LA REINA ISABEL I Y LAS REINAS DE ESPANA: REALIDAD

Anuncio
LA REINA ISABEL I
Y LAS REINAS DE ESPANA:
REALIDAD, MODELOS E IMAGEN
HISTORIOGRÁFICA
Actas de la VIII Reunión Científica de la
Fundación Española de Historia Moderna
(Madrid, 2-4 de Junio de 2004)
Volumen 1
María Victoria López Cordón
Gloria Franco Rubio
(Coordinadores)
Con la colaboración de
Francisco Fernández Izquierdo
Fundación Española de Historia Moderna
Madrid, 2005
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA REINA
EN LA EDAD MODERNA:
ENTRE EL PARADIGMA Y LOS MODELOS
MARÍA VÍCTORlA LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO
Universidad Complutense
RESUMEN:
La transformación de la imagen del Monarca y la glorificación de la dinastía repercuten en
_, figura de la Reina cuya función sucesoria cobra una especial importancia en la edad Moder­
-el. En torno suyo se irán configurando un espacio propio y unas competencias específicas que
, constituyen en intermediaria y en ejemplo de los súbditos. Sobre la base de la mitología, las
~ "gradas Escrituras y la historia se configura un doble modelo: el de la reina cortesana, varonil,
.eocional y sabia, y el de la reina domestica, madre y esposa ejemplar, que irá, paularinamen­
_~csplazando al primero.
'''LARRAS CLAVE:
~_,
Reinas; sociedad cortesana; mujeres; poder; Casa real; historia; mitos, Es­
Moderna.
ÁJ3S"TRACI :
The shift of King's image and glorification of his dynasty has repercussions on the figure of
Queens whose succession function acquired especial importance in modern history. Around
:hat figure will shape a proper space and specific competences that constituted her in a inter­
rnediary and a example of her subjects. Over the base of mythology, the Sacred Words, and
nistory, takes form a twice model: that of a courtesan, virile, exceptional, and wise queen; and
the other a domestic, mother, and exemplary spouse that gradually displace the first.
KEY WüRDS: Queens; Court society; wornen; power; Royal House; history; myths; Early
.\lodern Spain.
-----------
310
¡"L"RÍA VÍCTOR1A LÓPEZ-CORDÓN CORTEZa
1. LA ESTIRPE Y LA FUNCIÓN.
En los albores de la Edad Moderna, sobre la variedad jurídico institucional
de los reinos peninsulares, dos realidades de carácter muy distinto se van impo­
niendo definitivamente: un sistema familiar estable, caracterizado por la des­
cendencia bilateral, la residencia y el matrimonio controlado y unas monarquías
fortalecidas, identificadas con unos determinados linajes, que gobernaban sobre
la base de un conjunto de contratos establecidos, a través de los cuales los reyes
se acomodaban a la diversidad de sus dominios, en la medida que esta era con­
ciliable con el ejercicio creciente de su autoridad. Se inició, precisamente en­
tonces, el proceso de afirmación de la figura del monarca como vértice del sis­
tema lo cual llevaba implícito una mejor definición de su poder y un tipo de
representación que, en su imagen culta, se articula sobre cuatro premisas: la
vieja idea de dominio medieval, expresada en la adjudicación del señorío direc­
to de todas las tierras o en su definición como soberano de los soberanos; la
sacralización de su persona, como lugarteniente de Dios en la tierra e instru­
mento de su voluntad que, sin llegar a los extremos de Francia, les obligaba a
defender la fe verdadera y a ser responsables de la salvación de su reino; la ple­
na asunción de la noción romana de imperium, que amplifica sus regalías; y por
último, la voluntad de manifestación ante unos súbditos a los que se quiere
hacer participar en sus empresas y a los que debía justicia y protección. Sobre el
proceso no lineal de afirmación del absolutismo del siglo XVI al siglo XVIII, no
es momento de hablar aquí, pero si de señalar que, en el trascurso del mismo, la
representación del monarca evoluciona claramente y también la magnificencia y
los atributos con que se le reviste y que, unido a este proceso, la glorificación
de la dinastía, cobra una significación nueva que trasciende la temporalidad de
cada reinado y lo inserta en una perspectiva más amplia, transnacional e histó­
rica, que cobra así mismo una gran fuerza expresiva. Representado tras su pro­
clamación frecuentemente como Júpiter, en alusión a su primacía sobre los
otros dioses del Olimpo, o al modo de Hércules, para hacer alusión a su rai­
gambre hispana, el deseo de entroncar al rey con los mitos antiguos resulta
patente como un medio de resaltar tanto su superioridad sobre el resto de los
mortales y de hacer explícitas las virtudes heroicas que le acompañan 1 • Otras
veces se prefiere utilizar una imagen de connotaciones menos clásicas, identifi­
cándolo con el astro rey, cuyas distintas fases se acoplaban a cada momento de
su vida, tal y como muestran con frecuencia los emblemas y los programas ico­
nográficos tanto efímeros como definitivos. Y junto a las referencias específicas
a la grandeza de cada titular de la Corona, las alusiones a la Augustísima Casa
Así, por ejemplo, la representación de Carlos 1, como nuevo Hércules, promovió entre
los españoles el recuerdo de aquel héroe con evidentes referencias nacionales y fue, probable­
mente, el origen de la expansión del tema en los siglos XVI y XVII, lo cual explica, según R.
López Torrijos, que la iconografía de Hércules prolifere en las obras realizadas para la Casa
Real española (en La mitología en la pintura española del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, I 985.
p. 123).
1
\(l)"-"'J<\,«(J(i"m \_'_;JU-,"_~r"I._\rl'1I'\l';'
,',
31 \
de Austria, o a los Borboncs, posrcricnnenre, de bs cuales forman parte, siem­
pre presentes en este tipo de representaciones, en las que la genealogía cumple
un importante papellegitimador. En este contexto, es lógico que la figura de la
esposa del rey también se trasforme y adquiera una nueva dimensión que se
expresa a través de mitos y símbolos que aluden no solo su persona concreta,
vino a su función y su estirpe. [su última cobra cada vez mayor significación,
especialmente durante ];1 etapa de los Habsburgos. en la cual los matrimonios
consanguíneos son tan frecuentes. Y es que la estrecha alianza entre la familia
cspaúola y la austriaca 6 13 expre-aón tanto de un pacto político como de una
cierra sacralización dinástica. LI,,·hiJ,1 a la vinculación con el Imperio, en un caso
como título efectivo \ cu LHr0 en el sentido de extensión de dominios, y al pa­
pel que ambas potestades cumplen en la defensa de la verdadera fe. Desde esta
pcr-pecnva, nadie podu ser rn.is digna de ser elegida como consone que quien
na portadora de la misma :'"lllgre, multiplicándose así a través suyo la pureza y
1-1s virtudes de un linaje que no rema parangón. Cuando esto no se produce, se
tr.na de enuonc.u con OTLl -Iuminaria. ascendente que consolide una Paz lar­
g;llllente anbclada, corno fue el caso del enlace del futuro Felipe IV con Isabel
de Borbo». \) de hacer treme alos problem.is sucesorios procurando no agravar
la dificil situación internacional, la] v corno ocurrió con los matrimonios de
Carlo-, 11. pr.:ru siempre dentro de una ortodoxia confesional que lnrutaba e]
círculo a las candidatas católicas. En el siglo XVlII, aunque ¡t)~ acuerdos de
familia sigue» predominando, ni son exclusivos ni Tienen e] mismo carácter.
sino que responden a objetivos diplomáticos y de equilibrio más coyunturales
que rebajan sustancialmente la significación polinca de bs candidatas. En cual­
quin caso, 10 que está claro es que las bodas reales tienden ,1 ser b más alta
expresión de esa tendencia a casar con iguales de que participa toda 1<1 pobla­
ción. lo que explica que, en momentos de auge, la mejor estirpe St:';l b proJ'l..l 0,
en su defecto, alguna otra de dignidad comparable, mientras que en cncunsran­
eras que ya no son de preeminencia entran en juego otras consideraciones que
deciden a favor de alianzas con ramas secundarias o casas de menor peso. En
este sentido las dificultades para negociar 13 boda de! futuro Carlos IlJ con tina
princesa austnaca, o la devolución de la princesa española An.i Vicroria, hija de
Felipe V, por parte de Francia son bien expresivas de la relativa debilidad desde
la que se negocian estos acuerdos. Y es que, considerados COTIlO JSllllHOJS de es­
UdL) de primordial interés, no es exagerado decir que, en t1S sociedades del
Annguo Régimen, los compromisos matrimoniales de los príncipes eran la me­
101" expresión del verdadero peso político de sus monarquías.
Considerado el principio hereditario como consustancial para la estabili­
dad dl: lt)~ estados. la principal función de una reina es proporcionar sucesión
y en ello hav unanimidad entre todos los tratadistas. Es L\ razón de su existen­
cia y J» fuente de su propia dignidad, de manera que nada eS más importante
que asegurar una fccuncliclad. que no es meramente pastv.i, porque con la vida
se trasmiten atributos> cualidades que van a consriruir los LlSgOS caracrcrfsri­
cos del heredero. De allí que la elección no pueda dejarse al azar y se deba
312
procurar, para que los futuros príncipes sean engendrados con toda felicidad,
escoger teniendo en cuenta no solo la estirpe, sino consortes adornadas
"con grandes dores de cuerpo y espíritu, nobles, hermosas, modc cra-, ~;
en 10 posible ricas, muieres en C1l:':1 conduna no hubiera nada de vil ni /-UIO,
mujeres que;] su belleza USICl r ;] las virtudes de sus antepasados .. uno­
pendiese la grandeza de sus ~J1mJs. :'-'0 debemos olvidar que han ..le ser ma­
dres de hombres destinados J. mandar a todos \. a procurar la felicidad e in­
felicidad de todo v cada uno de los ciudadanos. Es mm nnportantc hacer
todo lo posible para que aumenten la-, \'inu,¡e~ el.lela, P'Jl la naturaleza, se
dl'111JT1ll\,1ll le" \1,~1,,< que- pued.m "Xl'!lr \ '<' Ilu'Tre- \ adorne b vida del fu­
TlII') rrin,-rrc-. PC-hUl'c-plJI',<t' I;F ícv.: dL' /3 l1atural<::lJ, que dio dos pechos
;1 i.Js ro'Jllas ("[]](\;1 L1, (km<i~ murete- v se I,.s 11t:'T1J 1:"11 la cazón del parro pa­
ra que los hi¡o ,w,tt'lltacl,,, con LJ lecbe lit' ~lJ' ¡n;ldrt"i"i'-' críen mejor v más
r,)b\Jqo~'~.
1\J el encnmbrnmi-nro. ni la dignidad de origen. Impiden que deban cum­
plir con les obligaciones qm: por su se ve les corresponden. mostrándose así.
desde ti primer momento, CS~l especial humanidad que la evposa del rey siem­
pre maniticsta. J'cro esa marcmidad que es su rnavor grandeza es también su
debilidad, ~;J qUL' la cqcnlHbd en una reina supone no volo UIl fracaso perso­
nal, sino POJítJCiJ, :¡J quedar en entredicho su propia razón de ser. Recuerden­
se, por ejemplo, los poe() piado-as criticas contra las dos consortes de Carlos
11, a las '--1l1C, cJ1 coplillas fals.uncnrc populares. se amenazó con devolverlas a
sus países el, origen, u b~ dL1tnb;1~ couua r\.írh:t[;] de Braganza, y es ql1e difí­
cilmente lX)(JÍ;j ser :lIY~.lL-{J c. Incluso. rcspcr.rda, quten defraudaba expecrarivas
de tanta imporranci.i. Por el conrr.uio, fue su (;!JI1dKIÓn maternal la que ter­
minó prevaleciendo fn-nn- ,1 lo, mconvcmenres del sexo ;J la hora de plantear­
se la. cuestión siempre espinosa de L1tU regenera. \":1 que se daba por supuesto,
como por {)[O parte c~Ub,1 ,lCLltTIL·t1<.k, cu el orden civil, que seda mejor cui­
dadora de los l[J[el'esc~ de Ut1 heredero niúo que orros pancnrcs. De ahí que,
su declegitimacion en el eiercicio Lle <"su función, provenga fundamentalmen­
te dct incumplimiento de las obligaciones que corno progcmrora le competen.
