Introducción Tras la guerra de sucesión y realizada la unión de las coronas de Castilla y Aragón a fines del siglo XV, fue preciso afrontar los graves problemas económicos y sociales que el conflicto había avivado. Años de guerra civil caracterizada por el desgobierno, la rapiña nobiliaria, el descrédito de la Corona y los abusos de los poderosos habían avivado los conflictos sociales. En aquel momento, Sevilla destacaba como el mayor centro mercantil de España y era el lugar de residencia de numerosas minorías socioculturales, entre las cuales una importante comunidad de judíos y de cristianos nuevos de judíos. La ciudad vino a ser el sitio privilegiado en el que se cristalizó la oposición entre cristianos viejos y hebreos que se habían convertido por las buenas o por las malas a la fe católica. Rumores y testimonios llegaban a oídos de los monarcas que denunciaban los excesos de los conversos y la "judaización" de la Iglesia y de las principales instituciones municipales. Ante ello, Isabel la Católica solicitó de la Santa Sede una provisión especial que permitiera suplir la desidia de los tribunales eclesiásticos, mediante la creación del Santo Oficio de la Inquisición, cuya jurisdicción se extendía a todas las formas de apostasía y de herejía. En 1478, el Papa Sixto IV otorgaba a los Reyes Católicos el derecho de presentación de los inquisidores, lo cual dada la estrecha imbricación entre la Santa Sede y la Corona española, significaba ni más ni menos conceder a ésta el control de la institución. Apenas dos años después, en 1480, el tribunal inició su funesta labor de "purificación" confesional en Sevilla y rápidamente se crearon nuevas cortes inquisitoriales en las principales ciudades de Castilla y Aragón. Con ello, se esbozaba un procedimiento uniforme en toda la península para inquirir y juzgar a los herejes. A partir de 1485, todos los tribunales estaban definitivamente subordinados al órgano central superior que constituía el Consejo de la Suprema y General Inquisición, corte de apelación también destinada a controlar las actuaciones de las inquisiciones diseminadas a través de la península. Por primera vez, atribuciones que hasta entonces competían al obispo se concedían a un cuerpo especial de oficiales, más juristas que teólogos por otra parte, para inquirir contra todos los vezinos y moradores estantes y residentes en todas las ciudades, villas y lugares deste nuestro distrito, de qualquier estado, condición, preeminencia o dignidad que sean, exemptos o no exemptos… [que] ayan hecho o dicho o creydo algunas opiniones, o palabras heréticas, sospechosas, erróneas, temerarias, malsonantes, escándalosas o blasfemia heretical contra Dios nuestro Señor y su sancta Fe cathólica y contra lo que tiene, predica y enseña nuestra sancta madre Yglesia Romana1. De este modo, fustigando las inmunidades, los privilegios y los fueros locales, los inquisidores afirmaban la amplitud de su jurisdicción y de su poder, sin ninguna traba fuera de la observación de la más estricta ortodoxia. Y la Inquisición se atribuyó este mismo poder durante trescientos cincuenta años, hasta su abolición definitiva en 1834. Tres siglos y medio durante los cuales, como corte de justicia, se sedentarizó, defendió sus prerrogativas, extendió su influencia!; en otros términos evolucionó, alcanzando su momento más álgido a mediados del siglo XVI, para conocer un lento pero certero declive a partir del primer cuarto del siglo XVII. A partir de 1561, en efecto, se ampliaron sensiblemente la jurisdicción y los poderes de la institución. Conoció entonces la corte su momento de gloria cuando el Inquisidor General y Arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés, zanjó la cuestión de su financiación gracias a la concesión a cada tribunal de la última canonjía vacante en cada diócesis. Al mismo tiempo, el tribunal fue ganando el apoyo suficiente por parte de la Corona 1 AHN Inq.!Lib.!1244, f° 105 r-v, Edicto de fe de Sevilla, sin fecha. para lanzar una represión masiva, polimorfa y duradera. El tribunal del Santo Oficio se había convertido