ARQUITECTURA, ESPACIO PÚBLICO, CIUDAD Y CULTURA Arq. Pedro Escajadillo Cumpa Cuando visitamos una ciudad tenemos percepciones que nos pueden ayudar a definirla. A veces no sabemos exactamente lo que es o simplemente podemos decir que nos gusta o no. Nos llaman la atención sus edificios, si es ordenada o no, si está limpia o no; aunque a veces detectamos algunas cosas que se 'respiran' en el ambiente y que no siempre podemos explicar. Con estas percepciones nos atrevemos a emitir una opinión acerca de la ciudad visitada e incluso, según la experiencia que hayamos tenido, recomendamos a nuestros amigos visitarla. Sin darnos cuenta, sentimos y vivimos una ciudad, su arquitectura, sus espacios, su cultura. Desde tiempos remotos el hombre ha construido edificios para satisfacer sus múltiples necesidades, esto ha evolucionado desde una primitiva choza en la prehistoria hasta el más moderno y sofisticado edificio que hoy encontramos. Es así que surge la arquitectura como el arte de modelar espacios, volúmenes y materiales -haciendo uso de la tecnología- como respuesta a la realidad del hombre de cada época. En este proceso evolutivo y con el uso de los edificios, el hombre también empieza a sentir estas construcciones como propias, pues en su configuración vuelca sus conocimientos, sentimientos y sensaciones. De igual manera, con el surgimiento de las sociedades organizadas y la vida en comunidad se fueron construyendo edificaciones que, en conjunto, moldearon espacios de convivencia, dando origen a los primeros asentamientos, aldeas y ciudades. Así surgieron espacios de uso común como calles, avenidas y plazas. Estos espacios públicos pueden resultarnos más o menos gratos no sólo por la arquitectura de los edificios que los definen, sino por su tamaño, proporciones, formas, colores, texturas, etc. A ellos también podemos aplicar ese sentido de pertenencia, pero, claro a una escala mayor, como sociedad. Originalmente fueron la geografía, el clima y los materiales disponibles los elementos que definían la forma, tamaño y técnicas constructivas de los edificios de una ciudad; si a esto se suma el genio artístico y creativo de sus habitantes, da como resultado la configuración arquitectónica y urbanística de las ciudades. Estas características otorgan a cada ciudad una identidad propia que la hace diferente de otras. Pero, ¿esto que tiene que ver con la cultura?. Todo. Materialización de la cultura Según la Unesco, la cultura "… puede considerarse…como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias." De acuerdo con esta definición y considerando que la arquitectura además de ser respuesta a las necesidades del hombre, lo acompaña en su crecimiento, en sus experiencias, integrándose en el desarrollo de su vida; podemos afirmar que es parte de la cultura. La arquitectura define la configuración de las ciudades. Este proceso no sucede de un día para otro, requiere superar etapas, madurar ideas, transformarlas en hechos concretos, y convertirlas –a veces sin buscarlo- en verdaderas depositarias de la identidad de los pueblos. Las ciudades son entes vivos y dinámicos donde se manifiestan los valores - heredados y generados - que llamamos cultura. En la antigüedad la arquitectura era considerada la madre de todas las artes, y todas ellas estaban supeditadas a su disposición. Aunque su participación se daba en las grandes construcciones de la clase dominante, no podemos negar que también surgió una arquitectura anónima que fue el reflejo del pensar y el sentir de los pueblos. La arquitectura es una conquista del hombre y de la sociedad que lo vincula con su historia, y con todas aquellas manifestaciones de su desarrollo. No se concibe la cultura sin arquitectura. La arquitectura de una ciudad nos habla también de su pasado. Todos los edificios de una ciudad -sin excepción- son característicos y representan a menudo los logros, las conmemoraciones, el bienestar; pero también las imperfecciones, las contradicciones, los conflictos e incluso las vergüenzas de una sociedad. Por eso, cuando miramos hacia atrás y buscamos en nuestros más profundos recuerdos, tanto de manera personal como colectiva, siempre encontraremos la arquitectura como protagonista: una casa, un patio, una calle, una iglesia, una plaza; lugares y espacios donde se ha forjado lo que somos como personas y como sociedad. La arquitectura no es otra cosa que la materialización de nosotros mismos, del pensamiento del hombre y su tiempo. Quizás podemos decir que la arquitectura es la principal manifestación de la cultura y también la más democrática, pues está presente en todos los estratos de cualquier sociedad. La arquitectura tiene un rol protagónico, no podemos decir que es un valor más; sin duda, es el único valor al que todos los ciudadanos tienen acceso, más allá de cualquier distinción social, económica o formativa. Hoy en día la arquitectura enfrenta el reto de responder a una verdadera