El papel del comercio internacional y el mito de la

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El papel del comercio internacional y el mito de la
desmaterialización económica
“ [algunos estados]…han acumulado dentro de su
pequeño territorio y mediante el comercio
exterior una cantidad de riqueza que excede en
mucho a lo que podría esperarse de sus
posibilidades físicas”.
Th. R. Malthus, Principios de economía política,
1820.
Un episodio más en una vieja polémica
La discusión sobre las relaciones entre economía y naturaleza en los últimos años ha
intensificado un forcejeo que ya se venía arrastrando de antiguo. Una tensión en la
que estarían mezclados aquellos que ven en el creciente deterioro ambiental la
inviabilidad a largo plazo del sistema económico actual; con los que, restando
importancia a estos signos externos, niegan la existencia de límites a la expansión de
la producción. Desde hace algunos años, la última etapa de esta vieja discusión se ha
centrado en la existencia o no de tendencias que apuntarían hacia una paulatina
“desmaterialización” de las sociedades industriales, entendida como una
“desconexión” entre recursos naturales y crecimiento económico, que alejaría
definitivamente el fantasma de la “escasez” y la dependencia de la actividad humana
respecto al medio ambiente. En lo que sigue discutiremos la veracidad de estas
afirmaciones, analizando cuál es el papel que juegan en ellas las relaciones
económicas internacionales (en especial las comerciales). Pues cabe anticipar que, a
la hora de emitir una valoración sobre la sostenibilidad o insostenibilidad ambiental de
una economía, es necesario explicitar los límites territoriales a que nos estamos
refiriendo. Y aquí, en la definición de las fronteras, existen dos posibilidades.
Una primera puede ser restringir el análisis a los márgenes de un territorio estipulados
política y administrativamente, asumiendo que el carácter sostenible de su economía
depende únicamente de la utilización de los recursos que se lleven a cabo dentro de
esos límites. Otra posibilidad invita a suponer que la viabilidad de los sistemas
económicos está cada vez más vinculada a las relaciones comerciales que se
establecen entre los países, de manera que, a la hora de intentar enjuiciar su
sostenibilidad es imprescindible explorar la importancia de los flujos externos
procedentes de otras latitudes. Optar por la primera alternativa arroja unos resultados
parecidos a los aportados por el indicador de sostenibilidad “débil” elaborado hace
algunos años por Pearce y Atkinson, que llegaba al sorprendente resultado de que las
principales economías industriales eran las más sostenibles (Estados Unidos,
Alemania, Japón, etc.), acusando a la mayoría de los países pobres (Burkina Faso,
Etiopía, Indonesia o Madagascar) de insostenibilidad ambiental manifiesta. Un
resultado éste que, al tener como criterio de “sostenibilidad” la capacidad de ahorro
necesaria para reparar la depreciación del capital natural y manufacturado generada
1
con la actividad económica, hacia de los países ricos los principales candidatos al título
de economías “sostenibles” 1.
Tabla 1. Economías sostenibles utilizando un indicador monetario
% de ahorro
sobre la
renta
nacional
(s/y)
Economías
sostenibles
Costa Rica
Checoslovaquia
Alemania (RFA)
Hungría
Japón
Holanda
Polonia
Estados Unidos
Depreciación de
capital
manufacturado en
% de la renta
nacional (δ
δKm/y)
Depreciación del
Indicador
capital natural
de
en % de la renta Sostenibilidad
nacional
Débil
(δ
δKn/y)
(Z)
26
30
26
26
33
25
30
18
3
10
12
10
14
10
11
12
8
7
6
5
2
1
10
4
15
13
8
11
17
14
9
2
Cuasi sostenibles
México
Filipinas
24
15
12
11
12
4
0
0
No sostenibles
Burkina Faso
Etiopía
Indonesia
Madagascar
Malawi
Malí
Nigeria
Papúa N. Guinea
2
3
20
8
8
-4
15
15
1
1
5
1
7
4
3
9
10
9
17
16
4
6
17
7
-9
-7
-2
-9
-3
-14
-15
-1
Fuente: Pearce, D.W; Atkinson, G, (1993) “Capital Theory and the Measurement of Sustainable
Development...”,Ecological Economics, p. 105. Una economía es sostenible si el Indicador de
Sostenibilidad Débil : Z = (s/y) - [ (δKm/y)+ (δKn/y) ] es ≥ 0.
Si, por el contrario, intentamos describir la sostenibilidad incorporando la presión que
las economías realizan sobre los recursos producidos o extraídos en otros países,
1
Pearce, D, G, Atkinson, (1993): “Capital theory and the measurament of Sustainable Development: An
Indicator of weak sustainability”, Ecological Economics,8, pp. 103-108. Lo que no quiere decir que estos
autores obviaran la importancia de la interdependencia económica en el logro de la sostenibilidad. “Es
perfectamente posible —escriben David Pearce y sus colaboradores— que una nación en concreto pueda
asegurarse un patrón de desarrollo sostenible (...) pero a costa de la no sostenibilidad de otro país.(...)
Podría decirse que la sostenibilidad es en parte algo que puede conseguirse ‘importándolo’ a través de la
no sostenibilidad de otras naciones”. Pearce, D, et.al, (1989): Blueprint for a green economy, London,
Earthscan, p. 45.
2
entonces las cifras obtenidas pueden diferir considerablemente2. Pero esto lo veremos
más adelante.
La desmaterialización: ¿deseo o realidad?
Entre la elaboración, en 1972, del informe sobre Los límites al crecimiento, y la
ulterior propuesta de desarrollo sostenible manejada a partir de la publicación del
Informe Brundtland en 1987, los economistas partidarios del crecimiento, que
negaban las restricciones físicas a la expansión de las economías nacionales,
encontraron un asidero teórico y empírico al que agarrarse en pleno temporal. Del
tal suerte que desde finales de los setenta y al calor de la crisis energética, se
empezaron a “percibir” ciertos rasgos en la evolución de las economías industriales
que hacían presagiar una progresiva independencia del crecimiento económico
respecto del consumo de energía y recursos naturales3; todo ello en un proceso que
fue bautizado más tarde como desmaterialización de la economía4. Desde entonces
la bibliografía en torno a esta cuestión no ha dejado de aumentar basculando, de
un lado, entre los análisis referidos a la reducción del consumo relativo de ciertos
recursos naturales por la industria (hierro, cobre, acero,...), y, por otro, la
posibilidad de extrapolar a escala nacional e internacional estas tendencias5.
Aunque en un primer momento la desmaterialización se ciñó principalmente a la
reducción relativa del consumo de recursos por unidad de PIB, el razonamiento se
acompañó de otras circunstancias que en esta nueva etapa caracterizarían las
relaciones entre la producción de bienes y servicios y medio ambiente. Ahí estaba,
por ejemplo, la progresiva emergencia de sociedades “terciarizadas”, queriendo
expresar así que el crecimiento constante experimentado por la participación del
sector servicios en el Producto Nacional Bruto (PNB), reduciría el impacto ambiental
de la actividad económica en general. Simultáneamente, se mencionó en la misma
línea el proceso de descontaminación generalizado consecuencia del “éxito” de ciertas
políticas ambientales en los países industrializados, y que habría llevado a una
reducción de la generación de residuos y la contaminación por unidad de PNB6.
Recursos, residuos, contaminación. A veces las controversias tienen varios planos
además del estrictamente analítico, e incorporan interpretaciones sobre la realidad
que no se corresponden con los resultados obtenidos. Sobre todo porque, a
menudo, las conclusiones desde una perspectiva parcial pueden conllevar un
resultado final en sentido contrario. Por estas razones tal vez lo primero sea
2
He analizado esta cuestión en: O. Carpintero, (1999): Entre la economía y la naturaleza, Madrid, Los
Libros de la Catarata, pp. 286 y ss.
3
El texto que inició la posterior polémica fue el de: W. Malembaum, (1978): World Demand for Raw
Materials in 1985 and 2000, MacGraw-Hill, New York, donde se verificaba la reducción en la intensidad
de uso de diferentes materias primas por unidad de PIB. Una continuación de los esfuerzos de
Malenbaum es la encabezada por J. Tilton, (ed.), (1990): World Metal Demand, Resources for the Future,
Washington, D.C.
4
Véase, por ejemplo: O. Carpintero, (1999): Entre la economía y la naturaleza, op.cit, cap. IV.
5
Pueden consultarse, entre la creciente bibliografía, los siguientes trabajos: Herman, R; S.A. Ardekani; J.
H. Ausubel, (1989): “Dematerialization”, en: National Academy of Enginnering, (1989): Technology and
Environment, National Academy Press, pp. 50-69; Bernardini, O; R. Galli, (1993): “Dematerialization:
Long-Term Trends in the Intensity of Use of Materails and Energy”, Futures, Mayo, pp. 431-448;
Wernick, I.K, et.al, (1996): “Materialization and dematerialization”, Daedalus, 125, pp. 171-198.
6
Jones, T, (1997): “Globalization and Environment: Main Issues”; en OCDE, (1997): Globalization and
Environment, pp. 13-14.
3
reconocer que nos hallamos en un terreno en el que no es fácil responder a la
cuestión fundamental, a saber: ¿Se está produciendo verdaderamente la
desmaterialización?
“La respuesta depende, sobre todo, de cómo definamos el término. La
pregunta tiene un interés particular desde el punto de vista ambiental,
porque el uso de menos materiales podría significar menor generación
de residuos tanto en la fase de producción como de consumo dentro del
proceso económico. Pero menos no significa necesariamente menos
desde el punto de vista ambiental. Si los productos son más pequeños y
ligeros y también son de peor calidad, entonces se producirá más
cantidad, con lo que el resultado en términos netos podría ser un
incremento en la cantidad de residuos generados tanto en la producción
como en el consumo. Por ello, desde una perspectiva ambiental, la
(des)materialización debería definirse como el cambio en la cantidad de
residuos generados por unidad de producto ”7.
El asunto, por tanto, presenta alguna dificultad no exenta de polémica. Así las
cosas, y para desvelar el alcance de este proceso, parece razonable centrarse
primero en la cuestión de la “desmaterialización” en sentido estricto. Y para realizar
esta labor conviene acusar recibo de una distinción que en los últimos años ha
ayudado a aclarar los términos del debate. Se trata de diferenciar entre
desmaterialización relativa o débil y dematerialización absoluta o fuerte8. La
primera sería aquella que apunta un descenso en los requerimientos de energía y
materiales por unidad de PNB, mientras que la segunda supone una reducción en la
cantidad absoluta de recursos naturales que se utilizan por la economía
correspondiente.
