GOBIERNO DE ROMA 99 asesinado en el año 44 a. C., y a pesar de los consejos que le dieron de huir al Oriente, regresó a Italia, donde se encontró heredero de César. Marco Antonio, que era entonces el amo de Roma, se mofó de Octavio y rehusó obedecer los términos del testamento; pero el joven era inteligente y sabiendo que César había legado algo a cada ciudadano de Roma, comprendió que el testamento de César contaría con el apoyo del pueblo y para ganarse el Senado apeló a Cicerón, que odiaba a Marco Antonio. Este tuvo que huir. Octavio salió en su persecución y en el año 43 a. C., lo derrotó. Vencido Marco Antonio los soldados pidieron que Octavio fuera nombrado cónsul. Logrado esto Octavio abandonó a Cicerón y pactó con Marco Antonio. Se formó el triunvirato Octavio - Marco Antonio - Lépido, que debería gobernar durante cinco años. Se dividieron las provincias y dieron muerte a todos sus adversarios, inclusive Cicerón. Pasada la batalla de Filipos, en que las fuerzas opositoras, capitaneadas por Casio y Bruto (que habían tomado parte en el asesinato de César), fueron derrotadas, Octavio quedó -Marco Antonio-, pero Octavio logró mantener la paz. En el año 38 a. C., se casó con Livia, que fue su principal consejera y quien, al parecer, determinó que cambiara completamente su carácter. Durante los siguientes siete años concentró sus energías en proteger sus fronteras y embellecer la ciudad. Por primera vez en 50 años Roma se vio libre de contiendas civiles, y tanto el pueblo como el Senado olvidaron la era de terror con que Octavio se inició en el poder; derrotó a Marco Antonio en la batalla de Accio, año 31 a. C., y quedó como jefe supremo del Imperio Romano. Renunció entonces a su título y reimplantó la república. El Senado, agradecido, lo hizo comandante en jefe del ejército y de la armada por un periodo de diez años, y renovó su nombramiento de cónsul año tras año. Al gobernar por la voluntad del pueblo se hizo más poderoso que nunca. El año 27 a. C., le dio el Senado el título de Augusto (del verbo latino augere: aumentar) en su acepción de eminente o majestuoso. Aunque oficialmente su categoría era sólo la de primer ciudadano (princeps, en latín) elegido por pueblo y Senado para gobernar, en realidad, con las legiones bajo sus órdenes, era sin duda mucho más que un mero jefe electo: casi inadvertidamente su poder militar lo convirtió en lo que entendemos hoy por emperador (de imperator, jefe supremo o general de un ejército).