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ES2 DE MARZO DEL 2013
En el 2007, el 6% de las familias vivían
con los abuelos y sobrevivían gracias a su
pensión. En el 2012 el porcentaje se dispara
al 25%. Volver a casa con los padres puede
ser sinónimo de fracaso y estrecheces, pero
también de solidaridad y ayuda familiar
PADRES, HIJOS Y NIETOS
TRESGENERACIONES,
EL MISMO TECHO
MARLENE FORD
Texto Jon Fernández
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EN FAMILIA
ES2 DE MARZO DEL 2013
“La verdad es que es un mal trago volver con los
padres”, reconoce Sara, de 30 años. Vive en casa
de su madre, en Toledo, con su hijo de dos años. Su
hermano también vive allí, y la tercera hermana,
aunque duerme en su piso, se pasa el día con ellos.
“Vivimos apiñados, muy apretados. La pérdida de
intimidad se lleva muy mal, pero se agradece el
apoyo de la familia en esta situación”. Tras años de
vida independiente, Sara se separó de su novio hace tres y, como estaba embarazada, decidió volver
con su madre pensando que lo mejor para el niño
sería crecer en un ambiente familiar. El chaval vive
feliz, pero ella se siente atrapada. “Ahora me gustaría retomar mi vida, irme a vivir a un piso con mi
hijo. Pero no puedo”. Trabajaba en una compañía
de seguros hasta hace unos meses, pero ahora está
en el paro. El único que trabaja en casa es el hermano, y pasan el mes a duras penas con su sueldo. De
todas formas, Sara no pierde la esperanza. Admite
que en el día a día surgen roces y discusiones, pero
está decidida a afrontar la convivencia con actitud
positiva mientras llegue el día en el que pueda
volver a emprender su camino. Su receta para ello
tiene dos ingredientes: “Hace falta mucha paciencia, y aprender a morderse la lengua”.
Realmente, se nos había olvidado por completo
lo que hasta hace no muchas décadas era algo
habitual: la convivencia bajo el mismo techo entre
abuelos, hijos y nietos. La asfixia económica, no
obstante, obliga cada vez a más familias a volver
con sus progenitores. Además de vivirlo como un
retroceso en su proyecto vital, se enfrentan a otra
forma de vida. Estamos pasando del síndrome del
nido vacío al síndrome del nido repleto a velocidad
de vértigo. Con la entrada al nuevo siglo, la media
de miembros por hogar se redujo de cuatro a menos de tres, a pesar de que la edad de emancipación
se retrasaba cada vez más. En el 2004 sólo cuatro
de cada cien familias españolas convivía con los
abuelos, y hace cinco años, cuando estalló la crisis,
solo el 6% de las familias que vivían con abuelos tenían a todos los miembros de la familia en paro. El
año pasado el porcentaje se disparó al 25%, y sigue
en aumento. Actualmente, más de 422.000 familias
sobreviven gracias a la pensión de un jubilado. “La
crisis nos empuja a una convivencia trigeneracional”, asevera Lourdes Aramburu, psicóloga de
servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona.
“Todas las convivencias forzosas son difíciles y
provocan conflictos –añade–, pero también están
cargadas de aportaciones positivas”.
Primero, las dificultades. Aramburu subraya que la
reunificación de las familias crea una sensación de
fracaso, y por ello es una realidad bastante escondida. “Es una situación emergente que se empieza a
vislumbrar. De momento es un atisbo”. El desarrollo familiar hacia la progresiva autonomía de sus
miembros ha sido un signo de superación personal,
social y económica. “Ha sido como una conquista,
una señal de éxito familiar. Y ahora resulta que
estamos en una involución”. Ese paso hacia atrás
provoca muchísimos casos de crisis de ansiedad o
estadios depresivos de las personas que vuelven a
casa de los padres. “Pero también causa estrés en
LOS PADRES
TAMBIÉN
VUELVEN
EN ESTE
MOMENTO
422.000
FAMILIAS
VIVEN DEL
SUELDO
DEL ABUELO
CONVIVIR
CON HIJOS
Y NIETOS
SUPONE
REORGANIZAR
LA VIDA
AFECTIVA
No sólo vuelven los hijos,
también hay padres que por
la crisis se ven obligados a
tocar la puerta de sus descendientes. Manuel, zaragozano
de 46 años, separado y en
paro, da fe de ello. “Pensaba
que podría vivir mi vida.