Pero si la. monarquía hereditaria retuerza la posición de la reina, como
rrasmisora de su principio constitutivo, también incrementa su P,lpe1 en todo
el ceremonial que rodea la. manifestación de la majestad real'. Y una prueba
de ello es que, a medida que la vida de la corte cobra mayor importancia y las
actividades oficiales, lúdicas o conmemorativas se multiplican, también Jo
hace su participación en ellas, multiplicándose los actos en los que su prcsen­
(la se hace imprescindible, introduciendo así una clara variable sexual e-n el
,\1 \1(1 \".'\, P.: De regt cr ¡egi.< mstttutione. rd. Madrid, C.E.C., 19~ 1, pp. 155- -' !-"
Sobre esros :' otro" aspectos es rnuj ilustrativo el hbr« ,k «h.',,,llf), F_ L¡ ¡':elll( de
J-r1-!11Cf. Sv.nboíe er f!(!II!'uir. X\·e-X1.'!1e uccíec Pans, Oallimarc, lU()O_ en JI, ad":Jl.ie, ti,. he,
ceremonias cuc <ll]uí se- señalan se habla dI' la COrO\l;lC¡Ún, que: no tiene lug'Jr en EsP'lll,¡
1\ (O".:';TI;I
'.1"", rJI'CC-:A I\U:--"_"
e.~
Lo,. el'.'"", \;(;,:'1
r..
313
entorno del poder regio. Las entradas de las nuevas soberanas, o las exequias
que "1 su fallecimiento se multiplican en distinros lugares de sus reinos, son
momentos especialmente significativos en los cU81~s su persona es exaltada
con an-iburos y símbolos solo comparables a lo, de su regio esposo, aunque
siempre proporcionados a su menor rango. Al menos desde época de Felipe If
se puede constatar una cierta conrmdicción en todas estas comparecencias
publicas: a medida que el soberano Tiende a ocultarse, rodeando su pcr'inna
de uru misteriosa lejanía que es la forma de expresión de su grandeza, su con­
sorte se convierte en protagonista del ceremonia] de la realeza) en la mejor
representante de su manifestación ante los súbditos. La creciente import.mcia
de los acros en los <l ue toma parte puede medirse en el marcado carácter Insti­
tucional que van adquiriendo, con representación de los estamentos y de Jos
organismos más signific.rrivos LlllL' de, alguna manera, hacen explicita con su
pleitesía que, debido al estreche, vinculo que la une al Rey, su esposa ha pasado
a formar parte de esa Monarquía impersonal y abstracta a la que se rinde culto.
Es precisamente esta intimidad la que' trasmite grandeza y las reviste de una
autoridad que posibilita que puedan representar al monarca durante sus ausen­
cias, como hacen Isabel de Portugal, Isabel ele Borbón o LUIS.l Gabricla de Sa­
boya, o que incluso puedan sustituirle en momentos de incapacidad temporal,
evitando que se altere el funcionamiento del estado. como es el uso de Isabel
Farnesio. l.a reina así, unas veces como gobernadora. rero otras sin que figure
este reconocmuento explícito, desarrolla una clara acción política y se convierte
en detentadora subsidiaria de poder. Pero incluso cuando 1J~ circunstancias no
favorecen una intervención directa, toma iniciativas. agluuna servicios y fideli­
dadcs. mulnpiica la presencia pública de su im.rge» a través de los aconreci­
nuenros que marcan su vida, matrimonio, nacimientos, funerales, onomásticas,
conforma cierra pautas de conducta e introduce modas, unas veces al margen :'
otras corno centro de la propia familia real qUe, sobre todo en el siglo XVIII.
cobra 'Un nuevo protagomsmc vsc nace especialmente presente.
2. LA LONFlCUR.A.CIÓ::\ DE \.:N E'iP.\CíCl y Dr'
L:''<AS CO\IPETENCIAS I:SI'ECÍl-'lCAS.
Fruto de este incremento en L1 dtrihucll'Jn de funciones es la delimitación
en torno suyo de un ámbito cortesano especffico dedicado a su servicio corno
es su Casa''. Formalizada por Felipe 11 para Ana de Austria, en 1575, sus rarees
se hunden, sin embargo, en la edad media, aunque entonces estaba formada
mayoritariamente por servidores de su país de origen. [su fue la paur.t que
todavía se siguió en la de la Emperatriz Isabel 1, que la formó a J.:¡ portuguesa,
Sol-re L\, peculiandudes el" 1;1 misma y 'u evolución pueden consult.uee lo ,lrric·lil", ele:
\li.S:,d'.:"
J. D~[ Río Barredo v ¡vI. v. Lópcv-Cordón (n fl volumen l'''Hdi­
nado por C"\II:'--CI' rt. 1(1'-'.;, e.- },lo¡¡drqlfia y Corte en fa España Modern". aneje II d 1",
Cuadernos el,' Hisr, >n.¡ .\1•. "1',:,.".1. 2U03.
1\1.
J.
Roc1rlSIJ~~
sr.
314
,'vIARiA VICTORIA LÓPF.Z-CORDÓN CORTEZa
y que poco tenía que ver con la de su homóloga la Católica que, como reina
propietaria, tenía otras características'. Aunque en todas ellas había varones,
se trataba de un espacio institucionalizado femenino, que debía atender al
servicio personal y velar por el estricto cumplimiento del protocolo que ro­
deaba a la soberana. La novedad que introdujo el Prudente fue que la estruc­
turó como la del rey y que la convirtió en un medio de integración, y también
de control, rompiendo los nexos con la servidumbre y el país de origen. A
comienzos del reinado de Felipe III, en 1603, como consecuencia de una su­
puesta conspiración en la cámara de la reina contra el duque de Lerma, se
dieron unas nuevas ordenanzas que no supusieron demasiados cambios, pero
que ratificaron esta intención. De hecho la voluntad de la interesada apenas
contaba a la hora de proveer los cargos de sus distintas secciones, incluso en
el caso de la propia cámara, que la que atendía en su servicio personal y esta­
ba compuesta exclusivamente por mujeres. De ella formaban parte la camare­
ra mayor, dueñas de honor, damas, guardas menores, azafatas, camaristas,
dueñas de retrete, además de ayas, lavanderas, labranderas, y mozas de distin­
to tipo, cuyo número fue creciendo a lo largo del siglo XVII. Todas ellas co­
braban salarios en dinero y en especie y solían ver recompensados sus servi­
cios con cargos, algunos en forma de dote, para sus familiares más directos.
Por su función y trato directo con la soberana la figura de la camarera mayor
era sin duda la más importante". Solía recaer en una dama de la aristocracia,
generalmente viuda, y con experiencia en la vida palatina, y por sus caracte­
rísticas su nombramiento estaba sujeto a intrigas políticas, bien fuera a través
de la presión directa del valido, que llegó a proponer para el mismo a su pro­
pia esposa, como hicieron Lerma o Olivares, o porque en él se reflejaba el
triunfo de una determinada clientela. Jugaba un papel fundamental en el
adiestramiento en las prácticas cortesanas y eran las intermediarias necesarias
para cualquiera de sus contactos. Aunque no todas las personas que lo desem­
peñaron gozaron de la misma influencia y aprecio, fueron quienes mejor co­
nocieron la intimidad de las reinas. A veces estas, por razones personales, se
inclinaron más por algunas de sus damas, que al ser más jóvenes se adaptaban
mejor a sus gustos y deseos de entretenimiento, aliviando así la extremada
severidad de que se las rodeaba. Hijas solteras de familias vinculadas a la no­
bleza y a la administración, muchas de ellas eran nombradas siendo niñas,
estaban sujetas a todo tipo de prescripciones, que con frecuencia incumplían,
y solo abandonaban el puesto para contraer matrimonio. En este estrecho
círculo en el que las mujeres, unas demasiado veteranas y otras inexpertas,
dominaban, las reinas se aburrían y echaban con frecuencia de menos las cor­
tes menos reglamentadas de sus países de origen. Esta queja, así como el deseo
i
MuÑoz FERt'-JANDEZ, A.: «La casa delle regine. Uno spazio político nella Castiglia del
Cuatroccento. en Genesis. Revista delta Societá italiana delte storiche, 1,2002, pp. 71-95.
(, LÓPEZ-CORDÓ:", ~1. V.: «Entre damas anda el Juego: las camareras mayores de Palacio
durante la Edad Moderna» en Monarquía y Corte en la España Moderna, cit. pp. 123-152.
,( ox-rnn« (I()" m
1''..:\ ',11'..:\ 1,'-: 1\ 11)\1) \>'1)!,{"~
J Li
de acomodarse mejor a los usos versallescos, motivó que Felipe V ordenara
que, a partir de 1714, las damas, fueran señoras de reconocida catcgor¡a. el­
sadas. y estrechamente vinculadas a otros cargos palatinos. Como las antip¡a~,
gozaban de salario y otros gajes, aunque sin duda era la cercanía al poder 1~"1
que mejor compensaba de las incomodidades de prestar servicios casi conti­
nuos. La Casa de la Reina fue suprimida por Carlos 1lI a la muerte de Maria
Amaba de Sajonia, como administración independiente, aunque sus cargos
específicos se siguieron manteniendo dentro de la Casa Real. Supuso la confi­
guración de un espacio preciso en torno a las reinas, que además de subrayar
su creciente dignidad, daba una cierta cobertura institucional al lugar preemi­
nente que ocupaban dentro de la Monarqufa. Su personal se rigió por Jos
mismos criterios de vinculación familiar, influencias y apoyos políticos que él
resto de los puestos cortesanos, pero por sus especiales características sirvió
para abrir la puerta a la presencia reglada de las mujeres en la vida de Palado.
Pero además de todos estos elementos, consustanciales con la propia fun­
ción, también hay otros que tienen que ver con la práctica de lo que, cada vrz.
tlL1S, es un oficio del que se esperan tanto acciones como comportamientos
precisos. No es fácil señalar cuando se comienza a perfilar el papel de 1J reina
corno intercesora de los súbditos v mediadora suya a la hora de consceuir mer­
cejes, pero este se va incrementando notoriamente a partir del siglo XVI, al
tiempo que su identificación con cierras prácticas de carácter religioso o carita­
tivo, que el ejercicio de gobierno () el deber de justicia impiden que desempeñe
su regio esposo, van cobrando una especial sigmficacrón. Un ejemplo muy signi­
ficativo de corno ve lleva a cabo este proceso es el de Margarita de Austria, mu­
jer de Felipe ID. \,1 desde 11lI1J., en SLl educación, [8 précuca t"L'[igiuS,l y el ejerci­
cio de la caridad rugaron un nnportanre papel. hasta el punto que fue su piedad
reconocida, según sus biógrafos, un') de sus principales arr.icnvos .1 la hora de
ser escogida para soberana española-o Se cumplían en ella dos condiciones pri­
mordiales que tauro ponderaban los tratadistas. [a de la csnrpc y ti de las dores
personales con las que se pretendía asegurar la calidad de L¡ descendía. Pero es
que, además, su virtud v rectitud de Si, componamicnro pronto empezaron a
servir de contraste frente " l.r corrupción de b corte y, cspccialrncnre, de algu­
nos ministros, cobrando "si un, dan función de ejemplaridad, no exenta de
intcncionalidad polirica ~~l)r parte de quienes más b celebraban. Pero nada de
esto hubiera servido S1 ¡W hubiera sabido ganarse 1<1 estima dé' su esposo que, tal
y como destacan algunos panigcnsras, ("1)!11Ú Andrés J~' Espinosa, no solo la
distinguía con su afecto SIlW que la consideraba 13 jova mas preciada do:' cuantas
poseía. Se producía así un fecundo intercambio a través del vinculo del matri­
monio: ella le proporcionaba Ja alegría v reposo que Unto necesitaba. v recibía
a cambio de Sil regio Cl"1llSL"1rT( una especial dignidad que la trasformaba. de tal
manera que, si el rcv era d pastor de su pueblo, su esposa podía también ser
- S.-'<"CHJ-.L. 1'\-1. S.. Tbc Imf!Tt:ss, the Queen and thc N/m, \)/omn and Power at tbe Ccert
[,IJI/ip 1Il o.fSpain, Balnmore. The johll'. Hopkin, Univcrciry Prcss, 1998, p. 71.
considerada b pavtora de su súbditov y, como tal, tenía sus propios cometidos
que desempeñar'. La doble imagen de esta princesa austriaca representa muy
bien h~ dos vertientes glle irán configurando el papel de la reina, con indepen­
dencia de su funcio» priomcna de asegurar la sucesión de la monarquía: de un
lado proporcronar tUI moddo de conducta femenina que concordaba bien con
la figura de b mujer fue rre de la Biblia. con la que frecuentemente se la compa­
ra, de otro, personalizar ciertas cometidos difusos que so.o pueden ejercerse
desde fuera del poder, desde escuchar consejos a velar Po" el hilen Gobierno,
pero que resultaban indispensables tamo para evitar la corrupción como para
dar satisfacción a los súbditos". En el primer caso, se destaca tanto su 'aboricsi­
dad, que le lleva a ejercitar SClS manos en labores comunes, a pesar de "ha posi­
ción, corno S1l prudencia, que testifica el silencio quc mantiene en ast.ruc», que
110 son de su con.petencu; en el segundo, se resalta su ecuanimidad, que se
refleja en el control de sus emocione, frente a la pasión o los mtcrcses espúreos
de los gcbern.mtcs. y su espíritu piadoso que le lleva a interceder contmuamen­
te ante Dios) el monarca por sus subd.ros y a incunarse más por la benignidad
que por la estricta aplicación de la Justicia. Ambos cometidos son específicos y,
también. diferentes respecte a los del monarca, CUY.l conducta no sirve de rete­
re'ncra potra los súbditos y cuva actuación esta previdid« J'o" h defensa de unos
intereses mucho más inmediatos.