en uno de los instrumentos cruciales de la política confesionalista de los Habsburgos, cuando treinta años antes se planteaba aún en la cancillería la oportunidad de su supresión2. Felipe II había propiciado el renacer de la santa institución. Bajo su reinado, cuando los valores españoles se manifestaron de un modo intransigente España se afirmó como el baluarte de la defensa del catolicismo en el mundo. Se movilizó a la Inquisición como brazo armado de la política de la Corona. El tribunal se puso al servicio de la razón de Estado y los diferentes ciclos de represión de los heterodoxos y de los herejes reflejaron los diferentes focos de la política imperial. En los años 1560, el Concilio de Trento que finalizaba marcó el inicio de una gran ofensiva para imponer la disciplina de los cuerpos y de los espíritus. Implantar la doctrina y fortalecerla entre los feligreses parecía ser, acaso, la mejor garantía contra la extensión de actitudes reformistas. Luego, las guerras de Flandes modificaron la posición diplomática y estratégica de España en la Europa del Norte y afectaron sensiblemente las decisiones de la cancillería con los países de fe protestante, agudizando las tensiones políticorreligiosas. En el teatro militar del Sur, el triunfalismo imperante tras la victoria sobre la armada turca en la batalla de Lepanto no bastó para solucionar la cuestión de las relaciones con los países islámicos ni mucho menos el destino de las poblaciones de origen musulmán asentadas en España. Por fin, la guerra de Portugal, resultado de la revolución de 1640 que había marcado el fin de la unión con la Corona de Castilla, constituyó otro foco candente que determinó la política del aparato inquisitorial para con los judeoconversos hasta finales del siglo XVII. La incidencia de aquellos acontecimientos en la configuración de la política represiva del Santo Oficio cuajó más particularmente en Sevilla, lugar estratégico por su ubicación, las 2 DEDIEU Jean-Pierre!: L’administration de la foi!: l’Inquisition de Tolède XVI Casa de Velázquez, Madrid, 1992, 2a edición, p.!348. e -XVIIIe siècle, ed. Bibl. de la instituciones que albergaba y su numerosa y abigarrada población. La capital del Bétis era entonces la mayor ciudad de la península en el siglo XVI y un polo comercial en pleno auge, abierto al Mediterráneo, al Atlántico, a Africa y al continente europeo. Una ciudad gigantesca para la época, con un crecimiento demográfico fulgurante!: la población sevillana, que se estima en unos 60 ó 75!000 vecinos en los años 1530, ya contaba a mediados del siglo con unas cien mil personas, y a fines del siglo XVI superaba probablemente las 130!000 almas3. Este formidable incremento demográfico que se dio en el siglo XVI señalaba el nuevo centro de gravedad del Imperio en una época en que, desde finales del siglo XV, la decadencia de la antiguas ciudades castellanas se confirmaba. Porque semejante auge no puede imputarse al solo crecimiento natural de la población. Lo impulsó la fuerte emigración, desde poblaciones de Castilla y Aragón, pero también de los reinos circundantes. Se instalaron portugueses, que llegaron a representar en el siglo XVII más del 10!% de la población de la ciudad4, pero ya anteriormente, genoveses estrechamente vinculados a la vitalidad comercial de la provincia en el siglo XVI. A éstos, se les añadían tratantes, negociantes, marineros y aventureros venidos a probar fortuna en esta provincia, ya fueran ingleses, franceses, flamencos, de fe no siempre conforme con la religión oficial. La deportación masiva de los moriscos granadinos en 1570 agudizó aún más la tensión cultural y religiosa de la Sevilla imperial que ya albergaba una asombrosa proporción de esclavos procedentes de África negra y de los países islámicos. La apertura hacia el continente africano, hacia el Mediterráneo y hacia el Atlántico volvía la sociedad artística y religiosa particularmente receptiva a las grandes corrientes 3 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio!: "La población de Sevilla en la Baja Edad Media y en los tiempos modernos", Publ. de la Real Sociedad de Geografía, Madrid, 1941, 16 pág., p.!9-10. Ulteriormente ya no cobraría semejante vigor!; su población se estabilizó en torno a 120-130!000 habitantes hasta los años 1640, poco antes de que la gran peste de 1648 azotara la ciudad y diezmara la población, accidente del cual no se recuperaría. En 1691, la población se estimaba a unos ochenta mil habitantes, cifra que se mantendrá casi inalterada hasta finales del siglo XIX (ibid, p.!14). 