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El Papa ante los retos del tercer milenio
Benedicto XVI al frente
de la Iglesia Católica
El interés que ha despertado la enfermedad, el fallecimiento de Juan Pablo II, el cónclave y la elección
de Benedicto XVI han superado, según Global Language Monitor, la atención prestada a otros
acontecimientos, como el tsunami del sur de Asia, los ataques terroristas del 11 de septiembre o las
muertes de Ronald Reagan y la princesa Diana. Este hecho demuestra que la figura del Papa interesa a
católicos y no católicos.
Resumen del artículo
Con el inicio de un nuevo pontificado se abren
nuevas expectativas para la Iglesia Católica y
para todo el mundo. Juan Pablo II, que proyectó
El Romano Pontífice lidera la organización religiosa más grande del mundo, la Iglesia
Católica, que cuenta con 1.100 millones de fieles, 400.000 sacerdotes, 4.700 obispos –la
mayoría de los cuales están al frente de diócesis en casi todos los países del mundo– y
multitud de congregaciones religiosas y asociaciones laicales que realizan labores educativas, hospitalarias, asistenciales y de promoción humana y cristiana.
sus enseñanzas y su influencia más allá del
ámbito del catolicismo, se fue con la admiración
de miles de millones de personas. Su sucesor
continuará, como no puede ser de otra manera,
difundiendo el genuino mensaje cristiano,
preservándolo de concepciones presuntamente
modernas, para dar una respuesta verdadera a
los retos que la humanidad tiene planteados.
Benedicto XVI es un hombre con excelentes
capacidades para continuar con algunas de
las tareas iniciadas por sus predecesores y
convencido de que una de las prioridades de la
Iglesia Católica debe ser recuperar uno de sus
espacios originales: Europa. Este es uno de los
motivos por los que el hasta ahora cardenal
Ratzinger ha tomado el nombre de Benedicto,
evocando a San Benito, uno de los patrones
Para los católicos, el Papa es el sucesor del apóstol San Pedro, la “roca” elegida por Jesucristo para edificar su Iglesia, el Pastor Supremo y Universal de la Iglesia. Pero la figura del
Papa trasciende esos límites y muchos cristianos no católicos ven al Papa con admiración
y respeto y como una clave fundamental para el movimiento ecuménico. Líderes de otras
religiones tienen gran consideración por el Papa y mantienen buenas relaciones con él. Y
la necesidad de un liderazgo moral para un mundo globalizado es algo reconocido también por muchos que se declaran agnósticos o ateos.
Consciente de la trascendencia de su posición al frente de la Iglesia, Benedicto XVI ha
subrayado algunos de los retos que la Iglesia y el mundo en general tienen planteados, y
en sus primeros mensajes, discursos y homilías ha señalado algunos puntos que pueden
ser líneas maestras de su pontificado.
¿Quién es Benedicto XVI?
Cuando el cardenal alemán Joseph Ratzinger fue elegido Papa, la imagen transmitida
por bastantes medios de comunicación subrayaba que el nuevo Papa era un hombre
conservador, poco abierto, centralista e inquisidor. Seguramente, esta imagen se debe al
fiel cumplimiento de la misión de ser defensor de la fe, que le encomendó el Papa Juan
Pablo II, tan ingrata como importante para la unidad de la Iglesia.
del Viejo Continente, para devolver a la Europa
del relativismo la única verdad válida para el
hombre: Cristo.
Domènec Melé
Profesor Ordinario, IESE,
Departamento de Ética
Empresarial.
[email protected]
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Por el contrario, las personas que han tenido la oportunidad de conocer y tratar al cardenal Ratzinger explican que Benedicto XVI es un hombre sencillo y humilde, cariñoso con
la gente, con una profunda y recia vida espiritual y religiosa, y dialogante hasta extremos
insospechados, aunque sin ceder en aquello que pertenece al Evangelio y a la tradición
viva de la Iglesia.
