Conferencia de Gerardo García: “En torno al femicidio. Repetición o

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Escuela Freudiana-Córdoba
En torno al femicidio
De por qué algunos hombres consideran a las mujeres una calamidad
Presentación a cargo de Gerardo García
11 de Mayo del 2016
Bueno, lo primero que quiero decirles es que estoy un poco nervioso, cosa que
no me ocurre generalmente en las presentaciones. Las presentaciones anteriores
resultaron divertidas, encontré un registro que me gusta para la transmisión y así
también me lo ha hecho saber la gente de la Escuela, con quien comparto hace tanto
tiempo la transmisión, más de veinte años. Pero ocurre que, con relación al tema del
femicidio y, luego desde esta pregunta de por qué algunos hombres consideran a las
mujeres una calamidad, las cosas son un poco más dificultosas. También, porque la
audiencia es distinta. Esta mañana estaba preocupado y, por suerte, me llamó mi hijo,
Diego, historiador –es profesor de historia–, y me preguntó: “¿Por qué estás nervioso, si
nunca estás nervioso cuando haces las presentaciones?” Estoy nervioso, le dije, porque
va a haber dos públicos: un público, el de la Escuela y analistas, a los cuales me dirijo
habitualmente, y otro que se interesa puntualmente por este tema, tremendo, penoso que
es el femicidio. “Ah, te entiendo perfectamente; estás en la misma situación que San
Pablo en la “Epístola a los Corintios”, que tenía que transmitir por una parte, a los
judíos y, por otra, a los gentiles. ¿Cómo dirigirse a dos públicos diferentes? Esa es, en
definitiva, la dificultad con la que se encontraba Pablo, que es helenista –nace en
Turquía–, que es apóstol y tiene que dirigirse a dos audiencias, a dos públicos
diferentes. Lo que pasa es que Pablo encuentra una solución bastante simple al respecto,
pero que no es la mía. La solución que él tiene y que digo que es bastante simple es que,
en torno a estas dos audiencias disímiles, dice: “Bueno, no voy a transmitir con la
sabiduría de los griegos porque los griegos buscan saber y los judíos piden señales. Por
lo tanto, voy a predicar con la imagen de Cristo crucificado”. Una solución en cuanto a
cómo transmitir. Podemos transmitir de esa manera, es decir, una situación unívoca que
es la cruz, Cristo crucificado. Esa es una forma, una modalidad, mientras que yo elegí
dos modalidades, dos puntos de vista, dos perspectivas. No crean que las cosas fueron
tan sencillas para Pablo porque también se le presentaron algunas dificultades en torno
al tema del hombre y de la mujer. Dijo un día que en el matrimonio la mujer no era
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dueña de su cuerpo sino que le pertenecía al hombre. Pero también dijo otra cosa: que el
hombre no era dueño de su cuerpo sino que le pertenecía a la mujer. Es decir, las cosas
eran un poco más complicadas de transmitir que con la imagen de Cristo, con el
sacrificio, con la crucifixión. Y no solamente esto, ocurre que Dios no le dio ninguna
orden, no le susurró nada al oído respecto del tema de las vírgenes: “De eso no tengo
ningún mandamiento del Señor”. A Pablo, que predicaba en Éfeso en cuyas colinas se
atestigua está la residencia de la Virgen María, respecto de las vírgenes nada le ha dicho
el Señor, lo que dirá es a riesgo propio, es su opinión. Sí sabemos que Pablo era casto y
se jactaba de ser virgen, que no sólo predicaba sino que trabajaba. Que se ganaba la vida
tejiendo una tela resistente que se usaba para fabricar bolsas para transportar las
mercancías. Qué tomó al pie de la letra la palabra del Señor de trabajar con las manos y
que ese tejido, ese tramado rechaza de alguna manera lo real.
I El testimonio
Así que las cosas no son tan simples con Pablo. Y, en definitiva, nunca lo son,
tanto que durante el Barroco cristiano, en España fundamentalmente, se mantuvo una
larga discusión respecto a cómo transmitir. Con estas referencias intento aproximarme a
cómo se transmite el femicidio, de qué manera, con que complejidades.
