Educación sexual

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Educación
sexual
Rosa Abenoza Guardiola
Médico experta en Sexología
Profesora de los Estudios de Postgrado
de Sexología. Instituto de Sexología de Madrid.
Universidad de Alcalá
Sumario
1. Introducción.—2. Pretérito imperfecto y presente de la educación
sexual en España.—3. Breve historia de un tremendo despropósito.—
4. La educación de los sexos o el porvenir de una ilusión.—5. Educación sexual y salud de los sexos.—6. Para un modelo biográfico de
educación sexual: formación profesional. 6.1. El qué de la educación
sexual. 6.2. Sobre el cómo de la metodología.—7. Educación sexual
de adolescentes y jóvenes en dificultad social.—8. Bibliografía.
RESUMEN
La autora pretende abordar la cuestión de la educación sexual como
una reflexión, teórica y práctica, que busca situarla en la nueva realidad de los sexos.
La educación sexual es la educación relativa a los sexos, es decir, relativa a los modos y maneras que los individuos tienen de hacerse,
vivirse y expresarse como sujetos sexuados —mujer u hombre— y las
consecuencias y posibilidades derivadas de esta realidad diferencial
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para todos y cada uno de los individuos que componen la especie
humana.
PALABRAS CLAVE
Hecho sexual, sexuación, salud sexual.
ABSTRACT
Sexual education is the education which refers to sex, that is, in relation to the ways and manners that each individual person has to
develop, to live and to express oneself as subjects endowed with sex
—female or male— and the consequences and possibilities derived
from that differential reality each and every individual.
KEY WORDS
Sexual fact, sexuality, sexual health.
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INTRODUCCIÓN
Abordar la cuestión de la llamada educación sexual exige
realizar un breve recorrido histórico de su trayectoria, junto al
análisis de los contenidos y conceptos que en ella se manejan.
La dificultad, social e institucional, con la que se enfrenta
dicha pedagogía es la confusión conceptual de los términos
utilizados, para unos objetivos generales imposibles de alcanzar desde el marco teórico utilizado, fondo de intervenciones
asistenciales precipitadas por la urgencia, que han hecho de un
valor a cultivar necesidad estratégica.
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PRETÉRITO IMPERFECTO Y PRESENTE
DE LA EDUCACIÓN SEXUAL EN ESPAÑA
En España la enseñanza de la educación sexual, recogida
como una de las enseñanzas transversales de la LOGSE con
identidad propia, Educación sexual, ha quedado identificada a
un área de Educación para la salud recogida bajo el epígrafe de
salud sexual.
El desarrollo de esta parte de la historia de la educación sexual en España obtiene su explicación en razones sociopolíticas y sanitarias relacionadas tanto con la evolución social de
nuestro país, como con la evolución del estado mundial de la
salud.
En 1974 se celebró en Ginebra una reunión, convocada por
la Organización Mundial de la Salud (OMS), para tratar sobre
la formación que en materia de sexualidad —humana— debían
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recibir los profesionales de la salud, promover una sexualidad
sana y conseguir una vida sexual sana para la mayor parte posible de la población mundial, basada en la adquisición de una
aptitud para el disfrute en ausencia de enfermedad.
Este concepto de sexualidad sana basado en la satisfacción
del placer sin finalidad reproductora fue una consecuencia de
la revolución erótica, conocida como sexual, producida entre
1950 y 1980.
Gracias a los nuevos y seguros métodos anticonceptivos,
se produjo la separación efectiva entre sexualidad y reproducción en la conciencia colectiva de la población. La sexualidad
sometida hasta entonces a un tratamiento moral daba un aparente cambio cualitativo. La reproducción pasaba de ser una
obligación a ser cuestión de deseo y elección individual. El acto
sexual o coito quedaba liberado del riesgo reproductivo y la
sexualidad reconvertida en conducta genital fuente inagotable
de placer.
Los años sesenta y setenta fueron años de liberación y utopía. El discurso sexual fundía sexo y placer, reivindicando el derecho a la información sexual y el derecho al placer. Las mujeres
seguras de sí, cambiaron sus hábitos y costumbres sexuales; el
amor libre constituyó un valor alternativo y progresista; fundiendo amor, sexo y placer concebido como energía orgásmica, rescataba a los sujetos del peso de la cultura reconciliándolos con la Naturaleza. El orgasmo quedaba definido en una
función sexual natural y necesaria, fuente de salud y bienestar.
La noción de sexo transmutó en placer, o sea en orgasmo, desgajado de los sexos; disociándose en cuestión biológica natural, de genes y hormonas, y polisemia en el imaginario colectivo, asociándose sexual a placer, genital, coital, tabú, liberación,
necesidad...
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Resultando que lo normal, actualmente, es hablar del sexo
en singular como una entidad externa a los individuos, utilizando expresiones como: sexo tabú, sexo natural, sexo sexo,
sexo amor, sexo seguro... que esconden tras de sí una misma
imagen simbólica: placer derivado de la gestión genital asociado
a fascinación, peligro, prohibición, represión, liberación, salud,
deseo, riesgo, transgresión...
Liberada la sexualidad del compromiso reproductivo, su
satisfacción hedónica libre de miedos y temores, pronto se vio
comprometida por la eclosión de la pandemia de VIH/SIDA.
La evolución sociopolítica sucedida en España durante esas
décadas, en concurrencia con los cambios en las expresiones
sexuales, hicieron de la década de 1980 el momento de los
grandes debates sociales y políticos en torno a la inclusión de
la educación sexual obligatoria en las escuelas y sus beneficios,
necesidades y peligros.
