El papel del comercio internacional y el mito de la desmaterialización económica “ [algunos estados]…han acumulado dentro de su pequeño territorio y mediante el comercio exterior una cantidad de riqueza que excede en mucho a lo que podría esperarse de sus posibilidades físicas”. Th. R. Malthus, Principios de economía política, 1820. Un episodio más en una vieja polémica La discusión sobre las relaciones entre economía y naturaleza en los últimos años ha intensificado un forcejeo que ya se venía arrastrando de antiguo. Una tensión en la que estarían mezclados aquellos que ven en el creciente deterioro ambiental la inviabilidad a largo plazo del sistema económico actual; con los que, restando importancia a estos signos externos, niegan la existencia de límites a la expansión de la producción. Desde hace algunos años, la última etapa de esta vieja discusión se ha centrado en la existencia o no de tendencias que apuntarían hacia una paulatina “desmaterialización” de las sociedades industriales, entendida como una “desconexión” entre recursos naturales y crecimiento económico, que alejaría definitivamente el fantasma de la “escasez” y la dependencia de la actividad humana respecto al medio ambiente. En lo que sigue discutiremos la veracidad de estas afirmaciones, analizando cuál es el papel que juegan en ellas las relaciones económicas internacionales (en especial las comerciales). Pues cabe anticipar que, a la hora de emitir una valoración sobre la sostenibilidad o insostenibilidad ambiental de una economía, es necesario explicitar los límites territoriales a que nos estamos refiriendo. Y aquí, en la definición de las fronteras, existen dos posibilidades. Una primera puede ser restringir el análisis a los márgenes de un territorio estipulados política y administrativamente, asumiendo que el carácter sostenible de su economía depende únicamente de la utilización de los recursos que se lleven a cabo dentro de esos límites. Otra posibilidad invita a suponer que la viabilidad de los sistemas económicos está cada vez más vinculada a las relaciones comerciales que se establecen entre los países, de manera que, a la hora de intentar enjuiciar su sostenibilidad es imprescindible explorar la importancia de los flujos externos procedentes de otras latitudes. Optar por la primera alternativa arroja unos resultados parecidos a los aportados por el indicador de sostenibilidad “débil” elaborado hace algunos años por Pearce y Atkinson, que llegaba al sorprendente resultado de que las principales economías industriales eran las más sostenibles (Estados Unidos, Alemania, Japón, etc.), acusando a la mayoría de los países pobres (Burkina Faso, Etiopía, Indonesia o Madagascar) de insostenibilidad ambiental manifiesta. Un resultado éste que, al tener como criterio de “sostenibilidad” la capacidad de ahorro necesaria para reparar la depreciación del capital natural y manufacturado generada 1 con la actividad económica, hacia de los países ricos los principales candidatos al título de economías “sostenibles” 1. Tabla 1. Economías sostenibles utilizando un indicador monetario % de ahorro sobre la renta nacional (s/y) Economías sostenibles Costa Rica Checoslovaquia Alemania (RFA) Hungría Japón Holanda Polonia Estados Unidos Depreciación de capital manufacturado en % de la renta nacional (δ δKm/y) Depreciación del Indicador capital natural de en % de la renta Sostenibilidad nacional Débil (δ δKn/y) (Z) 26 30 26 26 33 25 30 18 3 10 12 10 14 10 11 12 8 7 6 5 2 1 10 4 15 13 8 11 17 14 9 2 Cuasi sostenibles México Filipinas 24 15 12 11 12 4 0 0 No sostenibles Burkina Faso Etiopía Indonesia Madagascar Malawi Malí Nigeria Papúa N. Guinea 2 3 20 8 8 -4 15 15 1 1 5 1 7 4 3 9 10 9 17 16 4 6 17 7 -9 -7 -2 -9 -3 -14 -15 -1 Fuente: Pearce, D.W; Atkinson, G, (1993) “Capital Theory and the Measurement of Sustainable Development...”,Ecological Economics, p. 105. Una economía es sostenible si el Indicador de Sostenibilidad Débil : Z = (s/y) - [ (δKm/y)+ (δKn/y) ] es ≥ 0. Si, por el contrario, intentamos describir la sostenibilidad incorporando la presión que las economías realizan sobre los recursos producidos o extraídos en otros países, 1 Pearce, D, G, Atkinson, (1993): “Capital theory and the measurament of Sustainable Development: An Indicator of weak sustainability”, Ecological Economics,8, pp. 103-108. Lo que no quiere decir que estos autores obviaran la importancia de la interdependencia económica en el logro de la sostenibilidad. “Es perfectamente posible —escriben David Pearce y sus colaboradores— que una nación en concreto pueda asegurarse un patrón de desarrollo sostenible (...) pero a costa de la no sostenibilidad de otro país.(...) Podría decirse que la sostenibilidad es en parte algo que puede conseguirse ‘importándolo’ a través de la no sostenibilidad de otras naciones”. Pearce, D, et.al, (1989): Blueprint for a green economy, London, Earthscan, p. 45. 2 entonces las cifras obtenidas pueden diferir considerablemente2. Pero esto lo veremos más adelante. La desmaterialización: ¿deseo o realidad? Entre la elaboración, en 1972, del informe sobre Los límites al crecimiento, y la ulterior propuesta de desarrollo sostenible manejada a partir de la publicación del Informe Brundtland en 1987, los economistas partidarios del crecimiento, que negaban las restricciones físicas a la expansión de las economías nacionales, encontraron un asidero teórico y empírico al que agarrarse en pleno temporal. Del tal suerte que desde finales de los setenta y al calor de la crisis energética, se empezaron a “percibir” ciertos rasgos en la evolución de las economías industriales que hacían presagiar una progresiva independencia del crecimiento económico respecto del consumo de energía y recursos naturales3; todo ello en un proceso que fue bautizado más tarde como desmaterialización de la economía4. Desde entonces la bibliografía en torno a esta cuestión no ha dejado de aumentar basculando, de un lado, entre los análisis referidos a la reducción del consumo relativo de ciertos recursos naturales por la industria (hierro, cobre, acero,...), y, por otro, la posibilidad de extrapolar a escala nacional e internacional estas tendencias5. Aunque en un primer momento la desmaterialización se ciñó principalmente a la reducción relativa del consumo de recursos por unidad de PIB, el razonamiento se acompañó de otras circunstancias que en esta nueva etapa caracterizarían las relaciones entre la producción de bienes y servicios y medio ambiente. Ahí estaba, por ejemplo, la progresiva emergencia de sociedades “terciarizadas”, queriendo expresar así que el crecimiento constante experimentado por la participación del sector servicios en el Producto Nacional Bruto (PNB), reduciría el impacto ambiental de la actividad económica en general. Simultáneamente, se mencionó en la misma línea el proceso de descontaminación generalizado consecuencia del “éxito” de ciertas políticas ambientales en los países industrializados, y que habría llevado a una reducción de la generación de residuos y la contaminación por unidad de PNB6. Recursos, residuos, contaminación. A veces las controversias tienen varios planos además del estrictamente analítico, e incorporan interpretaciones sobre la realidad que no se corresponden con los resultados obtenidos. Sobre todo porque, a menudo, las conclusiones desde una perspectiva parcial pueden conllevar un resultado final en sentido contrario. Por estas razones tal vez lo primero sea 2 He analizado esta cuestión en: O. Carpintero, (1999): Entre la economía y la naturaleza, Madrid, Los Libros de la Catarata, pp. 286 y ss. 3 El texto que inició la posterior polémica fue el de: W. Malembaum, (1978): World Demand for Raw Materials in 1985 and 2000, MacGraw-Hill, New York, donde se verificaba la reducción en la intensidad de uso de diferentes materias primas por unidad de PIB. Una continuación de los esfuerzos de Malenbaum es la encabezada por J. Tilton, (ed.), (1990): World Metal Demand, Resources for the Future, Washington, D.C. 4 Véase, por ejemplo: O. Carpintero, (1999): Entre la economía y la naturaleza, op.cit, cap. IV. 5 Pueden consultarse, entre la creciente bibliografía, los siguientes trabajos: Herman, R; S.A. Ardekani; J. H. Ausubel, (1989): “Dematerialization”, en: National Academy of Enginnering, (1989): Technology and Environment, National Academy Press, pp. 50-69; Bernardini, O; R. Galli, (1993): “Dematerialization: Long-Term Trends in the Intensity of Use of Materails and Energy”, Futures, Mayo, pp. 431-448; Wernick, I.K, et.al, (1996): “Materialization and dematerialization”, Daedalus, 125, pp. 171-198. 6 Jones, T, (1997): “Globalization and Environment: Main Issues”; en OCDE, (1997): Globalization and Environment, pp. 13-14. 3 reconocer que nos hallamos en un terreno en el que no es fácil responder a la cuestión fundamental, a saber: ¿Se está produciendo verdaderamente la desmaterialización? “La respuesta depende, sobre todo, de cómo definamos el término. La pregunta tiene un interés particular desde el punto de vista ambiental, porque el uso de menos materiales podría significar menor generación de residuos tanto en la fase de producción como de consumo dentro del proceso económico. Pero menos no significa necesariamente menos desde el punto de vista ambiental. Si los productos son más pequeños y ligeros y también son de peor calidad, entonces se producirá más cantidad, con lo que el resultado en términos netos podría ser un incremento en la cantidad de residuos generados tanto en la producción como en el consumo. Por ello, desde una perspectiva ambiental, la (des)materialización debería definirse como el cambio en la cantidad de residuos generados por unidad de producto ”7. El asunto, por tanto, presenta alguna dificultad no exenta de polémica. Así las cosas, y para desvelar el alcance de este proceso, parece razonable centrarse primero en la cuestión de la “desmaterialización” en sentido estricto. Y para realizar esta labor conviene acusar recibo de una distinción que en los últimos años ha ayudado a aclarar los términos del debate. Se trata de diferenciar entre desmaterialización relativa o débil y dematerialización absoluta o fuerte8. La primera sería aquella que apunta un descenso en los requerimientos de energía y materiales por unidad de PNB, mientras que la segunda supone una reducción en la cantidad absoluta de recursos naturales que se utilizan por la economía correspondiente. Si tenemos en cuenta únicamente la primera de las acepciones, parece cierto que la utilización de la energía por unidad de PNB ha descendido desde comienzos de la década de los setenta hasta la actualidad. Así, por ejemplo, el número de toneladas equivalentes de petróleo por unidad de PNB en los países de la OCDE ha pasado de ser 0,33 en 1972 a 0,24 en 19989. Pero para los defensores de la desmaterialización ésta no sólo se presentó en el aspecto energético. Con los materiales se adujeron numerosos procesos productivos (ciertas industrias extractivas, microelectrónica y parte de la metalurgia) en los cuales la sustitución de antiguos materiales por otros nuevos sintéticos más eficientes redujo considerablemente la utilización de materias primas en la fabricación de bienes y servicios, y por tanto los correspondientes residuos. El éxito en la reducción de los requerimientos de materiales en estas industrias se quiso extrapolar al resto de la 7 Herman, R, et.al, (1989): “Dematerialization”, o.cit, p. 50. El artículo de C. Cleveland y M. Ruth, (1999): “Indicators of Dematerialization and the Materials Instesnity of Use”, Journal of Industrial Ecology, Vol 2, nº 3, pp . 