La discusión del tema del sacrificio y de la Cruz arrastró a teólogos, algunos
fieles y a artistas al problema de la transmisión, cómo vamos a transmitir: con Cristo
clavado con cuatro clavos o con Cristo clavado con tres clavos. ¡Qué detalle! Pero, ¿por
qué ese detalle? Si transmitimos de la primera forma, esto es, con Cristo clavado con
cuatro clavos, vamos a contar con un clavo en cada mano, uno en cada pie, un
supedáneo donde Cristo apoya los pies, la cabellera de Jesús de Nazaret le cubre la cara,
la herida del costado apenas esbozada, es decir, vamos a transmitir con la serenidad. En
cambio, si elegimos los tres clavos, vamos a tener que quebrar las piernas de Cristo, un
clavo en cada mano y uno con relación a los dos pies. Con esto se acentúa el
sufrimiento, el dolor y de la herida emana un sangrado profuso. Por tanto, presentamos
esa cuestión: transmitimos con la serenidad, con cierta tranquilidad, o bien, con el
sufrimiento. ¿Cuál sería la mejor forma de hacerlo? ¿De qué manera transmitir para que
algo no se repita? La discusión tenía un fin. La transmisión estaba con relación a cómo
convencer a los fieles con tales imágenes, dado que los fieles eran iletrados en su
mayoría.
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Asimismo podemos transmitir de una manera donde tenemos un registro, que es
el registro del testimonio y, también, podemos transmitir de otra manera, que es un
registro lógico. En el registro del testimonio que me parece de suma importancia, voy a
recurrir a Roberto Bolaño, particularmente a su texto que se titula 2666. No sé si ustedes
conocen que este texto estaba pensando en un inicio como cinco libros. Bolaño los
había dejado en herencia a sus hijos y, luego, los editores deciden reunir las cinco partes
en un solo libro. La que me interesa leerles se extiende a lo largo de 350 páginas, se
llama “La parte de los crímenes”. Dice así:
“La muerta apareció en un pequeño descampado en la colonia Las Flores.
Vestía camiseta blanca de manga larga y falda de color amarillo hasta las
rodillas. Unos niños que jugaban en el descampado la encontraron y dieron
aviso a sus padres. La madre de uno de ellos telefoneó a la policía, que se
presentó al cabo de media hora. Al poco rato dos mujeres con la cabeza
cubierta se arrodillaron a rezar. Las mujeres, vistas de lejos, parecían viejas,
pero no lo eran. Delante de ellas yacía el cadáver.
Sin interrumpirlas, el policía volvió tras sus pasos y con gestos llamó a su
compañero que lo esperaba fumando en el interior del coche. Luego ambos
regresaron hacia donde estaban las mujeres y se quedaron de pie junto a
éstas observando el cadáver. El que tenía la pistola desenfundada les
preguntó si la conocían. No, señor, dijo una de las mujeres. Nunca la
habíamos visto. Esta criatura no es de aquí.”
“Esto ocurrió en 1993. En enero de 1993. A partir de esta muerta
comenzaron a contarse los asesinatos de mujeres. Pero es probable que antes
hubiera otras. La primera muerta se llamaba Esperanza Gómez Saldaña y
tenía trece años. Pero es probable que no fuera la primera muerta. Tal vez
por comodidad, por ser la primera asesinada en el año 1993, ella encabeza la
lista. Aunque seguramente en 1992 murieron otras. Cuatro días después,
antes de que acabara el mes de enero, fue estrangulada Luisa Celina
Vázquez. Tenía dieciséis años…
En marzo, la locutora Isabel Urrea fue hallada muerta. […] se dirigió hacia
donde estaba su coche. Al sacar las llaves para abrirlo una sombra cruzó la
acera y le disparó tres veces. Las llaves se le cayeron. Isabel intentó
levantarse pero sólo pudo apoyar la cabeza sobre el neumático delantero. No
sentía dolor. La sombra se acercó hacia ella y le disparó un balazo en la
frente.
Al mes siguiente, en mayo, se encontró a una mujer muerta en un basurero
situado entre la colonia Las Flores y el parque industrial General Sepúlveda.
Trabajaba en una maquiladora [Las maquiladoras son los lugares de trabajo
en Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos]. En el basurero donde
se encontró a la muerta no sólo se acumulaban los restos de los habitantes de
las casuchas sino también los desperdicios de cada maquiladora. […] La
primera muerta de mayo no fue jamás identificada, por lo que se supuso que
era una emigrante de algún Estado del centro o del sur que paró en Santa
Teresa.
