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/// Algunas Consideraciones Sobre la Escritura del Ensayo
El ensayo, en general, y el ensayo literario, en particular, se vinculan hoy principalmente con una producción y una
circulación de lectura académicas y es poco probable que asociemos el género a un tipo de escritura confesional. Es
posible que la paulatina y mayor especialización del ensayo, en tanto producción cultural o científica, haya ido
operando esa restricción del campo de la recepción a la que asistimos y que sea éste el motivo por el cual se han
modificado también las expectativas del lector sobre lo que el ensayo pueda revelar. Se han calmado, o quizás han
variado, las ansiedades con respecto a lo que la escritura ensayística dejaría entrever, ese grado de intimidad
manifestada por un autor acerca de sus gustos, a la que no sería posible acceder a través de la obra ficcional de modo
tan directo y declarado. Según algunas de las características que la crítica contemporánea sigue atribuyéndole a la
escritura del ensayo (diversidad temática, enunciación subjetiva, propósito comunicativo) podríamos afirmar que un
componente importante del género es la voluntad de aproximación a un espectro amplio y heterogéneo de la recepción;
habría una vocación para el diálogo que podría medirse en la posibilidad que el sujeto del ensayo tenga para
manifestarse a través de la multiplicidad temática y tonal.Al ser interpelada acerca de supropia obra ensayística,
Marguerite Yourcenar la definió como: cette catégorie du style soutenu, mi-narratif, mi-méditatif, mais toujours
essentiellement écrit (1) . La autora, al mencionar el carácter escrito del ensayo, pone de relieve la particular aparición
de su aspecto confidencial y, también, ese inevitable encuentro que el género propicia entre la palabra individual y los
otros discursos del universo cultural de los que ésta emerge. Asimismo, al escribirse, la meditación del ensayo
transmite los rasgos propios que cada época imprime a la modalidad ensayística y los diversos modos en que cada
autor podría vincularse con su propia historia cultural, toda vez que aluda a las fronteras entre el yo y el mundo.
Quisiera destacar, al respecto, otra de las características que evidentemente tiene el ensayo - y que no es ajena a
ninguna de las anteriormente mencionadas - y es la de constituirse en un espacio de lectura privilegiado de la memoria
cultural, donde el que escribe es también ese lector particular que hace entrega de una experiencia de lectura con clara
conciencia del contexto de producción de su época.
¿Cómo, para quién, para qué, se escribe hoy un ensayo? No pretendo contestar aquí estas preguntas, pero sí recordar
que son las mismas cuestiones con las que se confronta Virginia Woolf, en 1925. Hay dos momentos en la colección
The Common Reader (first series) en los que la autora se permite reflexionar in extenso sobre el género ensayístico.
Me refiero al ensayo Montaigne que hallamos casi al comienzo de la serie y a The Modern Essay, próximo al cierre de
la colección. Virginia Woolf escribe un ensayo, entonces, sobre quien se considera el creador del género y otro sobre el
estado del género en sus días. Estas dos instancias le permiten inquirir no sólo sobre el modo en que desearía insertarse
en la tradición sino también considerar el contexto de producción y lectura con el que su propia obra deberá
enfrentarse. Pero son éstas también las maneras que Virginia Woolf elige para brindar a sus lectores una definición de
lo que para ella es un ensayo ideal, hecho que, al mismo tiempo y forzosamente, delinea un proyecto personal y
femenino de escritura ensayística. Más allá de esta preocupación por la forma, que por otra parte es una constante en la
autora, asistimos a una modalidad de lectura e interpretación notable que traza un estado de la cuestión en las primeras
décadas del siglo pasado.
