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CONFERENCIAS CUARESMALES
S.I. Catedral
Sacramento 11
Madrid
Miércoles 10 de febrero de 2016
“NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE”:
OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES
I. OBRAR Y ENSEÑAR COMO JESÚS.
La primera tentación que tiene Jesús en el desierto es la del hambre:
“El tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras
se conviertan en panes. Pero él contestó: está escrito: no sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 3-4). Él
nos ha hablado de una vez para siempre en su Hijo Jesucristo. Son muchos
los pasajes de las enseñanzas de Jesús que ponen de manifiesto el amormisericordioso para socorrer a la persona en sus necesidades corporales y
espirituales, ya que son “los dos pulmones” que posibilita una vida en
plenitud. Se entiende que sus contemporáneos: “estaban asombrados de su
enseñanza, porque enseñaba con autoridad y no como los escribas….¿Qué
es esto? Una enseñanza nueva…incluso manda a los espíritus inmundos y
lo obedecen” (Mc 1,21-28).
Decía san Juan Pablo II: “la caridad con el prójimo, en las formas
antiguas y siempre nuevas de las obras de misericordia corporales y
espirituales, representan el contenido más inmediato, común y habitual de
aquella animación cristiana del orden temporal, que constituye el
compromiso específico de los fieles laicos” 1 . Ya que ellas, son todo un
programa de acción social en el cual todos pueden participar y que no
requiere otro requisito que el de poseer un corazón generoso. Su práctica no
es libre para el creyente, sino que son preceptos y obligaciones para los que
confesamos el mandamiento supremo: “el amor a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a uno mismo”.
El ser humano es espíritu encarnado que debe ser también atendido
en “las miserias morales”, signo de la debilidad humana, muchas veces
fruto de los pecados. Las obras de misericordia espirituales tienen más
valor que los auxilios materiales, aunque existan situaciones en que estas
últimas sean más urgentes. Ahora bien, estas siete obras de misericordia
espirituales a diferencia de las siete corporales, desde sus inicios fueron
1
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Christifideles laici, (Roma 1998) 41.
2
confiadas a cada individuo y a todos los cristianos para que las lleven a la
práctica. Su desarrollo se inició en la etapa patrística, particularmente con
Orígenes (a.185-254) a partir de su interpretación alegórica del texto de Mt
25. Es esta misma línea siguió san Agustín y se consagra con santo Tomás
de Aquino. Digamos que son las respuestas a tres tipos de pobreza:
cultural, relacional y anímica. Expongamos ahora un breve resumen de
cada una de ellas2.
II.- LA COMPASIÓN HACIA QUIEN NO SABE, PIDE UN
CONSEJO O YERRA EN LA VIDA.
El término “compasión” es una acepción de la misericordia, pero
con la variante de que acentúa el ponerse “en la pasión” del otro. Ya sea
porque mi prójimo este viendo una situación de caos, oscuridad o
incertidumbre. También debido a su carencia de cultura. O bien porque ha
cometido grandes equivocaciones.
1. Enseñar al que no sabe.
No se trata de ir por la vida de “listillo” o “sabihondos”. Ni que
estemos capacitados para dar siempre lecciones a todo el mundo. Se trata
de informar o educar sobre los asuntos de la vida, a quienes nos necesitan,
por estar desorientados por falta de conocimiento y estudios. Por eso,
algunos autores al hablar de esta obra espiritual de misericordia, la formula
en categorías actuales tal como hoy se concibe la educación. Así, el
profesor de Teología moral de la Universidad de Comillas nos dice: “la
educación formal es aquella que tiene carácter intencional, planificado y
reglado, la informal es la que se da de modo “no intencional y no
planificado” y la no formal, la que se produce de manera intencional y
planificada, pero fuera del ámbito reglado”3. Aunque la educación reglada
es un derecho fundamental de la persona y pertenece al ámbito de la
justicia no impide que la caridad se deba dar en el ámbito docente, porque
los dos términos justicia-caridad se necesitan recíprocamente y ninguno
puede ausentarse porque ambos son imprescindibles, cada uno en su
realidad y con sus implicaciones: “La justicia sin misericordia es crueldad;
y la misericordia sin justicia es ruina, destrucción”4.
