Descarga - Atención psicológica individual y organizacional

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¿Tan simple como escuchar?
Por: Jesús Tierrafría Hernández.
Así como hay un arte de bien hablar,
existe un arte de bien escuchar.
Epicteto de Frigia (55-135)
Filósofo grecolatino.
Para este ensayo no pretendo hacer grandes elucubraciones, ni ahondar en
grandes teorías que sostengan la tesis de mi escrito, lo que pretendo es
precisamente ensayar una idea que a rondado mi cabeza desde hace algún
tiempo, dada la teoría vista en la clase y la practica, he de advertir que mi duda no
solo se remite al costado de la terapia uno a uno, sino también desde el
diagnostico e intervención institucional, esto debido a que estoy a punto de
egresar de esta carrera y resulta fáctica la posibilidad de trabajar en alguna
institución, ya sea interviniendo con grupos y/o uno a uno, y tal vez mas adelante
podría aspirar a tener los medios para instalar un consultorio destinado a la terapia
privada, pero en todos estos escenarios tiene cabida la idea que estoy por
ensayar.
Tal vez por el titulo y epígrafe, el lector ya se haga una idea de lo que pretendo
ensayar en este escrito, he de admitir que no poseo ni el saber ni un hacer
completo, por lo tanto al leer éste escrito, le sugiero no hacerse grandes ilusiones
de encontrar algo completamente terminado, pero si espero que surja una
inquietud de ahondar mas en el tema desde la perspectiva referencial del lector.
Así que bendita sea la incompletud que da lugar a la duda y a la creación.
Sin más preámbulo entrare en materia. En el seminario a lo largo de este
semestre, se hizo énfasis, al menos eso creo yo, en una cuestión, la escucha, o
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mas precisamente sobre escuchar al sujeto sufriente, a lo largo de las lecturas de
los textos nos encontramos que en los casos de psicosis el delirio y alucinación
nos está diciendo algo sobre el sujeto, algo sobre su historia, una verdad, también
nos encontramos con que no hay locura que no tenga cierto grado de razón; que
cada “locura” es única por lo cual no hay un ABC, o bien, pasos a seguir para
poder garantizar un tratamiento.
Estuve reflexionando mucho sobre esta cuestión de “dialogar con el síntoma”
sobre el “inconsciente que ésta estructurado como un lenguaje”, sobre el valor de
la palabra y como todos estamos constituidos por Ootro, también recordaba casos
específicos en los textos en los que se mostraba claramente que el “especialista”
y/o comunidad dejaba de escuchar al “enfermo” por lo cual éste agravaba su
enfermedad, casos específicos como el del mito de Dionisio, en donde nadie le
reconocía su linaje divino, que hubo intentos de cura desde el amor de la madre,
pero no era lo que Dionisio buscaba, sino que él esperaba que le fuera reconocida
la verdad que portaba acerca de su linaje. También ésta la forma en que Pinel
apostaba a la parte “razonante” del loco y creía que evitando hablarle a éste sobre
su locura, su parte razonante tomaría fuerza y regresaría como la barca que
salvaría al loco de su locura. O que tal el celebre caso del hombre de los lobos
trasferido por el propio Freud a Ruth Mack Brunswick, en el cual ésta creyó
encontrar el camino para el tratamiento mas adecuado del afamado paciente,
cuando en realidad nunca escucho al mismo, sino que dejo que el trabajo antes
realizado por su maestro, tapara sus oídos y así anulo al sujeto que podría
enunciar su malestar y no hay que olvidar la elogiada tesis de doctorado de Lacan
“De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad” en el que se
desglosa una amplia investigación sobre la vida” Marguerite Anzieu mejor
conocida por el seudónimo que le impuso Lacan, “Aimeé”, en la tesis se hace un
seguimiento en verdad minucioso sobre el delirio paranoico de la paciente,
llegando hasta el diagnostico de “paranoia de autocastigo” tomado del
psicoanálisis. Es aplaudible el esfuerzo que Lacan realiza en el escrito, pues si
bien no hace un psicoanálisis, hace grandes esfuerzos por tratar de seguir el
método psicoanalítico, tal vez lo que logra en primera instancia en un freudismo, la
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cuestión es que al encontrarle sentido al caso, el caso mismo se ya no es, pues
fija su premisa en una “pista falsa”, Lacan se deja llevar por sus afectos y hace
recaer todo el peso del caso sobre la hermana de la paciente como condición del
delirio de Aimeé, y así sumamos uno mas que dejo de escuchar y se puso a
“entender”.
