Para un imaginario poético de Lara y Barquisimeto

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Para un imaginario poético de Lara y Barquisimeto
Antonio Urdaneta
En la mitología de la ciudad de Barquisimeto, el cielo y la formación de un
crepusculario, de una poética, de una sensibilidad, de muchos modos expresados
y vividos, ocupa el centro olímpico la alta cima de un imaginario.
La poesía ha sido espejo mágico del forjamiento de sus formas vespertinas como
a otras ciudades -indica Julio Garmendia- esas famas urbanas se las otorga el
primigenio tamaño de sus naranjas.
El gran escritor tocuyano, narrador de dimensión hispanoamericana, fue
precisamente uno de los más profundos exploradores del crespusculario
barquisimetano a través de la vida de Guachirongo y al lado de esta extraordinaria
narración de cuentista, sobresale a lo largo de la historia un intenso imaginario
celeste.
El cielo larense y en
particular, el cielo de
Barquisimeto,
hicieron
se
leyendarios
en Venezuela por la
formación
libro
virtual,
antología
que
suele
de
del
este
esta
cielo
fuertemente
cantar
las
voces poéticas que
se han arrancado al recio suelo larense y aún a las aguas, ríos y corrientes
territoriales, al lado de los cielos artesanales.
El paisaje onírico soñado de Lara y Barquisimeto, es una conjunción de entidades
poéticas que desde antaño cruzaron el imaginario regional. El ritmo y la
experiencia contemporánea han acortado ciertos estados de somnolencia en
relación con ese paisaje y especialmente con buena parte de él, la corresponde a
los paisajes del cielo.
Veamos, entonces como Otto Cornet dice que”la tarde guinda una lenta agonía de
coral” en Barquisimeto.
Para Cornett la procesión de la Divina Pastora se evapora con el incensario y en
ese instante asciende la
devoción y se provoca el
vuelo
de
las
almas.
Corresponde todo esto a
una visión en la que la
virgen
flota
en
la
procesión junto a su grey
en la tarde misma.
Alí Lameda, el gran poeta,
destaca
el
carácter
multicolor en el paisaje, la
electricidad del cielo, la
joyería
celeste:
y
la
artesanía
Habla
resplandor
de
un
adolescente
nada melancólico.
En
cambio
para
Concepción de Carrasco,
el iris crepuscular tiembla
sobre
las
cruces,
embelleciendo las tumbas-dice- y los mausoleos.
Para él, el crepúsculo es un concepto romántico. Otras han visto arriba un alarde,
espacios incesantes, cortinajes, óperas, poemas sinfónicos, danzas, cantos,
poemas, pintura, cine, pedrería, oro, plata, todos los colores, no uno, granates,
carmesíes, carrozas. Hasta el aroma de los aliños hogareños se va al cielo. Entra
al cuerpo sutil de un alma que se saborea: “si en el cielo así se come, Marquitos,
te felicito”, concluye Esteban Rivas Marchena.
El solo hecho de que una tradición ponga en los labios de Bolívar una frase
excepcional, a semejanza de otras suyas del mismo tenor, en el momento en que
era vencido en Tierritas Blancas (1813), “mas vale una derrota que contemplar un
crepúsculo barquisimetano”, indica el propósito de instaurar en el tiempo una
poética de la ciudad. No importa, decíamos, la realidad o la fantasía de una frase,
se trata de construir con la fragilidad de una imagen una fortaleza espiritual.
Lo cierto es que el cielo de la ciudad de los crepúsculos, como el de otras
ciudades
del
mundo
derivó desde el siglo XIX
en crepusculario literario.
A su lado se crearía
también la canción de
medianoche,
específicamente
noche
larense
la
que
enarbolaron los cantores
de antaño del tiempo de
las
serenatas.
La
vivencia del cielo de la
cuidad musical oscilaría,
hasta hoy, entre la melancolía sin solución y la fabulosa joyería de la luz.
Ha mostrado el labrador del crepúsculo un rostro pasivo o se ha hecho un
decidido orfebre del alma. De tal manera que con el tiempo, un poema sinfónico
de Héctor Pellegatti, reunió en un solo recipiente el contenido de varias fragancias
territoriales, para ofrecernos “La ciudad de los crepúsculos mágicos”.
Aquí
reaparece la cuidad física y espiritual, la tarde larense, la noche como entidad
poética y el éxtasis.
La ciudad había emprendido una notable actividad simbólica relativa a la transición
crepuscular cuando el sol metafóricamente se hunde en la noche y se crean
signos de ansiedad, sembrándose buena parte de la identidad en las nubes.
Se ha llegado incluso a temer en el campo ecológico que el aspecto de nuestro
ciclo crepuscular, que mucho debería su magnitud a resplandor del lago de
Maracaibo, según se crea posible esta historia natural, podría desaparecer si
persiste la depredación ambiental: “El Jardín de los cielos comienza a decrecer”,
“poemas de colores no hará ya más en cielo…“ dijo el poeta Víctor García Sereno.