2
Cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización,
Misericordiosos como el Padre. Subsidios para el Jubileo de la Misericordia 20152016.(Madrid, 2015) 507.
3
J.L., Martínez, Enseñar al que no sabe, (Madrid, 2015) 5.
4
S. Tomás de Aquino, Catena Aurea, vol. I, p. 247.
3
Referente a saber enseñar al que no sabe cómo obra de misericordia
espiritual, en sus aspectos “informal” y “no formal”, partamos de un texto
de los Hechos de los Apóstoles que nos narra el encuentro de Felipe con el
eunuco etíope, que era ministro de Candeses, reina de Etiopía e intendente
del tesoro, que iba en su carroza leyendo al profeta Isaías y acercándose
Felipe le pregunto: “¿Entiendes lo que está leyendo? Contestó: ¿Y cómo
voy a entender si nadie me guía?” (Hch 8, 31). Para dejarse enseñar por
otro se necesita humildad para buscar, preguntar y reconocer que no todo se
sabe en esta vida. Por parte del enseñante, tiene que ser dialogante,
sugerente, ecuánime, y “dar tiempo al tiempo” para que el otro, según sus
capacidades, pueda asumir en su mente y corazón aquella enseñanza que es
un bien para su vida. Entre tantas tareas de “enseñar al que no sabe”: “la
más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de
conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la
existencia”5.
2. Dar consejo al que lo necesita.
En la Biblia se habla de: “consejo”, “consejos”, “consejeros” y
“aconsejar”. También encontramos las claves para reconocer por qué y
cuándo el “consejo” es un regalo del Espíritu Santo y una insidia más del
Maligno. Mientras que el primero “es una fuente de vida” (Eclo 21,13), en
cambio el segundo es “una vasija rota” (Eclo, 21,14). La salvación de la
persona es el resultado de un gran número de consejos (Pov 11,14). Para
ello, en el “consejero” y en el “aconsejado”, ha de darse una serie de
elementos: la primacía de la conciencia iluminada por la recta razón y
ayudada por la gracia de la oración y aceptado en libertad. De ahí, que el
libro del Eclesiástico nos dice: “atiende el consejo de tu corazón, porque
nadie te será más fiel. Pues la propia conciencia suele avisar mejor que
siete centinelas apostados en una torre de vigilancia. Pero, sobre todo,
suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad” (Eclo 37,13-15).
La acción de dar un buen consejo al prójimo es un acto de
misericordia, cuando se realiza con naturalidad, respeto, cariño y teniendo
paciencia, como Dios la tiene con cada uno de nosotros. Un buen consejo a
tiempo es como una luz en la noche y puede ahorrar disgustos y fracasos.
Quién aconseja ofrece una visión para descubrir la realidad desde otra
perspectiva; después confronta al aconsejado con la realidad para que se
mire a sí mismo y se autodecida a cambiar; le ayuda al otro para que vaya
integrando lo que aprende. Este recorrido evita las actitudes “cargantes” y
5
Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, (Roma 1998) 102.
4
los “paternalismos” 6 . Así pues, para el creyente el modelo del “buen
Consejero” es Dios mismo: “Porque el Señor es paciente con los humanos
y derrama sobre ellos su misericordia. Él ve y sabe que el fin de ellos es
miserable, por eso multiplica su perdón. El hombre se compadece de su
prójimo, el Señor, de todos los vivientes. Él reprende, adoctrina, enseña y
guía como un pastor a su rebaño. Se compadece de los que acogen la
instrucción y de los que se afanan por sus mandatos” (Eclo 18,11- 14).
La profecía de Isaías carca del Mesías es que llevara el nombre de:
“Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz”
(Is 9,6). Eso se cumplirá en Jesús de Nazaret que fue maestro en el arte de
aconsejar, porque salía al paso de las necesidades vitales, personales y
establecía relaciones que ayudaban a cambiar. Ayuda a la gente a
responsabilizarse de aquello que uno es y hace, a buscar las prioridades
salvadoras: “Buscad ante todo el Reino de Dios y lo demás se os dará por
añadidura” (Mt 6,33). Un ejemplo, entre otros muchos, de cómo aconsejaba
Cristo y como es recibido su consejo, es el diálogo que mantiene con el
joven rico y su conclusión final: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus
bienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo, y luego
ven y sígueme. Al oír eso, el joven se fue triste, porque era muy rico” (Mt
19,21-23).
