Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida

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Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
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Argumentación jurídica,
lenguaje y formas de
vida
Julián Fernando Trujillo*
*
Licenciado en Filosofía de la Universidad del Valle, con maestría en Filosofía
de la misma institución y doctorando de la Pontificia Universidad Javeriana. Ha
obtenido el Graduate Certificate in Philosophy de la University of London y el
Graduate Certificate in Language and Intercultural Communication de McGill
Univerisity. Ha trabajado como docente en la Pontificia Universidad Javeriana
Cali y actualmente es profesor de la Universidad del Valle.
Criterio Jurídico
Santiago de Cali
V. 12, No. 1
Recibido: 2 de marzo de 2012
2012-1
pp. 127-190
ISSN 1657-3978
127
Aprobado: 6 de junio de 2012
Julián Fernando Trujillo
Resumen
Este artículo tiene como propósito hacer una presentación de la
influencia de Wittgenstein sobre distintas teorías de la
argumentación jurídica, como las de Perelman y Olbrechts y
Toulmin, así como las de Robert Alexy y Aulis Aarnio. De gran
relevancia para este último han sido las nociones de
Wittgenstein acerca de “juegos de lenguaje” y “formas de vida”.
Como se verá, su modelo de argumentación presupone un tipo
de vida comunitaria, cierta forma política de vida y un discurso
que satisfaga unos mínimos de racionalidad.
Palabras clave
Argumentación jurídica, Wittgenstein, Perelman y Olbrechts,
Toulmin, Alexy, Aarnio.
Abstract
This article presents Wittgenstein’s influence on several theories
of legal argumentation, such as those advanced by Perelman and
Olbrechts, Toulmin, Robert Alexy, and Aulis Aarnio. For
Aarnio, Wittgenstein’s concepts of “language games” and “ways
of life” have proved very significant. As this article will show,
his model of argumentation presupposes a communitarian way
of life, a certain kind of a political way of life, and a discourse
that satisfies some basic standards of rationality.
Keywords
Legal argumentation, Wittgenstein, Perelman and Olbrechts,
Toulmin, Alexy, Aarnio.
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M
i propósito central en este artículo es llamar la atención sobre la
influencia de las últimas investigaciones filosóficas de
Wittgenstein en las teorías de la argumentación jurídica. Intentaré
alcanzar dos objetivos fundamentales: (1) mostrar que hay suficiente
evidencia sobre los efectos que el trabajo maduro de Wittgenstein
produjo en la elaboración de las teorías de la argumentación clásicas de
Perelman-Olbrechts y Toulmin, al tiempo que pretendo (2) proporcionar
una caracterización breve de algunas consecuencias que la aplicación y
el uso de los conceptos wittgensteinianos generaron en las teorías de la
argumentación contemporáneas de Robert Alexy y Aulis Aarnio.
Especialmente, trataré de esclarecer el rol que las nociones de “juegos
de lenguaje” y “formas de vida” propuestas por Wittgenstein ocupan en
la elaboración de la concepción de racionalidad que sirve de base a la
teoría de la argumentación jurídica de Aarnio. Mi plan de acción en
detalle es el siguiente.
En la primera parte, voy a ofrecer una breve caracterización de la
concepción del “significado como uso”. Para tal fin, debo esclarecer 1)
en qué medida los usos se configuran en los juegos de lenguaje, y 2)
cómo es que los juegos de lenguaje no poseen una esencia común, sino
que comparten un “parecido de familia”. Ahora bien, el concepto de
“juegos de lenguaje” nos conducirá al concepto de “gramática” y las
nociones de “criterio”, “regla” y “seguir una regla”, que se encuentran
correlacionadas. Finalizaré esta fase preliminar del análisis abordando el
concepto de “forma de vida”. Este concepto sintetiza la naturaleza
social del lenguaje, que constituye, desde mi punto vista, un rasgo
fundamental de la última filosofía de Wittgenstein.
En segundo lugar, intentaré ofrecer evidencia sobre los efectos que el
trabajo maduro de Wittgenstein produjo en la elaboración o los
planteamientos de las teorías de la argumentación clásicas de PerelmanOlbrechts y Toulmin. En este punto, voy a tratar de señalar también
algunas consideraciones sobre los conceptos de “juegos de lenguaje” y
“formas de vida” realizadas por Robert Alexy y Aulis Aarnio en la
elaboración y fundamentación de sus teorías de la argumentación
jurídica.
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Julián Fernando Trujillo
Por último, voy a detenerme en la concepción de argumentación jurídica
propuesta por Aulis Aarnio, puesto que en ella podemos encontrar una
aplicación sistemática de los conceptos wittgensteinianos al campo del
derecho y la argumentación jurídica. Aarnio se basa en los últimos
escritos filosóficos de Wittgenstein para desarrollar una concepción de
la racionalidad como ámbito de lo razonable, cuyo fundamento es la
praxis vital comunitaria de los seres humanos mediante el lenguaje y la
acción comunicativa.
1. El significado como uso y la última filosofía de Wittgenstein
La última filosofía de Wittgenstein es, fundamentalmente, una
autocrítica. En las Investigaciones filosóficas, señala que su reflexión
filosófica es el resultado de haber encontrado graves errores en el
Tractatus, su primera gran obra filosófica. Insiste en la continuidad
dialéctica de su pensamiento, puesto que, a despecho del cambio radical
en sus puntos de vista, según Wittgenstein, su filosofía tardía solo puede
ser correctamente entendida teniendo como punto de referencia y
contraste su primera concepción filosófica, expresada en el Tractatus
(1994).
La transición en el pensamiento de Wittgenstein aparece muy temprano
en la primera fase de su reflexión filosófica, desde la elaboración misma
del Tractatus. Una de las tesis centrales que defenderá Wittgenstein en
sus últimos escritos filosóficos es que el significado de las palabras y de
las proposiciones es su uso en el lenguaje. Esta concepción del
significado está ya insinuada en el Protractatus y en los Notebooks. En
3.262 del Tractatus, Wittgenstein afirma que lo que expresan los signos
está determinado por sus usos y aplicaciones. Y más adelante, en 6.211,
encontramos lo siguiente entre paréntesis: “(En filosofía, la pregunta
‘¿con qué fin usamos tal palabra, tal proposición?’ lleva siempre a
resultados valiosos)”.
Sin embargo, la concepción del significado como uso configura una
inflexión en el pensamiento de Wittgenstein y se convierte en uno de los
temas centrales de su última filosofía. Con el fin de ofrecer un
fundamento a este punto de vista diferente, el filósofo vienés elabora un
nuevo aparato conceptual (Tomasini, 1988: 19ss). Las nociones de
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Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
“juegos de lenguaje”, “gramática”, “criterio”, “regla”, “semejanza de
familia” y “formas de vida” constituyen la base a partir de la cual
Wittgenstein desarrolla sus últimas investigaciones filosóficas. Por
tanto, resulta fundamental reconsiderar serenamente estas nociones y
analizar sus relaciones recíprocas, si queremos presentar un breve
panorama de la filosofía madura de Wittgenstein.
En efecto, la concepción del significado como uso está directamente
relacionada con la noción de juegos de lenguaje. Ya en el Tractatus
(3.326, 6.211, 3.227, 3.328, 3.33) el concepto de uso aparece en
conexión con el de significado. Pero en el Tractatus el concepto de uso
no se desarrolla. Ya en las Investigaciones filosóficas Wittgenstein
intenta remediar esta falencia, ligada a una teoría errada del lenguaje
humano (Fenichel, 1972: 24ss; Aarnio, 2011: 31). Para el Wittgenstein
del Tractatus, el aspecto decisivo para establecer el sentido de un signo
es la referencia. Comprender el sentido de una proposición equivale a
conocer sus condiciones de verdad, esto es, saber cuál es su referencia
en el caso de que sea verdadera (TLP, 4.024, 4.063). En la primera fase
de su pensamiento, Wittgenstein solo tomó en consideración el uso
descriptivo del lenguaje. Según este punto de vista, el lenguaje
solamente se usa para representar el mundo y de ahí su carácter
esencialmente figurativo. En el Tractatus, las palabras individuales en
un lenguaje nombran objetos, y el objeto que representa la palabra es su
significado. Las palabras constituyen nombres, mientras que las
proposiciones son descripciones o figuras de los hechos. Así pues, las
proposiciones son figuras de hechos que pueden ser analizadas en sus
componentes últimos (los nombres), que corresponden a objetos simples
(TLP, 3.203, 4.22; Dummett, 1990: 197).
Las Investigaciones filosóficas están dirigidas en contra de esta
concepción del lenguaje. En toda su obra y demás escritos posteriores a
su regreso a Cambridge después de 1929, Wittgenstein sugiere nuevas
analogías para comprender el lenguaje (como una ciudad antigua, como
una locomotora, como un mapa, como un juego) y nos invita, por
ejemplo, a comparar el lenguaje con una caja de herramientas, puesto
que las funciones de las palabras son tan diversas como las funciones de
las herramientas (Wittgenstein, 1988: 11). Las palabras se caracterizan
por sus usos de manera semejante a como las herramientas se distinguen
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Julián Fernando Trujillo
por sus funciones. Las palabras se usan para fines diversos, como el
dinero, y no es posible determinar una única función común a todos los
signos del lenguaje —como, por ejemplo, nombrar cosas o describir
hechos—. Se trata de una nueva manera de concebir la relación entre el
lenguaje y la realidad: el lenguaje es una colección de actividades y
herramientas que sirven para múltiples y variados propósitos
(Wittgenstein, 1988: 14, 421, 489; Albano, 2006: 125-126; Kenny,
1973: 139).
La noción de “juegos de lenguaje” aparece ya en Los cuadernos azul y
marrón y en la Gramática filosófica (Hintikka, 2000: 31), aunque
encuentra su desarrollo y consolidación en las Investigaciones, Zettel y
Sobre la certidumbre. En las Investigaciones, Wittgenstein insiste en
que, para comprender lo que es una pieza de ajedrez, es necesario
comprender el juego en su conjunto, las reglas que lo constituyen y la
función que cada pieza desempeña dentro del juego. Análogamente, el
significado de una palabra es su lugar en un juego de lenguaje: “la
pregunta ‘¿qué es realmente una palabra?’ es análoga a ‘¿qué es una
pieza de ajedrez?’” (Wittgenstein, 1988: 108; 1992: 18). En la
Gramática (1992: 49ss), Wittgenstein saca partido a la analogía entre el
lenguaje y el ajedrez, un argumento que usó en sus conversaciones con
algunos positivistas de Viena (1979a), pero muy pronto comenzó a
darse cuenta de que el ajedrez y su estricto sistema de reglas precisas no
son representativos de todos los juegos.
Wittgenstein abandona el modelo del cálculo y la teoría figurativa del
Tractatus, pero igualmente abandona el ajedrez como juego modelo y
explora una más amplia concepción de “juego de lenguaje” al tiempo
que señala la multiplicidad de juegos posibles. Esta nueva herramienta
conceptual conduce a que el enfoque a priori de su primera filosofía sea
reemplazado por la observación persistente de los casos particulares. No
hay ninguna característica “esencial” que sea común a todo lo que
llamamos “juego”, pero tampoco podemos decir que “juego” tiene
varios significados independientes. Los diferentes usos del término
poseen un “parecido de familia” (1992: 68, 75, 118). En las
Investigaciones filosóficas, Wittgenstein desarrollará esta noción de
“semejanza” o “parecido de familia” como aquello que permite
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Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
entretejer diferentes juegos de lenguaje sin que ello determine una
esencia común (1988: 65-67).
Así como Frege había señalado que una palabra solo obtiene significado
en el contexto de una oración, Wittgenstein insistirá en que un signo
solo obtiene significado a partir de su uso en un determinado juego de
lenguaje (Wittgenstein, 1988: 49, 261). De aquí que muchos sinsentidos
y confusiones surjan de usar un signo fuera del juego de lenguaje que le
corresponde (Wittgenstein, 1988: 116). Usar una palabra en un juego de
lenguaje distinto del apropiado es una de las causas más comunes de la
perplejidad filosófica. Por ello resulta importante para la investigación
filosófica misma el estudio de los juegos de lenguaje: “la filosofía no es
descripción del uso del lenguaje y, sin embargo, se puede aprender
filosofía si se atiende constantemente a las expresiones de la vida del
lenguaje” (UEFP, § 121).
En el Cuaderno marrón, Wittgenstein usa sistemáticamente su concepto
de “juego de lenguaje”. En las Investigaciones (1988: 23), ofrece una
lista de juegos de lenguaje y a través de toda esta obra nos muestra la
utilidad de este concepto en el esclarecimiento de ciertos problemas
filosóficos tradicionales. Wittgenstein incluso inventa juegos de
lenguaje para evidenciar las limitaciones de teorías filosóficas
concretas, como la teoría russelliana de las descripciones (Wittgenstein,
1988: 60) o la teoría platónica del nombrar (Wittgenstein, 1988: 48, 60,
64).
No obstante, el propósito fundamental del concepto de “juego de
lenguaje” es poner de presente una nueva concepción del significado,
según la cual el lenguaje constituye un conjunto de actividades o
prácticas reguladas y de naturaleza social: “la expresión ‘juego de
lenguaje’ debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte
de una actividad o de una forma de vida” (Wittgenstein, 1988: 18;
Hintikka, 1976: 73).
Así pues, los signos del lenguaje se definen por su uso y los usos del
lenguaje se insertan dentro de un contexto de actividades lingüísticas y
extralingüísticas. Dichos contextos constituyen lo que Wittgenstein
llama “juegos de lenguaje”. El lenguaje posee múltiples usos, ya que los
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Julián Fernando Trujillo
contextos de uso son también múltiples. Según Specht (1969: 42), es
posible distinguir tres sentidos diferentes en el concepto de “juegos de
lenguaje” propuesto por Wittgenstein:
1. ciertos sistemas completos de comunicación que son de carácter
primitivo y simple
2. el lenguaje cotidiano, junto con las actividades y las acciones a las
que está indisolublemente ligado
3. los sistemas de lenguaje parciales cuyo funcionamiento y cuyos
contextos de aplicación forman parte de un todo orgánico
Ciertamente, “juego de lenguaje” en el primer sentido aparece ya en Los
cuadernos azul y marrón cuando Wittgenstein alude a lenguajes
primitivos y modos simplificados de uso de los signos, a diferencia de
los complejos sistemas semióticos que caracterizan el lenguaje cotidiano
(1968: 44). Cuando los niños inician el aprendizaje de una lengua y el
caso de los albañiles en IF § 2 son dos ejemplos de este primer sentido
del concepto de “juego de lenguaje” (Wittgenstein, 1988: 2, 5, 7). Sin
embargo, muy pronto resulta claro para Wittgenstein una concepción
ampliada de “juego de lenguaje” (1968: 116; 1979b).
Wittgenstein va elaborando este concepto de tal forma que el segundo y
el tercer sentidos se consolidan finalmente en la concepción del juego
de lenguaje como una totalidad constituida por los signos y las acciones
con las que se encuentran articulados (Wittgenstein, 1988: 7). Este
sentido amplio del concepto de “juegos de lenguaje” pone de presente el
carácter social y contextual del significado y la inserción del lenguaje
dentro de las formas de vida. El lenguaje no es solo un espejo para
figurar el mundo, un conjunto de etiquetas para nombrarlo y pensarlo,
sino que es más bien un “sistema de reglas” compartidas que nos
permite interactuar con otros y el mundo, vivir en él y comprendernos
mutuamente. Hablar un lenguaje es participar en una serie de juegos de
lenguaje, actuar conforme a una forma de vida, asumir un modo de vivir
en sociedad (Wittgenstein, 1988: 23).
La relación entre el juego de lenguaje y la forma de vida indica que el
fundamento de nuestra comprensión está en nuestro modo de interactuar
con los otros en un mundo compartido. Es nuestro actuar lo que subyace
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Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
en los juegos de lenguaje. Incluso nuestro conocimiento sobre lo que es
cierto es inmanente a la acción. No hay para Wittgenstein un saber
sobre el fundamento: el saber pertenece a lo fundado; el fundamento es
la acción misma (1997: 146, 401, 130; 1988: 325).