15-50, es una documentada síntesis de la polémica, abarcando la mayoría de los planos sobre los que se ha desarrollado la discusión. Aunque las definiciones sobre la desmaterialización varían de unos autores a otros, Cleveland y Ruth zanjan el asunto afirmando que “…se refiere a la reducción relativa o absoluta en la cantidad de materiales utilizados o en la cantidad de residuos generados en la producción de una unidad de producto”. (Ibid, p. 16 8 La distinción y su formalización se deben a S.M. de Bruyn y J.B. Opschoor, (1997): “Developments in the throughput-income relationship: theoretical and empirical observations”, Ecological Economics, 20, p. 258. 9 OCDE/IEA (2000): Energy Balances of OECD Countries, 1997-1998, París. Aunque por razones que no es posible explicar aquí, el caso de España no se ajusta a este perfil ya que pasa de una intensidad energética de 1,61 tep/millón de PIB en 1973, a 1,68 tep/millón en 1997. 4 economía y eso influyó en el mensaje ‘desmaterializador’ que se propuso desde la mitad de la década de los ochenta10. Fue precisamente en ese momento cuando comenzaron a proliferar los estudios indicando que la presión ejercida por las economías industriales estaba declinando, lo que dio paso a que se hablara de “desconexión” (delinking) entre crecimiento económico y recursos naturales. Un desacoplamiento que “parecían” revelar la mayoría de los análisis económicos y que se concretó en una reducción de la intensidad de energía y materiales en gran parte de los países de la OCDE desde 1970. Para verificarlo se realizaron diferentes aproximaciones con el objetivo de integrar en un sólo índice el consumo de recursos, siendo uno de esos intentos el llevado a cabo por M. Janicke y sus colaboradores. A partir de un indicador que agregaba el consumo de energía, acero, cemento y el peso de las mercancías transportadas por carretera y tren se llegaba a la conclusión de que, entre 1970 y 1985 se había producido, simultáneamente, un aumento del PIB y una reducción en la utilización de aquellos flujos de recursos naturales en varios países como Francia, Suecia, Alemania, o Gran Bretaña. Todo como consecuencia, se decía, de un cambio estructural de sus economías11. Al calor de estos y otros resultados similares se afirmó que en los países ricos, a pesar de que en las fases iniciales del desarrollo económico dependían directamente del consumo de recursos naturales, existía un determinado nivel de renta per cápita (turning point) a partir del cual ofrecían una relación inversa entre el incremento de la misma y el deterioro ambiental. La conjunción de ambas circunstancias llevó a sugerir que la mayoría de las economías de la OCDE presentaban una relación entre crecimiento económico y deterioro del medio ambiente (emisiones de CO2, SOx, etc.) en forma de “U-invertida” 12. Y dado que aquello se parecía mucho a la relación propuesta cuarenta años antes por Kuznets, entre el crecimiento económico y el aumento de la desigualdad, se decidió bautizar el “descubrimiento” como la “Curva Ambiental de Kuznets”. Pronto surgió una cuestión difícil de eludir: ¿cuál era el punto a partir del cual el crecimiento económico pasaba de ser algo negativo para el medio ambiente a convertirse en una fuente de descontaminación del entorno? ¿En qué momento podíamos afirmar que en vez de existir “un dilema (trade-off) entre gases de efecto invernadero y crecimiento económico”, el crecimiento económico “podría servir como una parte de la solución al problema de las emisiones mundiales”13? Lo cierto es que los estudios empíricos no han sido nada concluyentes, aportando un rango de variación importante —dependiendo del contaminante y del país considerado— que va desde los 800 dólares per cápita 10 Véase, por ejemplo: Larson, E, et,al, (1986): “Beyond the Era of Materials”, Scientific American, 254, pp. 34-41. Desde un punto de vista geográfico para Estados Unidos: Labys, W.C; Waddell, (1989): “Commodity lifecycles in U.S. materials demand”, Resurces Policy, 15, pp. 238-252; y para Gran Bretaña: Humphreys, D; Briggs, S, (1983): “Mineral Comsumption in the U.K. 1945-1980: A Statistical Analysis”, Resources Polycy, 9, pp. 4-22. Una reseña crítica de estas y otras contribuciones, así como de los aspectos adyacentes, puede consultarse en: Bunker, S, (1996): “Materias primas y economía global: olvidos y distorsiones de la ecología industrial”, Ecología Política, 13, pp. 81-89. 11 : Jänicke, M, et.al, (1989):”Economic structure and environmental impacts: East-West comparisions”, Environmentalist, 9, pp. 171-182. 12 Así lo recuerdan Grossman y Krueger: “[Los análisis] encuentran que la degradación ambiental y la renta siguen una relación de U-invertida, con una contaminación creciente cuando la renta se encuentra en niveles bajos y decreciente cuando la renta se acerca a los niveles superiores”. Vid. “Economic growth and environment”, WP-4634, National Bureau of Economic Research, p. 2. 13 Holtz-Eakin, D; T. Selden, (1992): “Stoking the fires? CO2 emissions and economic growth”, WP4248, National Bureau of Economic Research, p. 3. 5 hasta los casi 23.00014. Algunas de estas investigaciones parecían coincidir en que por debajo de los 1.000 dólares la degradación ambiental era extrema; entre 1.000 y 3.000, el crecimiento y el deterioro ambiental iban de la mano al confluir fenómenos de cambio estructural profundo como el paso del campo a la ciudad o de la agricultura a la industria. Sin embargo, a partir de los 10.000 dólares, se produciría una mejora consecuencia de la “segunda transformación estructural”, avalada por el declive de la industria tradicional y el auge de los servicios y las actividades intensivas en tecnologías de la información15. En otros casos el punto de inflexión se adivinaría incluso antes: “Hemos encontrado —afirman Grossman y Krueger— a través de un examen transversal de la calidad del aire entre países que, el crecimiento económico tiende a aliviar los problemas de contaminación cuando un país eleva su nivel de renta per cápita hasta los 4000-5000 dólares”16. Estas estimaciones recibieron un importante espaldarazo “ideológico” al recogerse por el Banco Mundial en su Informe de 1992 que incluyó un monográfico sobre desarrollo y medio ambiente. Cabe, sin embargo, subrayar que las conclusiones de este análisis son todo menos inocentes. Pues muy lejos de la inocencia se está al afirmar que el crecimiento económico, en vez de ser una amenaza para el medio ambiente, se convierte así en la “salvación” del planeta al generar los recursos necesarios para realizar los gastos en descontaminación y protección ambiental que mejoran la calidad de vida de los ciudadanos. Uno de los más fervientes partidarios lo advertía claramente: “Cuando se alcanza un cierto nivel de renta, el crecimiento económico deja de ser un enemigo del medio ambiente para convertirse en un amigo (…) Si el crecimiento económico es bueno para el medio ambiente, entonces las políticas que estimulan el crecimiento como, por ejemplo, las de liberalización comercial, o las de reestructuración y de precios deben ser también buenas para el medio ambiente (…) Los recursos pueden ser orientados de la mejor manera para la consecución de un rápido crecimiento económico y lograr un movimiento desde la parte de la Curva de Ambiental de Kuznets que se corresponde con la etapa de desarrollo desfavorable al medio ambiente, hacia aquella que es ambientalmente beneficiosa”17. No hace falta ser demasiado perspicaz para entrever que, además de la pobreza, se pretende descargar sobre los países más desfavorecidos también la carga del deterioro ambiental. Y para lo que aquí interesa cabe subrayar que el argumento que vinculaba positivamente la liberalización comercial con el medio ambiente ya fue tempranamente asumido por el antiguo GATT (hoy OMC), cuando afirmaba que: “...el aumento del ingreso por habitante —que se ve impulsado por un mayor acceso a los mercados y la expansión del comercio— permite obtener más recursos para frenar el deterioro del medio ambiente, ayudando a costear la lucha contra la contaminación y las operaciones de limpieza en caso de que las haya habido. En cambio, un país cuya economía se encuentre estancada, tenderá más a escatimar los gastos destinados a mejorar el medio ambiente”18. Un razonamiento que se 14 Un excelente repaso crítico de estas “evidencias empíricas” en: Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve for the environment and economic growth: examinig the evidence”, Environment and Planning, 29, pp. 805-830. 15 Panayotou, T, (1993): “Empirical tests and policy analysis of environmental degradation at diferent stages of economic development”. Cfr. Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve for the environment and economic growth: examinig the evidence”, Environment and Planning, 29, p. 806. 16 Grossman, G; Krueger, A, (1991): “Environmental impacts of a North American Free Trade Agreement”,WP-3914, National Bureau of Economic Research, pp. 35-36. 17 Panayotou, T, (1993): “Empirical tests and policy …”, op.cit. Cfr. Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve…”, op.cit, p. 806. 