En 1985, ante la tasa de embarazos registrados en adolescentes y el aumento de enfermedades de transmisión sexual,
VIH/SIDA, se puso en marcha un plan piloto estatal de información sexual para adolescentes, marcando un hito en la sociedad de nuestro país. El llamado Plan Diana consistía en un
programa de formación sobre métodos anticonceptivos, especialmente sobre el preservativo, por entenderse el método más
fiable y accesible por los/as jóvenes. Impulsado por políticas de
sanidad, juventud y educación se popularizó con acciones comunitarias. La educación sexual quedó concebida como una necesidad de salud pública, orientada a prevenir embarazos adolescentes, embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual VIH/SIDA.
Fueron años de movimiento social. Entre otras importantes
cuestiones, se fomentó la educación no formal y el asociacioDocumentación Social 120 (2000)
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nismo entre jóvenes, con el fin de favorecer la integración de
aquellos que vivían en las márgenes de la sociedad.
En 1989 se firmó un convenio de cooperación por los Ministerios de Educación y de Sanidad y Consumo con un triple
objetivo: formación de docentes, promoción de experiencias
innovadoras en Centros escolares en colaboración con el sector sanitario y elaboración de materiales didácticos adecuados
orientados a alcanzar el mayor estado de salud posible de escolares y ciudadanos, incluida la salud sexual.
El estado mundial de la salud durante los años setenta, fue la
cuna para el ambicioso lema de la OMS en el año 2000 salud
para todos. Se recomendó la inclusión de contenidos de Educación para la Salud en la enseñanza obligatoria, entendiéndose
como el modo más eficaz para promover estilos de vida saludables y el camino seguro para que la educación para la salud llegase a todos los niños, independientemente de la clase social y
educación de los padres. El objetivo: que escolares y ciudadanos,
según recomendaciones de la XXXVI Asamblea Mundial de la
Salud de 1983, «deseen estar sanos, sepan cómo alcanzar la salud, hagan lo que puedan individual y colectivamente para mantenerla y busquen ayuda cuando lo necesiten».
En el marco de la Ley de Ordenación General del Sistema
Educativo español, se incluyeron una serie de enseñanzas
como temas transversales considerados de gran valor tanto
para el desarrollo personal de los alumnos, como para el proyecto de una sociedad libre, diversa y respetuosa con las personas y la Naturaleza. Como enseñanzas transversales se contemplaron: la educación moral y cívica, educación para la paz,
educación para la salud, educación para la igualdad de oportunidades entre los sexos, educación sexual, educación ambiental,
educación vial y educación para el consumo.
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Quedaban establecidos los mecanismos legales para dichas
enseñanzas en los Centros educativos. Sin embargo, no han gozado de demasiada fortuna. Cada una de ellas, ha ido tomando
relevo y protagonismo según necesidades sociopolíticas y sanitarias (prevención de embarazos adolescentes, de enfermedades
de transmisión sexual, nutrición, violencia, abusos, maltrato, integración intercultural, racismo...). Teniendo excesivamente en
cuenta los problemas, cultivando muy poco los valores, para tales materias se han desarrollado básicamente estrategias de urgencia asistencial, o utilizando otro lenguaje de «apaga fuegos».
De modo que, un conjunto de buenas ideas, ha dado en convertirse en una práctica precaria y las enseñanzas transversales
integradas se han reconvertido por reiteración en «cursos especiales», normalmente a cargo de técnicos o voluntarios de instituciones municipales o de organizaciones no gubernamentales
dependientes de subvenciones estatales o comunitarias.
La preservación de la salud sexual y reproductiva individual
y comunitaria hicieron de obligada necesidad las citadas estrategias de urgencia. Pero lejos de desarrollar estrategias de promoción de la salud sexual en sentido amplio, se tendió y se
tiende a promocionar estrategias defensivas con una significación de salud sexual obsoleta y precaria, basadas más «en el
miedo a» que «en el deseo de»: alcanzar calidad de vida, autonomía, capacidad de elección, libertad, diálogo, solidaridad y
respeto, en definitiva, de alcanzar el mayor grado de felicidad
posible individual y colectiva.
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BREVE HISTORIA DE UN TREMENDO DESPROPÓSITO
Cuando acepté el compromiso de participar en un trabajo
colectivo sobre educación sexual con adolescentes y jóvenes
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en dificultad social, imágenes del pasado impregnaron mi memoria de caras, aulas, centros (juveniles, culturales, escolares...),
preguntas, historias e inquietudes de jóvenes y adolescentes
que durante quince años he visto pasar a través de campañas,
ciclos informativos y ciclos educativos sobre sexualidad.
El recuerdo me hizo reflexionar sobre aquellas intervenciones, realizadas a la luz del citado Plan Diana. La ingenuidad de
los programas y de los que en ellos trabajábamos me hizo
sonreír, no sin cierta nostalgia, de aquellos experimentos que
suponía entrar en los centros con la preocupación de informar
y prevenir sin crear malestar y/o escándalo entre escolares, padres y docentes.
La precaución de escándalo venía de la inquietud que aún
entonces implicaba el adjetivo sexual. Afortunadamente, el temor a la educación sexual ha desaparecido; a día de hoy, nadie razonable cuestiona los beneficios derivados de la misma;
sin embargo, es, y debe ser, objeto de crítica y análisis el qué
de la educación sexual al uso y el cómo de su realización.
Un análisis superficial de lo que en España se entiende de forma generalizada por educación sexual revela algunas de las claves
explicativas de la no-educación sexual que se está haciendo.
