Requisitos morales de un nuevo orden social y de economía civil STEFANO ZAMAGNI 1. Introducción En esta contribución me propongo discutir el siguiente argumento : la transición en curso en nuestro país, así como en los otros países occidentales, en contra del modelo de sociedad post-fordista está proponiendo nuevas cuestiones fundamentales para cuya urgente solución, no puede faltar el aporte del pensamiento no secular, condensado en el rico patrimonio de principios y orientaciones para la acción, que es la Doctrina Social de la Iglesia. Va de suyo que las cuestiones sobre las cuales centraré mi atención serán solamente aquellas que pueden ser iluminadas desde la disciplina que profeso, la economía política. En el corazón de los muchos problemas de esta época de transición encontramos algunos interrogantes comunes de fondo. ¿ Qué espacio de libertad para existir y funcionar tienen hoy los cuerpos intermedios de la sociedad generadores de cultura, que se mueven en territorios considerados del estado y del mercado privado, como dominios exclusivos de la política y de la economía , respectivamente? Aún más, ¿el objetivo de la realización del mercado global, acelerado por el abatimiento de las barreras ideológicas (a su vez enlazado al colapso del socialismo real) y del superamiento de las fronteras geopolíticas y del consecuente emerger de la geoeconomía, no constituye quizás una seria amenaza para la democracia misma si se pretende que aquel objetivo pueda ser conseguido mediante mecanismos que excluyan la opción determinante de la sociedad civil? Finalmen- te, ¿no existe el riesgo de que al notable determinismo marxista basado sobre el modelo dicotómico `según el cual la clase orgánica en el sentido de la historia compite con sus opositores', se lo sustituya por un nuevo determinismo centrado en la idea de que la acción conveniente es solamente aquella que resulta compatible con las exigencias del funcionamiento de la economía global ? El rápido cambio del cuadro económico y social por el que la humanidad ha atravesado en las últimas dos décadas nos hace prestar viva atención a los problemas que aquellos interrogantes suscitan y acrecentar la urgencia tanto de una sabia lectura de las actuales líneas de tendencia, como de una propuesta actualizada de los valores, guía para el esfuerzo de los cristianos en la polis. En verdad, en nuestras complejas sociedades, el testimonio de los valores, para ser recibido, exige la mediación cultural, a diferencia de cuanto se produce en las sociedades simples, donde el testimonio de los valores puede ser directo e inmediato. A partir de la comprensión del nuevo orden de cosas, se trata ahora de delinear los nuevos horizontes para la Doctrina Social de la Iglesia, teniendo en mente las palabras pronunciadas el 9 de mayo de 1996 por Juan Pablo II a la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana: "En tal obra (un más incisivo anuncio de Cristo) será válido sostén la propuesta de una cultura renovada que sepa interpretar a la luz del Evangelio las preguntas y las instancias de la época que estamos viviendo. Esta es también la principal contribución que los cristianos pueden ofre15 cer a la vida social y política de Italia. Al asumir las propias responsabilidades temporales los fieles laicos tienen necesidad de sólidas referencias espirituales y culturales, que les permitan no perder la propia identidad y operar con fe y coraje en un proyecto de sociedad inspirado en la dignidad y la vocación trascendente de la persona".En lo que sigue, me detendré brevemente, antes de afrontar el argumento enunciado, sobre dos puntos en cierto sentido propedéuticos al discurso subsiguiente.- Se trata de la antigua cuestión respecto al nexo entre fe y cultura, por un lado, y por el otro a la antigua cuestión concerniente a la existencia de un tiempo ideal para la propuesta de la fe. Como se verá ambos puntos tocan de cerca la vieja discusión en torno a las dos almas del Cristianismo : la trascendencia o la encarnación, la escatología o la ortopráxis.2. Inculturación de la fe y responsabilidad en relación con nuestro tiempo.La separación neta entre fe y cultura es una de las características más inquietantes de la modernidad. En cuanto concierne a la cultura en el campo económico, tal separación constituye una de las más nefastas consecuencias del mito, de ascendencia positivista, de la objetividad de la ciencia económica; un mito según el cual existiría una esfera de relaciones sociales -las que circulan por el mercado- que se mueve en un espacio éticamente neutro. De donde el conocimiento científico en el ámbito económico seria visto como un esfuerzo objetivo de aproximación y análisis de los hechos, un esfuerzo caracterizado por la más estricta neutralidad axiológica, por el empeño de abstenerse de todo juicio de valor.Sin embargo, luego de pasar de moda el estatuto epistemológico neopositivista, hoy está ampliamente reconocido que el instrumento no es nunca escindible de la teoría que se aplica; o sea, un lenguaje especializado no ofrece a la economía instrumentos cognoscitivamente neutrales, pero sí una red de retornos significativos los cuales ordenan y recrean -como todos los lenguajes- el objeto 16 del cual el economista trata.- Ahora queda claro que las teorías económicas no son instrumentos neutrales de conocimiento del comportamiento humano, desde el momento en que ellas siempre inducen, una vez traducidas a los términos de la cultura popular, comportamientos en los hombres.- No trasmiten, sólo resultados de experimentos o de simulaciones, son también directa o indirectamente, instrumentos de modificación de los parámetros económicos y sociales existentes.Para bien o para mal, el discurso económico influye siempre en el curso de los eventos históricos'.- Y es por esta razón fundamental, que no solamente tiene sentido, sino que se hace necesario exponer con insistencia, en cada época histórica, el problema de las relaciones entre la fe y la cultura en el campo económico.En este preciso sentido no puede existir una fe que no sea inculturada. La actitud de fe que adhiere al Evangelio no puede yuxtaponerse meramente a una determinada elaboración cultural, así como no puede simplemente reducirse a una pasiva aceptación de normas tradicionales o al solo testimonio de vida. Esta actitud debe poder suscitar un horizonte de sentido; debe poder lograr la recuperación de una perspectiva cultural capaz de incidir también sobre el diseño institucional de la sociedad.- Como admirablemente ilustra la Carta a Diogneto, los cristianos no viven solo en la evasión contemplativa, aunque recurrente sea la tentación seductora del espiritualismo; ellos son ciudadanos del mundo: "Los cristianos no se distinguen de los otros hombres ni por el territorio, ni por la lengua, ni llevan una especial forma de vida. Su doctrina no es el descubrimiento del pensamiento y la búsqueda de algún genio humano, no adhieren a corrientes filosóficas, como hacen otros. Más aún, viviendo en ciudades griegas o bárbaras y asimilando las costumbres del lugar en el vestir , el alimento y en todo lo demás, muestran el ejemplo de una vida social admirable. Viven en su propia patria, pero como peregrinos, participando en la vida pública como conciudadanos, pero por todos son tratados como extranjeros [...].Moran sobre la tierra, pero son ciudada- nos del cielo. Obedecen las leyes vigentes, pero con su vida superan todas las leyes."Para evitar equivocaciones, conviene advertir que la relación entre fe y cultura, no puede ser confundida con la relación entre fe y acción política. -Como bien ilustra P. Meloni, ya en los primeros siglos el Cristianismo afirmaba una dimensión de la religión distinta de la hebraica y de la romana, una dimensión que ponía el acento en la necesidad de una radical distinción entre fe y política: "La controversia entre paganos y cristianos sobre el altar de la Victoria en el siglo cuarto era el último acto que, en su significado simbólico, encerraba la sustancia de las dos concepciones en cuanto a la relación entre política y religión". Lo que quiero subrayar aquí es que se acoge la invitación de Juan Pablo II de que "nosotros tenemos que amar nuestro tiempo, no se puede eludir el problema de reedificar continuamente la ciudad. . No se puede evitar el problema de edificar instituciones económicas y sociales que no sean simples instrumentos sino que requieran algo incluso para ellas" Es bien cierto, no obstante, que la sociedad no es el lugar de la salvación; pero es a la par cierto que la sociedad puede ser un instrumento para la salvación y ello en la medida en que constituye un espacio de libertad en el cual puede desplegarse más ágilmente el mensaje cristiano. -No se olvide, en efecto, que si no fuese libre el hombre, la salvación no tendría a quién dirigirse - la iniciativa divina salva a un hombre libre de aceptarla o no: no salva un objeto puramente pasivo.