Una Eiségesis, un texto de Catalina Lozano

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Una eiségesis1 La generación de conocimiento tiene que ser validada y las formas en las que se valida han sido monopolizadas por instituciones y regímenes epistemológicos canonizados, sobre todo en Occidente (aunque Occidente – o la imagen eurocéntrica del mundo creada por Occidente -­‐ ha permeado ya la mayor parte del planeta). Poseer conocimiento y, más aún, validarlo es una forma de garantizar también la permanencia de una imagen del mundo. El Retroceso de Jorge Satorre mira hacia formas no hegemónicas de generación de conocimiento y a formas no autoritarias de validación del mismo. Éste es un interés compartido en su práctica como artista y en la mía como curadora en la que me intereso por la historiografía y en cómo desde el arte se pueden develar relatos históricos menores y poner en evidencia el carácter ideológico de discursos científicos dominantes. Desde principios de 2012, Satorre y yo hemos visitado el Museo Comunitario de Valle de Xico, una pequeña institución vecinal en el municipio de Valle de Chalco Solidaridad, una escisión de Chalco en el Estado de México fundada por Carlos Salinas de Gortari en 1994. Ahí desarrollamos una relación de amistad con sus fundadores, gestores y guardianes y encontramos un contexto en el que nuestros intereses generales compartidos se pudieron enfocar en un lugar específico. Xico (o Valle de Chalco Solidaridad) Este municipio se estableció sobre una porción de lo que alguna vez fue el lago de Chalco. A finales del siglo XIX un indiano de Asturias, Íñigo Noriega, apoyado por un dictador, Porfirio Díaz, se convirtió en uno de los hombres más ricos de México. Fue dueño de haciendas y minas en diferentes lugares del país y llevó a cabo un obra de ingeniería atroz a principios del siglo XX en la que desecó el lago de Chalco llevando sus aguas por medio de un canal al lago de Texcoco, creando un desastre ecológico y social que la Revolución no podría revertir. 1 Eiségesis es el opuesto a exégesis; afirma el carácter subjetivo de una interpretación hecha. Aquí lo utilizo en su sentido más amplio y no para hacer referencia a la interpretación de textos sagrados. Este texto está escrito en el espíritu del plagio en la medida en la que reconoce que todo lo que sé lo he aprendido por otros o por mi experiencia personal y lo he devorado sin querer distinguir quién me lo ha dado, pero también reconociendo mi alineación y afiliación con todos ellos en la interpretación. Todo lo que sé sobre la historia de Xico lo aprendí trabajando con María Thereza Alves en su proyecto para documenta 13, The Return of a Lake (2012) y posteriormente en mi interés compartido con Jorge Satorre por el Museo Comunitario del Valle de Xico y nuestras visitas continuas por dos años en las que hemos mantenido conversaciones con don Genaro Amaro Altamirano y don Onésimo Ventura Martínez, además de otros vecinos del lugar. Por lo tanto, no citaré fuentes bibliográficas en lo que concierne a la historia del lugar. Cualquier otra cita que aparezca en este texto no tendrá, espero, un carácter legitimador sino de homenaje y alineación emocional. El conocimiento como ejercicio caníbal, cotidiano, híbrido y afectivo… Una primera alianza es el apunte de George Steiner sobre la cita para inmediatamente intentar insultar ese canon: “El recurso a lo ‘canónico’ por medio de la cita, el comentario, la memorización y la mimesis fue, por supuesto, la columna vertebral de la cultura occidental, de las culturas de civilidad que tuvieron un control efectivo en Occidente desde finales de la Edad Media hasta las recientes crisis del viejo orden”. George Steiner, “Texto y contexto”, en Sobre la dificultad y otros ensayos, México: Fondo de Cultura Económica, 2001 (primera edición 1978), p. 22. La Revolución Mexicana de 1910, considerada una de las pocas revoluciones indígenas de la América independiente – según una definición de revolución en la que hay un cambio estructural respecto al régimen anterior-­‐, redistribuyó por medio de ejidos esta riqueza que se había consolidado físicamente sobre siglos de asentamientos pre-­‐coloniales. Tesoros Tanto la Hacienda de Xico de Íñigo Noriega como los asentamientos que siguieron se sirvieron de restos de pirámides para la construcción de nuevas estructuras. Las