Capítulo XXVIII La competencia en el mercado CAPÍTULO XXVIII. LA COMPETENCIA EN EL MERCADO Desarrollo......................................................................................................................... 1. El derecho de la competencia ........................................................................... 2. La defensa de la competencia 2.1. 2.2 2.3. 2.4. 2.5. 2.6. 2.7. Las conductas colusorias. ....................................................................... El abuso de posición de dominio. ......................................................... El falseamiento de la libre competencia por actos desleales. ......... Exenciones y autorizaciones. ................................................................. Sanciones. ................................................................................................. Las concentraciones económicas. ........................................................ Las ayudas públicas. ................................................................................ 3. La competencia desleal...................................................................................... 3.1. 3.2. 3.3. 3.4. 3.5. 3.6. 3.7. 3.8. 3.9. 3.10. 3.11. 3.12. 3.13. 3.14. 3.15. 3.16. La cláusula general de deslealtad. ........................................................ Actos y omisiones engañosas. ............................................................... Actos de confusión. ................................................................................. Prácticas agresivas. ................................................................................. Actos de denigración. .............................................................................. Actos de comparación. ........................................................................... Actos de imitación. .................................................................................. Explotación de la reputación ajena. ..................................................... Violación de secretos. ............................................................................. Inducción a la infracción contractual. ................................................. Violación de normas. .............................................................................. Discriminación y dependencia económica. ......................................... Venta a pérdida. ....................................................................................... Prácticas comerciales con los consumidores y usuarios. ................. Publicidad ilícita. ...................................................................................... Las acciones derivadas de la competencia desleal. ........................... Bibliografía ....................................................................................................................... © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVII - 3 Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado DESARROLLO 1. EL DERECHO DE LA COMPETENCIA Una de las acepciones del término «competencia» que recoge el Diccionario de la Real Academia Española es la de «situación de empresas que rivalizan en un mercado ofreciendo o demandando un mismo producto o servicio». En el ámbito económico, quienes participan en el mercado llevan a cabo conductas o comportamientos que persiguen reforzar o mejorar su posición, frente a otros partícipes. Estas actuaciones en el mercado se enmarcan en las líneas del sistema económico consagrado en la Constitución Española (CE) que, a estos efectos, reconoce la iniciativa privada y la libertad de empresa (art. 38 CE). La competencia tiene su base en este principio de libertad de empresa: libre acceso al mercado de bienes y servicios y libertad en el ejercicio y en el cese de la actividad. No obstante, esta libertad tiene límites, restricciones y condicionantes. Desde la posibilidad de reservar al sector público recursos o servicios esenciales (art 128.2 CE), hasta la intervención de empresas cuando así lo exija el interés general (art 128.2 CE) o la expropiación que puede ir referida también a empresas (art. 33.3 CE). E, igualmente, la libertad en el ejercicio de la actividad empresarial se asienta sobre la libertad de competencia, siempre y cuando se respeten las condiciones que el ordenamiento jurídico fija para conservar y mantener la competencia en el mercado. En efecto, la competencia necesita reglas y condiciones que aseguren su mantenimiento y protección. En caso contrario, se instalaría una «competencia salvaje» que, finalmente, desembocaría en la restricción o eliminación de la competencia: «la libertad de empresa es un derecho fundamental, reconocido en el artículo 38 de la Constitución española (y en el artículo 16 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 18 de diciembre de 2000) que está comprendido en la Sección 2ª del Capítulo II del Título I de la Constitución, y por tanto goza del nivel de protección señalado en el artículo 53.1 de la Constitución española, pero tiene rango constitucional y puede ser invocado en cualquier proceso, pues todos los derechos del Capítulo II vinculan de modo inmediato a todos los poderes públicos, como consecuencia del carácter normativo, y no meramente programático, de la Constitución, y pueden desplegar efectos sin necesidad de intermediación legislativa. La formulación del derecho invocado opera principalmente frente al legislador, ya que se trata de declarar, con efectos vinculantes para los poderes públicos, que la iniciativa económica privada es elemento esencial de una economía de mercado como la establecida en España, y por tanto que las actividades de producción e intercambio de bienes o servicios están constitucionalmente abiertas a los particulares. Se trata de lo que se ha llamado “derecho fundamental de acceso a un ámbito”, que no se proyecta sobre la regulación de ese ámbito en una forma determinada, sino que se concreta en la posibilidad de acceder y permanecer en el mercado, o de iniciar y desarrollar actividades de producción y/o intercambio, siempre que se respeten © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 5 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA las condiciones establecidas por las Leyes. Es el legislador, pues, quien ha de establecer la regulación interna, con el límite o tope de que no puede ser arbitraria o desproporcionada (Sentencias del Tribunal Constitucional 37/1981, 225/1983, etc.), razón por la cual ha considerado la jurisprudencia constitucional que las normas tendentes a la defensa de la libre competencia son plenamente compatibles con el artículo 38 de la Constitución española (SSTC 88/1986, 225/1993 y 208/1999, etc.)» (Sentencia del Tribunal Supremo de 24 de noviembre de 2006). Para lograr este objetivo, el mantenimiento de una competencia efectiva, surge históricamente el «derecho de la competencia», integrado por una doble normativa. De un lado, el derecho de defensa de la competencia, orientado, fundamentalmente, a proteger ésta de los ataques y abusos que los propios participantes en el mercado pueden llevar a cabo, en la búsqueda de eliminar o reducir la competencia. De otro lado, la competencia desleal, dirigida, básicamente, a asegurar que la actuación de los operadores económicos en el mercado, frente a otros competidores, consumidores y en defensa del propio mercado, se desarrolle conforme a reglas de corrección y lealtad. Se trata de dos ámbitos normativos estrechamente relacionados, al conformar, en definitiva, dos bloques del mismo derecho, el derecho de la competencia, dirigido a proteger el mantenimiento efectivo y correcto de ésta en el mercado. 2. LA DEFENSA DE LA COMPETENCIA Entre las normas protectoras de la competencia se encuentra el derecho antitrust o derecho de defensa de la competencia, cuyo objeto es proteger la institución de la competencia contra todo ataque de los operadores económicos. En este marco, se encuadra la Ley 15/2007, de 3 de julio, de Defensa de la Competencia (LDC) que, sobre la base del derecho comunitario, prohíbe algunas conductas (prácticas colusorias, abuso de posición de dominio y falseamiento de la libre competencia por actos desleales) y controla o regula otras (concentraciones económicas y ayudas públicas). El órgano al que se encomienda la defensa de la competencia frente a las conductas o prácticas que puedan afectarla, en todo o parte del mercado nacional, es la Comisión Nacional de Competencia, «organismo público encargado de preservar, garantizar y promover la existencia de una competencia efectiva en los mercados en el ámbito nacional así como de velar por la aplicación coherente de la Ley». El ámbito territorial de actuación de la Comisión es todo o parte del mercado nacional. Si la afectación es superior —mercado europeo— la conducta quedará sometida a las autoridades comunitarias (si se trata de una práctica prohibida que afecta a los dos mercados conjuntamente se podrán aplicar simultáneamente ambos derechos). Si la afectación es inferior — ámbito autonómico— se dará entrada a las autoridades autonómicas con competencias en comercio interior. 6 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado En todo caso, es posible también la aplicación judicial de las normas de defensa de la competencia, de manera que los jueces de lo mercantil pueden conocer de las prácticas colusorias y del abuso de posición de dominio (el falseamiento de la libre competencia por actos desleales está previsto para que la Comisión Nacional de la Competencia pueda conocer de actos desleales especialmente perturbadores para el mercado, ya que el enjuiciamiento de los actos desleales, en otro caso, se atribuye a los jueces de lo mercantil). La Comisión Nacional de la Competencia es, por tanto, una entidad de derecho público de carácter independiente, integrada por los siguientes órganos: Presidente, Consejo y Dirección de Investigación. La legislación contempla, además, mecanismos de colaboración y cooperación. Así, la Comisión Nacional de la Competencia debe coordinarse con los órganos competentes de las Comunidades Autónomas y con los reguladores sectoriales (comisiones y organismos que específicamente controlan determinados sectores de nuestra economía). Y debe colaborar con los órganos jurisdiccionales y con las autoridades nacionales de competencia de otros Estados miembros y la Comisión Europea. 