- Lo que acaece en esta vida nos interesa pues , en positivo, no simplemente como algo para negar. El Cristianismo se desinteresa tan poco de lo temporal que presume que en el tiempo se decide nada menos que el destino para la eternidad. En el desarrollo de su tarea, la Iglesia busca encontrar la respuesta para un hombre expuesto a las olas de la historia. -Cómo viva este hombre, cuáles sean sus posibilidades de realizarse, de explicar su libertad, no son hechos extraños e indiferentes a la evangelización, ya que de ellos depende la respuesta que dará el hombre. Es obvio entonces que la Iglesia se interese fuertemente por la suerte del hombre en este mundo y por el desarrollo de su existencia natural.Suerte y desarrollo, que, entre otras cosas, revisten un interés también para quien no tenga como objetivo la difusión del evangelio.Es éste el sentido propio de un proyecto cultural orientado con sentido cristiano, y es éste también un desafio comprometedor y apasionante porque " un Cristianismo vivido sin el riesgo de las obras, sin el coraje de la creatividad y sin la humilde conciencia de la relatividad y provisoriedad de cada éxito humano sería más antievangélico que cualquier cristiandad repleta de errores y de indecencias" 5 El edificio de la cultura como sistema monolítico de un saber separado de la vida, no es sostenible hoy más que nunca.- Es una concepción que ha derivado, primero, en una pérdida del sentido de la vida y, después, en la tentativa de remoción del sentido mismo de la vida.- En una situación de este tipo una comunidad de cristianos debe saber ser, en relación a la dimensión cultural, vanguardia profética, más que retaguardia moralista.Empero, para tal fin, es necesario vencer el prejuicio antievangélico de vivir en un tiempo "desafortunado" para la fe, en el cual no existirían espacios adecuados para una nueva configuración.- Este es un prejuicio recurrente en el ámbito católico, tanto que el tono apocalíptico termina a menudo en asumir matices de una suerte de nihilismo religioso. Mientras cada uno prosigue cultivando sus propios proyectos individuales, se prefiere la retórica de la catástrofe a toda costa: si todo va a la deriva, ¿para qué sirve empeñarse en este mundo irremisiblemente perdido? Mejor refugiarse en la oración individual y privada! No obstante, ya Agustín, en el final del largo camino de la reflexión patrística, escribía: "Piensen ustedes: los tiempos son malos, los tiempos son pesados, los tiempos son difíciles. Vivid bien y mutaréis los tiempos! Si cambiáis los tiempos no tendréis más de qué lamentaros. ¿Qué son, en definitiva, los tiempos? Extensiones y rotaciones de movimientos.- El sol asoma: pasadas doce horas se pone en otra parte del mundo: a la mañana siguiente surgirá de nuevo. Cuenta cuántas veces: ésos son los tiempos. ¿Quién ha sido perjudicado por la salida del sol ? Los que hacen 17 daño son hombres, los que resultan dañados son hombres" 6 . En este párrafo, verdaderamente notable, acerca de la concepción cristiana del tiempo, es posible poner el fundamento contra la tentación de huir de la complejidad, ilusionándose sobre que sea posible vivir cumplidamente la fe en un microcosmos autosuficiente, donde en realidad se satisface, en el recuerdo del buen tiempo antiguo, la necesidad de inmediatas gratificaciones emocionales.- Me parece entonces compatible la posición de Fausti cuando escribe: "En lugar de ser laudatoris temporis acti, lamentándose sobre el presente, víctimas de una cultura del plañiderismo o del llorisqueo, veremos que nuestro tiempo, en el cual asistimos al cumplimiento de la libertad, está en consonancia más estrecha con el Evangelio que toda épo"' ca pasada . 3. Una crítica a la doctrina liberal - individualista del derecho.- Para afrontar los interrogantes planteados en la Introducción y, más ampliamente, para tratar los grandes temas de la vida pública sobre los cuales revisar la responsabilidad histórica del mensaje cristiano, considero necesario tomar posición con respecto a la versión hoy dominante del pensamiento liberal.- Es un hecho que el liberalismo es hoy la corriente dominante del pensamiento político y económico contemporáneo y occidental. De esta fundamental tradición de nuestra herencia cultural conocemos los orígenes, los desarrollos históricos, los aspectos que cambian en ella. Pero justamente esta posición de hegemonía pone al pensamiento liberal frente a un desafio ineludible: aquel de aclarar hasta el fondo las implicancias de orden económico y social que devienen de su versión individualista - según la cual la noción de derecho puede ser considerada de un modo independiente de las relaciones que entrelazan a los seres humanos. Negando fundamento a la noción de bien común, esta versión no alcanza a rendir cuenta del carácter social de los derechos, sobre todo de aquellos del ámbito económico. Y bien, soy de la opinión que la concepción liberal-individualista del derecho 18 difícilmente pueda constituir el fondo adecuado sobre el cual intentar hacer compatible aquella concepción con los principios fundantes de la Doctrina Social de la Iglesia. Sostengo, en cambio, que una operación semejante puede ser llevada a buen puerto con referencia al liberal-personalismo, a la posición que considera como base objetiva para la atribución de los derechos el valor intrínseco de la persona humana. ¿Por qué la versión que llamo liberal - individualista no sería adecuada para hacer de matriz de aquello que M. Novak ha llamado recientemente una "ecología social de la libertad"'? Sustancialmente, y con alguna aproximación que plantea razones de espacio, la respuesta es que según tal versión, por un lado, el individuo tiene derecho a la propiedad privada porque tiene la "facultas" para esto, por el otro lado, un derecho no puede ser ejercitado a pleno a menos que el individuo tenga la capacidad de concertar los propios intereses con otros individuos 9 . En efecto, como la literatura neocontractualista ha eficazmente mostrado, los individuos que forman parte del pacto social son caracterizados, desde el inicio, por su capacidad de perseguir cada uno su propio interés a través de la libre contratación. Ahora, es ciertamente verdadero que si los contrayentes son de algún modo iguales en su capacidad de contratación, el modo más eficaz para hacer que estos obtengan aquello que quieren es dejarlos contratar libremente entre ellos. Pero qué le sucede a aquellos que no tienen las mismas capacidades? Como es evidente, la respuesta liberal individualista es que ellos pueden ser "representados". Vale decir, sus intereses son representados si alguno, entre aquellos dotados de capacidad, asume su representación durante el proceso de contratación que define el pacto. En definitiva, un individuo puede ser excluido del pacto social en caso de que le falten las capacidades de contratar o bien no haya ninguno que acepte representarlo; es como decir que un sujeto es titular de un derecho si es capaz de perseguir el propio objetivo en cuanto contrayente, directo o indirecto, de un pacto social cualquiera. Como G.Grant agudamente observa, la mayoría obtiene el equilibrio en la distribu- ción de los beneficios sociales como resultado de haber aceptado el contrato social, no obstante, esta igualdad "excluirá de la justicia liberal aquellos que son demasiado débiles para