10 CULTURA [email protected] JUEVES 09•MAY•13 El último hombre Sergio Rojas y el fin del arte tal como lo conocemos Sergio Rojas, doctor en Literatura y director de Investigación de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, llegó a nuestros territorios con motivo de presentar su libro El arte agotado y dar una serie de charlas académicas, entre las que se incluye una mesa de discusión en el Espacio de Arte Contemporáneo mañana a las 19.00. Aprovechando su visita, mantuvimos una larga charla en la que discutimos algunos de los puntos clave del acontecer artístico actual. -En tu nuevo libro señalás que no vas a trabajar desde la historia del arte, sino desde la idea del fin de la representación, criticando a tu manera también el fin de la subjetividad. ¿Como pensás esto con respecto a lo que plantea Danto [Arthur, crítico de arte y filósofo estadounidense] con respecto a que la historia del arte no puede ser contada desde la historia de las estéticas? -Creo que el fin de las narrativas se puede entender a través de la distinción que él hace entre uso y mención, señalando que lo que hace el arte hoy, más que usar los recursos, es mencionarlos. Eso es el fin de la narrativa. De todos modos, el fin de la narrativa no quiere decir que la narrativa se quede atrás y el arte siga siendo otra cosa: el fin de la narrativa es eso que ocurre allí donde el arte menciona a los recursos, esa narrativa está allí. Tenemos minimalismo, objetualismo, en la literatura tenemos a [Samuel] Beckett, pero lo que uno espera cuando ve a estos autores es una historia. Sólo un espectador que espera ver algo puede ser desestabilizado por una pintura que se reflexiona a sí misma. Ese espectador que ya está sobre aviso, que dice: “Ya sé que el arte ya no significa, que no relata nada”, a ese espectador no le pasa nada, ya no tiene ninguna relación. -Ahí entramos en el cinismo en el arte. -Absolutamente. Es una figura con la cual tienen que lidiar hoy día las artes contemporáneas, con este espectador, lector, auditor cínico, que viene de vuelta, que ya ha sido iniciado en las prácticas del nihilismo, del escepticismo… Es la gran paradoja, porque eso es lo que el arte quería producir, una dosis importante de escepticismo, y hoy el escepticismo está instalado como sentido común. Entonces, ¿qué pasa hoy en día con el arte? El problema de las artes hoy día es que el espectador es excesivamente lúcido. Este espectador hoy dice “sólo hay representaciones”, eso que el arte le quería enseñar, que no estás frente a la realidad misma, sino frente a una representación, hoy es sentido común. Entonces, ¿cuál sería el trabajo de las artes? Recuperar la referencialidad de su lenguaje. Es decir, el artista que dice “lo que yo quiero enseñar, lo que yo quiero mostrar es que sólo hay representaciones” no tiene nada que hacer, porque eso el espectador ya lo sabe, todo el mundo lo sabe. Eso es parte del cinismo. ¿Qué es lo que tendrían que hacer las artes? Restituir la relación del lenguaje con algo. Ahí en donde una de las posibilidades es el neobarroco a partir de la intensidad visual de la escritura, ahí donde el lenguaje genera una visión, Sergio Rojas, durante la entrevista con la diaria. foto: santiago mazzarovich “Se maneja una noción del arte como algo que debiera poder entenderse y si no se entiende es porque hay una cosa impostada. La gente se enoja porque no puede entender, como si entendiera todo excepto el arte”. pero es una visión imposible. Es un arte o una literatura que genera deseos de ver. No te entrego la visión, sino que administro la visualidad o la audición de tal manera que genera un deseo de ver que no se cumple. -¿Sería como desandar el camino del arte conceptual en ese punto? -Creo que no se puede desandar. Yo creo que esto solamente es posible porque el arte conceptual llegó al límite de sus posibilidades y se agotó. Ése es el lugar extraño que tiene Clement Greenberg, que es el gran teórico del arte abstracto y, por otro lado, es el gran