3. Los FJF\·1Pl 0<;, A:JTlGUO<;,: HbTüRL\S .MnOLóCll-':AS y l'AR\BOL\S BÍBLICAS.
Una prueba de la creciente importancia que fue tomando .a figura de la reina
\" también de que sus funciones se fueron haciendo cada vez más explicitas la
cnconu auu» r-n el hecho de guesu imagen, real o simbólica, se multiplica,
adoptando distintas modalidades que constituyen en si mismas un irroorrame
resrimooic de esta evolución. Porque no se trataba solo de hacerla visible ante
sus parientes y vasallos, objetivo este que cumplía (:1 rerraro cortesano, smo de
representarla de manera que se manifestara el lugar privilegiado que ocupaba
en la Monarquía, así como les cualidades y atributos que C0l110 esposa del rey
le acompañaban. Para ello, y siguiendo los cnrerios propios de la época, nada
me-jor ql'f' recurrir ,::¡ [os mues p.ira tomar de elk'5 hisronas y figuras paradig­
máticos que sirvieran para caracterizar un modelo femenino del presente,
insertánoolo. al nusmo tiempo, en unos parámetros fácilmente reconocibles.
En esto panigenstas y artistas de todo upo, al redactar su:" elogios o diseñar
, Uf- F::Sl'LV)q, Andrés: SCnJ1Ófi el las honras de $11 Af<lif5tad i,) Rq'l1.1 Dcm.r ,\tla"g.ml<.l de'
Ailsln.l ;\;JJi'strCl ,'iCJ10r.1. "Fe 1,1 I!1I'Y "/S::;lle Urcoernd.id de Salamanca hi:::o en los 9 dios del mes
de !I()I'ic",Lrc dfl ,,,jo 1 ¡, 11, Ií. I-:i 1,
[H·. F..oRF:,C: \, Jerónimo: Serli1O!l que predICÓ a la ,\l<.l)cstad del Re:; Don Fet.pe 111 en las
¡.'I>IIras qUf Sr¡ .\LJI~st[l(! ;'.'I.~() a l.: Serentsnna tcevna O, -ña Alar,:;urita. su ¡¡!iJ¡1'1' que este en ;;tonel,
en San jerónimo el Real de Madrid a ! 8 de r!,)11Itmbrt: de It;¡ '. :YbdlJLl, 1",1 1_
L\
U)'~TI.;U_Ch_·h 1), 1."'(:\
RU'<''I
e, I -: iT)-\;") .\1':\1"":'-\
317
sus programas iconográficos, no hicieron más que seguir los consejos de los
humanistas que habían descubierto el valor que tenían las genealogías paga­
nas, a l.i hora de intentar una pedagogía personal y col-criva de cierro alean­
ce, cquiparándolas en importancia :1 ios exempla o parábolas bíblicas, y extra­
yendo de ellas verdaderas caracterizaciones morales. Unos y otros supieron
superar la complejidad del anecdotario de las fábulas antiguas y hacer una
lectura en profundidad de las mismas, en clave ética, que no solo no contra­
decía sino que reforzaba los valores dominantes. De !J. mayoría de ellas podf­
cm sacarse una serie de propuesr.s- concretas que respondían a las preocupa­
ciones del momento y, lo que todavía er.r mas importante. extraer un
importante material que servía para fundamentar, con la autoridad de la eru­
dición, ese conjunto de piezas de todo npo que rodeaba la rnanifesración del
poder monárquico r que bUSClbJ favorecerlo y halagarlo. Si los dioses y los
héroes paganos sirvieron par:'! representar el valor y las hazañas de los reves
cristianos sin que en ello hubiera ningún H~"U de contradicción, no es extraño
que para celebrar a sus esposas se recurriera al mismo procedimiento. Los
ejemplos son témpranos pero reiterativos en lo que a personajes y vignificados
se refiere. Así ]U.Ul de Mal Lera, en 1566, utiliz.i los tópicos clásicos para en­
comiar bs virtudes heroicas de una prmccsa, en este caso Juana de Austria,
pr-incesa de Portugal, hIJa del Emperador, madre y hermana de reyes v genui­
na representante de la grandeza de su Casa. Precedido de un elogio del género
femenino como capaz de arte, siguiendo las huellas de Safo, y de virtud, hace
una interesante contraposición entre la fortaleza de Hércules y la sutileza de
Psique que lleva consigo cordura, fidelidad, piedad, mansedumbre, paciencia.
Como ella, la protagonista, que ha heredado el claro juicio de su padre Carlos
\1, posee todas estas virtudes, a las que se añade Ll de haber sabido conciliar
hermosura física de Venus r la castidad dé Diana, deidades ,1 b" que corona
de guirnaldas en la portada y cuyo hermanamiento significa, en palabra- Lid
autor, la verdadera «gloria» de las damas':'.
En otros testimonios posteriores, escritos o pictóricos. las diosas siguen
siendo, indudablemente, las referencias preferidas para resaltar su posición
por encima de los demás morrales. Aparecen las dos ya citadas o la singular
Minerva, personificación de la sabiduría. pero también diosa vencedora de
vicios y tentaciones, por lo cual fue utilizada por jerónimo de Mora «para
expresar la, buenas virtudes de Id cristianísima Reyna y Señora Doña Marga­
rita de Austria- en la escalera del Palacio del Pardo, en l etl-l". Pero son, so­
bre todo, Demerer o Hera y Cibeles. las esposas del dios padre, las que más
,l' l.a I'svchc de r. Alal L¡r,1, !Jirigd.l a /,l muy Jlt..· j' muy poderosa SUÍ<J!.I Doria Juan.., 111­
faM., de la l:..;p.úias}' Pnnu·(ol de Portu!y¡(. e.a. l:i"óo, descripción l' comeuranu de
l)m,7cl <·11
él Cat.ilogo de la EXpOS1ó"n Felipe JI. ('11 in.rnarca y su época. F¡¡ Principe del R,"JO,mel¡t().
r.
'vl.rdnd, Sociedad Fvraral para la conmemoración de lo'> ccntcnanos
1998, pp. 6L""626.
l'
UJI',i: TORRIllb, R.: o/;. cit. [J. 317.
J~
Felipe JI ,. Carlos V,
318
,\URÍA VÍCTOR/A LÓl'EZ-COROÓN CORTEZü
proliferan, debido a que representan dos importantes objetivos: la fecundidad
y la abundancia. En cualquier caso, unas y otras simbolizan conceptos abstrac­
tos que las reinas encarnan y que los interpretes saben adecuar a las caracterís­
ticas específicas de cada soberana, o a lo que se espera de ella, para que resul­
ten fácilmente reconocibles. No es, desde luego, una casualidad que la Galería
del Cierzo del cuarto de la Reina en el Alcázar de Madrid, realizada en 1686,
estuviera decorada con el ciclo de Cupido y Psique, aunque, en este caso, más
que connotaciones festivas la historia servía de alegoría del alma y del amor
divino, tal y como era frecuente encontrarla en la literatura española de la
época, lo que le hacía plenamente representable en una «habitación de seño­
ras» 12. Si Minerva se utilizó para significar la persona y las virtudes de una
reina concreta, otro carácter distinto tuvo en otras obras en las que aparece su
imagen, como fueron las entradas de las reales consortes, en las que venía a
representar la juventud, la estirpe y la prudencia que se esperaba de ellas: así,
en su versión de Palas, fue la figura central de la decoración realizada para la
entrada de Maria Ana de Austria en Madrid en 1649, en la fuente de San Sal­
vador " e, igualmente, estuvo también presente en el arco de Santa María
levantado en la Corte para la entrada de la primera esposa de Carlos Il, María
Luisa de Orleáns, en 1680. La pintura representaba Palas bajando del cielo a
un templo, mientras los troyanos preguntan a Apolo, y venía a representar su
acción protectora sobre los griegos en la contienda, lo que era una alegoría
sobre lo que se quería de aquella princesa en la difícil coyuntura por la que
atravesaba la Monarquía española 14. Juno, sin embargo, fue la preferida en los
jeroglíficos para la decoración de la calle Platerías de Madrid, en 1690, con
motivo de la entrada de Mariana de Neoburgo, y la descripción que de ella
nos hace Palomino no puede ser más significativa:
«Enfrente estaba la diosa Juno en su carroza, tirada de dos pavones y co­
ronada como reina, cercada del arco iris, como diosa de la Serenidad y se le
puso este lema: Divum incebo Regina. ifelicidad fue hallar un poeta tan clá­
sico, como Virgilio, mote tan literalmente de la celebridad del día! Pues no
tiene voz que no sea esencialmente del asunto; aludiendo al cuerpo de la em­
presa con la Serenidad, no solo a inseparable epíteto de nuestra Serenísima
Reina, sino a la circunstancia de haber serenado, con la vista de su deseada
persona, nuestra impaciente esperanza, en las prolijas dilaciones de su feliz
arribo. Juntando a esta la alusión no solo del felicísimo nupcial consorcio, si­
no del real vínculo de consanguinidad, pues continuando el citado verso de
Virgilio, se halla que prosigue: Iobisque soror coniux, que parece la alusión
12 COSS10, J. M.: Fábulas mitológicas en España, Madrid, 1952, p. 257 Y R. López Torri­
jas, cit. pp. 363-364.
13 LÓPEZ TORRIJOS, R.: p. 317.
14 Descripción verdadera y puntual... de la entrada de Doña María Luisa de Barbón, B.N.M.
mss. 3927, ]4 Y López Torrijas, p. 318.
· \ COKSTRUCCIÓN DE UI\A
RUNA
EC'i LA EDAD .\10DER:\A
319
hasta cualquier especie de parentesco, como la hay entre sus majestades, y
atendiendo el ingenio a las referidas metáforas, le puso esta letra castellana:
De ]ove hermana y consone,
Serenando tempestades,
Entró reina de deidades-P.
Pero no son solo los ejemplos paganos. También las Sagradas Escrituras
proporcionan ejemplos de esposas y reinas prudentes, como Rut, Ester, Ra­
quel o Micol y, en ocasiones, de mujeres decididas, como Debora o Judit, que
en momentos difíciles habían sabido capitanear a sus pueblos y sacarlos de
situaciones comprometidas. Por su carácter religioso suelen ser las referencias
preferidas en los elogios fúnebres, en los que la excelencia moral debía quedar
siempre subrayada. De todos ellos se desprenden la formación de dos prototi­
pos: el de la mujer fuerte de la Biblia, la matrona emprendedora y activa, ca­
paz en un momento determinado de serenar el ánimo justiciero y la ira de su
regio consorte, intercediendo por los súbditos y propiciando la clemencia, y el
de la heroína, la fémina emprendedora y varonil, capaz de tomar la iniciativa
en circunstancias extraordinarias y de sobreponerse a las limitaciones de su
sexo. Dos figuras se repiten como modelos contrapuestos de estas abstraccio­
nes, la de la reina Ester, esposa obediente, pero también valedora de los inte­
reses de su pueblo, y la de Semíramis, la gran gobernante que lleva con mano
firme las riendas de su imperio, pero cuya reprochable conducta moral, sin
embargo, empaña la gloria de su memoria. Dos polos, por tanto, positivo y
negativo; dos arquetipos, el femenino y el viril, dos tradiciones, la judeo­
cristiana y la pagana. Las soberanas españolas se comparan indefectiblemente
con la primera, a la que se considera «la más heroica mujer que celebraron sus
gloriosos siglos»!", mientras que la relación con la segunda solo se establece en
el caso de las reinas propietarias que, como Isabel de Inglaterra, no están so­
metidas a la autoridad de ningún varón!".
