CONCLUSIONES Simposio: Derechos Humanos y empresas: el papel de la abogacía El pasado 3 de junio, la Fundación Fernando Pombo celebró el simposio “Derechos Humanos y empresas: el papel de la abogacía” con el apoyo y la financiación de la Oficina de Derechos Humanos del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación. El encuentro perseguía un triple objetivo: Primero, sensibilizar a las empresas multinacionales de la importancia que para la sostenibilidad de sus negocios implica el nuevo Marco regulatorio de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos y empresas; Segundo, fortalecer el papel de los abogados en el proceso de respeto, protección y remedio de los derechos humanos y en la implementación de los principios Rectores por parte de sus clientes; Y en tercer lugar, divulgar y familiarizar a todos los actores relacionados con esta nueva forma de hacer negocios, y muy especialmente a los abogados de empresa, con el plan español sobre Empresas y Derechos Humanos que ha sido elaborado por el Gobierno en desarrollo de la recomendación europea y que está pendiente de aprobación definitiva. Tal y como nos expuso la directora adjunta de la Oficina de Derechos Humano del MAEC, el Plan español es un plan abierto, que debemos entender como punto de partida. Está orientado a ser evaluado periódicamente y a ser alimentado con nuevas propuestas y nuevos compromisos a partir del diálogo con los actores sociales y las nuevas directrices emanadas de las Naciones Unidas y de la Unión Europea. Su objetivo es promover la incorporación de cada vez más empresas españolas a este nuevo orden internacional de los negocios, en la creencia de que una mejor y mayor implementación de los Principios Rectores contribuirá a alcanzar los objetivos comunes sobre cuestiones específicas de protección de derechos humanos, como la prohibición del trabajo infantil, o del trabajo forzoso, la trata de seres humanos, la igualdad de género, la no discriminación, la libertad de asociación y el derecho a la negociación colectiva, o muchos otros de los derechos básicos reconocidos y protegidos por los Convenios fundamentales de la OIT. Las conclusiones a las que llegamos en las jornadas, tras la intervención de todos los ponentes y tras el debate abierto entre los asistentes, fueron las siguientes: Primero, los Principios rectores o Principios Ruggie y el nuevo Marco de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos y Empresas 1 han venido para quedarse, pues las empresas multinacionales más importantes del mundo ya los han asumido, unas veces de forma individual, otras como miembros del Global Compact, y están implementándolos activamente en sus actividades comerciales internacionales. De esta manera, lo que comenzó solo afectando a las grandes 1 El 16 de junio de 2011, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas respaldó unánimemente los Principios Rectores sobre las empresas y los derechos humanos (en adelante, Principios Rectores) en su resolución 17/4 (A/HRC/17/31). compañías está ya en el día a día de las pequeñas y medianas empresas que trabajan para ellas. Se ha expandido a cualquier parte del mundo y ha creado en tan solo 3 años de vigencia una red de relaciones comerciales novedosas, en las que los compromisos derivados de la responsabilidad social de las empresas han pasado a ser también parte muy importante en la valoración del negocio. De este modo, como pudimos comprobar en la mesa redonda, las empresas españolas se unen de forma natural al movimiento internacional de los Principios Rectores y, más allá de la discusión sobre su alcance, los han incorporado activamente en sus estrategias empresariales, mostrando públicamente en sus páginas corporativas su adhesión al marco Ruggie y las actividades que desarrollan para implementar dichas recomendaciones. En el caso de las empresas españolas presentes en el simposio (Mahou San Miguel, DHL Logistics Iberia y REPSOL) parece evidente, y así nos lo han transmitido, que los Principios Rectores han sido asumidos como parte de la Responsabilidad Social Corporativa de las empresas, por eso están siendo liderados por estos departamentos, mediante proyectos concretos en el territorio donde actúan, o mediante instrumentos de sensibilización e información a sus