desmentido: cuando él anuncia en los 50 que la pintura va a concentrarse cada vez más en sí misma, el capítulo siguiente en esta gran historia es el arte pop, o sea el cuadro que estalla, que se deja invadir por toda la realidad. Uno puede decir que Greenberg fue desmentido, pero fue desmentido con honores. El arte pop, o el neobarroco, es algo que no podría existir, haber comenzado, sin que esa historia previa se hubiese agotado. -¿No creés que lo que hizo Warhol fue llevar el cinismo a un paroxismo absoluto? -Sí, en ese sentido está la tesis de Al Foster cuando dice “la gran obra de Warhol es Warhol”. Ante la crítica de Roland Barthes cuando dice “el pop, a diferencia de las otras vanguardias, tiene cero grado crítico; es un cómplice, es un colaborador con el mercado”, Foster dice: “Ojo, tengamos cuidado con eso porque no es que Warhol haya sido seducido por el mercado; el personaje que Warhol inventó es el seducido”. El mercado es una realidad no humana, genera una escala de goce no humana. Nadie puede gozar todo eso sin ser aniquilado como sujeto. Warhol inventa a un sujeto que es ca- paz de gozar todo eso, pero no él, él está detrás manipulándolo. Warhol instala la diferencia entre el artista y el sujeto empírico. El artista se fue con la obra y quedó el sujeto empírico, que no sabe mucho qué decir, o que dice demasiado, o cobra los derechos, pero ya nada tiene que ver con el autor. Un hito es Sleep, el sujeto filmado durmiendo. Cuando le preguntan a Warhol cómo se le ocurrió eso, él dice: “Se me ocurrió porque era muy fácil, sólo era cuestión de poner la cámara en el lugar adecuado y hacerla funcionar”. Uno piensa que una explicación tan idiota como ésa no puede ser el fundamento de un hito en las artes visuales contemporáneas, pero Warhol necesita inventar un sujeto que es capaz de ese grado de cinismo. Es difícil de controlar en qué momento el cinismo se convierte en una actitud de vida (lo que es un fracaso total) o es parte del sujeto que lo inventa. -¿Dónde decís que se da ese quiebre? -La pregunta implica en qué momento, planteándolo en términos hegelianos, empieza la falsa conciencia. En qué momento el sujeto tiene que empezar a elaborar representaciones de lo real, no para representarse lo real, sino para olvidar, reprimir ese coeficiente de negatividad que lo real ya está operando. Yo creo que tiene que ver con momentos muy concretos. Por ejemplo, en esa ficción de la historia universal, la Revolución Industrial. Es un acontecimiento en el pensamiento precisamente porque ella no es un pensamiento, no es una idea, no es un libro. Entonces todos los códigos de interpretación existentes hasta ese momento quedan completamente out, producto no de una nueva teoría, sino de algo que ha ocurrido. Otros sumarían a esto las guerras mundiales, y así sucesivamente. Son esos hitos que generan conflictos inéditos, en tanto los códigos que rigen la subjetividad quedan totalmente desbordados, pero uno no puede deshacerse de los códigos como quien se cambia de ropa. Los códigos siguen allí, pero uno sabe que ya no funcionan. Es como seguir soñando, aun cuando ya te diste cuenta de que estás un sueño. Es lo que Nietzsche llama “el último hombre”. -Pero eso está dado por una imposibilidad de simbolizar determinados acontecimientos. -Sí, pero en ese mismo sentido, la naturaleza del acontecimiento se diversifica. Para algunos el acontecimiento fundamental es la caída del muro de Berlín. Es un acontecimiento simbólico, porque en realidad el acontecimiento es la crisis de la economía de los países del Este. Tú no te puedes hacer una representación de eso, pero sí puedes hacerte una representación de la caída del muro de Berlín. Es como pensar que la Revolución Francesa comienza con la toma de la Bastilla; eso es el cuerpo simbólico. Y ahí viene la ilusión de las Torres Gemelas, y al orden económico mundial se le superpone el orden policial. Incluso la paradoja de que vivimos en un mundo globalizado, pero nunca fue más difícil cruzar