Lo que sabemos y creemos forma un sistema, y solo dentro de estos
sistemas un argumento tiene vida, valor y significado (Wittgenstein,
1997: 105, 410). Las proposiciones poseen diferentes valores. Hay unas
que funcionan como las reglas del juego y son constitutivas de lo que
hacemos o podemos hacer: configuran su marco de referencia y no
llegamos a ellas por investigación (Wittgenstein, 1997: 83, 95, 138, 151,
558, 559, 560). Estas proposiciones que constituyen el fundamento
inconmovible de los juegos de lenguaje forman una “imagen del
mundo” (Weltbild); son el trasfondo que me viene dado en una forma de
vida en la que participo (Wittgenstein, 1997: 94, 95, 96, 401, 402). El
saber y la verdad tienen como fundamento una forma de vida, y esta
presupone una imagen del mundo. Dicha imagen no consiste en una
concepción del mundo particular, sino algo que hace parte de una
comunidad y que se adquiere en la práctica. La imagen del mundo no es
un conocimiento proposicional, sino una actividad; no nos llega por
explicación, sino a través de la educación y la instrucción: “en el
principio era la acción” (Wittgenstein, 1997: 402, 279, 298).
Este fundamento infundado que constituyen las formas de vida y sus
imágenes del mundo se expresa en los juegos de lenguaje. El lenguaje
no emerge de una clase de razonamiento, sino de nuestro actuar
(Wittgenstein, 1997: 475, 477, 559, 204). Cuando algo está fuera de
duda, se manifiesta en el obrar (Brand, 1981: 20; SC, 196, 163, 387,
388). Un juego de lenguaje exige certeza y una imagen del mundo, algo
dado, pero lo dado son las formas de vida. Estas son múltiples, y por
ello hay también diferentes actividades y gramáticas. La gramática es un
acuerdo en una forma de vida, una actividad regulada (Wittgenstein,
1988: 241; Albano, 2006: 77ss; Kenny, 1982). La gramática manifiesta
las regularidades, la constancia de los juicios y resultados en una forma
de vida; contiene las reglas que rigen el uso de las palabras en una red
de juegos de lenguaje; y describe y orienta la conducta lingüística y
extralingüística (Wittgenstein, 1988: 422, 664). El sentido de una
expresión en un juego de lenguaje se da en su aplicación (Specht, 1969:
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144-145). El lenguaje, como el juego, es una actividad reglamentada.
Usar una oración es semejante a realizar un movimiento de ajedrez:
debo seguir ciertas reglas. Para cumplir su función, cada palabra debe
regirse por reglas y apelar a criterios (Wittgenstein, 1988: 240, 108,
198; Pereda, 1994: 150-151; Hintikka, 2000: 39).
En este punto, la analogía entre el lenguaje y el juego nos conduce, por
una parte, a la noción de “regla” y de “seguir una regla” y, por otra, a la
noción de “criterio” (Hintikka, 2000: 32; Aarnio, 2011: 32). Hablar un
lenguaje supone el empleo de reglas, pero estas reglas no son estrictas y
generalmente no somos conscientes de las reglas del lenguaje mientras
hablamos y difícilmente podemos formularlas cuando se nos exige
hacerlo. Si examinamos la naturaleza de las reglas y del lenguaje en
tanto actividad regulada, topamos con un aspecto fundamental en el
esclarecimiento de la concepción del lenguaje como conducta regulada:
“lo que llamamos ‘seguir una regla’ ¿es algo que podría realizar un solo
hombre y solamente una vez en su vida?” (Wittgenstein, 1988: 199).
Esclarecer qué quiere decir que alguien “sigue una regla” nos permite
comprender la naturaleza social del lenguaje. No tiene sentido que
alguien siga una regla en una sola ocasión y nunca más lo vuelva a
hacer en toda su vida. Seguir una regla —al igual que hacer una
promesa, dar una orden, etc.— se trata de costumbres, usos, prácticas o
instituciones (Wittgenstein, 1988: 199). Seguimos reglas porque existen
reglas y la práctica de seguirlas. Comprender una regla es comprender la
institución global de “seguir una regla”. El trasfondo de una regla es una
institución o una costumbre social; si desaparecen este contexto social
de fondo y sus formas de vida, las reglas que los caracterizan también
desaparecen: “¿Qué tiene que ver con mis acciones la expresión de una
regla —digamos un poste indicador? ¿Qué clase de conexión hay aquí?
Bien, quizá esta: he sido adiestrado para reaccionar ante este signo de
una forma determinada […] una persona se rige por un poste indicador
sólo en la medida en que existe un uso regular de los postes indicadores,
una costumbre” (Wittgenstein, 1988: 198).
No hay “reglas privadas”; “seguir una regla” es una práctica y las reglas
son públicas: “y pensar que uno está siguiendo una regla no es seguir
una regla. Por ello no es posible seguir una regla ‘privadamente’: de
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Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
otro modo, pensar que se está siguiendo una regla sería lo mismo que
seguirla” (Wittgenstein, 1988: 202). La noción de “seguir una regla”
está ligada a las de “cometer un error” o “estar en lo correcto”. Si
alguien está siguiendo una regla, es posible preguntar si lo está haciendo
correctamente o no. La noción de regla instaura la posibilidad de
evaluar una conducta como apropiada o inapropiada: “la posibilidad de
‘cometer un error’ es lo que distingue la mera manifestación de una
regularidad en la conducta de alguien que sigue una regla” (Fann, 1992:
97). Lo que caracteriza las reglas es algo de aplicación repetida, algo
que debe ser aplicado en un número indefinido de casos y no
simplemente en uno (Wittgenstein, 1968: 131). Seguir una regla es una
práctica social, no algo que solo pueda hacer un hombre y que le ocurra
una sola vez en su vida. Solo el adiestramiento con ciertos paradigmas
de comportamiento permite el desarrollo del concepto de regla y el de
acuerdo y desacuerdo con la regla (Wittgenstein, 1988: 240-242).
Los juegos de lenguaje se definen por las actividades que los
constituyen. Las prácticas o actividades están regidas por reglas. El
número, la complejidad, la flexibilidad o la rigidez en la aplicación de
las reglas, junto con otros factores, varían de un contexto a otro. En este
sentido, el lenguaje, como el juego, es una actividad reglamentada. Las
palabras obtienen su significado a partir de su uso en los juegos de
lenguaje, es decir, de la función que cumplen en cada contexto. Todo
esto implica una serie de reglas que establecen el uso correcto o
incorrecto de una expresión (Aarnio, 2011: 33). El sistema de reglas de
lenguaje está contenido en la gramática. Esta es la descripción del
lenguaje que proporciona las reglas para el uso de los signos y establece
las combinaciones correctas o incorrectas en un contexto dado. La
gramática en Wittgenstein alude al significado de los signos, a las reglas
que rigen su uso.
Ahora bien, en tanto que el uso de los signos se inserta en contextos que
involucran actividades lingüísticas y extralingüísticas, la gramática no
puede limitarse a los aspectos puramente lingüísticos, sino que
comprende todo el conjunto de situaciones, actividades y
comportamientos ligados al uso de los signos. Según Bouveresse (1969:
180), la gramática de Wittgenstein aborda el carácter institucional que
regula los diversos aspectos interdependientes de un comportamiento
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Julián Fernando Trujillo
social. Desde esta perspectiva, la gramática implica un aspecto
descriptivo y otro normativo: describe cómo funciona el lenguaje y
regula su uso.
Así pues, el aspecto fundamental de los juegos de lenguaje es que
muestran la actividad social en la que se sitúa la conducta humana
(Aarnio, 2011: 35, 37). Los juegos de lenguaje constituyen la vida social
del hombre en comunidad; de aquí que hablar un lenguaje (como dice
Wittgenstein) es parte de una actividad o una forma de vida. Los juegos
de lenguaje expresan el modo de vida de sus participantes: “imaginar un
lenguaje significa imaginar una forma de vida” (Wittgenstein, 1988:
19).
Los juegos de lenguaje son entramados de acciones que configuran
contextos y situaciones para la praxis vital comunitaria de los seres
humanos. El lenguaje y las actividades que se realizan a través de él, o
en conjunto con él, son de carácter social. El lenguaje es una forma de
conducta regulada socialmente. Seguir una regla es una costumbre, una
práctica o una institución en el marco de una comunidad. Poseer un
lenguaje en común es estar de acuerdo en una serie de patrones de
conducta. Aprender un lenguaje significa aprender a vivir de una forma
determinada, conforme a unos patrones socialmente establecidos. El
acuerdo en el lenguaje es el acuerdo en una forma de vida: “¿Dices,
pues, que la concordancia de los hombres decide lo que es verdadero y
lo que es falso? — verdadero y falso es lo que los hombres dicen; y los
hombres concuerdan en el lenguaje. Esta no es una concordancia de
opiniones, sino de forma de vida” (Wittgenstein, 1988: 241).
En síntesis, Wittgenstein (1988: 143-242) elabora una serie de
argumentaciones sobre la noción de regla e insiste en su crítica al
mentalismo al tiempo que realza el principio de autonomía de la
gramática. El eje central de su reflexión es la determinación del sentido
mediante el análisis del uso de los signos en el contexto de los juegos de
lenguaje como formas de vida. El lenguaje aparece, entonces, como un
tejido, como una multiplicidad de juegos en los que los signos adquieren
su significado. Desde esta perspectiva, el lenguaje es una conducta
reglada en la que existe la posibilidad de lo correcto y lo incorrecto, el
error y el acierto. Una regla determina tanto lo que se debe hacer como
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Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
lo que no; de aquí que la noción de “regla” y la noción de “hacer lo
mismo” estén conectadas. “Hacer lo mismo” es una cuestión relativa a
una regla, y es con base en una regla que podemos determinar qué es
hacer lo mismo y qué es hacer algo diferente.
Ahora bien, para Wittgenstein, nuestra capacidad de seguir reglas
requiere de nuestra capacidad para reaccionar de un modo injustificable
ante ciertos estímulos. Cualquier conducta reglada depende de ciertas
reacciones que no pueden ser evaluadas como correctas o incorrectas. Si
un niño no reacciona frente a los ejemplares de color azul de un modo
diferente a como lo hace con respecto a las muestras de color amarillo,
no podemos decir que está en un error, sino que sencillamente no
comparte nuestra forma de reaccionar y, por consiguiente, es incapaz de
seguir nuestra regla de identificación de colores. No hay justificación
alguna para nuestra coincidencia de que tal o cual estímulo deba ser
denominado “azul”. En últimas, no existe justificación para aplicar una
regla de la manera que la aplicamos. Sin embargo, como Wittgenstein
nos recuerda, “una palabra sin justificación, no quiere decir usarla
injustificadamente” (1988: 289).
Cuando usamos las palabras, aplicamos “criterios”. Ahora bien, lo
primero que debemos tener en cuenta es que los criterios no se
identifican con los significados, aunque hay criterios que definen los
usos correctos de una expresión (Hintikka, 2000: 32). Y, segundo,
recordemos que los criterios varían con las circunstancias y no es
posible enumerar todas las circunstancias diferentes que alteran los
criterios (Marmor, 2000: 185). Para cada aplicación correcta de un
concepto dado, hay una serie de criterios que determinan el empleo
adecuado: “Los criterios para la comprensión, por ejemplo, son
múltiples: es posible manifestar comprensión mediante la realización de
la acción adecuada, mediante la explicación de aquello que se ha
entendido, a través de la manera en la que él o ella responden a algo o
por cualquier otro medio” (Marmor, 2000: 185).
El uso técnico del concepto de criterio aparece en El cuaderno azul (2425), pero su uso se consolida en las Investigaciones, y en Zettel lo usa
ampliamente. Los criterios se diferencian de los síntomas que se
refieren a la evidencia empírica que se aprende de la experiencia: “la
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relación evidencial presupone una identificación independiente de lo
que muestran las pruebas. Un criterio, sin embargo, define, o define
parcialmente aquello de lo que es criterio” (Hacker, 1986: 308; Marmor,
2000: 186). Los criterios se especifican como respuestas a esta
pregunta: “¿cómo sabes que es el caso?” (Wittgenstein, 1968: 143-144).
Por tanto, un criterio es un fundamento (Z, 437, 439). Los criterios y
síntomas varían mucho, especialmente en las ciencias (Hacker, 1986:
309; Marmor, 2000: 187). Al aprender un lenguaje, aprendemos los
tipos de circunstancias que justifican el uso de las expresiones. El
aprendizaje de un juego de lenguaje supone la captación de los criterios
de aplicación (García, 1976: 162).
Que “p sea el criterio de q” no es lo mismo que “p implica q”, puesto
que es posible que p sea verdadera y q sea falsa. Una expresión de dolor
que generalmente es el criterio para identificar que a alguien le duele
algo no significa que una expresión de dolor implique que, de hecho,
hay dolor (Marmor, 2000: 185; García, 1976: 160). Estoy de acuerdo
con que el concepto de criterio es usado muy frecuentemente para
abordar los conceptos mentales —como entender, leer, comprender, etc.
(García, 1976: 163; Tomasini, 1988: 32-33)—, pero no creo que su uso
se circunscriba al ámbito de lo mental. Si un criterio es una serie de
condiciones cuya satisfacción determina la “significatividad de una
expresión, es decir, la legitimidad o corrección de sus usos” (Tomasini,
1988: 35), se sigue que el criterio es una condición de sentido para una
expresión en un juego de lenguaje, no importa si pertenece al ámbito de
lo mental, lo moral, lo político o lo jurídico. El vacío entre la regla y su
aplicación pretende ser salvado por medio de la interpretación. Pero
Wittgenstein resuelve mejor este enredo mediante sus nociones de
gramática y criterio.
Comprender una regla consiste en especificar qué acciones están de
acuerdo o en desacuerdo con ella (Hacker, 1985: 91; Wittgenstein,
1988: 188). Pero el enredo parece persistir si pretendemos resolver el
asunto por vía de la interpretación: “Toda interpretación pende,
juntamente con lo interpretado, en el aire; no puede servirle de apoyo.
Las interpretaciones solas no determinan el significado” (Wittgenstein,
1988: 198); “hay una captación de la regla que no es una interpretación”
(Wittgenstein, 1988: 201). Los significados de las reglas, al igual que
140
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
cualquier otro signo, están determinados por las acciones mismas, por la
forma en que se emplea, por su uso. De aquí que comprender una regla
sea una habilidad para aplicar los criterios que especifican qué acciones
están de acuerdo con la regla (Marmor, 2000: 194; Wittgenstein, 1988:
198). El problema de la vaguedad, la referencia, la interpretación y el
parecido de familia encuentran en el concepto de criterio una nueva
herramienta conceptual (Marmor, 2000: 174-175).
Wittgenstein insiste en que una regla determina ciertas aplicaciones
(Wittgenstein, 1988: 189). Por una parte, una regla es usada por las
personas para proceder de cierta manera, para obtener ciertos resultados,
y esos resultados son normalmente percibidos como los correctos por la
comunidad a la que pertenecen. Por otra parte, podemos discutir si una
regla determina o no sus resultados en tanto que pone de presente la
relación interna que existe entre la regla misma y su aplicación. Por
tanto, en toda práctica lingüística, el significado deriva de las relaciones
internas en la actividad humana en la que dicha práctica se lleva a cabo:
“Nuestro lenguaje entra en contacto con la realidad por nuestra
coincidencia en hacer ciertas cosas al hablar —y reconocer mutuamente
esta coincidencia. Y esa coincidencia no se compara con nada. Es lo
dado” (Prades-San Félix, 1992: 129).
Wittgenstein considera que existe la necesidad de coincidencia entre los
hombres a la hora de aplicar ciertas reglas para que nuestro lenguaje sea
posible. Es absolutamente necesaria la coincidencia no solo en nuestras
definiciones, sino también en las aplicaciones (Wittgenstein, 1988:
242). No es posible seguir una regla más que siendo miembro de una
comunidad que sigue reglas. Pero la práctica comunitaria es
injustificable. Así pues, la apelación de Wittgenstein a las formas de
vida es una consecuencia del hecho de que la aceptación de ciertos
juicios como verdaderos en ciertas circunstancias no es justificable.