Los libros de Joseph Ratzinger, también aquellos que recogen entrevistas con periodistas, muestran al cardenal como un hombre de una rica personalidad, una aguda inteligencia y un cuidado discurso teológico, en permanente diálogo con otras posiciones y
con diversas corrientes de pensamiento contemporáneo. Sus palabras revelan una gran
capacidad para captar lo positivo de cada aportación cultural, pero al mismo tiempo un
delicado discernimiento y un firme rechazo de aquello que se opone al Evangelio y a las
enseñanzas fundamentales de la Iglesia.
Nadie duda de que el cardenal Ratzinger es un hombre con una profunda formación
teológica y cultural. Su labor intelectual está avalada por cuarenta libros y casi un millar
de artículos y ensayos. De ellos se desprende que es un pensador claro, profundo, transparente y directo.
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El
nuevo Papa es un hombre de una rica
personalidad, una aguda inteligencia y un
cuidado discurso teológico, en permanente
diálogo con otras posiciones y con diversas
corrientes de pensamiento contemporáneo.
Aunque Benedicto XVI haya pasado pacientemente muchas
horas de su vida entre libros y papeles, no es el típico “erudito de
biblioteca”, alejado de la realidad. Ha sido arzobispo de Munich,
vivió intensamente la revolución del 68 y, siendo ya cardenal,
ha viajado extensamente, particularmente por Europa, Estados
Unidos y América Latina. Conoce bien los problemas de la Iglesia
en todo el mundo y sabe cuáles son las inquietudes sociales y las
preocupaciones de la gente en muchos países.
¿Conservador?
A medida que transcurren los días y vamos conociendo al nuevo
Papa, somos muchos quienes pensamos que Benedicto XVI es un
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a fondo / reflexión
regalo de Dios para la Iglesia Católica y para el mundo, como lo
fue también Juan Pablo II. Sin embargo, no faltan voces críticas
que cuando se refieren a él lo siguen tachando de “conservador”,
al tiempo que se empeñan en recomendarle cambios para que
adapte la Iglesia a la cultura contemporánea. Una cultura caracterizada, entre otras cosas, por una radical libertad individual,
un fuerte relativismo ético, una sexualidad, desenfrenada, que
es aceptada en casi todas sus formas y sin más restricción que el
consentimiento recíproco y no abusar de menores y la liberación
de la mujer, enfocada en la lucha por igualar al varón más que
en la reivindicación de una auténtica identidad femenina. A todo
esto habría que añadir un notorio materialismo consumista, indiferencia religiosa y, en no pocos casos, abandono de Dios.
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El Papa debe seguir a Jesucristo, y
Jesucristo no presentó una doctrina para
justificar doctrinas de su tiempo, sino unas
elevadas exigencias morales que elevaron el
modo de comportarse.
Cerca de Juan Pablo II
«Todo en él nos acercaba a Dios»
Un día en 1989, me invitaron a asistir a la
Santa Misa que el Papa Juan Pablo II celebraba todas las mañanas en su residencia en
la Ciudad del Vaticano. Mientras cruzaba la
Plaza de San Pedro dirigiéndome a la residencia del Papa, volví la mirada hacia Roma.
Desde allí se podía divisar una majestuosa vista de la ciudad eterna en penumbra,
silenciosa, inmóvil bajo la luna menguante.
En aquel entorno magnífico y majestuoso,
solamente una luz: la del apartamento
del Papa indicaba que había comenzado
ya a rezar en su capilla –por la ciudad de
Roma, por la Iglesia universal y por las
necesidades del mundo entero. Aquella luz
solitaria era signo y símbolo de fe, entrega
y amor.
Todo en Juan Pablo II –sus palabras, sus
acciones, su serenidad, su enfermedad–,
todo sin excepción, nos acercaba algo más
a Dios. La profunda reverencia y devoción
con la que celebró la Misa aquella mañana, el cariño que mostró en la corta conversación que mantuvimos tras la Misa...
El Santo Padre me animó a ser fiel en mi
vocación al Opus Dei, pero lo que más me
impresionó fue su sencillez y naturalidad,
una cualidad de la humildad, que asombraba en alguien que tenía ya historia
humana con sus grandes peregrinajes a
Polonia.