3. Corregir al que yerra.
Deberíamos tener presente dos máximas claves: no somos infalibles,
también nosotros nos equivocamos. Además, alejémonos de toda actitud
hipócrita, como nos advierte el Evangelio: “sacar la paja del ojo ajeno y no
ver la viga en el nuestro” (Lc 6,42). Ahora bien, cuando el conflicto es en
el seno de la familia, de la comunidad, el Evangelio nos dice: “Si tu
hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso,
has salvado a un hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un pagano o un publicano” (Mt 18,15).
“Corregir al que yerra” podrá dar frutos de paz y bendición, cuando
antes que nada hay un tiempo de discernimiento. San Ignacio de Loyola
dice en sus Ejercicios Espirituales, “que en tiempos turbulentos, no hacer
mudanza”. Es decir, en los momentos calurosos del cualquier conflicto, no
tomar determinaciones. En general no viene mal dejar un poco “enfriar el
asunto”, aprovechando ese periodo para descubrir los elementos positivos y
6
J.C.R., García Paredes, Dar buen consejo al que lo necesita, (Madrid, 2015) 27.
5
negativos que se dieren. Teniendo siempre presente que no se trata de un
juicio, que al otro no has de verlo como un enemigo, sino como un
hermano, a cual tú le prestas el servicio de reconducirlo por el camino del
bien (Cf. Sant 5, 19s). Es cierto que: “ninguna corrección resulta agradable,
en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de
justicia a los ejercitados en ella” (Heb 12,11).
¿Cómo se lleva a cabo una caritativa corrección? Ejércela solo en
cosas verdaderamente esenciales, no debemos pasarnos todo el día
diciéndole al otro cuantas veces se equivoca. En aquellos asuntos que
merezca la pena, hacerlo con firmeza pero sin humillar a la otra persona, no
olvidar la máxima de san Pablo: “la verdad en la caridad” (Ef 415).
Veamos un texto muy iluminativo de san Antonio María Claret: “Cuando
teníamos que corregir a alguno, a mí me daba mucha pena y, sin embargo,
lo hacía….empezaba haciendo elogio de aquello que estaba muy bien, sólo
que tenía éste y ese defecto, que, corregidos aquellos defectillos, sería una
labor perfecta…Aprendí cuánto conviene el tratar a todos con afabilidad y
agrado, aun a los más rudos, y cómo es verdad que más buen partido se
saca del andar con dulzura que con aspereza y enfado”7. En definitiva: La
corrección fraterna es una obra de misericordia, realizada con caridad,
verdad, sin acritudes, con humildad, y siendo prudentes a la hora de elegir
el tiempo y en el espacio.
III.- TENER ESPÍRITU CONCILIADOR.
Muy lleno de Dios hay que estar para tener la palabra oportuna para
consolar al triste. Para perdonar “setenta veces siete” y llevar con paciencia
los defectos del prójimo. La realización de estas acciones no son producto
del voluntarismo o del buenísmo de moda, sino que requieren que la gracia
de Dios haya tocado de verdad la vida de esa persona. Únicamente se
puede dar y actuar misericordiosamente, cuando el corazón humano ha
experimentado primero la fuerza trasformadora y reconciliadora del amor
divino. Francisco nos dice en la Bula del Jubileo: “Siempre tenemos
necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de
alegría, de serenidad y paz…Ante la gravedad del pecado, Dios responde
con la plenitud del perdón. La misericordia siempre es más grande que
cualquier pecado y nadie podrá poner límites al amor de Dios que perdona”
(MV 2-3). Estas tres obras de misericordia espirituales han de ser
practicadas con alegría, porque como dice el apóstol Pablo: “El que
practica misericordia, que lo haga con alegría” (Rom 12,8).