Si tenemos en cuenta únicamente la primera de las acepciones, parece cierto que la
utilización de la energía por unidad de PNB ha descendido desde comienzos de la
década de los setenta hasta la actualidad. Así, por ejemplo, el número de toneladas
equivalentes de petróleo por unidad de PNB en los países de la OCDE ha pasado de
ser 0,33 en 1972 a 0,24 en 19989. Pero para los defensores de la
desmaterialización ésta no sólo se presentó en el aspecto energético. Con los
materiales se adujeron numerosos procesos productivos (ciertas industrias
extractivas, microelectrónica y parte de la metalurgia) en los cuales la sustitución
de antiguos materiales por otros nuevos sintéticos más eficientes redujo
considerablemente la utilización de materias primas en la fabricación de bienes y
servicios, y por tanto los correspondientes residuos. El éxito en la reducción de los
requerimientos de materiales en estas industrias se quiso extrapolar al resto de la
7
Herman, R, et.al, (1989): “Dematerialization”, o.cit, p. 50. El artículo de C. Cleveland y M. Ruth,
(1999): “Indicators of Dematerialization and the Materials Instesnity of Use”, Journal of Industrial
Ecology, Vol 2, nº 3, pp . 15-50, es una documentada síntesis de la polémica, abarcando la mayoría de los
planos sobre los que se ha desarrollado la discusión. Aunque las definiciones sobre la desmaterialización
varían de unos autores a otros, Cleveland y Ruth zanjan el asunto afirmando que “…se refiere a la
reducción relativa o absoluta en la cantidad de materiales utilizados o en la cantidad de residuos
generados en la producción de una unidad de producto”. (Ibid, p. 16
8
La distinción y su formalización se deben a S.M. de Bruyn y J.B. Opschoor, (1997): “Developments in
the throughput-income relationship: theoretical and empirical observations”, Ecological Economics, 20,
p. 258.
9
OCDE/IEA (2000): Energy Balances of OECD Countries, 1997-1998, París. Aunque por razones que no
es posible explicar aquí, el caso de España no se ajusta a este perfil ya que pasa de una intensidad
energética de 1,61 tep/millón de PIB en 1973, a 1,68 tep/millón en 1997.
4
economía y eso influyó en el mensaje ‘desmaterializador’ que se propuso desde la
mitad de la década de los ochenta10. Fue precisamente en ese momento cuando
comenzaron a proliferar los estudios indicando que la presión ejercida por las
economías industriales estaba declinando, lo que dio paso a que se hablara de
“desconexión” (delinking) entre crecimiento económico y recursos naturales. Un
desacoplamiento que “parecían” revelar la mayoría de los análisis económicos y que
se concretó en una reducción de la intensidad de energía y materiales en gran parte
de los países de la OCDE desde 1970. Para verificarlo se realizaron diferentes
aproximaciones con el objetivo de integrar en un sólo índice el consumo de
recursos, siendo uno de esos intentos el llevado a cabo por M. Janicke y sus
colaboradores. A partir de un indicador que agregaba el consumo de energía, acero,
cemento y el peso de las mercancías transportadas por carretera y tren se llegaba a
la conclusión de que, entre 1970 y 1985 se había producido, simultáneamente, un
aumento del PIB y una reducción en la utilización de aquellos flujos de recursos
naturales en varios países como Francia, Suecia, Alemania, o Gran Bretaña. Todo
como consecuencia, se decía, de un cambio estructural de sus economías11.
Al calor de estos y otros resultados similares se afirmó que en los países ricos, a
pesar de que en las fases iniciales del desarrollo económico dependían directamente
del consumo de recursos naturales, existía un determinado nivel de renta per cápita
(turning point) a partir del cual ofrecían una relación inversa entre el incremento de
la misma y el deterioro ambiental. La conjunción de ambas circunstancias llevó a
sugerir que la mayoría de las economías de la OCDE presentaban una relación entre
crecimiento económico y deterioro del medio ambiente (emisiones de CO2, SOx,
etc.) en forma de “U-invertida” 12. Y dado que aquello se parecía mucho a la
relación propuesta cuarenta años antes por Kuznets, entre el crecimiento
económico y el aumento de la desigualdad, se decidió bautizar el “descubrimiento”
como la “Curva Ambiental de Kuznets”. Pronto surgió una cuestión difícil de eludir:
¿cuál era el punto a partir del cual el crecimiento económico pasaba de ser algo
negativo para el medio ambiente a convertirse en una fuente de descontaminación
del entorno? ¿En qué momento podíamos afirmar que en vez de existir “un dilema
(trade-off) entre gases de efecto invernadero y crecimiento económico”, el
crecimiento económico “podría servir como una parte de la solución al problema de
las emisiones mundiales”13? Lo cierto es que los estudios empíricos no han sido
nada concluyentes, aportando un rango de variación importante —dependiendo del
contaminante y del país considerado— que va desde los 800 dólares per cápita
10
Véase, por ejemplo: Larson, E, et,al, (1986): “Beyond the Era of Materials”, Scientific American, 254,
pp. 34-41. Desde un punto de vista geográfico para Estados Unidos: Labys, W.C; Waddell, (1989):
“Commodity lifecycles in U.S. materials demand”, Resurces Policy, 15, pp. 238-252; y para Gran
Bretaña: Humphreys, D; Briggs, S, (1983): “Mineral Comsumption in the U.K. 1945-1980: A Statistical
Analysis”, Resources Polycy, 9, pp. 4-22. Una reseña crítica de estas y otras contribuciones, así como de
los aspectos adyacentes, puede consultarse en: Bunker, S, (1996): “Materias primas y economía global:
olvidos y distorsiones de la ecología industrial”, Ecología Política, 13, pp. 81-89.
11
: Jänicke, M, et.al, (1989):”Economic structure and environmental impacts: East-West comparisions”,
Environmentalist, 9, pp. 171-182.
12
Así lo recuerdan Grossman y Krueger: “[Los análisis] encuentran que la degradación ambiental y la
renta siguen una relación de U-invertida, con una contaminación creciente cuando la renta se encuentra en
niveles bajos y decreciente cuando la renta se acerca a los niveles superiores”. Vid. “Economic growth
and environment”, WP-4634, National Bureau of Economic Research, p. 2.
13
Holtz-Eakin, D; T. Selden, (1992): “Stoking the fires? CO2 emissions and economic growth”, WP4248, National Bureau of Economic Research, p. 3.
5
hasta los casi 23.00014. Algunas de estas investigaciones parecían coincidir en que
por debajo de los 1.000 dólares la degradación ambiental era extrema; entre 1.000
y 3.000, el crecimiento y el deterioro ambiental iban de la mano al confluir
fenómenos de cambio estructural profundo como el paso del campo a la ciudad o de
la agricultura a la industria. Sin embargo, a partir de los 10.000 dólares, se
produciría una mejora consecuencia de la “segunda transformación estructural”,
avalada por el declive de la industria tradicional y el auge de los servicios y las
actividades intensivas en tecnologías de la información15. En otros casos el punto de
inflexión se adivinaría incluso antes: “Hemos encontrado —afirman Grossman y
Krueger— a través de un examen transversal de la calidad del aire entre países
que, el crecimiento económico tiende a aliviar los problemas de contaminación
cuando un país eleva su nivel de renta per cápita hasta los 4000-5000 dólares”16.
Estas estimaciones recibieron un importante espaldarazo “ideológico” al recogerse
por el Banco Mundial en su Informe de 1992 que incluyó un monográfico sobre
desarrollo y medio ambiente.
Cabe, sin embargo, subrayar que las conclusiones de este análisis son todo menos
inocentes. Pues muy lejos de la inocencia se está al afirmar que el crecimiento económico,
en vez de ser una amenaza para el medio ambiente, se convierte así en la “salvación” del
planeta al generar los recursos necesarios para realizar los gastos en descontaminación y
protección ambiental que mejoran la calidad de vida de los ciudadanos. Uno de los más
fervientes partidarios lo advertía claramente: “Cuando se alcanza un cierto nivel de renta,
el crecimiento económico deja de ser un enemigo del medio ambiente para convertirse en
un amigo (…) Si el crecimiento económico es bueno para el medio ambiente, entonces las
políticas que estimulan el crecimiento como, por ejemplo, las de liberalización comercial, o
las de reestructuración y de precios deben ser también buenas para el medio ambiente
(…) Los recursos pueden ser orientados de la mejor manera para la consecución de un
rápido crecimiento económico y lograr un movimiento desde la parte de la Curva de
Ambiental de Kuznets que se corresponde con la etapa de desarrollo desfavorable al medio
ambiente, hacia aquella que es ambientalmente beneficiosa”17.
No hace falta ser demasiado perspicaz para entrever que, además de la pobreza, se
pretende descargar sobre los países más desfavorecidos también la carga del
deterioro ambiental. Y para lo que aquí interesa cabe subrayar que el argumento
que vinculaba positivamente la liberalización comercial con el medio ambiente ya
fue tempranamente asumido por el antiguo GATT (hoy OMC), cuando afirmaba que:
“...el aumento del ingreso por habitante —que se ve impulsado por un mayor
acceso a los mercados y la expansión del comercio— permite obtener más recursos
para frenar el deterioro del medio ambiente, ayudando a costear la lucha contra la
contaminación y las operaciones de limpieza en caso de que las haya habido. En
cambio, un país cuya economía se encuentre estancada, tenderá más a escatimar
los gastos destinados a mejorar el medio ambiente”18. Un razonamiento que se
14
Un excelente repaso crítico de estas “evidencias empíricas” en: Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve
for the environment and economic growth: examinig the evidence”, Environment and Planning, 29, pp.
805-830.
15
Panayotou, T, (1993): “Empirical tests and policy analysis of environmental degradation at diferent
stages of economic development”. Cfr. Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve for the environment and
economic growth: examinig the evidence”, Environment and Planning, 29, p. 806.
16
Grossman, G; Krueger, A, (1991): “Environmental impacts of a North American Free Trade
Agreement”,WP-3914, National Bureau of Economic Research, pp. 35-36.
17
Panayotou, T, (1993): “Empirical tests and policy …”, op.cit. Cfr. Ekins, P, (1997): “The Kuznets
Curve…”, op.cit, p. 806.
18
GATT (1991): El comercio mundial, 1990-1991. Ginebra, p. 22.