4 LUXÁN MELENDEZ Santiago de — RONQUILLO RUBIO, Manuela!: "Aportación al estudio de la población extranjera en Sevilla", en Andalucía moderna, Actas del II congreso de Historia de Andalucía, Publ. de la Junta de Andalucía, Córdoba, 1995, p.!463-471, p.!466. intelectuales y espirituales que recorrían tanto Europa como el Mediterráneo. Famosa por su fervor religioso, sus cofradías engalanadas y sus enjambres de beatos y beatas que pululaban en la denominada Gran Babilonia, la capital del Imperio estaba dotada de una tupida red de conventos e iglesias. En 1591, existían nada menos que 1575 clérigos seculares en la provincia de Sevilla sin contar los que amparaba la ciudad, además de unos tres mil regulares repartidos fuera de la capital. Se trataba, probablemente, de la provincia dotada del mayor número de religiosos por vecino5. En Sevilla como en las mayores ciudades de la Bética se codeaban hombres del mayor crédito y de la más alta consideración. Muchos de los mayores teólogos del país procedían de esta provincia u oficiaban en ella. Al lado de éstos, se hallaba una clase importante de clérigos dotados de mediocre nivel intelectual, escaso celo espiritual y que se movían por el afán de riquezas y de poder temporal. Las zonas rurales aparecían, en cuanto a ellas, particularmente desatendidas!: el propio arzobispo de Sevilla en 1605, lamentaba la pésima condición económica de los curas rurales y reconocía que eran "muy pobres, y casi todos ellos ydiotas y poco sufficientes para lo que tienen a su cargo6". Este conjunto de factores destinaba la capital del Bétis a ser el teatro de una de las represiones inquisitoriales más violentas, tanto por el número de extranjeros allí presentes como de descendientes de judíos o de mahometanos que perpetuaban en secreto sus ritos. Por lo general, la presencia masiva de poblaciones movedizas, y por lo tanto difíciles de vigilar, abría la provincia a influencias diversas, nefastas para la pureza de la fe a ojos de los inquisidores. Pero también se trataba de un espacio sujeto a una vigilancia particular por las diversas influencias culturales de las que era el receptáculo, en particular en lo referente a lo espiritual, donde a un sustrato de actitudes quietistas de remotas raíces se añadía cierta 5 MOLINIÉ e BERTRAND, Annie!: "Le clergé dans le royaume de Castille à la fin du XVI !siècle, approche cartographique", Revue d'histoire économique et sociale, vol. 51 (1973), p.!5-53, p.!12 y 17. El documento utilizado no contiene, desgraciadamente, las cifras para Sevilla. 6 SÁNCHEZ HERRERO, J.!: "La diocesis de Sevilla entre finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII!: las visitas ad limina de los arzobispos de Sevilla D Rodrigo de Castro, 1597, y D.!Fernando Niño de Guevara, 1602 y 1605", Isidorianum, I (1992), p.!233-261, p.!251. receptividad a los ecos de la Reforma y del humanismo crítico y una marcada resistencia a seguir a la letra los preceptos tridentinos. Y en aquel siglo marcado por la expresión exaltada de la fe, particularmente fervorosa en la Cuenca del Guadalquivir, la Inquisición se encontró en primera fila para un despliegue masivo del aparato en defensa de la ortodoxia más pura. Fuentes y metodología!: Como para las otras cortes inquisitoriales andaluzas, las actas de los procesos de fe desaparecieron y parte esencial de la documentación disponible se limita a la correspondencia administrativa del tribunal sevillano con la autoridad central que tenía su sede en Valladolid y luego en Madrid. Estos documentos se encuentran hoy casi exclusivamente en el Archivo Histórico Nacional de