una frontera. Pero además están nuestras historias, las dictaduras, nuestros golpes de Estado. A diferentes escalas de experiencia, constituyen también ese acontecimiento. ¿Qué es lo que hace posible el arte contemporáneo en mi territorio? El arte contemporáneo en mi territorio está dado por la dictadura. No está dado por una puesta al día respecto de la historia del arte que se estaba escribiendo en el norte o en Europa. Eso ya estaba y llegaba, pero de pronto algo ocurre, que ya no es posible trabajar de esa manera. [email protected] JUEVES 09•MAY•13 -¿Qué es lo que cambia específicamente? -En Chile hay un período de representación muy fuerte, en el que la condición de existencia cotidiana, política, es la representación. Eso es específicamente durante el gobierno popular de [Salvador] Allende. Durante esos tres años todo es representación. Hoy día alguien podría decir “sí, todo es representación”, pero cuando alguien hoy día dice “todo es representación”, en realidad está diciendo “todo es sólo representación”. En ese momento todo se jugaba en la representación, en los partidos políticos, en las políticas culturales… Entonces la representación era un campo de batalla. Viene el golpe militar y lo que pone de manifiesto (al menos desde mi lectura) es que el orden de nuestra escala no estaba dado por el concepto de nación, sino por la globalización del capital. Eso genera dos lecturas. ¿Quién da el golpe militar? La derecha, con el Ejército como instrumento. Pero alguien, tomando un poco más de distancia, se da cuenta de que quien da el golpe es el capital transnacional. Entonces, de pronto, todas estas representaciones intensas, densas, en cosa de meses parecen parte de un pasado. La ficción se rompió y apareció una realidad que ya no puede ser representable, porque todas las representaciones quedaron con eso, porque nadie puede representar el capital transnacional. Como dice Baudrillard, “¿qué es la IBM?”. Nadie puede explicarlo, representarlo. -En Uruguay las políticas culturales actuales tienen como eslogan la “cultura para todos”. ¿Cómo se relaciona eso con lo que planteás? Porque también aparece un problema: la educación del gusto y la educación en artes. Una cultura para todos y una cultura inaccesible en entendimiento básico. -Yo creo que es bueno que la gente sienta que hay cosas que no entiende. Lo que es malo es que la gente piensa que hay cosas que no es capaz de entender. Cuando alguien va a escuchar algo sobre arte contemporáneo y lee el texto y no entiende, se enoja. Ahora, cuando esa misma persona lee un texto de ciencias básicas no se enoja si no entiende. Dice: “Bueno, me equivoqué, no soy el destinatario”. Pero si se trata de arte se enoja. Entonces se maneja una noción del arte como algo que debiera poder entenderse y si eso no ocurre es porque hay una cosa impostada. La gente se enoja porque no puede entender, como si entendiera todo excepto el arte. Entonces lo que hace el arte es justamente devolver el entendimiento a su estado de no entender, y eso es una gran cosa. Yo no entiendo nada de fútbol, porque no me entusiasma, y cuando escucho a amigos hablar de fútbol quedo completamente fuera. Digo: “Bueno, eso es una conversación elitista”; entiendo que si a mí me gustara el fútbol no sería algo inaccesible, pero hay que hacer un trabajo. Ahora las políticas de gobierno van en el sentido de aumentar las audiencias, etcétera. Creo que cada uno a lo suyo, uno no puede pedirle a un ministerio de Cultura como si fuera una universidad. Creo que el concepto de arte agotado que yo propongo se refiere, entre otras cosas, a la obra. Una de las cosas que están visiblemente agotadas es la obra como soporte del trabajo del artista. -¿Con los asuntos de copyright e internet, cómo ves la condición del artista en este momento? -Creo que ese tipo de realidades viene a verificar la hipótesis que estamos discutiendo acá. ¿Cómo podría el artista generar una representación cuando las representaciones están por todos