Pero a los padres que vivimos
solos, estando en paro, nos
quedan dos opciones: ir a
vivir como un perro a la calle
o volver con la familia”. Con la
ayuda del paro no le llegaba
para pagar el alquiler y los
medicamentos que requiere
por su enfermedad del riñón,
así que el pasado otoño
decidió irse a vivir con su hija,
su yerno y sus dos nietas a
Barcelona. “Sinceramente,
tener que ir a casa de mi hija
me sabe mal, pero es la única
forma para comer”. Tanto la
hija como el yerno están contentos con el nuevo huésped,
y aseguran que les echa una
mano con las niñas y con la
casa. La convivencia es fluida,
pero Manuel reconoce que
ha tenido que adaptarse a
la nueva vida: “Somos de
distintas generaciones, y
tenemos distintas reglas. Hay
que amoldarse”.
No existen datos oficiales
sobre cuántas familias se han
reunificado por el retorno
de los abuelos, pero Manuel
asegura que no es el único.
“Conozco a más padres que
han tenido que irse con los
hijos. De hecho, un amigo ha
tenido peor suerte que yo. Se
quedó sin trabajo y quería ir a
casa de su hija, pero como estaban peleados no le acogió y
ahora vive en al calle. Es una
gran suerte poder apoyarse
en la familia”.
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los abuelos que van a sostener la nueva situación,
básicamente por un factor muy novedoso que es
la falta de horizonte”, señala la psicóloga. Todo
apunta a que la vuelta a casa es más que pasajera, y
que para las nuevas generaciones será difícil vivir
mejor que sus padres.
¿Cómo se puede sostener una mala temporada
si no es con la convicción de que pasará? “La
actitud es fundamental”, asegura Conxa Marquès,
trabajadora social de Cáritas de Barcelona. “Si
empezamos a pensar en positivo, las cosas tienden a encaminarse en ese sentido. Costará más o
menos, pero rendirse no sirve. En estos momentos
la gente tiene que ser luchadora, no puede abandonarse. Para ello es importante la familia: se dan
ánimos unos a otros, lo comparten todo”. Francisco Muñoz, presidente de la Asociación de Abuelas
y Abuelos de España, es de la misma opinión: “La
obligación de los abuelos es abrir los brazos a los
hijos y levantarles la moral. Hacerles ver que ha
habido otras crisis y se sale adelante. Se puede tardar mucho tiempo, pero hay solución. Y haciendo
piña con la familia se saldrá antes”.
Es duro tener que instalarse junto con la pareja y
los niños en la antigua habitación de adolescente.
“Es muy difícil volver a situarte como hijo en la
casa paterna. Es un salto acrobático complicado”,
comenta Aramburu. Aunque cada familia es un
mundo, apunta cuáles son las dificultades: por un
lado, los roces de convivencia, que suelen reactivar
tensiones y conflictos anteriores a la emancipación, y por otro, la crianza de los más pequeños, ya
que puede haber disputas en torno a quién tiene
más autoridad sobre ellos, los padres o los abuelos.
Sara añade otro asunto, el más espinoso, que siembra tensión en casa: la economía. “La mayoría de
discusiones son porque no llega el dinero para una
cosa o la otra... o porque ha llegado una factura, y
luego viene otra”. De hecho, Sara ya lleva meses
yendo a Cáritas a por algunos alimentos.