En un mundo en el que el anonimato presidía la vida de las mujeres, inclu­
so en las más altas esferas, las reinas contaban con muchas posibilidades de ser
santas, tal y como puede comprobarse en el calendario cristiano y en los dis­
tintos Flos Santorum de la época. Su ejemplo resultaba en este caso especial­
mente oportuno ya que ellas, mejor que ninguna otra mujer reconocida, habí­
an conocido las dificultades de conciliar las obligaciones del trono y las
virtudes cristianas. En este sentido constituyen una verdadera genealogía que
sirve para resaltar la doble ejemplaridad que se exige a la soberana. Desde las
PALOMINO, El museo pictórico y escala optica.... pp. 661-662.
Pedro de Palacios, La Esther de España coronada en mejor reyno... Granada, s.a., p.16.
1" La mejor caracterización de este personaje nos lo dejó el teatro en la célebre Tragedia de
la gran Semiradis de Cristóbal de Virués (la última edición crítica de la misma fue realizada por
Vern Williamsen y pasado a forma electrónica en 1998), y en la no menos significativa La hija
del aire de Pedro Calderón de la Barca.
15
té
MARÍA VÍCTORIA L()PEZ-CORDÓN COlUEZ
más remotas como Santa Elena, madre de Constantino, o Cunegunda, a la,
más cercanas Catalina de Suecia y Margarita de Hungría (1045-93), o de Es­
cocia por su matrimonio con Malcolm III, cuyas cenizas trasportó piadosa­
mente Felipe II a El Escorial, sus leyendas proporcionan una serie de lugares
comunes en los que la defensa de la religión, la conversión del rey o de los
súbditos y la actitud mediadora están siempre presentes. Pero sin duda las más
celebradas fueron Isabel de Hungría (1207-1231) que, viuda en plena juven­
tud, repartió sus bienes y se retiró a un monasterio, e Isabel de Portugal
(1271-1336), eficaz intercesora en los conflictos entre su hijo y su esposo, que
terminó también en un convento y que, significativamente, fue canonizada
1625. Piadosas, obedientes y caritativas, discretas, pero perseverantes, rodea­
das de pompa, aunque deseosas de apartarse del mundo, su culto es algo ca­
racterístico de la edad moderna y una prueba mas de esa necesidad de dar una
dimensión moral y religiosa a la figura de la reina y de convertir su virtud en
fuente de autoridad.
4. LAS NUEVAS PROPUESTAS: LA GENEALOGÍA HISTÓRICA.
Pero no todo eran, ficciones literarias y modelos morales. Existía también
una tradición histórica que mantenía viva la memoria de muchas reinas del
pasado cuya actuación aparecía mencionada en las viejas crónicas o cuyo re­
cuerdo había sido salvado del olvido por sus propios contemporáneos, que las
habían convertido en puntos de referencia. Mujeres que habían vivido en un
pasado mas inmediato, cuya vida, como la de las santas, estaba rodeada de
leyenda, pero que a medida que su cronología se hacía más cercana tomaban
un perfil mucho más personal y preciso. También ellas fueron objeto de re­
presentaciones pictóricas y de elogios literarios, aunque sobre todo sirvieron
para proporcionar a sus sucesoras tanto una genealogía que las dignificaba
como unas formas de comportamiento. Para ello servían figuras de general
reconocimiento, como era el caso de Doña Blanca de Castilla (1188-1252),
regente de Francia durante la minoría de edad de su hijo Luis, que fue modelo
de prudencia política y que gozó de la admiración tanto de su país de origen
como del de adopción, como la más contemporánea, Doña Margarita de Aus­
tria que «gobernó Flandes «con destreza y saber varonil», y demostró bien
como en ella se hacían explícitas todas las virtudes de la dinastía. La Edad
Media, como no podía ser menos, fue rica en personajes notables como Doña
Sancha de Navarra, la célebre Doña Urraca, hija de Fernando 1 de Castilla y
hermana de Alfonso VI y, muy especialmente Doña Berenguela, hija de Alfon­
so VIII, esposa de Alfonso IX de León y madre de Fernando III, que «siendo
heredera legítima», no le cegó el poder, sino que renunció al trono a favor de
su hijo". Es verdad que en su historia había muchos puntos oscuros y que su
is Panegírico al glorioso San Fernando, Rey de España ... Alcalá, 1672, p. 24.
~."' CONSTRUCCIÓ"l Ue U"IA REl:-\"", E1\ lA EDAD "IClLJER:.JA
321
matrimonio fue anulado, pero nada de ello podía dar sombra a la grandeza de
un personaje que resultaba decisivo en la formación de la propia Monarquía
Hispánica. Los méritos de todas ellas, si bien fueron traídos a colación para
exaltar los de sus sucesoras, no recibieron, sin embargo, el pleno respaldo de
la erudición hasta que, en el siglo XVIII, el P. Flórez, convencido de la injusti­
cia de tenerlas «encerradas entre historias particulares de los reyes», decidió
reivindicar su memoria en su célebre obra Memorias de las Reynas Católicas,
publicada en Madrid en 1761. En la medida en que, desde entonces, constitu­
ve un verdadero punto de referencia, utilizado en todas las historias posterio­
res, merece que nos detengamos un poco en su contenido. El agustino, que no
oculta el carácter reivindicativo de su propósito, pretendía resolver mediante
la datación de las consortes reales los problemas de filiación y cronología de
ciertos monarcas, pero también rendir tributo a aquellas que, en unos casos,
gobernaron «con tal felicidad» y, en otros, demostraron «la prudencia, el celo,
la bondad» de sus caracteres, desempeñando con dignidad su regia función!".
Dedicado a la reina Isabel Farnesio, de la que hace un encendido elogio, des­
tacando las tres veces que ocupó el trono, es natural que sea su homóloga
Isabel de Castilla la que más le interese y la que mejor le sirve para conformar
un modelo de reina. Tomando información del Carro de las Damas, de Si­
güenza y Varela, da carta de naturaleza a las anécdotas más conocidas sobre la
juventud de esta soberana, destacando que se crió «sin delicias, para formar
una mujer robusta», que buscó un confesor rigurosos en Fray Hernando de
Talavera y que unía una buena «instrucción» con un «claro y penetrativo in­
genio»?". En este sentido, la descripción de sus cualidades físicas y morales va
más allá de su persona concreta, logrando trazar un arquetipo de conducta
regia, en el que no faltan algunas connotaciones muy dieciochescas:
«En sufrimiento fue tan superior a las demás mujeres que ni de los dolo­
res de parto se quejaba. Cubría el rostro para no desairar con algún dolor la
majestad. Lance hubo de caminar acelerada de una a otra ciudad y no sus­
pender las marchas, sin embargo de malparir en el camino; no se sabe si era
más la prontitud en acometer que la constancia en acabar. Fue muy sobria
en la comida y bebida y el vino nunca lo probó. Era amiga de la fama (lo
que la empeñaba en cosas grandes), enemiga de las supersticiones. Irrecon­
ciliable con los enemigos de la fe; celosa en dar buenos prelados a la Iglesia;
amante del culto divino; atenta a la justicia, pero sin olvidarse de la miseri­
cordia. Mostraba especial amor a las personas religiosas, haciendo mucho
bien a sus casa; protegía a las gentes de letras para ilustrar con ellas a la na­
ción y, en fin, tenía en sí un conjunto de prendas, cual se requiere para
formar una heroína»:".
P.: Memoria de las Reynas Católicas... pp. 156 Y430.
Ibídem, p. 774.
Ibídem pp. 788-789.
19 FLÓREZ,
lo
21
322
7\L"RíA VíCTOR!1\. LÓPEZ-CORDÓl\ CORTEZO
Señora propietaria de su reino, que en asuntos de estado tuvo «más viveza
y penetración que el marido»?", nunca olvidó su condición de mujer, llegando
su prudencia al punto de que «mandaba de tal suerte» que parecía que quien
lo hacía era su esposo. Es esta sabiduría en combinar un ánimo varonil con las
obligaciones propias de su sexo lo que más asombra a su biógrafo, que celebra
su condición de madre fecunda y mujer abnegada, a quien las preocupaciones
de su cargo no impedían aplicarse a las labores femeninas por excelencia, el
huso y la rueca".
Siguiendo sus trazas, sus sucesoras, consortes de los Habsburgos, de alguna
manera caracterizan, en mayor o menor grado, algunas de sus excelencias:
Isabel de Portugal, gobernadora de España, se distingue por su honestidad y
recato-"; Ana de Austria, «enemiga de la ociosidad como todas sus predeceso­
ras», por su afición a bordar-"; Margarita de Austria por su devoción e Isabel de
Barbón resulta no menos inclinada a las cosas sagradas. Ninguna de ellas cum­
ple funciones precisas de gobierno, pero eso no empaña su recuerdo porque
supieron cumplir su función sucesoria y ejemplarizadora a la perfección. Quizás
por ello resultan interesantes las críticas que se vierten sobre la regente de Doña
Mariana de Austria, cuyo ejercicio del poder no estuvo a la altura de las cir­
cunstancias debido a la desacertada elección de sus validos". Su condición de
historiador le lleva a no rehuir enfrentarse con el presente y, por ello, incluye
también a las reinas más inmediatas, María Luisa Gabriela de Sabaya, la propia
Isabel Farnesio, Barbára de Braganza o María Amalia de Sajonia. Constituyen
eslabones importantes en una genealogía que pretende servir de referencia para
el futuro y que tiene el mérito de insertar plenamente a estas mujeres en la his­
toria española: cada una de ellas en sus circunstancias concretas y con su propio
perfil, tal y como la interesante galería de retratos que acompaña la obra, repre­
senta. Sin embargo, esto no es óbice para que todas ellas se adecuen perfecta­
mente al modelo de mujer piadosa, esposa obediente y madre amantísima, en el
caso de serlo, se ha ido creando de sus predecesoras desde otras fuentes. Siguen
siendo el lado humano de una Monarquía que, entonces, llega a su cenit, las
mediadoras naturales ante el rey, por su inclinación a la benevolencia, y las
protectoras de la religión. Son, además, las correctoras naturales de ese inevi­
table distanciamiento que la grandeza siempre produce.
La obra de Flórez, pese a no ser una investigación de primera mano, o preci­
samente por eso, es la expresión más acabada de un proceso que no solo va defi­
niendo sino que, también, integra la figura histórica de la consorte regia en una
historia nacional que, precisamente, se está elaborando entonces. El hecho mismo
de destacar su papel es una inducción del presente pues, como el mismo recono­
Ibídemp.816.
Ibídem p. 818.
24 Ibídem p. 859.
" Ibídem p. 896.
'6 Ibídem p. 947.
22
23
LA CONSTRUCC1Ó:" DE U:\A RE]"A E"J LA EDAD \!ODER:\,",
323
ce, las "benignas influencias» de Isabel Farnesio nunca pasaron desapercibidas a
sus súbditos". En la medida, además, en que la institución familiar cobra una
proyección peculiar en las monarquías del siglo XVIII, su obra, que no está aisla­
da en el panorama europeo de la época, adquiere una significación especial?".
Pero no solo las reinas españolas sirvieron como punto de referencia. Para
los propios contemporáneos Maria Tudor, María Estuardo o Isabel de Inglate­
rra trascendieron su realidad concreta y se convirtieron en verdaderos estereo­
tipos de virtudes y maldades, teñidas de la pasión política y religiosa de la épo­
ca. Aunque fuera española de nacimiento, Ana de Austria, en su condición de
regente de Francia, también constituyó, a su modo, una referencia bastante
reiterada y de sentido ambivalente?". Todas ellas van tejiendo un sistema de
referencias históricas cada vez más precisas con el que se va diseñando un perfil
de comportamiento que se ofrece a la consideración de la soberana para que lo
imite y a los súbditos para que interpreten las claves a través de las cuales se
manifiesta. En él se explicitan perfectamente los dos modelos que se han ido
forjando por distintos conductos, ya fuera el clasicismo humanista, la tradición
bíblica o la memoria del pasado: el de las reinas fecundas, esposas abnegadas e
intercesoras de los súbditos, y el de las soberanas decididas, que trascienden su
naturaleza femenina y son capaces de afrontar las dificultades de su tiempo.
5.
LA DOBLE REPRESENTACIÓN DE LA REINA.