contratar, que son los que están en prisión, los débiles de mente, los niños nonatos, los ancianos, los derrotados y alguna vez también los anticonformistas en sentido moral" 10 . El punto que aquí urge resaltar es que no obstante el oportuno énfasis sobre la categoría de los derechos por parte de la versión individualista del pensamiento liberal, su árida interpretación de lo que significa ser persona, vacía al concepto mismo de significado práctico, eliminando la justificación para atribuir derechos morales a las personas. Téngase presente, que esta dificultad persiste aún en la revisión del liberalismo ofrecida por John Rawls en su célebre obra de 1971. Es evidente, que para Rawls los constituyentes (aquellos que eligen los principios de justicia en una posición teórica) son sin lugar a duda seres racionales, libres e iguales- es aquí evidente la inspiración declaradamente kantiana-, pero son racionales sólo en la medida en que estén en condiciones de elegir los principios de justicia, sin el velo de la ignorancia y según un cálculo de interés propio. Debe considerarse que la principal debilidad de la teoría neo-contractualista deriva justamente de su limitado ámbito de aplicación. En verdad, gran parte de la fuerza persuasiva del liberal-individualismo en el campo sea moral o económico deriva de la analogía con el contrato en el campo del derecho positivo. En tal ámbito, el acuerdo consensual entre las partes, en cuanto evidencia explícita de aquello que los contrayentes consideran ser de su interés, es lo que define lo justo yen tanto y en cuanto se esté dispuesto a acoger el principio de la soberanía de las preferencias individuales- también define el bien. No se puede por cierto negar que tal argumento presenta elementos de indudable interés y resulta intelectualmente atrayente. Pero considerándolo bien, se revela bastante sutil. El contrato por sobre todo gobierna, típicamente, relaciones de cambio de equivalentes. Ahora, si nadie podrá dudar jamás de la importancia de las relaciones de intercambio, sobre todo en una época como la nuestra ca- racterizada por la globalización de los mercados, es de igual modo cierto que ellas no agotan la gama de las relaciones entre sujetos. Piénsese en las relaciones de puro conflicto, como son aquellas que se ocupan de las cuestiones de justicia distributiva, y en las relaciones de coordinación, que son aquellas de las que surgen las convenciones y las normas sociales; la pretensión de analizar relaciones de ese tipo bajo la forma de contrato no solamente nos impediría comprender cómo se llega a un orden social democrático, sino que provocaría una cuestión moral de gran importancia. En efecto, si el acuerdo entre las partes debiera ser el criterio fundamental de eso que es justo o, hasta, de lo que está bien, no pocas situaciones de la vida cotidiana evadirían todo control moral. Justamente como indica la célebre historia del dilema del prisionero, aquello sobre lo que podemos acordar puede muy bien ser una cosa que sea considerada mala por cualquier teoría moral, siempre que no sea propiamente aquello que define lo justo o el bien en términos de lo que es pasible de acuerdo ". En definitiva, el punto aquí sostenido es que una teoría satisfactoria de los derechos no puede sino reconocer el carácter social de los mismos. De aquí se deriva que la teoría individualista del derecho, que pretende asimilar la atribución de los derechos al proceso mediante el cual los individuos persiguen los propios intereses o los propios objetivos, es inadecuada porque su interpretación del concepto de persona niega precisamente eso que es esencial a la persona: la interacción con sus iguales y la relación con el otro como valor en sí 12 . Cierto es que, según la perspectiva en cuestión, el proceso de coordinación del mercado, dadas las preferencias individuales y con las posibilidades tecnológicas de producción, es considerado un proceso esencialmente amoral, aunque algunos individuos -dotados de un menor poder de mercado- se vean limitados, en mayor o menor medida, de los beneficios de este proceso. Para dar sólo un ejemplo, pensemos en lo que se da en la realidad cuando los contratos son incompletos, o sea cuando su ejecutoriedad cornporta la activación de estrategias endógenas, de tal modo que las posiciones de poder de19 tentadas inicialmente por algunos sujetos confieren a los mismos la capacidad de modificar a su favor las reglas del juego. En estos casos, a decir verdad hoy cada vez mas frecuentes, el mercado deja de ser simplemente un mecanismo de asignación de los recursos para convertirse en un mecanismo de regulación del poder. Cómo se puede pensar (o esperar) entonces que los individuos a-sociales acepten sujetarse a cualquier orden social? La respuesta liberal-individualista es que el mercado es capaz de unificar las preferencias individuales de manera agnóstica respecto a cada noción particular del bien común. Pero sabemos que esto es verdadero solamente cuando subsiste una considerable convergencia en los ordenamientos preferenciales de los sujetos. Como K. Arrow ha demostrado hace tiempo 13 : "Es como decir que la institución mercado no es capaz de reconciliar «conflictos fundamentales» y no basta para conducirnos a un orden social a partir de la única consideración de las preferencias (o de los gustos) de los individuos. Es importante adquirir esta convicción porque nos libera del doble error según el cual puede haber una sociedad de humanos sin el consenso sobre la noción de persona y una economía que pueda sostenerse sin una -polis-. Vale la pena observar, evitando equivocaciones, que la dificultad de llegar, por vía democrática, a elecciones sociales coherentes no reside en el mercado en cuanto tal- éste fue el error trágico del marxismo y de buena parte de los desarrollos sucesivos, error que llevo a creer que la abolición del mercado hubiera resuelto cada problema. Esa dificultad reside más bien en la pretensión de fundar un proceso decisivo de tipo cooperativo solamente sobre el agregado de preferencias individualistas, mediante el uso de procedimientos y mecanismos de tipo económico o político. Sustancialmente, no pienso que la versión individualista del liberalismo pueda eludir el siguiente dilema: por una parte ella puede abstenerse de proveer una teoría más evolucionada de la persona, una teoría que considere la persona humana como una cosa que posee valor por sí misma, pero, al seguir esta variante del dilema, pierde justificación para 20 afirmar que las personas tienen derechos morales. Por otro lado, si ella trata de abastecer una explicación de aquel tipo, debe ahora rechazar las premisas individualistas a favor de la recepción de una perspectiva, como aquella, personalista. 4. La urgencia de «actualizar» la concepción de la economía de mercado Veamos qué sugerencias, también de orden práctico, es posible obtener de la aceptación de una perspectiva de discurso como la antes esbozada. Para ello tomo las tendencias que prevalecen hasta los inicios del Ochocientos en la cultura occidental, una línea de pensamiento que hunde sus raíces en la tradición del pensamiento de la economía civil que remonta a los «humanistas civiles» del siglo XV ( Bernardino da Siena, L. Bruni, Antonio da Firenze) y a las reflexiones económicas del iluminismo italiano ( C. Beccaria, P.Verri, G.D.Romagnosi, F. Galiani, A. Genovesi) y del escocés( A.Ferguson, D.Hume, A.Smith). Es característica principal de esta línea de pensamiento la concepción de la relación interpersonal como valor en sí y del mercado como institución social capaz de conciliar la satisfacción del interés individual con persecución del interés colectivo. A partir de aquel período, por la influencia decisiva sea del utilitarismo de Bentham, sea del iluminismo francés, toma cuerpo en el discurso económico la antropología hiperminimalista del hombre -homo-oeconomicus- y con ella la metodología del atomismo social. La noción de mercado que se impone, entonces, es aquella del mercado como mecanismo que puede ser estudiado in -vacuo-, prescindiendo del tipo de sociedad en que esté inmerso y sobre todo como