democracia, es decir que pueda ser accesible a todos, pues la arquitectura es profundamente humana. Debemos intentar que la arquitectura sea también respuesta a los ideales de equidad, igualdad de oportunidades, justicia y armonía social. Más allá de ser una herramienta técnica, la arquitectura está también obligada a asumir un rol social y unificador. Planificación de las ciudades Como ya dijimos, la ciudad es un organismo vivo. Sus calles son como las venas y arterias del cuerpo humano; por ellas circulan personas y vehículos que constituyen una suerte de sangre que le da vida. Los equipamientos urbanos y espacios públicos son como los órganos vitales de las ciudades, permiten que respire, que se alimente y que se nutra. Como ser vivo también crece y se transforma. Los cambios que una ciudad pueda tener no implican acabar con la configuración anterior, sino, agregar o adaptar lo nuevo sin alterar su esencia. Para intentar que todo tenga un orden y un equilibrio es necesario planificar. La planificación en las ciudades es fundamental, pues permite tener un crecimiento ordenado y coherente con sus propias actividades. Además de normar el crecimiento, es importante planificar también el tránsito vehicular, la señalización, la dotación de servicios, el uso del suelo, alguna reglamentación especial si es necesario, etc. No podemos dejar que sea la espontaneidad de la informalidad quien determine el cómo crecen nuestras ciudades y menos que esto afecte lo ya constituido. Deben planificarse zonas de la ciudad para las nuevas ocupaciones y, reglamentar las ya existentes para responder al crecimiento. Todo esto sin destruir su identidad. Nuestro país atraviesa una situación económica positiva. Con estabilidad e inversiones se construye mucho, sin embargo, crecer sin planificación hace que también se destruya mucho. El tan ansiado progreso y desarrollo muchas veces no tiene en cuenta los valores y la cultura encarnados en la arquitectura de las ciudades. Por lo general, estos valores se concentran en los centros históricos o en barrios tradicionales que son transformados en nuevos lugares sin personalidad, modernos, con todas las comodidades y espectacularidad de la arquitectura moderna, pero sin identidad. Centros históricos, el caso de Piura. El centro histórico de Piura es un caso que podríamos analizar. Se trata de una ciudad con un centro histórico notable. Posee una traza urbana regular propia de las fundaciones españolas en nuestro país. En él se ubican casonas, iglesias, plazas y otras construcciones de distinta naturaleza; edificios y espacios en los que podemos encontrar mucha historia, tradición y cultura. Todo este conjunto urbano es único y nos hace diferentes de todas las ciudades del mundo, es decir nos da identidad. No podríamos decir que nuestro centro histórico es mudo testigo de su tiempo, al contrario, nos puede hablar y decir mucho de lo que fuimos y de lo que somos, pero también de lo que podríamos ser. De ahí la importancia de conservar nuestro centro histórico. No es posible que sólo lo entendamos como un montón de edificios viejos que ya no sirven y que deben dar paso a construcciones nuevas y modernas. No. La arquitectura de nuestro centro histórico, mal que bien, han dado un carácter y una personalidad a nuestra ciudad. Es nuestro documento de identidad, es nuestra herencia, es de todos y nadie tiene derecho a destruirlo. En nuestro país –como en el resto del mundo- tenemos varios casos de centros históricos conservados, donde se otorgan nuevos usos a los antiguos edificios y se promueven en ellos actividades comerciales, culturales, de ocio, turísticas, etc., más propias a su configuración y compatibles con los valores culturales que viven en ellos. Es importante recordar que estos espacios urbanos se configuraron para una determinada escala de uso, por lo tanto no podemos pretender poner en ellos grandes centros comerciales o distintas actividades sin tomar las previsiones necesarias para que no impacten negativamente en los edificios y en los espacios públicos. Se necesita un tratamiento especial y una reglamentación propia para estas zonas de las ciudades. Esto no se contrapone al progreso, incluso no es necesario conservar todo. Se puede hacer una selección de las edificaciones mejor conservadas y más representativas y mantener aquellas que realmente valen la pena. Eso sí, cuidar que lo nuevo se integre visualmente con lo antiguo, o que por lo menos no lo agreda. Lo que más debemos cuidar es que la ciudad mantenga su personalidad y no se convierta en una ciudad cualquiera. La conservación de nuestro centro histórico es tarea de todos los que vivimos en esta ciudad. Es fundamental que autoridades, empresarios y ciudadanos en general nos demos cuenta de la importancia de esta tarea y aportemos en ella. Debemos entender que los edificios y espacios que optemos mantener y los nuevos sean también manifestación de nuestra identidad.