2.1. Las conductas colusorias La primera de las conductas prohibidas en la Ley de defensa de la competencia son las prácticas colusorias, que son los acuerdos entre empresas, decisiones o recomendaciones colectivas y prácticas concertadas o conscientemente paralelas que tengan por objeto, produzcan o puedan producir, el efecto de impedir, restringir o falsear la competencia en todo o parte del mercado nacional. A la delimitación general se añade, con carácter ejemplificativo, un catálogo de conductas que se consideran colusorias: fijación de precios o de otras condiciones comerciales; limitación del desarrollo industrial, comercial, técnico y financiero; reparto de mercados y fuentes de abastecimiento; aplicación de condiciones desiguales para prestaciones equivalentes; o subordinación de la celebración de contratos a la aceptación de prestaciones suplementarias. La Ley de defensa de la competencia sanciona con la nulidad de pleno derecho los acuerdos o prácticas descritos que no se encuentren amparados por alguna de las exenciones previstas en la misma. Y es que estas prácticas colusorias no están prohibidas de forma absoluta, dado que pueden existir razones —económicas o de protección de otros intereses— que justifiquen su realización. Por ello, se reconoce un sistema de autorizaciones para determinadas prácticas colusorias: aquellas que reporten más ventajas que inconvenientes, porque contribuyan a mejorar la producción, la comercialización y distribución o a promover el progreso técnico o económico; las que cumplan los requisitos de exención del derecho comunitario; y aquellas que el Gobierno declare mediante Real Decreto. 2.2. El abuso de posición de dominio La normativa de defensa de la competencia también prohíbe el abuso de posición dominante. La existencia de una posición de dominio en el mercado es una cuestión de he© ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 7 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA cho que sólo puede ser determinada por un análisis económico de cada caso concreto. No obstante, con carácter general, el principal criterio para considerar la existencia de una posición de dominio es que una empresa ejerza una influencia decisiva o relevante en el mercado, por no tener competencia o no tener una competencia sustancial o efectiva. Evidentemente, no se prohíbe que una empresa ostente una posición de dominio en el mercado, sino que abuse de la misma, que haga un uso indebido o antijurídico. Lo prohibido no es la posición dominante de una empresa, sino el abuso de tal posición. El objetivo es impedir que una empresa con posición de dominio actúe en el mercado de una forma que no hubiera sido posible si hubiera existido competencia efectiva, perjudicando con ello de manera injustificada al resto de los participantes en el mercado. 2.3. El falseamiento de la libre competencia por actos desleales Finalmente, se prohíben los actos de competencia desleal que por falsear la libre competencia afecten al interés público. Por esta vía no se trata de regular actos desleales —lo que está reservado a la normativa de competencia desleal— sino de coordinar ambas normas —Ley de defensa de la competencia y Ley de competencia desleal— permitiendo por este cauce la valoración de actos desleales especialmente perturbadores para el mercado. En este sentido, para que los actos de competencia desleal puedan ser sancionados como conductas prohibidas por la legislación de defensa de la competencia se exige la afectación del interés público, entendido como perturbación grave del mercado: «comportamientos de deslealtad mercantil que, en principio, sólo afectan a las empresas cuya respuesta jurídica se deja a la iniciativa de éstas (mediante el ejercicio de las oportunas acciones civiles) y se traduce en el resarcimiento de los daños y perjuicios privados ocasionados, adquieren un nuevo carácter, ya público, que permite su represión independiente a cargo de la autoridad administrativa encargada de velar por la defensa de la competencia. La ampliación de conductas perseguibles (…) se inspira en el hecho de que determinados comportamientos desleales de unos empresarios respecto de otros desbordan sus efectos perjudiciales meramente privados e inciden de lleno, y de modo desfavorable, en los intereses colectivos que la Administración Pública ha de tutelar (…) Es importante subrayar, pues, que la eventual actuación de los organismos administrativos encargados de preservar la libre competencia sólo resultará pertinente si las conductas desleales de los empresarios, además de serlo, falsean de manera sensible la competencia, esto es, distorsionan gravemente las condiciones de competencia en el mercado con perjuicio para el interés público» (Sentencia del Tribunal Supremo de 8 de julio de 2011). 2.4. Exenciones y autorizaciones Este conjunto de prohibiciones requiere, para su aplicación, que se trate de conductas o prácticas que afecten de forma efectiva a la competencia. Por el contrario, no se aplicarán a aquellas conductas que, por su escasa importancia, no sean capaces de afectar de manera significativa a la competencia (conductas de menor importancia). Igualmente, 8 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado las prohibiciones tampoco serán aplicables si la práctica o conducta resulta de la aplicación de una ley o proviene de una declaración de inaplicabilidad de la Comisión Nacional de la Competencia. 2.5. Sanciones La infracción, deliberadamente o por negligencia, de las normas reguladoras de cualquiera de las referidas conductas permite a los órganos competentes la imposición de sanciones. Estas sanciones, comunes a las tres conductas prohibidas, pueden consistir, de un lado, en la imposición a los infractores de multas sancionadoras, cuya cuantía se fijará en proporción a su volumen de negocios. No obstante, en determinadas circunstancias y respecto a las prácticas colusorias, se admite una reducción o, incluso, la exención de la multa. Es la denominada «política de clemencia», que es consecuencia directa del arrepentimiento o de la colaboración que el autor o autores de práctica mantenga con la Comisión Nacional de la Competencia. De otro lado, las empresas podrán ser requeridas para que cesen en las prácticas y, en su caso, obligadas a la remoción de los efectos. Para conseguir el cumplimiento de estos requerimientos pueden imponerse multas coercitivas. Además de la sanción que corresponda imponer a los infractores, cuando se trate de una persona jurídica podrá imponerse una multa pecuniaria a sus representantes legales, o a las personas que integran los órganos directivos que hayan intervenido en el acuerdo o decisión. No obstante, quedan excluidas de la sanción aquellas personas que, formando parte de órganos colegiados de administración, no hubieran asistido a las reuniones o hubieran votado en contra o salvado su voto. En fin, si la Comisión Nacional de la Competencia eximiera del pago de la multa, la exención alcanzaría igualmente a sus representantes legales o a las personas integrantes de los órganos directivos y que hayan intervenido en el acuerdo o decisión, siempre y cuando hayan colaborado con la Comisión Nacional de la Competencia. 2.6. Las concentraciones económicas Las concentraciones económicas —operaciones que implican una modificación estable de la estructura de control de las empresas partícipes— son operaciones libres, aunque sean objeto de control cuando, por su dimensión, puedan afectar gravemente a la competencia. Así, el control es exigible en aquellas concentraciones económicas que afecten o puedan afectar al mercado español y que reúna, al menos, una de las dos circunstancias siguientes: a) Que, como consecuencia de la concentración, se adquiera o se incremente una cuota igual o superior al 30 por 100 del mercado relevante de producto o servicio en el ámbito nacional o en un mercado geográfico definido dentro del mismo. Y b) Que el volumen de negocios global en España del conjunto de los partícipes supere en el último ejercicio contable la cantidad de 240 millones de euros, © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 9 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA siempre que al menos dos de las empresas partícipes en la operación realicen individualmente en España país un volumen de negocios superior a 60 millones de euros. Quedan excluidas de la aplicación de esta normativa las concentraciones de empresas que tengan «dimensión comunitaria», salvo cuando hayan sido remitidas por la Comisión Europea a la Comisión Nacional de la Competencia. El control de las concentraciones económicas se lleva a cabo a través de un procedimiento que se inicia con la notificación del proyecto u operación de concentración de empresas a la Comisión Nacional de Competencia previamente a su ejecución. En caso de incumplimiento de la obligación de notificación, la Comisión Nacional de la Competencia podrá requerir a las partes obligadas a notificar para que efectúe la correspondiente notificación en un plazo no superior a veinte días. Transcurrido el plazo sin que se haya producido la notificación se podrá iniciar de oficio el expediente de control de concentraciones, sin perjuicio de la aplicación de las correspondientes sanciones y multas coercitivas. Recibida la notificación, se formará y tramitará un expediente que finalizará con una resolución, en la que se podrá: — Autorizar la concentración — Subordinar su autorización al cumplimiento de determinados compromisos — Iniciar la segunda fase del procedimiento cuando considere que la concentración puede obstaculizar el mantenimiento de la competencia efectiva, que tras su tramitación finalizará con una resolución que la autorice, la subordine al cumplimiento de determinadas condiciones, la prohíba o acuerde el archivo de las actuaciones. — Remitir la concentración a la Comisión Europea — Acordar el archivo de las actuaciones. Todo ello, sin perjuicio de la posibilidad de intervenir que se reconoce al Consejo de Ministros, por razones de interés general, en el procedimiento de control de concentraciones económicas. 