mecanismo fundado sobre una doble norma: impersonalidad de las relaciones de intercambio (las partes en juego no tienen ninguna obligación precontractual respecto a los bienes objetos de intercambio); cada agente persigue su propio interés sin consideración alguna del interés de la contraparte( el así llamado «no-tuismo» en el sentido de P. Wicksteed) Esto hizo que el mercado se transformara, sobretodo a nivel de la cultura popular, en el lugar ideal típico en el cual no había lugar para la libre expresión de sentimientos morales tales como el altruismo, la reciprocidad, la relacionalidad, etc. Según esta interpretación pesimista de la naturaleza humana, las personas son intrínsecamente incapaces de crear una comunidad de objetivos prácticos y deben por lo tanto estar sujetas a un sistema de poderes y a las duras reglas del mercado. La visión caricaturesca de la naturaleza humana que el pensamiento liberal-individualista nos ha legado ha terminado así generando un doble mito: que la esfera del mercado privado coincide con aquella del egoísmo y, como consecuencia, que la esfera del Estado coincide con aquella de los intereses colectivos( o de la solidaridad). De aquí el bien marcado dualismo Estado-mercado privado y la identificación del Estado con la esfera de lo público y del mercado privado con la esfera de las empresas de tipo capitalistas, aquellas solamente constituidas "for profit". Es urgente hoy tomar en cuenta el crecimiento simultáneo e hipertrófico del Estado y del mercado, ya que es la explicación primaria de los numerosos problemas de nuestras sociedades. Si ésta es la situación- como es ya del todo evidente- el remedio no puede ser entonces una radicalización de la alternativa Estado-mercado privado, o sea neo-estatismo contra el neoliberalismo, pero sí más bien una urgente reactivación de todas esas formas de organización económica que configuran una moderna economía civil. En verdad, la sociedad civil que necesitamos no puede ser reductivamente identificada con la existencia de una pluralidad de instituciones capaces de contrabalancear la fuerza del Estado. Esto es por demás necesario, pero no suficiente. En Países sobre todo como el nuestro, la sociedad civil o encuentra el modo de expresarse en la esfera de las relaciones económicas, proponiéndose como fuerza autónoma e independiente respecto de la economía pública y de la economía privada, o bien arriesga convertirse en un poco más que una vaga expresión literaria. Es interesante referir, a tal efecto, el pensamiento de R.H.Tawney, en virtud de su carácter anticipatorio respecto a posteriores desarrollos: "Lo que una comunidad requiere, como la misma palabra sugiere es una cultura común, porque sin ella no hay comunidad"..] Pero una cultura común no se crea simplemente porque ella lo desee. Ella se apoya sobre -fondamenti economici "14 Aceptar la perspectiva liberal-personalista en reemplazo de aquella liberal-individualista supone que la sociedad civil no pueda ser solamente un «presupuesto» para el correcto funcionamiento del Estado y del mercado privado, entendidos aquellos como únicos centros regulatorios del orden social. Una economía de mercado adecuada a las exigencias de bienestar en nuestra época del postfordismo, debe contar , para progresar, con dos piernas: la de la economía privada y la de la civil. De ambas tenemos necesidad si queremos encontrar los modos para civilizar la competencia, para superar aquella versión polémica del mercado que, frente a costos humanos y sociales inaceptables, no alcanza a satisfacer los cánones de la misma racionalidad económica. Me parecen pertinentes, a tal propósito, las palabras pronunciadas por Juan Pablo II en la alocución al Pontificio Concilio de Justicia y Paz el 29 de septiembre de 1994: "Nuestro panorama sobre la situación histórica actual, iluminada por la esperanza Cristiana, nos permite sacar conclusiones a partir de uno de los aspectos más característicos de los cambios en curso. Me refiero a las repetidas peticiones por parte de aquellos que dirigen la economía de mercado de poder extender su libertad de acción. En la teoría y en la práctica de la economía liberal, la instancia de justicia, equidad y solidaridad corre el riesgo de parecer opuesta a la búsqueda de la eficiencia. Pero el magisterio de la Iglesia, de la -Rerum Novarum a la Centesimus Annus-, con su equilibrada crítica al capitalismo, ha siempre refutado la racionalidad de tal teoría, enseñando más bien que el respeto hacia las obligaciones morales no impide la eficiencia sino que contribuye a su realización." Tenemos necesidad de ampliar aquel concepto de economía de mercado que una cierta- "vulgata "- de la tradición del pensamiento liberal nos ha transmitido desde los inicios del Ochocientos hasta hoy, un concepto se21 ún el cual el mercado es coextensivo a la esfera exclusiva de las empresas privadas, vale decir de las organizaciones que operan sólo para el beneficio. Es por esta razón fundamental que, como es sabido, en una perspectiva de largo plazo, no sólo es mas «benevolente», sino mas conveniente organizar el proceso económico llamando a la sociedad civil a cooperar y no asignándole meras funciones laterales, confiándose exclusivamente en los esquemas de incentivos económicos. En efecto, las nuevas preguntas que van suscitando curiosidad en las conciencias y mentes de hombres de estudio y de políticos son del tipo: ¿cuánto espacio se debería otorgar a la esfera civil en la actual división del ámbito social entre Estado y mercado; si se admite que los sujetos reales portadores de cultura, para crecer y desarrollarse, tienen necesidad de libertad , pueden estos tolerar que sus fines vengan definidos por otros? ¿Cómo limitar la creciente atribución de funciones totalizantes de parte del Estado o del mercado privado, los cuales manifiestan su tentación hegemónica sobre los cuerpos intermedios, o sea aquellos sujetos que el artículo 2 de nuestra Carta Constitucional define como «formaciones sociales», que se mueven en ámbitos hasta ahora considerados de su exclusiva pertenencia? Más específicamente, puesto que podemos visualizar nuestras sociedades avanzadas corno vastos sistemas de distribución de todo tipo de bienes (de los bienes privados a aquellos públicos, de los bienes meritorios a aquellos relacionales), ¿cuáles categorías de bienes y servicios queremos que sean producidos y distribuidos según las reglas del mercado privado (o del Estado) y cuáles, en cambio, según las reglas propias de la economía civil, como por ejemplo de las organizaciones "non profit".? La predominancia de preguntas de este tipo se debe a que, desde un punto de vista meramente técnico, el mecanismo del mercado privado es capaz de producir y distribuir, en forma eficaz, todo tipo de bien o servicio: podremos tener en efecto el mercado privado de los órganos humanos, el mercado privado de las drogas , etc. Si todavía no se ven indicios de esto es porque vínculos o frenos de naturaleza ética impiden que suceda, 22 vale decir, es porque consideraciones de naturaleza meta-económica impiden identificar la totalidad de los bienes con aquella de los bienes privados. La cuestión central de la transición actual en contra del post-fordismo es lograr que sean los ciudadanos los que decidan, en libertad, la modalidad de oferta de las categorías de bienes que demandan utilizando su propio poder adquisitivo. Este es el profundo significado de una auténtica democracia económica, a la que no le basta el pluralismo en las instituciones (económicas). No debemos pensar en resolver rápidamente las cuestiones sobre supuestos recurriendo al principio de eficiencia, el cual se utiliza en la teoría económica tradicional. En efecto, lo que está en juego no es un problema de un uso óptimo de los recursos escasos sino un problema de libertad: la libertad de decidir la composición del conjunto de los bienes productivos (más bienes privados o más bienes públicos o más bienes relacionales), sea la modalidad de abastecimiento de los mismos (la utilidad que trae el consumo de un bien o servicio no depende solamente de las características objetivas que éste tenga sino también del grado de mi compromiso o de mi participación en el acto de elección mismo) 15 . Por ello, es limitativa, y por ende no aceptable, la idea de quien -como D. North 16 -sotienquldaroenscida está estrechamente conectado a la presencia de instituciones que permitan extender el sistema del cambio impersonal y basado en el interés propio -el cambio que caracteriza la economía privada- a todas las dimensiones y los contextos de la vida económica. Esta sería una forma de fundamentalismo económico incompatible con las características de una «sociedad abierta» en el sentido de K.R. Popper. 