HOMENAJE EN LA DEUSTO BUSINESS SCHOOL Auditorio de La

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HOMENAJE EN LA DEUSTO BUSINESS SCHOOL
Auditorio de La Comercial de Deusto (Bilbao), 15 de abril de 2013, 19 h.
“LECCIONES DE LOS QUE NOS PRECEDIERON”
Por Mónica de Oriol e Icaza
Señor Rector de la Universidad de Deusto, señores presidentes del
Patronato de la Fundación, del Consejo de Deusto Business School y de
Deusto Business Alumni. Familia Icaza Aguirre, Señoras y señores, muy
buenas tardes a todos.
Estoy aquí hoy ante ustedes porque yo también tuve un tío en América o,
mejor dicho, tres. Y hoy nos reunimos en este histórico edificio para
homenajearles a ellos y a los sobrinos, a nuestros tíos ya de 5º generación,
por haber sabido mantener la huella espiritual de los benefactores, y
también al fundador, nuestro bisabuelo Pedro de Icaza y Aguirre.
Los Aguirre provienen de la Anteiglesia de Berango, tierra con valles
suaves y planos, en la margen derecha del Nervión, que a principios del
Siglo XIX continuaba con las actividades agrícolas y ganaderas conocidas
desde antiguo. Al margen del desarrollo y con una economía rural pobre e
incapaz de dar sustento a muchas bocas. El censo nos dice que no pasaban
de 441 almas y 71 casas en 1810.
La división de las tierras entre los herederos de los caseríos había llegado
tras varias generaciones a la superficie mínima capaz de alimentar a una
familia. Se instauró el Mayorazgo, institución que tenía como consecuencia
que uno de entre los hijos, no siempre el mayor aunque a menudo era el
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caso, mantenía el linaje y los otros emigraban. Es el caso de los Aguirre,
uno de los linajes más antiguos de la Anteiglesia. En 1586 ya hay presencia
documental de Francisco de Aguirre como apoderado de las Juntas
Generales de Guernica, lo que significa que era propietario de tierras, y
además, sabía leer y escribir.
Pero hoy, nos centraremos en los que hicieron posible el que esta tarde
estemos aquí, todos reunidos.
En el año 1800 nace Juan Antonio de Aguirre y Zubiaga, uno de seis
hermanos, cinco varones y una mujer, cuatro de los cuales tomaron la ruta
del mar para encontrar el sustento lejos de la agricultura. Piloto de navío
por la Escuela de Santurce, se embarcó con 17 años y no regresó hasta
cumplidos los 65.
Comenzó su andadura en Chile junto a Manuel De Arteaga y Aguirre, un
pariente que ya estaba afincado en Santiago y con quien se inició en el
comercio como dependiente. Con los aires independentistas en la colonia, y
las revueltas que se extendieron, se volvió a embarcar en un buque inglés
que realizaba la ruta del Pacífico. Pasó un año en California y otro
embarcado por los Mares de China, para volver a Valparaíso donde hizo su
primer dinero en el comercio de la costa Pacífica, entre Chile y el puerto
de San Blas, en Méjico. Depositó e invirtió sus ganancias poniéndolas en
manos de Jose María Castaños, oriundo de Portugalete y titular de una
próspera casa comercial en Tepic, Méjico.
Regresó a Vizcaya en 1840, después de 23 años de ausencia. Tenía 40
años. Se casó con una prima, también de Berango, Jacoba de Oxangoiti y
Ochandategui, de 24 años. Era el enlace entre un próspero emigrante de
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viejo linaje y la heredera de la casa más solariega de la Anteiglesia. Sus
capitulaciones matrimoniales nos informan de los bienes acumulados en la
aventura americana: un millón seiscientos mil reales de vellón. Pero
después emprendió dos expediciones de bastante consideración para San
Blas, con resultados que no podían cuantificar para la dote pero “cuyos
resultados definitivos aún no se pueden señalar exactamente
(…)
reservándose el hacer la manifestación justa a continuación de esta misma
escritura una vez queden aclarados con exactitud”.
Al poco de casarse recibía noticias de que la Casa Castaños pasaba por
momentos críticos financieros. Sin más dilación dejó a su familia y
emprendió el viaje de vuelta a Méjico ante la gravedad de las noticias y
sabiendo del riesgo de perder todos sus ahorros.