6
complica al comprobar que los sectores económicos que más contribuyen al
crecimiento económicos son los que proporcionalmente generan mayor
contaminación y, de otro parte, que la estrategia propugnada por la OMC o el
Banco Mundial choca ya con una situación de punto muerto en la que los beneficios
del crecimiento ni siquiera cubrirían los gastos derivados de reparar (allí donde se
pudiera) el deterioro ecológico19.
A pesar de los estudios y contrastes empíricos, la mayoría de los análisis que
pretenden afirmar la existencia de una Curva Ambiental de Kuznets a nivel nacional
no superan una revisión pormenorizada y las críticas más rigurosas. Ha sido Paul
Ekins quien, repasando críticamente todos las investigaciones existentes, ha
subrayado, por ejemplo, contradicciones entre diferentes análisis que utilizaban los
mismos datos; y que si la evidencia para un único contaminante estaba lejos de ser
concluyente, la extensión a la calidad ambiental como un todo resultaba imposible.
A esto habría que añadir el hecho de que muchos de los modelos de regresión que
apoyarían la existencia de la curva ambiental frecuentemente están mal
especificados y omiten importantes variables como el consumo, el comercio
internacional o la densidad de la actividad económica. Además, la mayor parte de
las mejoras se deben a políticas ambientales específicas, sólo relacionadas
indirectamente con la renta20. Se concluye así que “ ni los datos de la OCDE ni los
de la Comisión Europea ofrecen un apoyo sólido para la hipótesis de la Curva
Ambiental de Kuznets”21.
Con todo, si abrimos el abanico aún más podemos incorporar otras opiniones fruto
del consenso logrado entre científicos sociales y de la naturaleza. Un consenso en
cuestiones sobre desarrollo y medio ambiente que fue por detrás del logrado en el
seno de algunos organismos internacionales como Naciones Unidas. Pues, si a este
nivel parecía existir un acuerdo no exento de forcejeos y fragilidad desde 1987; los
esfuerzos por llegar a un verdadero consenso —enfrentando y cotejando a través de
un diálogo razonable, las posturas teóricas de los economistas convencionales y de
aquellos científicos naturales más sensibles ante los problemas socioeconómicos—,
tuvo que esperar algún tiempo. De hecho siempre han existido manuscritos y artículos
firmados, bien por economistas académicos, bien por ecólogos o conservacionistas, en
los que cada uno intentaba argumentar lo mejor posible la presencia o ausencia de
límites a la estrategia de crecimiento económico. Lo que no ha sido tan común es la
elaboración conjunta de un texto en el que confluyan las ideas compartidas —en la
medida en que existan— de los principales o más prestigiosos representantes de cada
bando teórico. Con estas premisas, en septiembre de 1994, tuvo lugar en Estocolmo
un encuentro auspiciado por el Beijer Institute of Ecological Economics, que agrupó a
un reducido núcleo de economistas y ecólogos de primera fila (J.K. Arrow, R.
Costanza, B Bolin, D. Pimientel, etc). La finalidad primordial estribaba en el intento
por vertebrar un consenso interdisciplinario en torno a las cuestiones del crecimiento
económico, la capacidad de carga y el medio ambiente. Fruto de este diálogo surgió
un breve artículo que, publicado en la prestigiosa revista Science, no aportaba en
realidad nada novedoso al debate, salvo, claro está, la autorizada y consensuada voz
de aquellos que lo escribían22. Este consenso llegaba simultáneamente con el
cuestionamiento de ciertos ‘dogmas económicos’ bien asentados. Y uno de esos
dogmas era precisamente la Curva Ambiental de Kuznets.
19
Vid. Carpintero, O, (1999): Entre la economía y la naturaleza..., op.cit, pp. 240 y ss.
Cleveland, C; M. Ruth, (1999): “Indicators of dematerialization…”, op.cit, pp. 40-41.
21
Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve…”, op.cit, p. 807.
22
Arrow, K, et.al, (1995): “Economic Growth, carrying capacity, and the environment”, Science, 268, pp.
520-521.
20
7
En este texto se ponía precisamente en cuarentena la ‘evidencia empírica’ que
señalaba la relación entre el crecimiento económico y la calidad ambiental (la curva
“U-invertida”). Keneth Arrow y el resto de científicos criticaban, por ejemplo, la escasa
pertinencia de esta interpretación para aquellos casos en que están involucrados
contaminantes con efectos acumulativos a largo plazo que complican en exceso la
reducción de los residuos. Por tanto —se argumentaba— dicha curva no proporciona
información relevante sobre las consecuencias de las reducciones de emisiones a
escala global. Así, el descenso en los niveles de contaminación de un residuo concreto
en un país puede implicar el aumento de otros contaminantes en la misma región, o
transferencias de éstos entre diferentes lugares geográficos, aspectos todos que no
aparecen recogidos por la curva “U-invertida”23. En consecuencia, —escriben Arrow
et.al— “la relación descrita por la curva “U-invertida” es una evidencia que ha ocurrido
en algunos casos [aunque] esto no significa que ocurrirá en todos, o que conseguirá
con el tiempo evitar las consecuencias importantes e irreversibles del crecimiento
económico”24.
Pero si la relación discutida parece difícil de demostrar, otros autores, como De
Bruyn y Opschoor, mantienen que los débiles fenómenos de “desconexión” entre
crecimiento económico y recursos naturales en los países ricos tocan a su fin a
últimos de la década de los ochenta y van seguidos de episodios de fuerte
“rematerialización” en los noventa, dando lugar así más a una curva en forma de
“N”, que a la ya conocida U-invertida ambiental de Kuznets25. Y es precisamente
este resultado, el proporcionado por los economistas holandeses, el que hace dudar
de algún extremo en relación con el resto de los argumentos con que se suele
acompañar la defensa del fenómeno desmaterializador y que fueron recordados al
comienzo. Uno de ellos era el proceso de terciarización de las sociedades, con el
que se quiere dar a entender que, desde el punto de vista ecológico, los servicios
generan menor impacto ambiental que otros sectores como la industria o la
agricultura intensiva, estando en el origen del cambio estructural que tanto quiere
reflejar la Curva Ambiental de Kuznets. Tal afirmación olvida que los servicios
también poseen y necesitan de una importante base material para su
funcionamiento. “A veces uno oye hablar —escriben los esposos Meadows y Jorgen
Randers— de una sociedad ‘postindustrial’ que utilizará menos materiales porque la
economía consistirá en menos industria y más servicios. La idea no tiene en cuenta
hasta dónde los servicios dependen de la base material y de los materiales traídos
de todo el mundo”26. No estaría de más en este contexto recordar las palabras de
A. Lovins quien en 1973, escribía de forma ejemplificadora lo siguiente:
“La máquina de escribir que estoy utilizando ahora probablemente
contiene aluminio de Jamaica o de Surinam, hierro sueco, magnesio
checo, manganeso de Gabón, cromo de Rodhesia, vanadio soviético,
zinc peruano, níquel de Nueva Caledonia, cobre de Chile, estaño malayo,
columbio nigeriano, cobalto de Zaire, plomo yugoslavo, molibdeno
canadiense, arsénico francés, tantalio de Brasil, antinomio de Suráfrica,
plata mejicana, y restos de otros metales igualmente peregrinos.”27
23
Ibid, p. 520.
Ibidem.
25
De Bruyn, S, J.B. Opschoor, (1997): “Developments in the throughput…”, op.cit, pp. 264-266.
26
Meadows, D, &, D; Randers, J, (1992): Más allá de los límites del crecimiento, Madrid, El País Aguilart, p. 111.
27
Lovins, A, (1973): Openpit Mining, London, Earhtscan, p. 1. Ref. Meadows, D; et.al, (1992): Más allá
de los límites..., op.cit, p. 111.
24
8
Valga lo anterior también para los modernos servicios informáticos y de
telecomunicaciones. De hecho, como recientemente ha puesto de manifiesto el
Instituto Wuppertal, los requerimientos de energía y materiales de un ordenador
personal se encuentran entre 8 y 18 toneladas, teniendo en cuenta el ciclo de vida
total del producto. Además la elaboración de los chips lejos de ser una fabricación
ajena al deterioro ecológico viene generando aproximadamente 33 kilogramos de
residuos y consumiendo más de diez toneladas de agua. Pero una vez que estos
aparatos comienzan a funcionar por “la red”, su cuenta sigue aumentando pues se
estima que cada vez que 5.300 kbits de datos se mueven por internet, se consume
la energía contenida en un kilogramo de carbón28. Cálculos que, en definitiva,
demuestran que los servicios no son tan inocentes en las cuestiones de consumo de
energía y materiales, lo que se constata también por medio del análisis de las
tablas input-output para la economía en su conjunto. Dicha tarea fue realizada para
Dinamarca por el economista Jesper Jespersen quien, explorando la intensidad
energética de más de cien sectores económicos entre los que se encontraban tanto
aquellos pertenecientes a la industria pesada como los relacionados con el sector
servicios, llegó a la siguiente conclusión: un millón de ECUs de PNB procedentes del
sector servicios privado, incluido hoteles, comercios y transporte, demandaba casi
la misma intensidad energética que el sector industrial (6.9 terajulios frente a 8.4
terajulios de este último). Además, se daba la circunstancia de que eran
precisamente aquellos servicios tradicionalmente ofrecidos por el sector público
(educación, sanidad, etc,.) los que menos intensidad energética por millón de ECUs
necesitaban: ‘únicamente’ 3.1 terajulios29.
Además de las razones expuestas, existen motivos adicionales para dudar de la
desmaterialización. Y esos motivos se agrandan a medida que nos acercamos a
evaluarla en su dimensión “fuerte” o “absoluta”. Desde comienzos de la década de
los setenta, la dependencia energética de las economías industriales se ha traducido
en un incremento del consumo de combustibles fósiles, tanto en términos globales
como per cápita,. Mientras el consumo de energía en 1972 era de 3.424 millones de
Tep (toneladas equivalentes de petróleo), en 1998 ascendía ya a 4.583 millones. Por
lo que hace al consumo per cápita, se ha pasado de la utilización de 4,1 Tep, al
comienzo del período, a 4,6 en el final del mismo30. Aunque resulte paradójico, este
resultado nos lleva a una especie de efecto realimentador (efecto “rebote”) en el que
las ganancias derivadas de un aumento en la eficiencia de utilización de los recursos,
se salda con una pérdida por el incremento simultáneo en el consumo global. O como
lo expresa Stephen Bunker: “...la mayor eficiencia en el uso de las materias primas
contribuye a lograr una mayor capacidad social de consumo de materias primas”31. Se
tiene entonces que, aunque el aumento en la eficiencia de utilización de la energía y
los materiales es un objetivo deseable, se transforma únicamente en condición
necesaria —pero apenas suficiente— para reducir la presión humana sobre los
recursos del planeta.