7
A. Mª. Claret, Autobiografía, (Barcelona, 1975) 33-34.
6
4. Perdonar las ofensas.
La Biblia nos presenta a un Dios que es “capaz del perdón” (Cf. Ex
34,6s; Sal 86,5; 103,3), afirmación que comportará la superación de la ley
del Talión: “ojo por ojo y diente por diente” (EX 21,24) con la venida del
Mesías Cristo Jesús que nos dijo: “Habéis oído que se dijo: “ojo por ojo y
diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os
agravia…Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen…porque si amáis a los que os aman ¿Qué mérito tenéis? ¿No
hacen los mismos también los publicanos?” (Mt 5,44). Se trata de un
mandamiento que expresa lo más nuevo y genuino del cristianismo frente a
las otras religiones y filosofías que mantienen un perdón genérico como es
el caso del judaísmo, budismo, taoísmo, estoico... Esta singularidad viene
de la concepción cristiana de Dios, manifestado en Jesús: “tanto amó Dios
al mundo que nos entregó a su propio Unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16). “Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn
13,1). Es de tal importancia esta Obra de Misericordia que Jesús nos la
enseñó en la oración del Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12; Lc 11,4).
Perdonar las injurias es, probablemente, la Obra de Misericordia que
más cueste para llevarlo a la práctica a causa de nuestra tendencia natural al
rencor, el resentimiento y la venganza. Nuestro refranero español lo refleja
muy bien: “Las ofensas se escriben en mármol; los beneficios, sobre
arena”. “Quien a otros ofende, siempre la venganza teme”. Por otro lado
también tenemos refranes que nos hablan de la excelencia del perdón:
“Consejo es de sabios, perdonar injurias y olvidar agravios”. “Perdona al
ofensor y saldrás vencedor”. “Por injurias que perdones, un galón para el
cielo te pones”8.
¿Qué quiere decirnos todo esto? Que las ofensas que no se perdonan
de corazón, sino que se guardan en él, acaban por irse adueñando de
nuestra existencia y la llena de amargura y odio. Pero el perdón cristiano no
tiene límites, porque amamos y perdonamos en la dimensión de la Cruz de
Nuestro Jesucristo, donde Dios ha expresado todo su amor a la humanidad.
Desde este signo salvador, el perdón cristiano, no sólo hace bien al que es
perdonado, sino también el que ejerce el perdón sobre el hermano se siente
liberado, el capaz de mirar al otro sin juzgarlo, acogiéndolo y respetándolo.
Cada vez que perdonamos las ofensas, nuestro corazón se pacifica. Y como
8
N. Calduch-Benagues, Perdonar las injurias, (Madrid, 2015) 6-7.
7
diría santo Tomás de Aquino, “el perdón de los enemigos pertenece a la
perfección de la caridad”9.
5. Consolar al triste.
Nuestro mundo es un mundo triste, a pesar de la ofertas de
espectáculos y variadísimas formas de divertimento. La tristeza es un
sentimiento que ensombrece y dificulta la satisfacción en las relaciones
vitales. Es un descenso importante de nuestro tono vital que anima todas
las funciones de la persona. El sentimiento de tristeza más grave y temible
es la depresión que ha sido calificada como “el infierno de la persona”,
donde se conjuga la pérdida total de autoestima, el negativismo pesimista y
un fuerte complejo de culpabilidad. Lo contrario a cualquier tipo de tristeza
es la alegría de verse comprendido, amado, aceptado y consolado. A veces,
basta escuchar al otro un desahogo porque son pequeñas cosas. Otras,
demandará más tiempo y cuidados, y no faltará, en casos graves, la
recomendación y ayuda de “profesionales del alma”. Pero en cualquier
caso, no debe escasear la caridad y los signos de “las buenas obras”. Sin
embargo, hay que ser realista y mostrar la fuente espiritual de donde viene
todo consuelo, porque aquí: “en la tierra, hasta la alegría suele parar en
tristeza; pero para quién vive según Cristo, incluso las penas se truecan en
gozo”10.
El consuelo llega a partir de una experiencia de Dios que reclama
“abandonarse a sus manos”. No es ausencia de dolor, sino capacidad para
superarlo sin derrumbarse: “El Señor consuela a su pueblo y se compadece
de los desamparados” (Is 49,13). Resulta que Dios consuela a su pueblo
con la bondad de un pastor (Cf. Sal 23,4), el afecto de un padre, el ardor de
un novio y de un esposo (Cf. Is 54) y con la ternura de una madre (Cf. Is
49,14ss; 66, 11-13).
Jesús, como Mesías, es “Consuelo de Israel” (Lc 2,25). Proclama:
“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5,5).