18 GATT (1991): El comercio mundial, 1990-1991. Ginebra, p. 22. 6 complica al comprobar que los sectores económicos que más contribuyen al crecimiento económicos son los que proporcionalmente generan mayor contaminación y, de otro parte, que la estrategia propugnada por la OMC o el Banco Mundial choca ya con una situación de punto muerto en la que los beneficios del crecimiento ni siquiera cubrirían los gastos derivados de reparar (allí donde se pudiera) el deterioro ecológico19. A pesar de los estudios y contrastes empíricos, la mayoría de los análisis que pretenden afirmar la existencia de una Curva Ambiental de Kuznets a nivel nacional no superan una revisión pormenorizada y las críticas más rigurosas. Ha sido Paul Ekins quien, repasando críticamente todos las investigaciones existentes, ha subrayado, por ejemplo, contradicciones entre diferentes análisis que utilizaban los mismos datos; y que si la evidencia para un único contaminante estaba lejos de ser concluyente, la extensión a la calidad ambiental como un todo resultaba imposible. A esto habría que añadir el hecho de que muchos de los modelos de regresión que apoyarían la existencia de la curva ambiental frecuentemente están mal especificados y omiten importantes variables como el consumo, el comercio internacional o la densidad de la actividad económica. Además, la mayor parte de las mejoras se deben a políticas ambientales específicas, sólo relacionadas indirectamente con la renta20. Se concluye así que “ ni los datos de la OCDE ni los de la Comisión Europea ofrecen un apoyo sólido para la hipótesis de la Curva Ambiental de Kuznets”21. Con todo, si abrimos el abanico aún más podemos incorporar otras opiniones fruto del consenso logrado entre científicos sociales y de la naturaleza. Un consenso en cuestiones sobre desarrollo y medio ambiente que fue por detrás del logrado en el seno de algunos organismos internacionales como Naciones Unidas. Pues, si a este nivel parecía existir un acuerdo no exento de forcejeos y fragilidad desde 1987; los esfuerzos por llegar a un verdadero consenso —enfrentando y cotejando a través de un diálogo razonable, las posturas teóricas de los economistas convencionales y de aquellos científicos naturales más sensibles ante los problemas socioeconómicos—, tuvo que esperar algún tiempo. De hecho siempre han existido manuscritos y artículos firmados, bien por economistas académicos, bien por ecólogos o conservacionistas, en los que cada uno intentaba argumentar lo mejor posible la presencia o ausencia de límites a la estrategia de crecimiento económico. Lo que no ha sido tan común es la elaboración conjunta de un texto en el que confluyan las ideas compartidas —en la medida en que existan— de los principales o más prestigiosos representantes de cada bando teórico. Con estas premisas, en septiembre de 1994, tuvo lugar en Estocolmo un encuentro auspiciado por el Beijer Institute of Ecological Economics, que agrupó a un reducido núcleo de economistas y ecólogos de primera fila (J.K. Arrow, R. Costanza, B Bolin, D. Pimientel, etc). La finalidad primordial estribaba en el intento por vertebrar un consenso interdisciplinario en torno a las cuestiones del crecimiento económico, la capacidad de carga y el medio ambiente. Fruto de este diálogo surgió un breve artículo que, publicado en la prestigiosa revista Science, no aportaba en realidad nada novedoso al debate, salvo, claro está, la autorizada y consensuada voz de aquellos que lo escribían22. Este consenso llegaba simultáneamente con el cuestionamiento de ciertos ‘dogmas económicos’ bien asentados. Y uno de esos dogmas era precisamente la Curva Ambiental de Kuznets. 19 Vid. Carpintero, O, (1999): Entre la economía y la naturaleza..., op.cit, pp. 240 y ss. Cleveland, C; M. Ruth, (1999): “Indicators of dematerialization…”, op.cit, pp. 40-41. 21 Ekins, P, (1997): “The Kuznets Curve…”, op.cit, p. 807. 22 Arrow, K, et.al, (1995): “Economic Growth, carrying capacity, and the environment”, Science, 268, pp. 520-521. 20 7 En este texto se ponía precisamente en cuarentena la ‘evidencia empírica’ que señalaba la relación entre el crecimiento económico y la calidad ambiental (la curva “U-invertida”). Keneth Arrow y el resto de científicos criticaban, por ejemplo, la escasa pertinencia de esta interpretación para aquellos casos en que están involucrados contaminantes con efectos acumulativos a largo plazo que complican en exceso la reducción de los residuos. Por tanto —se argumentaba— dicha curva no proporciona información relevante sobre las consecuencias de las reducciones de emisiones a escala global. Así, el descenso en los niveles de contaminación de un residuo concreto en un país puede implicar el aumento de otros contaminantes en la misma región, o transferencias de éstos entre diferentes lugares geográficos, aspectos todos que no aparecen recogidos por la curva “U-invertida”23. En consecuencia, —escriben Arrow et.al— “la relación descrita por la curva “U-invertida” es una evidencia que ha ocurrido en algunos casos [aunque] esto no significa que ocurrirá en todos, o que conseguirá con el tiempo evitar las consecuencias importantes e irreversibles del crecimiento económico”24. Pero si la relación discutida parece difícil de demostrar, otros autores, como De Bruyn y Opschoor, mantienen que los débiles fenómenos de “desconexión” entre crecimiento económico y recursos naturales en los países ricos tocan a su fin a últimos de la década de los ochenta y van seguidos de episodios de fuerte “rematerialización” en los noventa, dando lugar así más a una curva en forma de “N”, que a la ya conocida U-invertida ambiental de Kuznets25. Y es precisamente este resultado, el proporcionado por los economistas holandeses, el que hace dudar de algún extremo en relación con el resto de los argumentos con que se suele acompañar la defensa del fenómeno desmaterializador y que fueron recordados al comienzo. Uno de ellos era el proceso de terciarización de las sociedades, con el que se quiere dar a entender que, desde el punto de vista ecológico, los servicios generan menor impacto ambiental que otros sectores como la industria o la agricultura intensiva, estando en el origen del cambio estructural que tanto quiere reflejar la Curva Ambiental de Kuznets. Tal afirmación olvida que los servicios también poseen y necesitan de una importante base material para su funcionamiento. “A veces uno oye hablar —escriben los esposos Meadows y Jorgen Randers— de una sociedad ‘postindustrial’ que utilizará menos materiales porque la economía consistirá en menos industria y más servicios. La idea no tiene en cuenta hasta dónde los servicios dependen de la base material y de los materiales traídos de todo el mundo”26. No estaría de más en este contexto recordar las palabras de A. Lovins quien en 1973, escribía de forma ejemplificadora lo siguiente: “La máquina de escribir que estoy utilizando ahora probablemente contiene aluminio de Jamaica o de Surinam, hierro sueco, magnesio checo, manganeso de Gabón, cromo de Rodhesia, vanadio soviético, zinc peruano, níquel de Nueva Caledonia, cobre de Chile, estaño malayo, columbio nigeriano, cobalto de Zaire, plomo yugoslavo, molibdeno canadiense, arsénico francés, tantalio de Brasil, antinomio de Suráfrica, plata mejicana, y restos de otros metales igualmente peregrinos.”27 23 Ibid, p. 520. Ibidem. 25 De Bruyn, S, J.B. Opschoor, (1997): “Developments in the throughput…”, op.cit, pp. 264-266. 26 Meadows, D, &, D; Randers, J, (1992): Más allá de los límites del crecimiento, Madrid, El País Aguilart, p. 111. 27 Lovins, A, (1973): Openpit Mining, London, Earhtscan, p. 1. Ref. Meadows, D; et.al, (1992): Más allá de los límites..., op.cit, p. 111. 24 8 Valga lo anterior también para los modernos servicios informáticos y de telecomunicaciones. De hecho, como recientemente ha puesto de manifiesto el Instituto Wuppertal, los requerimientos de energía y materiales de un ordenador personal se encuentran entre 8 y 18 toneladas, teniendo en cuenta el ciclo de vida total del producto. Además la elaboración de los chips lejos de ser una fabricación ajena al deterioro ecológico viene generando aproximadamente 33 kilogramos de residuos y consumiendo más de diez toneladas de agua. Pero una vez que estos aparatos comienzan a funcionar por “la red”, su cuenta sigue aumentando pues se estima que cada vez que 5.300 kbits de datos se mueven por internet, se consume la energía contenida en un kilogramo de carbón28. Cálculos que, en definitiva, demuestran que los servicios no son tan inocentes en las cuestiones de consumo de energía y materiales, lo que se constata también por medio del análisis de las tablas input-output para la economía en su conjunto. Dicha tarea fue realizada para Dinamarca por el economista Jesper Jespersen quien, explorando la intensidad energética de más de cien sectores económicos entre los que se encontraban tanto aquellos pertenecientes a la industria pesada como los relacionados con el sector servicios, llegó a la siguiente conclusión: un millón de ECUs de PNB procedentes del sector servicios privado, incluido hoteles, comercios y transporte, demandaba casi la misma intensidad energética que el sector industrial (6.9 terajulios frente a 8.4 terajulios de este último). Además, se daba la circunstancia de que eran precisamente aquellos servicios tradicionalmente ofrecidos por el sector público (educación, sanidad, etc,.) los que menos intensidad energética por millón de ECUs necesitaban: ‘únicamente’ 3.1 terajulios29. Además de las razones expuestas, existen motivos adicionales para dudar de la desmaterialización. Y esos motivos se agrandan a medida que nos acercamos a evaluarla en su dimensión “fuerte” o “absoluta”. Desde comienzos de la década de los setenta, la dependencia energética de las economías industriales se ha traducido en un incremento del consumo de combustibles fósiles, tanto en términos globales como per cápita,. Mientras el consumo de energía en 1972 era de 3.424 millones de Tep (toneladas equivalentes de petróleo), en 1998 ascendía ya a 4.583 millones. Por lo que hace al consumo per cápita, se ha pasado de la utilización de 4,1 Tep, al comienzo del período, a 4,6 en el final del mismo30. Aunque resulte paradójico, este resultado nos lleva a una especie de efecto realimentador (efecto “rebote”) en el que las ganancias derivadas de un aumento en la eficiencia de utilización de los recursos, se salda con una pérdida por el incremento simultáneo en el consumo global. O como lo expresa Stephen Bunker: “...la mayor eficiencia en el uso de las materias primas contribuye a lograr una mayor capacidad social de consumo de materias primas”31. Se tiene entonces que, aunque el aumento en la eficiencia de utilización de la energía y los materiales es un objetivo deseable, se transforma únicamente en condición necesaria —pero apenas suficiente— para reducir la presión humana sobre los recursos del planeta. Siguiendo con la misma línea argumental, conviene precisar que, incluso si hubiera descendido el uso de materiales por unidad de PNB, no hay que olvidar que desde una 28 Estos y otros datos procedentes de diversos estudios los compila E. García, (2001): “Entre la información y el petróleo: Luces y sombras de la promesa de una ‘modernización ecológica’ y un ‘desarrollo sustentable’ ”, Sistema, Vol. 162-163, p. 167. 