Sigrid María Louvier Nava Categoría y debates de la historia cultural 13 marzo 2013 DOS O TRES COSAS QUE SÉ ACERCA DEL CONCEPTO DE CULTURA (Londres, 1998) Marshall Sahlins Marshall Sahlins (1930-) es profesor emérito adscrito al departamento de antropología de la universidad de Chicago (Sahlins, 2001, p. 291). Es uno de los grandes estudiosos de las economías primitivas (Serna y Pons, 2005, p. 97). Entre sus obras se encuentran Las sociedades tribales (1972), Economía de la Edad de Piedra (1983), Islas de Historia (1987), Cultura y razón práctica (1988) y Uso y abuso de la biología: crítica antropológica de la Sociobiología (1990). Su trabajo se encuentra enmarcado en el periodo de colaboración entre la historia y la antropología, del cual hablan Serna y Pons en el texto que leímos anteriormente, donde muchos historiadores encontraron en la antropología un estímulo: temas de estudio, métodos y perspectivas (Serna y Pons, 2005, p. 59). Esta ‘nueva historia’ impulsada por Jacques Le Goff se diferenciaba de los primeros Annales en la disciplina elegida como interlocutora: mientras entonces se había elegido a la economía y a la sociología, en esta ocasión se elegía a la antropología; incluso Le Goff afirmó que la expresión ‘nueva historia’ era sinónimo de la voz ‘antropología histórica’ (Serna y Pons, 2005, p. 91). Ejemplo de ello es la particular noción de contexto que es utilizada por Ginzburg en El queso y los gusanos, dicen Serna y Pons, se adapta mejor a la mirada de los antropólogos que a la de los historiadores, puesto que violenta las coordenadas espacio-temporales al concebir las circunstancias verdaderamente influyentes en Menocchio como pertenecientes a una dimensión mayor que su ámbito local y que lo vinculan a las respuestas culturales de otros grupos y otros tiempos. Es decir, las ideas de cualquier persona no son deudoras de su época contemporánea, sino que son un registro o depósito que evoca personajes y experiencias de épocas pasadas (Serna y Pons, 2005, pp. 117-118). El tema central del texto de Sahlins, el cual es la transcripción de una conferencia dictada por él en Londres en 1998, es la permanencia del significado de cultura como concepto antropológico y su permanencia entre los pueblos que estudian los antropólogos, especialmente en las tradiciones académicas estadounidense e inglesa. También cuestiona el rechazo que las revisiones posestructuralistas hacen del concepto de cultura, para lo cual Sahlins repasa tanto las perspectivas funcionalistas como las concernientes a la ‘invención de la tradición’ (Sahlins, 2001, p. 290). Sahlins comienza haciendo una aclaración referente a su disciplina, la antropología: señala que su trabajo se inscribe en la tradición antropológica cultural norteamericana (Sahlins, 2001, p. 291). Explica que la antropología social británica tiene un proyecto distinto al de la antropología cultural norteamericana, puesto que mientras los antropólogos estadounidenses se preocupan por la construcción cultural de la etnicidad, los británicos se dedican a estudiar los sistemas sociales. De esto se concluye, dice Sahlins, que los británicos no son antropólogos sino sociólogos, y los norteamericanos no pertenecen a las ciencias sociales sino a las humanidades, es decir, la antropología no existe porque no es sociología sino humanidades (Sahlins, 2001, p. 292). Esta discusión constituye el debate planteado en la Universidad de Michigan en los años 50 donde los antagonistas eran, por un lado, aquellos como White, para quienes la cultura era la base y el origen de toda conducta humana; y por otro aquellos estructuralfuncionalistas, como Radcliffe-Brown, para quienes la cultura era el idioma local por medio del cual el sistema social se expresaba, era una ‘abstracción’. En este debate aparecía la pregunta frente a cada fenómeno estudiado: ¿qué es esto, cultura o sociedad?, ¿rasgos culturales o formas sociales? (Sahlins, 2001, pp. 293-295). A manera de paréntesis, y antes de adentrarnos más en el tema de la exposición, cabe destacar que en este texto Sahlins no presenta una definición de cultura. Sin embargo, en otra obra titulada Cultura y razón práctica señala que “las culturas son órdenes significativos de personas y cosas (…) la cualidad decisiva de la cultura –en cuanto confiere a cada modo de vida las propiedades que lo caracterizan- no es el hecho de que esa cultura deba ajustarse a restricciones materiales, sino que lo haga de acuerdo con un esquema simbólico definido (…)” (Sahlins, 1988, pp. 9-11). Una vez mostrado este debate, Sahlins aborda el tema a tratar en esta ocasión: el culturalismo, más específicamente, los reclamos indígenas contemporáneos sobre la distinción cultural. Señala que en la actualidad se presenta una paradoja, a saber, que justo cuando las formas de vida alrededor del mundo están llegando a ser homogéneas, los pueblos están afirmando su distinción cultural (Sahlins, 2001, p. 312). En medio de esa paradoja se presenta un fenómeno: los pueblos colonizados demandan un ‘espacio indígena’ en un mundo modernizador, bajo el estandarte de su cultura –demanda realizada incluso por algunos pueblos cuyas formas de vida murieron décadas atrás-, tradiciones distintivas y costumbres que los hacen distintos de los ‘hombres blancos’ (Sahlins, 2001, p. 295). Esta situación ha tomando por sorpresa a los antropólogos y a aquellos que han creído en la ‘teoría de la desesperanza’, aquella teoría en la que se preveía el colapso inevitable de las culturas indígenas bajo el impacto del capitalismo global. Desmoralizados e inmóviles, los pueblos quedarían históricamente inanimados. La vida, en un vacío cultural, no es vida para el género humano, y esto es precisamente el trágico escenario dado a los nativos por la intrusión del ‘blanco’ y su civilización (Sahlins, 2001, pp. 295-296). En este sentido, muchos antropólogos seguidores de un funcionalismo superficial sienten nostalgia por las ‘culturas perdidas’, se dedican a desenmascarar la historicidad de las tradiciones inventadas de los pueblos y sostienen que no son más que ‘charlatanería útil', fabricadas con una mirada política a la situación presente. Estas tradiciones inventadas dotan a la cultura nativa de eternidad, coherencia, unidad y delimitación espurias, lo cual, no obstante, es deseado por estos pueblos en general, y no sólo por sus miembros poderosos. Algunas son, claramente, inversiones auto-usadas de las tradiciones de los colonizadores, por ejemplo, el estilo de vida que ‘depende de la tierra’ de los <fiji, se adecúa con los ideales románticos de Occidente acerca de lo primitivo y se convierte en una crítica autorizada de la sociedad occidental, dependiente del dinero (Sahlins, 2001, pp. 296297). Por ello, quizá la crítica principal de la discusión cultural contemporánea sea que la llamada cultura o tradición es estratégicamente adaptable a la situación pragmática: es instrumental, una cortina de humo ideológico sobre intereses más fundamentales, principalmente poder y codicia. La cultura se está convirtiendo en un mito, una fabricación, la falsificación colectiva del interés particular de alguien (Sahlins, 2001, p. 298). Para ejemplificar esta postura, cita a Roger Keesing sobre los isleños del Pacífico: «Tal tradición local distintiva, como los pobladores alguna vez tuvieron, (…) ha sido despojada de su profundo significado» (Sahlins, 2001, p. 298). En el auge del estructural-funcionalismo, esta concepción funcional de la tradición inventada era vista como ‘una cosa buena’ debido a que mantenía el sistema social constituido. Ahora parece que existe un mejoramiento en el carácter moral de la academia puesto que conocemos que lo que mantiene a estos sistemas sociales saturados de poder son medios prejuiciados de diferenciación y discriminación (Sahlins, 2001, pp. 299-300). La diferencia con los tiempos modernos es que la antropología, siguiendo un poco los estudios ‘pos’, ha hecho de la moralidad política tanto el comienzo como el fin de la sabiduría intelectual. La nueva ‘crítica cultural’ juega a favor o en contra de las formas culturales de las que está hablando, con la esperanza de tener algún efecto sobre su existencia –algo así como un trabajo misionero- mientras que anteriormente, en aras de ese individualismo, se mantenía una postura más neutral (Sahlins, 2001, pp. 302-303). El problema es que este funcionalismo superficial que critica las tradiciones inventadas habla solamente de los efectos de éstas, mas no de sus propiedades (Sahlins, 2001, p. 306). Estas tradiciones inventadas suelen ser explicadas con argumentos híbridos: por ejemplo, el caso del sumo1. El sumo es descrito como una particularidad histórica y cultural a la vez que como un cruce universal humano (la codicia y/o la avaricia); de esta 1 Los estudiosos del Japón sostienen que el sumo se diferenció a finales del siglo dieciocho de la lucha ritual, popular y militar, promovido por empresarios interesados en las ganancias que podrían alcanzar mediante su profesionalización en las ciudades mercantiles en desarrollo, al mismo tiempo que la burocracia se interesaba en él como medio de control (Sahlins, 2001, p. 307) manera, se supone que algo que no es particularmente japonés explica algo que sí lo es (Sahlins, 2001, p. 306). Ante esta explicación surge la pregunta: ¿cómo podrían los japoneses, a finales del siglo dieciocho, conocer el poder o la avaricia del modo como lo hacemos nosotros? (Sahlins, 2001, p. 306); en este sentido, se trata de una explicación atemporal, deshistorizada. Se están mezclando fenómenos que pertenecen a dos órdenes diferentes: formas con deseos, estructuras con subjetividades, con la vana esperanza de reducir la una a la otra. Lo que Sahlins propone es comprender que lo funcional, en el sentido de lo instrumental, debe ser estructural: los