Hace parte de nuestra práctica lingüística misma, y alterarla cambia el
significado de nuestras palabras (Nagel, 2000: 73).
Las formas de vida son “lo dado” en tanto que constituyen nuestra
práctica social de aplicar ciertas reglas, de estar de acuerdo en cuáles
son sus aplicaciones correctas, de utilizar ciertos ejemplos de cierta
manera, de rechazar cierto tipo de comportamientos y aceptar otros, etc.
141
Julián Fernando Trujillo
“Este es el sentido que podemos dar a la afirmación de Wittgenstein,
según la cual, obedecer una regla es una práctica y él entiende por
práctica una práctica social” (Taylor, 1997: 231). La gramática está
configurada a partir de las formas de vida, constituye el conjunto de
reglas, criterios y prácticas; no es un sistema de proposiciones teóricas
ni un modo de ver el mundo, sino un modo de actuar en el mundo: “Las
reglas no son suficientes para establecer una práctica; también
necesitamos ejemplos. Nuestras reglas dejan alternativas abiertas y la
práctica debe hablar por sí misma” (SC, § 139).
Los conceptos de “formas de vida” y “juegos de lenguaje” de
Wittgenstein indican, sencillamente, que la vida cotidiana y el lenguaje
están indisolublemente ligados. Esta consideración no tiene nada de
trivial (Tomasini, 2005). Por el contrario, se trata de una observación de
profundo contenido. Solo una concepción ingenua del significado
atiende a las palabras y oraciones de manera aislada y sin relación
alguna con sus usos en circunstancias, contextos y situaciones
particulares. El concepto de forma de vida y la noción de juego de
lenguaje forman un sistema con lo que Wittgenstein llama concordancia
y que él considera “lo dado”: “lo dado para el individuo es el marco
conceptual en el que él es colocado desde el inicio y que es
naturalmente un producto social […] no es una creación subjetiva, sino
social e histórica” (Tomasini, 2005: 19-20).
2. Las teorías de la argumentación de Perelman y Toulmin
A inicios de la segunda mitad del siglo XX, las teorías de la
argumentación de Ch. Perelman, L. Olbrechts-Tyteca y S. Toulmin
intentaron responder desde el derecho a la crisis de la racionalidad que
la Segunda Guerra Mundial había llevado a sus límites (Piacenza, 1998:
17; Van Eemeren-Grootendorst, 2004: 127-128). Después de los
campos de concentración nazis y las bombas atómicas, las tradiciones
francesa e inglesa intentaron proveer una concepción de la racionalidad
basada en la argumentación y las instituciones democráticas (Van
Eemeren-Grootendorst, 2004: 45; Martínez, 2003).
Derecho, moral y política se entrelazan en las teorías de la
argumentación jurídica contemporánea, puesto que en ellas se intenta
142
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
ofrecer una descripción y fundamentación de los procedimientos
discursivos utilizados para resolver conflictos en el marco de la vida
pacífica en una sociedad democráticamente organizada (Aarnio, 2000:
69-70). En este sentido, una democracia implica una concepción de
racionalidad discursiva, puesto que se compone de procedimientos
abiertos a la discusión, toma de decisiones políticas, razonamiento
jurídico, etc. En las teorías de la argumentación, “se puede ver qué tan
unidos se encuentran la democracia, la política, la moral y el
razonamiento jurídico. Los tres últimos son casos especiales del
razonamiento práctico, siguiendo un determinado modelo de
racionalidad. Una democracia formal que funcione bien es una
precondición para el discurso racional en la sociedad. Solo se puede
realizar la democracia real si los discursos político, moral y jurídico
satisfacen un criterio mínimo de racionalidad. Este es el reto de la teoría
del razonamiento práctico” (Aarnio: 2000, 79).
A partir de finales del siglo XIX e inicios del XX, se empiezan a
establecer los fundamentos para la rehabilitación de la teoría de la
argumentación. Sin embargo, el resurgimiento de la investigación sobre
la argumentación está estrechamente relacionado con las circunstancias
políticas y sociales posteriores al fin de las guerras mundiales, cuando la
crisis de posguerra condujo a una revalorización del razonamiento
práctico y a una profunda desconfianza frente a la racionalidad lógica e
instrumental. El desarrollo de sociedades democráticas, intensas y
progresivamente intercomunicadas en lo informativo, lo político y lo
económico hizo despertar en ellas la necesidad y el interés por el
razonamiento práctico, la argumentación y la persuasión a través del
lenguaje y la comunicación razonable (Perelman-Olbrechts, 1989: 7-8).
3. Los usos de la argumentación y la racionalidad de los campos de
discusión
En 1958 Stephen Toulmin publicó The Uses of Argument. Este trabajo
fue recibido elogiosamente por los comunicadores y estudiosos de la
argumentación en los Estados Unidos; quizá por ello Toulmin viajó a
ese país en 1959. Su docencia universitaria continuó en numerosas
universidades, incluidas las universidades de Chicago, Columbia,
Stanford y California. En 1972 escribió La comprensión humana. Un
143
Julián Fernando Trujillo
año después, en coautoría con Allan Janik, se publicó La Viena de
Wittgenstein. Finalmente, en colaboración con Richard Rieke y Allan
Janik, se publicó An Introduction to Reasoning en 1979.
Aunque The Uses of Argument fue una obra bastante criticada por los
filósofos y científicos, su trabajo influenció el desarrollo de la
investigación sobre el lenguaje y la argumentación en diversas
disciplinas. Stephen Toulmin es, junto con Chaim Perelman y Lucie
Olbrechts-Tyteca, uno de los autores más destacados en la
consolidación de un paradigma teórico conceptual sobre la
argumentación en lengua natural en el siglo XX.
Toulmin considera que el análisis lógico formal es incapaz de describir
cómo funcionan la argumentación y la discusión crítica en el marco de
las interacciones comunicativas cotidianas. Su modelo para comprender
el paradigma retórico-dialéctico que sirve de fundamento a la
argumentación y la discusión nos presenta un esquema genérico del
razonamiento con seis elementos. El primer elemento es la demanda o
conclusión (C) que alguien intenta justificar con una argumentación en
el marco de una discusión. El segundo elemento son los fundamentos
(G), que funcionan como la premisa menor o los datos de partida que
sirven de base o soporte inicial para la argumentación. El tercer
elemento es la autorización o garantía (W) que determina si la demanda
es o no legítima, si es plausible o infundada, y que funciona como una
regla general o premisa mayor. El cuarto elemento son los respaldos (B)
que sirven de apoyo a las garantías; funcionan como reglas, leyes,
fórmulas o principios que les dan solidez o sirven de soporte al garante.
La distinción entre W y B es problemática y difícil de establecer en
casos concretos. Las garantías relevantes para autorizar argumentos en
campos diferentes de razonamiento requieren tipos diferentes de apoyo
o respaldo. En el campo jurídico, por ejemplo, se debe haber legislado y
deben existir documentos que sean legales, vigentes y válidos; en la
ciencia, las leyes científicas deben ser comprobadas o falsadas; y así
según el campo.
Los calificadores modales o modalizadores (Q) son el quinto elemento.
Indican la fuerza ilocutiva que modaliza el tránsito de los datos a la
conclusión. No todos los argumentos apoyan sus demandas o
144
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
conclusiones (C) con el mismo grado de certeza. Algunas garantías
llevan necesariamente a la conclusión propuesta; otras lo hacen
frecuentemente, pero no totalmente; otras lo hacen probablemente, o
posiblemente; etc. El sexto elemento de la argumentación son las
refutaciones, reservas o críticas (R), es decir, el conjunto de posibles
objeciones, restricciones, ajustes y contraejemplos que debilitan o
colocan en duda el paso de la argumentación a la conclusión propuesta
(C).
El modelo de la argumentación presentado por Stephen Toulmin
constituye una crítica a la inferencia deductiva que caracteriza el
enfoque analítico de la lógica formal. Se trata de una propuesta que abre
la posibilidad para una nueva concepción del razonamiento práctico, en
el que la argumentación y la discusión crítica permiten la búsqueda de
un acuerdo razonable que parte de ciertos datos (G), las autorizaciones y
soportes que los fundamentan y las garantías y conclusiones que se
pueden discutir. Esta discusión permanente es la responsable de los
cambios y transformaciones teóricas y conceptuales que determinan los
modos de ver e interpretar el mundo en una sociedad abierta. Los
cambios de imagen del mundo ocurren como resultado de “cambios de
paradigma” que intentan resolver las anomalías y críticas a los
argumentos y sistemas de creencia tradicionales. Las imágenes de
mundo se desarrollan mediante un proceso de persuasión que apela a
una serie de argumentos que se examinan críticamente en el marco de
una discusión inconclusa e inacabada.
Para Toulmin, la función argumentativa del lenguaje y la acción de
argumentar colocan de presente la racionalidad humana. Participar en
una interacción comunicativa en la que se plantean y critican
argumentos con un propósito definido es un rasgo característico de los
seres humanos y lo razonable se evidencia en la capacidad para atender
los argumentos de la parte contraria y evaluar con criterio la fuerza de
una argumentación. Plantear pretensiones, someterlas a debate, ofrecer
razones y datos para respaldarlas, objetar y refutar esas críticas, etc., es
la actividad característica de los seres humanos. El razonamiento es la
actividad central del pensamiento. Pero se trata de una interacción social
y dialógica. Consiste en usar símbolos para presentar nuestras razones y
sostener o criticar una interpretación, una concepción o un
145
Julián Fernando Trujillo
planteamiento en el marco de la comunicación humana. Un argumento
es una secuencia de símbolos —un segmento de razonamiento que va
desde los datos de partida hasta la conclusión, encadenando razones y
objeciones— que establecen el contenido y la fuerza de la tesis que
presentamos para el asentimiento de un auditorio.
En una interacción comunicativa en la que surgen el desacuerdo y la
discusión, siempre es posible contemplar críticas, objeciones o
refutaciones que obligan a reconsiderar el modalizador que afecta la
conclusión y ofrecer una fundamentación adicional. Para Toulmin, la
argumentación es una actividad compleja que comprende varias
premisas, vinculadas entre sí y de forma modalizada con una
conclusión, toda vez que se contemplan unas posibles refutaciones, se
aportan pruebas adicionales y todo ello se inscribe en el contexto
dialógico de una interacción comunicativa inacabada. Por ello resulta
pertinente analizar lo que sucede entre los datos de partida y la
conclusión, las clases de garantes y respaldos que apoyan los datos, los
tipos de calificadores modales que alteran la conclusión, las críticas y
posibles refutaciones con las que estos se relacionan, los rituales del
habla y los procedimientos de discusión.
Toulmin concibió su teoría de la argumentación desde el horizonte de
preocupaciones epistemológicas concretas, tratando de responder al
papel de la argumentación no formal y su valor cognitivo en las
discusiones en ciertos campos institucionalmente constituidos. La
noción de “campo argumentativo” constituye la diferencia específica en
la teoría de la argumentación de Toulmin y el punto más polémico e
interesante de su propuesta. Las garantías o los garantes de una
argumentación dependen del campo argumentativo en el que se inscribe
la discusión. Cada campo configura una serie de juegos de lenguaje y
unas formas de vida que determinan los límites y alcances de las
garantías, su contenido sustancial y sus posibles usos. Aun cuando la
estructura formal de un raciocinio sea lógicamente correcta y aceptable,
su fuerza persuasiva no depende de su validez formal. El razonamiento
y la argumentación son solo elementos de una empresa racional más
amplia, bien sea la ciencia, la filosofía, el derecho, el arte, etc.; por
consiguiente, los argumentos prácticos encuentran su sentido y función
en el contexto de las actividades humanas o formas de vida en las que se
146
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
insertan. Un argumento tiene fuerza si se presenta al auditorio apropiado
en el campo adecuado y en el momento oportuno.
Toulmin reconoce cinco campos básicos: el jurídico, el empresarial, el
científico, el ético y el estético. De aquí que su modelo de la
argumentación no sea un esquema puramente abstracto o formal que
aplicamos como una herramienta para escribir o interpretar textos y
discursos argumentativos. Las características de los elementos que lo
componen dependen del contexto de uso y de la comunidad epistémica
que los considera relevantes y aceptables. Los grados de formalización
que se exigen en la estética o la política no son los mismos que en la
matemática o la física; los grados de precisión son relativos a ciertos
campos y no le exigimos la misma precisión a un artista que a un
científico; los modos de resolución dependen de los objetivos de cada
campo; la verdad es una meta en la ciencia, aunque no en el arte; y lo
bueno y lo justo son una meta en la ética, la política y el derecho,
aunque no en la pintura y la literatura. Así pues, en algunos campos la
meta es lograr el consenso, pero en otras se busca conservar el disenso y
la crítica. Por ello, Toulmin habla de argumentos normales y críticos.
Los primeros usan las garantías y en los segundos se evalúan. Los
argumentos normales aplican los paradigmas, mientras que los críticos
los justifican o discuten. En últimas, todo campo, cada comunidad y las
instituciones que la configuran establecen las condiciones de validez y
legitimidad de una argumentación.
Toulmin no se dispersa en un análisis exhaustivo para describir y
clasificar todas las operaciones argumentativas que usamos en el campo
filosófico, el jurídico y el de las ciencias sociales. Propone como punto
de partida el razonamiento jurídico y el proceso judicial como un
modelo de razonamiento práctico a partir del cual podemos comprender
las argumentaciones en general y evaluar su adecuación a los contextos
donde funcionan, con base en un esquema mínimo. Su punto de vista es
el de la lógica práctica, operativa o aplicada. Según Toulmin, la relación
entre lógica y jurisprudencia permite comprender el valor de la función
crítica de la racionalidad humana. “Tomemos como modelo la disciplina
propia de la jurisprudencia. La lógica, podríamos decir, es una
jurisprudencia generalizada. Los argumentos pueden compararse con las
demandas judiciales y las afirmaciones que se realizan y argumentan en
147
Julián Fernando Trujillo
contextos extra-legales con afirmaciones hechas ante los tribunales”
(2007: 24).
En línea con el racionalismo crítico, Toulmin considera que la lógica de
la investigación científica y filosófica debe permitirnos demarcar los
diferentes campos de la argumentación y determinar cuáles son los
criterios para identificar una argumentación verosímil o
aproximadamente verdadera. Un buen argumento es aquel que supera
las objeciones con mayor fortaleza y a favor del cual se puede ofrecer
una fundamentación que satisfaga las condiciones de validez y
adecuación exigidos o requeridos para ser considerado como
convincente: “Un argumento sólido, una afirmación bien fundamentada
y firmemente respaldada es el que resiste la crítica, aquel para el que se
puede presentar un caso que se aproxime al nivel requerido, si es que ha
de merecer un veredicto favorable. Cuántos términos encuentran aquí su
extensión natural. Surge incluso la tentación de añadir que las
pretensiones extra-judiciales deben ser justificadas no ante los jueces de
su majestad, sino ante ‘el tribunal de la razón’” (Toulmin, 2007: 25).
En efecto, Toulmin titula expresamente su obra sobre la teoría de la
argumentación Los usos de la argumentación, en evidente alusión a la
teoría del significado del segundo Wittgenstein. En las conclusiones de
su obra, cita a Wittgenstein para enfatizar que su teoría de la
argumentación es un intento por ordenar y esclarecer conceptos
(Toulmin, 2007: 319, 233). En sus artículos Ludwig Wittgenstein (1969)
y Del análisis a la historia conceptual (1981), somete a valoración los
aportes filosóficos de Wittgenstein. Recordemos que su disertación
doctoral de 1948, El puesto de la Razón en la Ética, es una aplicación
de las teorías de Wittgenstein en el análisis de los argumentos éticos. En
el capítulo 6 de este trabajo, Toulmin emprende un estudio de los
diferentes usos del razonamiento en el campo de la filosofía práctica al
estilo del segundo Wittgenstein y discute la teoría figurativa del
Tractatus.
