GOLD ARROW

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Concurso STADT: historias de la gran ciudad
GOLD ARROW
POR: ROCAMADOUR
- Mañana cuando estemos formados en el patio y el padre provincial esté
hablándonos, los interesados me pasan un condón con un papel que diga
su nombre -, dijo Robinson susurrándole al salón desde la última fila,
como buen repitente. Las ideas revolucionarias y de libertad fundadas
por grupos juveniles, ya existentes, de pensamientos leninistas y
marxistas a nivel nacional empezaban a aflorar en las cabezas de unos
adolescentes de séptimo grado.
- Necesito entrar, es la ocasión para terminar de conquistar a Susana, es
innegable que no le soy indiferente, lo veo en sus ojos cuando delante de
todos se confunde en la clasificación de los lepidópteros y me mira
clamando ayuda, clamando mi amor –, suspiraba Acevedo hasta que lo
sacaron del letargo con un grito: - “¡Ey Acevedo!, despierte, deje de
pensar en bobadas, no ve que nos van ganando, o si no diga y
conseguimos a otro”- , era Robinson, el adalid multifacético, que ahora
hacía las veces de capitán del equipo.
A la hora del almuerzo Rafael Acevedo siempre salía del colegio a visitar
a su mamá que trabajaba cerca aprovechando el privilegio de tener dos
horas libres antes de la última clase. Pasaba la séptima, atravesaba la
plaza mayor en diagonal hacía el occidente para bajar por la calle once
hasta cruzar la carrera décima, pensando, ese día, en la manera de
conseguir un condón pero el resto de sus jornadas urdía en inocentes
estrategias con las cuales cautivar a Susana, mientras caminaba, cuando
los ánimos exaltaban se imaginaba en unos años llegando a donde su
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mamá luciendo los sombreros que a diario veía en las estanterías de la
once, fantaseaba caminado orondo por la calle peatonalizada con una
sombrilla como bastón y con un Borlino o un Mónaco o con el Barbisio
Ranger o el Barbisio Titán o con, el que más le gustaba, un Gold Arrow
sobre su cabeza. Esta era la rutina diaria a la hora del almuerzo de
Acevedo, salir del claustro, mirar la estatua de Camilo Torres Tenorio, no
Torres Restrepo, en la plazoleta de su colegio quien lleva orgulloso en su
mano izquierda el memorial que nunca llegó a la mesa de la Suprema
Junta Central de España, ya más abajo, pasar rozando las charreteras del
libertador llenas de regalos excrétales de las docenas de palomas que lo
hacen su morada diurna, admirar los edificios perimetrales e
inmemoriales que le hacen venia al venezolano y seguir hasta llegar al
pasaje Gómez para almorzar con su mamá.
- Hola hijo. ¿Cómo te fue?-
- Bien má, la bendición.
- Dios te bendiga, ¿ya les recogieron la plata del encuentro con Cristo?-
- Sí, ya, eso fue lo primero que nos pidió Emma esta mañana, pero ahora
necesito más plata para comprar un libro que nos pidieron hoy- , mentí
instintivamente.
-¿Libro de qué?-
-¡Para el colegio mamá!-, dije con aire de obviedad para distraer.
-Sí, pero, ¿para qué clase?-Para español, la profesora dijo que era barato2
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-¿Qué libro es? Yo lo compro más tarde -.
-No, dame la plata yo lo compro ahorita de subida -.
- Pero dime que libro es, de pronto ya está en la casa y no hay necesidad
de comprarlo.
- En la casa no está, estoy casi seguro.
-¿Cuál es el nombre? Yo misma te lo compro -, me dijo desesperada.
-No lo sé, no lo anoté, por la noche te lo digo -, respondí resignado.
Subiendo de nuevo para el colegio, después de almorzar, acongojado por
no conseguir la plata para comprar la más importante de las tareas en lo
que llevaba del año y que le daría por primera vez luz propia, la luz que
no le daba ser el que mejor notas tenía en el salón y que lo hacía
merecedor de la beca anual, la luz que lo alumbraría cenitalmente para
que Susana pudiera verlo sin las sombras masculinas que lo abrumaban.