2.7. Las ayudas públicas El régimen general de las ayudas públicas se recoge en los artículos 107 a 109 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, que parten de la incompatibilidad de las ayudas de estado con el mercado común, aunque reconociendo que determinadas ayudas son o pueden ser compatibles con el mismo, extremo que queda bajo control, esencialmente, de la Comisión. La prohibición de las ayudas de estado viene determinada por su incompatibilidad con el mercado interior, en la medida en que afecten a 10 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado los intercambios entre los Estados miembros. Sin embargo, la incompatibilidad de las ayudas de estado con el mercado interior ni es automática ni es absoluta. En primer lugar, no es automática porque sólo serán incompatibles con el mercado interior las ayudas de estado en las que concurran determinadas condiciones. En particular, la incompatibilidad de las ayudas se hace depender de sus efectos sobre la competencia y el mercado interior, sin que a priori se consideren relevantes las causas u objetivos de las intervenciones estatales. En segundo lugar, no es absoluta porque aun siendo conscientes de que las ayudas de estado pueden distorsionar el principio de libre competencia, se establece un sistema que justifica su concesión en casos excepcionales. En efecto, sería inimaginable que el Estado se abstuviera totalmente de intervenir en actividades económicas. Así, existe incompatibilidad salvo que se disponga otra cosa, lo que se hace al recoger distintos supuestos de ayudas que se consideran o pueden considerarse compatibles con el mercado interior, bien por contribuir a los objetivos de la Unión Europea bien porque sus beneficios son superiores a los costes que origina la distorsión de la competencia. La decisión última sobre la compatibilidad de estas ayudas corresponde esencialmente a la Comisión quien puede eximir a determinadas categorías de ayudas estatales de la obligación de notificación, o bien, tras la notificación recibida al efecto por el Estado, la Comisión determinará si una medida de ayuda prevista por un Estado miembro puede acogerse a las excepciones recogidas. En el derecho español la Ley 15/2007, de 3 de julio, de defensa de la competencia se refiere, con carácter general, al sistema de seguimiento de las ayudas públicas. La concesión de las ayudas públicas se remite a la normativa comunitaria y el control a los órganos jurisdiccionales comunitarios y nacionales, contemplándose, en particular, en la Ley española las competencias de la Comisión Nacional de la Competencia y, de forma complementaria, su coordinación con los organismos autonómicos en la materia. Por lo que respecta a la Comisión Nacional de la Competencia podrá analizar los criterios de concesión —jurídicos y económicos— de las ayudas públicas, en relación con sus posibles efectos sobre la competencia efectiva, al objeto de emitir informes sobre las mismas o de comunicar a las administraciones públicas propuestas dirigidas al mantenimiento de la competencia. Y. en todo caso, tendrá que emitir un informe anual sobre las ayudas estatales concedidas en España. Para el desarrollo de estas actividades, la Comisión deberá recibir del órgano responsable de la notificación de las ayudas a la Comisión Europea, la información correspondiente a las ayudas públicas notificadas y concedidas, sin perjuicio de poder requerir información complementaria a las administraciones públicas sobre proyectos y ayudas concedidas. Y en cuanto a la participación de los órganos de defensa de la competencia de las Comunidades Autónomas podrán elaborar, igualmente, informes sobre los posibles efectos sobre la competencia efectiva de las ayudas públicas concedidas por las Administraciones autonómicas o locales en su respectivo ámbito territorial, informes que han de remitirse a la Comisión Nacional de la Competencia para su incorporación a su informe anual. Para ello, los órganos autonómicos podrán disponer de la información que se remita a la Comisión Nacional © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 11 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA de la Competencia y deberán recibir los informes realizados por esta última, que deben hacerse públicos. 3. LA COMPETENCIA DESLEAL La Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal (LCD) trata de proteger la competencia «en interés de todos los que participan en el mercado», incluida la publicidad ilícita. A diferencia de las normas de defensa de la competencia, que tratan de proteger el mercado de las prácticas de las empresas, las disposiciones de competencia desleal persiguen evitar las conductas incorrectas en el mercado, por lo que además de proteger éste y a los competidores, tutelan los intereses de los consumidores: «la Ley de Competencia Desleal considera como tal determinados actos y prácticas comerciales, pero siempre desde la finalidad superior de una protección de la competencia en interés de todos los que participan en el mercado, objeto de dicha Ley, que se corresponde con las razones de su Exposición de Motivos cuando ésta declara, acerca precisamente de la finalidad de la Ley, que la redacción de sus preceptos ha estado presidida por la permanente preocupación de evitar que prácticas concurrenciales incómodas para los competidores puedan ser calificadas, simplemente por ello, de desleales, que al perfilar los elementos generales del ilícito concurrencial se ha seguido un criterio marcadamente restrictivo, que la Constitución hace gravitar nuestro sistema económico sobre el principio de libertad de competencia, reforzado por el de protección del consumidor, en su calidad de parte débil de las relaciones típicas de mercado y, en fin, que el Derecho de la competencia desleal deja de concebirse como un ordenamiento primariamente dirigido a resolver los conflictos entre los competidores, para convertirse en un instrumento de ordenación y control de las conductas en el mercado, siendo así portadora dicha Ley no sólo de los intereses privados de los empresarios en conflicto, sino también de los intereses colectivos del consumo. Tales principios tienen su adecuado reflejo en los concretos preceptos de la Ley que describen los actos constitutivos de competencia desleal, no sólo mediante la expresa mención del consumidor o consumidores, sino también mediante excepciones a la ilicitud del acto fundadas en la libertad de competencia» (Sentencia del Tribunal Supremo de 13 de mayo de 2002). La normativa de competencia desleal, desde el punto de vista objetivo, se aplica a todos los actos que se realicen en el mercado con fines concurrenciales. Es imprescindible la participación en el mercado, promoviendo o asegurando la difusión en él de prestaciones propias o de un tercero. Desde el punto de vista subjetivo, no sólo resulta aplicable a los empresarios, sino a todas las personas físicas o jurídicas que participen en el mercado, sin necesidad de que exista una relación de competencia entre el sujeto activo y el pasivo. Como señala la jurisprudencia, «es evidente que hablar de “competencia desleal”, “ab initio”, como así se llama la Ley, aduce a una concurrencia mercantil en el mercado, en el que se presenta la actividad de las empresas intervinientes y, que, afín con 12 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado el principio constitucional de libertad de mercado —“ex” artículo 38 de la Constitución Española— esa “competencia” o concurrencia o coparticipación ha de ser libre o sin cortapisa alguna, en el bien entendido, siempre que se respete la del otro o la de los demás, y de ahí que se hable de “desleal” o no leal, esto es no respetuosa con los intereses de los demás, cuando el comportamiento del concurrente discurra en actos irregulares o perjudiciales para los demás o contrarios a esa “lealtad” que, claro es, determinan que se condene lo que así se obtenga no dentro del juego de la libertad competitiva, sino por el empleo de ardides que aprovechen para sí lo que se ha logrado con el esfuerzo de los otros. No es leal, pues, cuando, sin más, se contraviene la buena fe en ese mercado concurrente, o, se actúe vulnerando los elementales principios de respeto a lo ajeno o se consigan logros no por el esfuerzo propio, sino por la apropiación de lo así conseguido por los demás. De ahí, que la “competencia desleal”, considerada, en su primera delimitación, juega sólo entre los entes concurrentes en el mercado, y así fue la inicial o histórica respuesta de su normativa sancionada, en su anterior dispersa ordenación: Tutelar intereses que se perjudican por actos desleales de la competencia. En una fase posterior, se proyectó la disciplina en relación ya con el destinatario del fenómeno concurrente, en torno a los intereses de los receptores de citada concurrencia, los usuarios, ya que, era lógico que, sin esta tutela, padecerían el riesgo o perjuicio de la confusión por imitarse como auténtico lo que no lo era. Tutela, pues, del empresario concurrente, y del usuario o consumidor son ambos polos que subsumen el postulado de la legislación imperante como así lo reconoce la Ley y subraya su Exposición de Motivos que, incluso, se incorpora como novedad, el tríptico de protección, tanto de los intereses privados de los empresarios, como el colectivo de los consumidores, como el público en general. De lo anterior se desprende que, la tutela primaria sancionada por la Ley es la implícita en la conducta previa de la concurrencia ilícita por aparecer en el mercado actos del competidor con señales de aprovechamiento de lo ajeno, hasta el punto que si esto acaece, es bien claro, que ha de dispensarse esa protección legal al empresario perjudicado y, de paso, asimismo, sancionar la disciplina de confusión perjudicial al consumidor que opera, pues, como un “posterius”, lo que no es sino, se insiste, partir de la significación de los vocablos inmersos en la repetida expresión de “competencia desleal”» (Sentencia del Tribunal Supremo de 14 de julio de 2003). En la delimitación de los actos que pueden considerarse desleales se sigue un doble sistema. De un lado, la inclusión de una cláusula general, según la cual «se reputa desleal todo comportamiento objetivamente contrario a las exigencias de la buena fe». De otro lado, se añade un amplio catálogo ejemplificativo de actos de competencia desleal. La cláusula general pretende reprimir aquellas conductas que puedan considerarse objetivamente contrarias a la buena fe y que no se encuentren previstas específicamente en el catálogo legal ejemplificativo. A la cláusula general se añade una amplia tipificación de actos concretos de competencia desleal, lo que genera mayor certeza y seguridad a la hora de determinar la corrección o lealtad de determinadas conductas. Teniendo en cuenta que la finalidad de la Ley no es evitar cualquier acto o comportamiento en el mercado, sino sólo aquellos que realmente puedan ser calificados de desleales o © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 13 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA incorrectos. La legislación no persigue calificar como desleales prácticas concurrentes incómodas para los competidores, sino aquellas que realmente lesionen la competencia en perjuicio de quienes participan en el mercado. Por ello el catálogo de actos de competencia desleal responde a una tipificación restrictiva, de manera que, en ocasiones, el detalle del catálogo legal más que buscar la represión de determinadas prácticas persigue justamente lo contrario, es decir, liberalizar o declarar la lealtad de algunos actos o conductas. 