Anima y da coraje a aquellos que se sienten abrumados por el peso de sus
pecados o por la enfermedad que padecen (Cf Mt 9,2-22) y ofrece alivio a
todos aquellos que están cansados y agobiados (Cf. Mt 11,28-30). Esto es
así, que Pablo nos recuerda que Cristo es la fuente de toda consolación:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier
tribulación hasta tal punto de poder consolar nosotros a los demás,
9
Santo Tomás de Aquino, STH II-II, q. 25, a.8.
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre San Mateo, 18. Cf. J.Mª. Uriarte, Consolar al
triste, (Madrid, 2015)
10
8
mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por
Dios” (2 Cor 1,3-5). Según este “consuelo de Cristo”( Flp 2,1), los
cristianos somos llamados a “ángeles de consuelo” para que podamos
curar, a pesar de nuestras heridas, a los pobres y afligidos con el “bálsamo”
de la caridad, con el espíritu de perdón y la esperanza gozosa de que al
final de los tiempos, será el mismo “Dios quién enjugará nuestras lágrimas”
(Ap 7,17), ya que “no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo
primero ha desaparecido” (Ap 21,4).
6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás.
Vivimos en un mundo donde la paciencia es la gran ausente: lo
queremos todo, de forma inmediata, sin tener que aguardar. Es la ley de
una sociedad postmoderna y del bienestar, donde todo marcha de prisa y
con las mínimas molestias en todos los aspectos de vida. Quiere decir que
esta sexta Obra de Misericordia espiritual no se puede entender mucho,
como sucede con el amor a los enemigos (Cf. Mt 5,28-48). Sin embargo, la
ley de la naturaleza es todo lo contrario, tiene todo un proceso, crecimiento
y relaciones. De ahí, que la vida humana demanda la paciencia, para ir
madurando en los diversos aspecto de nuestra existencia: “más vale ser
paciente que valiente, dominarse que conquistar ciudades” (Prov 16,32) y
“más vale el fin de un asunto que el principio, más vale espíritu paciente
que arrogancia” (Eclo 7,8). La paciencia es pues un arte para saber
sobrellevar los defectos del prójimo, de forma libre y amorosa, que se
muestra en los variados campos en los que el cristiano puede ejercitar esa
virtud:
 Consigo mismo, puesto que es fácil desalentarse ante los propios
defectos, cuando no se logran superar.
 Con quienes tratamos más a menudo, sobre todo si, por motivos
especiales hemos de ayudarles en su formación, enfermedad, corregir
el carácter, falta de educación, etc…La compresión y fortaleza nos
ayudará a ser pacientes siguiendo los modelos que nos pone las
Escrituras: Job (1,21), o bien la paciencia de Jesús con los pecadores
(Cf. Mt 18,23-35). La impaciencia solo causa destrozos y es ineficaz
para atraer al hermano. No olvidemos lo enseñanza de Pablo: “ …En
todo nos acreditamos como ministros de Dios con mucha paciencia,
en tribulaciones, en necesidades, en angustias…” (2 Cor 6,4). “Sed
buenos, compresivos, perdonaos unos a otros como Dios os perdonó
en Cristo” (Ef 4,32).
 Con los acontecimientos que no dependen de nosotros, ni de quién
nos rodea. Son las largas contrariedades que se presentan a lo largo
del día, que nos quitarían la paz y nos harían reaccionar de modo
destemplado y malhumorado: “el amor es paciente… y todo lo
9
soporta” (1 Cor 13, 1-13.4,7). “El iracundo promueve contiendas, el
paciente aplaca las rencillas” (Prov 15,18).
En cualquiera de los aspectos expuestos, la paciencia como “fruto del
Espíritu Santo” (Gal 5,22) nos hace madurar en las pruebas de la vida,
como nos dice el apóstol Santiago: “mirad, nosotros proclamamos dichosos
a los que tuvieron paciencia. Habéis oído hablar de la paciencia de Job y ya
sabéis el final que le concedió el Señor, porque Dios es compasivo y
misericordioso” (Sant 5,11).Además, genera constancia y esperanza que no
defrauda nunca (Cf. Rom 5,5).