5- Cultura de la reciprocidad y economía civil Se impone la pregunta: ¿Cuál es la diferencia esencial entre el principio regulativo de la economía privada, aquel de la economía pública y aquel de la economía civil? Para responder, supongamos que, según el modo tradicional que conceptualiza la actividad eco- nómica, las funciones que desenvuelve un sistema económico están realizadas internamente por dos sectores el Estado y el mercado. Los mecanismos que operan en estos dos sectores se diferencian bajo un doble aspecto: por un lado, aquel de la información, o sea el tipo de mensajes que tengan por objeto las características y las elecciones individuales; por el otro, el de la regla de decisión, en base a la cual se llega a resultados a partir de cada dato del conjunto de la información. La teoría económica determina pues, sobre la base del criterio de eficiencia, los ámbitos de relevancia de los dos sectores; atribuyendo a la esfera del mercado privado (primer sector) una ventaja comparada en la producción y distribución de los bienes privados y a la esfera del Estado el (segundo sector) una ventaja comparativa en la distribución y producción de los bienes públicos y de los bienes meritorios.. Esto es, sintetizado, el núcleo central del paradigma dicotómico todavía dominante en el discurso económico. Tal conceptualización es insatisfactoria por dos motivos. El primero es que el conocimiento de las condiciones que deben ser satisfechas para generar resultados de eficiencia no basta para asegurar que esos resultados sean efectivamente conseguidos. Este es el problema referido a la implementación, cuyo significado es recordarnos la importancia atribuida al proceso que conduce a un resultado dado y no solo al resultado mismo. El segundo motivo - fundamental- es que la realidad nos presenta sujetos y organizaciones, cuya lógica de funcionamiento es cualitativamente distinta de aquella sea del Estado sea del mercado. Si, en general , podemos identificar al Estado con el conjunto de las actividades organizadas y legitimadas por poderes coercitivos, y al mercado con el conjunto de las actividades organizadas sobre el principio del cambio de equivalentes, y cuya finalidad es el beneficio, la esfera del non-profit puede ser identificada con aquellas actividades de las cuales ni la coerción formal ni el cambio orientado al éxito es el principio que la informa. En otros términos, mientras en los sectores estatales y de mercado privado el principio de legitimación de las decisiones económicas está constituido en un caso por el de- recho de ciudadanía y en el otro caso por el poder de adquisición, en la esfera de la economía civil eso está más bien representado por el principio regulativo de reciprocidad. Trataremos de aclararlo brevemente. Como algunos autores han recientemente ilustrado 17, la relación de reciprocidad puede ser expresada en términos de un conjunto de transferencias bi-direccionales, independientes voluntarias, pero conectadas entre ellas. La característica de independencia implica que cada transferencia es, en sí considerada, voluntaria, o sea libre; como decir que ninguna transferencia es condición para que se verifique la otra, desde el momento en que no hay obligación externa alguna en cuanto al sujeto que transfiere. Es precisamente esta característica la que distingue la reciprocidad del común intercambio de mercado, el cual también es un conjunto de transferencias bidireccionales voluntarias, pero la voluntariedad es, por así decirlo, global, en el sentido que ella se aplica al conjunto entero de transferencias, y no a cada transferencia tomada en forma aislada. De otro modo, las transferencias implicadas en el intercambio de equivalencias son una la condición para la otra, tanto que la fuerza de la ley puede siempre intervenir para ejecutar las obligaciones contractuales. No sucede de esta manera con la reciprocidad, aunque el intercambio de mercado y la reciprocidad, en cuanto presuponen ambos el elemento de la voluntad se oponen a las relaciones de mando. Al mismo tiempo, hay más libertad en la relación de reciprocidad que en el cambio de equivalencias, porque en este último la transferencia en una dirección es condición obligatoria de la transferencia en la dirección opuesta. En este preciso sentido, se puede afirmar que, respecto a la categoría de la libertad, el cambio de mercado se coloca en posición intermedia entre la coerción y la reciprocidad. La otra característica de la reciprocidad - la conexión de las transferencias - es que distingue esas relaciones del altruismo puro, el cual se expresa en cambio en transferencias unidireccionales aisladas. Por otra parte, en ambos casos las transferencias son independientemente voluntarias. De lo que se deduce que la reciprocidad ocupa la posición in23 termedia entre cambio de mercado y altruismo puro. Como se comprende, la relación de reciprocidad postula un balance entre aquello que se da y aquello que se espera obtener a cambio, un balance que no se manifiesta sin embargo en una precisa contabilidad de cambio (o precio relativo), pero cuyo ámbito de variabilidad depende de la difusión, entre los sujetos interesados, de los sentimientos morales como la simpatía y la bondad. Contrariamente al cambio del mercado y la coerción, pero a la par del altruismo puro, la reciprocidad no puede ser explicada solamente en términos del paradigma del -self-interest: los aspectos motivacionales descriptos son constitutivos de la noción de reciprocidad. He aquí por qué la literatura económica todavía caracterizada por el esquema de la elección racional no alcanza a dar cuenta de la reciprocidad, ni ésta puede ser interpretada como un caso particular de un juego secuencial normal. Pese a ello, debe reconocerse que la reciprocidad posee su dimensión estratégica propia, como sucede en cualquier situación de interacción entre sujetos: «si el destinatario de mi transferencia no se hiciera recíproco, de algún modo y en forma sucesiva, cortaría la relación». Cuál es ahora la diferencia en lo que se refiere al cambio de equivalentes? La diferencia es doble. Mientras que en el intercambio de mercado la determinación de la relación de cambio (el así llamado precio de equilibrio) precede, lógicamente a la transferencia del objeto del cambio- solamente luego que comprador y vendedor se han puesto de acuerdo con el precio de la casa, acontece la transferencia del derecho de propiedad sobre la misma-, en la relación de reciprocidad la transferencia precede, sea lógicamente sea temporalmente, el objeto intercambiado. En esta última, quien inicia la relación tiene como punto firme solamente una expectativa de reciprocidad. En segundo lugar, como observa agudamente Sergio Mangui: "La forma "altruística"de la relación es conjuntamente fruto y regulador de una continua coordinación de significados diversos entre actores independientes. Estos últimos no son, respectivamente, "altruista" y "beneficiario" antes de 24 su encuentro, pero se constituyen interactivamente como tales en el curso de los procesos sociales». Y más adelante: «El sacrificio conexo al acto altruístico no es una mera transferencia de recursos de un actor a otro, por el hecho de que en juego no está solamente el tener, por así decir, sino más bien el ser -el ser con» '8. En el lenguaje del economista esto significa que los nexos de reciprocidad pueden modificar el éxito del juego económico, sea porque tienden a estabilizar el comportamiento cooperativo de parte de los agentes que se encuentran interactuando