3.1. La cláusula general de deslealtad La cláusula general, como se indica en la exposición de motivos de la Ley de Competencia Desleal, está prevista para la represión de la siempre cambiante fenomenología de la competencia desleal. Es decir, parte de la posibilidad de que pueden producirse actos o prácticas en el mercado con fines concurrenciales, no contemplados expresamente en la Ley, pero, no obstante, que pueden ser constitutivos de competencia desleal, si el comportamiento resulta objetivamente contrario a las exigencias de la buena fe. La jurisprudencia del Tribunal Supremo se «manifiesta de forma pacífica en el sentido de que la “cláusula general” permite sancionar aquellas conductas que, no obstante no acomodarse a alguno de los tipos específicos, sin embargo, reuniendo los presupuestos, insoslayables en todo injusto competencial, consistentes en que la conducta se realice en el mercado y se lleve a cabo con fines concurrenciales (lo que se presume, cuando por las circunstancias en que se realice el acto, se revele objetivamente idóneo para promover o asegurar la difusión en el mercado de las prestaciones propias o de un tercero), incurra en una deslealtad valorada con arreglo al estándar de la buena fe (Sentencias del tribunal Supremo de 15 de abril de 1998; de 17 de julio de 1999; de 29 de octubre de 1999; de 7 de junio de 2000; de 16 de junio de 2000; de 15 de octubre de 2001; de 23 de mayo y 28 de septiembre de 2005; de 20 de febrero, 11 de julio, 4 de septiembre y 24 de noviembre de 2006; de 14 y 23 de marzo, 30 de mayo, 28 de septiembre, 4, 8, 10 y 22 de octubre de 2007; de 19 y 28 de mayo y 3 de julio de 2008). En efecto, el control de estas conductas no tipificadas legalmente se reenvía al criterio general de la buena fe: « el tipo abierto de que se trata está construido siguiendo el estándar de la buena fe —que en la redacción de la norma se impuso a otros términos considerados sectoriales y de inequívoco sabor corporativo— tales como la corrección profesional o los usos honestos en materia comercial e industrial, y permite calificar como desleales conductas no descritas en los demás preceptos de la Ley, cuando, concurriendo los presupuestos legales sean contrarias al modelo o estándar en que la buena fe consiste» (Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de septiembre de 2011). En este sentido, se reputa desleal todo comportamiento que resulte objetivamente contrario a las exigencias de la buena fe, prescindiendo de la intencionalidad del sujeto. Según la doctrina del Tribunal Supremo, «la buena fe en sentido objetivo se traduce en una exigencia ética significada por los valores de la honradez, la lealtad, el justo reparto de la propia responsabilidad y el 14 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado atenerse a las consecuencias que todo acto consciente y libre puede provocar en el ámbito de la confianza ajena (Sentencia de 23 de marzo de 2007 que cita las sentencias de 16 de junio de 2000 y 19 de abril de 2002). El precepto se infringe cuando se contravienen los usos y costumbres admitidos como correctos por todos los participantes en el mercado, pues la buena fe, legalmente contemplada, no es sino la confianza o justa expectativa que, en relación con la conducta ajena, tiene quien concurre en el mismo, determinada por lo que es usual en el tráfico jurídico (Sentencias del Tribunal Supremo de 16 de junio de 2009 y de 1 de junio de 2010)». En la determinación de este criterio se añade que, en las relaciones con consumidores y usuarios, se entenderá contrario a las exigencias de la buena fe el comportamiento de un empresario o profesional contrario a la diligencia profesional, entendida ésta como el nivel de competencia y cuidados especiales que cabe esperar de un empresario conforme a las prácticas honestas del mercado, que distorsione o pueda distorsionar de manera significativa el comportamiento económico del consumidor medio o del miembro medio del grupo destinatario de la práctica, si se trata de una práctica comercial dirigida a un grupo concreto de consumidores. «El concepto de «consumidor medio» ha sido acuñado por la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas no en términos estadísticos, sino como la reacción típica del consumidor normalmente informado, razonablemente atento y perspicaz, teniendo en cuenta los factores sociales, culturales y lingüísticos» (Preámbulo de la Ley 29/2009, de 30 de diciembre). Se trata, en definitiva, de una cláusula formulada de forma muy amplia, en un intento de evitar que nuevas conductas, no previstas en la normativa, atenten contra la corrección del mercado y los intereses de los competidores y consumidores. El objetivo es prohibir todas aquellas actuaciones de competencia desleal que, realizadas en el mercado con fines concurrenciales, no encuentran acomodo en los supuestos que expresamente se tipifican en el catálogo legal. Es, además, una cláusula general que, como también ha declarado la jurisprudencia, no formula un principio general que sea objeto de desarrollo y concreción posterior en los artículos posteriores de la normativa de competencia desleal: «la cláusula general no formula un principio abstracto que sea objeto de desarrollo y concreción en las normas siguientes, en las que van a ser tipificados los actos o comportamientos de competencia desleal en particular, sino que establece lo que la doctrina ha identificado como “una norma jurídica en sentido técnico”, esto es, “una norma completa de la que se derivan deberes jurídicos precisos para los particulares, tal y como sucede con el artículo 7.1 del Código civil”. De este modo, cabe concluir que la cláusula general tipifica un acto de competencia desleal en sentido propio, dotado de sustantividad frente a los actos de competencia desleal que la Ley ha estimado tipificar en concreto. Por tanto, esta cláusula no puede aplicarse de forma acumulada a las normas que tipifican en particular, sino que la aplicación ha de hacerse en forma autónoma, especialmente para reprimir conductas o aspectos de conductas que no han podido ser subsumidos en los supuestos contempla© ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 15 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA dos en la tipificación particular. Y así, la comprobación de que la conducta enjuiciada se corresponde por entero con la tipificada en particular, como ha dicho la doctrina, “exime de examinarla a la luz de la cláusula general, esto es, impide que pueda considerarse asimismo contraria a la cláusula general”. Consecuencia de todo ello es que obliga a identificar las razones en que se funda la deslealtad de la conducta. Y en ese sentido forzoso es, como hacen entre otras las Sentencias de esta Sala de 6 de junio de 1997 y 11 de octubre de 1999, partir de los principios constitucionales de libertad de empresa (artículo 38 CE) y de derecho al trabajo (artículo 35 CE), pues establece un límite jurídico al ejercicio del derecho a desarrollar una actividad económica en el mercado, esto es, un derecho de acceso al ámbito de desarrollo de la iniciativa económica privada sobre producción e intercambio de bienes y/o servicios, al ámbito de desarrollo de actividad productiva por cuenta ajena o propia, en concurrencia con otros, derecho que no puede ejercitarse a través de determinados comportamientos, esto es, se trata de conseguir que los agentes económicos compitan por méritos o por eficiencia y no «mediante la realización de comportamientos que supriman, restrinjan o falseen la estructura competitiva del mercado, o la libre formación y desarrollo de las relaciones económicas del mercado». A partir de esta idea de principio, se ha de concretar el contenido normativo de la cláusula general, en primer lugar, a través de los principios acogidos en las normas que tipifican supuestos de hecho como actos de competencia desleal. (…). Sin perjuicio de todo ello, a continuación hay que tener en cuenta los imperativos éticos de orden general, esto es, la buena fe en sentido objetivo (Sentencias de 20 de marzo de 1996, 15 de abril de 1998, 16 de junio de 2000, 19 de abril de 2002) como una “exigencia ética significada por los valores de la honradez, la lealtad, el justo reparto de la propia responsabilidad y atenimiento a las consecuencias que todo acto consciente y libre puede provocar en el ámbito de la confianza ajena”. Pero esta atención a los límites éticos de carácter general ha de entenderse subordinada a las exigencias directamente derivadas del principio de competencia económica, pues no debe reprimirse con el mero apoyo de límites éticos una conducta “que se revele concurrencialmente eficiente, que promueva las prestaciones de quien la ejecuta o de un tercero por sus méritos, sin provocar una alteración en la estructura competitiva o en el normal funcionamiento del mercado». En esta apreciación es imprescindible atender al principio de protección que los derechos constitucionales antes señalados exigen, pues en cuanto hay que aceptar que estemos dentro del ámbito de vigencia y protección de los derechos de libertad de empresa y prestación de trabajo han de descartarse consideraciones de orden ético” (Sentencias del Tribunal Supremo de 24 de noviembre de 2006; y de 8 de octubre de 2007). Por tanto, en la cláusula general se configura un ilícito genérico a modo de cláusula de cierre a fin de que la buena fe objetiva, exigible con carácter general en el ejercicio de los derechos, lo sea también en los actos realizados en el mercado con fines de