La historicidad de las imágenes de las reinas y voluntad de ejemplarizar sus
vidas, al contrario de lo que ocurre con los monarcas cuya sacralización impide
que sirvan de modelos a los súbditos, permite que en ellas se encarnen, aunque
sublimados, los ideales de mujer vigentes en cada momento. Es decir, de la mis­
ma manera que la representación del rey no es estática, sino que evoluciona del
perfecto caballero al buen gobernante, sometido a las cargas de un oficio que,
como todos, está sujeto a dedicación y reglas, las consortes reales se van ade­
cuando a los paradigmas temporales que mejor expresan las cualidades que una
dama debe poseer y son objeto de un duro aprendizaje. El traslado de las prome­
tidas niñas a las cortes donde después van a reinar, o las lecciones aceleradas que
reciben, una vez desposadas, al trasladarse a ellas, no son anécdotas de costum­
bres antiguas sino la expresión de una realidad: la voluntad de conformadas
para encarnar el prototipo de reinas cortesanas que las monarquías de aquel
tiempo necesitan. No se trata, por lo tanto, de un modelo común, sino adecuado
al medio en que se desarrolla su vida, lo que explica que en él se combinen ca­
racteres que pueden ser propuestos a la generalidad de las mujeres, junto a otros
Ibídem p. 998.
Un interesante antecedente es la de José Barbosa, Catálogo cronologico, historico, genea­
lógico e critico das rainhas de Portugal e seus filos... Lisboa, off. J. A. Sa Sylva, 1727, 491 pp.
29 B.~. Mss. 18208, ff. 80-84.
27
2S
324
MAJZÍAVÍCTORJA LÓPEZ-COROÓN CORTEZO
que son específicos de su función y de su rango. La crisis, sin embargo, de estos
últimos será perceptible en los años finales del siglo XVIII, durante los cuales
llegó a ser un lugar común el cuestionamiento del comportamiento de las reinas
debido, entre otras cosas, a que tanto su crítica como su apología se impregna de
los valores femeninos vigentes en aquella centuria. En este sentido podríamos
decir que, las críticas al absolutismo, también alcanza plenamente a las sobera­
nas, que tendrán que aprender a adecuarse a las nuevas pautas.
Piadosa, mediadora, discreta, obediente, como ya hemos señalado, son las
virtudes que deben acompañar a la esposa del rey, para poder brillar con luz
propia en el ámbito específico que se le ha reservado. Pero no bastan, porque
también están necesitadas de ciertas capacidades que le permitan ejercer en un
momento dado como gobernantes, mediar en conflictos dinásticos y cortesa­
nos y, proporcionar consejo, si se les requiere, de ahí que, cada vez, se valore
más la educación que deben poseer y que la prudencia sea en ellas no solo una
virtud moral sino política. Más que las consortes de los primeros Austrias,
fueron sus hermanas y sus hijas las que gozaron del prestigio de una buena
formación humanística y de una clara inclinación por el mecenazgo. La reina
Margarita, aunque supiera latín, nunca fue alabada por sus cualidades intelec­
ruales", por lo que una de las primeras reinas que fue calificada como «sabia»
fue Isabel de Barbón. Según sus elogios fúnebres, siempre grandilocuentes
como es habitual, le acompañaron en vida las más latas virtudes y, entre ellas,
la prudencia, pero lo interesante es que la ejerció en «todas las dificultades, así
en materia de gobierno como de cosas comunes»']. Esta prudencia provenía
no solo de sus cualidades naturales, sino de la experiencia y el estudio. Gra­
cias a ambas su formación se forjó de dos maneras, de viva voz, a través del
contacto con su esposo, del que aprendió que para la conservación del estado
«era necesario la oreja y el ojo», y por sí misma, a través de los libros, «los
cuales no adulan la verdad», y a los que era muy aficionada. Conocía su len­
gua natural, la francesa, además de la española, y algo de italiano y latín; pro­
curaba leer libros piadosas de los que extraía buenos consejos y sabía aprove­
char la experiencia sacada de acudir a la audiencia de sus vasallos, ya que «de
este conocimiento se originó el perpetuo entendimiento y orden de los nego­
cios que despachaba», no cayendo nunca en «la débil flaqueza mujeril», sino
revistiéndose «de un aire varonil, más en las cosas adversas que propicias».
Valerosa en tiempos de guerra, defensora de la paz, «nunca se metió más que
30 DE Gun,¡AN, Diego: Reyna Católica: Vida y muerte de Doña Margarita de Austria, Reyna
de España, Madrid, 1617. Ver también la semblanza que de ella hace M. J. Pérez Martín, Mar­
garita de Austria, reina de España, Madrid, 1961 y la que se desprende del estudio ya citado de
M. S. Sánchez,
11 MICHELl MARQuEz, José: El cristal más puro representando imágenes de divina y humana
política, para exemplo de los Príncipes, labrado de las acciones ... de Isabel de Barbón, Reyna de
España... Zaragoza, 1644.
LA CONSTRUCCIÓN DE U!'\A kEI:\TA EN LA EDAD MODERNA
~
7 ­
J_)
en lo que convenía», ya que "aún teniendo el mando, siempre reconociades el
poder de vuestro amado monarca y esposo»:".
Su imagen poco tuvo que ver con la de su sucesora Mariana de Austria, ca­
racterizada unas veces como pusilánime, llorosa o de frágil salud y otras como
viuda disipada, ambiciosa, intrigante y codiciosa. Condiciones todas ellas per­
sonales, pero no privadas, ya que de ellas derivaban su propia imagen como
gobernante. Se le acusa de actuar como si el reino fuese suyo, de desatender
sus obligaciones, ocupándose solo de cosas banales y de convertir el Alcázar
en una plaza pública llena de mujeres en la que no se respetaban las rigurosas
reglas que lo regían". Su condición de extranjera, compartida con las anterio­
res consortes, se utiliza en contra suya, acusándola de estar más atenta a los
intereses de su propia familia que a los de los españoles e, incluso, se la desca­
lifica como madre, para justificar la defección que se predica. Aunque el gran
argumento que siempre se maneja es el de su incapacidad para sobreponerse a
las limitaciones de su sexo:
«Ay de ti España, que desde que te gobierna mujer estás gobernada por
la ambición, la luxuria, el odio, la impiedad y la avaricia que son el centro
de tu rectitud y del auxilio que ha necesitado de tantos para obrar lo que no
pudo por sí sola, se ha seguido necesariamente la ruina de tu estado... ,,34.
Aunque la historiografía nunca se refiera a ello, los testimonios de que la
forma de gobernar de la regente, aunque siguieron las pautas marcadas por
sus antecesores, fue percibidas como distinta, en virtud no de diferencias obje­
tivas, sino de carácter personal, por su condición de mujer, son abundantes.
Por esta misma razón las consecuencias de su política tuvieron mayor alcance:
mientras que los reyes se mantuvieron siempre fuera de las intrigas del poder,
manteniendo intacto su prestigio, Mariana se vio implicada en ellas, compro­
metiendo su autoridad y ofendiendo a la nobleza, que conspiró contra ella.
Cometió errores, pero fue sobre todo su sexo lo que distorsionó la percepción
de sus actos ya que lo que parecía aceptable en la reina consorte, la mayor
humanidad del personaje y su adecuación al modelo de esposa, resultaba into­
lerable en la regente". No fue una reina sabia, y su ánimo, a pesar de los es­
fuerzos de sus partidarios para demostrarlo, nunca fue varonil, de ahí que,
como Esther, "paloma en medio de los gavilanes»:", nunca llegara a ser perci­
bida como lo que era, un monarca en funciones.
Que las reinas jugaban un papel importante en la propaganda dinástica lo
demuestra el caso de María Luisa Gabriela de Sabaya, la primera esposa de
ibidem f. 17v.
B.N. mss. 18196, f. 95 .
.14 Perdida de España por Mariana ... B.N. mss 17912, f. 143v.
35 LÓPEZ-CORDÓN, M. V.: «Mujer, poder y apariencia o las vicisitudes de una regencia» en
Studia Histórica. Historia Moderna, vol. 19, 1998, pp. 49-66.
l6 PALACIOS, Pedro: La Esther de España coronada en mejor reyno... Granada, s.a. p. 16.
,2
\3
:vlARíA VÍCTORJA LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO
326
Felipe V. Gozó de muy buena fama y supo ganarse el aprecio de los españoles
que apoyaron a los Barbones. Fue «otra Raquel», a la que su extremada juven­
tud no impidió ejercer responsabilidades políticas en ausencia del Rey, que le
valieron los mayores elogios'? Trabajadora, experimentada y seria, sus deci­
siones, al decir de Alberoni, «no eran propias de su edad ni de su sexo-", por
lo que pasó a ser también una referencia obligada. Aunque la más activa y,
también, polémica de todas fue, sin duda, Isabel de Farnesio, en cuya repre­
sentación se concilian todos los precedentes: devota, retirada, Job femenino,
llena de fortaleza y decoro, princesa sabia con conocimientos y lenguas, al
decir de sus panigeristas, cultivadora de las bellas artes, y por si fuera poco,
llena de virtudes, como Raquel, y fecunda como Lía. Ninguna como ella
combina el cuidado de su propia familia y la atención a los asuntos de estado,
«encaminándolo todo al bien de la Monarquía»?". La italiana es, a pesar de la
fecha de su muerte, 1766, la última de las reinas sabias:
«a la viva voz de sus maestros había adquirido muy amplias ideas y co­
nocimiento del genio de las leyes, de las religiones, de las costumbres y del
gobierno y de la política de las naciones cultas del mundo, señaladamente
europeo» 40.
Hablaba toscano, francés, latín y español, sabía gramática, retórica, histo­
ria, filosofía música, pintura y sistemas celestes, y por si esto fuera poco,
«hecha un argos sobre su real amabilísima prole, sobre el Palacio y fami­
lia, sobre el estado y los pueblos, nada perdía de vista»?".
En ella, las virtudes públicas se veían reforzadas por las cualidades personales:
era una nueva heroína, porque resultaba a la vez,
«tan madre y reina
que piadosa y capaz sabes,
como reina gobernarnos,
atendernos como madrev':'.
F GARCÍA, Francisco: Oración fúnebre por las reales exequias que en 1,1 muerte de Nuestra
Señora la Serenísima Reyna Doña María Luisa Gabriela de Sabaya consagró a su inmortal fa­
ma ... la muy noble y fidelísima ciudad de Corella. Zaragoza, 1714.
l ' NREZ SAMPER, M. A.: Poder y séduccion. Grandes damas del siglo X',lIII, Madrid, Temas
de Hoy, 2003, p. 86. La mejor biografía de esta reina es debida también a la pluma de esta
autora, Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza Janés, 2003.
19 ARIAS SOMOZA, A.: Oración fúnebre en las reales exeqUIas de la Reyna Madre Nuestra Se­
llara Dona Isabel Farnesio ... Santiago, 1768, p. 21.
40 Ibídem p. 11.
41 Ibídem p. 12.
41 BENEc;Así, J.J.: Panegíricos de muchos, envidiados de no pocos ... Madrid, 1755.
-. CO?\:STRUCClON DE U:\A REIN,-\ EN L-\ EDAD \lüDERNA
327
También Bárbara de Braganza fue, a su modo, una mujer sabia, cabal no
solo en las virtudes, sino en la «dignidad», como nueva Betsabé. Conocía va­
rias lenguas y estaba dotada de «grande entendimiento y felicísima memoria»,
simbolizando no solo la mujer fuerte sino también la reina virtuosa y discreta.
Su papel público, participando con el rey en el despacho de los asuntos del
reino, se resalta de forma clara, hasta decir que,
Quien viere pues a nuestra reina, no solo ocuparse en el gobierno de pa­
lacio, sino también despachar los negocios públicos de un reyno, no la gra­
duaría de mujer, con más justicia la llamaría varón; a lo menos podría lla­
marse una mujer fuerte y varonil; una mujer que para todas las cosas, aun
las de gobierno es-:",
Comparado con su cuñada y su suegra, el caso de María Amalia de Sajonia,
resulta muy distinto. Nada en sus elogios fúnebres hace referencia a sus virtu­
des públicas, sino que todos ellos se centran en sus cualidades personales y en
su ejemplar cumplimiento de sus funciones de esposa y madre:". Caritativa y
misericordiosa, sus manos siempre estuvieron ocupadas en tres cosas: la aguja,
el libro (piadoso) y el bolsillo. Lo primero para desterrar el ocio, lo segundo
para aleccionar su espíritu, lo tercero para socorrer al pobre", Servía de
ejemplo a damas y camaristas, se ocupaba de la buena educación de sus hijos y
se distinguía por su sencillez y afabilidad, la cual llevó al punto de no querer
ser embalsamada". Su vida uno de sus panigerista la resume en una significa­
tiva frase: «La mujer, aunque sea reina, en casa parece bien»:".