Para Toulmin, el tratamiento de los problemas éticos por parte de
Wittgenstein fue insuficiente, fue poco explícito y se vio afectado por su
drama existencial y compleja personalidad. Toulmin insiste en que, al
observar el tratamiento que Wittgenstein les da a las cuestiones morales,
148
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
encontramos que “tenía una actitud muy diferente hacia las cuestiones
morales cuando las afrontaba en su vida que hacia las cuestiones
filosóficas que encontraba en el debate intelectual” (Atienza y Jiménez,
1993: 345). Toulmin considera que, desde cierto punto de vista,
Wittgenstein aparece como una personalidad escindida, escéptica y
desgarrada semejante a Pascal: “Wittgenstein, como ser humano,
intelectualmente era una persona de talento extraordinario, de una
extraordinaria capacidad, y de una extraordinaria sensibilidad y
perceptividad, pero cuando aborda asuntos morales encontramos algo de
la misma clase de oscura autoduda y autocrítica y, sobre todo,
autocondenación que encontramos en Pascal” (Atienza y Jiménez, 1993:
345).
Aunque Toulmin toma cierta distancia crítica, la influencia de
Wittgenstein en él fue explícita y directa. Fue directa puesto que fue
alumno de Wittgenstein y asistió a sus clases en Cambridge: “Aquellos
de nosotros que asistimos —dice Toulmin en su trabajo La Viena de
Wittgenstein— durante la Segunda Guerra Mundial o durante sus dos
últimos años de enseñanza, en 1946 y 1947, mirábamos aun sus ideas,
sus métodos de tratar los temas y los mismos tópicos que discutía, como
algo totalmente original y peculiarmente suyo” (Toulmin y Janik, 2001:
23).
Toulmin explícitamente reconoció en diversas oportunidades el influjo
de Wittgenstein en su vida y en su obra. En una conversación con Amy
Lifson, Toulmin se detiene a evaluar las enseñanzas de Wittgenstein y
su importancia en la filosofía del siglo XX, pero es quizá en la
entrevista con Gary Olson en la que es más directo, puesto que, frente a
la pregunta sobre cuál ha sido la mayor influencia intelectual en su vida,
nos dice que “obviamente Wittgenstein” y que ciertamente la filosofía
de este filósofo fue “supremamente influyente para mí” (tremendously
influential on me) (Olson, 2006).
Sin embargo, no puedo decir que Toulmin fue un wittgensteiniano o que
practicó la filosofía acorde a las sugerencias de Wittgenstein. Por el
contrario, elaboró una teoría de la argumentación en la cual pretendía
explicitar el modelo general subyacente a todo tipo de juego de lenguaje
argumentativo. Toulmin da a entender que Wittgenstein no había sido
149
Julián Fernando Trujillo
comprendido por sus alumnos de Cambridge y que, aunque él fue su
alumno, jamás lo idealizó. Precisamente el trabajo de Toulmin con Janik
pretendía situar a Wittgenstein en su contexto histórico y social como
una estrategia para ampliar la comprensión sobre ese filósofo desde una
perspectiva cultural más completa e integral. Esta obra intenta mostrar
la relación de Wittgenstein y su filosofía con las formas de vida y los
juegos de lenguaje propios del arte, la ciencia y la cultura de Viena
(Toulmin y Janik, 2001: 7-37). Toulmin sostiene que, además de la
incomprensión, Wittgenstein fue ignorado por muchos de sus
estudiantes y colegas en sus denuncias y exigencias con respecto a la
filosofía: “En el mejor de los casos las considerábamos divertimentos;
en el peor se nos antojaba a veces una manifestación más de la
arrogancia intelectual” (Toulmin y Janik, 2001: 24).
La investigación de carácter sociohistórico, tal y como se propone en La
comprensión humana y que se lleva a cabo en La Viena de Wittgenstein,
se combina con su insistencia en que Wittgenstein jamás planteó la
cuestión del cambio histórico y que nunca se formuló el problema del
significado de la historia y la historicidad de los conceptos: “Hay una
cosa que nunca me gustó en Wittgenstein y es que éste nunca entendiera
en profundidad el significado de la historia. A mi juicio, no puede darse
cuenta de la racionalidad si no se atiende a la forma en que nuestros
modos de pensamiento y acción cambian históricamente” (AtienzaJiménez, 1993: 347).
El punto de partida de Toulmin es una crítica a la racionalidad clásica y
un llamado de atención sobre la insuficiencia de la lógica formal
deductiva. Pretende ofrecer un modelo para abordar no solo el campo
del derecho y la razón práctica, sino toda argumentación en general.
Toulmin no explota en profundidad el papel del auditorio en el uso
argumentativo del lenguaje y otorga poca importancia a los juicios de
valor, fundamentales para el discurso jurídico y el razonamiento
práctico en general. Aunque su insistencia en que las pretensiones de
nuestras argumentaciones deben ser justificadas no ante los jueces de su
majestad, sino ante “el tribunal de la razón”, apuntan hacia la
comprensión del carácter dialógico del discurso argumentativo y la
relevancia del auditorio, entendido como evaluador último de la
razonabilidad del discurso.
150
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
En ese sentido se sitúa la noción de “campo argumentativo” o “foro de
discusión” que Toulmin introduce en su teoría de la argumentación. Una
cosa es el esquema general del uso argumentativo del lenguaje y otra
diferente son las reglas especiales que exige cada campo concreto
(Atienza, 1993: 102). Las empresas con pretensiones de racionalidad
configuran campos como el derecho, las artes, las ciencias, los negocios,
la filosofía moral, etc. Estos son campos argumentativos
institucionalizados que se entremezclan, pero cuyas reglas varían de uno
a otro, aunque comparten parecidos de familia. En cada campo, la
corrección varía y los criterios para determinar qué es un argumento
bueno también varían. No exigimos la misma precisión a un matemático
que a un político. La argumentación varía sus reglas, garantes y
pretensiones de un foro de discusión a otro (Toulmin, Rieke y Janik,
1978).
Hay un consenso general sobre la tarea fundamental de una teoría de la
argumentación: agudizar nuestra comprensión de la interacción
argumentativa, clasificar los argumentos y evaluar su corrección o
incorrección. La lógica se ocupó de distinguir entre razonamientos
válidos e inválidos mediante la definición de criterios claros,
reconocibles y precisos, pero sus alcances y limitaciones son cada vez
más evidentes. Resulta difícil sostener que la lógica formal clásica de
primer orden sea el único modelo para analizar los argumentos, y es
muy discutible la creencia en que los sistemas formales verifuncionales
bivalentes, multivalentes o modales sean la clave para evaluar y
esclarecer todos los usos argumentativos del lenguaje en el marco del
razonamiento práctico y la comunicación humana. Es en este punto de
inflexión en el que la teoría de la argumentación de Toulmin, al igual
que la de Perelman-Olbrechts, permanece vigente, puesto que aporta
mucho a la discusión sobre los usos de la argumentación y sus juegos de
lenguaje.
4. Perelman y Olbrechts-Tyteca: los juegos argumentativos y el
auditorio razonable
Chaim Perelman nació en Varsovia, Polonia, en 1912. Muy joven se
trasladó a Bélgica. Allí estudió Filosofía y Derecho en la Universidad
151
Julián Fernando Trujillo
Libre de Bruselas, donde también fue profesor más adelante. Su trabajo
de doctorado fue sobre la lógica de Gottlob Frege (1938), aunque desde
1936 investigaba ya sobre las paradojas lógicas y el análisis lógico de
los juicios de valor. Llegó a la conclusión de que los juicios de valor no
pueden fundamentarse sobre observaciones empíricas, ni sobre
intuiciones o evidencias lógico-matemáticas (Perelman, 2002: 8-10;
Perelman, 1952: 121; Vega Reñon, 2003: 147; Piacenza, 1998: 16-17).
Perelman se preocupó especialmente por el problema de la
fundamentación de los juicios de valor no instrumentales. Por una parte,
el sistema jurídico de los nazis constituía una muestra de una
racionalidad instrumental exagerada en función de fines completamente
irracionales y, por otra, el positivismo lógico establecía una distinción
radical entre el conocimiento científico y el razonamiento práctico no
técnico, que quedaba entonces sometido al ámbito de las emociones y la
arbitrariedad. Perelman está de acuerdo con la tradición que desde
Aristóteles considera a la racionalidad como una característica
específica de los seres humanos (Perelman, RF en CA, 1970: 224), pero
cree que es en el lenguaje natural de una comunidad donde los modos
de vida y las imágenes del mundo se manifiestan (Perelman, RF en CA,
1970: 221-222), y que las insuficiencias de la lógica deben
complementarse con los aportes de la retórica y la dialéctica. La teoría
de la argumentación que llama la atención sobre el uso argumentativo
de la razón permite mostrar que los ataques contra el racionalismo
estrecho, que no reconoce más que las pruebas analíticas, no son válidos
con respecto a una razonabilidad basada en pruebas dialécticas o
retóricas (Perelman, 1963: 101).
En su Estudio sobre la Justicia de 1945, llega a decir que no hay un
patrón objetivo de racionalidad, puesto que los juicios de valor expresan
la carga subjetiva de quien los afirma. Los principios básicos de
cualquier sistema normativo son arbitrarios. Para Perelman no hay valor
que no sea lógicamente arbitrario o imposible de verificación empírica.
En Retórica y Filosofía afirma que, puesto que no hay reglas
susceptibles de proporcionar una solución definitiva al problema de la
buena elección, cada elección constituye un riesgo, una opción que
afecta la responsabilidad del hombre que ha optado.
152
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
Sin embargo, Perelman no se resignó con esta conclusión. Desde los
años 40 se dedicó a conjugar en su análisis la filosofía del lenguaje
ordinario y el positivismo lógico, como base para construir una teoría de
la argumentación que, además de la comprobación empírica y la
deducción lógica, dé cuenta de todas las formas de argumentación y
fundamentación racional que caracterizan las ciencias sociales y las
humanidades y permiten justificar un uso práctico de la razón: “La
publicación de un tratado dedicado a la argumentación y su vinculación
a una antigua tradición, la de la retórica y la dialéctica griegas,
constituyen una ruptura con la concepción de la razón y del
razonamiento que tuvo su origen en Descartes y que ha marcado con su
sello la filosofía occidental en los tres últimos siglos” (PerelmanOlbrechts, 1989: 30).
Una teoría de la argumentación puede elaborarse como una teoría
psicológica. Desde esta perspectiva, pueden estudiarse los efectos y
emociones que entran en juego en el uso y función de los argumentos.
Perelman rechaza expresamente esta posibilidad (Perelman-Olbrechts,
1989). Su enfoque es declaradamente analítico. Pretende que su teoría
de la argumentación es un complemento de la lógica formal; “la nueva
retórica no pretende desplazar o reemplazar a la lógica formal, sino
añadir a ella un campo de razonamiento que, hasta ahora, ha escapado a
todos los esfuerzos de racionalización, esto es, el razonamiento
práctico” (Perelman-Olbrechts, 1989: 31; Perelman, 1971). Este
positivismo retórico que sugiere Perelman como el enfoque desde el que
debe entenderse su teoría de la argumentación o nueva retórica se apoya
en dos razones básicas. El análisis lógico de las distintas formas de
argumentar debe preceder a cualquier estudio psicológico de sus
efectos. Investigar la efectividad de los distintos tipos de argumentos
presupone conocer antes estos tipos de argumentos y las diferentes
formas de argumentar. Por otra parte, las investigaciones psicológicas
no pueden expresar nada sobre el valor de las distintas argumentaciones.
Ellas mismas son objeto de una valoración metódica. Ambas razones
permiten entender el aspecto analítico y normativo de la teoría
perelmaniana, aun cuando hay seguidores de Perelman que defienden el
carácter puramente descriptivo que esta teoría detenta (Alexy, 1997).
153
Julián Fernando Trujillo
Según Perelman (1989; 2000), la nueva retórica pretende ser una
reivindicación de la retórica antigua, el arte de persuadir por medio de la
palabra, y en ese sentido se la puede considerar como un
neoaristotelismo. Por otra parte, pretende mostrar que las figuras de
estilo constituyen juegos de lenguaje que, cuando se estudian en vivo,
atendiendo a sus aplicaciones concretas en el discurso, no son simples
adornos persuasivos, sino razonamientos retórico-dialécticos que
orientan la toma de decisiones, producen transformaciones de diversa
índole en los interlocutores, intentan fijar creencias y afectan los marcos
de acción en las situaciones concretas. Esta retórica es nueva porque
introduce elementos no contenidos en la retórica antigua, ya que abarca
el campo del discurso oral y escrito, mientras que la antigua se
circunscribía a la palabra hablada; la nueva retórica no se circunscribe a
los auditorios reunidos en una plaza pública, sino que se ocupa de todos
los juegos de lenguaje con los que se busca persuadir, disuadir o
convencer, cualquiera sea el auditorio al cual se dirige y cualquiera sea
la materia sobre la cual versa, e incluso examina los argumentos que
uno se dirige a sí mismo cuando delibera íntimamente. La nueva
retórica reconoce el papel fundamental de lo cómico de la
argumentación e introduce conceptos nuevos, como el de “auditorio
universal”. Es un aspecto fundamental para entender la racionalidad.
Chaim Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca señalaron algunos de los
problemas y limitaciones de la racionalidad clásica, tal y como la habían
concebido racionalistas de la talla de Descartes, Kant y los positivistas
lógicos del Círculo de Viena. Encontraron que, en el ámbito de la
argumentación, es decir, cuando surgen posiciones o puntos de vista
divergentes, como es el caso en el terreno de los valores, no es posible
distinguir de manera “clara y distinta” lo importante de lo que no lo es,
lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo bello y lo que no es bello.
Los juicios de valor no pueden ser verificados empíricamente ni mucho
menos expresados en términos de la lógica matemática; sin embargo,
son el único mecanismo que tiene el hombre para formular su posición
en una controversia y tratar de llegar a acuerdos razonables, que le
permitan una justificación a sus interpretaciones, preferencias y
decisiones. “La naturaleza misma de la deliberación y de la
argumentación se opone a la necesidad y la evidencia, pues no se
154
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
delibera en los casos en que la solución es necesaria ni se argumenta
contra la evidencia” (Perelman-Olbrechts, 1989: 30).
Estas reflexiones los condujeron a la tradición retórica de comunicación
crítica y argumentación iniciada en la antigua Grecia, donde se había
desarrollado una técnica del discurso persuasivo y la elocuencia, la
técnica por excelencia para obrar sobre otros hombres por medio del
logos; los antiguos la llamaron retórica o arte de persuadir por medio del
discurso. Así como Dupréel (1948) revindica a Protágoras y Gorgias,
Perelman opone la racionalidad de Parménides a lo razonable de los
maestros de retórica. Parménides, al presentar la oposición entre la vía
de la verdad y las sendas de la opinión, inauguró una dicotomía
excluyente que atraviesa el pensamiento occidental. Platón excluyó a
poetas y sofistas como artífices de persuasión y creadores de juegos de
lenguaje ajenos a la verdad divina e inmutable. Aristóteles, preocupado
por la vida práctica, fue más equilibrado, e insistió en que no son los
mismos métodos ni los mismos tipos de pruebas los que utilizamos en
todos los dominios. Las demostraciones matemáticas y los
razonamientos prácticos son diferentes (Perelman, IR, 202).
El intento por eliminar toda discusión e incoherencia en las opiniones
del sentido común y dudar de todo lo que no pueda ser expresado de
manera clara y distinta en un lenguaje analítico preciso y exacto
conduce sin duda a raciocinios con conclusiones racionales, pero no
razonables (Perelman, RR, 1979: 223). Al estar todo sujeto a
controversia, ya que siempre es posible defender el pro y el contra de
cualquier cosa, es preciso otorgar la preeminencia al retórico, maestro
de opinión y verosimilitud (Perelman, IR, 201; 2002: 189). Es gracias a
los razonamientos retóricos y dialécticos que podemos influir en el
juicio y orientarlo hacia la razonable. Lo razonable caracteriza a las
decisiones, el hecho de que sean evaluadas como correctas o
incorrectas. Es la dimensión en la cual se fundamenta la vida práctica:
“Precisamente porque el dominio de la acción es el de lo contingente,
que no pude ser regido por verdades científicas, es por lo que el papel
de los razonamientos dialécticos y los discursos retóricos es inevitable
para introducir alguna racionalidad en el ejercicio de la voluntad
individual y colectiva” (IR, 202; 2002: 191).