Hay quien explica, razonablemente, esta ausencia por el desarrollo de políticas conservadoras indiferentes a la importancia de
la educación sexual. Pero «aquí y ahora» urge la crítica y reflexión
a y de técnicos y profesionales responsables de programar tales
acciones educativas para jóvenes y adolescentes que, ignorándoles como sujetos en crecimiento en relativa situación de dificultad
social, han centrado su interés en la prevención por la promoción
de métodos de protección.
Aunque todos sabemos que debajo del comportamiento
sexual humano subyacen normas, valores, pautas y funciones
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articulados en códigos, que definen una moral sexual determinada, marco de referencia de las expresiones sexuales de los
sujetos (Sanz Agüero, 1980), una mirada a estos últimos quince años de programas de información sexual estrictamente genital muestra que mayoritariamente los programas llamados
educación para la salud, educación sexual, giran en torno a un
solo objetivo: promover el concepto de sexo seguro a través del
uso normalizado del preservativo como habilidad estratégica
para evitar riesgos de infección y reproducción.
Esta forma de entender la educación sexual, derivada de la
carente formación sexológica de gran parte de técnicos de la
salud, más la concurrencia de la epidemiología de la salud reproductiva de jóvenes y adolescentes, la necesidad de frenar la
pandemia de VIH/SIDA y la necesidad de uso del preservativo,
como necesidades sociales invocadas para el desarrollo y promoción de programas de sexualidad, ha dado lugar a un tremendo despropósito que termina por inducir aquello mismo
que pretende prevenir.
El término sexo, latín sexus, es un significante que transmite
la idea de separación, de la diferencia fundamental existente en
todas las especies sexuadas, incluida la humana. La palabra
quiere decir simple y llanamente uno de los dos sexos: sexo femenino, sexo masculino (García Calvo, A., 1988).
Esta idea de diferenciación de los sexos transmitida a través
de la noción de sexo está enajenada al ser confundida y explicada con y desde el área genital. La confusión resultante da al
traste con cualquier estrategia preventiva.
El término genital es el adjetivo relativo a los órganos de la
generación u órganos genitales: genitales femeninos, genitales
masculinos, genitales externos, genitales internos: aparato reproductor.
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Circunscribir la significación de sexo al área genital solapa sexual y genital. Quedando fundidos y confundidos sexual
—relativo al sexo— y genital —relativo a la generación.
Si reflexionamos nos damos cuenta de cómo la educación
sexual, reducida a clave de sexo seguro, es equivalente a una
educación genital que gira en torno al buen o mal uso del mismo sin abandonarlo un solo instante.
Este modelo, centrado en las conductas desarrolladas por
los individuos de una comunidad o grupo social, pretende
transmitir información científica, aséptica y veraz consistente en
un conjunto de reglas, instrucciones e informaciones sanitarias
que definen lo correcto y lo incorrecto.
La educación sexual así concebida adopta la forma de instrucción de higiene sexual; la sexualidad se trata como potencial
peligro medioambiental a controlar científicamente; la contracepción se presenta como medida preventiva de lo deseable y
no deseable, y a pesar de no emitir juicios morales es normativa y por tanto culpabilizante y ansiógena.
La obsesión por estos programas de corte higiénico sanitario ha convertido la educación sexual en una cuestión de práctica. Persigue instaurar conductas pro-salud y modificar conductas de riesgo, pero una conducta tan compleja como la sexual no puede modificarse con escuetas intervenciones,
dirigidas a informar únicamente sobre riesgos y satisfacciones
de determinadas conductas y cómo evitar los peligros a través
de la instrucción sobre el uso del preservativo.
La situación exige perseverar en la acción de prevenir, pero
los agentes de salud no hemos reflexionado ni lo necesario ni
lo suficiente sobre los errores cometidos.
La educación sexual es la relativa a los sexos, a los modos
y maneras que tienen los individuos de hacerse, vivirse y ex216
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presarse como sujetos sexuados —mujer u hombre— y las consecuencias y posibilidades derivadas de esta realidad diferencial para todos y cada uno de los individuos que componen la
especie humana.
El tremendo despropósito es reducir esta educación de y
sobre los sexos a más de lo mismo, lo único, lo de siempre: a
la instrucción y adiestramiento sobre los placeres genitales y
sus consecuencias. La innovación —no en vano los tiempos
cambian—, más moral que mental, ha consistido en adoptar
para su abordaje una actitud permisiva frente a la tradicional
actitud prohibitiva, represiva y castrante. Pero no nos engañemos, se trata del mismo perro con diferente collar. Desplazar el
perfil de la norma sexual hacia la permisividad genital como
único indicador de cambio, aporta confusión y malestar sexual.
El diseño de campañas de promoción y normalización
del uso del preservativo —necesarias pero no suficientes— y la
reivindicación del acceso a la píldora del día siguiente, son
prácticamente las únicas acciones ideadas para un sector de
la población que necesita formación para poder utilizar la información.
Unamuno afirmó en El sentimiento trágico de la vida que
«para vivir, primero hay que saber». Como profesional de la Sexología me pregunto cuanto tiempo ha de pasar para reparar
esa ausente Educación Sexual que, recogida como una transversal, orientada a incitar y suscitar valores, dote de sentido y
conocimiento el pensamiento de estos adolescentes y jóvenes
hombres y mujeres, que empiezan a descubrirse y encontrarse
como individuos, hoy por hoy, sin más recursos que un precario adiestramiento sobre «habilidades para adquirir y usar normalizadamente métodos anticonceptivos orientados a desarrollar una actividad sexual más segura y satisfactoria».