Siguiendo con la misma línea argumental, conviene precisar que, incluso si hubiera
descendido el uso de materiales por unidad de PNB, no hay que olvidar que desde una
28
Estos y otros datos procedentes de diversos estudios los compila E. García, (2001): “Entre la
información y el petróleo: Luces y sombras de la promesa de una ‘modernización ecológica’ y un
‘desarrollo sustentable’ ”, Sistema, Vol. 162-163, p. 167.
29
Jespersen, J, (1994): “Reconciling environment and employment. Switching from goods to services?”,
Paper presentado al Eco-Efficient Services Seminar, Wuppertal Institute, Germany. Ref: Norgard, J,
(1995) “Declining Efficiency in the economy”, Gaia, 5-6, p. 279.
30
OCDE/IEA, (2000): Energy Balances...op.cit.
31
Bunker, S, (1996): “Materias primas y la economía global...”, op.cit, p. 83.
9
perspectiva planetaria de la sustentabilidad, “…lo ecológicamente significativo es el
volumen material absoluto de materias primas consumidas y no el volumen en
relación al PNB”32. Y éste no ha cesado de incrementarse en lo relativo a los
materiales demandados por las principales economías industriales. Es fácil, entonces,
afirmar que la presión sobre los recursos de la corteza terrestre es un fenómeno
generalizado, relativizándose de esta manera el factor “desmaterializador” como
elemento que contrarrestaría la tendencia a la degradación ambiental y permitiría la
senda expansiva del crecimiento económico. Por otro lado, la tendencia global en el
uso de los recursos tanto en el resto de países industriales como en aquellos más
empobrecidos, sigue una tónica similar: el consumo per cápita de metales y minerales
se incrementó en los países de renta baja en un 144 por 100 entre 1961 y 1989, si
bien en cantidades globales sigue siendo mucho menor que en los países industriales
de renta media y alta. Para éstos, el incremento en el mismo período fue del 30 y el
39 por 100 respectivamente33. Lo que ponen de manifiesto estas cifras, más que una
sustitución a escala global de los viejos materiales (acero, cemento, papel, etc) por
otros nuevos (plásticos, aluminio, cloro o etileno), es un efecto de complementariedad
entre las viejas y las nuevas sustancias.
En todo caso lo dicho hasta ahora no es nuevo. Ni siquiera de la década de los
noventa. Tal vez resulte ilustrativo recoger las afirmaciones del Informe Brundtland
que, después de pasar revista a los procesos parciales de desmaterialización en
algunas economías industriales, concluía lo siguiente:
“[aunque] algunos se han referido a estos procesos como el aumento de la
‘desmaterialización’ de la sociedad y la economía mundial (...) aún las
economías industrialmente más adelantadas dependen todavía de un
suministro constante de bienes manufacturados básicos. Ya fabricados en
el propio país, ya importados, su producción seguirá requiriendo grandes
cantidades de materias primas y energía aun en el caso de que los países
en desarrollo progresen rápidamente en la adopción de tecnologías
eficientes en el uso de recursos”34.
Que las cosas eran efectivamente así lo han venido a demostrar luego varios
estudios, tanto por el lado de la extracción de recursos35, como por el de la
producción de bienes y la generación de residuos36, poniendo sobre el tapete la
exigencia en energía y materiales de las principales economías del planeta. Una
exigencia que se explicita cotidianamente como puede verse a través del siguiente
ejemplo:
“Imagine que cada mañana un camión le entrega en su casa todos los
materiales que utiliza en un día, salvo la comida y el combustible.
Apilados frente a la puerta están la madera de su periódico, los
productos químicos de su champú y el plástico de las bolsas con las que
lleva la compra a casa. También se incluye el metal de sus aparatos y
electrodomésticos y de su automóvil —sólo la parte que usa en un día
32
Ibid, p. 81.
World Resources Institute, (1995): World Resources 1994-1995.Washington, D.C.
34
CMMAD, (1988): Nuestro Futuro Común, Madrid, Alianza, p. 262.
35
Adriaanse, A, et.al, (1997): Resource Flows: The material basis of industrial economies, World
Resources Institute, Wuppertal Institute, Netherland Ministry of Housing Spatial Planing and
Environment, National Institute for Environemntal Studies.
36
Matthews, E, et.al, (2000): The weight of nations. Material outflows from industrial economies, World
Resources Institute, Washington, D.C.
33
10
de la vida total de dichos objetos—, al igual que su fracción diaria de
materiales compartidos, como la piedra y la grava de las paredes de su
oficina y de las calles por las que camina. En la parte de abajo del
montón están los materiales que usted nunca ve, como el nitrógeno y la
potasa empleados para cultivar sus alimentos, y la tierra y las rocas
bajo las que estuvieron enterrados sus metales y minerales. Si es usted
un estadounidense medio, esta entrega será pesada: 101 kg, el peso
aproximado de un varón de talla grande. Pero la cuenta de sus
materiales sólo acaba de empezar. Mañana llegarán otros 101 kg, y al
día siguiente, otros tantos. A final de mes, usted habrá utilizado tres
toneladas de material, y al cabo de un año 37 toneladas. Y si sus 270
millones de compatriotas hacen lo mismo, día si y día también; todos
juntos devoran casi 10.000 millones de toneladas de material en un
año”37.
Una cifra que si, tal y como debe hacerse, incluyera la alimentación, los
combustibles y demás flujos ocultos, demostraría que la “mochila de deterioro
ecológico” que llevamos a cuestas supera con mucho la anterior cantidad. Son
precisamente estos datos de flujos proporcionados por la Tabla 2 los que echan por
la borda las pretensiones “desmaterializadoras” de algunos autores, colocando en
sus justos términos cuantitativos el debate38.
Además estas mismas cifras sobre las bases materiales de la economías industriales
dejan también lugar a pocas dudas sobre la inexistencia de una Curva Ambiental de
Kuznets cuando se incorporan todos los flujos físicos al análisis. Así se puso de
manifiesto recientemente al comparar los inputs directos de materiales y el
crecimiento per cápita en Alemania, Holanda, Japón y Estados Unidos, no
encontrándose rastro alguno de relación semejante39
En la Tabla 2 se incluyen, pues, dentro del conjunto de Requerimientos Totales de
Materiales (RTM), la aportada bajo el epígrafe de los flujos ocultos. La mayoría de los
tratamientos que han intentado analizar económicamente la dimensión energética de
las economías han fijado su atención en aquellos inputs de recursos naturales cuyo
valor pasaba por el mercado, lo que en la metodología presentada correspondería a
los inputs materiales directos. El problema aparece al comprobar que la presión que
las economías realizan sobre el medio ambiente —y por lo tanto sobre la
sostenibilidad— se debe en gran medida a la dimensión alcanzada por los flujos
ocultos no valorados monetariamente.
37
Gardner, G; Sampat, P, (1999): “Hacia una economía de materiales sostenible”, en: Lester R. Bbrown,
et. Al, (1999): La situación del mundo, Anuario del Woldwatch Institute, Madrid, Icaria-FUHEM, p. 91.
38
Nótese que al fijarnos sólo en las cantidades estamos dejando al margen el carácter nocivo de muchos
residuos que cualitativamente ejercen un impacto ambiental mucho más destructivo.
39
En algún caso como el Japonés, el R2 del ajuste se encuentra por debajo de 0,2. Vid. Seppälä, T; T.
Haukioja; J. Kaivo-oja, (2000): “The EKC Hypothesis does not hold for Material Flows! Environmental
Kuznets Curve Hypothesis of Direct Material Flows in Some Industrial Countries”, ESSE 2000,
Transitions Towards a Sustainable Europe, 3ª Biennial Conference of the European Society for
Ecological Economics, Vienna, 3-6. May 2000.
11
Tabla 2. Evolución de los RTM por países seleccionados 1975-1994
(millones de Tm)
Alemania
RTM
RNM
RMI
Ocultos
RTM p/c
RMI/RTM
Japón
RTM
RNM
RMI
Ocultos
RTM p/c
RMI/RTM (%)
Holanda
RTM
RNM
RMI
Ocultos
RTM p/c
RMI/RTM (%)
Estados Unidos (*)
RTM
RNM
Ocultos
RMI
RTM p/c
RNM/RTM (%)
1975
1980
1985
1990
1994
3949
2021
1928
1287
64
48
4266
2391
1875
1081
69
43
3715
2224
1491
713
61
40
4228
2320
1908
905
67
45
5753
3813
1940
915
76
33
4186
2092
2094
1541
37
50
4448
2200
2248
1645
38
50
4430
1986
2454
1856
36
55
5682
2560
3122
2426
46
54
5657
2490
3167
2466
45
55
758
314
444
313
56
58
879
314
565
421
62
64
892
315
567
439
62
63
1025
335
690
549
69
67
1031
340
691
540
67
67
21463
20390
16956
1073
99
95
21982
20883
17146
1099
97
94
20623
19592
15674
1031
86
96
22145
21038
16609
1107
89
95
21947
20850
16240
1097
84
95
Fuente: Adriaanse, et.al, (1997) Resource Flows. The materrial basis of industrial
economies.op.cit.
RNM: requerimientos totales nacionales.
RMI: requerimientos totales importados.
(*) Para el caso de EE.UU, hemos optado por registrar los flujos ocultos nacionales ya que
este país constituye la excepción desde el punto de vista físico al articular la mayoría de su
producción y consumo sobre sus propios recursos.
•
•
Éstos representan, a su vez, la mayor fracción de los requerimientos totales de
materiales. Tal fue la importancia de los flujos ocultos que a comienzos de los
noventa, el 55 por 100 del total de RTM en Holanda y Japón se debían a esta clase
de flujos, mientras que en Alemania y Estados Unidos dicha cifra alcanzaba el 75
por 10040. La dimensión de estos flujos ocultos ha llevado a algunos autores a
afirmar la existencia de lo que antes hemos mencionado como autenticas “mochilas
40
Adriaanse, A, et.al, (1997): Resources flows...op.cit, p. 12. Es preciso tener en cuenta que en estos
cálculos no se han incluido ni el agua ni el aire por lo que la cifra está infraestimada. La importancia del
agua como flujo material puede verse en un estudio de similares características (aunque con algunas
diferencias metodológicas) donde la aportación hídrica aparece como el de mayor volumen de los flujos
utilizados por una economía. Véase. Naredo, J.M; Frías, J, (1988): Flujos de energía, agua, materiales e
información en la Comunidad de Madrid, Madrid, Consejería de Economía, p. 27 y ss.