En Montaigne, Virginia se pregunta, básicamente: “¿cómo lo hizo?”. De qué manera, se interroga, logra él legarnos
un retrato tan acabado de sí, a través de la escritura, de un modo comparable – añade -, quizás al de Samuel Pepys en
su diario o Rousseau, en las Confesiones. Por cierto, al hablar del género, hay asociaciones que resultan insoslayables
(con el diario, la autobiografía, las memorias) y que, asimismo, plantean un problema propiciado – precisamente - por
ese pliegue intimista, sugerido por Montaigne ya desde la dedicatoria al lector y permanentemente evocado casi como
una clave de desciframiento del yo:
Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo
ha permitido. (…) yo mismo soy la materia de mi libro ... (I) (2)
Pero, volviendo al caso de Virginia Woolf, es necesario pensar que lo que ella está intentando dilucidar es de qué
manera podrá transmitir, a través de un género (literario y femenino), a través de una escritura con determinados
rasgos, su retrato: el de una mujer que se atreve a escribir profesionalmente a principios del siglo XX y a crear para sus
pares una genealogía literaria. Cómo hacer – en definitiva – para mostrar “(…) the whole map, wheight, colour, and
circunference of the soul in its counfusion, its variety, its imperfection”. (3)
Probablemente, Montaigne haya llevado a cabo su empresa también por aceptar cierta derrota inicial: sabía que su
objetivo era osado, que él era un ser inconstante y que el público no lo interpretaría necesariamente según su deseo. Pero
contaba con un lenguaje nuevo. Y también contaba con el beneplácito de un público esencialmente masculino, ávido por
encontrarse con las opiniones de un varón erudito. Virginia actualiza como suyos muchos de los temores expuestos
jovialmente por Montaigne, pero bajo la forma de un dilema angustiante (también por ser mujer y escritora), y piensa:
“the pen is a rigid instrument, it can say very little; it has all kinds of habits and ceremonies of its own”. (4) El ejercicio
de lectura meditativa de Virginia Woolf vuelve evidente un punto de inflexión en una literatura de la modernidad
inaugurada, muy probablemente, por Montaigne al poner en acto el problema de la representación de un sujeto nuevo,
que intenta hallar su modalidad de aparición escrituraria. En 1925, el proyecto de construcción de la realidad de ese
sujeto había caducado definitivamente y la representación vuelve a percibirse como problemática (5). Pero, el problema
de Virginia atañe – además – a la representación de un sujeto femenino que no tiene precedentes por carecer de historia.
Montaigne y Woolf se pararon ambos ante un abismo parecido, ambos conjuraron fantasmas similares,
preguntándose, al hacerlo, acerca de la validez de esa obra que estaban escribiendo y que se resistía a conjugar verdad
con escritura. Cuando Montaigne elige escribir en francés se declara consciente de estar ante un lenguaje nuevoy
despojado del armazón retórico del latín. Su plan se presenta – en este sentido- libre de ataduras, pero se enfrenta, sin
embargo, con otro tipo de rigidez, el que fija la imprenta.
Al respecto cabe señalar lo indicado por Michel Jeanneret (6) acerca del verso de Virgilio que Montaigne había
elegido como epígrafe para la segunda edición de los primeros tomos de su obra:
Viresque acquirit eundo
(y tomó fuerzas con el andar).
Si bien en la Eneida, el poeta se refiere al rumor, para Montaigne es la obra misma la que, para cobrar valor, debe
substraerse a la inercia, un estado por él asociado - según Jeanneret - a la fijación de la imprenta, que impediría el
crecimiento orgánico de la materia textual. Fijación que atenta también con la idea de corrección permanente y de
reescritura: las notaciones del mismo Montaigne sobre el primer texto impreso, y en vistas a una reedición, estarían
señalando la imposibilidad de pensar su obra como un texto cerrado (7). La adhesión del autor a la idea de un universo
en permanente cambio y variación no deja exento al sujeto de la enunciación con respecto al propio enunciado. El que
afirma que Toutes les choses sont en fluxion, muance et variation perpétuelle (II, 12) dirá también "Moi à cette heure et
moi tantôt sommes bien deux" (III, 9). ¿Cómo conciliar esto - entonces - con una obra cerrada y que además pueda
retratar fielmente a su autor? En este punto es donde más tenemos que pensar en la razón etimológica de la palabra
"ensayo" que Montaigne elige como título de su colección de escritos, exagium, que permite entradas como "examinar",
"investigar", "medir", "pesar", que acentúan todas el carácter ponderativo de la acción. Cuando este ejercicio intelectual
es llevado a cabo por un sujeto consciente de la permanente mutabilidad de las circunstancias y, por ende, de la
imposibilidad de verse reflejado en un retrato definitivo, la escritura emerge como el lugar en el que el saber de sí y del
mundo es entendido como una endeble y provisoria construcción: "casi nada hay que yo sepa que sé (…) sólo me
instruyo mediante el ensayo: dudo tanto de mí como de todas las cosas" (II, 17). En estos términos, lo que se escribe (se
publica) se considera siempre una versión susceptible de corrección.
