya que consideraban al
poder temporal subordinado al espiritual. Como ejemplo de este movimiento
religioso podemos mencionar a Hlldebrando, que luego fuera, el Papa Gregorio VII.
La de Císter, surgió en el siglo XI, merced a la labor del abad Roberto, instalado en
Cister, bosque de Francia, donde estableció un monasterio, donde inspirados
también en la regla de San Benito, luego tomaron el nombre de bernardos, en
honor a San Bernardo, uno de sus mayores exponentes.
Posteriormente surgieron nuevas órdenes, llamadas mendicantes, como los
franciscanos y los dominicos, que a diferencia de otros religiosos no debían
establecer su residencia en un lugar fijo, actuando como predicadores, misioneros,
inquisidores, canonistas, teólogos o intelectuales.
Ambas datan de comienzos del siglo XIII. La primera se debe a la obra de san
francisco de Asís, basada en las virtudes de la fe y la caridad. La segunda, a Santo
Domingo de Guzmán, quienes renunciaron a los bienes terrenales, combatieron la
herejía y privilegiaron el conocimiento como medio de lograr sus aspiraciones
religiosas.
A partir del siglo XI y hasta fines del Siglo XIII, se produjeron las Cruzadas, con el
fin de recuperar la ciudad de Jerusalén, en poder de los turcos, con nefastas
consecuencias, salvo la reactivación del comercio.
Entre los siglos XI y XIII, se produjo la reconquista española, sobre el territorio
ocupado por los musulmanes, formándose cuatro reinos cristianos: Navarra,
Aragón, Portugal y Castilla.
En el siglo XIII, la Iglesia estableció una nómina de oficios o profesiones
consideradas deshonrosas, entre las que incluía a los mercaderes y banqueros,
pues la finalidad de ganancia de sus actividades, los alejaba del fin de un buen
cristiano. Condenaba la usura, el crédito y el préstamo.
Como tenían la posibilidad de arrepentimiento, tras una larga vida al frente de sus
negocios, ya al final de sus días, los que ejercían estas profesiones indignas, las
abandonaban, expresando su arrepentimiento, haciendo donaciones, o ingresando
a órdenes religiosas, para lograr su salvación eterna.
Para evitar esta disociación entre el nuevo orden urbano que implicaba la existencia
de personas dedicadas al comercio, la iglesia estableció que esa actividad, no sería
considerada prohibida si se realizaba con la finalidad del bien común.
En el siglo XIV, la Corona francesa protagonizó una disputa con la Iglesia, donde la
primera logró establecer su predominio, trasladando a Aviñón (Francia), el lugar de
residencia del Papa y nombrando como sucesores a Papas franceses.
Una parte de la Iglesia, desconoció la autoridad francesa, y otro Papa, se instaló en
Roma coexistiendo con el de Aviñón. Esta situación se prolongó hasta el año 1417,
y es conocida como el Cisma de Occidente.
Mientras tanto, luego de la caída del Imperio Romano de Occidente, en Oriente,
hubo grandes enfrentamientos religiosos, conocidos como querellas, donde estaban
implicados los patriarcas orientales, que eran los obispos de Constantinopla, que
querían establecer una iglesia diferente a la de Roma.
En el siglo VIII, sucedió la crisis iconoclasta, que dividió el mundo cristiano entre
los que veneraban las imágenes religiosas (íconos) y los que se oponían a ellos.
Prohibido el culto a los íconos por el emperador León III, fue restituido a fines del
siglo VIII, por presión de los fieles, que entregando ofrendas a las imágenes
encontraban un modo de canalizar su fe y por los propios religiosos, que habían
perdido una fuente de ingresos.
En el año 1054, se produjo la definitiva división de ambas iglesias cristianas: la de
Roma, cuya fe adoptó la denominación de católica apostólica romana, profesada en
Europa Occidental, y la bizantina, con sede en Constantinopla, cuya religión se
denominó católica ortodoxa griega, que tuvo adeptos en Europa Oriental, el Imperio
Bizantino y Rusia, y que no le disputó jamás el poder al imperio.
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