concurrencia. Reiteradamente ha declarado el Tribunal Supremo que la cláusula genérica es sólo aplicable a actos no contemplados o tipificados posteriormente y que, por consiguiente, es improcedente acudir a la fórmula general para combatir conductas que están tipificadas en particular en otras disposiciones (Sentencias del Tribunal Supremo, 16 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado entre otras, 28 de septiembre de 2005; 20 de febrero y 11 de julio de 2006; 14 de marzo, 30 de mayo y 10 de octubre de 2007; 28 y 29 de mayo de 2008; y 1 de junio de 2010). Igualmente, la cláusula general no puede ser utilizada para calificar como desleales conductas que serían consideradas leales aplicando el catálogo ejemplificativo de actos de competencia desleal. Si el concreto acto o conducta supera el control de legalidad fijado en ese catálogo específico de actos, no podría ser considerado desleal invocando la cláusula general. En este sentido, la cláusula general «no puede servir para sancionar como desleales conductas que debieran ser confrontadas con alguno de los tipos específicos contenidos en otros preceptos de la propia Ley, pero no con aquel modelo de conducta, si es que ello significa propiciar una afirmación de antijuricidad degradada, mediante la calificación de deslealtad aplicada a acciones u omisiones que no reúnen todos los requisitos que integran el supuesto tipificado para impedirlas. Es improcedente acudir a la fórmula general para combatir conductas que están tipificadas en particular en otras disposiciones. Esta cláusula no puede aplicarse de forma acumulada a las normas que tipifican en particular, sino que la aplicación ha de hacerse en forma autónoma, especialmente para reprimir conductas o aspectos de conductas que no han podido ser subsumidos en los supuestos contemplados en la tipificación particular» (Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de septiembre de 2011). Lo contrario supondría frustrar la finalidad restrictiva que subyace en la normativa de competencia desleal. En la tipificación de actos se ha optado por un catálogo restrictivo, en el sentido de que sólo se han rechazado aquellos que se considera que atentan contra una correcta competencia en el mercado. Si actos que conforme a esta tipología serían considerados leales, pudieran calificarse como desleales con la cláusula general, inevitablemente se estaría produciendo una amplitud de actos a reprimir que la Ley no ha buscado: «se trata de evitar que tipos intencionadamente restrictivos —según el preámbulo de la Ley— se apliquen, con una amplitud superior a aquella con la que fueron formulados, a actos que se hubieran incluido en el específico modelo de referencia de haber reunido todos los elementos que el respectivo precepto tipificador señala como necesarios para su aplicación (Sentencias del Tribunal Supremo de 19 de mayo y 15 de diciembre de 2008; 30 de junio de 2009; y 1 de junio de 2010)». 3.2. Actos y omisiones engañosas Se considera desleal cualquier conducta, aun siendo veraz, u omisión que, por las circunstancias en que tenga lugar, sea susceptible de inducir a error a las personas a las que se dirige o alcanza sobre la naturaleza y características de los productos y, en general, sobre las ventajas realmente ofrecidas. El ilícito responde «a la importancia que, para la transparencia del mercado, tiene una información veraz sobre la naturaleza, modo de fabricación o distribución, características de los productos o ventajas ofrecidas, así como al peligro de que, con una información engañosa sobre esos datos, quede falseada la libre competencia. Por lo tanto, el acto desleal, que la norma describe como tipo © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 17 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA abierto y de peligro, presupone la utilización o difusión de indicaciones inexactas, falsas o meramente incorrectas, así como la omisión de las verdaderas, cualquiera que sea la práctica, con tal que pueda inducir a error a las personas a las que se dirige o alcanza, esto es, a los destinatarios directos o indirectos de la indicación, la omisión o la práctica, sobre aquellos extremos. Como señala la Sentencia de 19 de mayo de 2008, se trata de proteger el correcto funcionamiento del mercado, ante la posibilidad de que los consumidores, en el momento de tomar la decisión de adquirir o no los bienes, productos o servicios, que se le ofertan, estén equivocados sobre las características de los mismos que puedan influir en su voto económico» (Sentencia del Tribunal Supremo de 11 de febrero de 2011) 3.3. Actos de confusión Se considera desleal todo comportamiento que resulte idóneo para crear confusión con la actividad, las prestaciones o el establecimiento ajenos. De tal forma, que el riesgo de asociación por parte de los consumidores respecto de la procedencia de la prestación es suficiente para fundamentar la deslealtad de una práctica. La previsión «responde a la necesidad de proteger la decisión del consumidor, ante el peligro de que sufra error, como consecuencia de la apropiación, la aproximación o la imitación de los medios de identificación utilizados por otros participantes en el mercado. Por ello atiende más al efecto del acto desleal, la confusión, que a su causa, la cual se describe en él con una amplia referencia a cualquier comportamiento» (Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de mayo de 2010) No se distingue el nivel del consumidor, por lo que se dirige al consumidor medio: «la “confusión en el mercado” no diferencia entre el “consumidor normal” y el “especializado”. Esa diferenciación respecto a consumidores no se da en el precepto, por muy al por mayor que se realice la venta de productos, y hay que entenderla dirigida al consumidor “medio”, y ello porque el precepto de aplicación no hace al respecto, como se dice, tal distinción, que sería aplicable sólo a casos muy especiales (de verdadera “especialidad” y por ello no sometibles al posible “engaño” sancionado)» (Sentencia del Tribunal Supremo de 21 de junio de 2006). Los actos de confusión presentan algunas dificultades de delimitación con los actos de imitación. En el objeto de protección de los actos de confusión se suscita la diferencia con la figura de los actos de imitación. A este respecto la doctrina del Tribunal Supremo «viene entendiendo que los actos de confusión se refieren a los signos, a las creaciones formales, a la presentación de los productos, mientras que los actos de imitación lo hacen a las creaciones materiales (técnicas, artísticas, estéticas y ornamentales), los productos, características propias de estos. En tal sentido, Sentencias de 9 de junio de 2003; 11 de mayo de 2004, 7 de julio y 22 de noviembre de 2006; 30 de mayo, 12 de junio, 10 y 17 de julio de 2007; 5 de febrero de 2008, aunque por la doctrina se ha apuntado la posibilidad de que en algún supuesto excepcional se solapen los preceptos» (Sentencia del Tribunal Supremo de 15 de diciembre de 2008). 18 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado 3.4. Prácticas agresivas Será desleal todo comportamiento susceptible de mermar de manera significativa, mediante acoso, coacción, incluido el uso de la fuerza, o influencia indebida, la libertad de elección o conducta del destinatario en relación al bien o servicio y, por consiguiente, afecte o pueda afectar a su comportamiento económico. A estos efectos, considera influencia indebida la utilización de una posición de poder en relación con el destinatario de la práctica para ejercer presión, incluso sin usar fuerza física ni amenazar con su uso, recogiendo diversas circunstancias que deben valorarse para determinar si se hace uso de acoso, coacción o influencia indebida: momento y lugar en que se produce, lenguaje utilizado, circunstancias específicas, etc. 3.5. Actos de denigración Es desleal la realización de manifestaciones sobre la actividad, las prestaciones, el establecimiento o las relaciones mercantiles de un tercero que sean aptas para menoscabar su crédito en el mercado, si bien no habrá deslealtad cuando las aseveraciones son «exactas, verdaderas y pertinentes», porque la competencia manifestada a través de la libertad de información es buena para el mercado. Son los llamados actos denigratorios. En este sentido, debe considerarse que los actos denigratorios sancionados en la Ley de Competencia Desleal, deben suponer un ataque a la reputación del tercero, estar realizados con finalidad concurrencial y reunir los elementos de menoscabo de la reputación y el crédito del tercero en el mercado, falsedad, pertinencia y finalidad concurrencial. El elemento más complejo de determinar es el de la pertinencia, ya que la norma se limita a indicar que no son pertinentes las manifestaciones que tengan por objeto la nacionalidad, las creencias o ideología, la vida privada o cualesquiera otras circunstancias estrictamente personales del afectado. La jurisprudencia entiende que «para que haya denigración, y no mero descrédito, se exige que las manifestaciones sean aptas para menoscabar el crédito del tercero en el mercado, a no ser que sean verdaderas, exactas y pertinentes. Estos requisitos han de ser cumulativos, y se refiere por la doctrina a la correspondencia con la realidad de los hechos, a la provocación en los consumidores de la representación fiel de dicha realidad —la inexactitud es irrelevante si no lleva al engaño al destinatario medio—, y adecuación para incidir en la toma de decisiones en el mercado, estimándose también que no son pertinentes si no están justificadas o son desproporcionadas. Así, «tiene declarado: a) Que el ilícito competencial consiste en la propagación a sabiendas de falsas aserciones contra un rival con objeto de perjudicarle comercialmente, es decir, una actividad tendente a producir el descrédito del competidor o de su producto (Sentencias del Tribunal Supremo de 1 de abril de 2004, de 11 de julio de 2006), tratando de evitar el daño al crédito en el mercado producido a un agente económico, si bien su última finalidad es el correcto funcionamiento del mercado (Sentencia del Tribunal Supremo de 26 octubre 2010); b) Para que concurra el ilícito se requiere © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 19 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA que las aseveraciones sean falsas (Sentencias de 1 de abril de 2004, 11 de julio de 2006), o como dice el propio precepto que “no sean exactas, verdaderas y pertinentes” (Sentencia del Tribunal Supremo de 24 de noviembre de 2006); c) Asimismo es necesaria la idoneidad o aptitud objetiva para menoscabar el crédito en el mercado (Sentencias del Tribunal Supremo de 22 de marzo y de 22 de octubre de 2007, de 26 de octubre y de 22 de noviembre de 2010), cuya apreciación corresponde a los tribunales que conocen en instancia (Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de marzo de 2007); d) Para estimar si unos actos constituyen ilícito de denigración habrá de tenerse en cuenta el contexto en que se hicieron y su finalidad (Sentencias del Tribunal Supremo de 23 de mayo de 2005 y de 22 de marzo de 2007); y, e) La determinación en cada caso de los hechos que permiten valorar la aptitud objetiva de las manifestaciones realizadas o difundidas para menoscabar el crédito en el mercado corresponde a los tribunales que conocen del conflicto en las instancias y la revisión casacional se circunscribe al control de la razonabilidad del llamado juicio de ponderación (Sentencias del Tribunal Supremo de 26 de octubre de 2010 y de 30 de junio de 2011». 