en contextos del tipo «dilema del prisionero», o sea porque la práctica de la reciprocidad tiende a modificar endógenamente las preferencias de los sujetos, vale decir la forma de las funciones objetivas. (Para dar un solo ejemplo, si me encuentro necesitado de ayuda en una situación en la cual podré restituir el favor solamente en un momento posterior y en la que no puedo creíblemente autovincularme, un agente racional en el sentido del paradigma de la rational choice- que está en grado de ayudarme no lo hará si, conociendo que también yo soy un sujeto autointeresado, conjetura que no tendré interés en devolver el favor. No así, en cambio, si mi potencial prestante de ayuda sabe que soy un sujeto que practica la reciprocidad.) Por las razones antes expuestas, se entiende que las relaciones de la economía civil tienden a «fortalecer» el mercado. En efecto, los mercados alimentados de sólo las relaciones de la economía privada tienden a volverse siempre más «sutiles», y esto limita las cantidades transadas por el hecho de que los ciudadanos-consumidores piden bienes y servicios que los sujetos privados no son capaces o no les es conveniente producir. En todo caso, cabe resaltar que, en muchas situaciones, la persecución consciente del interés propio es incompatible con su alcance. Y que, en muchas circunstancias, una respuesta «irracional» dada en los términos del principio de reciprocidad produce mejores resultados que aquella conforme a los cánones del cambio de equivalentes. Se deduce que esta paradoja es exactamente lo opuesto de aquello contemplado en la smithiana «mano invisible» según la cual, bajo ciertas condiciones, si cada uno persigue el propio interés se obtiene el bien común. También éste es un signo elocuente del pasaje de época de la sociedad fordista a aquella post-fordista. 6. Una sociedad no estatista, sino «civil» ¿Cuán difundida está, en la realidad, la práctica de la reciprocidad? La observación aún casual sugiere que se trata de un fenómeno bastante difundido en la realidad de las sociedades avanzadas. No solamente en la familia, en los pequeños grupos informales, en las asociaciones de diversa naturaleza, sino que la red de transacciones basada sobre la reciprocidad, como principio regulativo, está presente en todas aquellas formas de empresa que configuran el variado mundo del nonprofit: desde la empresa cooperativa, en la cual la reciprocidad asume la particular forma de la mutualidad, hasta en las organizaciones de voluntariado, donde la reciprocidad culmina en el altruismo, en el don gratuito. Se trata de no confundir filantropía y reciprocidad. La primera se manifiesta siempre en una acción unidireccional -el filántropo, justamente porque no espera nada a cambio, no se preocupa por favorecer la posibilidad de reciprocidad de parte de quien ha recibido. La relación de reciprocidad, sin embargo, es -como se ha dicho antes- bidireccional. Mucho o poco, siempre es el precipitarse de una tensión común ideal o, si se quiere, del reconocimiento del sentido de la obra en común. Sobre los resultados económicos hasta ahora alcanzados a partir de esta realidad en Italia y sobre las modalidades concretas de sus realizaciones, la evidencia empírica es ahora ya amplia y muy ilustrada 19 . No es pues el caso de abundar aquí. Basta solo recordar que, como varios estudios sobre el desarrollo económico italiano han puesto de relieve, el modelo antes descripto sobre la nueva competición presupone, para su factibilidad, la disposición a cooperar de parte de los agentes, y una red de transacciones, la estructura de las cuales es muy similar a aquella que caracteriza las relaciones de reciprocidad. En verdad, precisamente en esto está el secreto de las historias de éxito de nuestras regiones industriales, historias que, mientras no cesan de recibir atención creciente de parte de estudiosos y operadores extranjeros, suscitan al mismo tiempo pena por la dificultad de repetirlas en otro lugar, sobre todo en nuestro Mezzogiorno. Es un hecho, que el modelo de la nueva competición en nuestro País se ha consolidado y ha florecido en aquellas regiones que , en el curso de los siglos pasados, han visto nacer y robustecerse las fuertes estructuras de reciprocidad. Demasiado simplista y esquemático sería hablar, en este aspecto, de mera correlación o de simple coincidencia histórica. Tal observación me ofrece una base para enunciar un principio de amplio alcance que atañe a la dinámica evolutiva de una sociedad, cualquiera que sea. Se trata del hecho de que la evolución social está siempre favorablemente condicionada por la existencia de diversas reglas que presiden el funcionamiento de varios sectores o esferas de la economía. En efecto, el célebre principio de la ventaja comparada vale no solamente a nivel de la producción de bienes y servicios, sino también a nivel del diseño de los aspectos económicos-institucionales. En verdad, poliarquía, a diferencia del pluralismo, no es solamente número, sino también diversidad. Tal principio encuentra un ulterior elemento de soporte en la toma de conciencia de que, no obstante la aparente atomización de las sociedades post-industriales, nuestra época requiere más, y no menos, procesos colectivos de decisiones y más, y no menos, comportamientos de tipo cooperativos. Procesos y comportamientos que todavía acontecen a menudo mediante el Estado pero que, cada vez más, deberán pasar por las articulaciones de la sociedad civil, según Luigi Struzo, había agudamente anticipado entre tantos. La tarea urgente, ahora, es la de proyectar instituciones que favorezcan y acrecienten el nivel de cooperación necesaria, teniendo siempre en mente que las instituciones económicas no son cualquier cosa que preexiste a las decisiones de los agentes económicos, como si fueran un dato de la naturaleza. Al contrario, la tarea de rediseñar las insti25 tuciones económicas de una sociedad no es menos importante ni menos delicada que el deber de estudiar la propiedad de eficiencia de estructuras económicas dadas. Nuestro bien (particular y colectivo), en efecto, depende también de las instituciones que logremos darnos y no solo de nuestra capacidad de adaptación a instituciones heredadas de un pasado más o menos lejano. Y no verá quien no vea cómo en el momento mismo en que se elige el diseño de un cierto aspecto institucional mas bien que otro, la referencia a un preciso código ético, o sea a un definido horizonte de sentido, se torna ineludible. Queda clara la referencia al proceso de revisión constitucional hoy en curso en Italia. Es por eso que advertimos fuertemente la necesidad de que nuestra Carta Constitucional desarrolle el rol económico del Estado (piénsese el significado profundo de los actuales artículos 41 y 42) a favor de organizaciones capaces de "institucionalizar", por así decir, la reciprocidad20 . No se llegará jamás, en nuestro País, a una concreta, antes que retórica, realización del tan declamado principio de subsidiariedad si no es consintiendo el florecimiento de una esfera autónoma de economía civil. He aquí por qué no tiene sentido, ni sirve, postular el problema de la elección entre el principio de reciprocidad y el principio del cambio de equivalentes. No tiene sentido porque no disponemos de un criterio incontrovertible sobre cuya base operar la elección. Evitando equívocos, tal criterio no puede ciertamente ser aquel de la eficiencia paretiana, desde el momento que esta noción de eficiencia no podría aplicarse a un sistema de relaciones económicas basado sobre el principio de reciprocidad. Para algunos no sirve, y hasta es dañoso, ya que una economía avanzada tiene necesidad de que ambos principios puedan encontrar una concreta realización. Es ingenuo pensar que se pueden cimentar con éxito todos los tipos de transacciones sobre la «cultura del contrato», o sea del cambio de equivalentes. Si esta cultura se convirtiera en hegemónica, la responsabilidad individual vendría a coincidir con lo que está contractualmente pactado. Cada uno haría siempre y solamente eso que es de «su 26 competencia», con consecuencias grotescamente inútiles. Si la cultura