deseos dependen del contexto histórico de los valores, de las relaciones culturales potenciales o existentes no solamente para su contenido sino por sus posibles realizaciones (Sahlins, 2001, pp. 306-307). Volviendo al ejemplo del sumo, su forma moderna puede obedecer a su instrumentalización, pero lo que hace que el sumo venda y produzca ganancias es la cosmología japonesa: evoca memorias de las batallas divinas de los mitos fundadores y victorias legendarias de la dinastía imperial. Propone la inventiva de la tradición frente a la tradición inventada: una tradición puede ser adaptada y/o reinventada, de acuerdo al contexto histórico y cultural. Se podría hablar entonces de la inventiva de la tradición, pues el sumo moderno es un cambio de formas y relaciones más antiguas, adaptadas a situaciones recientes. No sólo durante el siglo XVIII hubo una modificación en el sumo: anteriormente había sido integrado al entrenamiento militar y también presentado en cortes imperiales y feudales, pero en ningún caso se le pudo despojar de las connotaciones rituales que tiene. Esta es una tradición viva, que ha sido capaz de atravesar la historia. El que pueda ser reinventada para cada ocasión podría entenderse como un signo de vitalidad y no de decadencia. (Sahlins, 2001, pp. 307309). Sin embargo, Sahlins se declara en contra del determinismo cultural: “No afirmo que eventos nuevos –cualesquiera que sean- o formas emergentes, estén culturalmente prescritas”, “La noción de White del individuo como la herramienta de su cultura, destinado exclusivamente a expresarla, era terrible” (Sahlins, 2001, p. 310). Volviendo al tema de la paradoja cultural de la globalización, señala que se trata de una ‘resistencia’ por parte de estos pueblos, una respuesta a la amenaza hegemónica del mundo capitalista. Sahlins utiliza el término de ‘resistencia de la cultura’ para referirse a esta forma de diferenciación pretendida por estos pueblos contemporáneos que están volviéndose cada vez más integrados y parecidos (Sahlins, 2001, p. 316). Pero el problema reside en que no están resistiendo a las tecnologías y a las ventajas de la modernización, y son particularmente tímidos para entablar las relaciones capitalistas exigidas para adquirirlas. Más bien, lo que están buscando es la indigenización de la modernidad, su propio espacio cultural en el esquema global de cosas y no una modificación de ese esquema (Sahlins, 2001, p. 312). Ninguna cultura es sui géneris, ni un solo pueblo es el único o siquiera el autor principal de su propia existencia. La mayor parte de los pueblos encuentra los medios críticos de su propia reconstrucción en seres y poderes presentes más allá de sus fronteras normales. Todas las culturas son híbridas, todas poseen más partes foráneas que localmente inventadas; aún impuestas, las prácticas y relaciones externas son necesariamente traídas a una asociación determinante de valores con categorías nativas, es decir, se convierten en apropiaciones. Por esta razón, los temores ‘pos’ de que los pueblos que intercambian danzas o artefactos –como cuando los venden a los turistas- degradan su cultura, podrían dejarse de lado (Sahlins, 2001, pp. 312-315). Estas afirmaciones culturales son índices de códigos estructurales fundamentales, modos de orden que son en sí mismos ampliamente imperceptibles todavía, pero que hacen toda la diferencia entre pueblos que son perceptiblemente similares. Estas diferencias pueden ser muy pequeñas, pero son lo suficientemente poderosas para establecer la diferencia entre los pueblos, “para hacernos correctos y a usted equivocado” (Sahlins, 2001, pp. 316-317). Los signos culturales establecen fronteras delimitadas entre ellas. La distinción de estos signos es un juicio moral: lo que es distinguido, es bueno y correcto para ser así distinguido. Entonces, la gente comparte una cultura y está comprometida con ella. Comparten un modo de existencia y llegan a ser una clase, un pueblo histórico: sujetos y agentes de la historia, con una memoria común, debido solamente a que tienen un destino colectivo (Sahlins, 2001, p. 320). Preguntas - ¿Cómo diferenciar rasgos culturales y formas sociales? ¿Se puede realmente separa lo cultural de lo social? ¿La mercantilización es la muerte de la cultura auténtica? (p. 309) ¿La cultura deja de ser una cualidad de la sociedad, una forma de existir que la diferencia significativamente de otras sociedades, para convertirse en una mercancía, en algo que se puede cambiar en cualquier momento? ¿se cambia su condición de ‘cualidad’ a ‘objeto’? Bibliografía - Pons, A. y Serna, J., (2005), La historia cultural. Autores, obras y lugares, Madrid, Akal. Sahlins, M., (1988), Cultura y razón práctica, Barcelona, Gedisa. , (enero-diciembre 2001), “Dos o tres cosas que sé acerca del concepto de cultura” (Traducción de Jairo Tocancipá-Falla), en Revista Colombiana de Antropología, Volumen 37, pp. 290-327.