En junio murió Emilia Mena Mena. Su cuerpo se encontró en el basurero
clandestino cercano a la calle Yucatecos. El principal sospechoso del
asesinato de Emilia Mena Mena era su novio.
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El último caso del año 1997 fue bastante similar al penúltimo, sólo que en
lugar de encontrar la bolsa con el cadáver en el extremo oeste de la ciudad,
la bolsa fue encontrada en el extremo este. La víctima, según los forenses,
llevaba mucho tiempo muerta. De edad aproximada a los dieciocho años,
medía entre metro cincuentaiocho y metro sesenta. El cuerpo estaba
desnudo, pero en el interior de la bolsa se encontraron un par de zapatos de
tacón alto. Tanto este caso como el anterior fueron cerrados al cabo de tres
días de investigaciones, más bien investigaciones desganadas. Las navidades
se celebraron de la forma usual. Se hicieron posadas, se rompieron piñatas,
se bebió tequila y cerveza. Hasta en las calles más humildes se oía a la gente
reír. Algunas de estas calles eran totalmente oscuras, similares a agujeros
negros, y las risas que salían de no se sabe dónde eran la única señal, la
única información que tenían los vecinos y los extraños para no perderse.”
Este es un extracto muy acotado de “La parte de los crímenes”, son 350 páginas,
y he leído solamente cinco o seis relatos. Ese testimonio lo considero imprescindible,
esencial, pero ocurre que en el verano que lo leí quedé mudo, dejé de hablar. Salí del
mutismo cuando me remonté a otro libro de Bolaño que se titula Amuleto, que es diez
años previo. Me pregunté, ¿por qué 2666? no lo sabía. El libro también tiene su
actualidad respecto del femicidio porque en el epígrafe citando a Petronio dice:
“Queríamos, pobres de nosotros, pedir auxilio; pero no había nadie para venir en nuestra
ayuda.” Allí empecé a entrever algo que me daba alguna pista sobre porque 2666. Dice
así:
“…a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche,
la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de
forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la
ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco
más despacio que antes, yo un poco más deprimida que antes, la Guerrero, a
esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un
cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975,
sino a un cementerio del año 2666 [el título del libro que publicara diez años
después], un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las
acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha
terminado por olvidarlo todo.”
Después de que empecé a hablar escribí dos libros. Uno de ellos se titula
Estética de la melancolía, que fue una forma de salir de la mudez, y el otro, De la
angustia al duelo, donde quise dar testimonio de la práctica en el marco del análisis,
cómo es posible el duelo en el interior del dispositivo. Este seminario: “Fundamentos de
la práctica analítica”, renueva esa apuesta.
Pero, compartirán conmigo, que no podemos quedarnos con esa premonición a
futuro, esa cifra temible e ingrata, 2666 y que por no querer ver algo vamos a dejar de
ver todo, o que por olvidar algo, vamos a olvidar todo. Incluso considero que se trata en
el relato que nos otorga Bolaño en Amuleto más que una premonición una advertencia,
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una admonición, al menos ese es mi un anhelo, de que el olvido no tenga una condición
inexorable.
II La lógica del amor
Para que esa condición no se cumpla, para no repetir siempre lo mismo,
contamos con una herramienta que es la lógica. En la lógica del psicoanálisis, al menos
la que practicamos en la Escuela, nos valemos de dos miradas: la del psicoanálisis y la
del arte. Como vemos, aquello que se plantearon en el Barroco, dos modalidades sobre
cómo transmitir: transmitir con dolor, con el sufrimiento, que en el psicoanálisis
ubicamos como goce o a transmitir con la serenidad. Nosotros, lo hacemos desde dos
perspectivas. O bien desde dos fragilidades, el registro lógico del psicoanálisis y la
mirada de aquellos artistas que se detienen largamente en una observancia de si y del
mundo en el que viven. De alguna manera, ambas perspectivas sostienen una misma
ética. Hablé las reuniones anteriores, de que es necesaria una operación de lectura
porque generalmente ocurre que se rechaza lo que se lee. Esa observancia pausada,
extensa, detenida, implica no desviar la mirada.