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Educación que puede hacer más efectiva la prevención, posibilitando la promoción de los deseados estilos de vida saludables y el crecer de una cultura.
4
LA EDUCACIÓN DE LOS SEXOS O EL PORVENIR
DE UNA ILUSIÓN
El gran desafío de la educación sexual contemporánea consiste en la identificación de un sistema de valores o ideales que
combinen la tolerancia a la diversidad e igualdad social con
una comprensión de, y un respeto por, las expectativas sociales y la ley (Meredith, 1990).
Los valores e ideales configuran el patrimonio ideológico
de una cultura. La cultura es el conjunto de modos de vida y
costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico,
científico e industrial, en una época y/o grupo social. Cuando
una cultura alcanza un grado de bienestar razonable de sus individuos está destinada a crecer y perdurar; en la medida en
que un sistema cultural produce insatisfacción o malestar en
un gran número de individuos está destinada al fracaso y la
desaparición.
La cultura occidental presenta un importante núcleo de insatisfacción en diferentes ordenes sociales con sus correspondientes conflictos. De éstos, uno básico corresponde al orden
sexual, que exigiendo urgente atención, es la gran ausencia
presente en los programas de educación sexual.
La sexualidad es una realidad estructural presente en el individuo y la cultura desde la más antigua ordenación. Evolutivamente, si el tratamiento moral de la sexualidad dio lugar a
grandes debates en torno al placer y la reproducción, el trata-
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miento científico, confundido por no pocos espejismos culturales, no ha significado un gran avance. La permanencia y vigor
de los paradigmas genital y sexual (Amezúa, 1998) ha conducido a una disociación de la sexualidad, núcleo de la identidad
de los sujetos, en determinaciones biológicas y construcciones
sociales.
Esta disociación exige el abordaje sociopolítico de la sexualidad, a la luz de los hechos culturales acaecidos durante los
dos últimos siglos.
La educación sexual de los sujetos sexuados como hombre
o mujer, como masculino o femenino, pasa por el tratamiento
biográfico de los mismos. Conceptos como sexo, sexual, sexualidad, identidad sexual, dimorfismo sexual, bisexualidad, intersexualidad, diversidad, erótica y amatoria configuran el marco para una educación sexual rica en valores que permite la
formación de los sujetos, la necesaria reconciliación de los
mismos con la cultura.
En 1927 Sigmund Freud, de quien he robado el título de su
ensayo El porvenir de una ilusión, escribía: «Todo aquel que durante largo tiempo ha vivido dentro de una cultura y se ha planteado sus orígenes y su trayectoria evolutiva, acaba cediendo a
la tentación de orientar su mirada a los destinos futuros de la
misma.» Esto hicieron los investigadores de la Federación Internacional de Planificación Familiar —IPPF— entre 1987 y 1989, al
realizar una investigación analítica de las tendencias de la educación sexual en Europa para jóvenes en edad escolar. De sus conclusiones hemos extraído el siguiente párrafo:
«Es difícil prever dónde estará le educación sexual europea en
la siguiente década, y lo liberal que se podrá permitir ser una
aproximación a la educación sexual quizá dependerá en parte
del status del SIDA en nuestras sociedades. En la medida en que
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los adolescentes se hagan una clientela más significativa de los
servicios sociales, es improbable que prevalezca el marco moral
tradicional o puramente médico de la educación sexual. Sin embargo, la adopción de una base biográfica verdadera como la
forma más efectiva de llegar al joven puede probar ser un proceso más difícil (particularmente para el personal de formación
médica) para algunas sociedades o profesionales que para otras.
Sin embargo, dicha aproximación parece ser la base de la mayoría de los más experimentados programas de educación sexual
en Europa.»
Razones políticas y sociales han determinado que la
educación sexual se haya contemplado en el área de la enseñanza del valor Salud, menos comprometido que el valor
Sexualidad. Reducida a conducta genital, las cuestiones sociales planteadas por la realidad sexuada de los sujetos,
quedan dispersas y difuminadas entre otros problemas y
necesidades. La instrumentalización científica del paradigma
genital permite evitar el abordaje cultural y político que exige el tratamiento de la cuestión sexual y su consecuente reordenación social.
La Sexología aborda la realidad sexual desde el hecho
sexual humano: marco referencial que da forma a una propuesta educativa de base biográfica, dotando de razón y
sentido al ser mujer o al ser hombre de cada individuo. La
comprensión y significación de la existencia diferencial de
los sexos, desde su perspectiva evolutiva generadora de diversidad, ofrece alternativa a la situación anacrónica de una
educación de la salud sexual articulada desde el antiguo discurso hedónico y normativo sobre los placeres genitales,
adornado de precauciones preventivas frente a sus peligros,
ya sean de carácter reproductivo, infeccioso o neurótico disfuncional.
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EDUCACIÓN SEXUAL Y SALUD DE LOS SEXOS
Por salud sexual entendemos: «La integración de los elementos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser
sexual, por medios que sean positivamente enriquecedores y
que potencien la personalidad, la comunicación y el amor»
(OMS, 1974).
Según la IPPF el gran desafío de la educación sexual es
identificar un sistema de valores, y ésta ofrece valores a cultivar
y tener en cuenta, por las repercusiones que representan para
los individuos, la cultura, la sociedad y la especie. Valores que
básicamente son tres: fecundidad racionalizada, placer humanizado y sexuación como diversificación (Amezúa, 1995). Contemplados, de una u otra forma, en la definición de salud sexual de la OMS, la integración del ser sexual habla de la sexuación, valor que da sentido y cuerpo a los otros dos; sin
embargo, solamente dos de los tres valores siguen siendo objeto de atención: el placer y la reproducción, obviando la explícita referencia al ser sexual.