Tepic es una ciudad que prosperaba en el siglo XIX gracias a su clima
suave, las minas de oro y plata cercanas y la proximidad al puerto de San
Blas, que daba salida a sus nuevas plantaciones de algodón, que empezaron
a competir con la producción hasta entonces cuasi monopólica ecuatoriana.
Los emigrantes vascos (Arana, Sarría, Otamendi, Careaga, Berecoechea
son algunos de los apellidos que se encuentran en la nómina de la que
luego sería la Casa Aguirre) junto con otros españoles, ingleses y alemanes,
construyeron una región pujante, basada en el trabajo duro y la ambición de
prosperidad. Era una sociedad que crecía y reclamaba a parientes de los
lugares de origen, pues la confianza en la propia sangre suplía la
inexistencia de un estado de derecho donde las leyes apenas eran papel
mojado en ausencia de instituciones estables y justicia organizada.
Como se ve, además, la diáspora y la fuga de cerebros y de espíritus
emprendedores no es algo nuevo exclusivo de estos tiempos.
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La Casa Castaños se había construido inicialmente sobre el flete y fue
ampliándose a la naciente industria de la
fabricación de paños, las
plantaciones de azúcar y la destilación de aguardiente. Fueron años de
crecimiento y éxito, en pugna con la otra gran Casa de Barron y Forbes,
con quienes se entabló una guerra comercial en la que Castaños finalmente
salió derrotado. Esto, como verán, se empieza a parecer en algo a la serie
de televisión Juego de Tronos o a las guerras de las rosas entre los
Lancaster y los York.
En 1844, cuando vuelve Juan Antonio, la Casa está a punto de sucumbir y,
con ella, el fruto de 23 años de trabajo. En 1846, ya quebrada, se forma el
sindicato de acreedores y Juan Antonio se hace cargo de los bienes
embargados y es nombrado por el resto de acreedores, director general.
Durante los cinco años siguientes se dedicó a liquidar las deudas.
El único hermano que quedó en Berango, Francisco, se había casado con
María Cruz de Basagoiti Gorrondona, del caserío Manene sito en
Sopelana. Francisco se hacía cargo y aportaba, entre lo suyo y lo de sus
hermanos y parientes de ultramar a quienes administraba,
unas 126
hectáreas de tierras, superficie notable para la fragmentada organización de
las tierras de entonces. María Cruz aportó los medios suficientes para
construir una nueva casa que se llamó Landaida Barri. Cuatro de sus cinco
hermanos también habían salido del caserío a hacer las Américas, tres de
ellos en Cuba, y el cuarto acabaría también en Tepic.
Fruto de este matrimonio nacieron siete hijos y de ellos, Pedro y Domingo,
serían llamados a continuar el emprendimiento de su tío Juan Antonio. Para
ello se fueron preparando. Pedro se formó como piloto en la Escuela de
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Plencia y en 1847, con 17 años, partió hacia Cuba al amparo de su tío Alejo
de Basagoiti quien le emplearía como meritorio en la tienda de abarrotes y
posteriormente como mayordomo en un ingenio de azúcar.
Dos años más tarde y triangulando por carta a su madre vía Berango, le
llega una invitación en la que le reclama su tío Juan Antonio para que vaya
a Tepic “una vez hayas aprendido con empeño –leo textualmente su cartael método y la dirección de aparatos y que tan pronto como estés en
capacidad de poder desempeñar y conocer la siembra y recolección de
caña, te unas a mí en Tepic y de este modo podrás desempeñar todo y me
evitarás disgustos con tantos empleados…” . Juan Antonio necesitaba a
gente de su confianza para sacar adelante su proyecto empresarial. Y un
sobrino era exactamente lo que buscaba. A la edad de 20 años Pedro se
hacía cargo del ingenio azucarero de Puga, con algo, poco, de experiencia
y mucho de lealtad a su tío.