3.6. Actos de comparación La comparación pública, incluida la publicidad comparativa, está permitida siempre que se refiera a bienes o servicios con la misma finalidad, sea objetiva y no aluda a bienes protegidos o con técnica de engaño, denigración o explotación de la reputación ajena. Ello supone que sólo se considera desleal la comparación pública cuando se refiera a extremos no análogos, no relevantes o no comprobables, porque entonces ya no se trata de información que es beneficiosa para el mercado. Como indica el Tribunal Supremo, «la publicidad comparativa está permitida siempre que cumpla los requisitos que la norma le impone y que, en principio, son más rigurosos que los exigidos para otras modalidades, como consecuencia de la necesidad de tutelar los legítimos intereses de los competidores aludidos, además de garantizar a los consumidores una información objetiva y veraz. Y dado que toda comparación implica un cierto grado de descrédito para la actividad, las prestaciones o el establecimiento ajenos, la medida de lo tolerable depende del contenido del mensaje, que ha de ser interpretado en su conjunto, sin descomponerlo en partes y atendiendo a la impresión global que sea susceptible de generar en los destinatarios, así como de la necesidad de utilizar la minusvaloración para llevar a cabo una comparación adecuada a todas las exigencias legales que la convierten en lícita» (Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de febrero de 2006). 3.7. Actos de imitación La imitación es, con carácter general, libre. No obstante, en supuestos concretos y tasados es posible que la imitación sea considerada desleal. En primer lugar, si la imitación afecta a derechos de exclusiva, principalmente, derechos de propiedad industrial. Estos otorgan a su titular el monopolio legal de explotar o utili20 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado zar, en exclusiva, un invento patentado y relacionado con la industria o los signos específicos que lo identifican y distinguen de los demás. En la primera modalidad se encuentran las invenciones o creaciones industriales (derecho de patentes), que confieren a su titular una explotación en exclusiva, limitada temporalmente, con el objeto de recompensar a quien consiguió la invención. En la segunda categoría se incluyen los signos distintivos del empresario (derecho de marcas), que se pueden utilizar indefinidamente, cumpliendo los requisitos de renovación, para identificar al empresario y sus productos o servicios, diferenciándolos de los de otros competidores. No obstante, «la Ley de Competencia Desleal no tiene, sin embargo, por misión directa proteger los derechos de exclusiva sobre los signos registrados, sino la de servir de instrumento de ordenación de conductas en el mercado (Sentencia de 4 de marzo de 2010)—. Por ello, aunque los puntos de contacto entre la legislación sobre competencia desleal y sobre marcas son numerosos y variados, cuando se denuncia la infracción de un signo protegido por la segunda —por generar el uso del infractor un riesgo de confusión o por establecer una conexión entre los productos o servicios o dar lugar a un aprovechamiento indebido o menoscabar el carácter distintivo o la notoriedad o renombre del prioritario, en sus respectivos casos— ha de ser la segunda la aplicable» (Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de junio de 2011). En segundo lugar, los actos de imitación también se consideran desleales si resultan idóneos para generar la asociación en los consumidores respecto a la prestación o comportan un aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo ajeno. No obstante, la deslealtad desaparece por la inevitabilidad del riesgo de asociación o de aprovechamiento de la reputación ajena. Es decir, se opta por considerar lícita la imitación, pese a darse cualquiera de ambas circunstancias, si los riesgos de asociación o aprovechamiento son inevitables En fin, es ilícita, igualmente, la imitación servil o parasitismo, la imitación sistemática de prestaciones e iniciativas, cuando ésta se halle directamente encaminada a impedir u obstaculizar su afirmación en el mercado y exceda de lo que pueda considerarse una respuesta natural del mercado. Pues bien, en relación con los actos de imitación, se han planteado fundamentalmente, dos cuestiones. De un lado, el alcance del propio ilícito competencial. En este sentido, la jurisprudencia del Tribunal Supremo indica que: «el ilícito exige que haya imitación de una iniciativa (creación) empresarial ajena. La imitación constituye el concepto nuclear, y significa, como señala la doctrina, “un grado de semejanza que produzca confusión al consumidor medio acerca del origen empresarial —misma procedencia de los productos—”, “sin que obste la existencia de variaciones inapreciables o se refieran a elementos accidentales o accesorios”. Además, la distinta denominación no empece a que se pueda aplicar el ilícito de imitación dado que los productos deben compararse en su conjunto (Sentencias, entre otras, 22 de noviembre de 2006; 30 de mayo, 12 de junio y 17 de julio de 2007 y no atendiendo a elementos aislados, de ahí que sea acertada la alusión en las sentencias de instancia al “impacto visual” de los productos en conflicto, y sin que quepa © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 21 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA confundir la forma de presentación como creación con la similitud de la forma de presentación del producto —creación material— imitado. Y, aunque se insiste en el principio de libre imitabilidad, cuya importancia no cabe negar, hay que tener en cuenta que el mismo se excluye cuando concurre alguna de las tres excepciones que prevén relativas a riesgo de asociación, o aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo ajeno, o imitación sistemática, y sin perjuicio de la contraexcepción para los dos primeros casos de la inevitabilidad» (Sentencia del Tribunal Supremo de 7 de julio de 2009). De otro lado, la diferenciación entre actos de imitación y actos de confusión: los actos de imitación son desleales si resultan idóneos para generar la asociación en los consumidores respecto a la prestación, lo que enlaza con los actos de confusión. En este punto, mantiene el Tribunal Supremo que «la apreciación de la deslealtad sancionada en la norma debe ser objeto de interpretación restrictiva (Sentencias de 13 de mayo de 2002 y de 30 de mayo de 2007) porque si bien las creaciones empresariales deben ser protegidas por el interés de sus creadores o titulares, de los consumidores y el interés en general, sin embargo nuestro ordenamiento jurídico establece como principio general el de libre imitabilidad, que se halla integrado en el de libre competencia (Sentencia de 17 de julio de 2007). Para la apreciación del ilícito competencial, aparte de los requisitos generales de actuación en el mercado y finalidad concurrencial exigibles para todo acto desleal, se requiere que confluyan tres requisitos positivos, y la ausencia de dos circunstancias de índole negativa. El primer requisito positivo es la existencia de una “imitación”, la cual consiste en la copia de un elemento o aspecto esencial, no accidental o accesorio, incidiendo sobre lo que se denomina “singularidad competitiva” o “peculiaridad concurrencial”, que puede identificarse por un componente o por varios elementos (Sentencia de 17 de julio de 2007). El segundo requisito hace referencia al objeto de protección, que suscita la diferencia de la figura típica de los actos de confusión. La doctrina de esta Sala viene entendiendo que esta última se refiere a los signos, a las creaciones formales, a la presentación de los productos, mientras que los actos de imitación lo hace a las creaciones materiales (técnicas, artísticas, estéticas y ornamentales), los productos, características propias de estos. En tal sentido, Sentencias de 9 de junio de 2003; 11 de mayo de 2004, 7 de julio y 22 de noviembre de 2006; 30 de mayo, 12 de junio, 10 y 17 de julio de 2007; 5 de febrero de 2008, aunque por la doctrina se ha apuntado la posibilidad de que en algún supuesto excepcional se solapen los preceptos. El tercer requisito de índole positiva consiste en la exigencia de “idoneidad para generar la asociación por parte de los consumidores respecto a la prestación”. El riesgo de asociación debe entenderse (Sentencia de 17 de julio de 2007) en un sentido amplio, comprensivo no solo del riesgo de confusión indirecta en sus dos posibilidades de confusión de procedencia empresarial o de existencia de relaciones económicas u orgánicas entre los empresarios, sino también de la confusión inmediata o directa que incide sobre la confundibilidad de productos, que no se identifican como distintos. Dice la reciente Sentencia de 12 de junio de 2007 que “es suficiente que se cree el riesgo y la probabilidad fundada del error en el consumidor acerca de que los productos proceden del empresario genuino y, para apreciar el riesgo, se habrá de tomar 22 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado en cuenta, en el aspecto subjetivo, el tipo de consumidor medio, el que normalmente no se detiene en una minuciosa comparación o comprobación, o no se para en los pequeños detalles, y, en el aspecto objetivo, la impresión visual del conjunto que revele la identidad o semejanza, en cuyo aspecto debe prevalecer el juicio de la instancia siempre que la base fáctica no resulte desvirtuada mediante la apreciación de error en la valoración probatoria y el juicio jurídico, sobre la aplicación del concepto jurídico indeterminado a los hechos fijados, resulte razonable y coherente”. Y señala la Sentencia de 30 de marzo de 2007 que el conflicto debe resolverse desde la perspectiva del consumidor medio y con una visión de conjunto sintética (Sentencias de 17 de octubre de 2000, 21 de junio y 22 de noviembre de 2006), lo que armoniza con la normativa de la Directiva 2005/29/CE sobre prácticas comerciales desleales que toma como referencia el consumidor medio al que afecta o al que se dirige la práctica, o al miembro medio del grupo, si se trata de una práctica comercial dirigida a un grupo de consumidores (Sentencia de 17 de julio de 2007). El primer requisito de índole negativa —de exclusión del ilícito— es que la prestación o iniciativa empresarial ajena no esté amparada por un derecho de exclusiva reconocido por la Ley, y el segundo requisito negativo que no concurre la circunstancia de inevitabilidad del riesgo de asociación a que se refiere la Ley de competencia desleal» (Sentencia del Tribunal Supremo de 15 de diciembre de 2008). 