La definición de salud —el estado completo de bienestar físico, psíquico y social y no solamente la ausencia de enfermedad—
desarrollada en 1947 por la OMS, en la práctica, está reducida
al viejo concepto de perseguir la ausencia de enfermedad. Esta
regresión del pensamiento está teniendo consecuencias desoladoras. Algunos filósofos culpan de ello a la influencia del puritanismo protestante. Nosotros no llegaremos a tanto, simplemente intentaremos aclarar algunos conceptos.
Hablar de salud sexual significa hablar de la salud del ser
sexual, de la salud de los sexos. Hablar de educación sexual significa hablar de la educación de los sexos con el objetivo de explicarse y entenderse desde el hecho sexual mismo.
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El hecho sexual humano da cuenta de la realidad bisexual de
una Humanidad que, desde el siglo XIX, se entiende y explica
desde la existencia de dos sexos separados, diferentes e interactivos. El hecho observable de la sexuación somática, emocional,
intelectual y social de los individuos consiste en un proceso biográfico, a través del cuál los sujetos se configuran como hombres o mujeres, masculinos o femeninos, desarrollando conciencia individual de la propia condición sexuada, experimentada y
vivida predominantemente como de uno u otro de los sexos. Es
básicamente un hecho diferencial generador de diversidad que
ha sido negado, dando lugar a no pocos desatinos.
Si el siglo XIX posibilitó el alumbramiento cultural de la mujer, uno de los sexos, reconociendo su categoría como sujeto
sexuado con dignidad humana; movimientos sociales de los
últimos doscientos años, entre dos paradigmas en pugna, han
dado lugar a la devaluación de los seres sexuales, unificándolos en la categoría de persona. De forma que lo importante no
es ser hombre o ser mujer, sino ser persona. La pregunta aquí
es: ¿se puede ser lo uno sin lo otro?
Esta asexuación de los sujetos ha desenfocado la representación simbólica de la diferenciación sexual humana o dimorfismo sexual, que hace posible el entendimiento de la bisexual
humanidad intersexual y diversa; provocando una especie de
regresión al principio isomórfico —de signo contrario—, con
permanencia del Antiguo Paradigma Genital frente al Moderno
Paradigma Sexual, dando lugar a un tremendo lío coeducativo,
increíble desde la razón y a no pocos malestares de orden sexual. Uno es el instalado en el orden de la identidad sexual o de
uno y otro de los sexos.
Cuando los sujetos mujer u hombre sienten malestar y/o
vacío identificatorio en sí mismos y/o en el medio ambiente
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respecto de su dimensión sexual, se altera su salud o «la condición de armónico equilibrio funcional, físico y psíquico, del
individuo dinámicamente integrado en su ambiente natural y
social» (Sepelli, 1966).
Esta alteración de la condición de armónico equilibrio del
individuo da lugar a no pocos problemas de índole sanitaria,
social y legal. El desarrollo de la identidad femenina, introduciendo el principio de alteridad, como ser sexualmente diferente, sujeto de deseo y placer, ha cuestionado la rancia identidad
masculina, que enajenada de sí comete irracionales atropellos.
Estos cambios culturales exigen, más que nunca, abordar la
mítica cuestión sexual, en busca de un dialogo y acuerdo entre
los sexos. Es absurdo hacer prevención, promocionar el placer
e incentivar el deseo al más puro estilo de un Estado del bienestar libre, permisivo y tolerante cuando tenemos las bases
agrietadas.
La amencia sexual del viejo paradigma genital requiere restauración cultural, que pasa por la reconstrucción de los sujetos desde el desarrollo mismo de su ser sexual en sí. La identidad sexual se hace y desarrolla a través de la realización del ser
sexual en sí, y la experiencia que emerge de dicha sexuación en
continua interacción de los sexos, de un sexo con otro sexo y
de ambos entre sí, desde una perspectiva filogénica y ontogénica que da cuenta de la evolución y desarrollo de la especie y
sus individuos.
El desarrollo de la identidad sexual, comprensible y explicable a través de la sexuación biográfica de los sujetos, se ha visto culturalmente trastocada debido a la separación instrumental que la evolución de las ciencias ha hecho de la cultura y la
naturaleza. De forma que el proceso de sexuación biográfico o
diferenciación sexual individual se ha visto disociado por un
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lado en sexuación somática determinada por un orden biológico natural, y por otro, en sexuación emocional, intelectual y
social adquirida de orden psicosocial cultural.
Esta disociación, que poco tiene que ver con la integración
del ser sexual de la definición de salud sexual, está representada en las acciones educativas que reducen sexo y sexualidad a
una cuestión de conducta genital con el placer como fin y la
reproducción como deseo, a la par que humanizan el sexo natural con una educación afectivo sexual, que envuelve el placer
de comunicación y amor.
La educación sexual del siglo XXI debe contemplar los campos sexológicos, que explican la identidad sexual de los sujetos
como un proceso biográfico.
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PARA UN MODELO BIOGRÁFICO DE EDUCACIÓN
SEXUAL: FORMACIÓN PROFESIONAL
Las resistencias al cambio son importantes y no es sencillo
modificar actitudes para poner en práctica modelos educativos
de base biográfica. Pero la tendencia a acomodarse en la inercia dificulta mucho más la aplicación de estos modelos. Hace
tan sólo un par de años, en una reunión entre técnicos de la
salud, al aludir al campo de la amatoria me miraron con horror
al pensar que hablaba de amor.