29 Jespersen, J, (1994): “Reconciling environment and employment. Switching from goods to services?”, Paper presentado al Eco-Efficient Services Seminar, Wuppertal Institute, Germany. Ref: Norgard, J, (1995) “Declining Efficiency in the economy”, Gaia, 5-6, p. 279. 30 OCDE/IEA, (2000): Energy Balances...op.cit. 31 Bunker, S, (1996): “Materias primas y la economía global...”, op.cit, p. 83. 9 perspectiva planetaria de la sustentabilidad, “…lo ecológicamente significativo es el volumen material absoluto de materias primas consumidas y no el volumen en relación al PNB”32. Y éste no ha cesado de incrementarse en lo relativo a los materiales demandados por las principales economías industriales. Es fácil, entonces, afirmar que la presión sobre los recursos de la corteza terrestre es un fenómeno generalizado, relativizándose de esta manera el factor “desmaterializador” como elemento que contrarrestaría la tendencia a la degradación ambiental y permitiría la senda expansiva del crecimiento económico. Por otro lado, la tendencia global en el uso de los recursos tanto en el resto de países industriales como en aquellos más empobrecidos, sigue una tónica similar: el consumo per cápita de metales y minerales se incrementó en los países de renta baja en un 144 por 100 entre 1961 y 1989, si bien en cantidades globales sigue siendo mucho menor que en los países industriales de renta media y alta. Para éstos, el incremento en el mismo período fue del 30 y el 39 por 100 respectivamente33. Lo que ponen de manifiesto estas cifras, más que una sustitución a escala global de los viejos materiales (acero, cemento, papel, etc) por otros nuevos (plásticos, aluminio, cloro o etileno), es un efecto de complementariedad entre las viejas y las nuevas sustancias. En todo caso lo dicho hasta ahora no es nuevo. Ni siquiera de la década de los noventa. Tal vez resulte ilustrativo recoger las afirmaciones del Informe Brundtland que, después de pasar revista a los procesos parciales de desmaterialización en algunas economías industriales, concluía lo siguiente: “[aunque] algunos se han referido a estos procesos como el aumento de la ‘desmaterialización’ de la sociedad y la economía mundial (...) aún las economías industrialmente más adelantadas dependen todavía de un suministro constante de bienes manufacturados básicos. Ya fabricados en el propio país, ya importados, su producción seguirá requiriendo grandes cantidades de materias primas y energía aun en el caso de que los países en desarrollo progresen rápidamente en la adopción de tecnologías eficientes en el uso de recursos”34. Que las cosas eran efectivamente así lo han venido a demostrar luego varios estudios, tanto por el lado de la extracción de recursos35, como por el de la producción de bienes y la generación de residuos36, poniendo sobre el tapete la exigencia en energía y materiales de las principales economías del planeta. Una exigencia que se explicita cotidianamente como puede verse a través del siguiente ejemplo: “Imagine que cada mañana un camión le entrega en su casa todos los materiales que utiliza en un día, salvo la comida y el combustible. Apilados frente a la puerta están la madera de su periódico, los productos químicos de su champú y el plástico de las bolsas con las que lleva la compra a casa. También se incluye el metal de sus aparatos y electrodomésticos y de su automóvil —sólo la parte que usa en un día 32 Ibid, p. 81. World Resources Institute, (1995): World Resources 1994-1995.Washington, D.C. 34 CMMAD, (1988): Nuestro Futuro Común, Madrid, Alianza, p. 262. 35 Adriaanse, A, et.al, (1997): Resource Flows: The material basis of industrial economies, World Resources Institute, Wuppertal Institute, Netherland Ministry of Housing Spatial Planing and Environment, National Institute for Environemntal Studies. 36 Matthews, E, et.al, (2000): The weight of nations. Material outflows from industrial economies, World Resources Institute, Washington, D.C. 33 10 de la vida total de dichos objetos—, al igual que su fracción diaria de materiales compartidos, como la piedra y la grava de las paredes de su oficina y de las calles por las que camina. En la parte de abajo del montón están los materiales que usted nunca ve, como el nitrógeno y la potasa empleados para cultivar sus alimentos, y la tierra y las rocas bajo las que estuvieron enterrados sus metales y minerales. Si es usted un estadounidense medio, esta entrega será pesada: 101 kg, el peso aproximado de un varón de talla grande. Pero la cuenta de sus materiales sólo acaba de empezar. Mañana llegarán otros 101 kg, y al día siguiente, otros tantos. A final de mes, usted habrá utilizado tres toneladas de material, y al cabo de un año 37 toneladas. Y si sus 270 millones de compatriotas hacen lo mismo, día si y día también; todos juntos devoran casi 10.000 millones de toneladas de material en un año”37. Una cifra que si, tal y como debe hacerse, incluyera la alimentación, los combustibles y demás flujos ocultos, demostraría que la “mochila de deterioro ecológico” que llevamos a cuestas supera con mucho la anterior cantidad. Son precisamente estos datos de flujos proporcionados por la Tabla 2 los que echan por la borda las pretensiones “desmaterializadoras” de algunos autores, colocando en sus justos términos cuantitativos el debate38. Además estas mismas cifras sobre las bases materiales de la economías industriales dejan también lugar a pocas dudas sobre la inexistencia de una Curva Ambiental de Kuznets cuando se incorporan todos los flujos físicos al análisis. Así se puso de manifiesto recientemente al comparar los inputs directos de materiales y el crecimiento per cápita en Alemania, Holanda, Japón y Estados Unidos, no encontrándose rastro alguno de relación semejante39 En la Tabla 2 se incluyen, pues, dentro del conjunto de Requerimientos Totales de Materiales (RTM), la aportada bajo el epígrafe de los flujos ocultos. La mayoría de los tratamientos que han intentado analizar económicamente la dimensión energética de las economías han fijado su atención en aquellos inputs de recursos naturales cuyo valor pasaba por el mercado, lo que en la metodología presentada correspondería a los inputs materiales directos. El problema aparece al comprobar que la presión que las economías realizan sobre el medio ambiente —y por lo tanto sobre la sostenibilidad— se debe en gran medida a la dimensión alcanzada por los flujos ocultos no valorados monetariamente. 37 Gardner, G; Sampat, P, (1999): “Hacia una economía de materiales sostenible”, en: Lester R. Bbrown, et. Al, (1999): La situación del mundo, Anuario del Woldwatch Institute, Madrid, Icaria-FUHEM, p. 91. 38 Nótese que al fijarnos sólo en las cantidades estamos dejando al margen el carácter nocivo de muchos residuos que cualitativamente ejercen un impacto ambiental mucho más destructivo. 39 En algún caso como el Japonés, el R2 del ajuste se encuentra por debajo de 0,2. Vid. Seppälä, T; T. Haukioja; J. Kaivo-oja, (2000): “The EKC Hypothesis does not hold for Material Flows! Environmental Kuznets Curve Hypothesis of Direct Material Flows in Some Industrial Countries”, ESSE 2000, Transitions Towards a Sustainable Europe, 3ª Biennial Conference of the European Society for Ecological Economics, Vienna, 3-6. May 2000. 11 Tabla 2. Evolución de los RTM por países seleccionados 1975-1994 (millones de Tm) Alemania RTM RNM RMI Ocultos RTM p/c RMI/RTM Japón RTM RNM RMI Ocultos RTM p/c RMI/RTM (%) Holanda RTM RNM RMI Ocultos RTM p/c RMI/RTM (%) Estados Unidos (*) RTM RNM Ocultos RMI RTM p/c RNM/RTM (%) 1975 1980 1985 1990 1994 3949 2021 1928 1287 64 48 4266 2391 1875 1081 69 43 3715 2224 1491 713 61 40 4228 2320 1908 905 67 45 5753 3813 1940 915 76 33 4186 2092 2094 1541 37 50 4448 2200 2248 1645 38 50 4430 1986 2454 1856 36 55 5682 2560 3122 2426 46 54 5657 2490 3167 2466 45 55 758 314 444 313 56 58 879 314 565 421 62 64 892 315 567 439 62 63 1025 335 690 549 69 67 1031 340 691 540 67 67 21463 20390 16956 1073 99 95 21982 20883 17146 1099 97 94 20623 19592 15674 1031 86 96 22145 21038 16609 1107 89 95 21947 20850 16240 1097 84 95 Fuente: Adriaanse, et.al, (1997) Resource Flows. The materrial basis of industrial economies.op.cit. RNM: requerimientos totales nacionales. RMI: requerimientos totales importados. (*) Para el caso de EE.UU, hemos optado por registrar los flujos ocultos nacionales ya que este país constituye la excepción desde el punto de vista físico al articular la mayoría de su producción y consumo sobre sus propios recursos. • • Éstos representan, a su vez, la mayor fracción de los requerimientos totales de materiales. Tal fue la importancia de los flujos ocultos que a comienzos de los noventa, el 55 por 100 del total de RTM en Holanda y Japón se debían a esta clase de flujos, mientras que en Alemania y Estados Unidos dicha cifra alcanzaba el 75 por 10040. La dimensión de estos flujos ocultos ha llevado a algunos autores a afirmar la existencia de lo que antes hemos mencionado como autenticas “mochilas 40 Adriaanse, A, et.al, (1997): Resources flows...op.cit, p. 12. Es preciso tener en cuenta que en estos cálculos no se han incluido ni el agua ni el aire por lo que la cifra está infraestimada. La importancia del agua como flujo material puede verse en un estudio de similares características (aunque con algunas diferencias metodológicas) donde la aportación hídrica aparece como el de mayor volumen de los flujos utilizados