12
de deterioro ecológico” (ecological rucksacks) asociadas a la extracción, producción
y uso de cualquier mercancía41. Por ejemplo, los movimientos de materiales que
forman la ‘mochila de deterioro ecológico’ que acompañan a la fabricación de un
anillo de oro de 10 gramos suman un cantidad de 3,5 toneladas tan sólo en la fase
minera. En la misma línea y como un ejemplo de carácter más global, la producción
de energía de 3.000 millones de toneladas de carbón, lleva asociada una ‘mochila’
de 15.000 millones de toneladas en forma de agua y escombros, a los que hay que
sumar 10.000 millones de toneladas en forma de emisión de CO2 a la atmósfera42.
Aunque a veces se recurre a indicadores relativos para suavizar un cuadro a todas
luces preocupante, en este caso, la utilización de este tipo de medidas tampoco lima
las aristas más afiladas. Servirá de muestra decir que los RTM per cápita se
incrementaron en Alemania desde las 64 toneladas en 1975 a las 76 toneladas en
1994. Japón y Holanda siguieron la misma tónica pasando el primero de ellos de 37
toneladas en la primera de las fechas a 45 al final del período, y el segundo de las 56
toneladas a mediados de la década de los setenta a las 67 con que despuntaba la
mitad de los noventa. Sirvan, entonces, las cifras de la Tabla 2 para dar una idea del
tamaño del subsistema económico dentro de la biosfera y de cómo la presión sobre un
medio ambiente que ya ha dado síntomas globales de insostenibilidad, se ha
extendido a través del aumento paulatino y constante de los RTM.
Flujos comerciales físicos y valoración monetaria: el
desequilibrio “Norte-Sur” (*).
Pero el problema estriba no sólo en que un porcentaje elevado de esos RTM sean
flujos ocultos sino en que, además, una fracción relevante de los mismos son
importados de otros territorios. Salvo en el caso de EE.UU, en el resto la presión sobre
los recursos más allá de las fronteras arroja las siguientes cifras. Tomando como año
de referencia 1994 tenemos que, para el caso de Japón, el 55,9 por 100 de sus RTM
proceden del exterior. Más acusada es la tendencia holandesa que en ese año
dependía en un 67 por 100 de los flujos materiales ajenos a su territorio para
mantener su modo de producción y consumo. Por último, Alemania después de la
reunificación arrojab Sirvan, entonces, las cifras de la Tabla 2 para dar una idea del
tamaño del subsistema económico dentro de la biosfera y de cómo la presión sobre un
medio ambiente que ya ha dado síntomas globales de insostenibilidad, se ha
extendido a través del aumento paulatino y constante de los RTM. a la menor de las
cifras dependiendo en un 33 por 100 de flujos materiales de otras regiones. Y esta
circunstancia que puede fácilmente obtenerse de las cifras reseñadas, se ve
reafirmada por las tendencias a nivel agregado: en los noventa, los países de la OCDE
utilizaron más de la mitad de la energía mundial (53 por 100) mientras que sólo
contribuyeron a su ‘producción’ en poco más de un tercio (38 por 100). Además, el
41
El concepto se debe a Schmidt-Bleek. E. U. von Weiszäcker y los esposos Lovins reseñan la aportación
de este autor en su libro Factor4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales, Barcelona,
Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg, pp. 320 y ss.
42
Ibid, pp. 321-322.
(*)
Este epígrafe actualiza y amplía el trabajo que realicé conjuntamente con Sara Echevarría y José
Manuel Naredo en 1999: “Flujos físicos y valoración monetaria en el comercio mundial: el ‘efecto
notario’ en el reparto de los frutos del comercio a nivel internacional”, en: Naredo, J.M, A. Valero, (dirs.),
(1999): Desarrollo económico y deterioro ecológico, Madrid, Fundación Argentaria-Visor Distribuidores,
pp. 325-348.
13
consumo en estos países ha crecido a un ritmo del 30 por 100 en los últimos veinte
años43.
Habida cuenta de los datos presentados, parece que la discusión planteada sobre la
posible desmaterialización de la economía encuentra argumentos de peso que
relativizan esa supuesta tendencia. No es casualidad que, ante resultados como los
anteriores, algunos autores vinculados al Wuppertal Institute, y que han seguido de
cerca la elaboración de este tipo de trabajos, muestren sus dudas ante las mediciones
de la sostenibilidad practicadas por David Pearce y sus colaboradores que daban por
‘sostenibles’ a la mayoría de las economías industriales porque su nivel de ahorro era
capaz de compensar monetariamente la depreciación producida en su capital natural y
manufacturado.
“...incluso un conocimiento superficial sobre la situación ambiental del
sudeste asiático y el papel de Japón en este contexto sugiere que dichos
resultados [los elaborados por Pearce y Atkinson] son apenas compatibles
con la sostenibilidad ambiental a escala global y a largo plazo (...) No es
por tanto el porcentaje de ahorro de una economía sino los inputs
materiales los que determinan la sostenibilidad de las actividades
económicas”44.
Lo que se denuncia a través de afirmaciones como las anteriores es de gran
relevancia ya que pone el acento en un hecho a tener en cuenta: que los patrones
‘sostenibles’ mostrados por un territorio determinado pueden recaer (y a menudo lo
hacen) sobre el esfuerzo ambiental desarrollado por otros países ajenos al primero y
que le sirven a éste como suministradores de un ‘capital natural’ cuya depreciación se
computa en el país exportador en vez de en aquel en que dicho capital natural se
utiliza.
Cabe apuntar además que, en los análisis anteriores, no se diferenciaban los flujos
internos entre países ricos de aquellos originados en el tercer mundo y que tenían
como destino fundamental las economías industriales. Convendrá saber, entonces,
qué porcentaje de esos requerimientos de materiales que hemos mencionado se
realiza con cargo al propio territorio de los países ricos como un todo, y qué parte se
obtiene, por el contrario, más allá de las fronteras administrativas de las naciones de
la OCDE. En definitiva, saber cuál es el papel desempeñado por el comercio
internacional en el abastecimiento de energía materiales por parte de los países ricos
y, de paso, si este papel contribuye o no a la desmaterialización de las mismas.
Pero al hablar de comercio internacional conviene traer a colación la advertencia de
Paul Krugman: “Si hubiera un Credo del economista contendría seguramente estas
afirmaciones: ‘creo en el principio de la ventaja comparativa’ y ‘creo en el libre
comercio’”45. Lo que da una idea del nivel de dogmatismo presente en la profesión
y del campo abonado por el que transitamos, si bien, a estas alturas, cabría añadir
a la arena de la discusión, además del comercio, el proceso de globalización
económica en curso. Sobre todo porque cuando se habla de globalización o
43
World Resources Institute, PNUMA, PNUD, (1998): Recursos Mundiales. La guía global del medio
ambiente, Madrid, EcoEspaña, p. 302.
44
Hinterberger, F; Luks, F; Schmidt-Bleek, F, (1997): “Material flows vs. ‘capital natural’. What makes
an economy sustainable?, Ecological Economics, 23, p. 4.
45
Krugmann, P, (1987): “Is Free Trade Passé?, Journal of Economic Perspectives. (2),1, p. 131. Citado
por: Daly, H.E; Cobb, Jr, (1989) Para el bien común. Reorientando la economía hacia la comunidad, el
ambiente y un futuro sostenible. México, Fondo de Cultura Económica, p. 193.
14
mundialización de la economía existe, en general, la pretensión de destacar las
luces y los beneficios derivados del proceso de “integración” de las economías en el
mercado global, en vez de apuntar las razonables sombras e incertidumbres que se
vislumbran al realizar un análisis pormenorizado. De hecho, desde el punto de vista
ecológico, la globalización facilita y profundiza la explotación “mundial” de los
recursos naturales del planeta, ya que a través de los procesos de producción y
comercio se ponen a disposición de los agentes económicos que operan en este
mercado mundial (países, empresas transnacionales, etc.) la totalidad del
patrimonio natural disponible. No es de extrañar, entonces, que la propia expansión
del comercio mundial como característica de este fenómeno incremente el coste
ambiental. Por ejemplo, el proceso de liberalización comercial impulsor de la
“reciente” globalización se saldará en el futuro con un mayor deterioro ecológico46,
pues el volumen de mercancías transportadas aumentará, pero también la distancia
recorrida por ellas y, por lo tanto, el consumo energético necesario para llevarlas a
su destino. Las estimaciones barajadas para cifrar el aumento del transporte
marítimo, consecuencia de la implementación de los acuerdos del la Ronda
Uruguay, estiman que en 2004 cada tonelada transportada a nivel internacional
recorrerá 1.200 millones de kilómetros más que en 1992. Si a esto añadimos que el
transporte marítimo mundial de mercancías absorbe la misma energía que el
consumo de dos países como Brasil y Chile juntos, cualquier incremento en la
distancia de los intercambios llevará aparejado un coste ambiental importante47.
Por último, a pesar de que la especialización y la división del trabajo aparece como
un fuerte argumento en favor del comercio y el crecimiento económico, es muy
probable que la liberalización del comercio esté causando, en determinados países
en desarrollo, un efecto no deseado: el “aumento de la especialización en
actividades ecológicamente insostenibles”48.
Desde esta perspectiva, un análisis físico-económico del comercio internacional
para los últimos veinte años, muestra algunos aspectos de interés a menudo
escamoteados a la simple interpretación monetaria de esta realidad. Del mismo
modo que para los procesos productivos se observa una asimetría entre los costes
físicos de producción en las distintas fases de un proyecto y la valoración monetaria
que de éstos se realiza49 (dando, dicho sea de paso, una señal o criterio de gestión
de los recursos naturales, de su coste verdadero, y de las escasez de los mismos,
46
Véase, a este respecto, la crítica tanto teórica como empírica realizada por R. Bermejo, (1996): Libre
comercio y equilibrio ecológico, Bilbao, Bakeaz.