Al contrario que sus inmediatas predecesoras cuyos conocimientos y afi­
ción a las artes les permitía ser el centro de la Corte, el modelo que encarna la
esposa de Carlos III es mucho más cercano, hasta el punto que puede propo­
nerse a las mujeres de su tiempo, por muy alejadas que estuviesen de las com­
plejidades palaciegas. Era modesta, recatada y obediente, quiso ser religiosa
pero se casó por obediencia, conservando siempre el gusto por la oración y las
prácticas piadosas. De su vida recogida y sacrificada, se destaca ante todo la
dedicación al cuidado de sus hijos, y muy especialmente de las infantas, «de
manera que ni en el convento pudieran tener mejor cultivo», «corrigiéndoles»,
«castigándoles» y «atándoles a la labor», como si de personas corrientes se
4i GARCÍA CARO, A.: Sermón fúnebre predicado en las honras por nuestra Católica reyna
Doña Bárbara de Portugal ... Madrid, 1758.
"" BUERa, Manuel: Declamación triste, fúnebre discurso y prudente elogio. Oración de hon­
ras de la Augusta Reyna María Amalia de Saxonia que dixo ... Madrid, 1760.
"5 Andrés de la Ascensión, La Reyna del mayor mundo exaltada al trono real de las virtu­
des> avasallada toda la enemiga de las pasiones. Oración fúnebre en las Reales exequias que en la
muerte de la Reuvna Nuestra Sellara Doma María Amalia d Sajonia ... celebró el Real y Supremo
Consejo Navarro, Pamplona, 1760.
"6 BUERa, Manuel: ob. cit.
"7 Ibídem.
328
MARíA VíCTORIA LÓPEZ-CORDC)N CORTEZO
tratase": Por eso a Bernardo de Ribera le sirve muy poco, a la hora de las
comparaciones, el ejemplo de Semirámides, cuyas hazañas, si bien pueden
servir de estímulo a las damas, sin embargo «su heroicidad tropieza con un
desmán feísimo y vicio abominable»?". Además de atender sus funciones de
esposa y de madre de sus hijos y de sus vasallos y de «reina de si misma», des­
empeñó a la perfección una de las obligaciones que por su puesto le corres­
ponden: la de instruir al futuro monarca. Por todo ello no le cabe ninguna
duda de que los españoles,
«logramos en su soberana persona aquella perfecta casada que describe
con tanta elegancia y solidez el famoso agustino Fray Luis de León»5o.
Aunque la historia no fue benévola con la fama de su nuera María Luisa de
Parma, de todas las soberanas espaií.olas fue la que mejor organiza su propia
propaganda, celebrando numerosos acontecimientos de su vida, desde la bo­
da\[ a sus numerosos partos'", e institucionalizando los elogios que se hacían
con motivo de su onomástica, a partir de 1794. Estos que solían encargarse a
una de las socias de la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense,
servían tanto para el lucimiento de éstas, que lo pronunciaban en público,
como de pleitesía hacia una soberana que, precisamente, en esos mismos afies
empezaba a estar seriamente cuestionada tanto por determinados sectores de
la Corte como fuera de ella. Sin embargo, la «heroína parmesana que Espaií.a
tanto venera-S' aparecía en ellos, siguiendo la tónica de las piezas anteriores,
como «esposa tierna, madre eficaz, reina benéfica que, en el silencio de su
retiro, se dedicaba a promover el bien y la prosperidad de cuantos la rodea­
ban»:". Adornada de todas las «virtudes domésticas», estas trascendían del
estrecho círculo de sus más allegados para irradiar a toda la sociedad. Capaz
de «heroicas acciones», protectora y benéfica, todo en ella era «afecto mater­
nal», tanto cuando se preocupaba por los hijos propios como cuando sufría
por la «preciosa sangre de sus vasallos» derramada en la guerra. Aunque sobre
todas sus virtudes predominaba el ser la «alegría y apoyo de su real esposo»".
~s
DE LA ASU::\SIóN, FI. A.: La reyna del mayor mundo... cit. p. 26.
BFR1\JARDO DE RIRERA, Manuel: La sabiduría de las reinas. Oración que en las reales exe­
quias a la piadosa memoria de la muy augusta señora Doña María Amalia Walburga de Sajo­
nia... Barcelona, s.a.
,,, Ibídem p. 4.
) 1 Sonoros regocijos, octavas [acoserias ...con el motiuo de las felices bodas de los Serenísi­
mos Príncipes de Asturias, (1765) A.H.N. Consejos, lego 50819. lib. 428.
,2 La prensa de la época publicó alguna de estas piezas, como el Soneto en elogio a la fe­
cundidad de la Reina ... y las Décimas aparecidas en Diario de Madrid. el 22 de febrero de 1791.
c; HIDALGO, José: Luisa por templo del solo el sol por templo de Luisa. Loa metafórica que
en festiuo elogio del feliz nombre de nuestra real Princesa Doña Luisa de Borbón... representa la
compañía cómica de esta augusta e imperial ciudad de Zaragoza ... Zaragoza, 1774.
54 Marquesa de Fuerte Hijar, Elogio a la Reina Nuestra Señora... Madrid, 1798
'5 Marquesa de la Sonora, Elogio a la Reina Nuestra Señora... Madrid, 1796, p. 2, 12 Y 16.
~9
· .; Ul)JSTRUCCIÓN DE UNA REINA EN LA EDAD MODERNA
329
Pero como quienes le dirigían estos elogios eran conscientes de que una sobe­
rana, más que por dones naturales, debía ser alabada por la «utilidad pública»
de sus acciones", también destacan su importante papel en la Corte, su em­
peño por contribuir a la ilustración del reino e, incluso, su atención al gobier­
no, aunque en este caso, se deja muy claro que su intervención nunca es directa,
sino que se limita a sugerir, «con su fino discernimiento», que se incorporen
hombres dignos a las instituciones o a dar ejemplo, sacrificando muchas co­
modidades en los momentos de dificultad. La reina había impulsado genero­
samente el funcionamiento de empresas tan significativas como la inclusa y, lo
que todavía resultaba más meritorio, no había dudado en entregar la mitad de
su bolsillo secreto y de sus alhajas para las «urgencias de la nación», remedan­
do lo que hicieron algunas de sus más ilustres predecesoras'", A pesar de tan­
tos méritos, sus virtudes, señala con énfasis la Condesa de Castroterreño, no
son, sin embargo, las que celebran los hombres, porque no provienen de la
heroicidad, sino de la humanidad, por eso, añade,
'<no fundo yo el elogio de su beneficencia sobre aquellas mercedes secre­
tas con que alivia y socorre a su familia, y que se contienen dentro de los
muros de Palacio, ni sobre aquella atención maternal con que procura la co­
locación y establecimiento de las personas que tienen la dicha de servirla;
sus beneficios domésticos pudieron hacerla ama virtuosa; la beneficencia
pública la hace ser admirada como reina. Todo establecimiento dirigido al
bien de la humanidad indigente encuentra en ella una protectora, pudién­
dose decir que el Monarca la hizo dispensadora de esta porción exquisita de
la soberanía. Infundadamente se pensaría que yo disminuyo la gloria del rey
al atribuir a su augusta esposa la fundación de tantos establecimientos útiles
como se formaron bajo su reinado. La beneficencia es una virtud propia de
las reinas que los pueblos esperan de ellas en todos tiempos y que los reyes
buenos miran con gusto en sus esposas»>",
El ciclo de las reinas del Antiguo Régimen se cierra con Isabel Francisca de
Braganza, y María Josefa Amalia de Sajonia, la segunda y tercera esposa res­
pectivamente de Fernando VII. Aunque la primera fue calificada de «mujer
fuerte», devota y modesta, pero capaz de habilidades tanto manuales como
intelectuales que le hacían destacar en las artes, las lenguas y la música, su
mayor timbre de gloria no fueron sus conocimientos y «su ingenio penetran­
te», sino su amor y entrega al rey, al que siempre se acercó «con aquel confia­
do temor que la bella Esther (tuvo) al gran Asuero-"; Enemiga de galas y dis­
Ibídem p. 3
Marquesa de Fuerte Hijar, cit. p. 12
ss Condesa de Castroterreño, Elogio de la Reyna Nuestra Señora... Madrid, 1801, pp. 18 Y19.
59 JUAN GONZÁLEZ, José: Oración fúnebre que en las solemnes exequias celebradas por el
Exmo. Ayuntamiento de esta muy noble, muy leal, muy heroica, imperial y coronada villa de
.'vladrid por la sentida muerte de Nuestra Augusta Soberana Doña María Isabel de Braganza y
Barbón Madrid, 1819, p. 18.
56
S7
330
MARÍA ViCTORIA LÓPFZ-CORDÓN CORTEZO
pendios, siempre se opuso a que se le compraran caras alhajas, prefiriendo en
cambio proteger las ciencias y las artes y practicar la beneficencia, sirviendo
con ello de ejemplo a «las señoras de distinción-'". Espíritu conciliador, no
solo ahuyentó «las domésticas disensiones», sino que fue capaz de miras más
altas llegando a entregar sus alhajas para financiar la expedición que se dirigía
a pacificar América?'. De la segunda, «inocente joven», «princesa amable y
piadosísima» y «perfecto modelo de virtudes cristianas», se destaca también
que fue «incansable protectora del desvalido» y que huyó de «toda clase de
seducción y vanagloria», logrando una reputación intachable, lo cual, a juicio
de su panigerista, «es mucho más notable en esta época en que a la Corte na­
da perdona la malicia que avizora-F. Cumplió perfectamente su papel de
«tierna esposa» y reina ejemplar, ya que, estando también a cargo del estado
el promover la pureza de las costumbres, ella «santificó a la corte y al Imperio
español, santificándose a sí misma-s".
6.
DE LA JUSTIFICACIÓN DINÁSTICA A LA LEGITIMIDAD HEREDITARIA.
Con la excepción de Isabel la Católica todas las reinas españolas de la Edad
Moderna fueron consortes reales y esta fue la consideración que recibieron en
la publicística de la época. Aunque algunas desempeñaran temporalmente
cargos de gobernadoras, esto implicaba responsabilidades, pero no cambio de
estatus por lo que ni su consideración, ni su rango, variaron. Solo en el caso de
Doña Mariana se produjo una cierta ambigüedad sobre qué debía prevalecer en
su tratamiento y en la posición de su servidumbre, si su condición de reina viu­
da o su dignidad de regente, situación que se logró resolver, en el terreno sim­
bólico, representándola siempre al mismo nivel que su hijo, compartiendo con
él corona y cetro, y en el más práctico del orden de Palacio, manteniendo inva­
riable la etiqueta de sus Casas". Su condición de madre había sido el argumen­
to primordial a la hora de confiarle la tutela de su hijo: esta practica se había
acabado imponiendo en el ordenamiento común y reposaba tanto en el recono­
cimiento de la fortaleza de los vínculos materno-filiares como en el convenci­
miento de que nadie velaría mejor por los intereses de un menor que su propia
progenitora. En su caso también se quería evitar también que surgiera cualquier
pretensión ajena a la legitimidad hereditaria encarnada por el débil Carlos Il,
para lo cual Felipe IV, en su testamento, le trasfirió plenos poderes para gober­
6ü DE ARBIZU y ECHEVERRIA, Xavier María: Lamentación y afectuoso sentimiento que la
Muy noble y muy leal ciudad de Pamplona, cabeza del fidelísimo reino de Navarra, consagró a
la memoria de la Señora Doña Isabel Francisca de Braganza y Barbón... Pamplona, 1819, p. 80.
61 GONZALEZ, José Juan: Oración fúnebre ... cit. p. 28.
62 GONzALEZ, Francisco Antonio: Oración fúnebre en las solemnisimas exequias celebra­
das... a la digna memoria de Doña María Josefa Amatia de Sajonia ... Madrid, 1829, p.16.
6.1 Ibídem p. 18.
64 LÓPEZ-CORDÓN, M. V. «Mujer. poder y apariencia... », ob. cit. pp. 54 Y56.
" ,-O:\,STRUCClÓN DE UNA REINA E"'LA rUAD \10DERi'\A
331
nar «en la misma forma y con la misma autoridad que yo lo hago})65. Pero si
todo ello daba una sólida base legal a su nombramiento, que nunca fue puesto
en duda, no bastaba para contrarrestar la desconfianza que su condición de
mujer inspiraba y que, en definitiva, terminará prevaleciendo.
