La dramática caída de la sucesora de Lula

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LATERCERA Jueves 1 de septiembre de 2016
Temas de hoy
Juicio político contra Dilma
[IMPEACHMENT] Durante su primera gestión, Dilma Rousseff mantuvo una popularidad por encima
del 70% y una economía relativamente sana. Pero luego, las acusaciones por delitos de responsabilidad
fiscal, la desaceleración económica y su personalidad fría y desconfiada le pasaron la cuenta.
Por Alejandro Tapia
La dramática caída
de la sucesora de Lula
so del lunes ante el Senado lo enfocó precisamente en “las marcas
que tengo en mi cuerpo de la
dictadura”. Pero aquello no
le bastó para ser destituida
y correr el mismo destino
que Abdalá Bucaram en
Ecuador, en 1997; que Manuel Zelaya en Honduras,
en 2009, y que Fernando
Lugo en Paraguay, en 2012.
Distinto fue el caso del ex Presidente brasileño Fernando
Collor de Mello, que renunció
en 1992, antes de que el Senado
lo destituyera.
Quienes conocen a Dilma o
quienes intentaban tratar con ella
la han descrito como una mandataria sumamente desconfiada,
pero también soberbia, fría y en extremo técnica. El analista político
brasileño Bolívar Lamounier va
más allá: “Dilma Rousseff es una
rara combinación de arrogancia,
ignorancia e incompetencia”.
Durante su gestión, como señalaron de manera constante los principales periódicos brasileños, Dilma no tendió puentes con sus
propios aliados del PMDB,
de su entonces vicepresidente, Michel Temer -que
terminó convertido en su
sucesor-, y mucho menos
con las bancadas de oposición en el Congreso.
Dilma logró un 77% de
aprobación en su primera
gestión, índice que cayó a
un 8% en agosto del año
pasado.
Rousseff siempre se negó
a tender puentes con la
oposición en el Congreso,
pero tampoco confiaba
en sus propios aliados.
Sola y enfurecida
Así, poco a poco se fue quedando
sola, mientras aumentaba el desempleo y la economía iba a la
baja, siendo que en la época de su
primer gobierno Brasil registró un
crecimiento promedio de 2,9%.
Entonces, el contraste con su primera gestión saltó a la vista. Pronto la popularidad de 77% que había
conseguido en su primera administración se desplomó a un 8% en
agosto de 2015, según Datafolha,
casi un año después de ser reelecta con el 51,6% de los votos.
Una viñeta publicada por Folha
de Sao Paulo en marzo de 2015 reflejaba su soledad. En la caricatura, la entonces jefa de Estado aparecía en un rincón oscuro del Palacio de Planalto, observando
ILSUTRACION: LUIS GRAÑENA
U
na “anécdota”
bien podría reflejar su dramático destino y su
controvertida
personalidad.
Cuando Dilma
Rousseff era ministra de Minas y
Energía (2003-2005) durante el
gobierno de Luiz Inácio Lula da
Silva, recibió a un grupo de activistas que querían manifestarle su
rechazo a la construcción de una
represa en el Amazonas. Antonia
Melo, ex miembro del Partido de
los Trabajadores (PT), contó tiempo después que apenas pronunció
su primera frase, Dilma la interrumpió, dio un manotazo en la
mesa y prometió que la represa se
construiría sí o sí, ante la perplejidad de los presentes. Acto seguido, se dio media vuelta y abandonó la reunión.
Aunque Antonia Melo compartía
supuestamente los mismos ideales
que Rousseff, se quedó muda tras
su reacción. Y eso mismo volvió a
ocurrir en el futuro, incluso con
miembros de su propio partido
cuando se desempeñaba como presidenta (2011-2016). Al Palacio de
Planalto, la sucesora de Lula llegó
con fama de gerenta, de tecnócrata, de trabajólica y perfeccionista.
Y desde un comienzo, su perfil
opuesto al del ex presidente petista no cayó bien.
A diferencia de Lula, Dilma se
crió en un barrio de clase media y
a los 16 años ya simpatizaba con revolucionarios marxistas, hasta que
a los 22 años fue apresada y torturada durante tres semanas mediante descargas eléctricas por la
dictadura militar (1964-1985).
Rousseff pasó tres años en prisión
y eso la marcó de por vida.
Aunque en Brasil coinciden en
que la mandataria no se tomó revancha como jefa de Estado, la
desconfianza sí la marcó. De hecho, siendo presidenta muchas veces actuó bajo esa lógica. Ni siquiera confiaba en los personeros
de su propio partido. “Dilma tiene
aversión a la política”, reconoció en
su momento el diputado petista
Wadih Damous. Parte de su discur-
desde un ventanal a las multitudes
que salieron una y otra vez a protestar contra su gestión.
“En Brasilia casi todo el mundo
puede contar historias sobre la intolerancia de Rousseff ante aquellos que están en desacuerdo con
ella. Las anécdotas incluyen la ocasión en la que, enfurecida, destrozó un computador; su negativa a
reunirse con líderes indígenas o
activistas de derechos homosexuales y los regaños a sus asistentes por las más mínimas faltas”, escribió The New York Times en
mayo pasado. Eso, sin contar episodios de humillaciones públicas.
Según los politólogos brasileños,
Rousseff cavó su propia tumba en
un doble sentido: por un lado, su
apuesta económica se transformó
en un fracaso. Y, además, la acusación que terminó costándole el
cargo fue porque supuestamente
emitió tres decretos que alteraron
los presupuestos sin la luz verde del
Congreso y por los atrasos en depósitos en la banca pública que
generaron altos intereses. A fines
de 2015, los atrasos en los depósitos del gobierno para costear programas sociales y de apoyo al agro
ascendían a US$ 18 mil millones.
Pero también Rousseff impulsó
medidas contra la corrupción, que
permitieron el destape del caso Petrobras. Así, algunos piensan que
políticos implicados terminaron
pasándole la cuenta. Para Dilma,
todo se trató de un “golpe”, “del segundo golpe de Estado que enfrento en mi vida”, como dijo ayer.b
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