La convivencia trigeneracional conlleva una
reorganización familiar, tanto económica como
afectiva. “Se tienen que restablecer los papeles
de la familia”, asegura Muñoz. Explica una y otra
vez a los abuelos de su asociación que el hijo o la
hija que vuelve no regresa como se fue. Que ahora
viene con su familia, y que hay que tratarlo de otra
manera. “El problema surge cuando los padres
tratan a sus hijos como antes, como si todavía
fueran críos: preguntando dónde han estado si
vuelven tarde, intentando controlar su vida... Lo
que sucede es que a los abuelos se les cambia la
situación de golpe, y no tienen el tiempo necesario para cambiar el rol”. Sara ya sabe lo que es
tener a la madre encima todo el día: “Me intenta
controlar muchísimo, más que cuando era joven.
Al niño también, pero a mí sobre todo”. Sabe que
su madre lo hace con la mejor intención, pero en
ocasiones le angustia. Muñoz subraya que a veces
los abuelos están acostumbrados a que nadie les
moleste, a dormir de un tirón... y de la noche a la
mañana se ven con la casa llena, incluso con niños
pequeños que lloran a deshoras y abarcan todo el
EN FAMILIA
espacio para juguetear o con nietos adolescentes
que se rebelan contra todo. Situaciones habituales
y normales, pero para las que se necesita tiempo
para amoldarse a ellas.
La nueva convivencia también implica la pérdida
de intimidad, que según Miguel Hierro, psicólogo
y mediador familiar del Ayuntamiento de Madrid, no suele crear grandes problemas. “Hay una
especie de norma no escrita: quien más intimidad
pierde es el que llega”. Los adultos asumen con
cierta naturalidad esa pérdida de espacio propio,
pero quienes peor lo llevan son los adolescentes.
“Es una edad en la que requieren más autonomía.
Por lo tanto, muchas veces se muestran tensos
e incómodos, así que suelen estar poco en casa
y, cuando están, las discusiones son habituales”,
explica Hierro. Para conseguir una buena convivencia, lo más importante es que los miembros de
la familia hablen entre ellos y expliquen cuáles son
sus expectativas y necesidades. “Preguntar por
la opinión del otro es esencial”, señala el psicólogo madrileño. Muñoz también cree que esa es
la clave para que los abuelos alienten a sus hijos,
que vuelven con el ánimo destrozado. “Hay que
pedirles consejo en lugar de aconsejarles todo el
rato. Esto ayuda a mejorar la autoestima, porque es
una muestra de confianza. Tenemos que ayudar a
nuestros hijos, pero sin ahogarlos más”.
Otra de las grandes fuentes de tensión es la educación de los niños. Muchas veces no queda claro
quién es el último responsable de los menores,
y surgen conflictos porque los padres se sienten
desautorizados ante sus hijos y los abuelos sienten
que no se les da un lugar apropiado. Aramburu
explica que eso puede provocar ciertas rivalidades.
“Se tiende a desacreditar, y tanto los padres como
los abuelos se pueden sentir descalificados”. Lo más
importante es tener claro que los responsables de la
educación de los niños son sus padres. Si los abuelos
piensan que hay que darles una educación diferente, han de hablar con sus hijos sobre ello, pero sin
empezar a actuar por su cuenta con los nietos. “El
hecho de estar aportando una casa y el dinero no
nos da derecho a educar a nuestros nietos”, subraya
Muñoz. Los expertos en mediación familiar remarcan que antiguamente había menos conflictos en la
convivencia trigeneracional dado que la estructura
jerárquica era muy clara. Ahora, sin embargo, la
autoridad del hogar está más compartida y, por ello,
es necesario llegar a acuerdos entre abuelos e hijos,
dejando a los niños al margen de las riñas.
El retorno a este tipo de convivencia está suponiendo un cambio radical de la mirada social
que teníamos de la familia. “Los abuelos se han
visto revalorizados. Garantizan la sostenibilidad
económica de la familia, se han convertido en el
Estado de bienestar. Actúan como cimentadores
de la cohesión y el salvamento familiar”, remarca Aramburu. “Además, supone una activación
enorme y heroica para una generación que en otras
circunstancias estaría relevada de esas funciones.