La sociedad constituida de la quiebra de Castaños iba de mal en peor. La
disputa entre los socios llevó a su disolución y posterior fundación por Juan
Antonio de una casa comercial con su nombre. Había adquirido al remate el
trapiche de la Escondida y en alquiler un tercio de Bellavista. La
competencia con la potente firma Barron y Forbes llenaba de sinsabores a
Juan Antonio y al joven Pedro a pesar de lo cual, en 1853,
Pedro,
necesitado de asistencia, escribe a Berango manifestando que se encargaría
de sufragar los gastos de la educación de su hermano Domingo, el
benjamín, once años más joven, que para cumplir con la manda, dejó el
caserío y se instaló en casa de su tía en Bilbao donde cursa los estudios que
le demandaban antes de ir a reunirse con su hermano y su tío y garantizar la
continuidad de los negocios.
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Los sinsabores, el paludismo, la guerra Méjico contra Estados Unidos, la
anarquía que siguió, las revueltas entre las distintas provincias y tantas
otras desventuras, empeoraron una situación de por sí difícil, penalizando
el incipiente tejido empresarial y su capacidad comercial por el cierre de las
vías de comunicación.
Con quince, Domingo partió hacia Méjico a encontrarse con el hermano del
que se había despedido hacía ya once años. Y el tío Juan Antonio
aprovechó para enviar a Pedro a España con el fin de recoger a su mujer, la
tía Jacoba, y el hijo de ambos, Juan Víctor. Habían sido quince años de
separación.
Juan Antonio fue adquiriendo poco a poco las participaciones de los socios
que aún quedaban en el capital salvado en el concurso para finalmente
hacerse dueño del total del capital del remanente de lo que había sido la
próspera Casa Castaños. Su nivel de endeudamiento se convirtió en un
peso para el normal desempeño y en lugar de arrugarse, decidió
incrementar las inversiones en innovaciones tecnológicas para mejorar los
procesos optimizándolos. Puesto que los bienes estaban hipotecados, fue
otra familia cántabra, los Somellera, de Limpias, los que dieron el
necesario crédito para hacer frente a las adquisiciones de maquinaria
innovadora que permitía mejorar los rendimientos tanto en la compañía de
tejidos como en las explotaciones de caña y posterior fabricación de azúcar.
La década de 1840 a 1850 fue de caos generalizado: revueltas, asesinatos,
secuestros. Pedro escribía a casa: “Describir lo que ocurre en esta ciudad de
Tepic necesitaría de un poema épico. En la primera estuvo esta plaza
ocupada por las fuerzas conservadoras; fue atacada y tomada por los
liberales. A fines de mes, recuperada por los conservadores. En septiembre,
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entraron de nuevo los liberales, a principios del corriente, estamos ya otra
vez con los conservadores….destrucción, saqueos, bandidos que atacan y
asedian en los caminos…la ciudad desierta….no hay una casa abierta, ni
una luz, los pasos míos casi me daban pavor y parecía que caminaba entre
tumbas o en medio de una de esas ciudades arruinadas…”. La fábrica de
Bellavista llegó a estar parada once meses. El puerto de San Blas,
embarque de las producciones de la Casa Aguirre, cerrado….
Conservamos cartas de distintos momentos de la construcción de aquella
Casa Aguirre enormemente descriptivas de las situaciones que se vivieron.
Lamentablemente, el párrafo que les voy a leer tiene ecos muy actuales:
“No se vende nada. La morosidad es creciente. Los líderes obreros piden
constantemente mejoras en los jornales que no se pueden conceder dada la
crisis. Los bancos ponen dificultades para abrir líneas de crédito. De seguir
así la situación, habrá que rebajar días de trabajo. Hemos tenido que pagar
a los obreros con mercancías de nuestras tiendas. Los altos empleados han
reducido su salario entre un 10 y un 20%.”
“Espero-dice en otra carta Pedro- que pronto se acaben las desgracias para
que podamos trabajar y veremos el rumbo de dejar cuanto antes esta tierra
que me está cansando con tantas revueltas”.
Pero la situación no mejoraba: tres años más tarde Pedro, en otra carta a sus
padres les relata: “las Casas van cayendo una a una: quiebra de García
Araya, de Hiladuras Ragapurg, de la poderosa y temida Barrón y Forbes.
En cuanto a las haciendas nuestras, Puga arruinada con una cosecha de
ocho mil arrobas cuando antes eran cuarenta mil, Tetitlán y San Cayetano
quemadas y el ganado perdido. En fin, haciendas y ranchos en ruinas…mi
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tío es el único que ha podido salir pues Bellavista está trabajando aunque
poco.”