47
OCDE (1996): The global and environmental goods and services industry. Paris. Ref. Adams, J (1997):
“Globalization, Trade and Environment”, en: OCDE (1997): Globalization and Environment. op. cit. p.
184. En 1989, el volumen de mercancías transportadas por vía marítima fue de casi 4.000 millones de
Tm, lo que en términos energéticos significa un consumo de 8.1 terajulios; es decir, el equivalente al
consumo energético anual de Brasil y Chile. French, H, (1991): “La reconciliación del comercio y el
medio ambiente”, en: Worldwatch Institute (1991) La situación del mundo, CIP-Apostrofe, Madrid; p.
278.
48
Dentro de esta categoría puede incluirse el comercio de madera, del cual sólo un exiguo 0.1% de toda la
extracción para la exportación se realiza de manera sostenible, es decir, a tasas en las que la tala no supera
la regeneración. French, H (1991): op cit.
49
Según el “efecto notario” acuñado por A. Valero y J.M Naredo, aquellas fases de los procesos
productivos que son más intensivas en el consumo de recursos —medido éste en unidades físicas—
resultan ser las menos valoradas desde el punto de vista monetario y viceversa. Una ilustración de este
hecho se observa durante la construcción de una vivienda al comparar la divergencia creciente entre las
aportaciones de recursos físicos en cada una de las fases del proceso (cimentación, tabicado, etc.), y las
remuneraciones monetarias correspondientes, hasta llegar a la firma final de las escrituras “ante notario”.
Vid. Naredo, J.M; A, Valero, (dirs.), (1999): Desarrollo económico y deterioro ecológico, op.cit, cap. 15.
15
profundamente equivocado); así también se puede analizar lo ocurrido a nivel
internacional, a partir de las cifras en tonelaje y en valores monetarios que ofrecen
los flujos comerciales. Tradicionalmente, los análisis sobre el patrón del comercio
han dado mayor relevancia a las manufacturas en la composición de los flujos
comerciales por tener el mayor peso desde el punto de vista monetario. No
obstante, si lo que nos interesa es ver la composición real en términos de flujos de
materiales intercambiados, parece más razonable elegir como explicación de la
importancia relativa aquellas mercancías que acaparan mayor tonelaje, cambiando
significativamente el panorama a representar. En la Tabla 3 ofrecemos los datos
sobre la importancia desigual del elemento monetario y físico en el comercio
internacional.
Tabla 3. Comparación en valor y en tonelaje de los flujos comerciales,
1981-1990 (%)
1981
1985
1990
1995
2000
Tm
Valor
Tm
Valor
Tm
Valor
Tm*
Valor
Tm*
Valor
Productos
agrícolas
15,3
32,9
14,7
15,3
21,8
13,6
20,9
12,2
23,2
9,3
Combustibles
53,3
9,8
51,6
18,2
44,1
12,3
42,7
7,3
41,5
10,5
Industrias
extractivas
18,0
4,2
19,2
4,3
15,6
3,3
16,2
3,5
14,6
3,3
Manufacturas
13,4
53,1
14,5
62,2
18,4
70,8
20,2
77,0
20,7
76,9
TOTAL
100
100
100
100
100
100
100
100
100
100
Fuente: Carpintero, O; S.Echevarría, J.M. Naredo, (1999), op.cit. Elaboración
sobre la base de: ONU, International Trade Statistics Yearbook, Varios años; GATT
y OMC, El Comercio Internacional, Varios Años. * Estimación sobre las tasas de
crecimiento anual del volumen por grupo de mercancías.
El cuadro aporta sin duda un aspecto muy diferente dependiendo de la perspectiva
desde la que nos enfrentemos a él. La razón es también doble. Por un lado la
necesidad de constatar la asimetría en el ámbito internacional entre los flujos
físicos y la valoración monetaria de los intercambios comerciales por grupos de
mercancías. Por otro, estrechar la conexión existente entre este desequilibrio, la
profundización de las desigualdades entre países a escala internacional, y su opción
de especialización productiva, (al margen de ciertos casos particulares fácilmente
explicables)50. Sin demasiada dificultad, dos hechos sobresalen a una mirada atenta
a los datos:
50
Nos referimos a los famosos “dragones” asiáticos. A parte de constituirse en región privilegiada por
parte de la política exterior y tecnológica estadounidense en la época de la guerra fría, y de basar su
proceso de expansión y crecimiento económico en el fuerte peso del estado, la orientación exportadora y
16
§
En primer lugar, aquellas mercancías objeto de comercio que forman parte
de las primeras fases de elaboración (productos agropecuarios y sobre todo
los combustibles e industrias extractivas) y que, por tanto, ejercen una
presión directa sobre los recursos proporcionados por la corteza terrestre, es
decir, tienen un mayor coste físico de extracción, son precisamente las que
en tonelaje poseen la mayor importancia en el comercio mundial. Por contra,
son estos mismos grupos de productos los que obtienen como compensación
la menor valoración monetaria y, por tanto, desde el punto de vista
pecuniario, los menos relevantes. Aunque, en términos relativos, el peso
conjunto de las industrias extractivas y de los combustibles ha pasado de
significar el 71 por 100 en 1981 —con una valoración equivalente del 14 por
100—, a representar el 55 por 100 en tonelaje en 2000, —con una
valoración similar—, eso no significa que las cantidades absolutas
intercambiadas hayan descendido. Éstas, en contra de los que se pudiera
pensar, se han incrementado en casi un 100 por 100, pasando de los tres
mil millones de toneladas en 1981 a los casi cinco mil quinientos millones en
1995, y los más de seis mil en 2000.
Tabla 4. Evolución de las exportaciones mundiales en tonelaje, 1981-2000.
(miles tm)
1981
1985
1990
1995*
2000*
Productos
agrícolas
479.052
427.845
939.737
1.148.670
1.408.343
Combustibles
1.666.025
1.499.580
1.895.868
2.341.215
2.528.512
Industrias
extractivas
563.304
555.082
650.962
887.563
893.146
Manufacturas
415.605
556.519
811.355
1.104.207
1.262.882
TOTAL
3.123.986
3.039.026
4.297.922
5.481.655
6.092.883
Fuente: Ibid.
§
En segundo lugar, a diferencia del comportamiento aludido antes, en el caso
de las manufacturas se observa justamente la tendencia contraria. Con
apenas el 10 por 100 del tonelaje total de las exportaciones mundiales en
1981 acaparaban más de la mitad del valor monetario, alcanzando más de
las tres cuartas partes en 1995 y en 2000, para unas cantidades que llegan
escasamente al 20 por 100 del total.
el ahorro interno para financiar las inversiones (todo ello con un coste social nada despreciable), es fácil
ver que su proceso industrializador ha sido especialmente intensivo en energía y materiales para alimentar
sus industrias transformadoras. Como indicador de esa intensidad energética, baste recordar que, en 1995,
dicha región fue la tercera receptora de importaciones de petróleo en todo el mundo con casi el 20 por 100
del total (303 millones de toneladas). Vid. BP Statistical Review of World Energy, 2001.
17
Gráfico 1
Evolución asim étrica del precio y la cantidad de las exportaciones de
industrias extractivas, 1990-2000
(1990=100)
160
Volumen de exportaciones
140
Precio unitario
120
100
80
60
40
20
0
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
Fuente: OMC, (2001): International Trade Stadístics,2001.
A la vista de los datos, no puede mantenerse con rigor que la asignación de
recursos en estos casos haya respondido a criterios de eficiencia y valoración
fijados por la escasez, pues en el grupo concreto y más llamativo de los
combustibles y productos derivados de las industrias extractivas —dada su
naturaleza fundamentalmente no renovable a escala humana— su escasez aumenta
proporcionalmente a su utilización, lo que en pura lógica debería incrementar su
valoración. Si se postulan los precios como un mecanismo de asignación eficiente
de los recursos y como señal o incentivo a la sustitución y la innovación
tecnológica, henos aquí ante un ejemplo de la ineficacia de este instrumento.
La explicación de lo anterior invita, en lo fundamental, a la profundización, bajo nuevas
formas, en la ya clásica división internacional del trabajo, a saber: los países
empobrecidos de la periferia siguen, básicamente, especializados en la producción y
exportación de productos primarios, ya sean agropecuarios o procedentes de las
industrias extractivas. mientras que los países desarrollados se ocupan de centrar su
actividad comercial en aquel grupo de mercancías que genera comparativamente
mayor valor añadido, es decir, las manufacturas. La consecuencia es un refuerzo
general de los rasgos de dependencia económica que basculan sobre la problemática
característica del comercio de los productos básicos en los mercados internacionales: la
inestabilidad de los precios, la tendencia decreciente de la relación real de intercambio
respecto de los productos manufacturados y la incidencia de las empresas
transnacionales en las fases de comercialización y financiación.. Hasta aquí nada que
no haya sido puesto ya de manifiesto por la mayoría de los teóricos del subdesarrollo.
Sin embargo, a efectos del presente trabajo, nos interesa destacar la siguiente
circunstancia: a la dominación económica que implica el escaso valor añadido
proporcionado por las mercancías exportadas desde los países empobrecidos en
relación con la alta valoración monetaria que se le procura a los productos exportados
desde el centro, se añade el hecho del deterioro y expoliación de recursos naturales en
18
términos físicos y ecológicos. Así, se da la paradoja de que los países empobrecidos no
están únicamente especializados en la exportación de aquellos productos que generan
menor valor añadido monetario, sino que son precisamente estas mercancías las que,
por el contrario suponen mayor coste físico de producción y poseen más energía y
materiales (recursos naturales). Aportando de paso, en una estrategia que prima las
exportaciones, el “combustible” necesario para el crecimiento de aquellos países que,
ya de por sí, dan muestras evidentes de “sobredesarrollo”, mientras se niega el acceso
a los bienes básicos a la propia población que lo necesita. Pero si a las cifras
convencionales en términos monetarios sobre el origen y el destino de las
exportaciones e importaciones mundiales por grupos de países, les añadimos los flujos
físicos en tonelaje a los que esas cifras monetarias corresponden, la representación
que obtendremos resultará mas clarificadora de lo que tratamos de decir.