Cualquiera podría hablar con él fácilmente, como con quien habla con su padre, su
hermano o su mejor amigo. ¿Había alguna
conexión entre esa capacidad para mover
montañas y su dedicación a la oración a
las cinco de la madrugada? ¿Cómo entender aquel asombroso dinamismo espiritual
y la humildad? Sí, su dedicación a Cristo
en el Nuevo Testamento, a la Eucaristía
y la cruz. La dedicación que implica la
entrega total de una vida fecunda.
Anthony Salvia
Director de Relaciones
Internacionales del IESE
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¿Debe adaptarse la Iglesia y el Papa a
esa cultura? Conocer la cultura circundante, dialogar con ella y expresarse en
un lenguaje comprensible es, sin duda,
muy laudable. No tengo ninguna duda
de que Benedicto XVI tratará de hacerlo,
y seguramente lo conseguirá. En el contexto actual, también es previsible que
utilice, tanto como pueda, tecnología
avanzada y los medios de comunicación
disponibles para realizar su labor. Sin
embargo, no se puede esperar de este
Papa –ni de ningún otro– que cambie
los principios básicos de la fe y de la
moral cristiana a tenor de las costumbres actuales, ni que sustituya los valores
cristianos por valoraciones sociológicas.
El Papa debe seguir a Jesucristo, y Jesucristo no presentó una doctrina para
justificar conductas de su tiempo, sino
unas elevadas exigencias morales que
elevaron el modo de comportarse. Así
han procedido también los reformadores
morales de todos los tiempos. La Iglesia
analiza los “signos de los tiempos” para
discernir lo que puede ser asumido por
un cristiano y para iluminar los cambiantes tiempos actuales con la luz del Evangelio, no para adaptar sus enseñanzas a
las conductas detectadas en las encuestas sociológicas.
Las categorías políticas de “conservador”
y “progresista” no parecen válidas para
referirse a los Papas. Ningún pontífice
cuenta con la potestad de cambiar los
Mandamientos de la Ley de Dios por lo
“políticamente correcto”. Ningún Papa
afirmará que es aceptable matar a quienes aún no han nacido o que se puede
despreciar la vida de quienes parecen
menos útiles o ya se acercan al momento
de la muerte, ni negar la indisolubilidad y
la fidelidad del matrimonio, ni modificar
IESE JULIO - SEPTIEMBRE 2005 / Revista de Antiguos Alumnos
Benedicto XVI ha estado siempre muy
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interesado en el ecumenismo y, sin duda,
lo impulsará. De hecho, en su primer
intervención como nuevo Papa asumió
«como compromiso prioritario trabajar
sin ahorrar energías en la reconstitución
de la unidad plena y visible de todos los
seguidores de Cristo».
a fondo / reflexión
Recuerdos de un cardenal ahora Papa
«Un personaje sin problemas»
Un cardenal de la Iglesia Católica, un economista americano, judío, un profesor de
farmacia, holandés: esos eran los tres personajes que en aquella mañana de sábado
esperaban en una salita del edificio central en la Universidad de Navarra, a que
sus padrinos vinieran a llamarles para ser
investidos Doctores Honoris Causa. Estaban –estábamos– allí, en aquel despachito cercano al Aula Magna, mientras fuera
desfilaba el cortejo. Y en ese momento, el
economista judío le planteó al cardenal su
problema, el que había tenido para aceptar
ese nombramiento: la ceremonia iba a ser
en sábado y no sabía si él, judío, podía en
ese día... Lo resolvió porque vio que no era
trabajo, sino un festejo. Y preguntaba al
cardenal, más o menos, qué hubiera hecho,
si aquello no le habría causado problemas.
Con toda sencillez, el cardenal le dijo que
no veía el problema.
Era Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI.
Un gran intelectual, como demostró pocos
minutos después en un discurso extraordinario. Pero sin complicaciones. Con la
católica sencillez del bávaro que sabe que
no vale la pena agobiarse cuando no vale la
pena agobiarse. Un hombre profundamente
sereno, lleno de paciencia.
