El hombre que quería vivir su vida

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El hombre que quería vivir su vida
Me llamo Pedro. Cuando era pequeño, mis padres ya habían previsto mi "brillante" futuro. Seré
ministro de justicia igual que mi padre. Mi mujer será una guapa burguesa, muy rica y bien
educada. Pero de momento, tengo solamente 22 años y acabo de conseguir mi diploma de
universidad. No me gusta mi confortable situación. Me gusta la naturaleza, las cosas simples, sin
tecnología. Quiero vivir mi propia vida, mis propias experiencias a través de una vida sin cosas
materiales, sin complicaciones, quiero separarme del mundo moderno.
Por eso, un jueves 14 de abril 1990, decido partir, abandonar todo: a mis padres ricos y
superficiales, mi escolaridad, a mis amigos.... Quiero irme y volar con mis propias alas.
Mi primer objetivo es el "Valle de la Muerte", situado en Sierra, entre Nevada y California. el lugar
más bajo, más seco, más caluroso y desértico de América del Norte. Allí no me molestará nada,
solo el canto de los pájaros y los animales salvajes me harán compañía. Para comer me arreglaré
con las plantas y con los animales... Ya sé que será muy difícil, pero es lo que deseo desde
siempre.
Estoy bordeando las largas y silenciosas carreteras de Arizona con mi mochila, que contiene
solamente alguna ropa, un poquito de comida robada en mi sótano y una foto de mis padres que
cogí cuando fuimos a Puerto Rico. ¡Ah! Puerto Rico...ese viaje fue único. Estuvimos en un hotel de
cinco estrellas. Delante había una playa con grandes olas que ¡surfeaba cada mañana! Lo sé, me
estoy contradiciendo al decir que me gustaba el lujo. Pues sí, pero solo durante una semana, no
más...
Un camionero me lleva a las carreteras más lejanas de Arizona.
Cae la noche cuando encuentro una casita oculta detrás de un árbol bien florido, del color del sol
naciente. Un hombre viejo me recibe. Es un agricultor que vive solo en una casa poco confortable.
El viejo me prepara una comida casi con nada que comer: un poco de carne y tres hojas de
ensalada... Hablamos durante largo rato de la injusticia de la vida, del dinero y de la naturaleza. A
él tampoco le gustan las grandes ciudades con gente superficial, pretenciosa y complicada. Por
eso vive en una casa perdida en el campo, como un monje en meditación. Cuando le anuncio que
mi intención es vivir en el Valle de la Muerte, me considera un loco. Aunque me dice que respeta mi
idea de vivir aparte, en soledad, para que me dé cuenta de que es genial, aunque muy peligroso.
Me da varios consejos para desembarazarme de las serpientes:
- Te fabricarás tres pulseras protectoras con las serpientes con Rotin y Chlorophora. Normalmente
con eso, no morderán. Pero si te muerden, existen medicamentos eficaces. Pones polvo carbonoso
negro en un cuerno de ciervo y mezclas con aceite de palma que se encuentra fácilmente. Se
reconoce gracias a su gusto dulce. Cubre con ello la herida y se curará en 24h. Si no, mastica un
poco de corteza del árbol de artemisa.
Después de haber escuchado sus consejos, me acuesto en la minúscula cama que contiene
solamente un pequeño saco de dormir.
El viernes dejo al simpático viejo y continúo mi viaje, camino todavía con un calor insoportable. Los
raros coches que pasan por la carretera no me cogen. Es un día muy largo y pesado. Por la noche,
duermo en un campo de trigo al borde de un río. Estoy muy cansado, pero me siento bien en ese
lugar tranquilo y totalmente desértico. Estoy pensando en mis padres que deben estar muertos de
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inquietud. Y mi abuelo al que amo tanto... Ni siquiera le he dicho adiós. Está enfermo el pobre, su
mujer acaba de morir hace un mes...
