Breve resumen y descripción

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De un mundo raro A Martirio y Raúl Rodríguez se les sabe bravos. Pero metidos a solas en la profunda alcoba de un disco con el espíritu de Chavela, esto sí que es cantar y tocar a puro valor. Si todavía no han tenido ustedes su “experiencia” chavelística, aquí la van a encontrar: “De un mundo raro” contiene diez exorcismos-­‐canción que pueden curar muchos males. Diez billetes con premio para entrar en el círculo mágico de Chavela Vargas. Muchos somos los llamados a participar en este oficio de limpieza espiritual, porque todo lo que tiene que ver con Chavela es celebración de la vida. Chavela Vargas, salvaora de la farra y del dolor. A la luz de Chavela, Martirio y Raúl nos han puesto la mano aquí. “De un mundo raro” tiene la virtud de convertir en dulzura todo ese extraño ámbito donde habitan las pasiones fuertes. Todo ese saber llorar del que entiende de las cosas del querer y alguna vez ha amado, nos llega a través del canto telúrico de Martirio y la guitarra enduendada de Raúl como un filtro de amor, un destilado del sentimiento trágico de la vida que ha conseguido hacer las paces con el destino. Ese es el sentimiento que yo he tenido escuchando una y otra vez este disco hecho desde la devoción. Y con devoción hay que escucharlo. Chavela Vargas cantaba como si todo el alma, el cuerpo y el cosmos entero cupieran en una canción. Y cuando ella cantaba así ocurría. Como fragmentos a su imán, Martirio y Raúl han llegado a ese mundo raro de Chavela, un mundo raro tanto más real y palpable cuanto más nos acercamos a la desnudez de la expresión artística. En algún momento les llegó a estos dos enormes artistas unidos por la sangre esa epifanía que es el chavelazo. Como al común de los mortales, en el principio fueron los discos, luego los conciertos: aquella resurrección madrileña en la sala Caracol. Para Martirio y Raúl, finalmente, ocurrió la experiencia única y reveladora de haber compartido escenario y amistad con la gran chamana del sarape y del conocimiento, la franqueza, el dolor, el humor y el coraje. “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”, canta Martirio mientras la guitarra de Raúl tienta los pulsos de una melancolía casi juanramoniana. Chavela concentraba su doliente genio en esos momentos de catarsis que en el flamenco llamamos pellizco. Y al decir amor se abría un diccionario entero de emociones humanas en una sola palabra. Martirio convierte ese pellizco en delicadeza genuina, en rara ambrosía para encontrar el sentío. José Alfredo Jiménez, un cantautor desmesurado (tan grande por lo menos como Bob Dylan), contó una desolada película country en su ranchera “Las ciudades“. Con original clarividencia, la guitarra slide de Raúl conjura los acentos de la frontera cosmopolita al caminar por ese tema. Si ustedes no quieren escuchar otra mentira, pongan este disco en el aparato. Porque van a saber lo que es Martirio. Y sentirán la presencia de un ser muy conocido. Pedro Calvo 
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