por una economía. Véase. Naredo, J.M; Frías, J, (1988): Flujos de energía, agua, materiales e información en la Comunidad de Madrid, Madrid, Consejería de Economía, p. 27 y ss. 12 de deterioro ecológico” (ecological rucksacks) asociadas a la extracción, producción y uso de cualquier mercancía41. Por ejemplo, los movimientos de materiales que forman la ‘mochila de deterioro ecológico’ que acompañan a la fabricación de un anillo de oro de 10 gramos suman un cantidad de 3,5 toneladas tan sólo en la fase minera. En la misma línea y como un ejemplo de carácter más global, la producción de energía de 3.000 millones de toneladas de carbón, lleva asociada una ‘mochila’ de 15.000 millones de toneladas en forma de agua y escombros, a los que hay que sumar 10.000 millones de toneladas en forma de emisión de CO2 a la atmósfera42. Aunque a veces se recurre a indicadores relativos para suavizar un cuadro a todas luces preocupante, en este caso, la utilización de este tipo de medidas tampoco lima las aristas más afiladas. Servirá de muestra decir que los RTM per cápita se incrementaron en Alemania desde las 64 toneladas en 1975 a las 76 toneladas en 1994. Japón y Holanda siguieron la misma tónica pasando el primero de ellos de 37 toneladas en la primera de las fechas a 45 al final del período, y el segundo de las 56 toneladas a mediados de la década de los setenta a las 67 con que despuntaba la mitad de los noventa. Sirvan, entonces, las cifras de la Tabla 2 para dar una idea del tamaño del subsistema económico dentro de la biosfera y de cómo la presión sobre un medio ambiente que ya ha dado síntomas globales de insostenibilidad, se ha extendido a través del aumento paulatino y constante de los RTM. Flujos comerciales físicos y valoración monetaria: el desequilibrio “Norte-Sur” (*). Pero el problema estriba no sólo en que un porcentaje elevado de esos RTM sean flujos ocultos sino en que, además, una fracción relevante de los mismos son importados de otros territorios. Salvo en el caso de EE.UU, en el resto la presión sobre los recursos más allá de las fronteras arroja las siguientes cifras. Tomando como año de referencia 1994 tenemos que, para el caso de Japón, el 55,9 por 100 de sus RTM proceden del exterior. Más acusada es la tendencia holandesa que en ese año dependía en un 67 por 100 de los flujos materiales ajenos a su territorio para mantener su modo de producción y consumo. Por último, Alemania después de la reunificación arrojab Sirvan, entonces, las cifras de la Tabla 2 para dar una idea del tamaño del subsistema económico dentro de la biosfera y de cómo la presión sobre un medio ambiente que ya ha dado síntomas globales de insostenibilidad, se ha extendido a través del aumento paulatino y constante de los RTM. a la menor de las cifras dependiendo en un 33 por 100 de flujos materiales de otras regiones. Y esta circunstancia que puede fácilmente obtenerse de las cifras reseñadas, se ve reafirmada por las tendencias a nivel agregado: en los noventa, los países de la OCDE utilizaron más de la mitad de la energía mundial (53 por 100) mientras que sólo contribuyeron a su ‘producción’ en poco más de un tercio (38 por 100). Además, el 41 El concepto se debe a Schmidt-Bleek. E. U. von Weiszäcker y los esposos Lovins reseñan la aportación de este autor en su libro Factor4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales, Barcelona, Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg, pp. 320 y ss. 42 Ibid, pp. 321-322. (*) Este epígrafe actualiza y amplía el trabajo que realicé conjuntamente con Sara Echevarría y José Manuel Naredo en 1999: “Flujos físicos y valoración monetaria en el comercio mundial: el ‘efecto notario’ en el reparto de los frutos del comercio a nivel internacional”, en: Naredo, J.M, A. Valero, (dirs.), (1999): Desarrollo económico y deterioro ecológico, Madrid, Fundación Argentaria-Visor Distribuidores, pp. 325-348. 13 consumo en estos países ha crecido a un ritmo del 30 por 100 en los últimos veinte años43. Habida cuenta de los datos presentados, parece que la discusión planteada sobre la posible desmaterialización de la economía encuentra argumentos de peso que relativizan esa supuesta tendencia. No es casualidad que, ante resultados como los anteriores, algunos autores vinculados al Wuppertal Institute, y que han seguido de cerca la elaboración de este tipo de trabajos, muestren sus dudas ante las mediciones de la sostenibilidad practicadas por David Pearce y sus colaboradores que daban por ‘sostenibles’ a la mayoría de las economías industriales porque su nivel de ahorro era capaz de compensar monetariamente la depreciación producida en su capital natural y manufacturado. “...incluso un conocimiento superficial sobre la situación ambiental del sudeste asiático y el papel de Japón en este contexto sugiere que dichos resultados [los elaborados por Pearce y Atkinson] son apenas compatibles con la sostenibilidad ambiental a escala global y a largo plazo (...) No es por tanto el porcentaje de ahorro de una economía sino los inputs materiales los que determinan la sostenibilidad de las actividades económicas”44. Lo que se denuncia a través de afirmaciones como las anteriores es de gran relevancia ya que pone el acento en un hecho a tener en cuenta: que los patrones ‘sostenibles’ mostrados por un territorio determinado pueden recaer (y a menudo lo hacen) sobre el esfuerzo ambiental desarrollado por otros países ajenos al primero y que le sirven a éste como suministradores de un ‘capital natural’ cuya depreciación se computa en el país exportador en vez de en aquel en que dicho capital natural se utiliza. Cabe apuntar además que, en los análisis anteriores, no se diferenciaban los flujos internos entre países ricos de aquellos originados en el tercer mundo y que tenían como destino fundamental las economías industriales. Convendrá saber, entonces, qué porcentaje de esos requerimientos de materiales que hemos mencionado se realiza con cargo al propio territorio de los países ricos como un todo, y qué parte se obtiene, por el contrario, más allá de las fronteras administrativas de las naciones de la OCDE. En definitiva, saber cuál es el papel desempeñado por el comercio internacional en el abastecimiento de energía materiales por parte de los países ricos y, de paso, si este papel contribuye o no a la desmaterialización de las mismas. Pero al hablar de comercio internacional conviene traer a colación la advertencia de Paul Krugman: “Si hubiera un Credo del economista contendría seguramente estas afirmaciones: ‘creo en el principio de la ventaja comparativa’ y ‘creo en el libre comercio’”45. Lo que da una idea del nivel de dogmatismo presente en la profesión y del campo abonado por el que transitamos, si bien, a estas alturas, cabría añadir a la arena de la discusión, además del comercio, el proceso de globalización económica en curso. Sobre todo porque cuando se habla de globalización o 43 World Resources Institute, PNUMA, PNUD, (1998): Recursos Mundiales. La guía global del medio ambiente, Madrid, EcoEspaña, p. 302. 44 Hinterberger, F; Luks, F; Schmidt-Bleek, F, (1997): “Material flows vs. ‘capital natural’. What makes an economy sustainable?, Ecological Economics, 23, p. 4. 45 Krugmann, P, (1987): “Is Free Trade Passé?, Journal of Economic Perspectives. (2),1, p. 131. Citado por: Daly, H.E; Cobb, Jr, (1989) Para el bien común. Reorientando la economía hacia la comunidad, el ambiente y un futuro sostenible. México, Fondo de Cultura Económica, p. 193. 14 mundialización de la economía existe, en general, la pretensión de destacar las luces y los beneficios derivados del proceso de “integración” de las economías en el mercado global, en vez de apuntar las razonables sombras e incertidumbres que se vislumbran al realizar un análisis pormenorizado. De hecho, desde el punto de vista ecológico, la globalización facilita y profundiza la explotación “mundial” de los recursos naturales del planeta, ya que a través de los procesos de producción y comercio se ponen a disposición de los agentes económicos que operan en este mercado mundial (países, empresas transnacionales, etc.) la totalidad del patrimonio natural disponible. No es de extrañar, entonces, que la propia expansión del comercio mundial como característica de este fenómeno incremente el coste ambiental. Por ejemplo, el proceso de liberalización comercial impulsor de la “reciente” globalización se saldará en el futuro con un mayor deterioro ecológico46, pues el volumen de mercancías transportadas aumentará, pero también la distancia recorrida por ellas y, por lo tanto, el consumo energético necesario para llevarlas a su destino. Las estimaciones barajadas para cifrar el aumento del transporte marítimo, consecuencia de la implementación de los acuerdos del la Ronda Uruguay, estiman que en 2004 cada tonelada transportada a nivel internacional recorrerá 1.200 millones de kilómetros más que en 1992. Si a esto añadimos que el transporte marítimo mundial de mercancías absorbe la misma energía que el consumo de dos países como Brasil y Chile juntos, cualquier incremento en la distancia de los intercambios llevará aparejado un coste ambiental importante47. Por último, a pesar de que la especialización y la división del trabajo aparece como un fuerte argumento en favor del comercio y el crecimiento económico, es muy probable que la liberalización del comercio esté causando, en determinados países en desarrollo, un efecto no deseado: el “aumento de la especialización en actividades ecológicamente insostenibles”48. Desde esta perspectiva, un análisis físico-económico del comercio internacional para los últimos veinte años, muestra algunos aspectos de interés a menudo escamoteados a la simple interpretación monetaria de esta realidad. Del mismo modo que para los procesos productivos se observa una asimetría entre los costes físicos de producción en las distintas fases de un proyecto y la valoración monetaria que de éstos se realiza49 (dando, dicho sea de paso, una señal o criterio de gestión de los recursos naturales, de su coste verdadero, y de las escasez de los mismos, 46 Véase, a este respecto, la crítica tanto teórica como empírica realizada por R. Bermejo, (1996): Libre comercio y equilibrio ecológico, Bilbao, Bakeaz. 