Madrid!; datos fragmentarios se hallan en los fondos del Museo Británico de Londres entre papeles procedentes del Consejo de la Suprema Inquisición en los que se encuentra algún que otro dato relativo a los tribunales andaluces. Fuentes originales relativas a los primeros años de la Inquisición en Andalucía pueden consultarse también en el Archivo General de Simancas y en la Biblioteca Nacional de Francia, que se refieren al período anterior al que abarca el presente estudio. El grueso de la documentación se encuentra, pues, en Madrid, ya de por sí extremadamente rica y valiosa. Entre los diversos documentos que relatan la actividad del tribunal destacan las relaciones de causas en las que se consignaban los resúmenes de los procesos. Las mencionadas relaciones contenían referencias a las causas despachadas durante un año o para un auto de fe7 y se enviaban al Consejo de la Suprema Inquisición para que éste controlara minuciosamente las actuaciones del tribunal y la adecuación entre el delito y las penas. Esas relaciones de causas debían responder a un patrón, determinado por diversas 7 La Inquisición de Sevilla solía mandar la relación del auto de fe y las relaciones fuera del auto, o sea el conjunto de causas despachadas hasta el auto de fe. cartas acordadas del tribunal. Las más antiguas relaciones de causas que se encuentran en el Archivo Histórico Nacional se remontan a 1560. La primera carta acordada que especificara la presentación requerida de las relaciones de causa, en fecha del 3 de octubre 15618, estipulaba que se enviara la relación de causa y que se pormenorizase todo lo que pareciera necesario respecto a los reos. En 1577, otra carta estipulaba que los resúmenes habían de ser más detallados para que se captara el motivo de las pesquisas!; en aquella fecha, los documentos enviados al Consejo fueron respondiendo a un patrón homogéneo, que resume esta carta a uno de los tribunales americanos!: se ha de formar [la relación de causas] poniendo en primero lugar el nombre del reo, de donde es natural y vecino, su edad, oficio y calidad y delito!: si es causa de judaísmo se nombran padres, abuelos, hermanos e hijos y se hace la inspección!: después se dice el número de testigos, sin nombrarlos, el sexo, la edad y en resumen breve lo que deponen cada uno y si contesta con alguno de los otros. Si el delito pide calificación, el día en que se hizo, el que se votó a prisión, entró en la cárcel, escrutinio, señalamiento de cárcel y razión!: en que se le dio primera, segunda, tercera audiencia, la acusación, se recibió a prueba, publicación, la audiencia en que confesare y si quedo diminuto… el día en que concluyó, y votó a tormento o en definitiva, en que se le dio el tormento, si confesó o no, y en que se publicó la sentencia y se ejecutó!: que son los términos generales de un proceso para poder el Consejo reconocer lo que se ha obrado en cada causa, cómo, y a qué tiempo!; y notar los yerros y advertirlos!; para que se excusen y formen los procesos como se debe, según las instrucciones, cartas acordadas y cartillas!: que es el fin con que se introdujo el remitir estas relaciones al Consejo9. Sin embargo, en la práctica, el contenido de los resúmenes de causas varió sobradamente!: entre 1560 y 1565 figuran sólo listas de delitos y penas en las que constan el nombre, el lugar de nacimiento, la profesión y a veces la condición del acusado. En torno a los años 1575, las relaciones se vuelven más detalladas, indicándose los diferentes elementos del delito, y en la segunda mitad del siglo XVII aparece el retrato físico del reo, muy detallado, hasta tal punto que este tipo de indicaciones llega a ocupar la parte esencial del documento. Luego, a partir de 1660, la actividad del tribunal decayó notablemente, y al conocer la Inquisición problemas de plantilla burocrática, las relaciones se hicieron 8 A.H.N. 9 A.H.N. Inq. Lib. 1231, f° 124 r. Inq. Lib. 1234, f° 490 r, carta de la Suprema a la Inquisición de Lima, s/f. quinquenales, y posteriormente los inquisidores en sus cartas justifican muchas veces el no envío de las