plantillas, incluso mediante la asunción voluntaria de compromisos frente a terceros o frente a los stakeholders, a partir de la incorporación de códigos de conducta muy respetuosos con los principios como adendas contractuales, que pueden ser utilizadas para la interpretación de acuerdos comerciales. Los Principios Rectores funcionan ya eficazmente aclarando a las empresas cómo se deben ejecutar las obligaciones de derechos humanos que ya existían o cómo deben aplicarse en sus relaciones comerciales con terceros mejorando sus prácticas comerciales, incluso las que estaban totalmente amparadas en las legislaciones de turno. De manera que puedan obtener un resultado tangible, reputacional, para las personas y las comunidades que podrían verse afectadas en sus derechos por causa de la actividad comercial, incluso por causa de la actividad comercial plenamente legal. Sin embargo, desde el mundo del Derecho sabemos que tanto los Principios como las obligaciones que una vez han sido voluntariamente asumidos generan para las empresas, no son solo eso. No podemos considerarlos “otro tipo de acciones o de actividades a través de las cuales desarrollar las estrategias de RSC empresarial”. En ningún caso los Principios Ruggie pueden ser confundidos con proyectos de naturaleza filantrópica, ni tampoco con acciones de puro marketing reputacional de las empresas, pues afectan al corazón mismo del negocio, de cómo se desarrolla el negocio y por lo tanto, determinan la sostenibilidad del mismo, en el medio y largo plazo. Los principios Ruggie inciden en el valor de la empresa mediante la generación de otro tipo de activos empresariales (no estrictamente financieros) muy presentes a la hora de cuantificar la tasación final de la compañía y eso hace que sean distintas de las acciones de RSC tradicional. Dicho de otra forma, si una empresa por su acción comercial genera un daño reputacional sobre su imagen, puede corregir o remediar ese daño mediante otras acciones compensatorias. Si una empresa por su acción comercial produce una vulneración de los derechos humanos las consecuencias jurídicas y la responsabilidad que genera son tan graves y tan intensas sobre el propio negocio, que pone en grave riesgo la sostenibilidad de la compañía. Segundo, esto nos lleva a cuestionarnos desde el mundo de la abogacía, desde la profesión, ¿Qué significan para nosotros?. ¿Son otra medida más relacionada con el marketing, pero vacía de contenido jurídico?, ¿Son otro “concepto” para justificar proyectos sociales de las grandes compañías que palien su mala conciencia por la generación de beneficios económicos en tiempos de crisis? Es evidente, como muy bien han expuesto los ponentes al inicio de la jornada, que son un área nueva de conocimiento y que los abogados, especialmente los abogados mercantilistas, deben conocer y en la que deben estar preparados si quieren ofrecer un servicio de asesoramiento de calidad a sus clientes más internacionalizados. Estamos en un nuevo contexto internacional y parece que tanto los “Principios Rectores” como la “Guía de buenas prácticas” sobre Derechos Humanos y Multinacionales (aprobadas respectivamente en 2008 y 2011) son las formas de facto elegidas por las empresas como idóneas para ordenar ese nuevo contexto. La existencia de este nuevo marco regulatorio es incuestionable desde el momento en el que las empresas deciden públicamente regirse por él y desde que, en virtud de ese compromiso, deciden condicionar al respeto de este marco sus relaciones con terceros. Por ello, se demanda una atención especial a la actuación que los abogados deben ofrecer, a su función como instrumentos necesarios para el adecuado cumplimiento de las obligaciones de respeto de los Derechos Humanos que las empresas deciden voluntariamente asumir. Es evidente, también, que este nuevo marco de ordenación internacional se está construyendo de forma gradual y por medios distintos a los que hasta ahora hemos conocido y reconocemos como idóneos para generar obligaciones jurídicas; que se sustenta a partir de un “Derecho blando” o “soft Law” al que se adhieren las empresas, porque lo consideran beneficioso para sus negocios, y que integran en sus deberes de responsabilidad social de forma pública, convirtiéndolos en obligaciones de actuación frente a