47 OCDE (1996): The global and environmental goods and services industry. Paris. Ref. Adams, J (1997): “Globalization, Trade and Environment”, en: OCDE (1997): Globalization and Environment. op. cit. p. 184. En 1989, el volumen de mercancías transportadas por vía marítima fue de casi 4.000 millones de Tm, lo que en términos energéticos significa un consumo de 8.1 terajulios; es decir, el equivalente al consumo energético anual de Brasil y Chile. French, H, (1991): “La reconciliación del comercio y el medio ambiente”, en: Worldwatch Institute (1991) La situación del mundo, CIP-Apostrofe, Madrid; p. 278. 48 Dentro de esta categoría puede incluirse el comercio de madera, del cual sólo un exiguo 0.1% de toda la extracción para la exportación se realiza de manera sostenible, es decir, a tasas en las que la tala no supera la regeneración. French, H (1991): op cit. 49 Según el “efecto notario” acuñado por A. Valero y J.M Naredo, aquellas fases de los procesos productivos que son más intensivas en el consumo de recursos —medido éste en unidades físicas— resultan ser las menos valoradas desde el punto de vista monetario y viceversa. Una ilustración de este hecho se observa durante la construcción de una vivienda al comparar la divergencia creciente entre las aportaciones de recursos físicos en cada una de las fases del proceso (cimentación, tabicado, etc.), y las remuneraciones monetarias correspondientes, hasta llegar a la firma final de las escrituras “ante notario”. Vid. Naredo, J.M; A, Valero, (dirs.), (1999): Desarrollo económico y deterioro ecológico, op.cit, cap. 15. 15 profundamente equivocado); así también se puede analizar lo ocurrido a nivel internacional, a partir de las cifras en tonelaje y en valores monetarios que ofrecen los flujos comerciales. Tradicionalmente, los análisis sobre el patrón del comercio han dado mayor relevancia a las manufacturas en la composición de los flujos comerciales por tener el mayor peso desde el punto de vista monetario. No obstante, si lo que nos interesa es ver la composición real en términos de flujos de materiales intercambiados, parece más razonable elegir como explicación de la importancia relativa aquellas mercancías que acaparan mayor tonelaje, cambiando significativamente el panorama a representar. En la Tabla 3 ofrecemos los datos sobre la importancia desigual del elemento monetario y físico en el comercio internacional. Tabla 3. Comparación en valor y en tonelaje de los flujos comerciales, 1981-1990 (%) 1981 1985 1990 1995 2000 Tm Valor Tm Valor Tm Valor Tm* Valor Tm* Valor Productos agrícolas 15,3 32,9 14,7 15,3 21,8 13,6 20,9 12,2 23,2 9,3 Combustibles 53,3 9,8 51,6 18,2 44,1 12,3 42,7 7,3 41,5 10,5 Industrias extractivas 18,0 4,2 19,2 4,3 15,6 3,3 16,2 3,5 14,6 3,3 Manufacturas 13,4 53,1 14,5 62,2 18,4 70,8 20,2 77,0 20,7 76,9 TOTAL 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100 Fuente: Carpintero, O; S.Echevarría, J.M. Naredo, (1999), op.cit. Elaboración sobre la base de: ONU, International Trade Statistics Yearbook, Varios años; GATT y OMC, El Comercio Internacional, Varios Años. * Estimación sobre las tasas de crecimiento anual del volumen por grupo de mercancías. El cuadro aporta sin duda un aspecto muy diferente dependiendo de la perspectiva desde la que nos enfrentemos a él. La razón es también doble. Por un lado la necesidad de constatar la asimetría en el ámbito internacional entre los flujos físicos y la valoración monetaria de los intercambios comerciales por grupos de mercancías. Por otro, estrechar la conexión existente entre este desequilibrio, la profundización de las desigualdades entre países a escala internacional, y su opción de especialización productiva, (al margen de ciertos casos particulares fácilmente explicables)50. Sin demasiada dificultad, dos hechos sobresalen a una mirada atenta a los datos: 50 Nos referimos a los famosos “dragones” asiáticos. A parte de constituirse en región privilegiada por parte de la política exterior y tecnológica estadounidense en la época de la guerra fría, y de basar su proceso de expansión y crecimiento económico en el fuerte peso del estado, la orientación exportadora y 16 § En primer lugar, aquellas mercancías objeto de comercio que forman parte de las primeras fases de elaboración (productos agropecuarios y sobre todo los combustibles e industrias extractivas) y que, por tanto, ejercen una presión directa sobre los recursos proporcionados por la corteza terrestre, es decir, tienen un mayor coste físico de extracción, son precisamente las que en tonelaje poseen la mayor importancia en el comercio mundial. Por contra, son estos mismos grupos de productos los que obtienen como compensación la menor valoración monetaria y, por tanto, desde el punto de vista pecuniario, los menos relevantes. Aunque, en términos relativos, el peso conjunto de las industrias extractivas y de los combustibles ha pasado de significar el 71 por 100 en 1981 —con una valoración equivalente del 14 por 100—, a representar el 55 por 100 en tonelaje en 2000, —con una valoración similar—, eso no significa que las cantidades absolutas intercambiadas hayan descendido. Éstas, en contra de los que se pudiera pensar, se han incrementado en casi un 100 por 100, pasando de los tres mil millones de toneladas en 1981 a los casi cinco mil quinientos millones en 1995, y los más de seis mil en 2000. Tabla 4. Evolución de las exportaciones mundiales en tonelaje, 1981-2000. (miles tm) 1981 1985 1990 1995* 2000* Productos agrícolas 479.052 427.845 939.737 1.148.670 1.408.343 Combustibles 1.666.025 1.499.580 1.895.868 2.341.215 2.528.512 Industrias extractivas 563.304 555.082 650.962 887.563 893.146 Manufacturas 415.605 556.519 811.355 1.104.207 1.262.882 TOTAL 3.123.986 3.039.026 4.297.922 5.481.655 6.092.883 Fuente: Ibid. § En segundo lugar, a diferencia del comportamiento aludido antes, en el caso de las manufacturas se observa justamente la tendencia contraria. Con apenas el 10 por 100 del tonelaje total de las exportaciones mundiales en 1981 acaparaban más de la mitad del valor monetario, alcanzando más de las tres cuartas partes en 1995 y en 2000, para unas cantidades que llegan escasamente al 20 por 100 del total. el ahorro interno para financiar las inversiones (todo ello con un coste social nada despreciable), es fácil ver que su proceso industrializador ha sido especialmente intensivo en energía y materiales para alimentar sus industrias transformadoras. Como indicador de esa intensidad energética, baste recordar que, en 1995, dicha región fue la tercera receptora de importaciones de petróleo en todo el mundo con casi el 20 por 100 del total (303 millones de toneladas). Vid. BP Statistical Review of World Energy, 2001. 17 Gráfico 1 Evolución asim étrica del precio y la cantidad de las exportaciones de industrias extractivas, 1990-2000 (1990=100) 160 Volumen de exportaciones 140 Precio unitario 120 100 80 60 40 20 0 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 Fuente: OMC, (2001): International Trade Stadístics,2001. A la vista de los datos, no puede mantenerse con rigor que la asignación de recursos en estos casos haya respondido a criterios de eficiencia y valoración fijados por la escasez, pues en el grupo concreto y más llamativo de los combustibles y productos derivados de las industrias extractivas —dada su naturaleza fundamentalmente no renovable a escala humana— su escasez aumenta proporcionalmente a su utilización, lo que en pura lógica debería incrementar su valoración. Si se postulan los precios como un mecanismo de asignación eficiente de los recursos y como señal o incentivo a la sustitución y la innovación tecnológica, henos aquí ante un ejemplo de la ineficacia de este instrumento. La explicación de lo anterior invita, en lo fundamental, a la profundización, bajo nuevas formas, en la ya clásica división internacional del trabajo, a saber: los países empobrecidos de la periferia siguen, básicamente, especializados en la producción y exportación de productos primarios, ya sean agropecuarios o procedentes de las industrias extractivas. mientras que los países desarrollados se ocupan de centrar su actividad comercial en aquel grupo de mercancías que genera comparativamente mayor valor añadido, es decir, las manufacturas. La consecuencia es un refuerzo general de los rasgos de dependencia económica que basculan sobre la problemática característica del comercio de los productos básicos en los mercados internacionales: la inestabilidad de los precios, la tendencia decreciente de la relación real de intercambio respecto de los productos manufacturados y la incidencia de las empresas transnacionales en las fases de comercialización y financiación.. Hasta aquí nada que no haya sido puesto ya de manifiesto por la mayoría de los teóricos del subdesarrollo. Sin embargo, a efectos del presente trabajo, nos interesa destacar la siguiente circunstancia: a la dominación económica que implica el escaso valor añadido proporcionado por las mercancías exportadas desde los países empobrecidos en relación con la alta valoración monetaria que se le procura a los productos exportados desde el centro, se añade el hecho del deterioro y expoliación de recursos naturales en 18 términos físicos y ecológicos. Así, se da la paradoja de que los países empobrecidos no están únicamente especializados en la exportación de aquellos productos que generan menor valor añadido monetario, sino que son precisamente estas mercancías las que, por el contrario suponen mayor coste físico de producción y poseen más energía y materiales (recursos naturales). Aportando de paso, en una estrategia que prima las exportaciones, el “combustible” necesario para el crecimiento de aquellos países que, ya de por sí, dan muestras evidentes de “sobredesarrollo”, mientras se niega el acceso a los bienes básicos a la propia población que lo necesita. Pero si a las cifras convencionales en términos monetarios sobre el origen y el destino de las exportaciones e importaciones mundiales por grupos de países, les añadimos los flujos físicos en tonelaje a los que esas cifras monetarias corresponden, la representación que obtendremos resultará mas clarificadora de lo que tratamos de decir. Tabla 5. Flujos comerciales netos de los países desarrollados en términos físicos, 1981-1990 Valor (Miles millon.