El problema mundial de los refugiados Carta del Ministro y Definitorio general a todos los hermanos (10 de septiembre de 1979) 1. Introducción La paz y toda bendición estén con vosotros. El nuevo Gobierno de la Orden ve el compromiso de los franciscanos con los pobres y los que sufren en el mundo como un problema prioritario. En el reciente Capítulo general de Asís fueron aprobadas, casi por unanimidad, algunas opciones prioritarias. Entre éstas se mencionaron específicamente: la promoción de una mayor inserción entre las clases menos privilegiadas de la sociedad y una presencia múltiple e intensa en los problemas del mundo, para su evangelización. Comprobando el hecho de que las comunicaciones de masa tienden, por desgracia, a crear entre nosotros la indiferencia hacia las desdichas del hombre, el Capítulo general exhorta viva y urgentemente a todos los presentes en el Capítulo y a todos los hermanos, dondequiera que se encuentren a estar cerca de los que sufren, a ayudarles con palabras y con hechos, a fin de hacer vivo y evidente el mensaje evangélico. El Gobierno de la Orden desea tomar muy en serio y promover todas las prioridades votadas por el Capítulo general. Esto, naturalmente, exigirá una programación de nuestro tiempo y de nuestro trabajo, para prestar atención a todas las recomendaciones, sin omisiones u olvidos. Esta programación y organización será el tema de una semana especial de reflexión y plegaria, que el Definitorio general ha proyectado para el próximo octubre. Una expresión de nuestra preocupación por el compromiso de los franciscanos en los problemas de los que sufren es la institución de la Comisión General «Justicia y Paz». Los hombres sufren hoy de muchas maneras: bien como víctimas de la persecución o de la manipulación, bien como víctimas de la miseria o de los demás males que afligen la sociedad contemporánea. Estos son los campos de trabajo en los cuales creemos que la Orden Franciscana está llamada por su vocación a ser instrumento de salvación en las manos del Señor. La Comisión General «Justicia y Paz» estudiará las intervenciones más oportunas en estos campos problemáticos tan pronto le sea posible. Pero mientras tanto, queremos ofreceros algunas reflexiones sobre el problema de los refugiados, movidos a esto por la grave y urgente situación que se ha desarrollado en el Sureste asiático y en Nicaragua. 2. La visión franciscana El espíritu del Evangelio, que es el fundamento del movimiento franciscano, nos empuja naturalmente a estar cerca de los que sufren y en los lugares donde la justicia y la paz están en peligro. Dondequiera que alguien sufre, el Evangelio nos manda ir y llevar consuelo. Hoy nuestra vocación nos impone ir en ayuda de los «marginados», siguiendo el ejemplo de Cristo que habló en favor de los que no tenían voz y escogió la compañía de los indeseables de su tiempo. El mismo espíritu del Evangelio empapó profundamente toda la vida de S. Francisco. La renuncia de la riqueza y el haber elegido vivir pobremente fueron una consecuencia de su decisión de vivir el Evangelio. En el proceso de desarrollo de este ideal, su encuentro con el leproso constituye un momento de capital importancia. La autenticidad de su deseo de conversión fue sometida seriamente a prueba cuando sintió la necesidad de abrazar al leproso, uno de los «marginados» de su tiempo. El encuentro con el leproso no fue un incidente aislado en la vida de Francisco. De hecho, no solamente inicia su Testamento narrando esta experiencia, sino que buscó constantemente la compañía de los leprosos, para promover la comprensión, tanto de parte de él como de sus hermanos, de las más profundas implicaciones de su elección de vida. Se sentó a la mesa con los leprosos (LP 22; EP 58) y mandó hermanos para cuidarlos (1 Cel 39; LP 22; Flor 42). Pasó las noches con ellos (2 Cel 98), algunas veces solo, otras en compañía de otros hermanos (LP 23; TC 55). Todas estas narraciones muestran muy claramente que tales encuentros, en los cuales se manifestaba su respeto y su amor por los leprosos, sirvieron como «noviciado» para Francisco y para sus hermanos en el descubrimiento de sí y de Dios. 3. El problema de los refugiados Hablando de refugiados, quisiéramos usar esta palabra en su acepción más vasta. Queremos incluir a todos los que son forzados a dejar sus casas en circunstancias violentas, tanto si se debe a causas de violencia humana como a desastres naturales. Pero, además, queremos incluir la enorme masa de personas que deja su casa con afán de mejorar sus condiciones de vida y se queda sin domicilio estable, emigrantes que no llegan a integrarse en los nuevos ambientes. El Alto Comisario