piedras de las pirámides, de una forma paradójica, dejaron de ser construcción para en algunas ocasiones volver a edificar ideas de poder o progreso, pero también para después desperdigarse y transformarse en escalones improvisados, abrevaderos, soportes de la cotidianidad. Las piedras pasaron a construir la historia (menor y relegada) que ya no puede constituir Historia Nacional en forma de patrimonio. Los ejidatarios a los que se les repartió la tierra de la Hacienda de Xico y después los colonos que fueron llegando a asentarse allí han encontrado por décadas restos arqueológicos de cerámica, piedra, obsidiana, hueso, concha que salían de la tierra al arar o al construir. Esta forma de hallazgo espontáneo hace que estos objetos pierdan valor en términos científicos porque no pueden ser analizados en contexto. Sin embargo, también significa que estos objetos se vuelven portadores y testigos de procesos históricos complejos y de apropiaciones materiales que son marcas del devenir marginal de una ciudad que crece, se va asentando sobre cualquier terreno circundante y rápidamente se vuelve una periferia precaria a la que llegan urbanizaciones mal hechas2, cadenas de supermercados, de electrodomésticos, casa de empeño, cines, gasolineras. Lo que era lago, después fue hacienda, después ejido, ahora periferia urbana desbordada. Estos restos arqueológicos empezaron a constituir pequeños patrimonios domésticos que en algún momento se volvieron rentables cuando los gringos llegaban a comprar estos objetos sin catalogar en los años sesenta. En la época una pieza podía venderse por 5 pesos, una cantidad considerable si se tiene en cuenta que un trabajador ganaba unos 7 pesos semanales. Cuando la nación decidió regular el control sobre los restos arqueológicos como patrimonio, el miedo a ser perseguidos por saqueo hizo que muchos se deshicieran de la mayor parte de sus colecciones. Cada familia conservó unas pocas piezas, muchas de ellas utilitarias, que no sólo contienen información arqueológica, sino que su permanencia dentro de estos contextos domésticos hace que la información que contienen siga acumulándose y erosionándose al mismo tiempo. Los vínculos entre objetos y personas son como una amalgama eficaz que encuentra un lugar en la decoración de interiores o en la cocina. Un Museo 2 Por ejemplo, las Casa ARA en el Cerro del Marqués en Xico fueron construidas sobre restos piramidales, un hecho resueltamente ignorado por el INAH del Estado de México. El Museo Comunitario de Valle de Xico fue fundado en 1996 por una agrupación de vecinos, primeros donadores de piezas encontradas en la zona y de otras que llevaban cargando desde donde sea que venían. Desde entonces ha fungido como un catalizador de procesos diversos de rescate del patrimonio, pero también de difusión de una historiografía que enfatiza unos valores de resistencia que salen de, y al mismo tiempo crean, la comunidad. Además del valor arqueológico de la colección, existe un valor añadido que reside en la forma en la que las piezas llegan y encuentran su lugar; un valor que es afectivo o anecdótico y que, al no ser científico, desaparece en las consideraciones meramente factuales que maneja el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), entidad que ampara legalmente al Museo Comunitario como órgano auxiliar. Es en este residuo afectivo que aparece una resistencia a la taxonomía impuesta sobre los objetos y que tal vez constituya realmente la mayor fuerza de este Museo. Esta colección está formada por varias colecciones personales y, de alguna forma, sigue teniendo un carácter que le permite escabullirse de la burocracia que valida su existencia por medio de criterios preestablecidos de valoración. Clasificar implica borrar otros valores presentes en un objeto, darle identidad es robarle singularidad. Para Walter Benjamin, la clasificación está aliada contra la memoria cuando sigue un cierto canon externo al coleccionista: “toda pasión raya en lo caótico, pero la pasión del coleccionista raya en el caos de los recuerdos”3. Don Genaro Amaro Altamirano, co-­‐fundador y cronista del museo recuerda con precisión la llegada de muchas de las más de 5000 piezas de la colección. El museo no sólo recolecta información técnica, sino sobre los donadores o las circunstancias en que fueron encontrados los objetos o cómo