Alegría y esperanza: la Iglesia en el mundo actual Este quinto de

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Alegría y esperanza: la Iglesia en el mundo actual
Este quinto de seis artículos breves sobre el Concilio Vaticano II habla del documento más
extenso emitido por el Concilio Vaticano II. La Constitución Apostólica Gaudium et spes
atendió el motivo por el que el Papa Juan XXIII había convocado al Concilio: cambiar la
relación entre la Iglesia y el mundo a fin de que la misión de la Iglesia se viera fortalecida y el
mundo llegara a conocer a su Salvador y fuera rescatada de su pecaminosidad. ¿Cómo debe la
Iglesia, ahora comprometida a dialogar con todos, entrar en una relación más productiva,
evangélicamente hablando, con un mundo marcado por avanzados logros tecnológicos, con una
democracia más difundida, con un sistema económico integrador y un creciente escepticismo
hacia la religión revelada?
La constitución apostólica comienza identificando a la Iglesia con los gozos y las esperanzas, así
como las tristezas y las angustias, de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo con los pobres o
con los que sufren de algún otro modo. Al explicar lo que ella es para el mundo, la Iglesia espera
entrar en un diálogo que explicará el mundo a sí mismo. Mientras el Concilio seguía reunido en
Roma, el Papa Pablo VI fue a las Naciones Unidas en Nueva York, el primer Papa en hacerlo, y
se presentó ante los representantes gubernamentales de todo el mundo como “un experto en
humanidad”.
En este nuevo momento de la historia humana, el género humano y su historia, escribieron los
Padres del Concilio, se reúnen alrededor de valores permanentes y de nuevos descubrimientos.
Hay un orden social nuevo, con nuevos hábitos psicológicos y morales. En algunos lugares, la
religión está siendo marginada por estar demasiado arraigada a un tiempo anterior de la historia.
Por lo tanto, en este momento la reflexión sobre la Iglesia y el mundo debe basarse en la
convicción común sobre la dignidad de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios.
La dignidad humana está perennemente amenazada por el pecado humano, y la Iglesia llama a
todos a una conversión de vida. Cristo es el nuevo Adán, el hombre nuevo, el que establece un
orden mundial basado en la verdad y la libertad. La muerte y el ateísmo amenazan este nuevo
orden, pero no pueden destruirlo, ni a la Iglesia que lo proclama y lo encarna.
Gracias a que Jesús es Dios, él nos introduce a la vida de la Santísima Trinidad, porque Jesús es
hombre, él transforma la actividad humana en su instrumento para hacer visible el Reino de
Dios, aún aquí y ahora. Como la levadura de Dios en el mundo, la Iglesia protege la “escuela del
amor de Dios”, que es la familia. Trabaja para fortalecer el matrimonio y el respeto por la vida
humana que nace en su seno. La Iglesia entra en diálogo con todas las culturas y es un
compañero para las conversaciones sobre la evolución, el progreso, la vida económica y política,
la paz y el orden internacional. El documento aborda cada uno de estos temas con cierta
extensión.
Esta visión tan amplia de la relación entre la Iglesia y el mundo se institucionalizó
inmediatamente después del Concilio con ministerios para la justicia social y la paz, para la
protección de la vida humana y la dignidad, para la vida conyugal y familiar, para la vida
intelectual y para las comunicaciones. La Santa Sede misma y la mayoría de las diócesis han
institucionalizado estas preocupaciones al mismo tiempo que han apuntalado la vida de fe de los
católicos mismos con esfuerzos para renovar la catequesis y la vida en comunión de la Iglesia
misma, especialmente a través de diversos movimientos laicos.
La Iglesia, gracias a la Gaudium et spes, ha estado en un diálogo de cincuenta años con todos los
pueblos y naciones del mundo. La conversación ha sido a veces más áspera de lo que pudieron
haber imaginado o esperado aquellos que establecieron el curso del Concilio Vaticano II. Sin
embargo, se ha mantenido el curso: la Iglesia encuentra continuamente nuevas maneras de
presentar a todo el mundo a su salvador, Jesucristo, la cabeza de su cuerpo, la Iglesia.
Cardenal Francis George, O.M.I.
Arzobispo de Chicago
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