La amatoria, o conductas derivadas de la sexuación y sus
deseos, es el campo desde el que, bien articulado, se puede hacer una buena prevención de los problemas epidemiológicos
actuales y desde donde se puede trabajar significativamente
una aptitud para el disfrute consecuencia de la sexuación de
los sujetos, de su sexualidad.
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La Sexología propone un modelo biográfico de educación
sexual, que se articula desde una teoría y una metodología. La
teoría del hecho sexual humano representa el qué de esta educación. Su método, el cómo de su enseñanza.
6.1. El qué de la educación sexual
Es la enseñanza del hecho sexual humano, del hecho de que
todas y todos somos seres sexuados y no podemos no serlo.
Nos vivimos como sexuados y nos expresamos como sexuados desde los deseos y las conductas, cada quien con sus modos, maneras y peculiaridades.
Entiende la realidad sexual de los seres como un proceso
biográfico, que en continua evolución se desarrolla a lo largo
de la vida de los individuos, pasando por hitos o etapas que
van desde la época prenatal, nacimiento, infancia, adolescencia,
juventud y madurez, hasta la vejez de los sujetos, con sus respectivos y particulares períodos críticos de diferenciación.
Es emocionante observar cómo el interés de chicos y chicas, cuando asisten a un ciclo de información sexual, se va desplazando de la curiosidad por las diferentes actividades genitales y parafilias, hacia la sexuación y sus vivencias.
Descubrir y debatir lo que les está pasando: desde los cambios de la pubertad a las dudas y descubrimientos de la adolescencia y juventud, es apasionante para unos chicos y chicas
que frecuentemente no tienen con quien hablar. Bien porque
por exigencias sociales están solos la mayor parte del tiempo,
o bien porque cuando están entre iguales, y más cuanto mayor
sea su situación de dificultad social, se ven obligados a mantener el tipo adoptando estereotipos sociales, que poco tienen que
ver con la tierna e impulsiva adolescencia.
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Los chicos y chicas de 14, 15, 16 años no son angelitos,
pero la gran mayoría son seres inocentes que creen saberlo
todo, sin haber experimentado nada. Este qué de la educación
sexual, el hecho de los sexos, puede darse y adaptarse tanto a
los diseños curriculares de la enseñanza formal, como a las actividades de ocio y tiempo libre de la enseñanza no formal.
Recuerdo una experiencia realizada con chavales y chavalas, que en edad escolar vivían desescolarizados la mayor parte de su tiempo, en un barrio de un pueblo de la comunidad de
Madrid.
Eran chavales que procedentes de integración se refugiaban en actividades pandilleras. Por iniciativa del Ayuntamiento
de Fuenlabrada, en colaboración con el Consejo de la Juventud
del mismo pueblo, se organizó una experiencia de Aula de
Ocio.
Entre los talleres programados se encontraba uno de formación sexual. No se pudo hacer seguimiento de los chavales,
pero resultó llamativa la circunstancia de que todas las tardes
durante dos meses estaban apostados en las puertas del Consejo esperando a los monitores.
Sin prisas, pero sin pausas, fuimos desgranando los procesos de sexuación, a la par que se trabajaban mitos y deficiencias cognitivas respecto a los hombres, a las mujeres y a los
deseos y atracciones que en ellos se producen.
Datos curiosos y anécdotas surgieron muchos. Unos graciosos y sorprendentes, como la preocupación que les producía sentirse «abandonados» en la calle cuando aquello se acabara. Y otros menos graciosos, que derivaban de la impulsividad un tanto agresiva, de los chicos sobre todo. Pasó de todo:
desde un conato de masturbación frente a la visión de un
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audiovisual sobre prevención de enfermedades de transmisión
sexual, hasta sillas que un día salieron volando por un enfrentamiento intragrupal entre quienes querían aprender y entre
quienes no podían estar quietos. Todo quedó en amagos, salvo la rotura del televisor.
Estas circunstancias al principio de la formación del grupo
fueron limándose con debates sobre lo que se podía y no se
podía hacer. Sobre lo que en un momento apetecía y la evaluación de las consecuencias de estas apetencias.
Fueron debates en los que emergían informaciones aprendidas en películas pornográficas vistas en ausencia de los padres; las confusiones derivadas de estas visiones dieron paso
al trabajo diferencial entre fantasía y realidad. Entrando en la
realidad, surgieron conflictos sexuales en cuanto a los roles y
funciones; la imagen de las chicas como competidores y la vivencia masculina de pérdida de poder y de funciones.
Con el paso de días y debates, sin televisor y utilizando el
sistema de la pizarra y las diapositivas, retomamos el desarrollo sexual, el cuerpo sexuado y sus cuidados. Contemplando
desde la higiene bucal y la ducha diaria como estrategias de
deseo y seducción hasta el uso del preservativo como estrategia de precaución.
Se pudo ir profundizando en sus vivencias, al pasar del espejismo del sexo-consumo a las emociones producidas por la
atracción erótica, el descubrimiento del placer del otro diferente,
con diferentes placeres y necesidades, siendo esto algo que sorprendía y enganchaba. El descubrimiento de los procesos reproductivos y la diferenciación intrauterina les cautivó. La sesión del
parto les paralizaba a la vez que provocaba múltiples preguntas.
Estos chicos y chicas necesitaban orientación y limites para
desarrollar su imaginación y creatividad. No sé qué fue de ellos
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con el pasar del tiempo, se acabó el contrato y se acabo el
contacto, pero sus caras son uno de los más gratos recuerdos
de mi actividad como educadora sexual.