Por la tarde, aquel mismo sábado (pienso
que fue esa misma tarde, aunque se me
difuminan algo los días: fue hace más
de siete años), le conmovieron, en una
reunión con profesores, las consideraciones de una profesora de la Facultad de
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Económicas («la cuestión me ha conmovido muy profundamente», dijo allí mismo
y, luego, en algún momento, volvió sobre
ello, cuando estábamos solos, con su
secretario y el “equipillo” que le acompañábamos en aquellos días). Iba la pregunta
por los derroteros de cómo ser una buena
cristiana y una buena profesora de economía, a enseñar a buscar la riqueza, la
prosperidad, la abundancia, cuando Cristo
amó, vivió, predicó la pobreza.
Se emocionó porque la pregunta «afecta a
los fundamentos del Cristianismo» (téngase
en cuenta que las comillas, todas ellas, son
en este caso un tanto falaces, pues responden a las notas que iba tomando yo en
la reunión, para luego traducir). Y dijo: «Es
cierto que una ciencia económica, ante un
Cristo pobre, no sería cristiana si su única
meta consistiera en preguntarse: "¿Yo cómo
puedo ser rico?"». Y siguió: «La miseria, una
pobreza no querida, se debe combatir con la
justicia; y éste ha de ser el criterio orientador de la economía». Y habló de enseñar «la
fuerza del prescindir de las cosas». Y terminó
(y siento recortar la respuesta y el precioso
hilo argumental): «Es precisamente mirando
a Jesucristo como se ve que la última meta
no es el tener, sino el posibilitar ser más. Ese
Jesucristo pobre es el modelo para una economía que crea esos bienes que posibiliten
ser más».
Un hombre que se emociona, que
reflexiona desde la mirada a Jesucristo.
bras, los detalles que, desde lejos, he visto y
leído estos días, me dicen que no ha cambiado con respecto a los gestos, las palabras,
los detalles que vi y oí, muy de cerca, hace
siete años. Un hombre sencillo, un gran
profesor humilde (¡difícil combinación!), un
hombre bueno.
Enrique Banús
Director del Centro de Documentación
Europea de la Universidad de Navarra.
Han pasado siete años. Los gestos, las pala-
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El relativismo sustituye la búsqueda sincera
y esforzada de la verdad objetiva por “mi
verdad”, entendida como una idea racional
construida por uno mismo. Por este motivo,
el cardenal Ratzinger señaló que «la raíz
de todos los problemas pastorales es, sin
lugar a dudas, la pérdida de la capacidad
de percepción de la verdad, que va
acompañada de la ceguera ante la realidad
de Dios».
la voluntad fundacional de Jesucristo en el sacerdocio y en la constitución de la Iglesia, ni romper el vínculo necesario entre libertad
y verdad, ni desvincular la sexualidad del bien de la persona. No
sería congruente con su misión.
Sin embargo, sí puede ser establecer prioridades y estrategias, ser
innovador en el modo de evangelizar, en el énfasis otorgado a
cada cuestión, en las categorías y formas de presentar el perenne
mensaje de Jesucristo y la entera tradición cristiana. Juan Pablo II
así lo hizo, y es de esperar que Benedicto XVI lo haga también.
La Iglesia está viva
En su primer mensaje, Benedicto XVI señaló su convicción de
que Juan Pablo II había dejado una Iglesia «más libre, valiente y
joven». Así lo demostraba la multitud que acudió a despedir a
Juan Pablo II, sin escatimar sacrificios, con espontaneidad y coraje. Muchos eran jóvenes. Un gran número de ellos habían descubierto algo especial en el mensaje y la entrega del Papa Juan
Pablo II. También la multitud que se congregó en la Plaza de San
Pedro y en Via de la Conciliazione en la Misa con la que inauguró
el Pontificado de Benedicto XVI.