En 1865 Pedro reanuda sus viajes en busca de innovaciones: Estados
Unidos, Francia, Alemania e Inglaterra serán los lugares de destino. Visita
fábricas de maquinaria para impulsar mejoras en
los telares y en los
ingenios. Finalmente recala en Bilbao tras ocho años de ausencia. La
primera industrialización se ha iniciado y la ciudad provinciana que
recordaba está en ebullición: “Aprecio lujo –dice- en la construcción de
casas de campo y de recreo”. Volvió a Tepic donde pasarían otros diez
años antes de volver. Su tío Juan Antonio, ya con 65 años, tenía a Pedro y a
Domingo apoderados en todos los negocios, y los hace socios industriales
con un 25% en los beneficios para Pedro y un 15% para el benjamín. Esta
mejora en sus condiciones le animan a escribir a sus padres para que se
trasladen a vivir a Algorta, “más conveniente para las hermanas que podrán
colocarse mejor”. Juan Antonio vuelve con su mujer e hijo a Bilbao.
La situación en Méjico empezaba a mejorar y las nuevas responsabilidades
de los dos hermanos les animan a aplicarse. Hay numerosa correspondencia
con casas europeas y norteamericanas pidiendo información técnica sobre
nuevos
telares,
sistemas
de
regadío,
alambiques,
maquinaria
y
metodologías para producir más y mejor con la eficiencia más moderna. En
1869 Pedro da orden a los sobrinos para que compren lo que aún estaba en
manos de accionistas. Finalmente es propietario del 100%. La Casa Aguirre
prosperaba y Pedro, ya en la cincuentena, sufría de una delicada salud
afectada por el paludismo. Decide entonces volver a España donde se
encuentra con la última guerra carlista.
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Seguirá una época de estabilidad que aporta Porfirio Díaz que llega al
poder en 1876, imponiendo el orden e implantando un programa
ambiciosos de desarrollo económico sustentado en la modernización de las
vías de comunicación y en la recepción y movimiento de capitales
extranjeros, dotando al país de paz y un entorno favorable al progreso.
Como ya era tradición, los emigrados se ocupan de la educación de los
sobrinos para prepararse la sucesión: esta vez, enviándolos a Inglaterra al
colegio Holly Mount en Tottington.
Mientras éstos se preparan y para reforzar a Domingo, Juan Antonio
nombra a Faustino Somellera, apoderado general en respuesta a quien en
su día le diera crédito en la quiebra de Castaños. Los hermanos pasan a ser
propietarios del 50% de la Casa Aguirre y saldan la diferencia a su tío y
primo. Juan Antonio morirá a los 78 años de edad y Domingo vuelve a
Bilbao, reuniéndose la familia al completo después de 33 años.
Antes de volver hacia Tepic vuelve a pasearse por las ferias europeas en
busca de nuevos inventos. De su visita a empresas en Europa escribe “sentí
cierto orgullo y placer al ver claro que en las orillas del Pacífico, en la
abrasada Méjico, en un rincón desconocido, La Escondida, en fin, por
españoles, se fabrica el azúcar mejor que aquí.”. Ciertamente, las fábricas
de los Aguirre se podían comparar ventajosamente con lo más granado de
su sector en cualquier parte del mundo gracias al empleo de la más
avanzada tecnología internacional. Para estas fechas, las haciendas poseían
complicados y eficaces sistemas de riego, saltos de agua, y conducciones
para llevar el agua a los molinos y a la maquinaria transformadora.
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Pronto llegó la siguiente generación educada en Inglaterra. Los sobrinos
Hormaechea Aguirre, con 17 y 15 años, serían los primeros en llegar.
Luego seguirían los Basagoiti Aguirre y finalmente prepararon a Pedro de
Icaza Aguirre, hijo póstumo de marino y de Mercedes, la pequeña de los
Aguirre.
A finales de los ochenta, hubo una nueva renovación técnica, ésta adquirida
en EEUU pues concluían que los telares americanos eran ya mejores que
los europeos. El entorno favorecía. La “era de orden y progreso”, según
expresión de una de las cartas, de Porfirio Díaz facilitó e impulsó los
ferrocarriles, la expansión del telégrafo, el fomento de la agricultura y la
instrucción. Los capitales extranjeros llegaban para invertir en una nación
llena de recursos.