Durante meses algo funcionó, cuando cerrada el aula algunos de ellos se acercaron, al principio con reparo y confianza
luego, hasta el Centro de Orientación Sexual para Jóvenes instalado en la ciudad. Este logro no fue poco. Una de las tareas
más complejas fue precisamente ésta: enseñarles el camino,
hasta conseguir que abandonaran su territorio, para acercarse
a los medios que el municipio ponía a su disposición. Otros
pocos, raperos de vocación, participaron en campañas locales
de prevención creando letras de canciones adaptadas al uso
del preservativo, a las relaciones entre amigos, a la solidaridad
con enfermos de VIH/SIDA...
Fue una buena experiencia.
6.2. Sobre el cómo de la metodología
Hubo contenidos, ¿cómo no iba a haberlos? Sin embargo,
el grupo se hizo grupo con debates. Todos los grupos se hacen con debates, independientemente de su estrato y condición
social. Preguntar sin responder es incitar a la creación de sus
propias respuestas y esta es la manera como se consigue el alcance de los valores.
Al hablar de educación rica en valores se tiende a creer, ingenuamente, que los mismos se enseñan desde fuera para ser
aceptados por los individuos. Nada más lejos de la realidad.
Se enseñan y adoptan o rechazan normas, pero los valores e
ideales se inducen para ser creados por los individuos en un
movimiento de dentro afuera. Si no realizan este movimiento
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creativo, difícilmente van integrar las expectativas sociales, las
leyes y los valores culturales.
La metodología de los modelos biográficos, tiene sus bases
en la pedagogía operativa participativa; confía en la capacidad
de los sujetos e incita y suscita una actitud de búsqueda frente
a la inercia pasiva de la norma.
Se trata en principio de ordenar los conocimientos o las
ideas previamente establecidas en torno a un objeto. En educación sexual, el objeto son los sexos. El mapa general referencial es el hecho sexual humano articulado, entendido y explicado desde cuatro campos diferenciados: Sexuación o desarrollo de estructuras, Sexualidad o desarrollo de vivencias,
Erótica o desarrollo de deseos y Amatoria o desarrollo de
conductas.
La regla de oro metodológica es el dialogo abierto, adaptado a las necesidades sentidas de cada grupo, como vía de acceso a la construcción y organización del conocimiento. En
esto consiste la formación necesaria para poder utilizar la información recibida.
Dicho método requiere tiempo y arte, un determinado talante y la disposición personal de quien educa. Quiere esto decir que la puesta en marcha de la educación sexual requiere de
la educación sexual de sus docentes y ésta está en mantillas.
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EDUCACIÓN SEXUAL DE ADOLESCENTES Y JÓVENES
EN DIFICULTAD SOCIAL
La OMS ha declarado, en materia de salud sexual, a los colectivos de adolescentes, jóvenes y mujeres grupos de riesgo
sanitario, por sus características y vulnerabilidad frente a la
evolución de la infección de VIH/SIDA.
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Desde esta perspectiva, todo joven y adolescente debería
ser considerado como individuo en potencial riesgo de dificultad social. Además, los avatares por los que pasa un sujeto durante esta época crítica de diferenciación hacen de todo adolescente, él y ella, un individuo vulnerable.
No obstante, debemos considerar que un gran núcleo de
adolescentes y jóvenes viven en un estado de dificultad social
no potencial, sino real. Entre éstos, que en principio lo tienen
más difícil, debemos contemplar desde aquellos jóvenes que
viven en las márgenes más márgenes de la sociedad en precariedad económica y cultural, hasta aquellos que procedentes
de otras culturas necesitan asimilar un nuevo entorno, aquellos
que en su diferenciación sexual se sienten o van a sentirse en
minoría, aquellos otros que sufren o padecen algún tipo de
discapacidad física o mental, los procedentes de núcleos familiares desestructurados, de grupos sociales inadaptados, etc. En
fin, la larga lista a engrosar nos inclina a hacer tabla rasa y entender a todo adolescente como un individuo con un grado
más o menos importante de dificultad social, en la que tiene
que crecer y diferenciarse para vivir.
En este sentido cualquier intervención educativa, en materia
de sexualidad, con un grupo de adolescentes y/o jóvenes, nos
presenta un colectivo en vías de desarrollo y diferenciación.
Aquí el acento y lo importante.
Durante esta etapa el mayor reto que estos individuos van
a enfrentar va a ser la consolidación de la controvertida y difusa identidad sexual.
Este período de la vida que se inicia con la pubertad o los
cambios producidos en el ser sexual, por la eclosión hormonal de
la sexuación en los caracteres sexuales primarios y secundarios, cambios somáticos de la adolescencia, la pregunta por ex230
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celencia del joven ser en transformación será: ¿quién soy y qué
lugar ocupo en el mundo? La adolescencia representa el momento en que el sujeto, centrado en su cuerpo, cuestiona su
identidad sexual, su relación con los otros y la futura ocupación que quiere desarrollar en la sociedad.
Se entra en la adolescencia con la eclosión de la diferenciación sexual, y se sale de ella con una sexualidad definida por
unos caracteres sexuales. Emergen propósitos, proyectos e
ideales del sí mismo que son respuestas a las crisis de identidad que caracterizan este período. El riesgo es desarrollar una
pseudoidentidad o el establecimiento permanente de alguna de
las identidades transitorias, por las que se pasa en este momento de diferenciación. Éstas actúan como máscaras sociales,
que corresponden a modelos propuestos por la sociedad. Su
adopción oculta a los sujetos tras una identidad sexual alienada que consiste en reconocerse en aquello que los demás esperan de una o uno, en lugar de basarse en el alcance del propio autoconocimiento que supone decir como un Descartes
cualquiera: yo soy yo.