«La Iglesia está viva», repitió con fuerza el nuevo Papa durante
este acontecimiento, al tiempo que recordaba que todos los
bautizados forman la «comunidad de los santos» y cómo la
Eucaristía era la fuente de su vitalidad. En esta Iglesia viva, el
Papa espera de sus fieles una fe adulta y madura, que lleve a la
amistad con Jesucristo y a transformar la propia vida en la vida
de Cristo. En este sentido, resultan especialmente significativas
sus palabras en la homilía de la Misa previa al cónclave, en las
que explicaba que una fe adulta y madura no sigue las olas de la
moda y de la última novedad. Por el contrario, el todavía cardenal Ratzinger señalaba que «es una fe profundamente arraigada
en la amistad con Cristo». Y añadía: «Tenemos que madurar en
esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe, sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad».
Siguiendo las huellas de san Benito:
reevangelizar Europa
Es muy significativo el nombre adoptado por el nuevo Papa.
Como él mismo señaló, la elección de este nombre, en parte, se
debe a la admiración por la tarea de su predecesor, el Papa Benedicto XV (1914 -1922), quien se puso al servicio de la paz entre
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los pueblos, promoviendo la reconciliación durante y al final de
la primera guerra mundial. Pero añadía enseguida que su nombre recuerda además a san Benito de Nursia (480-547), fundador
del monaquismo occidental, cuya progresiva expansión ejerció
un enorme influjo en la difusión del cristianismo en todo el continente. Y desde Europa, el cristianismo pasó al resto del mundo.
El Viejo Continente ha vivido un intenso proceso de descristianización, aunque muchos de sus valores en los que se cimenta
su identidad, como la libertad, la igualdad y la solidaridad, son
de raíz cristiana a pesar de que se presenten privados de su
fundamento trascendente. Existe, además, una fuerte oposición, por parte de algunos políticos, a reconocer las raíces cristianas de Europa, a pesar de su evidencia histórica.
A mediados de los años ochenta, Juan Pablo II empezó a
hablar de la necesidad de una segunda evangelización de
Europa y, de modo más general, de los países de tradición
cristiana que ya no viven como cristianos. Este objetivo puede
convertirse en una de las grandes líneas del pontificado de
Benedicto XVI, que ya anteriormente escribió acerca de cómo
ser cristiano en una era neopagana. Lo hace pensar también
la homilía que pronunció en la Misa inaugural de su Pontificado, en la que señalaba la necesidad de dar a conocer a Cristo
frente a la oscuridad en la que tantos se encuentran. Y al día
siguiente, en la basílica de san Pablo Extramuros, expresó su
esperanza en «un nuevo florecimiento de la Iglesia», en el
contexto de una homilía centrada totalmente en la pasión por
el anuncio de Cristo que debe experimentar todo cristiano.
Del relativismo individualista a los valores
de Cristo, fundamento de una sociedad justa
El anuncio de Cristo, que se define a sí mismo como la verdad
y la luz del mundo, choca con un extendido agnosticismo
respecto a la verdad. La búsqueda sincera y esforzada de la
verdad objetiva se sustituye por “mi verdad”, entendida como
una idea racional construida por uno mismo. Por este motivo,
el cardenal Ratzinger ha escrito que «la raíz de todos los problemas pastorales es, sin lugar a dudas, la pérdida de la capacidad de percepción de la verdad, que va acompañada de la
ceguera ante la realidad de Dios».
Como consecuencia del desinterés por conocer la verdad, el bien
objetivo es abandonado y, en su lugar, aparecen deseos y gusIESE JULIO - SEPTIEMBRE 2005 / Revista de Antiguos Alumnos
Bankinter
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«Invoco de Dios la unidad y la paz para la
familia humana, y declaro la disponibilidad
de todos los católicos a colaborar en un
auténtico desarrollo social, respetuoso de
la dignidad de todo ser humano», afirmó
Benedicto XVI en su primer mensaje.