Acabamos de hacer una operación de lectura y si ubicamos 2666 como futuro y
como repetición, nosotros en la operación de lectura que hacemos en el análisis
distinguimos futuro del porvenir y, por lo tanto, a lo que apostamos es a que algo no se
repita de la misma manera. Con frecuencia cuando se rechaza lo que se lee, hay un
movimiento, un rechazo de aquello que puedo nombrar un corte, una falta, una
diferencia: en el campo del femicidio prevalece el rechazo de la diferencia de los sexos.
Ustedes saben que las preguntas son siempre las mismas. Las preguntas por la vida, por
la muerte, por los orígenes, por la diferencia de los sexos, qué quiere una mujer, qué es
un padre, qué es un hijo, qué clase de objeto es un hijo. Esas son las preguntas
habituales. Creo que se les pueden sumar o restar dos o tres. Acá estamos ante algo que
ocurre entre los hombres y las mujeres, es decir, algo que atañe a la diferencia de los
sexos y que deriva en ocasiones en lo que llamamos femicidios. Lo que nos ocurre
cotidianamente es que nos amamos y discutimos, que nos deseamos pero no nos
ponemos de acuerdo. Son situaciones en las que está en juego nuestra condición
dividida y polémica en las palabras que nos decimos, que nos lanzamos, que nos
susurramos.
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Pero, en otras circunstancias se desencadena la violencia. Intentaré preguntarme
y a la vez transmitir a ustedes la lógica de por qué esta violencia se pone en juego.
Comenzaré para tratar la temática del amor, para hablar de la relación entre el
hombre y la mujer, las mujeres y las mujeres, los hombres y los hombres, abordando El
banquete, de Platón, obra en la que podemos apreciar esas operaciones de rechazo de lo
que se lee, en al menos dos derivaciones de los relatos. Está, por un lado, el discurso de
Aristófanes, que nos introduce al dominio de la esfera. Este discurso de la esfera remite
al mito del andrógino: andro es ‘hombre’ y gino, ‘mujer’. Estamos en torno, entonces,
al femicidio al aproximarnos prudentemente a estos dos polos. Este discurso cuenta que
existieron en un tiempo seres esféricos, soberbios, mitad hombre y mitad mujer,
soldados por sus espaldas y que componían una unidad. Zeus, como castigo por su
soberbia los divide en dos y, a partir de allí, se dice que el hombre busca a la mujer y la
mujer busca al hombre. ¿Qué es lo que se ha dicho luego y se transforma como efecto
de esa lectura? Que está, de por medio, la existencia de la media naranja, es decir, que
existe una mitad que busca a la otra mitad. Eso implica una dificultad dado que se
rechaza lo que se lee. Incluso en el relato, inmediatamente de ser seccionados, Zeus le
dice a Apolo que gire la cabeza del hombre y de la mujer para que cada vez que se
encuentren esté presente el corte, esté en juego la división. Y no solamente eso ocurre
sino que, cuando están compartiendo la cama el hombre y la mujer, se les presenta
Vulcano, herrero en la mitología, y les pregunta: “¿Qué quieren?, ¿Quieren que los
suelde?” Y la respuesta de uno y de otro es que “no”, no quieren ser soldados, que son
uno y uno, no medio y medio. Sin embargo, este relato que Platón nos ofrece en El
Banquete, se transformó en la noción de la media naranja. Claro que aquello que
llamamos amor tiende a volver a formar ese todo inicial, que el amor cura, que persigue
el absoluto. Pero el análisis procura que ese amor sea menos tonto, que no rechace esa
división, ese incurable, que por el contrario vaya hacia allí, que es lo que posibilita un
verdadero encuentro. Entonces, se trata nuevamente de volver a situar ese círculo
vicioso, como suele decirse, ahora en un esquema: en la parte superior localizamos
arbitrariamente la esfera y por debajo marcamos simplemente un signo negativo. Tengo
que aclarar que en el análisis lo que implica la operación hacia la cual sería adecuado ir
es hacia este signo negativo, no hacia el signo positivo ligado a la idea de plenitud.
Entonces, cuando se les presenta Hefesto, el herrero en la mitología griega, sostienen
que quieren seguir siendo hombre y mujer, por lo tanto, ubiquemos allí, en la parte
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inferior esa división, pongamos un signo menos respecto de la esfera inicial. Es decir,
notemos con ese signo menos hacia dónde es adecuado que nos dirijamos, a la
diferencia de los sexos.