¡Caray! Tales casos parecen indicar que la escucha analítica no es para nada una
tarea fácil, al contrario, demuestran que eso que en ocasiones se da por obvio, es
digno de ser rebatible, la escucha analítica no es una encomienda sencilla; se
sabe que lo que se despliega en el análisis no es una escucha desde la
conciencia, no debe estar cargada por el sentido del que “escucha” sino que es un
sujeto hablando a otro sujeto, entiéndase sujeto como sujeto del inconsciente. Por
ejemplo cuando se habla de dialogar con el síntoma, se dice que no se cuestiona
a la persona sino que los cuestionamientos van directamente dirigidos sobre
síntoma y se esperar que de este modo “un sujeto” de la enunciación emerja, no
se sabe cual puesto que eso estará por verse, teóricamente no es tan complicado
de explicar e incluso imaginar este hecho tampoco lo es tanto, pero cuando una
persona sufriente se nos presenta enfrente no resulta tan sencillo desmarañar el
discurso de éste y mucho menos dejar fuera nuestra subjetividad para ser ese
espejo limpio que refleja una imagen del que ésta enfrente, ese lugar de
resonancia, esto también aplica en el caso de los grupos o instituciones pues
también estos hacen una demanda, que en ocasiones no esta del lado de la
conciencia.
En sesión cuando una mujer dice: “ya no aguanto a mi esposo, me maltrata, por
eso viene acá”. Tal vez alguien podría oír que ésta mujer ya no aguanta los malos
tratos y por lo tanto se quiere separar de su marido, en psicoanálisis sabemos
sobre el goce, y sobre que se dice mas de lo que se piensa, en ese sentido
podríamos oír que ésta mujer llega a sesión buscado aguantar a su esposo y así
sobrellevar la situación de maltrato, o mil sentidos más, la cuestión aquí es que en
ocasiones nos gana la soberbia y hasta creemos que se estamos realizando un
trabajo analítico magistral, y hasta creemos que estamos entablando un gran
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dialogo con el síntoma, cuando en realidad el paciente sigue gritando otra cosa,
nos da el “síndrome de Ruth Mack Brunswick” y creemos tener el caso armado y
en las manos, cuando ni siquiera estamos cerca de ello, en éste sentido entiendo
la multicitada frase de Lacan de “la resistencia ésta del lado del analista”, pues
ésta sirve para evitar la angustia del no saber, nos pone un espejismo de frente,
una ilusión en la que caemos, pues éste representa la comodidad de tener
certidumbre.
Y hablando de esta comodidad que representa tener la certidumbre, recuerdo al
señor Michel Foucault en su texto “El poder psiquiátrico” en el expone el poder del
saber y como se usa éste saber como un discurso que coacciona al sujeto, pues
se impone éste discurso como la verdad absoluta e inapelable a la que los sujetos
se deben apegar y buscar que todos se apegue a ella, los que no se encuentren
de éste costado de la supuesta normalidad y mas que normalidad, normatividad
del discurso, es presentando como algo peligroso, algo que debe ser alejado, e
incluso cabria la tesis de que el llamado loco, es de los mas vulnerables en éste
discurso, pues es despojado de su identidad de ser humano, se le domina el
cuerpo mediante la fuerza y mediante los medicamentos, se le deja de escuchar,
se le ve como alguien que no tiene nada cuerdo que decir, como un agente
infeccioso que debe ser puesto en cuarentena. En la película de origen brasileño
“Bicho de siete cabezas”, basada en una historia real, el director Laís Bodanzky,
logra plasmar el panorama al que se ve sometido el sujeto y su cuerpo mediante el
discurso psiquiátrico, ante esa verdad inapelable en la que todos estamos
inmersos y de la que sólo pocos cuestionan, estamos constituidos por discursos,
eso marca nuestra subjetividad, cuando estos discursos gritan con voces como de
sirenas, que aletargan el ser critico de los sujetos, el malestar se deja de escuchar
desde la individualidad y se comienza se clasificar en signos, que forman síntomas
y estos a su vez síndromes, entonces se deja de ver al sujeto como único, y se
comienza a masificar en categorías, en diagnosticos, ya no se refiere al sujeto por
su nombre, sino como el “esquizofrénico”, el “autista”, el “TDH” y demás
clasificaciones, un ejemplo de ello es el famosísimo DSM, que por cierto ya va por
su 5ª revisión, éste es una muestra innegable de como al imponer el poder
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coercitivo del saber y la certidumbre se calla al sujeto sumiéndolo en un
aletargamiento químico, que lo “estabiliza” o lo hace ser mas tolerable para los
demás.
El tener la certidumbre es atractivo, pero hay un corto paso entre ésta y la
imposición de un saber que coartara al sujeto bajo el poder del discurso
cientificista y así se dejara de escuchar eso que en la actualidad se presenta como
molesto, pero que es el gritar de un sujeto que sufre.