de las Naciones Unidas para los Refugiados calcula que el número de los refugiados y de los prófugos oscila entre los diez y los trece millones. Pero si tomamos la palabra en su acepción más amplia, el número de ellos aumenta mucho. Africa tiene casi 4 millones. El sub-continente indiano cuenta más de medio millón. En Malasia, llegan a algunos centenares de millares. El Vietnam cuenta, dentro de sus confines, cuatrocientos mil refugiados. Las víctimas del problema palestino son unos tres millones de Judíos y Árabes. Se calcula que seis o siete millones de inmigrados han entrado ilegalmente en los Estados Unidos. Cerca de un millón de colombianos están en Venezuela. Centenares de millares de haitianos fueron obligados a abandonar su patria. Los países Europeos tienen millones de trabajadores inmigrados. Se calcula que en Alemania hay actualmente varios millones de inmigrados. Italia tiene medio millón de inmigrados del tercer mundo. Naturalmente, en este momento, la tragedia más urgente es la de los llamados «boat people» de Vietnam. Se calcula que las personas afectadas son cerca de un millón y que más de doscientas mil han perecido en el mar. También la situación de Nicaragua pide nuestra atención. En este país, el problema de los refugiados se une al de una situación de gran miseria. Cuando, siguiendo la exhortación del Evangelio y el ejemplo de Francisco, dirigimos nuestra atención a este gran problema, nos vemos afectados por su complejidad. Naturalmente, hay lugares y situaciones en las cuales las causas del sufrimiento son evidentes. Tal vez se trata de desastres naturales; pero más frecuentemente son acciones políticas y militares las que constriñen a las gentes a huir para ponerse a salvo. Puede haber, con todo, otras razones. El mejoramiento de las comunicaciones y la mejor difusión de la educación básica han abierto los ojos a millones de hombres sobre el hecho de que los bienes de este mundo y la oportunidad de gozarlos están divididos de modo profundamente desigual. Aun las personas más simples se dan cuenta de que los recursos naturales, la capacidad industrial, la riqueza, el poder, la oportunidad de trabajo, los servicios médicos, la vivienda, la seguridad, los seguros sociales, la educación, los viajes y las recreaciones no están al alcance de todos de una manera equitativa. Es comprensible que la gente quiera reaccionar ante esta situación; pero cuando los pobres se hacen conscientes de su situación y quieren protestar, mejorar su condición, son con frecuencia oprimidos o empujados a un destierro forzoso o voluntario. Hay también emigraciones voluntarias en gran escala, que implican a millones de personas. Gente necesitada de comida, de casa y de trabajo, recoge sus pobres cosas y emigra a otros lugares. Uno de los ejemplos más conocidos es el de los trabajadores emigrantes, que dejan casa y familia y parten en busca de trabajo a otros países, para mejorar sus condiciones de vida y ofrecer la posibilidad de sobrevivir a sus familias. Por desgracia, muy frecuentemente, los salarios no están protegidos y su seguridad social deja mucho que desear. Una sed egoísta de poder y riqueza, no sólo ha contribuido al empobrecimiento de los otros, sino que frecuentemente, a causa de la exagerada preocupación respecto al bienestar del propio país, nación, tribu, ha dado origen a mecanismos de defensa, que quienes administran el poder han desarrollado con la finalidad de defender los propios privilegios contra los «otros». Las dificultades para obtener pasaportes y visados son bien conocidas. Mientras cada día aumentan las facilidades para los turistas ricos, las dificultades de movimiento para los pobres son siempre mayores. Incluso crecen continuamente las dificultades para encontrar habitación. Ciertamente, han sido convocadas muchas conferencias internacionales con la finalidad de discutir el comercio, las importaciones y las exportaciones, la libre circulación de la mano de obra; pero sin llegar a disminuir las restricciones. La misma asistencia necesaria para el desarrollo se les niega con frecuencia, y cuando se les concede, viene luego retirada fácilmente. Esta distribución desigual de la riqueza y del poder, con la consiguiente diligencia de parte de los pobres de mejorar sus condiciones y la determinación de parte de los ricos de defender sus privilegios a toda costa, buscando aumentarlos por todos los medios, están en la raíz de las complicaciones que se manifiestan en casi todas las partes del mundo. Actualmente, muchas personas emigran por diversas razones. De ello se colige que razones políticas, económicas, sociales, raciales, étnicas y religiosas han dado origen en el