Pero no solo se llegaba al poder a través de la maternidad. También cabía
la posibilidad de que hubiera reinas propietarias y, de hecho, no faltaron oca­
siones en los siglos modernos en que estuvo a punto de suceder así. Esto obli­
gó a que los tratadistas se plantearan, siempre con reservas y en menor medi­
da de lo que las circunstancias aconsejaban, está contingencia, abordando una
cuestión que, a pesar de 10 explícito de la legislación castellana, hasta la in­
troducción de la ley sálica en 1713, no dejaba de plantear ciertas dudas. El
principio era muy claro: la legitimidad sucesoria debía predominar sobre el
sexo y el derecho de la hija prevalecía sobre el de cualquier varón de una ra­
ma colateral, pero nadie, ni los propios reyes, ocultaba que se trataba de una
solución poco conveniente por los riesgos políticos que comportaba. Con la
claridad que le caracteriza, el P. Mariana fue uno de los que abordó el pro­
blema, reflejando muy bien las vacilaciones que al respecto tenía la mayoría:
"Ocurren tamhién dudas sobre si deben ser llamadas a suceder las muje­
res cuando hayan muerto todos sus hermanos y no hayan quedado de ellos
hijos varones, escribe. En muchas naciones está ya determinado que no su­
cedan, fundándose en que no sirve una mujer para dirigir los negocios pú­
blicos, ya que es pobre de ánimo y de buen consejo, y si cuando manda en
una familia anda perturbada la paz del hogar équé no sería, dicen si se las
pusiera al frente de una república? ¿Cómo iban a resolverse por sus decisio­
nes la paz y la guerra?
En los diversos reinos de España no se ha seguido siempre ni una misma
costumbre ni una misma regla. En Aragón unas veces han sido admitidas a
la sucesión y otras excluidas. Y ciertamente leemos en la Sagrada Escritura que
Débora gobernó la república judía y vemos que muchas naciones aceptan que
pase la corona a manos de las mujeres cuando no hay varones que puedan ce­
ñirla. Y en Castilla que es la más noble región de España, sin que en nada ceda
las extranjeras, y entre los vascos vemos desde los tiempos primitivos seguida
esta costumbre de no distinguir por la sucesión en razón de sexo. :1'\0 creemos
que pueda censurase en nuestras leyes esta disposición. Mucho menos cuando
no deja de ofrecer por su parte muchísimas ventajas si se elige al escoger mari­
do un varón sobresaliente entre todos que acreciente la herencia de la mujer
heredera. Crecen así los imperios por medio de casamientos, cosa que no se
observa en otros pueblos regidos por distintas leyes. Si España ha llegado a ser
un tan vasto imperio, es sabido que lo debe tanto a su valor y a sus armas
como a los enlaces de sus príncipes, enlaces que han traído consigo la
anexión de muchas provincias y esrados-ff.
liS
Testamento de Felipe N, ed. Facsimil a cargo de A. Domínguez Ortiz, Madrid, 1982,
cláusulas 10-15.
66
J. de Mariana, De rege et regis institutione... ob. cit.
p. 51.
332
MARÍA VÍCTORJA LÓPEZ-COROÓN CORTEZO
En conformidad con el ordenamiento vigente, su propuesta es seguir en la
sucesión real los mismos principios de la naturaleza y del derecho común, con
los que están conformes las leyes y las costumbres españolas'", dando por
sentado que los inconvenientes que esto pudiera reportar, entre otros la in­
competencia de las hembras para dirigir asuntos públicos, serían menores que
la incertidumbre creada por la variedad de pareceres o las disputas entre pa­
rientes. Una opinión más tamizada fue la de Diego Pérez de Mesa que, si­
guiendo a Aristóteles, si bien enumeró las «comodidades y utilidades que el
reino recibe por la sucesión del hijo o heredero nacido en el reino-s", frente a
las pretendidas ventajas de la situación contraria, abogó por un régimen mix­
to, siguiendo la línea de Juan Márquez en El gobernador cristiano'". Cierto
que no aborda directamente el caso de la sucesión de las hembras y que las
influencias que recibe no son muy proclives a este extremo, pero el hecho que
cite como herederas a Doña Isabel y Doña Juana y que funde en este principio
los derechos de Felipe II sobre Portugal avala que, al menos por razones his­
tórica, no era contrario a esta práctica?". Mucho más explícito se mostró so­
bre este particular Saavedra y Fajardo que, en su Introducción a la Política y
Razón de Estado del Rey D. Fernando, se refiere a los logros que la sucesión
femenina ha proporcionado a la Monarquía española:
«Por hembra recayó en Castilla el reino de León, y el casamiento de la
princesa Doña Isabel, mujer del rey Fernando el Católico nos dio los reinos
de Aragón, Nápoles y Sicilia; el de la infanta Doña Juana con Don Felipe,
archiduque de Austria, los Estados de Flandes y Borgoña»?".
Pero más reticentes que los tratadistas fueron los propios monarcas que se
empeñaron en sucesivos matrimonios hasta conseguir la deseada sucesión
masculina, resistiéndose a ceder su cetro a una hija. Ni Isabel Clara Eugenia,
ni María Teresa o Margarita de Austria fueron verdaderas opciones, por más
que no faltaran voces que aconsejaran prever el futuro, retrasando sus matri­
monios hasta que el heredero naciese, o su frágil salud se hubiera consolida­
don. Y es que, con todos sus inconvenientes, la posibilidad legal de que
hubiera reinas propietarias era una última baza frente a la incertidumbre suce­
soria. Sin embargo, cuando se planteó la sucesión de Carlos, la cuestión no
Ibídem p. 56.
NREZ DE MESA> D.: Política o razón de estado,(1632), Ed, L. Pereña y C. Baciero, Ma­
drid, C.E.C., 1980, p. 117.
69 Salamanca, 1612. Fue el principal representante de esta teoría que también defendieron
Antonio Oliván, Pedro Calixto Ramírez y Antonio Quintana Dueñas, entre otros.
7¡J NREZDEMESA, D.: cit. p. 125.
71 B.A.E. vol. XXV, Madrid, 1853, p. 432.
72 Así en 1665, Felipe IV, siguiendo el parecer del Consejo de Castilla, decidió retrasar el
viaje a Viena de la Infanta Margarita, ante la posibilidad de que pudiera sucederle, CONTRERAS,
j.. Carlos JI el Hechizado, Madrid, 2003, p. 72.
67
6<
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA REINA EN LA EDAD Jvl0DERNA
333
fue solo determinar a quien corresponde la legitimidad de la herencia, una vez
fallecido José Fernando de Baviera que era el candidato más plausible, sino
quien defendería mejor la integridad de los territorios, lo que convierte la
cuestión no en una disputa sobre distintos grados de derechos femeninos, sino
en un problema de elección libre entre personas ligadas por grados de paren­
tescos. Es decir, se aplicó el sistema hereditario vigente, pero en su versión de
régimen mixto, legítimo y voluntario a un mismo tiernpo". Por ello las Repre­
sentaciones y pareceres que elevaron juristas y consejeros con ese motivo,
como el Marqués de Mancera o Pérez de Soto, partiendo siempre del recono­
cimiento de los derechos que trasmiten las hijas y la hermana de Felipe IV,
nunca llegaron a plantear la necesidad de un cambio en la legislación.
Sin embargo éste se impuso como consecuencia de la guerra y del cambio
de dinastía. Por un auto acordado de 10 de mayo de 1713 se introdujo la ley
sálica, semisálica según dicen algunos autores", que suponía la imposibilidad
de trasmisión hereditaria por vía femenina. Que encerraba muchos inconve­
nientes lo prueba que fuera un Barbón, Carlos IV, quien a comienzos de su
mandato, en las Cortes de 1789, decidiera volver al viejo ordenamiento, por
considerarlo más seguro para sus propios intereses dinásticos". El que todos
los procuradores asintieran por unanimidad y la claridad de las palabras del
presidente Campomanes muestran bien que, en esa coyuntura, las ventajas de
la línea directa a la hora de la legitimación hereditaria se imponían sobre los
prejuicios del sexo. La solución, aunque no se ratificara, no fue fruto de la
improvisación, porque a lo largo del siglo XVIII, algunas voces habían defen­
dido el viejo ordenamiento. Y es que, aunque los juristas y los hombres de
estado estaban muy al tanto de los cambios introducidos en el derecho suce­
sorio, el que las mujeres, por azares sucesorios, llegaran al trono se seguía
considerando como una posibilidad, reflejo, quizás, de lo que estaba suce­
diendo en otras monarquías y de la influencia de un discurso menos misógino
respecto a la naturaleza femenina. Incluso no deja de ser interesante que, en
algunas piezas literarias, se trate de la cuestión abiertamente e se alaben los
ejemplos del pasado. Así lo hace, por ejemplo, Manuel Bernardo de Ribera,
en un opúsculo titulado La sabiduría de las Reinas, redactado con motivo de
las exequias de María Amalia de Sajonia y dedicado significativamente a «las
señoras grandes de España», en el que da cuenta de la actualidad del tema:
«Sobre si las mujeres son capaces de imperio batallan con brío y escriben
con erudición doctores sabios y finos políticos. Pero en muchos reinos de
Europa y, especialmente en nuestra España, decide a su favor la costumbre
71
74
CARCÍA GALLO, A.: Historia
BENEYTO,
Historia de la
J.:
del derecho espartal, Madrid, 1950, p. 402.
administración española e hispanoamercana, Madrid, 1958,
p.456.
75 Así se planteó a las Cortes, aunque luego no se ratificara al no haber ya urgencia por
existir descendientes varones. EGIDO, T. Carlos N, Madrid, 2001, p.. y m. Rosario Prieto,
334
,'vlARÍAVíCTORIA LÓPEZ-COKDÓN CO¡ZTf::
y el derecho hereditario. La ley sálica que en Francia las retira del troric
aunque fundada en razones respetables (...) ciertamente no nos persuade,
que España se ha gobernado felizmente por ellas siempre que el rey se
muerto o está imposibilitado, o no está proporcionado el sucesor»?".
Se trata, claro esta, de circunstancias muy determinados, que dejan siempre
muy clara la primogenitura del varón, y en los que, desde luego, se exige qUe
las agraciadas se apliquen a «saber todos los principios y máximas del escabro­
so y difícil arte de reinar»77, pero el rechazo a la costumbre francesa no deja.
de ser significativo.
Incidiendo en estas ideas y también al margen de cualquier consideración
jurídica, el entusiasmo que muestra el P. Flórez por las reinas propietarias es
manifiesto. Sus ejemplos más acabados, Doña Berengüela e Isabel la Católica
lo fueron, aplaudiendo en ellas, además de sus extraordinarias cualidades, la
oportunidad que representaron para unir reinos y dejar un trono consolidado
a sus sucesores. Es decir, la Monarquía española se había forjado gracias a su
decisión a la hora de ocupar el trono, venciendo a sus enemigos y conven­
ciendo a los que desconfiaban de su condición de mujeres,
«verificando lo que Claudiano dijo de nuestra España, que no contenta
con la fama de varones ilustres, militaba y vencía a competencia con gloria
de mujeres-/".
Todavía más entusiasta fue la opiruon de Ignacio López de Ayala, en su
Memoria a favor de la admisión de damas en la Sociedad Económica Matri­
tense. Decidido partidario de la igualdad de los dos sexos y consciente de que
las diferencias que se perciben son un problema de formación, no de capaci­
dad, convierte a las soberanas en uno de los ejes de su argumento:
«No tenemos de que gloriarnos si entramos en comparación de lo que
hemos hecho y han hecho las mujeres. Se han mirado como ineptas para to­
do, seha a'Oano.onao.o su "tm,\mc-úÍ)1\, 1:\\ 'd\\1\ "'~ \\'d \~i.Th.'d~~ '-~"''-~)'>\.~ <i~ "'''~_
fuesen capaces de alguna acción ilustre. No obstante, comparando el inmc:-'
cúmulo de los reyes con el corro número de reinas que han mandado, c' .:
disputable que estas han gobernado mejor y con más humanidad y ventaja, :::
sus vasallos. La Reina Isabel de Inglaterra dio a esta corona el esplendor ::
goza. Ningún rey inglés se le puede preferir. Ninguno castellano puede a7::
ponerse a Isabel de Castilla. Ningún austriaco a María Teresa. Ni el Zar ~ : ­
dro Primero lleva ventajas a la actual emperatriz de Rusia. No toco o.:
ejemplos porque estos bastan a demostrar que la humanidad ha logrado ~
76 BERNARDO DE RIBERA, Manuel: La sabiduría de las reinas. Oración que en las Reales .=.
quias a la piadosa memoria de la muy augusta señora Doña María Amalia Walburga de .'_­
nia... Barcelona, s.a. p. 6.
Ibídem p. 7.