IV. ROGAR A DIOS POR LOS VIVOS Y DIFUNTOS.
Como conclusión de estas siete Obras de Misericordia espirituales,
esta séptima pone de relieve cómo la oración es un don de Dios en relación
con el hombre, nos introduce en la “comunión de los santos” y aparece
como el sostén de las trece restantes. Porque como dice san Ignacio de
Loyola: “orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo
dependiese de vosotros” (Cf. CAT 2834). Es un deber de caridad cristiana
de pedir los unos por los otros, sobre todo por los pobres y los más
necesitados de nuestra familia, comunidad y sociedad. Pero también por
nuestros hermanos difuntos que partieron hacia la “casa de la misericordia”
eterna.
En la sociedad secular y descreída todo termina con la muerte. En
cambio, desde la visión cristiana la muerte no es el final de la vida.
Tenemos el medio, el ambiente y el lugar para una real comunicación de
amor con los difuntos. Así, aunque es evidente que existe un terrible velo
entre el mundo visible y el invisible, se nos ha dado un medio, que es la fe
en Jesucristo muerto y resucitado, Señor de vivos y muertos, ya que “el que
crea en Él, aunque haya muerto, vivirá y todo el que esté vivo y crea en Él
jamás morirá” (Jn 11,26). Además en Cristo se cumple que el amor es más
fuerte que la muerte (cf. Cant 8,6) y la comunión con Él nos hace partícipes
de la comunión de los santos y por lo tanto contamos siempre con la
intercesión de quienes nos precedieron y han alcanzado la vida eterna. De
ahí estas palabras del Cardenal Martini: “Es posible comunicar con
nuestros difuntos. Ellos nos conocen y, aunque ahora están en el cielo junto
a Dios, conocen el mundo que han dejado, conocen ante todo su relación
con Dios y con sus planes eternos que ya puede contemplar. A partir de
Dios, conocen nuestros problemas y hablan de ellos entre sí y con Dios. Es
verdad que han dejado el mundo para habitar donde están los cuerpos
gloriosos... pero intervienen todavía en el mundo y están presentes en él
con su oración, con la fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos
10
ofrecen, con los ejemplos que nos recuerdan, con los efectos de su
intercesión”11. Es verdad de fe que esta comunicación de bienes espirituales
existe entre los fieles que constituyen la Iglesia triunfante, purgante y
militante.
El ambiente para comunicarnos con nuestros seres queridos es la
oración. El cristiano, mediante la plegaria a Dios por medio de su Hijo
Jesucristo y movido por el Espíritu, entra en la esfera del Dios Viviente,
donde nuestros padres, parientes o amigos queridos hablan a Dios de
nosotros y le presentan nuestras intenciones y nuestras dificultades, pero
también nosotros, los que caminamos en este “valle de lágrimas”, debemos
rezar por ellos, porque “santo y saludable es el pensamiento de orar por
los difuntos para que queden libres de sus pecados” (Mac 12,46; Cf. LG,
nn. 49-50).
La oración cristiana nos hace tremendamente humanos, porque nos
solidariza con las necesidades de los vivos y la salvación eterna de los
difuntos. Además, nos libra de las angustias de la pérdida física de los seres
queridos y nos hace recuperarlos por la presencia del amor divino en
nuestros corazones. Es más, sólo mediante la piadosa oración perdura en el
tiempo la memoria de los difuntos entre nosotros.
Existe un lugar privilegiado que la Eucaristía, donde la fuerza del
Resucitado nos congrega a vivos y muertos. Allí el cielo y la tierra se
juntan para adorar el Dios de la Vida y del Amor. Y están presentes, en
particular, aquellos que más nos aman, que nos son más queridos y que con
nosotros adoran a Jesús, que ha aniquilado la muerte eterna. De ahí que un
Padre de la Antigüedad dijera: “Ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros
pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y
los difuntos”12. Por eso la mejor comunicación que podemos con aquellos
que ya no están aquí con nosotros es la celebración de la Santa Misa, que
como diría san Isidoro de Sevilla “es una costumbre enseñada por los
Apóstoles y que la Iglesia Católica observa en todas partes”13.
@
Juan del Río Martín
Arzobispado Castrense de España
11
C. Mª., Martini, Creo en la vida eterna, (Madrid, 2012) 25.
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógicas, 5,9.
13
San Isidoro de Sevilla, Sobre los oficios eclesiásticos, 1.
12
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