mundo a una sociedad plurirracial. Es muy importante percatarse de que este nuevo tipo de sociedad no es un cambio pasajero. La situación que se está creando será la realidad normal de la sociedad del futuro. Estamos convencidos de que a la larga esto será un bien. Inmigrantes y grupos étnicos, que vienen a un nuevo país, traen consigo valores de la propia cultura y tradición, y esto es, sin duda alguna, un enriquecimiento para la sociedad. Pero para poder aceptar este crecimiento deberemos pasar probablemente a través de un proceso de educación y de formación de conciencia. Deberemos aprender a vivir en paz, a comprender y apreciar a personas de diferente cultura, y esto es válido para entrambas partes, tanto para los emigrantes como para el pueblo que los recibe. Todo esto nos ayudará a comprender mejor las exigencias de la justicia, ya que todos tienen derecho a los dones de Dios, que ha creado el mundo para todos sus hijos. A pesar de todo, aunque pueda parecer extraño, el descubrimiento de la tierra como lugar que ofrece iguales oportunidades a todos es una idea reciente. La Iglesia, que está llamada a traer «paz y bien» al mundo, debe concentrar su esfuerzo misionero en favorecer a toda costa la aceptación de este descubrimiento. 4. En busca de soluciones Independientemente de cuáles serán los beneficios de la sociedad plurirracial que se desarrollará en el futuro, actualmente la situación está saturada de sufrimientos y de injusticias. El mundo, todos nosotros hoy debemos empeñarnos de veras en prestar ayuda. A causa de su enormidad, la tragedia vietnamita ha atraído la atención de la opinión pública y algo se está haciendo. El interés de la prensa mundial ha hecho que las ayudas fueran sustancialmente aumentadas. Particularmente estimulantes son los resultados obtenidos en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el problema de los refugiados en el extremo oriente, tenida en Ginebra el mes de julio próximo pasado. Más de sesenta países han puesto en común sus esfuerzos para buscar soluciones y ofrecer asistencia. Independientemente de toda otra consideración, esto demuestra que al fin el mundo está tomando conciencia del problema y va en busca de soluciones. Kurt Waldheim, Secretario General de las Naciones Unidas, al final de las reuniones pudo afirmar: «Hemos puesto los fundamentos para la solución de una de las más trágicas experiencias que el mundo ha tenido que afrontar». Cuanto ha sido realizado en favor de los prófugos vietnamitas, aunque insuficiente, es una señal de esperanza, una señal de que el mundo comienza a captar el problema de los refugiados y de los prófugos en su complejidad. El Alto Comisario para los Refugiados se refería a esto cuando, en su discurso conclusivo de la Conferencia de Ginebra, caracterizada precisamente por la colaboración internacional a fin de resolver el problema de los prófugos vietnamitas, habló de una nueva fase, de una nueva esperanza. Los esfuerzos realizados para solucionar el problema de los prófugos vietnamitas se desarrollan en tres direcciones. Directivas análogas debemos tomar al querer afrontar el problema de los refugiados. Primeramente, se debe intentar persuadir a los países que han empujado al exilio a los propios ciudadanos a cesar en esas presiones. En segundo lugar, los países vecinos deben ser alentados a asumir el oficio de «países de primer refugio» y deben ser persuadidos a no devolver a los prófugos hacia los lugares de procedencia, ya que esto supondría para muchos la muerte. En tercer lugar, los otros países deben ser convencidos a ayudar, a abrir sus fronteras y estar más dispuestos a ofrecer la posibilidad de colocación permanente de los prófugos en el ámbito de su territorio. Podría pensarse que los problemas creados por los poderes políticos deben encontrar solución a nivel político. Esto solamente es verdad en parte. Los particulares y las organizaciones libres fueron explícitamente citados en Ginebra como factores importantes para solucionar el problema. 