El desarrollo de la sexualidad adulta, aunque no madura,
genitalidad conlleva una situación de conflicto y crisis interna
del yo. La sexuación es vivida como una fuerza que irrumpe
sobre el individuo, antes de poder ser sentida como una expresión de sí mismo.
Aunque es en la infancia cuando queda establecido el núcleo de la imagen corporal y fijadas las identificaciones sexuales más importantes, no es hasta la adolescencia que los
deseos eróticos y las identificaciones sexuales primarias quedan integradas en una identidad sexual irreversible, que debe
resolver una solución de compromiso entre lo deseado y lo
permitido.
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Ejemplo: es habitual que los chavales en esta época demanden guantes de boxeo o un puching-ball con el fin de poder descargar de forma permitida sus impulsos agresivos y sus
ganas de pegar o pegarse. De la misma forma surge la masturbación, como un gesto permitido para descargar o descargarse de sus impulsos sexuales y dar expresión a sus deseos
eróticos.
Alcanzar esta solución de compromiso, que permite distinguir entre el deseo —indiscriminado todavía— y la realidad, define la identidad sexual del sujeto.
La palabra identidad significa calidad de idéntico. Y lo
idéntico se define por la igualdad de la diferencia. El doble
concepto de identidad sexual habla de las semejanzas y diferencias de los sexos. Los sexos, los hombres y las mujeres,
son idénticos por sus semejanzas y sus diferencias, pero, sobre todo, por sus diferencias. Siendo precisamente las diferencias de su calidad sexual o sexualidad las que los hacen
semejantes.
Si entendemos la sexuación de los individuos desde su
perspectiva diferenciadora, veremos que primeramente en el
ser humano se producen identificaciones con el entorno que
no son sino imágenes reflejas de uno mismo y una misma. En
su evolución, el ser humano se reconoce por identificación refleja hasta alcanzar la capacidad de discriminación y la de reconocimiento. Se desarrolla la capacidad de discriminar las diferencias del entorno y de reconocerse como diferente de una
parte de las diferencias y semejante a la otra.
Decir yo soy yo implica discriminarme previamente de lo
que no soy, es decir, del no-yo. Decir soy hombre implica que
no soy mujer; decir soy mujer implica que no soy hombre. Así
que no siendo algo, soy lo otro y entonces ya soy algo.
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La diferenciación sexual adolescente con el desarrollo de los
caracteres sexuales define una sexuación predominantemente de
uno u otro sexo, mujer u hombre, a través de la renuncia a la bisexualidad infantil y el desarrollo de una corporalidad sexuada
diferente a la del otro sexo. Este proceso se experimenta como
una reorganización, no siempre fácil, que integra el propio desarrollo dentro de un nuevo contexto corporal y social.
Podemos entender la identidad sexual del mismo modo
que Erik H. Erikson definió el concepto de identidad personal:
como un sentimiento consciente que se basa en dos observaciones simultáneas: la percepción de la mismidad - sexual- y la
continuidad de la propia existencia -sexuada- a través del tiempo y el espacio, y la percepción del hecho de que los otros reconocen esa mismidad —sexuada— y esa continuidad.
El impacto y las consecuencias de la sexuación en la adolescencia la configuran como una etapa de duelos al anunciar
el quicio de la madurez: duelo por el cuerpo, el rol y la identidad infantiles, por los padres infantiles y por la bisexualidad infantil. Duelo por un cambio de estado que supone una pérdida y una incierta ganancia: inseguridad total.
El entorno sociocultural también tiene su gran importancia.
Las exigencias del medio imponen nuevas pautas de comportamiento y no suelen facilitar la integración de los procesos
adolescentes. Cuanto mayor sea la dificultad social en que vivan estos jóvenes, mayores serán las demandas y exigencias
del medio. Esto puede llevar a una detención del proceso de
desarrollo de una identidad, a identidades alienadas o a una
fluctuación constante de identidades que no llegan a cuajar. Si
por una parte esto es lo normal, por otra, según se produzcan
dichas fluctuaciones para escapar de la angustia que produce
el sentimiento de difusión de identidad, se puede entrar en una
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búsqueda desesperada de una identidad, habitualmente dentro
del grupo: las pandillas.
Los chicos y chicas necesitan de un espacio transicional
para diferenciarse de la familia e integrarse en la sociedad: los
amigos, las pandillas representan ese lugar donde experimentar y depositar necesidades afectivas y de identificación, donde
desarrollar sus creencias e ideales, buscar sus propios valores
y constituir su propia ideología. En este trance son de vital importancia la familia, el medio social y el estímulo intelectual.
Es fundamentalmente en este último punto, estímulo intelectual, en que la intervención socioeducativa formal y no formal puede ofrecer alternativas a chavalas y chavales que lo tienen francamente difícil, y cuya única salida es alcanzar cotas de
conocimiento que haciéndoles sujetos les dé la oportunidad de
ser artífices de su propia vida.
Esto ni en educación sexual ni en educación social se consigue a través de un adoctrinamiento de normas y pautas, que
en definitiva serán rechazadas u olvidadas. El acceso al autoconocimiento, escribe Silvia Tubert en su introducción al libro de
Alain-Fournier El gran Meaulnes, a ese autoconocimiento que
permite decir éste o ésta soy yo, sólo es posible en la medida
de que no sea una respuesta que acabe con la posibilidad de
seguir haciendo preguntas.
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guía. Serie tiempo libre, núm. 3. Dirigida por la Escuela de Animación y Educación Juvenil de la CAM. Madrid: Editorial Popular,
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