tos personales, culturas imperantes o consensos sociales, hasta
llegar al punto en el que algunos no sólo aceptan el relativismo
ético, sino que lo definen como una condición necesaria para la
tolerancia y la democracia. Argumentan que en una sociedad
pluralista hay muchos enfoques éticos y ninguno debe prevalecer
sobre otro; por tanto, lo mejor es prescindir de todos ellos. De
este modo se suspende todo juicio sobre el bien y el mal, sustituyéndolo por los cambiantes deseos ciudadanos, que con frecuencia han sido previamente cultivados por poderosos medios de
comunicación siguiendo ideologías bien definidas.
y la paz. Y ese humanismo es lugar de encuentro. A él pueden llegar también quienes sinceramente busquen la verdad,
rechazando el dogma del relativismo moral, y se esfuercen
por actuar bien. Responde a la realidad del ser humano. En
palabras del cardenal Ratzinger: «El bien y la verdad son inseparables entre sí. Es un hecho que sólo hacemos el bien cuando estamos en armonía con la lógica interna de la realidad y
de nuestro propio ser. Actuamos bien cuando el sentido de
nuestra acción es congruente con el sentido de nuestro ser, es
decir, cuando hallamos la verdad y la realizamos».
En sus inicios, la democracia moderna no consideraba el relativismo moral como un aliado inseparable de la democracia,
sino todo lo contrario. Surgió como una rebelión contra la tiranía y en defensa de los derechos del hombre. En este sentido,
ya Alexis de Tocqueville señalaba que la democracia sólo puede
subsistir si antes ella va precedida por un determinado ethos.
El cardenal Ratzinger, hace algunos años, expresaba algo parecido, subrayando que «la democracia vive sobre la base de que
existen verdades y valores sagrados que son respetados por
todos. De otro modo se hunde en la anarquía y se neutraliza
a sí misma». La democracia es sólo un mecanismo, y si no se
supedita a valores como el respeto a la dignidad de toda persona humana y sus derechos inalienables, acaba convirtiéndose
en una tiranía, aunque sea de la mayoría.
El nuevo Papa está firmemente convencido de que debe anunciar la verdad de Jesucristo, que se opone frontalmente al relativismo. Así lo manifestó al iniciar su Pontificado: «La Iglesia
de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de la tarea de
volver a proponer al mundo la voz de Aquél que dijo: "Yo soy
la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad,
sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8, 12). Al emprender
su ministerio, el nuevo Papa sabe que su deber es hacer que
resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de
Cristo: no la propia luz, sino la de Cristo».
Cristo, medida del verdadero humanismo
Antes de iniciar el Cónclave, el cardenal Ratzinger expresó su
convicción de que «se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja
como última medida el propio yo y sus ganas». Frente a esta
situación, señalaba que los cristianos «tenemos otra medida», el
Hijo de Dios, el verdadero hombre: «Él es la medida del verdadero humanismo». Me parece una afirmación relevante, ya que la
vida social es buena en la medida en la que acierta en lo que es
verdaderamente humano, y eso es necesario averiguarlo. Cristo
ayuda a encontrar esta respuesta tan necesaria para cualquier
forma de convivencia. Él nos habla del amor fraterno, que supone el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano y el respeto a los derechos inherentes a la persona. Pero va mucho más
allá. Cristo es misericordioso con las necesidades de los demás.
El humanismo cristiano es la base para una civilización cuyos
valores básicos son la libertad, la verdad, la justicia, el amor
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Un Papa abierto a todos
Estoy convencido de que Benedicto XVI es un Papa abierto a
todos que trabajará decididamente para fomentar la unidad de
los cristianos, el diálogo interreligioso y hará todo lo posible para
fomentar la paz y la concordia en el mundo. «Invoco de Dios la
unidad y la paz para la familia humana, y declaro la disponibilidad de todos los católicos a colaborar en un auténtico desarrollo
social, respetuoso de la dignidad de todo ser humano», afirmó
en su primer mensaje.
Nacido en la tierra de la Reforma, Benedicto XVI ha estado siempre muy interesado en el ecumenismo y, sin duda, lo impulsará.