El libro se revela, en Montaigne un soporte ineludible e imperfecto, a la vez, para la tarea que el escritor se propone
llevar adelante. Para un sujeto sometido a la impermanencia y al cambio, la letra impresa atenta contra la corrección
permanente. La cita de Ovidio, que recoge en De la presunción (II,17), enmarca su comentario al respecto:
Quum relego, scripisse pudet, quia plurima cerno,
Me quoque qui feci judice, digna lini. (Pónticas, I, V, 15)
(Cuando releo, de lo escrito me avergüenzo, porque observo muchas cosas
por mí escritas, a mis propios ojos, indignas de preservarse)
El ensayista sostiene "Mis obras, lejos de satisfacerme, cuantas veces las retoco tantas veces las desdeño", y agrega:
"Constantemente tengo en mi alma una idea y cierta imagen imprecisa, que me presentan como en sueños una forma
mejor que la que he puesto en la obra, pero no la puedo asir y elaborar." (8)
Otro tema se añade aquí a la fragilidad de la afirmación del sujeto, y es la imposibilidad de fraguar en lenguaje lo que
es obra del pensamiento. El lenguaje deforma, añade caos a la materia pensada. Esta sería otra de las características del
ensayo que debiéramos tener en cuenta y que está enunciada por el propio Montaigne, la de manifestar ser provisorio
porque está escrito, es decir, que existe una estrategia discursiva que propicia la emergencia de la dubitación y de las
opiniones encontradas y, al hacerlo, debilita la idea de texto definitivo que promete la imprenta.
Además, más allá de las incertidumbres del autor sobre la posibilidad de afirmar(se) mediante la escritura, y que
devienen de su percepción de mutabilidad de todo lo que es, más allá - entonces – también se coloca esa inevitabilidad
de la distorsión entre lo que se piensa y lo que finalmente se puede escribir. Este es uno de los puntos que Virginia Woolf
señala en especial en su ensayo sobre Montaigne, notemos que es una preocupación que se vuelve vigente en la primera
mitad del siglo pasado y que se tematiza (de diferentes maneras) en las producciones de Pirandello y Beckett.
En Woolf el lenguaje se presenta como un escollo, ese lenguaje que Samuel Beckett – en la siguiente década - llamará
“el inglés oficial” y que Virginia percibe con parecido grado de inadecuación ante la “cosa”,como ese velo hecho de
gramática y estilo que denuncia el escritor irlandés; “habits and ceremonies” los llama ella, de eso debe deshacerse,
mientras susurra, con Montaigne, “movement and change are the essence of our being; rigidity is death; conformity is
death” (9) .
Virginia Woolf leyendo a Montaigne nos devuelve la inquietud por la forma y por el lenguaje. Y nos devuelve,
fundamentalmente, la que podría ser la razón primera del género, que se explica por la sola recuperación (en el cierre del
ensayo) de la misma pregunta que se hizo reiteradamente el escritor francés: “Que scais-je?”. La equivalencia que
propone implícitamente Woolf no está entre el sujeto del ensayo y la cuantificación del saber que expone (lo que podría
resumirse en la afirmación “soy lo que sé”), sino entre ese mismo sujeto y la permanencia de una misma pregunta a lo
largo del tiempo que ocupe la escritura de la obra (soy el que se pregunta “¿Qué es lo que sé?”). Mientras la pregunta
esté presente, la obra se abre a una preciosa incompletud, generada por la propensión hacia lo ignoto del mundo y de sí.
En esa quest permanente de la identidad, el sujeto del ensayo, en Michel de Montaigne y en Virginia Woolf, construye
para sí una memoria que no es prescindente ni de la biblioteca ni de la experiencia, aunque ni la primera se ajusta al
canon vigente ni la segunda a los grandes acontecimientos. Para el proyecto ensayístico que tenía in mente Virginia
Woolf, es evidente que ninguna de las lecciones del maestro fue desaprovechada.
Por Elina R. Montes
1_ Yourcenar, Marguerite, Le Temps, ce grand sculpteur. Paris: Gallimard, 1983. Citado por Luis Gastón Elduayen en
"El lenguaje del ensayo", en Manuela Ledesma Pedraz (ed.), Ensayo y creación literaria. Jaén: Universidad de Jaén,
1998.
2_ Montaigne, Michel de. Ensayos. Madrid: Cátedra, 1998.
3_ Woolf, Virginia. The Common Reader (first edition). London: Hogarth Press, 1942, 84.
4_ Ibidem, pág. 85.
5_ Al respecto, no se puede evitar la mención de las vanguardias pictóricas y literarias continentales de principios del
XX y, en el área de la producción en lengua inglesa, en la radicalidad de la prosa de Joyce o de las propuestas estéticas
de Pound y Eliot y de la crisis representativa que significan y exponen.
6_ Jeanneret, Michel. "Perpetuum mobile" en Magazine littéraire, nr. 303, oct. 1992.
7_ Al respecto, resulta iluminador ver el carácter de las notaciones de Montaigne sobre el ejemplar de la primera
edición y con vistas a la reimpresión. Todas las hojas están escritas a mano y con escritura minúscula y apretada, usando
los cuatro márgenes, de modo que las notas parecen invalidar por completo el texto impreso, al saturarlo con
correcciones.
8_ Montaigne, Michel de. Ensayos (selección). Buenos Aires: W.M. Jackson Inc., 1950, 212-213.
9_ Woolf, V. Op. Cit., pág. 90.
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