llegaron allí. Las fichas de registro del museo contrastan con los registros “oficiales” del INAH en los que no sólo desaparecen los afectos que consolidan la colección, sino que la clasificación de don Genaro es contradicha sin ninguna pasión. Don Genaro tiene información relevante que es descartada en pos de la eficiencia de las fichas de registro y que contesta las evaluaciones de los arqueólogos. Él tiene sus propias interpretaciones derivadas de sus conversaciones con los habitantes de la zona, de sus propias lecturas, de su propio entendimiento amplio, aunque no legitimado oficialmente, de la arqueología. Hay dos cosas en las que don Genaro y el INAH suelen estar en desacuerdo: la función de ciertos objetos y el período al que pertenecen. Al conocer bien los usos locales y la ubicación en la que objetos característicos de ciertos períodos aparecen en Xico, don Genaro tiene un conocimiento empírico y directo que contesta las clasificaciones de manual del INAH. Por ejemplo, muchas piezas arqueológicas, vasijas o piedras cóncavas aparecen con un hoyo cuidadosamente hecho en el centro. La interpretación más oficial atribuye estos hoyos a una costumbre pre-­‐hispánica de “matar” los objetos de las ofrendas para evitar que fueran utilizados posteriormente por saqueadores de otros pueblos, sobre todo los aztecas. Según don 3 Walter Benjamin, “Unpacking my Library, a Talk about Collecting”, in Illuminations, London, Pimlico, 1999, pp. 61-­‐62. La traducción es mía. Genaro, esta interpretación puede ser válida en algunos casos, pero muy a menudo esos hoyos son funcionales y sirven para mantener la lumbre de la cocina (tlecuil) en las casas, permitiendo la circulación de oxígeno. Esta observación es empírica y se deriva de la experiencia personal en las casas de los vecinos en los que esta costumbre sigue poniéndose en práctica. Objetos como animadores La veracidad o verosimilitud de estas posturas es hasta cierto punto irrelevante aquí. Estos objetos tienen una existencia en el presente en la que siguen hablando del pasado, de sus transformaciones, de su situación actual y de su futuro. Más interesante que ser pruebas de verdades absolutas, éstos actúan aquí como animadores en ciertas formas marginadas de construcción del conocimiento. Como lo señala Michael Taussig, en este tipo de acercamiento lo que importa es “no la verdad del ser sino el ser social de la verdad, no si los hechos son reales sino cuál es la política de su interpretación y representación.”4 Hay un sentido de continuidad material que hace que estos objetos estén vivos, que sigan siendo considerados dentro de la cotidianidad. Otro ejemplo claro es el uso continuado por las familias de metates pre-­‐coloniales encontrados en la zona. Este tipo de valoración de los objetos, según su funcionalidad o su “valor vivencial” y no su “valor estético o histórico” como lo señala don Genaro, hace que sigan manteniendo una vigencia que no está encapsulada en una noción rígida de conservación, sino que aluden a la conservación de su utilidad, de su agencia como objetos que han circulado y circulan históricamente como bisagras que articulan diferentes elementos contradictorios o difíciles de dilucidar muchas veces. Una hermenéutica Como lo ha hecho Satorre en sus proyectos de los últimos años, acercarse desde lo anómalo, prestar atención a los resultados no esperados, cambiar la perspectiva desde la que se analiza y poner la lupa sobre lo aparentemente insignificante permite reconocer cómo los regímenes hegemónicos de interpretación operan y por qué lo hacen de esa forma. En el caso de Xico las interpretaciones y cuestionamientos de los derechos sobre este legado arqueológico, su valor, ya sea simbólico o funcional, su significado en el presente, su instrumentalización dentro de un discurso nacional, están contenidas en la red que forman los objetos, las personas y las instituciones dentro de este contexto específico que revela problemas más generales. Para don Genaro el Museo es importante porque es de la comunidad5 y en él ésta puede reconocer sus propias prácticas e historia remota y reciente, pero también es un receptáculo de preguntas abiertas. 