Los sueños de Pedro y Domingo se van cumpliendo y, con motivo de la
llegada de una potente máquina que tardó más de un año hasta asomar por
las colinas, tirada por más de cien yuntas de bueyes y cuarenta mulas,
escribe Domingo: “Queda pues vencido el trabajo que nadie creyó se
acabaría este año, y una vez más, probado lo que pueden el trabajo y la
constancia”.
Pero surgen entonces los conflictos con los parientes herederos del tío Juan
Antonio. Domingo escribe a sus padres: “Dado el egoísmo que se nota,
nunca mejor ocasión para separarnos pues sabe Dios lo que aquí se
sufre….dejaremos todo en orden para liquidar las sociedades y quedarnos
tranquilos; entonces nos separaremos. Ya no sigo más”. Los primos en
Bilbao ya no son los primos del caserío. La ciudad se ha transformado y se
ha hecho cosmopolita. “Hay buen vivir y de mi trabajo están viviendo
parientes rentistas….”.
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Domingo liquida la sociedad y reparte con toda la familia el resultado. Con
su parte crea Aguirre y Cia, de la que será socio en un tercio Pedro. Queda
así resuelta la especulación entre la preponderancia del trabajo o el capital
en la obtención del resultado y vuelve la concordia familiar.
La nueva oleada de sobrinos llega y se maravilla de la perspectiva. Es la
época gloriosa. Los Aguirre habían construido además escuelas,
participado en la reconstrucción de la catedral, casas de retiro para sus
trabajadores, un hospital... Domingo desempeñaba cargos en la Cámara de
Comercio y en el gobierno local, y era vicecónsul de España.
Las haciendas se incrementaron con la compra de nuevas fincas y las
fábricas se multiplicaban. Las inversiones crecían y se consolidaban y
Domingo realiza algunos viajes a EEUU y Europa para actualizarse. En
1899, cansado y con ganas de retirarse, sueña con volver a radicarse en
Europa. No obstante se embarca en el montaje del tendido eléctrico de
Tepic, obra que culminaría en 1906, ya estando él en Bilbao, con la
administración en manos de Somellera y alguno de los sobrinos, a quienes
encarga el inicio de una nueva etapa: los trámites para la venta de todos los
negocios.
Domingo pudo disfrutar poco de su retiro bilbaíno: murió en julio de 1907.
Voy ahora a recordarle con unas entrañables palabras tomadas de sus
cartas, de 1872 y de 1898, que nos informan del tipo de persona sensible,
responsable y generosa que era:
“Ya le digo a padre que cuando necesite dinero que pida a Juan Oxangoiti y
lo mismo te digo a ti: lo que tenemos nosotros es vuestro”.
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Y en otra: “Que Dios nos preste su ayuda, como hasta ahora, para poner en
regla estos negocios. Creo poder redondear algunos asuntos en no mucho
tiempo y después me pongo en marcha para Bilbao. Tengo muchas ganas
de veros, de hablar de todo, de descansar, de respirar con alguna libertad.
Se entiende que tengo que comprar nuevas máquinas, previo estudio y
prueba, y mandarlas cuanto antes, pues no hay tiempo que perder si se ha
de sacar ventaja”. Y termina: “Para esto nacimos y no hay más remedio
que cada uno cumpla con su deber en este mundo”.
Domingo dejó como heredero universal a su hermano Pedro que
desgraciadamente, en noviembre, agotado tras una vida laboriosa llena de
fecundidad, también moriría. Sus últimos años habían estado centrados en
puestos de inversor y en obras de misericordia. Fue consejero del Banco de
Bilbao desde 1891 y también del Banco de España; era hermano de la
Santa Casa de la Real Misericordia, construyó escuelas en Berango y
reconstruyó la parroquia, arregló caminos y canales, pagó el canon para
librar a los mozos de la milicia y repartió becas de estudio.