3.8. Explotación de la reputación ajena Es desleal el aprovechamiento indebido, en beneficio propio o ajeno, de las ventajas de la reputación adquirida por otro en el mercado. En particular, se considera desleal el empleo de signos distintivos ajenos o de denominaciones de origen falsas. En efecto, el ilícito competencial bajo la rúbrica «explotación de la reputación ajena», se compone de dos párrafos, en el primero de los cuales se establece a modo de cláusula general que «se considera desleal el aprovechamiento indebido, en beneficio propio o ajeno, de las ventajas de la reputación industrial, comercial o profesional adquirida por otro en el mercado», en tanto que el segundo dispone, en particular, que «se reputa desleal el empleo de signos distintivos ajenos o de denominaciones de origen falsas acompañados de la indicación acerca de la verdadera procedencia del producto o de expresiones tales como «modelo», «sistema», «tipo», «clase» y similares». La conducta ha sido delimitada por el Tribunal Supremo, en el sentido de que «la nota general básica, en sintonía con el título, se halla en el aprovechamiento del esfuerzo material o económico ajeno, si bien debe destacarse que esta circunstancia puede estar presente en otros ilícitos como el de la cláusula general, acto de confusión, acto de engaño y acto de imitación; y, aunque cabe la posibilidad de que en ocasiones se solapen algunos de los tipos expresados con el que se examina, debe resaltarse que el tipo de la “explotación de la reputación ajena” no requiere que se cree riesgo de confusión o asociación, ni que sea apto para producir engaño a los consumidores, refiriéndose a las formas de presentación o creaciones formales (por todas, Sentencia de 23 de julio de 2010 ), como también sucede con el tipo de los actos de confusión, y a diferencia del tipo de los actos de imitación, © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 23 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA que se refiere a las creaciones materiales —prestaciones, productos—. La nota genérica de aprovechamiento de lo ajeno explica que en la doctrina y en la práctica se haga hincapié en que el tipo legal sanciona la conducta parasitaria del esfuerzo material y económico de otro, y recoge la interdicción de los actos de expoliación de la posición ganada por un competidor con su esfuerzo para dotar de reputación, prestigio o buena fama a los productos o servicios con los que participa en el mercado (Sentencia de 19 de mayo de 2008). Lo expuesto nos revela también que el objeto de protección no es solo el correcto funcionamiento del mercado, que impregna toda la Ley especial, y la protección del interés de los consumidores, sino singularmente el interés de los competidores. La nota antes descrita como genérica —esfuerzo ajeno— adquiere especificidad en el término legal “reputación”. Es precisa la existencia de una reputación industrial, comercial o profesional, lo que requiere una cierta implantación en el mercado. El término legal “reputación” comprende los de fama, renombre, el crédito, el prestigio, el “goodwill”, buen nombre comercial. La carga de la prueba de su existencia incumbe a quien lo afirma y pretende obtener los efectos de la norma en su favor. La conducta tomada en cuenta para integrar el ilícito supone un comportamiento adecuado, de variado contenido, para aprovecharse de las ventajas de la reputación ajena. Ha de consistir en la utilización de elementos o medios de identificación o presentación de los productos (actividad, establecimiento, prestaciones) empleados por los empresarios en el mercado, y que proporcionan información a los consumidores (Sentencia de 23 de julio de 2010). El párrafo segundo del precepto prevé la utilización de un signo distintivo o de una denominación de origen, y aunque la interpretación de los ilícitos competenciales debe ser restringida, porque la regla es la permisión de la competencia, sin embargo la expresión “signo”, como sostiene la doctrina, debe entenderse en un sentido muy amplio (marca, nombre comercial, etiquetas, envoltorios, etc.), siempre que pueda condensar o indicar la reputación empresarial —industrial, comercial o profesional—. Las ventajas que pueda proporcionar el aprovechamiento de la reputación de otro pueden consistir en una ganancia, o cualquier utilidad o resultado beneficioso directo o indirecto. No se requiere el ánimo de perjudicar, pues se trata de una conducta objetiva. Y el beneficio puede ser propio o ajeno. El aprovechamiento ha de ser indebido, es decir, sin cobertura legal ni contractual. Y se considera indebido el aprovechamiento cuando es evitable y sin justificación» (Sentencia del Tribunal Supremo de 1 de diciembre de 2010). 3.9. Violación de secretos Se considera desleal la divulgación o explotación, sin autorización de su titular, de secretos industriales o empresariales a los que se ha accedido legítimamente con deber de reserva, o ilegítimamente, por medio de espionaje o procedimiento análogo. La persecución de estos actos no requiere su realización en el mercado con fines concurrenciales, aunque será preciso que la violación haya sido efectuada con ánimo de obtener provecho, propio o de un tercero, o de perjudicar al titular del secreto. 24 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado 3.10. Inducción a la infracción contractual Es desleal la inducción a la infracción de deberes contractuales contraídos. La inducción a la terminación regular de un contrato o el aprovechamiento de una infracción contractual ajena sólo se reputará desleal cuando, siendo conocida, tenga por objeto la difusión o explotación de un secreto industrial o empresarial, o vaya acompañada de engaño, intención de eliminar a un competidor u otras análogas. Así, «se distingue la inducción a infringir los deberes contractuales y la inducción a la terminación regular de un contrato, teniendo en cuenta, además, que estos últimos comportamientos sólo se reputan desleales si tienen por objeto la difusión o explotación de un secreto industrial o van acompañados de circunstancias tales como el engaño, la intención de eliminar a un competidor u otras análogas, expresión que denota un indudable elemento subjetivo o intencional» (Sentencias del Tribunal Supremo de 1 de abril de 2002; y de 23 de mayo de 2007). 3.11. Violación de normas Prevalerse en el mercado de una ventaja competitiva significativa obtenida mediante la infracción de leyes se considera desleal. E igualmente es desleal la simple infracción de normas jurídicas que tenga por objeto la regulación de la actividad concurrencial, aspecto en el que la normativa de competencia desleal conecta con las normas sobre defensa de la competencia. En la interpretación jurisprudencial, «dos son las infracciones tipificadas. En ambas el comportamiento desleal presupone la infracción de normas jurídicas, en un sentido material. Pero así como en el supuesto descrito en el apartado segundo las mismas han de tener por objeto la regulación de la actividad concurrencial, esto es, han de estar destinadas directamente a cumplir la función de ordenar el mercado y disciplinar las conductas competitivas de quienes en él participan, las normas a las que se refiere el supuesto del apartado primero no integran el ordenamiento concurrencial, razón por la que legislador —que no pretende sancionar como desleal toda clase de violación normativa— exige que la infracción genere en beneficio del infractor una ventaja competitiva, de la que, por ello mismo, no disfrutarán quienes hubieran optado por cumplir el mandato legal por aquel desatendido (al respecto, Sentencias del Tribunal Supremo de 24 de junio de 2005, de 29 de diciembre de 2006 y de 23 de marzo de 2007). Sólo en este supuesto la conducta ilícita se entiende que afecta al correcto funcionamiento del mercado, falseándolo. En un caso —el previsto en el apartado segundo—, se considera que el normal desenvolvimiento del sistema concurrencial sufre con la misma infracción, mientras que en el otro —el previsto en el apartado primero— la causa de la perturbación no es ésta, sino la obtención de un beneficio del que no disponen los agentes cumplidores, pues no se toleran las ventajas competitivas obtenidas con el incumplimiento de normas generales» (Sentencia del Tribunal Supremo de 16 de febrero de 2011). © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 25 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA 3.12. Discriminación y dependencia económica De un lado, se reputa desleal el tratamiento discriminatorio del consumidor en materia de precios y condiciones de venta. De otro lado, se considera desleal, la explotación por parte de una empresa de la situación de dependencia económica en que puedan encontrarse sus clientes o proveedores, que no dispongan de alternativa equivalente para el ejercicio de su actividad. Tiene, asimismo, la consideración de desleal: la ruptura de una relación comercial establecida sin que haya existido preaviso, salvo que se deba a incumplimientos graves de las condiciones pactadas o en caso de fuerza mayor; y la obtención, bajo amenaza de ruptura de las relaciones comerciales, de precios o condiciones no recogidas en un contrato de suministro pactado. 