Sabía que una vez adentro para la última clase no tendría oportunidad de
comprar nada, ya que a la salida, a las cuatro, la ruta escolar lo estaría
esperando para llevarlo a su casa y no salir de ella hasta el otro día, en el
momento que los dedos neblinosos de la Aurora en la Atenas
suramericana empezaran a destellar, cuando la ruta pitaría para que
Acevedo subiera y trasportarlo directo a la fachada del colegio. Subió por
la once, viendo de fondo, acercándose mientras caminaba, el costado de
la plaza que representa el poder religioso del país enmarcado por la
bendición verde de la cordillera oriental, atravesó la plaza de Bolívar en
diagonal hacia el sur oriente jugando a no pisar las líneas de la cuadricula
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en el piso de la moderna explanada de concreto y ladrillo, miró de vuelta
al libertador y a Camilo Torres, e irremediablemente entró.
“Alumnos y alumnas, en razón de que nuestro claustro es un remanso de
historia patria y que por nuestros pasillos se han educado muchas de las
grandes personalidades del país, personas que han dejado el nombre de
nuestra institución muy en alto dándonos el prestigio académico y
humano con el que hoy contamos a nivel nacional, queremos
comunicarles a toda la comunidad Bartolina que hoy tendremos la visita
anual de nuestro ya conocido padre provincial Pablo Mistral y la de
nuestro vecino, el Presidente de la Republica que aparte de venir a
discutir sobre el presupuesto que el gobierno anualmente nos confiere
también viene a visitar los restos de su padre, uno más de nuestros
emblemáticos exalumnos, que yacen en la cripta de nuestra amada
institución. Lo anterior aparte de ser un acto meramente informativo
también tiene la intención de advertirles, aunque está de más, que de
nuestra conducta no solo depende la imagen propia si no la de todo un
país que pone en ustedes las esperanzas para un mañana más
prometedor dónde reine la paz que Jesús supo dar a sus discípulos.
Quiero ver en ustedes hoy más que nunca las acciones que por años han
distinguido a la comunidad Jesuita, no queremos ningún episodio de
indisciplina, ni antes, ni durante, ni después del acto que dará inicio a las
diez de la mañana en el patio principal. No siendo más que Dios los
bendiga.” Emma leyó este notificado de la rectoría en una sección, de las
cuatro, de séptimo grado al mismo tiempo que lo hacían todos los
directores de las secciones de los diferentes grados. Además de ponerle
el tono sacerdotal y amenazante al comunicado ella no dejó de dar sus
propias recomendaciones:
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“- No quiero ver las risas de siempre al final de la fila, ni tampoco ver a
ningún alumno sin su uniforme completo, los niños con sus corbatas bien
puestas y las niñas con el cabello bien recogido”. Robinson regocijado en
el poder que le daba ser el fundador intercambiaba cómplices gestos con
sus compañeros, sabía que la prueba para dar entrada a su clan era
ahora mucho más heroica.
La mayoría atemorizados por una citación a los papás o por la expulsión
del colegio, guardaron sus condones, otros los tiraban en el inodoro para
desaparecer cualquier prueba futura, otros los regalaban, como lo hizo
Bohórquez. Sergio Bohórquez sabía lo que significaba entrar en ese
grupo para Acevedo por eso decidió regalárselo, así este nunca quisiera
llevarlo a almorzar con su mamá por más que le rogara, la táctica de
Acevedo era decirle a sus plegarias que bueno, que está bien, que hoy si
vamos, pero al abrirse las
puertas del colegio para el almuerzo Acevedo salía corriendo
aprovechando su estado físico, contrastando con el de Bohórquez, un
niño de ojos rasgados, rechoncho, con ademanes femeninos y que se
sofocaba al correr.
- Tome, me lo paga cuando tenga plata -.
- ¿No va a entrar?-, dije agarrándolo y metiéndolo torpemente en la
maleta.
- No, suficiente con las citaciones que tuve por matemáticas, igual no
estoy muy convencido de esas ideas políticas -.
- Eso es solo un pretexto, con el grupo nos van a respetar y lo más
importante es que las niñas nos van a ver con los ojitos brillantes, tengo
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que aprovechar esta oportunidad, escuché a Susana que le decía a Rocío
que ya sabía quién sería su próximo novio-.
- Pues Robinson-, me dijo desenvainando la espada.
- ¿Qué?, pregunté angustiado.
- Ayer cuando salí del colegio me fui para el Éxito de la séptima, el de
allí, por que Camelo me sopló que algunos boxers de hombre tienen en la
parte de adelante un bolsillito en donde los afortunados guardan los
preservativos para sus días de suerte y en estos bolsillos hay condones
que se pueden sacar sin que suenen a la salida, así que fui, me hice el
que buscaba unas medias y saqué el mío, no pensé que fuera tan fácil.