155
Julián Fernando Trujillo
La inadecuación de la lógica de la demostración al campo de los valores
condujo a Perelman a retomar los estudios clásicos. En efecto,
Aristóteles había establecido una distinción entre la lógica como ciencia
de la demostración y la dialéctica o retórica como ciencias de lo
probable, esto es, como teorías de la argumentación. La teoría de la
argumentación liga la retórica a la filosofía y la dialéctica, en tanto que
se ocupan de cuestiones abiertas y contingentes sobre las que no es
posible una demostración: “el dominio por excelencia de la
argumentación, de la dialéctica y de la retórica, es aquel en el que
intervienen valores” (Perelman, 2000: 197).
Perelman reivindica así la tradición aristotélica que sitúa la retórica y la
dialéctica dentro del marco del razonamiento práctico, toda vez que la
ética, la política o el derecho se basan en los juicios de valor. El estudio
emprendido por Perelman sobre los juicios de valor le permitió
reencontrar en los juegos de lenguaje de la retórica y la dialéctica
antiguos artes de persuadir y discutir, una salida a las paradojas de la
racionalidad positivista: “constatamos que en los dominios donde se
trata de establecer lo que es preferible, lo que es aceptable y razonable,
los razonamientos no son ni deducciones formalmente correctas ni
inducciones que van de lo particular a lo general, sino argumentaciones
de toda especie que pretenden ganar la adhesión de los espíritus a las
tesis que se presentan a su asentimiento” (Perelman, 2000: 10). Para
Perelman, tanto la argumentación filosófica como la argumentación
jurídica son aplicaciones de la teoría general de la argumentación a
campos específicos de investigación. La teoría de la argumentación
aparece entonces como una teoría general del discurso y la
comunicación persuasiva (Perelman, 2000: 198-199).
La teoría de la argumentación de Perelman y Olbrechts se presenta
entonces como una disciplina que estudia las técnicas y procedimientos
discursivos que caracterizan los juegos de lenguaje propios de la
comunicación retórica y, en este sentido, hace propuestas explicativas e
interpretativas. No es una disciplina normativa; tampoco da normas para
argumentar mejor. Es una teoría fundamentalmente descriptiva, es decir,
trata de describir los mecanismos argumentativos y las técnicas que
efectivamente usamos en la comunicación cotidiana. Un argumento es
una técnica discursiva que usa un argumentador (orador) para lograr la
156
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
adhesión de un público (auditorio) a las tesis que el argumentador
plantea para su aceptación.
La adhesión es lo que se busca obtener del auditorio. Puede ser positiva
(persuasión) o negativa (disuasión). Podemos decir con Perelman y
Olbrechts que la argumentación es el conjunto de técnicas discursivas
que tratan de provocar o acrecentar la adhesión de los auditorios a las
tesis que presentamos para su asentimiento (Perelman y Olbrechts,
1989: 34; Perelman, 1970: 13). Toda argumentación se desarrolla en
función de un determinado auditorio, de la adhesión que estos prestan a
las interpretaciones que se presentan como tesis o conclusiones. Por esto
es importante insistir en que la nueva retórica estudia las técnicas
discursivas de persuasión. Otras técnicas que no son discursivas no
interesan a la argumentación, tales como una caricia, un golpe, un
revólver, un secuestro, una bomba, etc. Solo lo atinente a la discusión
crítica y la comunicación lingüística dentro del marco de las
instituciones democráticas es objeto de interés para la nueva retórica.
Perelman parte de sus investigaciones sobre la justicia, puesto que
constata los límites de la lógica formal y el positivismo jurídico a la
hora de explicar la racionalidad de las normas jurídicas y morales. Una
teoría de la argumentación jurídica, en tanto aplicación de la teoría
general de la argumentación al campo del derecho, pretende ofrecer un
marco para comprender, explicar y describir cómo razonamos al actuar
y tomar decisiones. La rehabilitación del derecho como dimensión
fundamental para establecer penas y castigos, ordenar la vida social y
tomar decisiones constituyó el rasgo característico de la posguerra. Este
hecho histórico generó las condiciones ideales para una discusión
fructífera sobre los conceptos fundamentales del derecho y su propia
fundamentación racional. En el marco de la discusión sobre la
racionalidad del derecho en particular y la racionalidad práctica en
general, la obra tardía de Wittgenstein se convirtió en un aporte
esclarecedor. Para Wittgenstein, el hombre razonable no duda de ciertas
cosas (SC, 261; Perelman, RR, 223). Incluso, Perelman afirma que fue
Wittgenstein, junto con Lichtenberg, quien habló sobre lo razonable
[Vernünftig], en contraste con la tradición alemana moderna, que habla
de lo racional (Perelman, RR, 219).
157
Julián Fernando Trujillo
Ya en el Tratado de la argumentación (1958), Perelman y Olbrechts
refieren en su bibliografía las Investigaciones filosóficas de
Wittgenstein. Allí estos autores retoman a Wittgenstein al estudiar las
formas verbales y las modalidades en la expresión del pensamiento,
específicamente en el tránsito de la interrogación a la aseveración. En
este mismo trabajo, Perelman y Olbrechts se apoyan en Wittgenstein a
la hora de estudiar y describir las técnicas argumentativas. La
“conciencia verbal” se evidencia en la reflexión que pretende esclarecer
los diferentes usos del lenguaje, especialmente en los juegos de lenguaje
propios de la argumentación. Incluso cuando Perelman aborda la
analogía como técnica argumentativa, ilustra su uso mediante una crítica
de Moore a una analogía propuesta por Wittgenstein.
Mientras Wittgenstein había hablado de infinitos juegos de lenguaje, e
insistía que muchos juegos de lenguaje nuevos aparecen y otros viejos
desaparecen, Perelman pretende describir los juegos de lenguaje que
caracterizan a la argumentación jurídica en cinco categorías
fundamentales basadas en las operaciones básicas de la asociación y la
disociación: premisas, los argumentos cuasilógicos, los argumentos
basados en la estructura de la realidad, los argumentos que fundamentan
la estructura de lo real y la disociación de las nociones (Perelman, 1989;
Van Eeemeren-Grootendorst, 2004: 49; Atienza, 1993: 50-60; Garssen,
2007: 17, 23-24).
En este punto, Perelman adhiere a la tradición analítica de Austin-Searle
más que a la de Wittgenstein. Austin consideró que hablar de
“innumerables usos del lenguaje” es una exageración desesperada:
Ciertamente hay una gran cantidad de usos del lenguaje.
Es más bien una pena el que la gente tienda a invocar un
nuevo uso del lenguaje siempre que se sienten inclinados
a hacerlo, para que les ayude a salir de este, de aquel o
del otro bien conocido enredo filosófico; necesitamos
más de un entramado en el que discutir estos usos del
lenguaje; y también creo que no deberíamos
desesperarnos tan fácilmente y hablar, como tiende a
hacer la gente, de los infinitos usos del lenguaje. Los
filósofos hacen esto cuando han enumerado tantos como,
158
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
digamos, diecisiete; pero incluso si hubiese unos diez mil
usos del lenguaje, seguro que podríamos enumerarlos
todos con tiempo. Esto, después de todo, no es mayor
que el número de especies de escarabajo que los
entomólogos se han tomado la molestia de enumerar.
(Austin, 1975: 218)
Searle (1969; 1979), por su parte, reelaboró la teoría de los actos de
habla de Austin y propuso una clasificación de los tipos de actos de
habla en cinco categorías, identificando además una serie de principios
y reglas constitutivas y normativas para su realización exitosa.
En contraste con esta línea de investigación, Wittgenstein (1988)
adelantó una reflexión crítica que intentaba mostrar la imposibilidad de
desarrollar un modelo simple que pudiera describir adecuadamente el
lenguaje y la comunicación humana. Aunque Perelman no reduce los
usos argumentativos a un modelo general único y conserva la
multiplicidad de juegos argumentativos, sugiere una clasificación en
tipos de esquemas y premisas, pero no se focaliza en los campos de
discusión o en los foros donde el discurso argumentativo se sitúa; por el
contrario, se concentra en el auditorio universal como fundamento de lo
razonable (Perelman, 1970, RF en CA, 222-223, 224-225; Van
Eeemeren y Grootendorst, 2004: 47). Así, Perelman se distancia del
estilo de Wittgenstein, ya que no abandona la generalización y la
búsqueda de una teoría general, y está muy interesado en desarrollar una
nueva concepción de lo racional como complementariedad entre lo
racional y lo razonable que, sin embargo, permanezca ligada al
racionalismo clásico (Perelman, RF, 1970: 13, 21-23; Perelman, BR,
1952: 120).
La teoría de la argumentación de Perelman establece una concepción de
la racionalidad en la que el concepto de auditorio juega un rol
fundamental. Cualquiera que argumenta a favor o en contra de una
postura siempre dirige su argumentación hacia una audiencia
determinada, real o imaginaria (Perelman, 1989: 71ss; Perelman, RF en
CA, 1970: 225-226; Perelman, PF, 1952: 126-128; Aarnio, RR, 1991:
280). La argumentación es, desde esta perspectiva, un diálogo, un
proceso discursivo que se inscribe en el contexto de una interacción
159
Julián Fernando Trujillo
comunicativa entre un orador (O) y un auditorio (A). De aquí que una
argumentación deba cumplir con los estándares de la racionalidad
discursiva (Perelman, 2002: 28; Aarnio, 2000: 61-62). Para que exista
un diálogo razonable, deben cumplirse unas condiciones básicas: a)
tanto O como A deben poder distinguir entre buenas y malas razones y
b) ambos deben comprometerse a seguir unas reglas de juego (Aarnio,
2000: 72). Si los argumentos están dirigidos a un auditorio concreto, se
trata de un asunto de persuasión y eficacia; puede fracasar o tener éxito.
Por contraste, una argumentación que está dirigida a un auditorio
universal busca convencer, mediante una justificación razonable
(Perelman, 1989: 65ss; Aarnio, 1991: 280).
Dado que uno de los propósitos de una teoría de la argumentación es
dotarnos de criterios para distinguir entre argumentos correctos e
incorrectos, para Perelman un argumento bueno o fuerte es el que vale
para el auditorio universal. Pero hay una ambigüedad en este concepto
(Aarnio, RR, 1991: 281; Wintgens, 1993: 198), puesto que, por una
parte, es una construcción ideal del orador —“la humanidad adulta,
razonable y competente” (Perelman, RF en CA, 1970: 225; Perelman,
BR, 1952: 114)— y, por otra, se trata de un auditorio histórica y
culturalmente determinado (Perelman, RF, 1970: 222-223; Atienza,
1993: 68). La importancia del concepto de auditorio de Perelman
consiste en que los juicios de valor adquieren una naturaleza objetiva
mediante la intersubjetividad del intercambio argumentativo que se
inserta en juegos de lenguaje e interacciones comunicativas. El punto de
partida es que un juicio de valor está justificado solo cuando cualquier
persona razonable puede aceptarlo en una discusión. Así, aquellas
valoraciones que pasan el tamiz de la aceptación por parte del auditorio
universal se convierten en racionalmente justificadas (Gross-Dearin,
2003: 31ss).
5. Robert Alexy, la situación ideal de comunicación y la teoría de la
argumentación jurídica
La teoría de la argumentación de Robert Alexy es una de las teorías más
influyentes en el campo del derecho en los últimos cuarenta años. Alexy
defiende la idea de que la argumentación práctica racional es posible y
que podemos construir un sistema de reglas y procedimientos que nos
160
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
permiten explicitar de qué manera la razón puede ser práctica. Su tesis
más famosa es la que se conoce como la tesis del caso especial (Alexy e
Isegoría, 1991: 23-35).
Según este punto de vista, el discurso jurídico, en tanto vinculado a la
ley, al precedente y a la dogmática, es un caso especial del discurso
práctico general (Alexy, 1991: 23). Para Alexy, el derecho erige una
pretensión de corrección a través de las decisiones jurídicas y con sus
fundamentaciones. La famosa tesis del “caso especial” plantea la doble
naturaleza del derecho, que consiste en la unión del aspecto institucional
y autoritativo con el ideal y el crítico: “Las vinculaciones a la ley, al
precedente y a la dogmática definen su carácter institucional y
autoritativo. La apertura a la argumentación práctica general le añade
una dimensión ideal y crítica. La conexión entre estos dos aspectos lleva
a una vinculación entre el derecho y la moral” (Alexy, 1989b: 7).
La tesis del caso especial establece que el discurso jurídico es un caso
especial del discurso práctico general (Isegoría, 1991: 21, 24; Alexy,
1989: 205ss). Hay tres razones que fundamentan esta tesis:
1. La discusión jurídica se refiere a lo que es obligatorio, prohibido o
permitido, esto es, a cuestiones prácticas.
2. El discurso jurídico surge de una pretensión de corrección.
3. La argumentación jurídica es un supuesto de caso especial, porque la
pretensión de corrección es distinta a la del discurso práctico general:
“no se refiere a lo que es absolutamente correcto, sino a lo que es
correcto en el esquema y con las bases de un Orden Jurídico
válidamente imperante. Lo que es correcto en un sistema Jurídico
depende esencialmente de lo que es fijado autoritativa o
institucionalmente y de lo que encaja con ello. No debe contradecir lo
autoritativo y debe ser coherente con el conjunto” (Isegoría, 1991: 21,
25).
La perspectiva discursiva del derecho propuesta por Robert Alexy
permite un modo de comprensión nuevo sobre la racionalidad práctica,
la democracia y los derechos fundamentales y sus relaciones recíprocas.
Para Alexy, el proceso democrático y la argumentación jurídica
constituyen la base fundamental para una democracia basada en leyes y
derechos que tienen que ser interpretados e implementados (Isegoría,
161
Julián Fernando Trujillo
1991: 21, 23). Ahora bien, la teoría del discurso como teoría
procedimental se nutre de la teoría de la acción comunicativa de
Habermas, de la que Alexy toma muchos elementos. Sin embargo, tanto
Habermas como Alexy retoman los fundamentos de la filosofía del
lenguaje desarrollados por el último Wittgenstein. En su obra Teoría de
la argumentación jurídica, de 1978, Alexy parte del concepto de juego
de lenguaje de Wittgenstein. En su opinión, este concepto “no es
discutido sistemáticamente ni definido exactamente. En lugar de esto se
encuentran una multitud de indicaciones y de ejemplos que pueden
llegar a confundir” (1989a: 65).
Tomando como base la teoría de Habermas, en la cual se postula una
pragmática universal que nos permite reconstruir los presupuestos
racionales implícitos en el uso del lenguaje, Alexy retoma la teoría de
los actos de habla de Austin y Searle. Recordemos que, según
Habermas, en todo acto de habla el hablante erige una pretensión de
validez, esto es, pretende que lo dicho por él es válido o verdadero en un
sentido amplio. Pero esta pretensión de validez tiene diferentes
significados, dependiendo del tipo de acto de habla.
En los actos de habla regulativos que caracterizan el discurso jurídico en
particular y el discurso práctico en general, lo que se pretende es que lo
dicho sea correcto. No entraré a caracterizar las diferentes pretensiones
de validez que deben ser reconocidas cuando se busca el entendimiento
mutuo. Basta por ahora con llamar la atención sobre el hecho de que
Alexy, al igual que Toulmin y Perelman, sostiene que las cuestiones
prácticas pueden decidirse racionalmente y, además, está convencido de
que la racionalidad o irracionalidad descansa sobre los juegos de
lenguaje mediante los cuales los seres humanos interactuamos en el
seno de la vida social.