relaciones por falta de tiempo y de efectivos. A pesar de las evoluciones del género, las principales informaciones, edad, sexo, residencia, lugar de nacimiento, profesión y pertenencia étnica fueron respetadas, así como la mención del delito y de las sentencias, aunque en los treinta últimos años del período, las relaciones dejan de mencionar el tipo de delito de forma unívoca10. En ausencia de los actas de los procesos de fe, estos documentos son casi los únicos de los que se dispone para cuantificar la actividad del tribunal de Sevilla en materia religiosa y medir el alcance de la represión. Además, nos proporcionan valiosas informaciones sobre la sociología de los condenados, y permiten ver qué tipo de población preocupaba y en qué momento. Por fin, las relaciones de causas nos adentran en el mundo complejo y variopinto de la religiosidad local en los siglos XVI-XVII, en el momento en que la Inquisición había operado una de las mutaciones más radicales en sus actuaciones, directamente relacionadas con el Concilio de Trento. Una primera consideración global de las relaciones de causas entre 1560 y 1700 permite contemplar el imperio real del Santo Oficio sevillano!: - los flujos represivos y la sensible decadencia de la actividad en materia de fe tras la muerte de Felipe II!: a través de la ventilación de los principales delitos (judaísmo, mahometismo, protestantismo y herejías menores11), se destacan las prioridades imperantes en el tribunal en aquel momento clave de la sensibilidad religiosa de la España postridentina. - los grupos étnicos y nacionales afectados por la represión!: el delito no se confunde necesariamente con la pertenencia sociocultural a un grupo determinado. 10 De ahí que la explotación de ciertos datos en el presente estudio se limite al período 1560-1670. clasificación de los diferentes delitos y el método de computar fueron realizados según la técnica expuesta por DEDIEU Jean-Pierre!: "Classer les causes de foi!: quelques réflexions", en L'Inquisizione romana in Italia nell'eta moderna, Roma, 1991, p.!313-332. 11 La Fundándose en la delación, el Santo Oficio recuperó, pero también difundió los prejuicios y fue una caja de resonancia para los temores que recorrían el cuerpo social. Así conviene determinar qué grupos fueron el blanco de la represión y en qué momento se interesaron los inquisidores por los cristianos nuevos, los extranjeros y los cristianos viejos y ver cuáles fueron los motivos de semejante despliegue de actividad. - el poder real de la institución se revela a través de los grupos sociales que sufrieron la represión del Santo Oficio. ¿Persiguió la herejía, como afirmaba, sin excepción de personas, sin tomar en cuenta poder social ni rango honorífico del individuo en la sociedad!? Conviene saber en qué medida la élite preocupó al tribunal así como aquéllos que por su acceso a la escritura podían transmitir la herejía, o si la Inquisición fue únicamente un tribunal para la plebe, es decir un instrumento a manos de las clases rectoras para controlarla y disciplinarla. - los límites de una acción represiva!: el santo tribunal tuvo que vencer las dificultades del terreno. Hay que comprobar si realizó una vigilancia uniforme en los siglos XVI y XVII de las zonas urbanas y rurales, o si se limitó a imprimir la marca de su acción en las zonas controladas, ya por la presencia física de la institución, como en Sevilla, ya por redes de agentes en los principales puntos del distrito. Los testimonios de los procesados y la correspondencia con la Suprema revelan el trasfondo ideológico y aclaran los diferentes rumbos escogidos por los inquisidores. Así se vislumbra el imperio real de la vigilancia de las poblaciones, al descubrirse qué estratos sociales y qué grupos nacionales fueron el blanco de las ofensivas inquisitoriales. Para arremeter con individuos de diverso estatus social, fue preciso controlar los puntos esenciales del distrito. Esto suponía que el tribunal fuera dotado de medios suficientes!; sin embargo, contando con recursos financieros limitados, el tribunal recurrió a