lados? El trabajo del fotógrafo cuando la fotografía está por todos lados, cuando no hay dónde dejar las fotografías..., ¿qué significa hacer fotografía-arte en ese contexto?, ¿qué significa hacer narrativas hoy en día? Es la caída de los metarrelatos, pero no ha existido, como en este tiempo, tanta gente escribiendo. Lo cual no significa que todos sean artistas. Por lo tanto, la tarea del artista se define no por hacer algo, sino por reflexionar sobre ello. El año pasado asistía a una conferencia de un curador de escenas del Louvre, en donde se exponían unos materiales muy inquietantes del accionismo vienés, una cosa muy pesada. Le pregunté al curador: “¿Cuál es la relación que tiene esto con el mundo que estamos viviendo?”. Porque es muy impactante, pero hoy día cualquier adolescente le dice a otro: “¿Supiste del tipo que se tiró al tren?”, y al rato dice: “Acá hay un video”. La realidad pareciera superar mucho, aunque sea lo mismo, sólo que esto es real. ¿Cómo se relacionan? ¿Lo parodia, es una ironía del arte? La reacción del entrevistado fue la única posible, creo: no respondió la pregunta. -¿Pensás que el agotamiento es una condición necesaria para que ocurra algo nuevo? Pensarlo así es bastante hegeliano… -A mí lo que me inquieta, en realidad, es lo que ese planteamiento pueda tener de heideggeriano. Si nos parece verosímil que estamos en un estado de agotamiento, entonces uno se pregunta qué hacer. Si lo que está al cabo de ese proceso es un nuevo inicio, queremos asistir a ese nuevo inicio, entonces, ¿qué podemos hacer para colaborar?; ¿cómo colaborar con el agotamiento?; ¿podemos hacer que vaya más rápido?; ¿qué hay que hacer? Bueno, ésa fue la pregunta que hizo [Martin] Heidegger, y su respuesta fue militar, en el nacionalsocialismo. Es por eso que las cosas no se pueden apurar. Beckett guardaba silencio, no porque no dijera lo que tenía que decir. Beckett, como dice Cronin, guardaba silencio cuando no tenía nada que decir. Uno dice: “Eso es obvio”. Pero no es tan obvio, porque el 99% de la gente no lo hace. Las dos grandes figuras del siglo XX: para unos de tradición analítica es [Ludwig] Wittgenstein y para otros es Heidegger. Para mí es Heidegger, y eso es lo inquietante. Que la cumbre del pensamiento del siglo XX sea un nazi es inquietante, porque no es accidental. Pero está esa inquietud, esa idea de “esto se está agotando, ¿qué se puede hacer?, ¿cómo transformamos esto en un saber que oriente mis conductas?”. Una vez, en una discusión sobre esto, un colega dijo: “Como todos sabemos, el sujeto ha muerto”. Yo dije: “Sí, todo el mundo lo sabe, todo el mundo que está en esta sala, pero afuera el sujeto goza de buena salud. La diferencia sujeto/objeto, todo aquello que damos por muerto, la realidad funciona con estas categorías. El tema es lo que significa realizar las ideas: si [André] Breton hubiese querido realizar sus ideas, hubiese sido un fascista. Lo ponemos en las antípodas del fascismo porque no intentó realizarlas. Sus diferencias con el fascismo no están tanto desde el punto de vista del contenido, sino en el hecho de que no pretendió realizarlas. Si cualquier artista hubiese querido transformar su ideología estética en política, el resultado habría sido fascismo. Las ideas están para inquietar, no para realizarse. Pero de pronto hay alguien que las realiza. ■ Agustín Acevedo Kanopa y Lourdes Silva DISCO CULTURA 11 Rock/pop Canción del que se fue y volvió Flamante y con inminente presentación llega el disco Trampolín, de Santiago Montoro, una edición independiente con el apoyo del Fondo Nacional de la Música. Montoro a primera vista aparece como guitarrista, pero, ahondando en su biografía, devela facetas que lo definen como un músico completo: guitarrista, compositor, cantante y productor, aunque siga siendo más conocido por su rol con las seis cuerdas, junto a Rossana Taddei, Tatita Márquez o más recientemente Nico Oyarsa; muchos no saben que integró La Sonora del Sur y Luanda, o que a raíz de su participación