$) Exportación Importación Productos agrícolas 1981 1990 Industrias extractivas 1981 1990 Combustibles 1981 1990 Manufacturas 1981 1990 Saldo total 1981 1990 Neto Tonelaje (Miles de Tm) Exportación Importación Neto 40,9 50,6 43,4 72,1 -2,5 -21,5 64.305 71.457 59.876 114.219 4.239 -42.762 5,4 11,3 15,7 23,4 -10,3 -12,1 18.592 25.863 184.842 208.110 -166.249 -182.247 7,4 10,9 240,5 151,0 -233,1 -140,1 33.633 47.951 868.793 995.250 -835.159 -947.298 248,4 353,8 63,5 155,8 184,9 198,0 64.048 71.218 19.447 35.312 44.600 35.906 302,1 426,6 363,1 402,3 -61,0 24,3 180.568 216.490 1.132.958 1.352.891 -952.569 -1.136.401 Fuente: Ibid. No ha sido posible actualizar la serie hasta el 1995 o 2000 debido a la desaparición de las estadísticas cruzadas en tonelaje en la fuente utilizada. Con algunos indicios de estudios parciales para la UE que reseñaremos a continuación, la cifra de déficit físico de los países ricos para el año 2000 podría rondar los 1.400 millones de toneladas. En la Tabla 5 se han representado los flujos en tonelaje agregados para los diferentes grupos de productos. Este cuadro muestra, a nuestro juicio y de modo muy gráfico, el actual deterioro y dominación ecológica a que se ve sometido el Tercer Mundo a través del mecanismo del comercio internacional. Como se puede observar, a los países industrializados no les es suficiente, para mantener su modelo de producción y consumo actual, con la utilización de los recursos procedentes de la corteza terrestre que están bajo su jurisdicción, sino que necesitan importar ingentes toneladas de energía y materiales de los países empobrecidos. He aquí el reverso del argumento 19 relativo a las "ganancias derivadas del comercio" manejado con frecuencia por la teoría del comercio internacional. Resulta difícil, a la vista de los datos, seguir manteniendo que, ante este drenaje de recursos físicos sujetos a degradación irreversible en los procesos productivos, el resultado final arroje beneficios económicos en forma de aumento de las posibilidades de consumo y producción para aquellos territorios que se ven obligados a deshacerse de estos recursos. Siendo rigurosos hay que decir que el comercio internacional, desde el punto de vista ecológico, se presenta como un juego de suma cero con tendencia negativa51. Las pérdidas, en este caso, pueden muy bien materializarse a través de esos mil cien millones de toneladas de entrada neta de materiales que van a parar a los países desarrollados procedentes del resto del mundo. El grueso de este flujo lo constituyen los combustibles, cuyo volumen ascendía al 87 por 100 del total de las entradas netas en 1981, manteniéndose en niveles similares en 1990. El segundo lugar en importancia recae sobre las importaciones netas procedentes de las industrias extractivas cerrándose de esta manera un ciclo comercial que presiona sobre los recursos procedentes de la corteza terrestre de la mayoría de los países pobres en beneficio de los países industriales. Lo que de paso apoya la tesis de aquellos economistas que se esfuerzan por interpretar las relaciones económicas internacionales como un “intercambio ecológicamente desigual”, trayendo a colación, pero con un nuevo impulso, alguna de las críticas formuladas desde la teoría crítica del desarrollo económico de los años cincuenta y sesenta52. Tabla 6. Valor unitario por grupos de productos, 1981 y 1990 ($/tm) Productos agropecuarios Industrias extractivas Combustibles Manufacturas VALOR UNITARIO TOTAL (media simple) Exportaciones Importaciones Exportaciones de Países de Países de Países Desarrollados desarrollados desarrollados (1981) (1981) (1990) 879 725 708 Importaciones de Países Desarrollados (1990) 631 365 98 436 112 245 4475 309 4124 227 4967 151 4412 1673 369 1970 297 Fuente: Ibid. 29 Esta afirmación requiere de alguna aclaración. Desde el momento en que la mayoría de los recursos implicados en el comercio de industrias extractivas son no renovables es lógico que el comercio detraiga de una parte lo que proporciona a la otra. Es en este sentido en el que el comercio internacional supone un juego de suma cero. Ahora bien, la acción de la ley de la entropía sobre la energía y los materiales intercambiables y su consiguiente cambio de estado (de disponibles a no disponibles) hace que en términos físicos el comercio acabe en un juego de suma negativa. 52 Véase, por ejemplo: Martínez Alier, J; Roca Jusmet, J,, (2000): Economía ecológica y política ambiental, México, FCE, pp. 418 y ss. En la misma línea: Muradian, R, J. Martínez Alier, (2001): “Trade and environment: from a ‘southern perspective”, Ecological Economics, 36, pp. 281-297. También, y utilizando el concepto de huella ecológica como criterio definitorio de los intercambios “ecológicamente desiguales”, tiene interés: Andsersson, J.O,; Lindroth, M, (2001): “Ecologicallly unsustainable trade”, Ecological Economics, 37, pp. 113-122. 20 Este deterioro de la relación de intercambio en términos ambientales ha sido denunciado también recientemente al comparar la evolución de los precios y de las cantidades para una serie de recursos minerales exportados desde el sur hacia el norte. Así, entre 1971 y 1996, el declive en los precios de productos específicos como el hierro, el aluminio, el petróleo, el gas natural o el zinc en porcentajes que van desde el 12 hasta el 31 por 100 ha convivido con incrementos en el tonelaje exportado del 128 y el 660 por 10053. No parece por tanto que, tal y como concluyen Muradian y Martínez Alier, “... tenga lugar un desacoplamiento entre el crecimiento económico del Norte y los recursos importados desde el Sur”54. Conviene recordar, de paso, que el mecanismo de la balanza lleva implícito la consecución del equilibrio. La cuestión es dilucidar, entonces, cómo el Norte —los países industrializados—, consiguen nivelar una relación tan deficitaria en términos físicos. El único modo de equilibrar las pérdidas físicas de los procesos productivos por parte de la economía es que el saldo monetario del proceso arroje valores añadidos superiores. En este caso, para el comercio, van a ser las manufacturas las que desempeñen ese papel a escala internacional, generando, a pesar de su menor tonelaje, un mayor valor unitario. En el único grupo de mercancías en los que los países desarrollados equilibran, en lo monetario, ese déficit en términos físicos será, pues, en éste. Es cierto que en 1981, la balanza comercial de los productos agropecuarios era levemente excedentaria para los países industriales, tendencia ésta que cambiará a lo largo de la década de los ochenta, quedándose así las manufacturas como único asidero por donde paliar, a través de su mayor valor añadido unitario, el déficit de energía y materiales. Acentuando la evolución de la tendencia monetaria apuntada, se observa la existencia de un comportamiento discriminante en los valores unitarios pagados, respecto a los recibidos por los flujos comerciales con origen y destino en los países ricos. En efecto, la remuneración unitaria por grupos de productos es siempre favorable (salvo en el caso de los combustibles en 1981, fácilmente explicable al calor de la subida del petróleo de 1979) a los países desarrollados frente al valor unitario pagado por las importaciones para los mismos grupos de productos. En promedio, el valor unitario por tonelada exportada recibido por los países desarrollados con destino al resto del mundo fue cinco veces mayor que el equivalente pagado por las importaciones con destino a los mismos países industriales. Este hecho se agrava una década más tarde cuando la proporción aumenta a seis en 1990, que corre paralela a una pérdida en el valor unitario de las exportaciones de lo países pobres. Fruto de esta asimetría, en 1990, persistiendo un déficit comercial aún mayor que en 1981 en términos físicos, éste se salda en el ámbito de lo monetario con un superávit comercial neto para los países industriales que esconde la ascendente entrada de energía y materiales . A pesar de las limitaciones para actualizar la totalidad de los datos discutidos, recientemente se ha desarrollado una investigación55 que recoge los flujos físicos de una buena parte de los países ricos — la Unión Euorpea (UE)— complementando, para casi la última década (1989-1999) el análisis más global anterior. Tal y como revela dicho trabajo, las importaciones físicas de la Unión se incrementaron en un 40 por 100 en los últimos diez años, pasando de los casi 1000 millones de toneladas al acabar la 53 Muradian, R, J. Martínez Alier, (2001): “Trade and environment: from a ‘southern perspective”, op.cit, p. 289. También con mayor detenimiento estadístico, en un trabajo que sirvió de base al anterior artículo: Muradian, R, J.M. Alier, (1999): “South-North Materials Flow: History and Repercusions to the Environment”, Vienna Conference of Ecological Economics. Mimeo. 54 Ibidem. 55 Glijum, S: S, Hubacek, (2001): International trade, material flows and land use: developing a physical trade balance for the Euorpean Union, IAASA, Interim Report. 21 década de los ochenta a los más de 1.400 millones de 1998. Si ha esto añadimos que las exportaciones en tonelaje apenas han pasado de los 250 millones en 1989 a los 375 de 1999, la brecha abierta deja bien a las claras la creciente dependencia, en la última década, respecto de los flujos de recursos naturales y de bienes manufacturados con origen en otros territorios. Un desfase, por cierto, que en 1999 ascendía a 940 millones de toneladas. En definitiva, casi mil millones de los que, el 85 por 100 (800 millones), se originaban en la “trastienda” subdesarrollada del planeta a través de los flujos anuales de comercio internacional (Gráfico 2). Gráfico 2. Déficit comercial físico de la UE-12/15 por regiones de procedencia, 1989-1999 (Millones de tm) Fuente: Glijum, S: S, Hubacek, (2001): International trade, material flows and land use: developing a physical trade balance for the Euorpean Union, op.cit, p. 36. Estos resultados a escala global son congruentes con el trabajo que paralelamente han llevado a cabo S. Brigenzu y H. Schütz56 para el período 1985-1997, con el fin de determinar las exigencias que, en términos de flujos físicos de energía y materiales directos y ocultos, presenta la UE, y en qué medida éstos recursos proceden de dentro de las fronteras o son captados más allá de los límites administrativos de este territorio. Como no podía ser de otro modo, las cifras arrojan conclusiones similares cuantificándolas también en términos per cápita. Se tiene, por ejemplo, que en 1997 las importaciones representaban en torno al 20 por 100 de los inputs directos (4 tn/hab/año sobre 20) y el 44 por 100 si se incluían los flujos ocultos o mochilas de deterioro ecológico ( 20 tn/hab/año sobre 50 tn/hab/año de RTM)57. Y en ese intercambio que la UE realiza con el resto del mundo, también se observa la misma asimetría —que veíamos para el conjunto del planeta en 1981 y 1990— en la valoración de las importaciones y exportaciones de los mismos grupos de productos dependiendo del origen de esos flujos. Como se desprende de la Tabla 7, el valor medio de las exportaciones de la UE hacia el resto del mundo supera en cuatro veces el precio pagado por las importaciones procedentes de otros territorios. 