5. Nuestro compromiso franciscano Lo dicho ofrece ya algunas indicaciones sobre la manera cómo los franciscanos pueden estar comprometidos. La exigencia preliminar es naturalmente informarse acerca del problema y sus implicaciones y difundir estas informaciones. El éxodo vietnamita ha asumido dimensiones mundiales, conmoviendo a muchos pueblos. Todos estamos al corriente de ello, ya que afectó la vida de muchos de nosotros. Cuando sea posible ayudar, debemos hacerlo. Con todo, es importante que nos percatemos de que este problema, por muy trágico que se presente, es solamente un aspecto del problema de los prófugos. Ninguno de nosotros puede evitar el estar comprometido, de alguna manera, en el vasto problema de los refugiados. Es problema éste que se extiende, en sus ramificaciones, hasta el pueblo más pequeño, donde el franciscano realiza su actividad diaria. Muchos de nosotros, como pueblo o como nación, hemos experimentado en tiempos anteriores nuestro «éxodo». La experiencia o el recuerdo de este drama debería hacernos sensibles al sufrimiento de quienes sufren hoy esta tragedia. Pero no podremos hacer nada si no estamos antes debidamente informados. El compromiso franciscano puede asumir diversas formas. Los franciscanos que viven entre los refugiados, deben sentirse profundamente unidos a ellos, comprendiendo su situación, compartiendo su dolor y ayudándonos a comprenderlos. Los que viven en los «países de primer refugio», deben prestar sostén activo al desarrollo y mejoramiento de los campos de prófugos y al mismo tiempo hacer que la población los reciba más dispuesta para estas sistematizaciones de emergencia. Pueden ponerse en contacto con franciscanos de países lejanos, constituyendo «puentes» que faciliten sistematizaciones definitivas. En fin, los franciscanos, en los países en los cuales sea posible la sistematización definitiva, deben intentar influir con todos los medios en la opinión pública a favor de una apertura generosa de las fronteras de sus países y deben ofrecer ayuda durante el proceso de integración. Las mismas ayudas materiales pueden ser expresión del compromiso franciscano. Comida, vestidos, hospitalidad, asistencia económica... son algunas entre las muchas posibilidades de ayudar a los refugiados. Los franciscanos pueden servir también en centros de socorro, bien tiendan éstos a ayudar a prófugos vietnamitas, bien dirijan su ayuda a otros refugiados. Una observación importante se impone en este punto. Son diversos los niveles en los cuales los franciscanos pueden comprometerse: como individuos, como miembros de una parroquia o de un grupo, como miembros de una comunidad provincial, regional, estatal o federal. Cualquiera que sea la posibilidad en que decidan comprometerse, creemos que deben entrar más a compartir los esfuerzos con las organizaciones ya existentes, que a erigir otras franciscanas. Este modo de proceder, no solamente hará más efectivos los esfuerzos, sino que hará más convincente nuestro testimonio de disponibilidad y de servicio. 6. La Curia General Cuando el Definitorio general decidió escribir esta carta, pidió al P. Hermann Schalück, Ministro provincial de la Provincia de Sajonia, Alemania, que representara a la Orden en la Conferencia de Ginebra y que recogiera toda la información posible. Esto, naturalmente, se hizo a título privado, ya que la Conferencia se desarrolló a nivel gubernamental. El P. Hermann nos ha facilitado la documentación necesaria. Asimismo hemos pedido documentación al Centro Misional de Bonn, Alemania Federal. Queremos continuar prestando toda nuestra atención al problema de los refugiados y de los prófugos. Nuestra Comisión General «Justicia y Paz» lo ha anotado en su agenda de trabajo. Toda sugerencia sobre la manera como podemos contribuir será agradecida y apreciada. Finalmente, pero no menos importante, un recuerdo constante en la oración. Mientras tanto, quien quiera pedir a la Curia general informaciones o sugerencias referentes a este tema, se le exhorta de veras a hacerlo. La Curia general es limitada en sus medios y recursos, pero intentamos hacer todo cuanto sea posible, en el marco de nuestros límites, para ayudar y asistir. Pedimos a los franciscanos, dondequiera que se encuentren, que presten seria atención al problema de los refugiados y prófugos, con particular atención a la situación de los vietnamitas. Todo lo que os sea posible hacer será sumamente apreciado por nosotros, pero sobre todo lo será por los refugiados mismos. Sabemos que muchos de vosotros estáis ya comprometidos en este esfuerzo: os agradeceremos que queráis hacernos saber las iniciativas que habéis emprendido, a fin de poder compartir las experiencias. Todos somos llamados al empeño, pero también a saber reconocer los nuevos signos de esperanza que hay escondidos en el más vasto problema de los marginados de nuestro mundo. Francisco, que abrazó a los leprosos, os inspire y os bendiga. Jesús, María y José, que, como narra el Evangelio de Mateo, fueron prófugos en Egipto, os den el valor y la gracia necesaria para servir a Cristo en los prófugos. La paz y la alegría estén con vosotros. Roma, Curia General, a 10 de septiembre de 1979. Fr. JUAN VAUGHN, ofm Ministro general Fr. ENRICO RECLA, ofm Secretario general Prot. 054416 [AOFM 98 (1979) 382-386; cf. Sel Fran 24 (1979) 385-391]