del contrato no se integra con aquella de la reciprocidad, es la misma capacidad de progreso del sistema la que va a resentirse. De aquí la urgencia de hacer despegar la esfera de la economía civil. Será entonces la libre competencia entre economía privada y economía civil-ambas puestas a la par- la que determinará cuáles bienes o servicios son oportunos o más eficaces que vengan suministrados según el modo del cambio equivalente o bien según el modo de la reciprocidad. No se olviden que la democracia, también la económica, o es competitiva o no es. ¿Pero qué resultados prácticos podrían resultar para la sociedad italiana con la realización del modelo civil de orden social, que estamos defendiendo? La respuesta está encerrada en los pliegues de la siguiente tesis: el sustento social del proceso de desarrollo es hoy puesto seriamente en peligro, sobre todo en nuestro País, al intensificarse tres específicas paradojas sociales del crecimiento: el aumento de las desigualdades, territoriales y personales, que acompaña el aumento de la riqueza y del ingreso medio; el crecimiento sin empleo que procede paralelamente al encenderse el proceso de globalización de los mercados; el aumento del ingreso per capita que ya no garantiza un aumento en la calidad de vida (el aumento del bienestar no arrastra consigo un mejoramiento del estar-bien de las personas). Contrarrestando la diversidad específica, estas paradojas tienen dos elementos en común. Ninguno de los tres tiene que ver directamente con situaciones de escasez de los recursos materiales. Ellos señalan más bien una situación de escasez social y - como se sabe- escaseces de este tipo sólo se sanean con el cambio del aspecto institucional. El segundo elemento es que estas tres paradojas constituyen una seria amenaza a las razones de la libertad entendida en sentido positivo, vale decir como posibilidad de autorealización. Y bien, se puede demostrar que la economía civil representa una vía transitable y de éxito para resolver aquellas paradojas. Mientras remito a otras obras 21 para el tratamiento del argumento, me urge aquí indicar que aquellas mismas paradojas están en el origen de una extraordinaria y preocupante inversión de la proporción entre producción de riqueza y reducción de los niveles de incertidumbre. Históricamente la generación de nueva riqueza, lleva con sí un mejoramiento general de las condiciones de vida, es válida para reducir la incertidumbre existencial de los particulares y de las colectividades. Es esto, después de todo, el gran significado y el innegable éxito registrado por los sistemas occidentales del -welfare-: reducir, dentro de los limites lógicos, la incertidumbre sistémica de los ciudadanos mediante formas de sociabilización de los riesgos. La transición en curso, hacia la sociedad post-fordista, en cambio, nos pone frente a una economía en la que la producción de incertidumbre es endémica a la producción misma de riqueza. Es como si estuviéramos auto-infligiéndonos una incertidumbre puramente global. Basta con recorrer crónicas que hablan de cuestiones económicas: deslocalización de la actividad productiva; (down-sizing, de jobbing), hipercompetencia, nueva pobreza -son éstas las expresiones que vehiculizan el síndrome de la incertidumbre, ahora ya verdadera y precisamente enfermedad social, sobre todo entre las generaciones jóvenes. Claramente una sociedad que produce sus propias incertidumbres tenderá también a producir su interpretación ideológica de la «incertidumbre natural». De otro modo ¿c(:o mo podría ser mantenido un equilibrio social cualquiera, aunque sea precario?) En efecto, hoy los nuevos oradores tienden a racionalizar la incertidumbre como un elemento congénito al problema económico, es más, como un elemento que, poniendo precisos incentivos a la acción de los particulares, mejora la -perfomance- económica. Mientras lo verdadero es que la incertidumbre endémica, obliga a la persona a un adaptamiento pasivo en la confrontación de los mecanismos automáticos e impersonales, bloquea su creatividad y por ende frena la posibilidad del avance, también económico. Téngase cuidado que no son tanto las relaciones entre capital y trabajo-el conflicto tan celebrado por la doctrina marxista- sino más bien las relaciones entre tipologías de capitales- físico, humano, financierolas que ponen en evidencia la emergencia de la incertidumbre endémica. A su vez, este nuevo fenómeno, asociándose a la ya invasiva globalización de las relaciones económico-financieras, tiende a presionar hacia un aplastamiento de la variedad institucional existente en diversos Países. Es, en efecto, obvio que las reglas del libre cambio no han soportado la heterogeneidad cultural y encontraron en la deformidad de los aspectos institucionales (aquellos referentes al modelo de -welfare-; los sistemas educativos, el rol socioeconómico de la familia; las formas de gobierno, de los conflictos de intereses y etc) un gran obstáculo para su aplicación general. Esto representa un serio peligro, porque amenaza consumir progresivamente, pero inexorablemente, aquel capital social constituido por el conjunto de bienes relacionales que es, hoy, el verdadero recurso estratégico para el desarrollo. Para concluir. El efecto más deletéreo de la doctrina del -self-interest-, y de la cultura del contrato que sobre ella se funda, es hacernos creer que un comportamiento que se inspira en finalidades diversas a los intereses personales conduce al desastre económico. Animándose a esperar lo peor de los otros, tal doctrina culmina en hacer emerger lo peor en nosotros. Culmina con limitar enormemente la utilidad, con fines prácticos, de disposiciones como la reciprocidad y el altruismo, desde el momento en que ella considera estas disposiciones como si fueran cualidades meramente intrínsecas del carácter humano y no también ligadas al proceso de civilización en curso en la sociedad. Hoy sabemos que todo esto está privado de fundamento sólido, más allá de resultar desmentido por los hechos. Como oportunamente escribe Wolf, con referencia a la lógica de la economía privada: "el problema que existe con el mercado (privado) entendido como código ético, es que no consigue dar crédito moral a aquellos cuyos sacrificios permiten a otros pensarse como sujetos capaces de elegir libremente. Basándose en la feliz prospectiva según la cual cada uno puede mejorar su propia posición, y en la no tan feliz, pero socialmente necesaria, prospectiva según la cual nos tendremos que hacer cargo del bienestar de los otros, el mercado no deja espacio suficiente para valorar el comportamiento desinteresado 22 . 27 A modo de conclusión El sentido último del discurso sobre desarrollo es que al madurar la democracia en una sociedad avanzada como es ya la nuestra, esto lleva consigo una demanda de relacionalidad que debe ser atentamente interpretada y satisfecha si se quieren conjurar efectos perversos de gran magnitud. Porque como escribió M. Walzer a propósito de la democracia, «debe ser virtuosa, y la actividad y el espíritu que la anime o infunda debe ser más que el simple resultado(del proceso electoral), el cual es al contrario decididamente insatisfactorio ei ». Los defensores acríticos del mercado como institución social olvidan que es propiamente la expansión hegemónica de aquella esfera de relaciones que he llamado economía privada lo que destruye, lentamente pero inexorablemente, aquel conjunto de normas y de convenciones sociales que son fundamento de la economía civil, de tal modo que preparan el camino para la afirmación de nuevas formas de estatismo. Si por un lado no se está dispuesto a aceptar un éxito de este tipo y si, por el otro lado, no se quiere vanamente intentar bloquear la evolución social, se deben individualizar, en cada caso, los instrumentos más oportunos para favorecer la dinámica de la interacción social en la dirección de una expansión de los espacios de libertad de los ciudadanos. Resulta oportuno en este tema el mensaje que nos viene del estimulante ensayo de A. Margalit z" según el cual no basta querer construir una sociedad justa, el objetivo que se debiera perseguir