en el II Festival de la Canción de Montevideo (1997) en el que resultó finalista, se publicó su primera canción, titulada “Thelonious Monk”; o bien que fuera coautor de “3 balas en el tambor”, hit de consumo interno y un poco más de La Sonora del Sur. Claro, es que con la llegada del nuevo siglo Montoro se fue a España, donde permaneció por una década alejado de la escena uruguaya, aunque no por eso en silencio, y es precisamente allá donde debutó discográficamente con su álbum Autovía del sur (2006), al que le seguiría Vida breve (2001). Y es allí también donde además de participar en varios festivales, su canción “Vida breve” fue seleccionada para ser grabada junto a Jorge Drexler en un disco de músicas del mundo publicado en beneficio de un proyecto de la ONG Médicos del Mundo. También es en el viejo continente donde gira junto a Rossana Taddei, Gustavo Etchenique y nada menos que Jorge Flaco Barral, interpretando las canciones de Taddei por varios escenarios; pero Montoro un día volvió, y Trampolín es el resultado. Un disco estilísticamente ecléctico, que lo presenta aquí con un pie como cantautor y otro como solista con banda, dualidad que Montoro explota según sople el viento, o por decirlo de otra manera, en algunas canciones se coloca a sí mismo bien al frente y en otras más en banda o integrado a lo grupal. Es que hablamos de un muy buen guitarrista, factor no indispensable para los hacedores de canciones, pero sí algo que puede incidir en el compositor, quien habitualmente queda relegado ante la ductilidad del intérprete, sobre todo en cuanto a letras se refiere, aunque no sea éste precisamente el caso más extremo. En su debut de principios de siglo, Montoro incluía entre sus propias canciones versiones de otros autores: “Válgame Juana”, de Kiko Veneno, “Tu voyeur “, de Jorge Drexler, y “Hay veces”, de Gastón Ciarlo, compositores -principalmente Veneno y Drexler- a los que si les sumamos un poco de reggae y un poco de rock, definen bastante bien al músico que hoy nos ocupa, en el que es permeable tam- Trampolín, de Santiago Montoro. Independiente / Fonam, 2013. bién la rumba, la MPB y hasta un poco de La Vela Puerca. 11 canciones componen Trampolín, 11 canciones pop bien arregladas, interpretadas por un buen combo musical -Gustavo Etchenique, Federico Blois, Nacho Mateu y el propio Montoro- que también incluye varios invitados, como Hugo Fattoruso, Rossana Taddei -coautora de dos canciones-, Mateo Moreno, Sebastián Larrosa, Fabián Pietrafesa, Tatita Márquez, Guillermo Daverede y Camila Montoro (su propia hija), entre otros, todo bajo la producción magistral de Nacho Mateu. Con “Náufrago” se abre el álbum, en medio de hermosos piques de guitarra folk, mientras canta: “Soy un náufrago perdido en la huella de los días / que faltan por vivir/ yo no creo en el destino y no importa lo que esconda / pero sé que es así / Mi soledad / aguarda tendida ante tus pies”. Sigue “Trampolín”, exquisita rítmicamente y no menos melódica, para luego dar paso a “No corras tanto”, groovera y con toques de música disco, ideal para la bola de espejos, donde Mateu (¿o Mateo Moreno?) y su bajo deleitan. Luego “Mariamaría”, anteriormente incluida en Autovía del sur, reggae en su máxima expresión, que, en estilo y metafóricamente, devela la identidad de “María”. Después “Salario mínimo”, más en plan cantautor, igualmente efectiva y rumbera, acústica y a puro cajón con escobillas, sutil. En definitiva, un disco fresco más para la cada vez mayor oferta vernácula, que depende de la efectividad de Montoro en su difusión para traspasar el círculo íntimo, la jugada más difícil para un músico interesante pero de bajo perfil. Un álbum atractivo que merece atención y ser difundido tanto como defendido en vivo, que entrará sin que lo pienses en tus oídos por su musicalidad melódica e interpretativa, mientras el cantor se acomoda para llegar con su voz. Trampolín se presentará el jueves 9 de mayo a las 21.00 en la sala Zitarrosa. ■ Mauricio Bosch