La herencia, cuantiosa entonces, ascendía a 228.000 Hectáreas (superficie
similar a la provincia de Vizcaya), 1.500 bueyes, 10.000 cabezas de
ganado, 700 mulas, 250 yeguas de cría, dos fábricas de azúcar, dos de
hilados, una destilería de aguardiente y una planta hidroeléctrica. A esto se
añadían 550.000 pesos en metálico destinados a distribuir gratificaciones a
los empleados y sufragar ciertas mejoras en Tepic, consistentes en la
entubación de las aguas de la ciudad y la fundación de la Casa Misión,
como casa para los pobres de las tribus de Nayarit. Las utilidades anuales
de todo el capital ascendía a 600.000 pesos…Quedaba aún a cargo del
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entramado el fiel Somellera y se ascendía a dos sobrinos Gangoiti Aguirre,
Esteban y Gonzalo.
Durante los años del retiro de Pedro, su sobrino Pedro de Icaza, huérfano
de padre y que había vivido junto a su madre en su casa, era uno de los que
se preparaban para continuar con los asuntos de la familia. Después de
estudiar el bachillerato en Inglaterra, y pasar un año en Bélgica y otro en
Alemania, cursó la carrera de ingeniero de Caminos, Canales y Puertos en
Madrid y se empleó en la Sociedad Española del Tranvía Urbano de Bilbao
donde se implicó en los trazados a Las Arenas y a Portugalete, además de
llevar las relaciones con los proveedores de maquinaria en Alemania.
Posteriormente y para el Ayuntamiento de Portugalete diseñó la ampliación
de las parcelas anejas al puerto.
Pero pronto se dedicará a emprender y funda con su cuñado José Orbegozo
una compañía de ingeniería civil. Se especializan en saltos de agua para la
producción de energía eléctrica. Fue socio fundador de Sociedad Electra
Industrial de los saltos del Duero, una de las madres de la actual Iberdrola.
Pedro se casó con su prima Mercedes Gangoiti Aguirre con la que tuvo 3
hijos: Pedro, Francisco y Mercedes. Recogidos los frutos de la difícil y
exitosa andadura de sus tíos, fue el encargado de aplicarlos a su Vizcaya
natal. Le correspondía cumplir el mandato contenido en la cláusula 15 del
testamento, como devolución a la sociedad de parte de lo que la vida les
había proporcionado. De las 6 partes (por los seis hermanos Aguirre) dos
sextas partes, la de Pedro y la de Domingo, autores de la empresa, se
invertirían en obras de utilidad pública y beneficencia.
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A este nuevo emprendimiento dedicará Pedro De Icaza y Aguirre el resto
de su vida, abandonando una carrera iniciada con éxito y muchos proyectos
por delante. Escribe: “Se divide la herencia y un tercio, o sea dos partes de
seis, me la deja como legado. Es la parte correspondiente a mis dos llorados
tíos a quienes debo representar como mejor pueda y cuya memoria tengo
que perpetuar conforme a instrucciones recibidas y en cuya labor he de
invertir mi vida por larga que sea”.
Tenía 40 años. Dejó sus negocios y su prometedora carrera profesional y se
puso manos a la obra a administrar los bienes que quedaron en Tepic,
donde hubo una primera etapa de prosperidad y en la que se intentó vender
sin éxito, lo que fue truncando con la llegada del período revolucionario de
1910 a 1940: sobrinos asesinados, secuestrados, tierras ocupadas por los
campesinos, haciendas confiscadas, fábricas cerradas, jornales impagados,
deudas, y destrucción.
En una carta de 1923 Marcos Hormaechea le dice a Pedro:
“El trueque es cambio común. Hemos repartido el maíz y frijol que nos
queda entre los trabajadores…”
Y en otra de 1933, escribe Esteban Gangoiti:
“No se puede viajar por carretera: te arriesgas a ser asaltado; el tan deseado
ferrocarril ya no circula ya que vías y puentes han sido levantados y
derrumbados. No hay telégrafo. El correo tarda meses en llegar”.
La Ley del Trabajo, la de Ejidos y la de Extranjería, asustaban a posibles
compradores y el país no tenía liquidez ni crédito para emprender
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aventuras. En 1944 y a trozos y al desquite, los dos sobrinos Gangoiti
Aguirre, ya mejicanizados y casados con mujeres de allí, pudieron dar por
liquidados los últimos activos que quedaban de lo que había sido la Casa
más renombrada de Nayerit.
Nuestro bisabuelo, Pedro de Icaza Aguirre murió en Berango a los 72 años.