Tabla 5. Flujos comerciales netos de los países desarrollados
en términos físicos, 1981-1990
Valor
(Miles millon.$)
Exportación Importación
Productos
agrícolas
1981
1990
Industrias
extractivas
1981
1990
Combustibles
1981
1990
Manufacturas
1981
1990
Saldo total
1981
1990
Neto
Tonelaje
(Miles de Tm)
Exportación Importación
Neto
40,9
50,6
43,4
72,1
-2,5
-21,5
64.305
71.457
59.876
114.219
4.239
-42.762
5,4
11,3
15,7
23,4
-10,3
-12,1
18.592
25.863
184.842
208.110
-166.249
-182.247
7,4
10,9
240,5
151,0
-233,1
-140,1
33.633
47.951
868.793
995.250
-835.159
-947.298
248,4
353,8
63,5
155,8
184,9
198,0
64.048
71.218
19.447
35.312
44.600
35.906
302,1
426,6
363,1
402,3
-61,0
24,3
180.568
216.490
1.132.958
1.352.891
-952.569
-1.136.401
Fuente: Ibid. No ha sido posible actualizar la serie hasta el 1995 o 2000 debido a la
desaparición de las estadísticas cruzadas en tonelaje en la fuente utilizada. Con algunos
indicios de estudios parciales para la UE que reseñaremos a continuación, la cifra de déficit
físico de los países ricos para el año 2000 podría rondar los 1.400 millones de toneladas.
En la Tabla 5 se han representado los flujos en tonelaje agregados para los diferentes
grupos de productos. Este cuadro muestra, a nuestro juicio y de modo muy gráfico, el
actual deterioro y dominación ecológica a que se ve sometido el Tercer Mundo a
través del mecanismo del comercio internacional. Como se puede observar, a los
países industrializados no les es suficiente, para mantener su modelo de producción y
consumo actual, con la utilización de los recursos procedentes de la corteza terrestre
que están bajo su jurisdicción, sino que necesitan importar ingentes toneladas de
energía y materiales de los países empobrecidos. He aquí el reverso del argumento
19
relativo a las "ganancias derivadas del comercio" manejado con frecuencia por la
teoría del comercio internacional. Resulta difícil, a la vista de los datos, seguir
manteniendo que, ante este drenaje de recursos físicos sujetos a degradación
irreversible en los procesos productivos, el resultado final arroje beneficios
económicos en forma de aumento de las posibilidades de consumo y producción para
aquellos territorios que se ven obligados a deshacerse de estos recursos. Siendo
rigurosos hay que decir que el comercio internacional, desde el punto de vista
ecológico, se presenta como un juego de suma cero con tendencia negativa51. Las
pérdidas, en este caso, pueden muy bien materializarse a través de esos mil cien
millones de toneladas de entrada neta de materiales que van a parar a los países
desarrollados procedentes del resto del mundo. El grueso de este flujo lo constituyen
los combustibles, cuyo volumen ascendía al 87 por 100 del total de las entradas netas
en 1981, manteniéndose en niveles similares en 1990. El segundo lugar en
importancia recae sobre las importaciones netas procedentes de las industrias
extractivas cerrándose de esta manera un ciclo comercial que presiona sobre los
recursos procedentes de la corteza terrestre de la mayoría de los países pobres en
beneficio de los países industriales. Lo que de paso apoya la tesis de aquellos
economistas que se esfuerzan por interpretar las relaciones económicas
internacionales como un “intercambio ecológicamente desigual”, trayendo a colación,
pero con un nuevo impulso, alguna de las críticas formuladas desde la teoría crítica
del desarrollo económico de los años cincuenta y sesenta52.
Tabla 6. Valor unitario por grupos de productos,
1981 y 1990 ($/tm)
Productos
agropecuarios
Industrias
extractivas
Combustibles
Manufacturas
VALOR UNITARIO
TOTAL (media
simple)
Exportaciones Importaciones Exportaciones
de Países
de Países
de Países
Desarrollados desarrollados desarrollados
(1981)
(1981)
(1990)
879
725
708
Importaciones
de Países
Desarrollados
(1990)
631
365
98
436
112
245
4475
309
4124
227
4967
151
4412
1673
369
1970
297
Fuente: Ibid.
29
Esta afirmación requiere de alguna aclaración. Desde el momento en que la mayoría de los recursos
implicados en el comercio de industrias extractivas son no renovables es lógico que el comercio detraiga
de una parte lo que proporciona a la otra. Es en este sentido en el que el comercio internacional supone un
juego de suma cero. Ahora bien, la acción de la ley de la entropía sobre la energía y los materiales
intercambiables y su consiguiente cambio de estado (de disponibles a no disponibles) hace que en
términos físicos el comercio acabe en un juego de suma negativa.
52
Véase, por ejemplo: Martínez Alier, J; Roca Jusmet, J,, (2000): Economía ecológica y política
ambiental, México, FCE, pp. 418 y ss. En la misma línea: Muradian, R, J. Martínez Alier, (2001): “Trade
and environment: from a ‘southern perspective”, Ecological Economics, 36, pp. 281-297. También, y
utilizando el concepto de huella ecológica como criterio definitorio de los intercambios “ecológicamente
desiguales”, tiene interés: Andsersson, J.O,; Lindroth, M, (2001): “Ecologicallly unsustainable trade”,
Ecological Economics, 37, pp. 113-122.
20
Este deterioro de la relación de intercambio en términos ambientales ha sido
denunciado también recientemente al comparar la evolución de los precios y de las
cantidades para una serie de recursos minerales exportados desde el sur hacia el
norte. Así, entre 1971 y 1996, el declive en los precios de productos específicos como
el hierro, el aluminio, el petróleo, el gas natural o el zinc en porcentajes que van
desde el 12 hasta el 31 por 100 ha convivido con incrementos en el tonelaje
exportado del 128 y el 660 por 10053. No parece por tanto que, tal y como concluyen
Muradian y Martínez Alier, “... tenga lugar un desacoplamiento entre el crecimiento
económico del Norte y los recursos importados desde el Sur”54.
Conviene recordar, de paso, que el mecanismo de la balanza lleva implícito la
consecución del equilibrio. La cuestión es dilucidar, entonces, cómo el Norte —los
países industrializados—, consiguen nivelar una relación tan deficitaria en términos
físicos. El único modo de equilibrar las pérdidas físicas de los procesos productivos por
parte de la economía es que el saldo monetario del proceso arroje valores añadidos
superiores. En este caso, para el comercio, van a ser las manufacturas las que
desempeñen ese papel a escala internacional, generando, a pesar de su menor
tonelaje, un mayor valor unitario. En el único grupo de mercancías en los que los
países desarrollados equilibran, en lo monetario, ese déficit en términos físicos será,
pues, en éste. Es cierto que en 1981, la balanza comercial de los productos
agropecuarios era levemente excedentaria para los países industriales, tendencia ésta
que cambiará a lo largo de la década de los ochenta, quedándose así las manufacturas
como único asidero por donde paliar, a través de su mayor valor añadido unitario, el
déficit de energía y materiales. Acentuando la evolución de la tendencia monetaria
apuntada, se observa la existencia de un comportamiento discriminante en los valores
unitarios pagados, respecto a los recibidos por los flujos comerciales con origen y
destino en los países ricos. En efecto, la remuneración unitaria por grupos de
productos es siempre favorable (salvo en el caso de los combustibles en 1981,
fácilmente explicable al calor de la subida del petróleo de 1979) a los países
desarrollados frente al valor unitario pagado por las importaciones para los mismos
grupos de productos. En promedio, el valor unitario por tonelada exportada recibido
por los países desarrollados con destino al resto del mundo fue cinco veces mayor que
el equivalente pagado por las importaciones con destino a los mismos países
industriales. Este hecho se agrava una década más tarde cuando la proporción
aumenta a seis en 1990, que corre paralela a una pérdida en el valor unitario de las
exportaciones de lo países pobres. Fruto de esta asimetría, en 1990, persistiendo un
déficit comercial aún mayor que en 1981 en términos físicos, éste se salda en el
ámbito de lo monetario con un superávit comercial neto para los países industriales
que esconde la ascendente entrada de energía y materiales .
A pesar de las limitaciones para actualizar la totalidad de los datos discutidos,
recientemente se ha desarrollado una investigación55 que recoge los flujos físicos de
una buena parte de los países ricos — la Unión Euorpea (UE)— complementando, para
casi la última década (1989-1999) el análisis más global anterior. Tal y como revela
dicho trabajo, las importaciones físicas de la Unión se incrementaron en un 40 por 100
en los últimos diez años, pasando de los casi 1000 millones de toneladas al acabar la
53
Muradian, R, J. Martínez Alier, (2001): “Trade and environment: from a ‘southern perspective”, op.cit,
p. 289. También con mayor detenimiento estadístico, en un trabajo que sirvió de base al anterior artículo:
Muradian, R, J.M. Alier, (1999): “South-North Materials Flow: History and Repercusions to the
Environment”, Vienna Conference of Ecological Economics. Mimeo.
54
Ibidem.
55
Glijum, S: S, Hubacek, (2001): International trade, material flows and land use: developing a physical
trade balance for the Euorpean Union, IAASA, Interim Report.
21
década de los ochenta a los más de 1.400 millones de 1998. Si ha esto añadimos que
las exportaciones en tonelaje apenas han pasado de los 250 millones en 1989 a los
375 de 1999, la brecha abierta deja bien a las claras la creciente dependencia, en la
última década, respecto de los flujos de recursos naturales y de bienes
manufacturados con origen en otros territorios. Un desfase, por cierto, que en 1999
ascendía a 940 millones de toneladas. En definitiva, casi mil millones de los que, el 85
por 100 (800 millones), se originaban en la “trastienda” subdesarrollada del planeta a
través de los flujos anuales de comercio internacional (Gráfico 2).
Gráfico 2. Déficit comercial físico de la UE-12/15 por regiones de
procedencia, 1989-1999 (Millones de tm)
Fuente: Glijum, S: S, Hubacek, (2001): International trade, material flows and land use:
developing a physical trade balance for the Euorpean Union, op.cit, p. 36.
Estos resultados a escala global son congruentes con el trabajo que paralelamente
han llevado a cabo S. Brigenzu y H. Schütz56 para el período 1985-1997, con el fin de
determinar las exigencias que, en términos de flujos físicos de energía y materiales
directos y ocultos, presenta la UE, y en qué medida éstos recursos proceden de dentro
de las fronteras o son captados más allá de los límites administrativos de este
territorio. Como no podía ser de otro modo, las cifras arrojan conclusiones similares
cuantificándolas también en términos per cápita. Se tiene, por ejemplo, que en 1997
las importaciones representaban en torno al 20 por 100 de los inputs directos (4
tn/hab/año sobre 20) y el 44 por 100 si se incluían los flujos ocultos o mochilas de
deterioro ecológico ( 20 tn/hab/año sobre 50 tn/hab/año de RTM)57.