es una «sociedad decente», esto es, una sociedad que «no humille» a sus miembros distribuyendo sus beneficios, pero al mismo tiempo negando su «humanidad» como sucede, por ejemplo, en la versión paternalista de los sistemas de welfare en el que la satisfacción de las necesidades juzgadas como esenciales se realiza prescindiendo de las preferencias y de la identidad de los beneficiarios. Justamente porque las motivaciones que dan cuerpo al principio de reciprocidad son motivaciones, cuya gratificación es por lo menos tan legítima como aquella basada en el interés propio, la sociedad auténticamente li28 beral no debe prohibir a priori -es decir a nivel institucional- el crecimiento y la difusión de las primeras y la ventaja exclusiva de las segundas, como hoy está tontamente aconteciendo. Si falta la competencia efectiva -y no simplemente virtual- entre diversas ofertas de las variadas categorías de bienes, es el ciudadano-consumidor el que ve reducida la propia esfera de libertad. Podríamos entonces encontrarnos conviviendo en una sociedad más afluente, más eficiente en la disponibilidad de mercaderías, pero más «indecente». Voy a concluir. San Ambrosio veía en la cultura dos movimientos: -nova semper quaerere («buscar siempre lo nuevo») y -parta custodire- («conservar lo que se ha conseguido»). Un proyecto cultural caduca en su rol si se limita a conservar y no se preocupa de buscar lo nuevo, de entender las -res novae-. Pero caduca también cuando no alcanza a alimentar una nueva esperanza en los ciudadanos. Y tener esperanza, hoy, significa precisamente esto: no considerarse ni como el mero resultado de los procesos que caen fuera de nuestro control, ni como una realidad autosuficiente sin necesidad ni posibilidad de diálogo con el otro. En ambos casos se hubiera apostado sólo a una certeza, aquella del nihilismo. La esperanza nace, al contrario, porque la salvación es, para el cristianismo, un problema: esto es, ni algo imposible, ni algo ya adquirido. ' Para profundizar sobre esta temática sugiero mi obra Economía e Etica. Seggi sul fondamento ético del discorso económico, Roma, AVE,1994 2 Cita obtenida de G. Frosini, Il pensiero sociale dei padri, Brescia, Queriniana, 1996, p.42 . Sugiero a este autor para una eficaz descripción de cómo los hombres de la patrística no eligieron la via del desinterés y el espiritualismo, sino aquella de la cercanía y la encarnación. s Cfr. P. Meloni, Il rapporto tra impegno político e fede religiosa in Simmaco eAmbrogio, in «Sandalion»,l, 1978, p.156. 4 ¿Por qué crear sociedad si el Reino es siempre y solo un don? ¿Quizás la sociedad es una cosa importante ya en sí? Interrogantes de este tipo reclaman una teología de la sociedad de la cual se advierte una urgente necesidad. Véanse los ensayos de M. Cozzoli y de A. Lattuada en este volumen. 5 Cfr. F. Ricci, Cronache d'Europa. Perdute e ritrovate, Bologna, 1990, p.172 6 S. Agostino, Serm.311,8,8cit in G.Frosini, Il pensiero sociale dei padri, cit. 7 Cfr S.Fausti, Elogio del nostro tempo,Casale Monferrato,Piemme, 1996,p.16 Cfr.M. Novak, Liberali e catolici, in «liberal»,gennaio,1997 9A este propósito, Jacques Maritain, apropiadamente, escribe que aquellos a los que él se refiere como defensores del tipo de sociedad liberal-individualista «ven como signo distintivo de la dignidad humana antes que nada la capacidad de cada uno de apoderarse individualmente de aquellos bienes que le permiten hacer aquello que quiere». J.Maritain, L'uomo e lo Stato, Brescia, Morcelliana,1962, p.107 10 G.Grant, English Speaking Justice, Toronto, House of Anansi, 1985,p.83. En contra de la afirmación según la cual una persona es tal si es capaz de perseguir el propio interés en cuanto contrayente de un pacto social, Grant agrega: ¿ Esto quiere decir que aquello que hace a un individuo una persona, y por lo tanto un poseedor de derechos, es la capacidad de cálculo y de consentir el contrato? ¿Por qué tendrán que tener los seres humanos tanto valor para resultar titulares de derechos solamente en cuanto capaces de cálculo? ¿Qué cosa es, si es alguna cosa, lo que en los seres humanos restituye sus deberes de igualdad y justicia? ¿Qué cosa hace que el hecho de que ellos tengan tales derechos deba considerarse una cosa buena?>,p.72 11 Es interesante notar que la posición del último Rawls parece recibir la sustancia de las observaciones antes expuestas.Cfr. J. Rawls, Political Liberalism, New York, Columbia University Press,1993 confrontando a J.Rawls, A Theory of Justicie, Cambridge, Harvard University Press, 1971. 12' Véase, sobre la cuestión, el importante ensayo de F.Viola en el presente volumen. 13 Para un tratamiento eficaz se sugiere a R.Inman, Markets, governments and the new political economy, en A.Auerbach y M.Feldstein, Handbook of Public Economics, Amsterdam, North Holland, 1987 '14 R.H.Tawney, Equality, New York,Harcourt,1931,p.28 15 Tener presente que mientras con un bien privado el más coincide siempre con lo mejor (más consumo, mas aumento de la utilidad ), sin embargo esto no es siempre verdadero con un bien relacional. Es también por esta razón que el criterio de eficiencia paretiana por sí solo, no puede ser invocado para decidir qué y cómo producir. Véase sobre este aspecto, A.Sen, Maximization and the act of choice, Roma, Banca d'Italia,1996 16 La argumentación fundamental de North es que el intercambio impersonal y autointeresado, en cuanto capaz de abatir los costos de transacción, podría asegurar un mejoramiento continuo del bienestrar de la sociedad. En cambio, esta afirmación está contradicha por la constatación de que 8 incluso en las economías occidentales «modelo» existen formas estructurales de pobreza y de exclusiones que no son en absoluto acompañadas por un nivel excesivo de los costos de transacciones debido a un imperfecto desarrollo institucional, cuanto mas bien a factores endógenos al funcionamiento mismo del mecanismo del mercado privado.D.North, Ins- tituzioni, cambiamento instituzionales, evoluzione dellécnomia, Bologna, Il Mulino,1994. 17 Véase S. Kolm, La bonne economie. La reciprocité generale, Parigi,1984 y más recientemente The theory of reciprocity and the choice of economic systems: An introduction in «Investigaciones economical. ,18,1994 p.67-95. De notable interés es R.E. Kraton, Reciprocal Exchange: A self-sustaining system, en «American Economic Review»,86,1986,p.830-851. S.Coate y M. Ravallion, Reciprocity without commitment, en «Journal of Development Economics» 40, 1993 p. 1-24. La exposición en este párrafo fue obtenida con modificaciones e integraciones, de S.Zamagni, Economia civile come forza di civilizzacione per la societa italiana, en P. Donati, Rapporto su la societa civile in Italia, Milano, Mondadori,1997 18 S.Manghi, Altruismo, en «Rassegna Italiana di Sociologia»,36, 1995,p. 433-459, aui citado p.449-450. Sobre el análisis económico del altruismo y sobre su ámbito de aplicación se sugiere S. Zamagni, The economics of Altruism,Aldershot,Elgar, 1995. 19 Véanse los más recientes volúmenes de C.Borzaga, G.Fiorentini,A. Matacena, Non profit e sistemi di Welare,Roma, 1996.Osservatorio G. Dell'amore, Le organizzazioni senza fini di lucro , Bologna, Milano, 1996; Guiffré, 1996; G. P. Barbetta, Senza Scopo di lucro, Bologna, Il Mulino, 1996; S. Ristuccia, Volontariato e Fondazioni, Rimimi, Maggioli, 1996, I Colozzi, Terzo settore e sviluppo civile, Milano, Angeli,1996. 20 Sobre la cuestión, sugiero el ensayo de E. Balboni en este volumen. 21 Véase mi Economia Civile come forza di civilizzazione delta societa italiana. Sugiero también mi Il problema economico nena societa post fordista e le sfide peril movimento cattolico itliano en A. Scantini , Il ruolo dei cattolici in Italia, Casale Monferrato, Piemme,1997. 22 A.Wolfe, Whose keeper? Social Science and Moral Obligation, Berkley, University of California Press, 1989, p.102. Véanse también los ensayos de B.Gui, L. Castelli. 23 M. Walzer, Thick and Thin, Moral Arguments at Home and Abroad, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1994 p.56. 24 A. Margalit, The Decent society, Cambridge, Harvard university press,1996 29