4 Michael Taussig, Shamanism, Colonialism, and the Wild Man: A Study in Terror and Healing, Chicago and London: University of Chicago Press, 1991, p. xiii. 5 La comunidad no está definida a priori porque está formada por las voluntades individuales más que por la pertenencia fija a una categoría de clasificación. Aunque la mayoría de miembros de la comunidad que constituye Pero lo que nos ocupa no es contradecir un discurso oficial desde su norma, sino operar desde otro lugar y bajo otra lógica en la que éste no siga siendo reconocido como referente. Construir otros sentidos desde otros lugares, poniendo atención a lo aparentemente nimio es lo que anima de cierta forma la relación con el Museo. Un coleccionista: Don Onésimo Otro co-­‐fundador del Museo, quizá su inspiración inicial y uno de sus principales donadores es don Onésimo Ventura Martínez, un pastor que nació en Xico pero con ascendencia del Bajío. Sus abuelos llegaron en los años veinte y con otros familiares se asentaron en la zona. Don Onésimo trabajó de joven en el Museo Anahuacalli, la Casa Azul y el Museo Dolores Olmedo como muchas otras personas de Xico. Llegó allí el día en que cumplía 17 años en 1968 a trabajar en el jardín y de ahí pasó a ayudar a picar piedra para la construcción de la Pinacoteca y a ser custodio por un tiempo. Don Onésimo cuenta que: “Diego Rivera estuvo aquí [en Xico] influyendo en eso del reparto agrario, entonces se llevó mucha gente de aquí para trabajar allá en lo que fue el Museo”. Esto generó un flujo constante de personas de Xico, entre ellos el papá de don Onésimo que participó en la construcción. El único sobreviviente en el Museo Anahuacalli de esta migración parece ser don Celso, pariente de don Onésimo, que todavía trabaja allí después de 60 años. Don Onésimo recuerda con precisión la ubicación de las piezas y la museografía de la época, reconoce cada cambio y extraña ciertas cosas que han sido removidas o desplazadas. Aunque ya había visto muchos objetos pre-­‐hispánicos en Xico, ésta fue quizá su introducción a la idea de coleccionismo. Desde entonces soñó con tener “su propio Anahuacalli”. Éste fue quizá el primer impulso para la fundación del Museo Comunitario del Valle de Xico aunado a la agilidad de don Genaro para lidiar con los procedimientos burocráticos. Aunque toda su vida había recolectado objetos pre-­‐hispánicos, su colección había desaparecido por el miedo a ser acusado de saqueo, pero lo que llevaba recolectando durante los tres años anteriores a la fundación del museo, unas 180 piezas, lo donó, así como hallazgos posteriores ocasionales. Desde entonces, ha seguido recolectando tepalcates y otros objetos que se encuentra cuando lleva a sus vacas a pastar al cerro y que ya ni el museo quiere por ser “pura pedacería”. Un eiségeta Don Onésimo tiene su propia forma de juzgar los objetos y de valorarlos en relación a sus recorridos. Es quizás una de las personas de esta comunidad que mejor reconoce la el período en el que fue producido un objeto pre-­‐hispánico en relación a su ubicación en este territorio. Pero además, su vínculo con ellos escapa a consideraciones patrimoniales tradicionales y se el museo son vecinos, esta categoría no serviría para explicar los vínculos afectivos que mantienen a muchos no vecinos cerca al proyecto. mezcla con el interés por una cierta cultura material propia en la que las formas de las cosas son testimonio de lo que han sido y pueden ser una vez él les ha dado sentido: “Porque para un coleccionista de verdad todo el trasfondo de una pieza se añade a una enciclopedia mágica cuya quintaesencia es el destino de ese objeto”6. Además de tepalcates y otros restos pre-­‐
coloniales, don Onésimo colecciona ramitas secas con formas humanas o de animales, raíces con forma de nalga, mazorcas de maíz con formas peculiares, entre otros. Su forma de coleccionar, aunque mucho más precaria que la de Rivera, es mucho más directa. Me parece que Don Onésimo como coleccionista opera también desde la voluntad de dar sentido a lo insignificante y lo anómalo. La forma en la que los objetos lo encuentran -­‐ a veces destrozados por la pata de una de sus vacas -­‐ y en la que él los transforma y combina está totalmente integrada en su vida diaria. Alrededor de Don Onésimo gravitan estos fragmentos materiales que son con él un ensamblaje de subjetividades, tal vez el mejor ejemplo que he visto hasta ahora de un eiségeta. Catalina Lozano Enero de 2014 6 Walter Benjamin, Op. cit., p. 62. 
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