Vuelven a tener un papel primordial”. Pero existe
un riesgo: crear el papel de los abuelos esclavo para
QUIEN PEOR
LLEVA LA
SITUACIÓN Y
LA FALTA DE
ESPACIO SON
LOS HIJOS
JÓVENES
EDUCAR A
LOS NIÑOS
ES UN FOCO
DE TENSIÓN
ENTRE
ABUELOS
Y PADRES
JULES FRAZIER
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DEL ASILO
A CASA
Las residencias de ancianos
se vacían. En el 2012 una de
cada diez personas mayores
ha dejado la residencia para
volver a vivir con sus familiares, según la Federación
Empresarial de la Dependencia (FED). Al no poder afrontar
tareas del hogar o el cuidado de los niños. “Se da
sobre todo en el caso de las abuelas. Así se entretiene, suele ser la excusa –explica Francisco Muñoz–.
Pero ha de quedar muy claro que la obligación que
tenemos los abuelos con los nietos es absolutamente voluntaria. Actuamos por cariño siempre que
haya necesidad”.
A pesar de todos los roces que puedan surgir, la
buena intención y las ganas de ayudar predominan.
Además, tanto expertos como los propios familiares coinciden en señalar que las tres generaciones
crecen gracias a la convivencia. Desde el punto de
vista de los abuelos, Muñoz asegura que uno nunca
deja de ser padre, pero que al convivir con nietos se
reviven experiencias que se tenían casi olvidadas.
Sobre todo, tienen a quien dar y de quien recibir
cariño. Es una revitalización para los abuelos. Por
otro lado, los más pequeños aprenden, sin darse
cuenta, cuál va a ser la evolución de su vida. “Les
sirve para saber cuál va a ser su futuro –explica
Muñoz–. Nadie les va a tener que explicar que con
el paso del tiempo van a llegar a ser mayores, y que
en algún momento llegarán a morir”. La psicóloga
el coste de la residencia pasan
a ser cuidados por los hijos,
y aportan su pensión a la
familia, que está en apuros.
Francisco Muñoz, presidente
de la Asociación de Abuelas y
Abuelos de España, también
asegura haber detectado esta
tendencia. “Se puede pensar
que es una actitud egoísta,
porque cuando tenían dinero
se los quitaron de encima y
ahora se aprovechan de sus
ingresos”, comenta. Pero
cree que el lado bueno que
aporta esta situación es más
importante. “Estos abuelos,
aunque estuvieran bien en
la residencia, ahora estarán
con su familia, convivirán
con los nietos... en definitiva
tendrán más cariño”.
Aramburu cree que para los más pequeños es un
aprendizaje del significado de la red familiar, de
cómo se activan las lealtades familiares. “Incorporan la fuerza de la familia, que cuando es necesario
se activa, nos unimos y nos ayudamos. Es una gran
lección para las generaciones”. También para los
hijos que vuelven, ya que por muy dura que sea
la vuelta, peor es la alternativa. “Es esto o la calle
–asevera Sara–. Y cuando una esta muy jodida se
agradece que te echen una mano, y para eso está
siempre la familia”. Además, afirma, se reactivan
ciertos valores como la colaboración o la solidaridad que quizá antes los teníamos más olvidados.
“¿Que a la larga puede que las familias vuelvan a ser
más extensas?”, se pregunta Conxa Marqués, trabajadora social de Cáritas en Barcelona. “Pues no
está mal. ¿Antes era así no?”. Cree que así aprenderíamos más a compartir, a tener más paciencia, a
convivir con otra gente, a no ser tan individualistas.
“No tiene por qué ser malo que tres generaciones
vivan bajo el mismo techo. Lo duro es el proceso
de adaptación, pero la convivencia –concluye– es
muy enriquecedora”. s
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