terceros, más allá de las limitadas obligaciones que les impone la Ley. Precisamente ahí, en la voluntaria aceptación de las recomendaciones y su conversión en obligaciones generadoras de responsabilidad jurídica frente a terceros una vez han sido asumidas, reside la clave del sistema. Por ello, las empresas multinacionales creen que es más efectivo que el tradicional Derecho Internacional de los Tratados, pues da respuesta a los desafíos y a los riesgos actuales que enfrentan las empresas cuando trabajan en el exterior y al impacto que generan en el desarrollo social como consecuencia de la globalización. Asumir los principios es, cuanto menos, bueno para la reputación de sus negocios y una buena reputación es clave para que el negocio sea sostenible. Mientras la profesión debate integrar esta nueva forma de internacionales y se niega directora, se hace cada vez sobre la naturaleza de estas obligaciones, intentando Derecho en las antiguas y clásicas categorías jurídicas a ver su potencia y capacidad transformadora y más evidente y urgente la necesidad de contar con buenos profesionales del Derecho, con juristas bien formados en derecho internacional de los negocios, pero también en Derechos Humanos, que sepan entender y aplicar en su justa medida los Principios Rectores que las empresas asumen y aporten un valor añadido, cada vez más indispensable, a la nueva forma de hacer negocios socialmente responsables en la globalización. Tercera, los principios rectores están basados en el pragmatismo jurídico. Pretenden superar los inconvenientes generados por la coexistencia de las dos tradiciones o culturas jurídicas, la de la Common Law y la de la Civil Law, que conviven en la globalización, aportando soluciones que permita a las empresas seguir haciendo negocios, y hacerlos de acuerdo con los nuevos criterios de aceptación social y de sostenibilidad. No es eficaz, por lo tanto, que los juristas nos sigamos perdiendo en la discusión sobre si son o no obligaciones de naturaleza jurídica, o sobre la necesidad de un tratado internacional que las convierta en Derecho, siguiendo el uso tradicional. Independientemente de cual sea su naturaleza jurídica y de que no podamos conceptualizarlos con las categorías que teníamos hasta ahora, lo cierto es que no solo están orientando la actividad de las empresas, sino que también están informando a los sistemas legales nacionales e internacionales, estos sí, adecuados a los esquemas más tradicionales de creación del Derecho. Estan presentes en la Directiva Europea 2014/95/EU conocida como “Non Finantial Reporting 2”, y en las Resoluciones sobre responsabilidad social corporativa del Parlamento Europeo, o en la estrategia de SRC de la Comisión Europea 3. También están presentes en los nuevos estándares industriales de calidad (OCDE Guidelines, IFC, ISO…), en los Planes Nacionales que desarrollan la “Estrategia renovada de la Unión Europea (UE) para 2011-2014 sobre la responsabilidad social de las empresas” 4, en las Normas de Desempeño sobre Sostenibilidad Ambiental y Social de la Corporación Financiera Internacional (parte del Grupo del Banco Mundial), y lo que es más importante, en las cláusulas contractuales tipo que ya están circulando como clausulas estandarizadas para la firma con proveedores en los países de recepción de los negocios. Además, la conexión de los Principios Rectores con los últimos avances en la “Corporate law” (nuevas obligaciones de los consejos de administración, deberes de informes a los mercados, responsabilidad de los directivos, etc) es también evidente en numerosas legislaciones. Se ha generado una nueva forma de hacer negocio en el mundo de la globalización y en consecuencia, ha surgido una nueva regulación sobre cómo deben actuar las empresas que desarrollan esta nueva forma de hacer negocio. Es un proceso natural e independiente del nivel de intervención estatal en la economía; del grado de desarrollo legislativo del país de origen o de recepción de las empresas multinacionales. Los abogados debemos al menos conocerlo y manejarlo como otro 2 Directive 2014/95/EU on disclosure of non-financial and diversity information by certain large undertakings and groups amends the Accounting Directive 2013/34/EU. 3 http://ec.europa.eu/growth/industry/corporate-social-responsibility/index_en.htm 