De hecho, en su primera intervención como nuevo Papa asumió
«como compromiso prioritario trabajar sin ahorrar energías en la
reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo».
Esta tarea no es sencilla ni se pueden esperar rápidos avances,
pero las disposiciones actuales son mejores que en el pasado,
como demuestran algunos hechos: es significativo que a los
dos días de la elección de Benedicto XVI, el patriarca Alejo II de
Moscú y de todas las Rusias le enviara un mensaje para felicitarle
IESE JULIO - SEPTIEMBRE 2005 / Revista de Antiguos Alumnos
Benedicto XVI es un Papa abierto a todos
Xxx
que trabajará decididamente para fomentar
la unidad de los cristianos, el diálogo
interreligioso y hará todo los posible
para fomentar la paz y la concordia en el
mundo.
y mostrar la esperanza de que en su Pontificado se desarrollen
las relaciones amistosas y un fecundo diálogo entre ortodoxos
y católicos. Y añadía: «Nuestras iglesias, con su autoridad e
influencia, deben unir sus esfuerzos para predicar los valores cristianos a la humanidad moderna. El mundo secular, al perder sus
puntos de referencia espirituales, experimenta una necesidad sin
precedentes de nuestro testimonio común. Deseo que el servicio
de Su Santidad contribuya a cumplir con esta tarea».
En la defensa de la vida y de la familia, Benedicto XVI se encontrará con millones de evangelistas norteamericanos y de otros
países que, más allá de sus diferencias en otros ámbitos, se
encuentran unidos por un conjunto de valores evangélicos que
forjan lo que se ha dado en llamar la “cultura de la vida”.
Por otra parte, uno de los primeros gestos de Benedicto XVI
fue enviar un mensaje al rabino jefe de Roma, Riccardo di
Segni, en el que se comprometía a reforzar el diálogo con el
pueblo judío, que apreció enormemente la petición de perdón
de Juan Pablo II a los judíos –a quienes se refirió como «nuestros hermanos mayores»– por el antisemitismo de los cristianos
a lo largo de la historia, su visita a una sinagoga o su oración
ante el muro de las lamentaciones. Y los judíos correspondieron a Juan Pablo II con espléndidas alabanzas.
a fondo / reflexión
mejor para todos (...). Os aseguro que la Iglesia quiere seguir
construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas
las religiones para buscar el bien verdadero de todas las personas
y de la sociedad entera.»
Esta apertura y acogida se extiende también a los no creyentes
de buena voluntad: «Al inicio de mi pontificado os dirijo a todos
vosotros y a los creyentes de las tradiciones religiosas aquí representadas, así como a todos los que buscan con corazón sincero
la Verdad, una intensa invitación a convertirnos juntos en artífices de paz, en un recíproco compromiso de comprensión, de
respeto y de amor».
Como Pastor universal de la Iglesia Católica, como obispo de
Roma y como líder moral, el mundo espera mucho de Benedicto
XVI. Y él confía en Dios y pide nuestras oraciones.
Benedicto XVI hereda también el diálogo abierto por su predecesor con representantes del Islam y de otras religiones. Los
encuentros de Asís han quedado como una imagen para la
historia. Benedicto XVI ha anunciado que va a proseguir en este
itinerario. En su primer mensaje se dirigió a «aquellos que siguen
otras religiones o que simplemente buscan una respuesta a las
preguntas fundamentales de la existencia y todavía no la han
encontrado. Me dirijo a todos con sencillez y cariño para asegurarles que la Iglesia quiere seguir manteniendo con ellos un
diálogo abierto y sincero, en búsqueda del verdadero bien del ser
humano y de la sociedad».
Este diálogo es fundamental no sólo para evitar lo que se ha
denominado “choque de civilizaciones”, sino para promover la
convivencia pacífica, la concordia entre los pueblos y la paz. «No
escatimaré esfuerzos y sacrificio –señalaba el nuevo Papa– para
proseguir el prometedor diálogo emprendido por mis venerados
predecesores con las diferentes civilizaciones, para que de la
comprensión recíproca nazcan las condiciones para un futuro
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