Lo característico del discurso jurídico es que tiene un carácter
institucionalizado, es decir, está regulado por normas jurídicas, de
manera que ello asegura que se llegue a un resultado definitivo
obligatorio y contiene no solo un aspecto argumentativo, sino también
un elemento de decisión. En opinión de Alexy, es un caso especial del
discurso práctico general. Esto significa que (1) en el discurso jurídico
se discuten cuestiones prácticas, (2) se erige también una pretensión de
162
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
corrección (la pretensión de justicia sería un caso de pretensión de
corrección) y (3) ello se hace dentro de determinadas condiciones.
En el discurso jurídico no se pretende sostener que una determinada
proposición o pretensión es, sin más, racional, sino que puede ser
fundamentada racionalmente en el marco del ordenamiento jurídico
vigente. El procedimiento del discurso jurídico se define, pues, por un
lado, por las reglas y formas del discurso práctico general y, por otro
lado, por las reglas y formas específicas del discurso jurídico que,
sintéticamente, expresan la sujeción a la ley, a los precedentes judiciales
y a la dogmática. Las condiciones de racionalidad del procedimiento del
discurso pueden sintetizarse en un sistema de normas del discurso. La
racionalidad práctica puede definirse como la capacidad de llegar a
resoluciones prácticas mediante la utilización de este sistema de normas.
La fuerza de una argumentación se mide en un contexto dado por la
pertinencia de las razones. Esta se manifiesta cuando la argumentación
es capaz de convencer a los participantes de una interacción
comunicativa y motivarlos a aceptar y adherirse a ciertas
interpretaciones que se pretenden válidas; un argumento “es la razón
que nos motiva a reconocer la pretensión de validez de una afirmación o
de una norma o valoración” (Habermas, 1989: 141). El acuerdo que se
deriva de la argumentación es la razón final tenida por válida y solo será
racional cuando sean los argumentos —las razones sopesadas en la
discusión— los únicos factores determinantes, de modo que sean las
mejores razones —los mejores argumentos— los que fuerzan la
voluntad y el entendimiento. Para hacer esto posible, es necesario
esclarecer las reglas de la argumentación racional, pues son estas reglas
las que garantizan la ponderación imparcial de las razones y, por ende,
la racionalidad de la resolución final (Habermas, 1989: 299-335).
Alexy comparte la tesis de Habermas según la cual el entendimiento
mutuo es el proceso de consecución de un acuerdo sobre la base
presupuesta de pretensiones de validez reconocidas en un paradigma
común. Todo agente que actúe comunicativamente tiene que agenciar,
en la ejecución de cualquier acto comunicativo, pretensiones universales
de validez. Dicho acuerdo descansa sobre la base del reconocimiento
163
Julián Fernando Trujillo
mutuo de cuatro correspondientes pretensiones de validez (Habermas,
1989: 35-368):
1) verdad, que apunta a la exposición del estado de cosas y pretende la
objetividad
2) rectitud, que apunta al establecimiento de relaciones interpersonales y
al reconocimiento de una cierta normatividad
3) veracidad, que apunta a la expresión de vivencias internas y el orden
de la subjetividad
4) inteligibilidad, que apunta al conjunto de acuerdos sobre lo real y
sobre lo preferible, así como a los paradigmas socioculturales y las
matrices disciplinares que generan el entendimiento mutuo
En la acción comunicativa, el entendimiento lingüístico aparece como
un mecanismo de coordinación de la acción. Es el medio por excelencia
del entendimiento mutuo. Que el entendimiento funcione como
mecanismo coordinador de la acción solo puede significar que los
participantes en la interacción se ponen de acuerdo acerca de la validez
que pretenden para sus emisiones o manifestaciones, es decir, que
reconocen intersubjetivamente las “pretensiones de validez” con que se
presentan unos frente a otros en el marco de una interacción razonable.
Así, comunicarse en aras del consenso y la mutua comprensión
(interactuar razonablemente) significa proponer recíprocamente
pretensiones de validez. Entenderse supone llegar a la convicción
compartida de la validez de los enunciados y emisiones de que se trate,
para poder operar de modo consecuente con ello y, por tanto,
coordinadamente: “Todo consenso descansa en un reconocimiento
intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica”
(Habermas, 1987: 143). De aquí que, quien sostiene algo y lo expresa
lingüísticamente, pretende cierta validez para lo que dice y se
compromete a mostrar con razones, en caso de crítica o reserva, lo
razonable, justificado e inteligible de su aseveración y a actuar en
consecuencia con las expectativas que en los demás se crean con
respecto a su manera de entender los estados de cosas, las situaciones o
los individuos. El acuerdo se consolida aún más en la medida en que
más y mejores razones apoyan, fundamentan o justifican la pretensión
de validez. La acción comunicativa es, en este sentido, una dimensión
164
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
razonable común e inherente a toda comunicación lingüística en el seno
de la vida social (Habermas, 1981: 179; 1987: 35).
Al buscar esclarecer las condiciones de posibilidad del entendimiento
mutuo y los parámetros mínimos de una interacción comunicativa
razonable, es indispensable acudir a los presupuestos de la
comunicación lingüística (actos de habla y de escucha), cuya
comprensión genérica nos ofrece el marco de una situación ideal para el
intercambio y la interacción comunicativa. Siguiendo aquí la
presentación de Alexy (1989: 184-193; Habermas, 1985: 110-113),
podemos formular así los parámetros mínimos de toda situación de
interacción comunicativa razonable:
1.1. Ningún hablante debe contradecirse.
1.2. Todo hablante que aplica el predicado F a un objeto a debe estar
dispuesto a aplicar el predicado F a todo objeto que se parezca a a en
todos los rasgos fundamentales.
1.3. Diversos hablantes no pueden emplear la misma expresión con
significados distintos.
2.1. Cada hablante solo puede afirmar aquello en lo que verdaderamente
cree.
2.2. Quien introduce un enunciado o una norma que no son objeto de
discusión debe dar una razón para hacerlo.
El sistema normativo, como el que existe en el derecho, nos ofrece un
modelo ideal para comprender la comunicación razonable. Argumentar
es una actividad lingüística, y el argumento es un producto lingüístico
que se plasma en un conjunto de enunciados. Una argumentación es una
actividad, y el argumento es el resultado de dicha actividad. El derecho,
en tanto consiste fundamentalmente en argumentaciones, es una forma
de comunicación lingüística que sirve para resolver cierto tipo de
problemas y conflictos, en los cuales habrán de emplearse las normas
vigentes, una serie de procedimientos establecidos y unas técnicas de
argumentación específicas del campo jurídico.
En una sociedad abierta a la interacción comunicativa razonable,
sostiene Aulis Aarnio (2000), las decisiones jurídicas son una forma de
ejercer el poder, y por ello deben estar abiertas a la discusión y
evaluación de los ciudadanos. La toma de decisiones que se expresan en
165
Julián Fernando Trujillo
el razonamiento jurídico debe obedecer a una racionalidad que legitime
las instituciones democráticas, para poder ser efectivas. Solo a partir de
un discurso racional bien fundado y reconocido se da la posibilidad de
tener una sociedad abierta y democrática. Cuando las interpretaciones
de dos sujetos, sean A o B, entran en conflicto, la solución democrática
pasa por el diálogo, pero este debe ser racional, es decir, legítimo y
justificado. Los fundamentos del diálogo se encuentran en el hecho de
que las partes sean capaces de, primero, distinguir las buenas de las
malas razones y, segundo, comprometerse con unas reglas mínimas de
juego. Solo hay democracia si el discurso parte del orden jurídico y este
tiene un mínimo de racionalidad, es decir, está justificado. De aquí que
la argumentación sea un prerrequisito para el control de una decisión
jurídica y que los juegos de lenguaje del derecho sean un modelo ideal
para la racionalidad discursiva y el razonamiento práctico.
El argumento que permite restablecer el consenso y fijar unas creencias
posee ciertas características que no solo hacen que sea un buen
argumento, sino que permiten que sea considerado como el “mejor
argumento”: “el resultado de un discurso no puede decidirse ni por
coacción lógica ni por coacción empírica sino por la fuerza del mejor
argumento” (Habermas, 1981: 140). Mientras que la teoría de la
argumentación de Perelman y Olbrechts pretende separar las cuestiones
relativas a la adhesión de aquellas que tienen que ver con la verdad,
Habermas, por su parte, construye una teoría de la acción comunicativa
con miras a elaborar una teoría de la verdad. La teoría consensual de la
verdad propuesta por Habermas sostiene que “la condición para la
verdad de los enunciados es el potencial asentimiento de todos los
demás. Cualquier otro tendría que poder convencerse de que atribuyo
justificadamente al objeto el predicado de que se trate, pudiendo darme
por tanto, su asentimiento. La verdad de una proposición significa la
promesa de alcanzar un consenso racional sobre lo dicho” (Habermas,
1981: 121; Peirce, 1868, 1905; Apel, 1985: 71).
Alexy elabora su concepción de la argumentación a partir de Toulmin y
Perelman, pero se inclina más hacia la teoría de los actos de habla de
Austin y Searle que hacia el concepto de juegos de lenguaje de
Wittgenstein. Mientras que Toulmin consideraba que podemos
discriminar entre un uso instrumental y un uso argumentativo del
166
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
lenguaje, y construir además un modelo general único para evaluar todo
uso argumentativo, Perelman, por su parte, sostuvo que no existe un
modelo único general para evaluar y describir todos los tipos de
argumentación; además, los juegos de lenguaje estudiados por la nueva
retórica se cruzan y entremezclan con los usos no argumentativos del
lenguaje. Toulmin postula un único modelo, pero Perelman sugiere
diferentes esquemas para comprender los usos argumentativos y
describe una multiplicidad de operaciones y usos específicos. Sin
embargo, tanto Perelman como Toulmin consideran el discurso
argumentativo como una serie de actos de habla.
Alexy, por su parte, nos recuerda que Wittgenstein habla de una
innumerable diversidad de juegos de lenguaje: “el concepto de juegos
de lenguaje no se puede determinar mediante la indicación de algunos
rasgos firmes. Entre los diferentes juegos de lenguaje existe más bien
una complicada red de semejanzas que se solapan y entrecruzan”
(1989a: 65-66). Alexy reconoce también que hablar y actuar están
estrechamente unidos, y que Wittgenstein llama la atención sobre el
lenguaje y las actividades con las que se entrelaza. Los juegos de
lenguaje son actividades guiadas por reglas, “lo que no significa que en
los mismos todo esté determinado […] las reglas son, además, de tipos
muy diferentes. Al igual que entre los juegos de lenguaje, entre las
reglas existen también sólo parecidos de familia” (1989a: 66). Por lo
tanto, concluye Alexy, el concepto de juego de lenguaje nos remite al
concepto de regla. Y para que las reglas existan es necesario que varias
personas las sigan, varias personas en diversos momentos. Además, el
concepto de regla está estrechamente relacionado con el de falta, es
decir, con lo correcto e incorrecto, ya que solo hay una falta cuando la
regla permite diferenciar cuándo estamos en lo correcto.
Alexy sostiene, además, que el concepto de juego de lenguaje se
articula con el concepto de forma de vida:
Wittgenstein, entiende por tal la praxis vital común, que está
en la base de los diversos juegos de lenguaje, y que se
caracteriza por determinadas reglas y convicciones
fundamentales. Las reglas y convicciones que definen una
forma de vida forman un sistema […], forman lo que
Wittgenstein llama una ‘representación del mundo’ […]. Las
167
Julián Fernando Trujillo
representaciones del mundo y las formas de vida no son ni
correctas ni falsas. Quien quiera traer a alguien a su posición,
puede hacerlo sólo mediante la persuasión, pero no mediante
la fundamentación, ya que sólo hay razones dentro de una
forma de vida o de una representación del mundo. (1989a: 67)
Con base en esta concepción wittgensteiniana, Alexy extrae cuatro
puntos que él considera importantes para una teoría del discurso
práctico racional:
1. El uso descriptivo y explicativo del lenguaje es solo uno entre
muchos posibles y no podemos reducir el lenguaje normativo al
descriptivo o subvalorarlo, puesto que no hay un uso esencial del
lenguaje.
2. La lógica de los juegos de lenguaje solo puede ser comprendida
adecuadamente tomando en consideración el comportamiento no verbal
y otras circunstancias extralingüísticas.
3. Los discursos morales y jurídicos, en tantos juegos de lenguaje, son
actividades guiadas por reglas.
4. Las representaciones del mundo y las formas de vida que sirven de
base a los juegos de lenguaje no son fundamentables y, por tanto,
tampoco son criticables.
Considera Alexy que los tres primeros puntos deben ser mantenidos,
pero que el cuarto es muy problemático y debe ser reconsiderado. No
estoy muy seguro de que el cuarto punto pueda ser derivado de manera
concluyente a partir de los planteamientos de Wittgenstein, pero, en la
polémica en torno a la interpretación de la obra de Wittgenstein, Rorty y
Winch han propuesto una lectura relativista de Wittgenstein semejante a
la de Alexy, a lo que Cabell y Putnam han puesto una interpretación
realista que identifica en la obra de Wittgenstein elementos
transhistóricos de racionalidad y verdad (Arango, 2005: 41-42).
Alexy parece estar de acuerdo con Austin en su crítica a la supuesta
“innumerable diversidad de los usos del lenguaje” (1989a: 69). Al igual
que Austin, Alexy considera que es necesario un sistema conceptual
más preciso que el que usa Wittgenstein y que la teoría de los actos de
habla “consigue un grado considerablemente mayor de determinación y
concreción frente a la de los juegos de lenguaje” (1989a: 69).
168
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
No discutiré aquí estos planteamientos de Alexy y su análisis de la
teoría de los actos de habla; me limito a señalar que Wittgenstein
influenció a Robert Alexy y produjo reacciones en su teoría de la
argumentación. Quizá el punto en el que la influencia de Wittgenstein es
más notoria es precisamente en la discusión entre Alexy y Dworkin a
propósito de si existe una única respuesta correcta para cada caso.
Dworkin contrapone al modelo positivista de un sistema de reglas
estricto una teoría de los principios. Tanto las reglas como los principios
pueden concebirse como normas y, por tanto, se trata de una distinción
dentro de la clase de las normas. En este punto, Alexy explota el análisis
wittgensteiniano de la noción de “regla”, el de “seguir una regla” y la
relación de estas nociones con los conceptos de juegos de lenguaje y
formas de vida a partir de su concepción de la “doble naturaleza del
derecho”: “El ideal, que la teoría del discurso trata de concebir bajo la
forma de las condiciones de la argumentación racional, hunde sus raíces
en lo real y no tendría ninguna fuerza sin lo real. Y a la inversa, lo real
no sería nuestra forma de vida, la forma de vida de seres vivos dotados
de razón, si no influyera ya lo ideal” (Alexy, 1989d: 13).
Para Dworkin, el juez crea derecho al interpretar los textos jurídicos y
adecuarlos a las exigencias de las situaciones concretas. Hart, por su
parte, sostiene que el precedente y la jurisprudencia establecen los
límites de la interpretación jurídica. El lenguaje jurídico es un caso
especial del lenguaje general, y no es un lenguaje de signos totalmente
desligado de aquel. Su carácter flexible y la textura abierta lo hacen
susceptible de múltiples interpretaciones y de argumentación. En este
sentido, el derecho es dinámico; el texto normativo transcurre entre el
legislador que lo ha emitido y el intérprete que lo aplicará. La ley se
escribe para ser leída, se lee para entenderse —es decir, para
interpretarse— y se interpreta para ser aplicada. Todo decir es, en el
campo del derecho, un hacer: una acción de interpretar, argumentar,
inferir. Las palabras se convierten en hechos, hechos jurídicos, gracias
al ejercicio de apropiación y uso por parte de los intérpretes (Mendonca,
2000: 153-154, 157ss).