56 Brigenzu, S, Schütz, (2001): Total material requirement of the European Union, European Enviromental Agency, Technical Report, 55. 57 Ibid, p. 12. 22 Tabla 7. Valor de las importaciones y exportaciones de la UE-15 países, 1999 (Euros/tonelada) Importaciones Exportaciones OCDE 1.080 2.360 Antigua Unión Soviética y Europa del Este 380 2.010 Asia 840 2.130 África 230 1.240 Latinoamérica 240 2.100 Comercio Total 580 1.920 Fuente: Glijum, S: S, Hubacek, (2001), op.cit, p. 41. Cabe añadir, en todo caso, que la globalización en curso juega un importante papel para que las relaciones económicas internacionales arrojen este resultado. Pues son precisamente las reglas del juego orquestadas por este proceso de globalización (desregulación pública, liberalización de los intercambios, privatizaciones, fusiones y adquisiciones) las que, en vez de potenciar la proximidad y el aprovechamiento racional de los propios recursos, permiten que los países ricos puedan mantener un modo de producción y consumo despilfarrador a costa de otros territorios, y cada vez más abastecido por la actuación de las empresas transnacionales (ETN). No en vano, y como muestra de esta servidumbre territorial, las ETNs comercializaban hasta hace pocos años el 70 por 100 de los minerales de los países pobres en beneficio de los miembros de la OCDE, además de servir como emplazamientos para numerosas empresas contaminantes del Norte, que burlaban así una legislación ambiental más restrictiva en sus países de origen. El comercio internacional como mecanismo en la apropiación de capacidad de carga entre países Lo apuntado hasta el momento resulta también coherente con otros desarrollos que, desde el punto de vista territorial, han incidido hasta la fecha en el objetivo de cuantificar los desequilibrios territoriales a que lleva el actual modo de producción y consumo. Si ahondando en el punto de vista ecológico, interpretamos la capacidad de carga de un territorio variando el tono convencional —desde el lado de la población hacia el extremo del consumo de recursos— no resulta difícil llegar a la conclusión de que los países industrializados han sobrepasado su capacidad de carga (o límite de consumo propio de recursos y emisión de residuos) y utilizan el comercio internacional para importar capacidad de carga excedente de otros territorios. Esta idea supone la plasmación internacional de un concepto utilizado para medir la sostenibilidad territorial de determinadas ciudades en la búsqueda de hacerlas más sostenibles. El 23 resultado de la interpretación económica de la capacidad de carga ha estado también en el origen de la definición del concepto de "huella ecológica" (ecological footprint) como un indicador del territorio que un país que ha excedido su capacidad de carga ocuparía en otro que le sirve como fuente de recursos y sumidero de residuos58. Así las cosas, como los ventajas comerciales en términos monetarios esconden a menudo déficit importantes en tonelaje físico, tal vez merezca la pena, para completar el cuadro, intentar traducir a términos territoriales esa presión que la mayoría de los países ricos ejercen sobre el resto del planeta. Una posibilidad para estimar el balance ecológico de esas economías podría ser la de estimar, en hectáreas, la superficie que realmente ocupan los habitantes de un país para satisfacer su modo de producción y consumo, con independencia de donde se encuentre ese territorio. La Tabla 8 ofrece la imagen, en términos de kilómetros cuadrados, del deterioro ecológico provocado por el crecimiento de económico de los mismos países que en la Tabla 1 aparecían como más o menos sostenibles. Se constata así cómo la sostenibilidad monetaria se apoya sobre unos recursos y una capacidad de absorción de residuos muy superior a la que ofrecen sus límites fronterizos. Cabe señalar que, en los intentos por cuantificar en términos monetarios la sostenibilidad de las economías, eran precisamente muchos de estos países los que ofrecían la mejor imagen, habida cuenta de su capacidad de generación de ahorro con la que compensar, en términos pecuniarios, la pérdida de patrimonio natural. Sin embargo, tal y como demuestran los datos adjuntos, la mayoría de estos países vive por encima de sus posibilidades de manera claramente insostenible, importando sostenibilidad de aquellos territorios sobre los que ejercen relaciones de dominio económico y deterioro ecológico. 30 Rees, W; Wackernagel, M, (1996): Our Ecological Footprint. Reducing Human Impact on the Earth. New Society Publishers, Gabriola Island, BC. 24 Tabla 8. Sostenibilidad de las economías según un indicador fuerte (huella ecológica para el mismo grupo de países que en la Tabla 1) Población (1997) Capacidad ecológica disponible (Hectáreas/Habitante) Huella Ecológica (Hectáreas/ Habitante) Déficit ecológico (Hectáreas/ habitante) Costa Rica Checoslovaquia Alemania Hungría Japón Holanda Polonia Estados Unidos 3.575.000 10.311.000 81.845.000 10.037.000 125.672.000 15.697.000 38.521.000 268.189.000 2.0 2.5 2.1 2.0 1.7 2.8 2.3 6.2 2.5 4.2 4.6 2.5 6.3 4.7 3.4 8.4 -0.5 -1.7 -2.5 -0.5 -4.6 -1.9 --2.2 México Filipinas 97.245.000 70.375.000 1.4 0.7 0.3 2.2 -0.9 -1.5 Etiopía Indonesia Nigeria 58.414.000 203.631.000 118.369.000 0.9 0.9 0.8 1.0 1.6 1.7 ESPAÑA 39.729.000 2.6 4.2 TOTAL UE-14 371.825.000 4.7 2.3 -0.1 -0.7 -0.9 -1.6 -2.4 Fuente: Ecological Footprints of Nations, 1997. En conjunto, por ejemplo, la UE presenta como media un déficit equivalente a 2,4 veces su capacidad ecológica disponible, lo que es superado ampliamente por algunos países en particular como, por ejemplo, Holanda. Naturalmente, la mayoría de la apropiación de capacidad de carga que la sociedad holandesa necesita para mantener su modo de producción y consumo lo realiza en los territorios de los países del Tercer Mundo. En concreto, y como ha reconocido el propio gobierno holandés, este país se apropia allí entre 100.000 y 140.000 km2 de tierra ecológicamente productiva sólo para la producción de alimentos y productos de exportación59. En la misma línea, y como una muestra de la dependencia ecológica de la mayoría de las economías industrializadas respecto de la productividad ecológica de los países empobrecidos, baste recordar que sólo cinco países (Malasia, Indonesia, Filipinas, Costa de Marfil y Gabón) ofertan el 80 por 100 de la madera tropical en los mercados mundiales, adquirida a su vez, en un 50 por 100 por Japón y en un 50 por 100 por los países de la Unión Europea60. Así pues, una de las conclusiones más importantes que podemos obtener del análisis de la huella ecológica es que “la sostenibilidad global, no puede ser financiada a través de un déficit ecológico, es decir, no es posible que todos los 59 Ibid, p. 94. UNECE/FAO, (1986): “Forrest Products Markets”, citado en: Pearce, D, et.al, (1989) Blupeprint for a green economy, London,Earthscan, p. 45. 60 25 países o regiones sean importadores netos de capacidad de carga o sostenibilidad”. Otro resultado evidente a la luz de un análisis ambiental del comercio es que, éste, lejos de configurarse como un juego de suma positiva en el que todos los participantes ganan o se benefician de los términos del intercambio (tal y como establece la Teoría del Comercio Internacional) el saldo que arrojan estos intercambios lo convierten en un juego de suma cero. Algo parecido había anticipado Malthus, con la frescura propia de los clásicos, cuando en un pasaje —que encabeza estas líneas— reconocía la realidad de muchos “...estados pequeños y poco fértiles que han acumulado dentro de su pequeño territorio y mediante el comercio exterior una cantidad de riqueza que excede en mucho a lo que podría esperarse de sus posibilidades físicas”61. Al comparar, pues, las diferentes capacidades productivas con la capacidad de carga demandada por cada país, obtenemos también una brecha de sustentabilidad (gap sustainability) que nos sirva para medir los comportamientos potencialmente insostenibles que repercuten en importaciones masivas de ‘capital natural’ del resto de las naciones (principalmente del Tercer Mundo)62. Lo cierto es que es posible, en el mismo sentido, dar la vuelta al argumento y entender esta ‘brecha de sustentabilidad’ como la necesaria reducción en el consumo y utilización de energía y materiales, y el consiguiente descenso en la emisión de residuos generados. Así podríamos redefinir dicho indicador en términos de “la disminución del consumo (o el incremento de la eficiencia material o económica) requerida para eliminar el déficit ecológico”. Palabras finales En fin, cabe concluir entonces que cualquier solución debe pasar por la disminución progresiva del consumo de aquellos países claramente despilfarradores. También sabemos que su implantación no es fácil y que será preciso vencer importantes escollos. Pero, en esta tesitura, la metáfora del toxicómano elegida por varios autores puede ser ilustrativa. Las modernas economías industriales sufren una adición enfermiza por los recursos energéticos y minerales que, aunque les proporciona bienestar, conlleva la degradación de su salud futura. Al igual que en los individuos, resulta contraproducente tanto la continuidad de la dosis como la suspensión repentina de la misma. Por lo tanto, la terapia de desintoxicación debe incorporar la reducción paulatina y consciente de la droga. No cabe, sin embargo, dejarlo todo a la voluntad del paciente. Aquí, los medios para hacerlo mas llevadero están, desde hace años, disponibles para su uso. Óscar Carpintero Universidad de Valladolid 61 62 Malthus, T.R, (1820): Principios de economía política, FCE, p. 279. Wackernagel, M; Rees, W, (1996): Our ecological...op.cit, pp. 98-99. 26