4 la Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones: “Estrategia renovada de la Unión Europea (UE) para 2011-2014 sobre la responsabilidad social de las empresas” Bruselas, 25.10.2011,COM(2011) criterio más a tener en cuenta a la hora de dar nuestro consejo sobre la realización del mejor interés del cliente. No hacerlo así, nos sitúa en desventaja competitiva y nos aparta de la tendencia de desarrollo profesional del inmediato futuro. Pero también, perjudicará a nuestros clientes y a la confianza en nuestra pericia profesional. Cuarta, ante toda esta revolución en la ordenación de las relaciones comerciales internacionales, ¿Qué se espera entonces de los abogados? La visión del abogado, su papel como profesional o lo que se espera de ellos en relación con el buen desarrollo de las relaciones comerciales globalizadas en el inmediato futuro, está igualmente cambiando, como consecuencia de esta misma evolución en el marco regulatorio de esas relaciones comerciales. Se espera que el abogado asesor actúe con la diligencia debida y evite infracciones a los derechos humanos causados directamente como consecuencia de la acción comercial. Sin embargo, ante las importantes consecuencias que la adopción de esta nueva regulación genera en el funcionamiento de las empresas y en su responsabilidad jurídica hacia el exterior, esto ya o es suficiente. Los abogados deben adoptar los criterios Ruggie de respeto de los derechos humanos, en los términos y conforme a las recomendaciones, buenos usos y prácticas, sugeridos por el marco Ruggie, para dar valor añadido a su actividad de asesoramiento a las empresas. Este valor añadido supone la capacidad por parte del abogado de valorar y gestionar los riesgos legales que puede ocasionar, para las empresas comprometidas con los Principios Rectores (ya sea públicamente en sus acciones de RSC, ya sea por las cláusulas contractuales que tienen firmadas con terceros comprometidos, ya sea en relación con las obligaciones legales impuestas por los ordenamientos nacionales de sus estados matriz), una violación de las obligaciones de respeto de los derechos humanos asumidas conforme al marco Ruggie. Para Nicole Bigdy, director of risk de la firma Berwin Leighton Paisner y, John Sherman, Chair del IBA Business and Human Rights Working Group y director de Shift Project este nuevo rol del abogado, este valor añadido que ofrece al cliente, supera el escrupuloso asesoramiento en términos estrictamente legales, porque va más allá de la Ley. Aunque sigue siendo parte del asesoramiento jurídico habitual, pues solo afecta a aquellas empresas que hayan asumido libremente estas recomendaciones y las hayan incorporado a sus obligaciones con terceros. Para el grupo de trabajo de la Fundación Fernando Pombo, este valor añadido es parte de la diligencia debida del abogado en el asesoramiento estrictamente legal, pues es también su obligación asesorar sobre las consecuencias de la responsabilidad jurídica derivada de la práctica contractual con terceros, cuando esta conlleva obligaciones de respeto a los DDHH. Quinta, ¿Cuál es entonces, la visión diferencial de la Fundación Fernando Pombo sobre el valor añadido que debe aportar el Abogado? La Fundación Fernando Pombo comparte sustancialmente el análisis sobre cuál debe ser el nuevo rol del abogado, en relación con la implementación de los Principios Rectores, desarrollado por el Grupo de trabajo de la IBA. Sin embargo, la justificación que considera apropiada para ello no es tanto su compromiso personal o corporativo, de la firma o de la empresa para la que trabaja, con los principios Ruggie, sino el debido respeto que corresponde a las obligaciones deontológicas y éticas de la profesión. Es decir, el valor extra que el abogado aporta a su relación con el cliente -cuando además del entorno estrictamente legal, considera otros criterios, como el compromiso con los derechos humanos que tiene la empresa a la que asesora o las cláusulas de respeto de los derechos humanos a las que se ha comprometido con terceros-, es en realidad la forma deontológicamente debida de ejercer la profesión. Existe, por tanto, una conexión deontológica y ética entre los Principios Rectores y el ejercicio profesional de la abogacía, que implica una nueva forma de