La textura abierta del derecho implica que hay muchos aspectos de la
conducta humana que deben permanecer sujetos a desarrollos y ajustes
por parte de los operadores judiciales (tribunales, jueces, fiscales),
169
Julián Fernando Trujillo
quienes deben hallar la claridad con base en las circunstancias
particulares. El sistema de reglas generales que determina la conducta
de funcionarios e individuos no puede depender de las circunstancias ni
de las valoraciones particulares en cada caso. En la sociedad, el
principal instrumento de control lo constituye el sistema de reglas,
pautas, patrones o criterios de conducta generales que determina lo
correcto o incorrecto y partir del cual se funda el derecho.
¿Cuáles son las claves de la interpretación jurídica y cuándo una
aplicación de la ley es adecuada? He aquí la cuestión fundamental que
nos obliga a la claridad conceptual y a la reflexión exhaustiva sobre el
lenguaje jurídico en el que se formulan los problemas de la
interpretación y la aplicación de las normas jurídicas.
El debate entre Dworkin y Hart sobre el derecho y los jueces y la
discusión entre Rorty y Eco sobre la interpretación son una prueba
fehaciente de la vigencia de estos problemas y la necesidad de una
solución. Aarnio está convencido de que entender lo racional como
razonable y usar las herramientas conceptuales propuestas por el último
Wittgenstein constituyen una vía de esclarecimiento y solución para
dicha problemática.
6. El último Wittgenstein y la teoría de la argumentación de Aulis
Aarnio
En esta sección final del presente trabajo, voy a concentrarme en la
concepción de la argumentación elaborada por Aulis Aarnio, y más
específicamente en algunos usos y aplicaciones que este filósofo
finlandés hace de los conceptos centrales del llamado segundo
Wittgenstein. Aarnio es, junto con Alf Ross, un representante de la
escuela analítica finlandesa. Recibió una gran influencia de G. H. von
Wright, quien fue el sucesor de Wittgenstein en su cátedra de
Cambridge.
Aarnio sostiene que la filosofía del lenguaje ordinario del último
Wittgenstein desplazó el interés de los teóricos del lenguaje y los
filósofos del derecho del positivismo y la dogmática hacia el
razonamiento práctico y la argumentación. Él tomó la teoría de la acción
170
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
de Von Wright y la última filosofía de Wittgenstein como herramientas
conceptuales para la descripción, la explicación y la comprensión de la
justificación de las decisiones judiciales y la conducta de los jueces
(Aarnio, 1984: 12).
En el marco de los años 60, Aulis Aarnio abordó el problema de la
justificación y la naturaleza de la argumentación jurídica. Inicialmente,
trató de elaborar una base conceptual que permitiera responder a la
pregunta de por qué el juez actuó como lo hizo y no de otra forma
(Aarnio, 1984: 12). Pero, poco a poco, Aarnio se fue interesando cada
vez más por los conceptos de racionalidad y de razonabilidad (Aarnio,
1984: 14; Aarnio: 1991). La teoría de la argumentación de Aulis Aarnio
surgió como un intento de ampliar el concepto de racionalidad hacia un
punto de vista pragmático y social en el que el concepto de lo razonable
permite articular el razonamiento jurídico con el razonamiento práctico.
Aunque la teoría de la argumentación jurídica constituye el trasfondo de
su obra, este filósofo se muestra más interesado por “las precondiciones
de la argumentación (de la justificación) que en la teoría de la
argumentación en sí misma” (Aarnio, 1998: 429). Para Aarnio, el
derecho cumple una función de integración social, y por ello resulta
fundamental investigar “cómo es que las normas jurídicas forman la
base de la sociedad, más bien que estudiar cuál es su estructura o cómo
pueden ser representadas lógicamente” (Aarnio, 1998: 429).
En este punto, los conceptos de Wittgenstein cobran relevancia para el
pensamiento jurídico y la filosofía del derecho (Aarnio, 1998: 431). A
partir de la tradición analítica, Aarnio emprende la elaboración de su
teoría de la argumentación como una forma de esclarecimiento
conceptual que contribuya a comprender mejor las actividades que
caracterizan el derecho. Esta perspectiva pragmática le permite a Aarnio
sostener que una adecuada teoría de la argumentación es un instrumento
para la mejor comprensión del derecho y una herramienta de
autocomprensión para los jueces: “Es cuestión de incrementar el
conocimiento práctico aristotélico o, más correctamente, de incrementar
el ‘saber cómo’ y el cambio en la acción a través suyo” (Aarnio, 1998:
434).
171
Julián Fernando Trujillo
Aarnio confiesa que las investigaciones de Wittgenstein y en general la
filosofía del último Wittgenstein han sido su punto de partida en la
elaboración de su propia concepción de la racionalidad jurídica (Aarnio,
1998: 434; Aarnio, 1991: 17; Aarnio, 1995: 7-8). En el prólogo a la
edición inglesa de su libro Lo racional como razonable, Aarnio señala
que su interés en la filosofía del último Wittgenstein ha dominado su
punto de vista, y que ha tratado de encontrar en la filosofía de
Wittgenstein el esquema conceptual de base para una adecuada teoría de
la argumentación y de la interpretación jurídica (Aarnio, 1991: 17):
sobre este fundamento se erigió la construcción de ideas que
contienen la comprensión de la interpretación como la suma
de juegos de lenguaje, el énfasis de la conexión entre lenguaje
y forma de vida, la interpretación del concepto de audiencia en
la ayuda del concepto de forma de vida, el examen de las
teorías de la coherencia y del consenso como varas de
medición de las proposiciones interpretativas, un moderado
relativismo axiológico y el intento de localizar los rasgos
razonables de la interpretación. (Aarnio, 1991: 18)
Siguiendo a Wróblewski, Aarnio considera que hay dos maneras
diferentes de entender la racionalidad. Primero, la racionalidad que
comprende la forma de razonamiento; en este sentido, la inferencia
lógico-deductiva que sigue reglas estrictas es siempre racional.
Wróblewski llama a esto “justificación interna” y Aarnio, racionalidadL. No obstante, este es solo un aspecto de la racionalidad. La
justificación jurídica, en tanto razonamiento práctico, implica también
un procedimiento discursivo y comunicativo que está sujeto a reglas que
no son las de la lógica. Desde esta perspectiva, el discurso racional está
conectado a un procedimiento a través del cual se justifican las
premisas. Wróblewski llama a esto “justificación externa” y Aarnio,
racionalidad-D.
Robert Alexy, tomando como base la Teoría de la acción comunicativa
de Habermas, ha señalado que el discurso racional está siempre
conectado con la justificación externa. Siguiendo esta perspectiva,
Aarnio propone una concepción ampliada de la racionalidad que
comprenda tanto la forma lógica del razonamiento como el discurso que
justifica las premisas. Aarnio ofrece así dos caracterizaciones:
172
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
1. racionalidad sensu stricto = racionalidad-L
2. racionalidad sensu largo = racionalidad-D (Aarnio, RR, 247)
A partir de las caracterizaciones anteriores, Aarnio intenta responder a
varias cuestiones. ¿Cómo definir el concepto de racionalidad de forma
tal que sea adecuado para la justificación jurídica? ¿Es posible hablar de
aceptabilidad racional? ¿Cuál es la conexión entre la racionalidad y los
juicios de valor? ¿Cómo puede justificarse un punto de vista
interpretativo?
La justificación es un procedimiento del discurso práctico racional. La
justificación de un punto de vista interpretativo es esta: (P) tomando en
cuenta todas las fuentes del derecho (F), la interpretación (Ii) del texto
legal (Li) es la mejor justificación (Aarnio, 1991: 237). Para que una
interpretación sea “la mejor justificada”, debe poder satisfacer algunas
precondiciones:
1. Las fuentes del derecho (F) han sido usadas en la forma establecida
por las reglas de la interpretación jurídica.
2. Las pautas de la interpretación jurídica permanecen abiertas desde el
punto de vista de su contenido.
Estas dos precondiciones implican otra serie de cuestiones sobre:
1. las pautas de clasificación de las fuentes del derecho
2. el sistema de valores aceptado como base de la justificación
3. el asunto o problema jurídico a solucionar
En este punto, la noción de aceptabilidad racional comienza a jugar un
papel central en la concepción de la racionalidad: “la aceptabilidad
racional es una propiedad del resultado final del procedimiento de
justificación jurídica. Por consiguiente, se habla de la aceptabilidad
racional de los puntos de vista interpretativos” (Aarnio, 1991: 241).
Ahora bien, Aarnio considera la interpretación jurídica como una forma
de la comunicación humana y, siguiendo a Habermas, habla de la
racionalidad comunicativa como fundamento de la comprensión
humana y como base de la aceptabilidad. Frente a la racionalidad
puramente formal del derecho moderno clásico y frente al concepto de
acción racional de Weber, a partir de los cuales el juez “sería una
173
Julián Fernando Trujillo
especie de máquina de subsunciones lógicas” (1991: 242), Aarnio apela
a la filosofía del último Wittgenstein. Allí encuentra una visión más
amplia de la racionalidad y la acción humana (Aarnio, 1991: 243).
En una sociedad democrática, los ciudadanos exigen no solo decisiones
dotadas de autoridad (de acuerdo con el derecho legítimamente
establecido), sino que también piden razones. Los jueces en una
sociedad democrática deben justificar sus decisiones y la evaluación
social de las justificaciones y decisiones jurídicas constituyen la base de
la certeza jurídica. La certeza jurídica es un fenómeno sociocultural
(Aarnio, 1991: 27-39): “Las raíces de la Racionalidad se encuentran en
nuestra cultura, es decir, en las formas como usamos este concepto en el
lenguaje ordinario. Nuestra forma de vida está construida de tal manera
que esperamos que la gente se comporte racionalmente en sus relaciones
recíprocas. En este sentido, la racionalidad es un hecho intersubjetivo
(supraindividual) dado en nuestra cultura” (Aarnio, 1991: 251).
Nuestra vida social y nuestra interacción comunicativa descansan sobre
el funcionamiento del lenguaje como actividad social mancomunada.
Para Aarnio, la mentalidad moderna y la sociedad democrática implican
ciertas formas de vida que determinan nuestro modo de pensar y actuar:
“la forma coherente de pensar está tan enraizada en nuestra cultura que
la usamos como pauta cuando evaluamos el comportamiento de otras
gentes. En este sentido, el concepto de coherencia es un elemento
necesario de nuestro concepto común de racionalidad. Pertenece a la
base de la comunicación humana […] la racionalidad es una idea que
atraviesa toda la vida social” (Aarnio, 1991: 251-252).
Aarnio trata de ofrecer una justificación de su idea de racionalidad a
partir de los planteamientos de Wittgenstein. Por esto, considera que el
juego de lenguaje es acción y que la base de todo juego de lenguaje
reside en la acción. Ahora bien, toda acción tiene valor en la medida en
que surge por sí misma de una falta de fundamento primaria. Todo
juicio de valor puede ser justificado dentro del marco de un juego de
lenguaje, pero el juego mismo no puede ser justificado. En
consecuencia, no hay una justificación racional entre las formas de vida.
Pasar de una forma de vida a otra sería un asunto de persuasión, y la
174
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
relatividad de las valoraciones resulta tan grande como la pluralidad de
juegos de lenguaje y formas de vida (Aarnio, 1991: 269-270).
Sin embargo, las consideraciones anteriores no conducen al caos y la
arbitrariedad. Existe un parecido de familia entre las formas de vida, y
por ello es posible indicar una serie de criterios para los juicios de valor,
de tal forma que estos criterios “se superpongan” los unos a los otros. Si
hay una semejanza de familia suficiente entre las formas de vida,
entonces es posible lograr un consenso acerca de los criterios de
valoración y es factible establecer compromisos: “Una comunidad
social es una comunidad cooperativa. La vida abierta y democrática no
puede permitir a cada cual su código de valores. La vida social requiere
la participación en diferentes de actividades conjuntas. Tiene que ser
posible controlar públicamente los juicios de valor de una persona. Y lo
que es más importante, el control de estos juicios de valor tiene que
satisfacer los criterios de la racionalidad” (Aarnio, 1991: 268-270).
Cuando no hay suficiente “parecido de familia”, el consenso no es
posible y reconocemos la inconmensurabilidad entre las formas de vida.
Hay toda una red de interpretaciones inconmensurables que pueden ser
válidas al mismo tiempo dependiendo de los juegos de lenguaje y las
formas de vida en que participamos. Cuando un oyente supone que las
palabras están siendo usadas de la manera con la que él está
familiarizado, no se requiere una interpretación. Wittgenstein insistía en
que hay una forma de captar una regla y comprender una emisión que
no consiste en interpretarlas (IF, §201, 203).
Según Wittgenstein, el enunciado “yo creo” no necesita ser justificado,
a pesar de que puede estar basado en determinadas razones. Tal
justificación no pertenece a la “lógica” del juego de lenguaje de la
creencia. Si, en cambio, afirmo saber algo, tengo que estar preparado
para presentar una justificación de mi posición. Esta es la diferencia con
respecto a la creencia. Siguiendo a Wittgenstein y a Toulmin, Aarnio
considera que las garantías y argumentos presentados para respaldar una
aserción forman una especie de cadena. Y dicha cadena debe ser
continuada cada vez que la otra parte presenta reservas o cuestiona las
garantías. Sin embargo, esto no puede continuar ad infinitum. No se
175
Julián Fernando Trujillo
puede dudar de todo. Debe haber algún punto final en la presentación de
razones y justificaciones (Aarnio, 1991: 272-273).
Las “fundamentaciones últimas” de nuestros juicios no se encuentran en
la experiencia. Nuestras creencias forman un sistema y algunas de ellas
se encuentran “inconmoviblemente afianzadas”. Toda justificación de
una afirmación presupone que alguna parte de los enunciados está fijada
de antemano en algo: “Lo que considero seguro no es una proposición
sino un nido de proposiciones”, afirma Wittgenstein (1997: 225). Para
usar una vez más la metáfora de la cuerda, la parte vinculante no es una
sola hebra, sino todo un tejido de hebras en el cual una nueva hebra —
es decir, la proposición en cuestión— es agregada (Aarnio, 1991: 273274).
Wittgenstein señala que el “nido de enunciados” está incorporado en la
fundamentación de nuestros juegos de lenguaje (Wittgenstein, 1997:
558; Aarnio, 1991: 274). Este nido constituye el contexto general de
todas nuestras consideraciones acerca de lo verdadero y lo falso, lo
correcto y lo equivocado. Simultáneamente, este es el fundamento de
nuestra comunicación lingüística, puesto que, cuando Wittgenstein
habla del nido de proposiciones que forman el fundamento de nuestro
conocimiento, usa el término “imagen del mundo” (Weltbild). Esta
imagen del mundo no constituye un conjunto firme y coherente de
enunciados. Por el contrario, sus límites son difusos y comprende una
enorme cantidad de subsistemas, cada uno de los cuales constituye un
fragmento de la imagen del mundo. Dichos subsistemas son los
elementos que conforman los juegos de lenguaje.
Todo juego de lenguaje se interconecta con otro juego de lenguaje en la
medida en que comparte una imagen del mundo. Pero la imagen del
mundo no es algo fijo, sino dinámico: “la imagen del mundo no es
asunto proposicional. Más bien, habría que decir que el fundamento de
la imagen reside en el fenómeno no proposicional llamado por
Wittgenstein ‘forma de vida’” (Aarnio, 1991: 275). Aarnio, siguiendo a
Wittgenstein, considera que el significado se inserta en los juegos de
lenguaje. A su vez, un juego de lenguaje es una dimensión de una forma
de vida y la forma de vida es una suma de actos (Aarnio, 1991: 69).
176
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
El punto final de una cadena de argumentación se encuentra en nuestro
actuar (Aarnio, 1991: 275; Wittgenstein, 1997: 204, 402). La forma de
vida es una cuestión de actos. Configuramos nuestras formas de vida
con nuestras acciones: “El hecho de que sea capaz de actuar de una
determinada manera en una determinada situación, pone de manifiesto
que pertenezco a una cierta forma de vida” (Aarnio, 1991: 275).