78 FLÓREZ, E.: Memoria de las Reynas católicas... ob. cit., I, «Razón de la obra»,
,,'-:STRUCCJÓN DE ¡ J'-'A RElNA E" LA EDAD 'v10DER"A
335
biernos más humanos y felices bajo el imperio de mujeres que de hombres.
Pero, a sus ministros, dicen, se deben estas ventajas. Este es un sofisma. ¿han
sido mujeres los ministros de tantos reyes inútiles como nos presentan las his­
torias? Débese buscar aquel acierto y prosperidad en la índole de las mujeres
más humanas por naturaleza, más suaves, más amantes de la tranquilidad y
más nacidas para regir beneficiando que destruyendo-".
El traer a colación a las reinas ilustres, del presente o del pasado, no es,
desde luego, un argumento nuevo, pero sí el sentido en que se utiliza, ya que
no tienen una función ejemplarizante, sino demostrativa. No se proponen
como ejemplo de otras personas reales, ni como estímulo para las otras muje­
res, sino frente a los hombres, para hacerles ver que, incluso, un ámbito tan
exclusivo como el del poder, puede ser compartido con el otro sexo con auto­
ridad y competencia.
7
EL ARQUETIPO VIRIL Y SU CRÍTICA.
La cita también es interesante porque rompe con una tradición: la de con­
siderar que la existencia de mujeres extraordinarias, tal y como lo eran las
soberanas más celebradas por la mitología o por la historia, no alteraba para
nada la inferioridad manifiesta de! resto, debido a que trascendían sus limita­
ciones naturales, al estar revestidas de cualidades masculinas que, en definiti­
va, eran la causa de su buen comportamiento'". Así 10 explicaban todas las
genealogías y lo daban por sentado aquellos mismos tratadistas que se habían
pronunciado con entusiasmo a favor de soberanas «de ánimo valeroso» e,
incluso, «de belicoso corazón", capaces de protagonizar grandes hazañas y
emular a los varones de su entorno. Uno de ellos fue e! ya citado Saavedra
Fajardo, cuya disquisición al respecto resulta muy representativa:
«A las mujeres quitó la naturaleza los instrumentos de reinar: fuerza,
constancia y prudencia; y les dio sus contrarios: flaqueza, inconstancia y li­
gereza; pero no a todas. Algunos ejemplos ilustres nos da la edad presente,
muchos nos dio la pasada de mujeres dignas de Imperio. Dos solamente
comprobarán esta verdad: la reina Doña María, mujer del rey Don Sancho
el Bravo, y la reina Doña Isabel, mujer del rey Fernando el Católico; aquella
constante y religiosa; esta varonil y sabia(... )8l.
«Memoria de D. Ignacio López de Ayala sobre si las señoras se deben admitir como indi­
viduos en las sociedades», en NEGRÍ0:, O., Ilustración y educación. La Sociedad económica
matritense, Madrid, 1984, p. 180,
,0 El caso más significativo de esta dualidad fue el de Isabel 1 de Castilla. Este es el punto
de vista que adopta WE1SSlJERGEK, B. F.: Isabel Rules. Constructing queenship, wielding poioer,
Mineapolis. Univ. Minessota Press, 2004.
,1 DE SAAVEDlt-\ FAJARDO, D.: «Introducción a la política... » ob. cit. p. 432.
336
",1ARÍAVÍCTORlA LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO
y es que, en estos, como en otros casos, cuando se planteaba un problema
entre el estereotipo general y un personaje femenino determinado, la situa­
ción siempre se resolvía por medio de la excepcionalidad que colocaba a la
interesada en una posición ambigua respecto a su propia identidad sexual, al
contraponer su cuerpo y su espíritu, la fragilidad de la naturaleza y la fuerza
de una voluntad que la trascendía. Aplicado este principio a las que fueron
consortes regias, el modelo de las reinas sabias no era más que una acomoda­
ción cortesana al reconocimiento de unas aptitudes e inclinaciones intelectua­
les que no eran comunes y que colocaban a sus poseedoras en una escala dis­
tinta a la del resto de las mujeres. Y el de las soberanas santas una réplica a
este mismo proceso, pero en términos de virtud. Gracias a ello, su posición
privilegiada, como la de la Virgen en el seno de la Iglesia, no planteaba pro­
blemas y los más misóginos podían rendir tributo a su memoria, sin que ello
supusiera contradicción alguna con la escasa consideración que demostraban
por el resto de sus congéneres:
«Pero, ¿qué digo?, escribe Cabarrús, la Europa ha visto aquellas almas
extraordinarias y varoniles que han ennoblecido la naturaleza humana: una
Isabel de Castilla, otra en Inglaterra, María Teresa y Catalina. ¿Por ventura
aquellas heroínas han tratado con otras mujeres sus proyectos? ¿Las han
fiado autoridad alguna? No por cierto; conocían su sexo y le hacían justicia,
reduciéndole a los empleos domésticos para los cuales parece destinado.
Tenemos una princesa que promete igualar, y tal vez exceder, tan grandes
modelos; por la elevación de su genio y de su alma como también por la exce­
lente educación que ha perfeccionado los ricos dones de la naturaleza(...).
En efecto, por una que contemplemos acostumbrada a combinaciones
grandes y contrayendo el hábito de la meditación, de la constancia, del sigi­
lo, ¿cómo podemos disimulamos la petulancia, los caprichos, la frivolidad y
las necesarias pequeñeces que son el elemento de este sexo?»82
En una sociedad confesional y fuertemente jerarquizada, en la que existían
mujeres muy poderosas, ya fueran reinas, princesas o damas de la aristocracia,
su autoridad resultaba mejor acatada si, además de la estirpe, quedaba respal­
daba por el reconocimiento explícito de unas cualidades morales e intelectua­
les que, en unos casos, respondían a valores masculinos y, en otros, estaban
avaladas por el reconocimiento de la Iglesia. Por razones funcionales y de
ejemplaridad se solían combinar, tal y como ya hemos señalado al analizar los
casos concretos, con otras mucho más específicas que se ajustaban a criterios
de exclusiva excelencia femenina, como las de esposas abnegadas o madres
ejemplares, sin que la dualidad encerrara contradicciones. En realidad, el co­
rrecto equilibrio entre ambas era la norma general y solo dependiendo de las
circunstancias resultaba admisible que una prevaleciera, ya que lo que resulta­
'2 CAbARRUS, Francisco: «Memoria sobre la admisión y asistencia de las mujeres en la So­
ciedad Patrióica», en NEGRI1':, O.: Ilustración y educación... ob. cit. p. 152.
y\, TRUCCIÓN DE UNA REI:-¡A E\ LA ED."'-D J\IODERC\A
337
~J
conveniente en unas ocasiones, podía ser negativo en otras. Así, lo que en
.:¡,a reina propietaria era firmeza de carácter, en una reina consorte no era
:-::-JdS que capricho, y tan poco ejemplar resultaba una esposa ambiciosa y decidi­
":'a, cualidades eminentemente masculinas poco conciliables con la obediencia y
-. respeto, como una regente influenciable y enfermiza, que fuera un recordato­
::0 permanente de su condición de mujer. Nunca fue fácil para las reinas rnan­
.enerse en el fiel de la balanza porque, a medida que iban ganando espacio cor­
.esano y político, su persona y sus acciones cobraban más trascendencia pública.
La propaganda continuó insistiendo en esta doble representación de la que son
2uena prueba las imágenes y los textos que nos han llegado de mujeres que
desempeñaron un importante papel político, como fue el caso de María Luisa
Gabriela de Sabaya, Isabel Farnesio o Bárbara de Braganza. Pero para sus suce­
soras la conciliación resultó más difícil porque, aunque la excepcionalidad si­
guió sirviendo de referencia, el prestigio de la naturaleza afectó también a los
monarcas y, especialmente a las reinas, que gustaban presentarse en la perfec­
ción de una feminidad que va perdiendo connotaciones negativas, para adquirir
otras claramente diferenciales. Ni en María Amalia de Sajonia, ni en María Lui­
sa de Parma, se destacan virtudes viriles, sino precisamente aquellas otras que
mejor reflejan el modelo social de mujer de la época: dulzura, comprensión,
espíritu compasivo, amor por la vida tranquila e, incluso, gusto por la privaci­
dad. En un momento en que no solo el linaje, sino la familia real, cobra una
gran importancia, por su extensión y permanencia en la corte, la Monarquía
manifiesta la misma dicotomía funcional y sexual que estructura la sociedad, sin
que ello conlleve connotaciones negativas. Se puede discutir sobre si las mujeres
son capaces de gobernar, o acerca de la conveniencia de que trasmitan derechos
hereditarios, pero en lo que todos están de acuerdo, es en que, cuando vive el
rey, su condición de esposa debe predominar, ajustándose a los dictados de una
naturaleza que las inclina a ser, ante todo, «embeleso de su augusto consorte-s",
y a hacer gala, en cualquier circunstancia, de la «sensibilidad de su corazón-'".
Ello no impide, sin embargo, que como consecuencia de su alto destino, deba
tener algunos conocimientos específicos que le guíen en su cometido, pero para
los tratadistas de finales siglo XVIII estos ya no provienen ni del estudio ni del
conocimiento de lenguas, sino de los principios morales en los que se va for­
jando su carácter, hasta lograr,
«en su soberana persona aquella perfecta casada que describe con tanta
elegancia y solidez el famoso agustino Fray Luis de León»85.
De acuerdo con este modelo, y con las correcciones que imponen los com­
promisos del trono, la reina, debe asistir a su esposo, «pero no impelerle», e
83 GONZÁLEZ, Francisco Antonio: Oración fúnebre que en las solemnisimas exequias...a la
digna memoria de Doña Marta Josefa Amalia de Sajonia pronuncio... Madrid, 1829, p. 4.
8+ Condesa de Torreplana, Elogio a la Reina Nuestra Señora
Madrid, 1794, p. 6.
85 BERNARDO DE RIBERA, Manuel: La sabiduria de las reinas
ob. cit. p. 4.
338
"L~RíA VíCTOR!A LÓP!:oZ-CORDÓ"J CORTEZO
interesarse «en la administración de la corona», pero sin «introducirse», por­
que aunque a ambos corresponde regir la Monarquía, «solo el rey ha de ma­
nejar las riendas». Como la esposa del Cantar de los Cantares, su función es
«exhalar virtudes y ejemplos», aplicándose en lo posible a ser la mejor maestra
de sus hijos y la madre amantísima de todos sus vasallos'".
Aunque por su alta posición nunca perdieron la condición de paradigmas y
su representación siempre se ajustó a las pautas y los símbolos de la institu­
ción de la que formaban parte, todo indica que el proceso de feminización de
estos personajes se acentuó a finales del Antiguo Régimen, y que, de manera
más clara que sus esposos, se vieron afectadas por las pautas que fue marcan­
do el siglo y ello por un doble camino: porque se les aplicaron los nuevos
conceptos ideales de perfección femenina y porque ellas mismas, por voluntad
o inducción, asumieron modas y comportamientos que se acoplaban en algu­
na medida a ellos. Las reinas ya no trascendían su naturaleza, sino que la re­
presentaban; no eran excepcionales, ni varoniles, ni sabias, sino cada vez más
sensibles y humanas; tampoco su educación estaba en función de su destino,
sino que se dirigía a centrar su acción en las funciones familiares, que desem­
peñaba no por exigencias protocolarias, sino siguiendo sus inclinaciones, y a
ejercitar una verdadera acción social moralizante en este sentido. ¿Fue esta
exigencia lo que explica el fracaso de tres reinas que fueron coetáneas, que se
apartaron del modelo de sus predecesoras, sin ajustarse al nuevo, como fue el
caso de Maria Antonieta de Francia, María Carolina de Nápoles o María Lui­
sa de España? ¿y lo que hizo que sus nietas, ya en el siglo XIX, perdieran la
excepcionalidad de las reinas cortesanas y fueran ya definitivamente juzgadas
según las pautas que se aplicaban al resto de las mujeres de su época? Cual­
quier conclusión resulta arriesgada, pero de lo que no cabe duda es que, des­
acreditados los caracteres viriles y cada vez menos frecuentes las santas, a las
nuevas monarquías parlamentarias y burguesas, les correspondió otro proto­
tipo de soberanas, más en concordancia con los nuevos valores, dependiendo
su fama de su mayor o menor capacidad para adaptarse a los mismos".
~6
Ibídem p. 8.
Unos interesantes puntos de vista en este sentido pueden encontrarse en SCHULTE, R.:
«The Quecn- a Middle class tragedy-: the writing of History and creation of myths in nine­
teenth -century France and Germany» en Gender and History, vol. 14, 2, 2002, pp. 266-293.
Descargar