Los días pasan y ahora estoy a cuatrocientos kilómetros del Valle de la Muerte. Camino por la
playa de Kanamopé. Un ligero viento caliente acaricia mis mejillas heladas. El paisaje es
magnífico, el mar en calma con algunas olas pequeñas que estallan sobre mis pies desnudos. A lo
lejos, alguien lanza objetos al agua. Ando a lo largo de la playa, veo muchas estrellas de mar
dispersas. La marea las ha arrastrado y depositado allí. Diviso a un hombre y me acerco a él. Me
doy cuenta de que está recogiendo estrellas y que luego las tira al mar. Nuestras miradas se
cruzan y pregunto:
-¿Cree usted realmente que puede ayudarlas? Hay millones de estrellas en esta playa....
- Sí, es importante.- Me responde glacialmente.
-¿Puede usted ayudarme? Quiero ir al Valle de la Muerte, no tengo dinero ni comida.
- ¡¿Al Valle de la Muerte?! ¿Pero estás loco o qué? ¡Allí no hay nada! Pero bueno, si quieres
puedes dormir en mi casa...
Su casa es una caravana decorada con flores multicolores, de " Peace & Love" y de pegatinas de
color rojo, verde, negro y amarillo. Es un hippy. Dos chicas salen de la caravana: su mujer Mariana
y su hija Clara. Son prácticamente iguales. Altas, con un cuerpo bien proporcionado, largo pelo
rubio, grandes ojos verdes como los de un gato y con vestidos colorados; aunque la hija es
muchísimo más guapa que la madre... Es una familia de viajeros. Son balineses y ya hace un mes
que viven en Kanamopé. Dentro de cinco días se van a California, a Santa Mónica.
Tres días más tarde, estamos fuera, bien instalados sobre las sillas de plástico. Hace calor y el sol
está poniéndose. Comemos una deliciosa comida sazonada típica de Bali. Siento olor de pollo
asado con salsa de cacahuete, y de leche de coco con arroz bien caliente... Una espléndida puesta
de sol con una gradación de amarillo ilumina toda la playa. ¿Por qué quiero ir tan lejos… al Valle de
la Muerte donde no hay nadie? ¿Por qué no quedarme aquí y después ir a California con ellos?
Mientras que busco respuestas a todas mis preguntas, Clara empieza a tocar un trozo suave y a la
vez alegre a la guitarra. Una decena de personas que viven en las caravanas de al lado se acercan
y empiezan a cantar juntos, en torno a un pequeño fuego que había preparado Juan, el padre de
Clara. Su hija toca con sensibilidad, tiene la mirada vaga como si estuviera pensando en una cosa
o en alguien... Su pelo rubio, inclinado a un lado, brilla con la luz de los proyectores. Tiene una
resplandeciente sonrisa que permite distinguir sus dientes ligeramente separados, pero de un
blanco brillante. Me lanza una pequeña mirada intensa como si quisiera decirme: "Esta canción es
para ti, Pedro. Te amo..." ¡Ay! ¿Pero qué estoy diciendo? Estoy fantaseando con ella, es tan guapa
y graciosa... Tiene una voz suave y a la vez un poco aguda y ronca. Es simplemente magnífica y
creo que me estoy enamorando de ella. Y pienso, o más bien espero, que ella también, porque
hace dos días que me mira siempre sonriente y tímidamente. Tengo que añadir que hemos hablado
mucho juntos. Por ejemplo ayer, en la playa, ante las olas, solamente ella y yo escuchando reggae,
fue mágico. Ya es demasiado tarde y la decena de personas está todavía cantando. Clara me
llama para que vaya a cantar sobre el pequeño escenario con ella. Al final de la canción, me besa
bajo los proyectores y ante todos los hippies que aplauden. La noche empieza a desaparecer,
mientras que el día despunta...
Hoy martes 8 de septiembre de 2002, estoy con ella y sus padres en Hawaii. Vivimos felices y
tenemos muchos niños...
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