3.13. Venta a pérdida Como principio general, la fijación del precio es libre, pues forma parte de la libertad de empresa. En efecto, la fijación de los precios es libre —así lo establece tanto la Ley de Competencia Desleal como la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista— y no se prohíbe expresamente precios inferiores a los del mercado, salvo los supuestos que el precepto expresamente contiene para poder reputar desleales las ventas realizadas a bajo precio. Así, el supuesto de venta a pérdida, es decir, «bajo coste» o «bajo precio de adquisición», será desleal en los casos en que se utilice como estrategia anticompetitiva; cuando sea susceptible de inducir a error a los consumidores acerca del nivel de precios o de otros productos o servicios del mismo establecimiento; cuando tenga por objeto desacreditar la imagen de un producto o de un establecimiento ajenos; y cuando forme parte de una estrategia encaminada a eliminar competidores: prácticas predatorias o actos de boicot. Se exige una intencionalidad anticompetitiva, pero no un resultado. Se reputa desleal la mera estrategia empresarial de vender a pérdida para expulsar a los competidores del mercado o impedir que entren o se asienten en él, aun cuando la estrategia sea infructuosa. 3.14. Prácticas comerciales con los consumidores y usuarios La normativa de competencia desleal no sólo pretende proteger la competencia resolviendo conflictos entre los competidores y ordenando y controlando las conductas en el mercado, sino que también incide en la tutela de los consumidores, en su condición de parte débil de las relaciones típicas de mercado. Ello es así desde la redacción original de la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal, aunque se ha intensificado notablemente tras la modificación de ésta por la Ley 29/2009, de 30 de diciembre. Esta última norma —que, en buena medida, incorpora al derecho español normativa europea en materia de prácticas comerciales desleales— indica en su Preámbulo que «nace con el propósito de que la legislación protectora de los consumidores se integre de manera coherente dentro de la regulación del mercado, constituida aquí por la 26 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado Ley de Competencia Desleal, como forma de asegurar que aquella tutela sea la más efectiva y que la normativa del mercado no quede desintegrada. Las normas que imponen la protección de la libre competencia o prohíben la competencia desleal protegen a los consumidores de la misma manera que protegen el funcionamiento del mercado y los intereses de los operadores económicos que actúan en el mismo. Es por ello que esta ley articula la protección de los consumidores teniendo en cuenta las exigencias del propio mercado y los legítimos intereses de los operadores económicos que actúan en el mismo» Por ello, se dedica un capítulo completo a regular los actos de competencia desleal que, afectando también a los competidores, se considera que sólo son susceptibles de perjudicar a sus destinatarios cuando estos son consumidores y usuarios: las prácticas comerciales con los consumidores o usuarios. Así, se consideran desleales las conductas engañosas por confusión —sobre códigos de conducta u otros distintivos de calidad, sobre la naturaleza y propiedades de los bienes o servicios, su disponibilidad y los servicios posventa— las prácticas de venta piramidal, encubiertas y las agresivas por coacción o por acoso. Para la valoración de las conductas cuyos destinatarios sean consumidores, se tiene en cuenta al consumidor medio. Ahora bien, «que la referencia para calificar un comportamiento como desleal sea la reacción típica del consumidor medio no supone, sin embargo, que grupos de consumidores más vulnerables queden desprotegidos, toda vez que la ley exige que se tenga en cuenta la reacción típica del consumidor medio al que se dirige la práctica, o la reacción típica del consumidor medio de un grupo especialmente vulnerable, cuando el acto de competencia sólo es susceptible de alterar el comportamiento económico de un grupo concreto de consumidores especialmente vulnerables, ya por circunstancias personales o sociales» (Preámbulo Ley 29/2009, de 30 de diciembre). 3.15. Publicidad ilícita Se reputa desleal la publicidad considerada ilícita. La publicidad comercial es el conjunto de medios con que se anuncia algo para atraer posibles clientes o usuarios. La normativa de competencia desleal se limita a considerar que la publicidad ilícita es desleal, remitiendo los supuestos de ilicitud a las previsiones contenidas al respecto en la Ley 34/1988, de 11 de noviembre, General de Publicidad (LGP). En concreto, se considera ilícita: — La publicidad que atente contra la dignidad de la persona o vulnere los valores y derechos reconocidos en la Constitución. — La publicidad dirigida a menores que les incite a la compra de un bien o de un servicio, explotando su inexperiencia o credulidad. — La publicidad subliminal, entendida como aquella que mediante técnicas de producción de estímulos de intensidades fronterizas con los umbrales de los © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 27 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA sentidos o análogas, pueda actuar sobre el público destinatario sin ser conscientemente percibida. — La publicidad que infrinja lo dispuesto en la normativa reguladora de determinados productos, bienes, actividades o servicios (por ejemplo, bebidas con determinada graduación alcohólica, productos sanitarios, medicamentos, etc). — La publicidad engañosa, desleal y agresiva, que tendrá el carácter de acto de competencia desleal. 3.16. Las acciones derivadas de la competencia desleal Las acciones derivadas de la competencia desleal, incluida la publicidad ilícita, se interpondrán ante los Juzgados de lo Mercantil. Estas acciones son: — La acción declarativa de la deslealtad. — La acción de cesación de la conducta desleal o de prohibición de su reiteración futura. Si todavía no se ha iniciado el acto, procederá una acción de prohibición. — La acción de remoción, dirigida a eliminar los medios mediante los cuales se ha cometido el acto ilícito y puede seguir cometiéndose (folletos con publicidad engañosa, envoltorios imitados). — La acción de rectificación. Es una modalidad de remoción. Puede ser individual (una afirmación) o puede llegar a constituir publicidad correctora o contrapublicidad, para contrarrestar los efectos de una publicidad engañosa duradera. — La acción de resarcimiento de los daños y perjuicios, si ha intervenido dolo o culpa. El resarcimiento podrá incluir la publicación de la sentencia. — La acción de enriquecimiento injusto, que sólo procederá si se lesiona un derecho de exclusiva, y que requiere, además, enriquecimiento del demandado, empobrecimiento del demandante y relación de causalidad. Cualquier persona física o jurídica que participe en el mercado y cuyos intereses económicos resulten perjudicados o amenazados por la conducta desleal está legitimada para interponer estas acciones, salvo la acción de enriquecimiento injusto que sólo puede ser interpuesta por el titular de la posición jurídica violada. Además, también se reconoce legitimación «colectiva» para la interposición de acciones, a las asociaciones o corporaciones profesionales cuando resulten afectados los intereses de sus miembros y a las asociaciones o entidades que representen a los consumidores o a los colectivos protegidos, cuando el acto de competencia desleal perseguido afecte directamente a los intereses de los consumidores o a los intereses de estos colectivos. En ambos casos, estas asociaciones y entidades podrán interponer estas acciones, salvo la acción de resarcimiento de daños y perjuicios y la acción de enriquecimiento injusto. 28 - XXVIII © ESPECIAL DIRECTIVOS Capítulo XXVIII. La competencia en el mercado Las acciones que se interpongan individualmente prescriben por el transcurso de un año desde el momento en que pudieron ejercitarse y el legitimado tuvo conocimiento de la persona que realizó el acto de competencia desleal; y, en cualquier caso, por el transcurso de tres años desde el momento de la finalización de la conducta. Las acciones en defensa de los intereses generales, colectivos o difusos, de los consumidores y usuarios son imprescriptibles, tal y como prevé la normativa de defensa de los consumidores y usuarios, salvo en lo relativo a condiciones generales de la contratación depositadas en el Registro General de Condiciones Generales de la Contratación, que prescribirán a los cinco años desde que se hubiera practicado dicho depósito y siempre y cuando esas condiciones hayan sido objeto de utilización efectiva. Además, se regulan códigos de conducta que, con pleno respeto a las normas sobre competencia, contribuyen a elevar el nivel de protección de los consumidores y usuarios, mediante el acceso a sistemas eficaces de resolución extrajudicial de reclamaciones que cumplan los requisitos establecidos por la normativa comunitaria. Esta regulación incluye el ejercicio de acciones frente a los empresarios adheridos públicamente a códigos de conducta que infrinjan las obligaciones libremente asumidas o incurran en actos de competencia desleal y frente a los responsables de tales códigos cuando estos fomenten actos desleales. En fin, los actos de competencia desleal pueden generar la actuación de la Comisión Nacional de la Competencia, si falsean de modo sensible la libre competencia, en todo o en parte del mercado nacional, y afectan al interés público. © ESPECIAL DIRECTIVOS XXVIII - 29 CONSULTOR PARA LA DIRECCIÓN FINANCIERO-ADMINISTRATIVA BIBLIOGRAFÍA ✔ AA.VV “La reforma de la Ley de Competencia Desleal por la Ley 29/2009”, Comunicaciones en Propiedad Industrial y Derecho de la Competencia, núm. 58. Extraordinario, abril-junio 2010. ✔ ALONSO SOTO,R. “Competencia desleal y defensa de la competencia en España”, Información Comercial Española, 1996, núm. 750, pág. 9 y ss.; “La empresa y la regulación de la competencia en España”, Economía 3, 1990, 7, pág. 89 y ss. ✔ ARAGÓN, M., “Constitución económica y libertad de empresa”, en Estudios Homenaje al Profesor Aurelio Menéndez, I, Madrid, 1996. ✔ BERCOVITZ RODRIGUEZ-CANO,A. 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