Y en ese intercambio que la UE realiza con el resto del mundo, también se observa
la misma asimetría —que veíamos para el conjunto del planeta en 1981 y 1990—
en la valoración de las importaciones y exportaciones de los mismos grupos de
productos dependiendo del origen de esos flujos. Como se desprende de la Tabla 7,
el valor medio de las exportaciones de la UE hacia el resto del mundo supera en
cuatro veces el precio pagado por las importaciones procedentes de otros
territorios.
56
Brigenzu, S, Schütz, (2001): Total material requirement of the European Union, European
Enviromental Agency, Technical Report, 55.
57
Ibid, p. 12.
22
Tabla 7. Valor de las importaciones y exportaciones de la UE-15 países,
1999 (Euros/tonelada)
Importaciones
Exportaciones
OCDE
1.080
2.360
Antigua Unión Soviética y
Europa del Este
380
2.010
Asia
840
2.130
África
230
1.240
Latinoamérica
240
2.100
Comercio Total
580
1.920
Fuente: Glijum, S: S, Hubacek, (2001), op.cit, p. 41.
Cabe añadir, en todo caso, que la globalización en curso juega un importante papel
para que las relaciones económicas internacionales arrojen este resultado. Pues son
precisamente las reglas del juego orquestadas por este proceso de globalización
(desregulación pública, liberalización de los intercambios, privatizaciones, fusiones
y adquisiciones) las que, en vez de potenciar la proximidad y el aprovechamiento
racional de los propios recursos, permiten que los países ricos puedan mantener un
modo de producción y consumo despilfarrador a costa de otros territorios, y cada
vez más abastecido por la actuación de las empresas transnacionales (ETN). No en
vano, y como muestra de esta servidumbre territorial, las ETNs comercializaban
hasta hace pocos años el 70 por 100 de los minerales de los países pobres en
beneficio de los miembros de la OCDE, además de servir como emplazamientos
para numerosas empresas contaminantes del Norte, que burlaban así una
legislación ambiental más restrictiva en sus países de origen.
El comercio internacional como mecanismo en la
apropiación de capacidad de carga entre países
Lo apuntado hasta el momento resulta también coherente con otros desarrollos que,
desde el punto de vista territorial, han incidido hasta la fecha en el objetivo de
cuantificar los desequilibrios territoriales a que lleva el actual modo de producción y
consumo. Si ahondando en el punto de vista ecológico, interpretamos la capacidad de
carga de un territorio variando el tono convencional —desde el lado de la población
hacia el extremo del consumo de recursos— no resulta difícil llegar a la conclusión de
que los países industrializados han sobrepasado su capacidad de carga (o límite de
consumo propio de recursos y emisión de residuos) y utilizan el comercio internacional
para importar capacidad de carga excedente de otros territorios. Esta idea supone la
plasmación internacional de un concepto utilizado para medir la sostenibilidad
territorial de determinadas ciudades en la búsqueda de hacerlas más sostenibles. El
23
resultado de la interpretación económica de la capacidad de carga ha estado también
en el origen de la definición del concepto de "huella ecológica" (ecological footprint)
como un indicador del territorio que un país que ha excedido su capacidad de carga
ocuparía en otro que le sirve como fuente de recursos y sumidero de residuos58.
Así las cosas, como los ventajas comerciales en términos monetarios esconden a
menudo déficit importantes en tonelaje físico, tal vez merezca la pena, para completar
el cuadro, intentar traducir a términos territoriales esa presión que la mayoría de los
países ricos ejercen sobre el resto del planeta. Una posibilidad para estimar el balance
ecológico de esas economías podría ser la de estimar, en hectáreas, la superficie que
realmente ocupan los habitantes de un país para satisfacer su modo de producción y
consumo, con independencia de donde se encuentre ese territorio.
La Tabla 8 ofrece la imagen, en términos de kilómetros cuadrados, del deterioro
ecológico provocado por el crecimiento de económico de los mismos países que en la
Tabla 1 aparecían como más o menos sostenibles. Se constata así cómo la
sostenibilidad monetaria se apoya sobre unos recursos y una capacidad de absorción
de residuos muy superior a la que ofrecen sus límites fronterizos. Cabe señalar que,
en los intentos por cuantificar en términos monetarios la sostenibilidad de las
economías, eran precisamente muchos de estos países los que ofrecían la mejor
imagen, habida cuenta de su capacidad de generación de ahorro con la que
compensar, en términos pecuniarios, la pérdida de patrimonio natural. Sin embargo,
tal y como demuestran los datos adjuntos, la mayoría de estos países vive por encima
de sus posibilidades de manera claramente insostenible, importando sostenibilidad de
aquellos territorios sobre los que ejercen relaciones de dominio económico y deterioro
ecológico.
30
Rees, W; Wackernagel, M, (1996): Our Ecological Footprint. Reducing Human Impact on the Earth.
New Society Publishers, Gabriola Island, BC.
24
Tabla 8. Sostenibilidad de las economías según un indicador fuerte
(huella ecológica para el mismo grupo de países que en la Tabla 1)
Población
(1997)
Capacidad ecológica
disponible
(Hectáreas/Habitante)
Huella
Ecológica
(Hectáreas/
Habitante)
Déficit
ecológico
(Hectáreas/
habitante)
Costa Rica
Checoslovaquia
Alemania
Hungría
Japón
Holanda
Polonia
Estados Unidos
3.575.000
10.311.000
81.845.000
10.037.000
125.672.000
15.697.000
38.521.000
268.189.000
2.0
2.5
2.1
2.0
1.7
2.8
2.3
6.2
2.5
4.2
4.6
2.5
6.3
4.7
3.4
8.4
-0.5
-1.7
-2.5
-0.5
-4.6
-1.9
--2.2
México
Filipinas
97.245.000
70.375.000
1.4
0.7
0.3
2.2
-0.9
-1.5
Etiopía
Indonesia
Nigeria
58.414.000
203.631.000
118.369.000
0.9
0.9
0.8
1.0
1.6
1.7
ESPAÑA
39.729.000
2.6
4.2
TOTAL UE-14
371.825.000
4.7
2.3
-0.1
-0.7
-0.9
-1.6
-2.4
Fuente: Ecological Footprints of Nations, 1997.
En conjunto, por ejemplo, la UE presenta como media un déficit equivalente a 2,4
veces su capacidad ecológica disponible, lo que es superado ampliamente por algunos
países en particular como, por ejemplo, Holanda. Naturalmente, la mayoría de la
apropiación de capacidad de carga que la sociedad holandesa necesita para mantener
su modo de producción y consumo lo realiza en los territorios de los países del Tercer
Mundo. En concreto, y como ha reconocido el propio gobierno holandés, este país se
apropia allí entre 100.000 y 140.000 km2 de tierra ecológicamente productiva sólo
para la producción de alimentos y productos de exportación59. En la misma línea, y
como una muestra de la dependencia ecológica de la mayoría de las economías
industrializadas respecto de la productividad ecológica de los países empobrecidos,
baste recordar que sólo cinco países (Malasia, Indonesia, Filipinas, Costa de Marfil y
Gabón) ofertan el 80 por 100 de la madera tropical en los mercados mundiales,
adquirida a su vez, en un 50 por 100 por Japón y en un 50 por 100 por los países de
la Unión Europea60. Así pues, una de las conclusiones más importantes que podemos
obtener del análisis de la huella ecológica es que “la sostenibilidad global, no puede
ser financiada a través de un déficit ecológico, es decir, no es posible que todos los
59
Ibid, p. 94.
UNECE/FAO, (1986): “Forrest Products Markets”, citado en: Pearce, D, et.al, (1989) Blupeprint for a
green economy, London,Earthscan, p. 45.
60
25
países o regiones sean importadores netos de capacidad de carga o sostenibilidad”.
Otro resultado evidente a la luz de un análisis ambiental del comercio es que, éste,
lejos de configurarse como un juego de suma positiva en el que todos los
participantes ganan o se benefician de los términos del intercambio (tal y como
establece la Teoría del Comercio Internacional) el saldo que arrojan estos
intercambios lo convierten en un juego de suma cero. Algo parecido había anticipado
Malthus, con la frescura propia de los clásicos, cuando en un pasaje —que encabeza
estas líneas— reconocía la realidad de muchos “...estados pequeños y poco fértiles
que han acumulado dentro de su pequeño territorio y mediante el comercio exterior
una cantidad de riqueza que excede en mucho a lo que podría esperarse de sus
posibilidades físicas”61. Al comparar, pues, las diferentes capacidades productivas con
la capacidad de carga demandada por cada país, obtenemos también una brecha de
sustentabilidad (gap sustainability) que nos sirva para medir los comportamientos
potencialmente insostenibles que repercuten en importaciones masivas de ‘capital
natural’ del resto de las naciones (principalmente del Tercer Mundo)62. Lo cierto es
que es posible, en el mismo sentido, dar la vuelta al argumento y entender esta
‘brecha de sustentabilidad’ como la necesaria reducción en el consumo y utilización de
energía y materiales, y el consiguiente descenso en la emisión de residuos generados.
Así podríamos redefinir dicho indicador en términos de “la disminución del consumo
(o el incremento de la eficiencia material o económica) requerida para eliminar el
déficit ecológico”.
Palabras finales
En fin, cabe concluir entonces que cualquier solución debe pasar por la disminución
progresiva del consumo de aquellos países claramente despilfarradores. También
sabemos que su implantación no es fácil y que será preciso vencer importantes
escollos. Pero, en esta tesitura, la metáfora del toxicómano elegida por varios
autores puede ser ilustrativa. Las modernas economías industriales sufren una
adición enfermiza por los recursos energéticos y minerales que, aunque les
proporciona bienestar, conlleva la degradación de su salud futura. Al igual que en
los individuos, resulta contraproducente tanto la continuidad de la dosis como la
suspensión repentina de la misma. Por lo tanto, la terapia de desintoxicación debe
incorporar la reducción paulatina y consciente de la droga. No cabe, sin embargo,
dejarlo todo a la voluntad del paciente. Aquí, los medios para hacerlo mas llevadero
están, desde hace años, disponibles para su uso.
Óscar Carpintero
Universidad de Valladolid
61
62
Malthus, T.R, (1820): Principios de economía política, FCE, p. 279.
Wackernagel, M; Rees, W, (1996): Our ecological...op.cit, pp. 98-99.
26
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