Mientras tanto, una joven de la ciudad, Gerónima Mendoza, pone a nuestra
consideración la lectura de un marco metodológico para diseñar una colección de
trajes de noche inspirados en la ciudad crepuscular.
Gerónima se sintió conmovida por una frase que atribuye a Lagarfell: “Miro al cielo
para vestir a la mujer”. Tomó entonces la gama de colores, dice, del patrimonio
visual.
Se trata de establecer con la topología poética de la ciudad una revalorización en
el contexto de la moda, identificar el vestuario en su tema o con su hechizo. Hace
predominar “telas de suaves caídas y de colores en degrades” y no sólo para
grandes trajes de la noche sino también para la ropa informal. Sin dudas se trata
de un aspecto inédito de esta actividad simbólica nada infructuosa.
Al mismo tiempo crecía la antología del río Turbio, escenario que entra como
contenido terrenal en la
mitología, en la fábula,
en
el
geográfico,
ensayo
en
la
historia, en la novela,
en la pintura, en la
música, en la danza y
en la poesía.
Abramos más nuestras
páginas de estos libros
virtuales, miremos sus
imágenes
notables,
yendo más allá de Barquisimeto a través del paisaje larense:
1. Unas cosas se admiran por su brillo
otras las contemplamos por su sombra
pues si el maguey no tiene sombra bella
ni matices ni ambiente que admirar
en su elevada cúpula destella
el reflejo del sol al asomar.
Ramón Peñuela
Humocaro Bajo
2.
Entre mil vegas de florida alfombra
ricas en frutas y sin par verdura
como una sierpe de azulado azogue
trémulo el Turbio y murmurante ondula
José Parra Pineda
Barquisimeto 1858
3. Recordad después la orilla
del dulce Morere manso
cruzábamos su tranquila
corriente de miel nadando.
Juan José Bracho
Carora 1858
4. De esta crepuscular melancolía
quede en mis versos el fugaz arrullo
y sea en su ignescente lejanía
todo el azul de mi esperanza suyo
y toda el alma del paisaje mía.
Antonio Lucena
Barquisimeto 1884.
5. Bolívar piensa cuando Dios lo azota
que bien vale en el peso de su gloria
un crepúsculo tuyo, una derrota.
Marco Aurelio Rojas
Carora 1888.
6. Al salir del boscaje por los flancos
prosigue entre recodos y barrancos
y en hondonadas fértiles se pierde.
Rafael Garcés Álamo
Barquisimeto 1891.
7. No el rijoso nopal ni la incisiva tuna,
ni la guazábara inclemente,
es la cabra lactífera y paciente a orilla
del Morere, pensativa.
Francisco Lucena Fuentes El Tocuyo 1900.
8. ¡Cómo se pierde el alma por tus vegas
y el corazón se agita de contento¡
Al sur, tu Río aún está cantando.
José Manuel Colmenares
Barquisimeto, 1902.
9. ¡Oh, mi bello y querido río Tocuyo,
bajo las suavidades de tu arrullo
cuántas veces soñé…
Antonio Arráez
10. Por ti regresa al mar en lejanía,
con los dorados peces del crepúsculo,
Barquisimeto, 1903.
el encendido declinante día.
José Antonio Escalona Escalona.
Sanare, 1917.
11. Más que en la mente, guardo en las pupilas
la visión de un crepúsculo de rosas;
mezcla de azules y morados lila,
con rojo y gualda, en eclosión preciosa.
Otto Seijas.
Barquisimeto, 1975.
12. Entre celajes de ópalo se hundía
el desmayado sol
y al descender allá tras las colinas
semejaba un incendio de neblinas
el último arrebol.
Julio Olivares.
Barquisimeto, 1888.
13. Cómo le rememoro en este instante
cuando muere el crepúsculo distante
y a su alero se van las golondrinas
Juan Guillermo Mendoza.
Barquisimeto, 1884.
14. Las auras vespertinas modulan
vagas cosas
que son como plegarias.
Rafael Garcés Álamo.
Barquisimeto, 1891.
15. La fragua del crepúsculo revive
lueñe, fugaz, celeste primavera
El cardenal bermejo circunscribe
su vuelo sorbe copa placentera.
Luis Beltrán Guerrero.
Carora, 1914.
16. Que acaso sean de flores
que allá en lo ignoto pinta la esperanza,
o acaso chispas de encendida hoguera
oculta en lontananza.
José Gil Fortoul.
Barquisimeto.
17. Terepaima, Tabure, Manzano, Titicare,
el vientre siempre henchido de la loma de León
y lejos distante en tu silencio
Buena Vista dormida en horas de arrebol.
Pascual Venegas Filardo.
Barquisimeto, 1911.
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