entender la función del abogado como actor activo en la consecución del principio fundamental de Justicia, que está ligada al respeto de los derechos humanos. El cumplimiento de las obligaciones deontológicas de la profesión y el deber de los abogados de ser instrumentos activos para el pleno desarrollo del Principio fundamental de Justicia y del respeto al Estado de Derecho, supone, entre otras cosas, estar comprometido con el respeto de los derechos humanos, al menos para la valoración de los riesgos de los clientes, más allá de los límites establecidos específicamente por las leyes nacionales que sean de aplicación en cada momento. Sexta, John Sherman nos ha trasladado todas estas reflexiones teóricas al mundo de la práctica y la conclusión ha sido reveladora. Una vez que las empresas manejan en sus relaciones entre ellas, con clientes, con proveedores o con sus financiadores o aseguradoras, los criterios, las practicas, los usos de los Principios Rectores, los abogados estamos llamados a responder con conocimientos técnicos y con responsabilidad y ética sobre las consecuencias jurídicas que dichos manejos vayan a generar. ¿Quién va a querer contratar a un abogado para que asesore en la firma de un contrato, si no sabe qué significa ni que obligaciones supone para los firmantes una cláusula genérica de respeto de derechos humanos? ¿Quién puede confiar en un abogado que no entiende ni es capaz de prever el impacto en las empresas que la vulneración de una cláusula de estas características puede suponer?. Imaginemos este mismo impacto en relación con polizas de seguros, compraventa de empresas, contratos de inversión o financieros, etc. La confianza y por lo tanto, la credibilidad del propio abogado están estrechamente conectadas con su conocimiento y pericia técnica. Nada de lo que se acuerda en estos contratos puede ser desconocido para el profesional. Los principios Rectores y sus consecuencias en la ordenación de las relaciones comerciales internacionales implican nuevas áreas de negocio también para los abogados, acordes con los cambios que se están produciendo en la sociedad y en las relaciones internacionales. Pero para afrontar este cambio con éxito, debemos aportar al cliente el valor añadido de nuestro propio compromiso con el respeto de los Derechos Humanos y de los Principios Rectores, para ser creíbles. No podemos pedir lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer. Debemos ofrecer a nuestros clientes los conocimientos y las competencias de los abogados para la gestión de sus riesgos en relación con el incumplimiento de los principios Ruggie, pero también las buenas prácticas con las que nosotros mismos somos los primeros en implementarlos y gestionar los posibles riesgos en los que incurramos. El abogado debe asumir este nuevo rol y el ejercicio de esta nueva forma de interpretar la diligencia debida en el asesoramiento de las empresas, con liderazgo y responsabilidad, desde la ética profesional, lo que además de repercutir en la sostenibilidad del negocio de su cliente, incidirá decisivamente en la propia sostenibilidad de su propio negocio de asesoramiento jurídico o de representación jurídica: Un servicio profesional creíble, de calidad, adaptado a las necesidades de un cliente internacionalizado, socialmente responsable y comprometido con la sostenibilidad de su negocio y con el comportamiento ético profesional. Se trata de fortalecer la confianza entre clientes y abogados y dar credibilidad al profesional del Derecho como instrumento útil de ordenación de la vida social. Séptima y última conclusión. En definitiva, tras haber analizado todos los factores expuestos en las jornadas, llegamos a la conclusión de que lo que debemos hacer en términos éticos, deontológicos y reputacionales, es también lo que debemos hacer en términos económicos y de sostenibilidad de nuestro negocio. Por lo tanto, pongámonos manos a la obra, cuanto antes, para asumir con el liderazgo al que estamos llamados, este nuevo rol. No se trata de acciones filantrópicas, ni de asumir roles de policía que no nos corresponden. Ni tampoco se trata de sustituir al Estado en su labor de creación del Derecho. Se trata de algo tan sencillo y tan antiguo como ejercer con ética y responsabilidad el papel de la abogacía del S. XXI.