modos originales de contratación de voluntarios cuya colaboración se reveló indispensable para su funcionamiento. Pero no bastó para realizar un control total del espacio y de las poblaciones como pretendían los inquisidores. De hecho, la correspondencia del tribunal señala las enormes dificultades que planteaba semejante despliegue y revela que, a partir de 1620, la institución tuvo que afrontar problemas de tal magnitud que se vio desbordada para realizar una represión masiva. Los escarceos de la política imperial habían señalado nuevas prioridades que exigían una menor intransigencia y la Inquisición sufrió naturalmente de este abandono. Aun así logró seguir deslizándose y agazapándose en las conciencias para grabar la marca de su acción en la población. El alcance de su actuación fue proporcional a su jurisdicción extendida progresivamente a todo cristiano que estuviera presente en las tierras del rey de España. La doble faz de la inquisición postridentina!: En efecto, si el acecho a la apostasía judeoconversa e incluso mahometana, correspondía con la misión originaria de la Inquisición, el acosar a protestantes y alumbrados ya constituía una novedad que permitió ensanchar las atribuciones del Santo Oficio en materias de fe. Probablemente este salto cualitativo que se opera durante el primer cuarto del siglo XVI haya permitido saltar el último eslabón para que los inquisidores decidieran a quemarropa arremeter contra bígamos, hechiceros, fornicarios, blasfemos, etc., e incluso contra clérigos que no se conformaban con la disciplina de su estado. De tribunal contra la "herética parvedad" asimilada hasta entonces grosso modo a la apostasía, el Santo Oficio pasaba a ser una corte de disciplina en materia religiosa, ampliando sensiblemente su abanico jurisdiccional a todo aquél que no se conformara con los preceptos reafirmados en Trento. Parece claro que ante la onda de expansión protestante, España eligió un tratamiento preventivo, con una auscultación masiva de las conciencias del pueblo. Este mismo pueblo que era, no obstante, el menos susceptible de ser acusado de herejía. Entre 1560 y 1700, la proporción de esos cristianos viejos que pasaron por las salas de audiencia osciló entre el tercio y los dos tercios de los acusados en materia de fe, según las épocas. Esta llamativa presencia de la población católica castiza entre los reos revela la estrecha colaboración entre las diversas autoridades del Antiguo Régimen, tanto religiosas como civiles. Finalizado el Concilio de Trento, los cristianos viejos preocuparon sobremanera a los inquisidores, cuando el tribunal no se veía excedido por cuestiones de interés nacional, como lo estuvo a través de la represión de los moriscos y de los protestantes extranjeros. ¿Por qué se interesa por esos católicos, a partir de cuándo y qué revela esa campaña, la más masiva y la más duradera de la Inquisición en los albores de la España moderna!? Una tarea que competía antiguamente al obispo y al cura, y que fue temporalmente trasladada al Santo Oficio. Las razones de semejante cambio revelan en cierto sentido las dificultades frente a las cuales podía encontrarse el ideal de pastoral y de evangelización en el propio territorio español, y la imposibilidad de limitarse para ello a la persuasión. Y es aquí donde se pone de manifiesto la inserción de la Inquisición dentro de un amplio sistema de vertebración moral de la sociedad, en la cual este tribunal se encargaba de asumir el quehacer represivo, es decir enmendar los fracasos patentes o las demoras de la acción evangelizadora llevada a cabo por las otras autoridades. Una represión que se acompañó, por cierto, del efecto de publicidad requerido para que el castigo fuera ejemplar y, mediante ello, edificara al pueblo cristiano. Dicho de otra forma, supone que nos aproximemos al tribunal viéndolo ya no como la piedra angular de la sociedad española, dotado de un poder de vigilancia exorbitante, sino como simple componente del amplio proyecto destinado a la vigilancia religiosa y, por lo tanto, a la enmienda moral de la sociedad.