Para Aarnio, la forma de vida es la “fase” práctica, y no proposicional,
de la imagen. Un fragmento de imagen del mundo constituye el
fundamento de un determinado juego de lenguaje que, a su vez, está
conectado con una forma de vida. Los juegos de lenguaje combinan el
uso del lenguaje, la forma de vida y una imagen del mundo (Aarnio,
1991: 276; Apel, 1985: 280ss).
Ahora bien, ¿qué conexión tiene el concepto de aceptación racional con
el análisis de la forma de vida y los juegos de lenguaje? Según Aarnio,
esta conexión se puede buscar en tres direcciones. Primero, el concepto
de forma de vida tiene importancia desde el punto de vista de la
interpretación: “Las normas jurídicas pueden ser entendidas como un
‘contenido de pensamiento’ (es decir, significado) expresado a través
del lenguaje” (Aarnio, 1991: 68).
El foco de la interpretación es el lenguaje y una interpretación se realiza
a través del uso del lenguaje. Sin embargo, la interpretación no es un
fenómeno puramente semántico, puesto que el lenguaje es en sí mismo
una actividad y esta actividad obtiene su contenido sobre la base de una
forma de vida. El análisis del lenguaje es, entonces, el análisis de la
forma de vida. A través de este podemos entender nuestra vida y los
juegos de lenguaje en los que esta se manifiesta.
Hay otra dirección en la que podemos identificar una conexión entre la
aceptabilidad racional y la forma de vida. Esta conexión se refiere a los
valores y las valoraciones. Dentro del marco de la imagen del mundo
que poseemos, establecemos valores y jerarquías de valores, emitimos
juicios sobre esta base, tomamos decisiones y realizamos elecciones. A
partir de una imagen del mundo, es posible justificar ciertas elecciones.
Ello será llevado a cabo por medio de otros actos. No obstante, hay
actos primitivos que no podemos justificar racionalmente, puesto que
177
Julián Fernando Trujillo
constituyen nuestra participación en una determinada imagen del
mundo: “El pertenecer a una cierta sección de una forma de vida, no es,
en última instancia, un asunto de elección autónoma. Participamos en
ella porque participamos de un trasfondo heredado […]. Complejos
mecanismos sociales ligan a una persona a su forma de vida. En un
amplio grado estos procesos no son percibidos como tales y, en este
sentido, se encuentran fuera de nuestras elecciones” (Aarnio, 1991:
277).
Así pues, en una tercera dirección, podemos encontrar que el
relativismo axiológico de los juegos de lenguaje permite comprender
una forma común de vida, en la que la intersubjetividad de las
variaciones está fundamentada. Los valores no son individuales de una
manera arbitraria; reciben su carácter intersubjetivo de las formas de
vida, que son, en cierta medida, un asunto común. El aspecto común de
las formas de vida es lo que posibilita la comunicación y la interacción
humanas. Así, la forma de vida es el vínculo entre el lenguaje y la
realidad, al tiempo que crea la interacción y el entendimiento entre los
individuos: “la vida social y la sociedad en sí mismas crean, en gran
medida, contactos entre las personas y, a través de ellos, los valores y
las valoraciones son también cuestiones sociales que pertenecen a
grupos de individuos. Los valores son justamente tan intersubjetivos
como lo es la sociedad en sí misma” (1991: 278).
La teoría de la argumentación jurídica de Aarnio se propone elaborar
una reconstrucción del juego de lenguaje de la justificación jurídica,
tratando de evidenciar un juego-modelo de la aplicación de la ley que
cuente con la aceptación general y respete las condiciones de la
racionalidad-D. A fin de lograr su cometido, Aarnio defiende un
“relativismo moderado” con respecto a los valores, basándose en el
concepto de formas de vida de Wittgenstein. Este esfuerzo lo conduce a
mostrar que los sistemas de valores, en tanto configuran una imagen del
mundo, están conectados con nuestra práctica vital en formas de vida y
juegos de lenguaje específicos.
Así, la aceptación racional escapa al ámbito de la justificación racional
y no es posible realizar una fundamentación última de las decisiones e
interpretaciones jurídicas. Solo queda una salida, y es el acuerdo previo
178
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
en materia axiológica, con base en principios y reglas que establezcan
los límites y alcances de un consenso razonable basado en una forma de
vida compartida. Las sociedades democráticas exigen una certeza
jurídica y una aceptabilidad racional que engloba tanto la dimensión
formal como la material, la justificación externa e interna. En otras
palabras, Aarnio propone la complementariedad entre lo racional de las
reglas estrictas y lo razonable de la vida práctica.
7. La concepción razonable de la interacción humana
Así como no podemos hablar de una deducción razonable, tampoco
podemos decir que llegamos a un compromiso racional. Una decisión
que aparece como racional desde la perspectiva del cálculo lógico puede
resultar no razonable desde el punto de vista del razonamiento práctico.
El ámbito de lo razonable exige el recurso a los razonamientos no
formales, que son los raciocinios que utilizamos cuando tratamos de
establecer acuerdos y compromisos sobre los valores y su aplicación en
el marco de una controversia o deliberación.
Aristóteles distinguió en su Organon dos especies de
razonamientos, razonamientos analíticos y razonamientos
dialécticos. El estudio que emprendió de aquellos en los
Primeros y Segundos Analíticos, le valió ser considerado en la
historia de la filosofía como el padre de la lógica formal. Pero
los lógicos modernos perdieron de vista, porque no se habían
dado cuenta de la importancia, que Aristóteles también había
estudiado los razonamientos dialécticos en Los Tópicos, La
Retórica y Las Refutaciones a los sofistas. (Perelman, 1997:
17)
La concepción cartesiana del uso de la razón limita la argumentación a
las intuiciones evidentes y a las técnicas del cálculo lógico matemático,
basadas en intuiciones, y confina al ámbito de lo irracional cualquier
asunto que no se pueda someter a medios de prueba indiscutibles. Las
teorías de la argumentación coinciden en suponer y reconocer, entre la
evidencia empírica y la racionalidad lógico-matemática, una nueva
dimensión de juegos de lenguaje en que se funda el campo de lo
razonable (Perelman, 1970: 22-23).
179
Julián Fernando Trujillo
Estar en “conformidad con la razón” es una forma de definir la
racionalidad. Pero las palabras como racional y razonable se usan en
juegos muy disímiles en la vida cotidiana y parece no existir precisión
en su significado. Muy a menudo, no es claro lo que se supone que
deben significar exactamente, e incluso el significado no siempre es el
mismo. Con todo, los términos razonable y racional juegan un papel
crucial aquí, en la nueva forma de comprender los juegos de lenguaje y
su relación con las formas de vida en el campo de la argumentación
jurídica, ya que la evaluación de la validez se pone en las manos de un
“crítico racional que juzga razonablemente” (Aarnio, 2000: 28).
En el derecho, el uso no razonable de la autoridad legal es incorrecto.
Lo razonable es, así, el límite de los juegos del lenguaje jurídico, su
forma de vida ideal. Lo razonable caracteriza las acciones, decisiones,
elecciones, fallos, juicios, etc.; el hecho de que sean aceptables o no por
parte de la sociedad a la que afectan; que sus consecuencias sean justas
o injustas, convenientes o perjudiciales. La noción de lo razonable
aparece como una alternativa en ausencia de métodos o criterios
precisos para justificar una decisión o la aplicación de una regla (norma
o principio). Lo razonable en la argumentación jurídica y el
razonamiento práctico corresponde a la solución equitativa en ausencia
de toda regla de aplicación precisa y clara, y a la aceptación de una
audiencia interpretativa o comunidad jurídica que evalúa su
razonabilidad (Perelman, 1979; Aarnio, 2000: 27).
La aceptabilidad frente a una argumentación jurídica se inserta dentro
de un juego comunicativo que va del legislador al intérprete o
funcionario judicial; después va a la audiencia de interpretación, en que
las consecuencias y los efectos se dirigen; y retorna de nuevo hacia el
legislador, que se retroalimenta de la praxis vital comunitaria. “El flujo
de los procesos de comunicación en dos sentidos se basa en el hecho de
que el Derecho es una institución con la autoridad del poder social, por
lo que el resultado de la interpretación determina, el ejercicio del poder
social en una sociedad concreta” (Aarnio, 2000: 28).
Una audiencia de interpretación que esté compuesta solo de personas
que se comportan razonablemente es un estado de cosas ideal. Tal
comunidad jurídica no existe realmente, pero su concepción sirve como
180
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
medida o criterio para evaluar y decidir sobre diferentes alternativas de
acción e interpretación (Aarnio, 2000: 30).
La mejor justificación posible para una audiencia de interpretación
presupone que no hay factores que alteren el razonamiento. Searle y
Habermas llaman a esta situación “la situación ideal de habla”. Todos
los participantes en el discurso están libres de cualquier manipulación,
son iguales en la discusión, son capaces de tomar parte en la actividad
comunicativa voluntariamente y todos deben someterse a los patrones y
criterios del discurso razonable. Aarnio sigue a Habermas, puesto que lo
razonable comprende la racionalidad que guía el discurso en una
situación ideal de habla. Se trata de la racionalidad comunicativa o
racionalidad-D (discursiva) como complemento de la racionalidad-L
(lógica) (Aarnio, 2000: 59).
Usualmente, la decisión jurídica se describe como la aplicación de una
regla general a un caso particular. La certeza jurídica presupone la
predictibilidad del resultado y la anticipación de las consecuencias. Se
espera que las reglas jurídicas y su aplicación mantengan el orden social
y ofrezcan alternativas de decisión frente al conflicto de acciones e
interpretaciones. Los llamados argumentos jurídicos actúan así como
pautas interpretativas generales que indican cómo deben ser
interpretadas ciertas formulaciones normativas. Los argumentos son
intentos de apoyar ciertas afirmaciones o decisiones con razones
(Mendonca, 2000: 165-167).
El juego modelo de la argumentación jurídica muestra que resolver un
problema jurídico significa que la norma jurídica se aplica al caso
constituido por determinados hechos. La solución debe justificarse con
argumentos que dan soporte a la solución propuesta. La actividad de
fundamentar una solución frente a un problema jurídico se llama
razonamiento jurídico (Aarnio, 2000: 47). Desde la perspectiva del
lenguaje, se habla de interpretación jurídica. Con base en unos textos
jurídicos, se trata de identificar la norma correspondiente a cada caso. El
texto presenta la formulación de una norma y su contendido
significativo es una norma. El asunto se convierte entonces en encontrar
una norma N1 para el caso C1. Sin embargo, ¿hay una única respuesta
correcta? Debe haber una respuesta final: el juez está obligado a decidir;
181
Julián Fernando Trujillo
es la condición primera para que el derecho funcione eficazmente. Pero
la respuesta final no es necesariamente la respuesta correcta y mucho
menos la “única respuesta correcta” (Aarnio, 2000: 49).
Las normas jurídicas tienen funciones semejantes a las reglas del
ajedrez. Las hay regulativas y constitutivas. Unas crean, establecen o
abolen instituciones jurídicas. Otras dan órdenes, establecen
prohibiciones u ofrecen permisos. Hay dos puntos de vista para ver el
juego. Internamente, hay un punto de vista por parte de los jugadores
(jueces, fiscales, abogados, partes implicadas, sociedad), mientras que
otro muy distinto es el de alguien que estuviera fuera del juego. Pero
¿quién está fuera de los juegos de la ley?: “quien se relaciona con los
sistemas jurídicos se convierte, en cierto sentido, en un prisionero del
lenguaje. Las decisiones de los tribunales que aplican las normas en la
práctica son lenguaje. Incluso, si en ocasiones es incierto lo escrito en la
ley, todo el material interpretativo se materializa en lenguaje escrito.
Así, el lenguaje es interpretado por medio del lenguaje y el resultado se
expresa por medio del lenguaje” (Aarnio, 2000: 12).
Pero no se trata de un asunto puramente semántico, sino pragmático. La
base del lenguaje es la acción. Al entender los juegos de lenguaje y el
uso de las expresiones del derecho en cada caso, es posible entender el
comportamiento humano. La regla establece un cierto tipo de
comportamiento que ha sido internalizado por sus jugadores. Una regla
es válida si y solo si ellos se sienten obligados a seguirla. Ahora bien, se
ha discutido mucho sobre la diferencia entre normas y principios.
Ambos son reglas. Pero, según el principio de la demarcación fuerte,
poseen una diferencia cualitativa. Las reglas se siguen o no se siguen,
como los rieles de un ferrocarril. Pero los principios pueden seguirse
más o menos. Proporcionan criterios para la decisión; señalan una
dirección para la acción. Normas y principios pertenecen a categorías
diferentes (Aarnio, 1997: 17). De acuerdo con el principio de
demarcación débil, las reglas y principios tienen una relación de
parecido de familia. Poseen una diferencia de grado. Los principios
tienen mayor generalidad, pero juegan un papel semejante a las normas.
Frecuentemente, se dice que el contenido valorativo es más claro en los
principios. Aun así, pertenecen a la misma familia y ambos principios
de demarcación provienen de Wittgenstein (Aarnio, 1997: 17-18).
182
Argumentación jurídica, lenguaje y formas de vida
Una discusión razonable es una interacción comunicativa ideal. Hay una
serie de reglas que O y A deben seguir para interactuar razonablemente.
Se trata de condiciones mínimas que se satisfacen cuando el tiempo es
ilimitado; cuando todos son libres de participar en la discusión y
argumentar sobre sus puntos de vista, opiniones e interpretaciones;
cuando todos tienen el conocimiento y la habilidad para analizar los
problemas y están dispuestos a cambiar su posición con cualquier otro
participante de la interacción. Este tipo de comunicación se puede
captar mejor con las reglas del juego modelo o situación comunicativa
ideal de discusión para una sociedad abierta y democrática. Aarnio
(2000: 73) presenta de forma sucinta las reglas que determinan el juego
de la argumentación razonable:
1. Todos los implicados hablan el mismo lenguaje y las palabras
poseen el mismo significado para todos.
2. Todos usan el lenguaje con precisión.
3. Todos los participantes son iguales en la interacción.
4. Todo argumento puede ser puesto en duda.
5. Todos los participantes toman la discusión en serio.
6. Todos aceptan la exigencia de veracidad.
7. Solo hay argumentos que pueden ser generalizados para todos los
participantes y para otros casos, además del caso particular.
Esta lista de requisitos es un esquema para el juego modelo de la
argumentación razonable. Evita la arbitrariedad y facilita la evaluación
de los argumentos. No quiere decir que las personas se comporten así,
tal y como el modelo lo requiere. Se trata de una expectativa racional
producto de nuestra historia y de nuestra cultura, es decir, de nuestras
formas de vida y su imagen del mundo. Es una imagen del mundo
vinculada a una cultura: la cultura europea. Pero se trata de un criterio
para evaluar los discursos, aunque ciertamente nuestra razonabilidad de
herencia europea puede que no tenga relación alguna con otras culturas
del mundo o no logre adecuarse a la cultura latinoamericana. Con todo,
se trata de las expectativas acerca de nuestras instituciones y las formas
de vida que las caracterizan o que deberían caracterizarlas (Aarnio,
2000: 74-75). Esto puede servirnos para la crítica y nos ayuda a
desechar desacuerdos aparentes, prejuicios y superficialidad en la
discusión, lo que puede conducir a un consenso más genuino: “Es
183
Julián Fernando Trujillo
posible que el discurso racional produzca más de una respuesta al
mismo problema, todas igualmente argumentadas. A y B pueden llegar
a un consenso, pero esto sólo es posible si ya no se puede argumentar
acerca de qué solución es más correcta” (Aarnio, 2000: 76).
En últimas, un juego de lenguaje razonable, como el modelo de
argumentación que propone Aarnio en su teoría, presupone un tipo de
vida comunitaria. Se trata de un modelo que solo es posible si existe
cierta forma política de vida: “Una democracia formal que funcione
bien es una precondición para el discurso racional en la sociedad. Sólo
se puede realizar la democracia real si los discursos político, moral y
jurídico satisfacen un criterio mínimo de racionalidad. Este es el reto del
razonamiento práctico” (Aarnio, 2000: 79).
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