Le recordaré ahora con estas palabras suyas en una carta de 1874:
“Dices que mi suerte siempre me ha deparado muchos trabajos y grandes
peligros….pero Dios ha querido, y de ello doy infinitas gracias, que todo
haya salido al cabo del andar”.
Pedro participó como mayoritario en la creación del colegio de San
Francisco Javier en Tudela con los jesuitas. Compró el Gran Hotel de la
playa de Saturrarán para transformarlo en seminario de verano, y dejó un
mandato para construir el cementerio de Berango.
Pero a lo que se aplicó fue a buscar destino al legado de sus dos tíos. Había
tres tareas que cumplir: atender al mundo rural donde los aldeanos seguían
técnicas milenarias y primitivas y donde no se habían importado las
muchas innovaciones del último siglo (semillas, riegos, maquinaria,
abonos) que tan buenos resultados habían dado en los ingenios y
plantaciones de Tepic.
En segundo lugar, atender en la margen izquierda a los enfermos infantiles
que carecían de acceso a la medicina más básica, con especial énfasis en las
epidemias de polio que diezmaban a los chavales de la época.
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Y finalmente formar a los vizcaínos, hombres arrojados, valientes y
emprendedores pero de escasa preparación técnica y humana como
comerciantes, lo que les hacía incapaces de triunfar como se había
demostrado en los muchos emigrantes que llegaban a las Américas. A nivel
particular, la familia había ido supliendo estas carencias educando a los
muchos sobrinos en colegios extranjeros.
Para la vida rural se organizó junto a la Federación Católica Agraria de
Vizcaya para, a través de los párrocos y por su cercanía con los aldeanos,
instruir a éstos por peritos con medios para formarlos en los métodos más
avanzados aplicables a la agricultura del Caserío. La desaparición en los
años ochenta de esta necesidad hizo que la Fundación Agrícola Aguirre
fuera absorbida por la Fundación Vizcaína Aguirre.
En la parte hospitalaria y junto a la Orden de San Juan de Dios se creó en
1920 la Fundación Benéfica Aguirre por la que se creaba un hogar para
niños pobres, lisiados y tullidos, así como una Clínica Quirúrgica y
Ortopédica. El lugar elegido fue Santurce. Pronto se convirtió en referencia
y el Doctor Salaverri en una eminencia que atraía enfermos de toda la
región.
En el año 1968, con la universalización de la asistencia sanitaria pública y
la desaparición de la polio, el hospital se convirtió en una clínica de pago y
en un hogar ya no para tullidos, si no para enfermos terminales sin medios.
El edificio fue remodelado y actualizado con una enorme inversión
realizada por la Fundación, coincidiendo con su 75 aniversario.
Hoy en
día es un hospital moderno, de altísima calidad médica y sigue cumpliendo
sus fines para todos aquellos que lo necesitan. Allí murieron, antes de las
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últimas Navidades, nuestros tíos Pedro y Ramón con pocas semanas de
diferencia entre ellos. QEPD.
La tercera tarea; la que los que estáis hoy aquí mejor conocéis y muchos
habéis capitalizado, fue la de instruir a los futuros empresarios con
ambición de competir con los mejores centros de formación del mundo:
Esto se hizo a través de la Fundación Vizcaína Aguirre, nacida en 1916
para contribuir al progreso de las ciencias, letras e industrias.
Pedro había preparado su ingreso a la escuela de Ingenieros en el Centro de
Estudios de Deusto, academia regentada por los jesuitas, Orden en la que
incluso, en un momento, pensó ingresar. Era la Institución mejor preparada
para abordar semejante proyecto y donde el padre Luis Chalbaud ya estaba
perfilando la creación de una escuela de Comercio al estilo de otras que ya
regentaban los jesuitas en otros países.
Los dos “conectaron” desde el primer momento y se pusieron manos a la
obra, buscando el lugar donde ubicarla, comprando las fincas anejas al
Centro de Estudios y decidiendo el nombre: Universidad Comercial de
Deusto, hoy Deusto Business School. Encargaron el edificio a los
arquitectos más renombrados del momento, Basterra y Amán. Cinco años
después se licenciaban los primeros alumnos, uno de ellos el hijo mayor de
Pedro: mi abuelo Pedro de Icaza y Gangoiti.