Estamos sumergidos en un discurso posmoderno, en el que según el filosofo
Zygmunt Bauman todo se hace liquido, inaprensible y fugaz, seria un error dejar
de lado el contexto en el que vivimos, para poder hablar de las exigencias a las
que se ve sometido el terapeuta por la exigencia de resultados rápidos por parte
del paciente, ésta exigencia puede provocar que si el terapeuta no ésta bien
fincado en la practica de la escucha, pretenda dar una respuesta inmediata al
paciente, es decir oír ésta demanda desde la conciencia, razón y saber; y desde
ahí emitir una respuesta, que de poco, o de nada, ayudara al paciente. Si el
malestar psíquico no se encuentra del costado del saber consiente, ¿por qué
abríamos de empañarnos en ser didactas de la conciencia?, se supone que
estamos cultivando una escucha diferente, singular, analítica, pero no podemos
dejar fuera que también somos sujetos de la cultura y que ni el más exhaustivo
análisis personal lograra hacernos aparatos puros de resonancia o espejos sin
defecto alguno, nuestra subjetividad este siempre comprometida y no la podemos
dejar fuera, porque es precisamente por ella que las personas pueden llegar a
nosotros, no por nada menciona Lacan que “la transferencia cae sobre la persona
del analista”, es decir aquello que es un obstáculo también es el vehículo para que
se inicie el trabajo analítico.
En el practicante de la psicología clínica debe existir una responsabilidad que va
del costado de la formación psicoanalítica, ésta responsabilidad es la de
cuestionar lo que se cree saber, para no caer en la dialéctica saber-poder, esto
solo se puede hacer dejándose sorprender por el discurso del sujeto, es decir,
abriendo la escucha y no pretendiendo entender de inmediato de lo que se trata el
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caso, sino ser paciente. Esto va en contracorriente con los tiempos posmodernos,
puesto que estos exigen una rapidez fugas, pero sabemos que en la terapia no
estamos hablando de un tiempo cronológico sino de un tiempo lógico y de una
escucha analítica.
La escucha es primordial en esta profesión, se podría decir que el psicólogo
clínico mantiene la trasferencia con del paciente mediante su escucha, pues éste
oído debe ser capaz de distinguir entre el ensordecedor discurso posmoderno y lo
emitido por el sujeto, también, debe distinguir entre “quien” ésta hablando y “a
quien” va dirigido eso que se ésta enunciando. No es una cuestión de pura
voluntad o de querer ayudar al otro en su sufrimiento, no somos hermanitas(os) de
la caridad, es decir, no bastan las ganas, la voluntad e incluso el gusto, ésta es
una formación que no sólo compromete nuestro intelecto, sino que compromete
nuestra subjetividad, nuestro yo, no es necesario ser analista para darnos cuenta
de esto. Ya sea que alguno seguirá su formación hasta llegar a ser un
psicoanalista o que sólo ejerza una clínica de psicoterapia analítica, igual es una
cuestión de ética el cultivar ésta escucha.
Anexo:
para la conclusión de este ensayo de ideas, no pretendo, como ya dije, dar un
punto final en tanto propuesta concluida, mas bien terminare éste escrito con
algunas preguntas y/o cuestionamientos, que me he planteado y que deseo
plantear al lector:
¿Es suficiente el deseo de ser psicólogo clínico como para acudir a análisis?
¿Escuchar es algo tan simple que debiera obviarse en esta profesión?
¿Acudiendo al diván de un psicoanalista se adquiere lo necesario para tener una
escucha analítica? ¿Existirá algo así como un significante del analista? ¿Será que
en ocasiones se intenta traducir el lenguaje inconsciente a otro lenguaje que no es
compatible con éste? Esto dicho en el sentido que propone el filosofo Wittgenstein,
que habla de los problemas lingüísticos y dice que el lenguaje no solo es una
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forma de hablar, sino una forma de vida, y de ser así ¿se volvería mas lejano,
menos asequible lo que ocurre en una sesión analítica? un sujeto hablando a otro
sujeto y además hablando en un lenguaje propio…
Bibliografía:
Marck Brunswick, R. (1986). Los casos de Sigmund Freud. Suplemento a la
“historia de una neurosis infantil” de Freud. Buenos Aires: Nueva Visión.
Lacan, J. (1987). De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad.
México: Siglo XXI.
Allouch, J (1995). Margarite. Lacan la llamaba Aimeé, Epeele, México. Cap. De la
transferencia psicótica.
Tamayo, L. (2002). Del síntoma al acto. Querétaro: UAQ. Cap. 4. La locura de
Dionisio.
Macías, M.A. (2002). Un estudio psicoanalítico sobre el duelo. El caso de la
emperatriz Carlota. Querétaro: UAQ. Cap. 1 Subtema 1.4. La enseñanza de
Hipócrates y su influencia en Pinel y el nacimiento de la psiquiatría en Francia.
Soler, C. (2004). El inconsciente a cielo abierto de las psicosis, Buenos Aires: JVE.
Cap. Estabilización de las psicosis.
Macías, M.A. (2006). Experiencia Psicoanalítica y Acompañamiento Terapéutico.
Cap. 3. Interrogarse sobre la locura. México: Plaza y Valdés.
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