Camelo tenía razón-, me dijo orgulloso sin dejar sus gestos afeminados.
- ¿Fue, sacó el suyo, sabiendo que dicen que el dueño donde vea a un
alumno de chaqueta gris robando allá lo trae de una oreja desfilando por
toda la séptima directo al pelotón de fusilamiento rectoral y ahora le da
miedo entregarlo cuando estemos formados?-.
- Sí, no quiero arriesgarme, nos pueden echar por eso -.
- Nunca nos van a pillar, siga con la historia, salió del Éxito y…
- Salí del Éxito y caminé para coger el Transmilenio como todos los días,
pero me antojé del cono de la esquina, de los que venden en la Jiménez
con séptima y ahí, delante mío estaban ellos, haciendo fila también, es
que esos conos son deliciosos -, no había terminado y ya tenía la lengua
saboreando el labio superior.
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- ¿Ellos?, ¿Quiénes? -.
- Pues Robinson y Susana. Él le decía que no dejaba de pensarla mientras
la consentía fabricándole tirabuzones, ella no decía nada solo se
sonrojaba y sonreía, se notaba que le gustaban sus halagos –, dijo
esgrimiéndome el acero dejándolo a centímetros del corazón.
- Maldito, maldito-.
- Yo creo que ya son novios-, me dijo hiriéndome fatalmente.
Acevedo minutos antes de la formación se metió al baño con la espada
envenenada aún clavada en el pecho y desangrándose en lagrimas, abrió
el regalo de Bohórquez, lo desenvolvió, lo estiró, sopló y escupió
furiosamente adentro de este, cuando creyó que era suficiente le hizo un
nudo en la punta y lo volvió a guardar en el empaque. Sacó una hoja de
cuaderno, escribió una nota y su nombre y la guardó junto al condón en
el bolsillo.
A media mañana el ambiente colegial era tenso, los alumnos prevenidos
de no hacer ningún movimiento que no le gustara a sus directores y los
profesores atentos a cualquier actividad que no obedeciera a las
enseñanzas del claustro. El padre provincial y el presidente, este último
acompañado de la primera dama, estaban en el segundo piso y los
alumnos en líneas paralelas en el patio. Robinson por ser el más alto
estaba de último en la fila, Acevedo, por razones contrarias, al otro
extremo, era el segundo. Las miradas nerviosas más los murmullos de las
cómplices alumnas, incluida Susana Franco, hizo que la prevenida Emma
se instalara detrás de Robinson para poder controlar mejor cada
parpadeo. No eran muchos los osados a pertenecer finalmente a la
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asociación, no había señal alguna para hacer pasar el testigo hasta las
manos de Robinson así que los pocos temerarios dudaban cuando
mandarlo a rodar de mano en mano. En mitad de la homilía del padre
provincial llegó el primero de los testimonios a manos de Robinson, este
disimuló y nerviosamente trató de guardarlo en el bolsillo derecho de su
pantalón pero no atinó y el papel con el condón, sin decoro, cayeron al
piso, Robinson para no llamar la atención siguió con la cabeza en alto,
fingiendo aprehender las recomendaciones cristianas, pero con los pies
tanteaba tratando de encontrarlo y poder dejarle el zapato encima
perpetuamente, cuando movía los pies una voz desde atrás le susurró al
oído:
“- Gracias Robinson por darnos la oportunidad de ser parte de un
movimiento del que estoy seguro va a emancipar la masas estudiantiles
dentro y fuera del colegio, firma el nuevo miembro: Gutiérrez.-“, era
Emma que leía y que lo sentenció diciendo: ”-¡Qué lindo Robinson!-”.
Detrás del primero llegaron cuatro más, que iban directo a las manos de
la última en la fila, los que llegaron después tenían, aparte del nombre
escrito en un papel como se había acordado, el dibujo de un martillo y
una hoz o la reproducción de la estampa del Che que reposa en la plaza,
que lleva el nombre del medico argentino, de la más reconocida
universidad pública de la capital o esténciles a blanco y negro de Camilo
Torres Restrepo, no Torres Tenorio, con el cuello clerical y fusil al
hombro, pero el último que Emma tuvo en sus manos fue el condón
abierto de Acevedo con una nota que leyó atónita: “Yo también he
pensado en Susana, y mucho. Atentamente: Acevedo”.
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