En 1922 se creó la asociación de Licenciados, hoy Asociación de Antiguos
Alumnos, y su primer presidente fue nuestro abuelo. Gracias a que la
universidad era propiedad de la Fundación Vizcaína Aguirre, durante la
República no pudo ser incautada como tanto otros bienes y pudo seguir
formando a los que, por decenas, fueron los empresarios líderes de la
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última mitad del Siglo XX. Recuperada la normalidad, el reconocimiento
oficial de los estudios fue una constante reivindicación de los jesuitas que
volvieron a las aulas. La titulación de derecho se consiguió por acuerdo
con la Universidad de Valladolid y en 1962 la firma del Convenio entre la
Santa Sede y el Estado Español abrió el camino al reconocimiento que, tras
la integración de La Comercial en Deusto, culminaría en 1973.
Hoy día la Fundación Vizcaína Aguirre financia una serie de programas de
formación, becas, actualizaciones informáticas, acción internacional, el
máster en Logística y Tecnología y los cursos de Habilidades Directivas
que se imparten a lo largo de la licenciatura. Su última aportación ha sido la
financiación de las nuevas instalaciones del MBA.
Os he intentado resumir 150 años de Empresa: 150 años de una familia de
Berango que ante la falta de perspectiva local, emprende el viaje a un
futuro mejor. Y encuentra un mundo, duro, con epidemias de tifus, fiebre
amarilla y paludismo, atrasado como aquél del que huían, pero en el que
había esperanza y proyectos, un mundo real que nuestros queridos
antepasados afrontaron con fuerza, trabajo, paciencia infinita y deseos de
prosperidad. Un mundo que les sonrió pero con interrupciones por las
revueltas, los bandoleros y los gobiernos inestables.
Encontraron un mundo en el que el Imperio de la Ley no existía y la falta
de poderes independientes les llevaba a confiar, no en los contratos de
dudosa aplicación práctica, sino en los vínculos familiares como garantía
de lealtad, más allá de los intereses comerciales. El esfuerzo significó el
sacrificio de algunos de ellos que eran suplidos con nuevas remesas de
parientes que seguían la estela en un mundo difícil pero en el que la Casa
Aguirre seguía invirtiendo.
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Hoy que tanto se habla de emprendedores aquí tenemos una historia feliz
de emprendedores. Una historia de continua innovación, de inversiones, de
mejoras en todos los procesos, de mirar al mundo para aprender y aplicar el
conocimiento. Una historia de valentía, de sacrificio, de resistencia, de
éxito. Y de generosidad. Hoy estamos aquí los
herederos de sexta
generación de unos antepasados cuyo ejemplo es nuestra guía para hacer
en este mundo injusto, una contribución modesta pero duradera y fecunda
para construir un futuro mejor.
Los jóvenes de hoy, que ante la crisis actual se ven obligados a buscarse la
vida más allá de nuestras fronteras, tienen en esta historia que hoy les he
contado, en la historia de nuestros tíos, de nuestros antepasados, un
ejemplo de dinamismo, emprendimiento y arrojo. Un magnífico ejemplo a
seguir.
Resumiendo con palabras clave, la historia de la Casa Aguirre es una
historia de esfuerzo, flexibilidad, trabajo, emigración, entornos adversos,
exposición a los salteadores de caminos, a secuestros, deudas, embargos…
Pero también es una historia de alegrías, sueños, innovación, globalidad,
calidad de producto, progreso, generosidad, preocupación social, compartir
mejoras. Y una historia de familia.
Terminaré ya con unas palabras de Esteban Gangoiti, de 1894, que hago
mías y, creo que también, vuestras:
“Al ver aquello queda uno maravillado, orgulloso y avergonzado.
Maravillado porque pensando solamente en los tiempos aquellos en que
nuestro tío Juan Antonio fabricaba azúcar en aquella casucha llamada hoy
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casa de Teja, donde solamente se sacaban siete u ocho mil arrobas de
azúcar, y la manera como ha ido progresando hasta llegar a doscientas y
pico mil, que es la producción del año pasado, es para maravillarse;
enorgullecido pensando en que los que han contribuido a ese progreso han
sido y son miembros de la familia; y, por fin, avergonzado solamente al
pensar que jamás llegará uno a ser ni la décima parte de lo que ellos
han sido…”
Esto es todo lo que les quería contar. Muchas gracias por su paciencia y por
su atención.
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