Otro de los discursos al que se apela en El Banquete, es el de una mujer de
Mantinea, una adivina cuyo nombre es Diotima que en tono profético ha revelado a
Sócrates los misterios del Amor: el amor en definitiva, está en relación con la Belleza y
la Belleza está en relación con la Verdad, y la Verdad está en relación con el Bien, y
subiendo esa escalera, por lo tanto, nos vamos a encontrar con Dios. El amor, se nos
dice está con relación a Dios, el amor deriva entonces en religión. Ese discurso
aparentemente se introduce en el diálogo, por motivos literarios: se puede contradecir a
Sócrates, pero no a la Verdad. Pero nosotros, más apegados a la verdad con minúscula,
reseñaremos la parte final de El Banquete: la irrupción en el recinto donde se vierten
estos discursos, el ingreso de Alcibíades borracho gritando de una herida. ¿De qué
herida sangra? Dice que han dormido bajo una misma sábana con Sócrates, y que
Sócrates no le ha dado la respuesta del amor, es decir, no se ha erectado. Sangra de esa
herida. Por lo tanto, si el recurso a Diotima renueva la esfera bajo la forma de Dios ¿qué
vamos a constatar? Nos percatamos de que se rechaza lo que ocurre en la cama, entre
las sábanas. No entendemos cómo sería el amor platónico aquello que ocurre en las
alturas si en la parte final de El Banquete de Platón se nos lanza con vehemencia aquello
que ocurre bajo una manta, en la cama, en lo cotidiano, no con relación a la divinidad.
Anotamos con un signo menos, esa herida viviente. De eso sangra Alcibíades, se
lamenta a la par que elogia a ese hombre que es Sócrates. Advertimos que aunque la
relación sea la de un hombre con una mujer o bien de un hombre con otro hombre, poco
interesa, el asunto es que nos sorprende una operación de lectura que rechaza lo que se
lee. Una dificultad: una operación de lectura en donde rechazamos lo que hemos leído.
Es decir, rechazamos que esto ocurre en la cama y no en el universo divino, se tiende
siempre a la esfera.
Como los artistas saben un poco más que los analistas, sin saberlo – no es en
absoluto necesario que lo sepan–, en este mismo registro de dos perspectivas, les
presentaré un cuadro de Hans Holbein que se conoce como Los embajadores.
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Los Embajadores. Hans Holbein(1533)
¿De qué trata esta imagen? En el cuadro se destaca en la parte superior los
embajadores: muy engalanados, toda su vestimenta da cuenta de su condición y detrás
de ellos los atributos de la ciencia y el arte. Pero, como tenemos dos puntos de vista, y
este artista también lo tiene, con un procedimiento de inversión de la perspectiva, que se
llama anamorfosis, dibuja una calavera en la parte inferior del cuadro, sin que podamos
advertirla. Nuevamente, debajo ponemos el signo menos y arriba la vanidad de los
embajadores con sus atuendos, los atributos del arte y de la ciencia. Sin embargo, con el
procedimiento de la anamorfosis, donde invertimos la perspectiva, vamos a tener otra
mirada, es decir, la vanidad arriba, idéntica temática de la esfera, y la muerte abajo, la
calavera que sólo podemos divisar desde otro punto de vista. La infatuación rechaza la
muerte y por lo tanto en el mismo movimiento rechaza el orden de lo vivo. Asimismo
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cuando hablé en una reunión anterior del amor cortés en anamorfosis, situé que allí
también se redobla la idea de la esfera: el trovador eleva a una mujer a la categoría de la
Dama (con mayúscula), inaccesible, la cosa de acuerdo a los filósofos; pero, ¿qué
ocurre? De pronto, algún juglar, no todos, prosigue con su loa pero ahora manifestando
que resopla en el sexo de la mujer, en esa bocina asquerosa que sitúa entre los
excrementos y la orina. El amor cortés, un capítulo de Lacan enseñando la ética, “El
Amor cortés en anamorfosis”. El trovador eleva a una mujer a la categoría de la Dama
y, luego, la mira desde otra perspectiva y en vez de la Dama (con mayúscula), cruel,
inaccesible, localiza el sexo de la mujer.
III El erotismo y la muerte
En torno a esta temática de la vida, de la muerte y de la sexualidad situaré un diálogo a
mediados del siglo 19 entre dos pintores que me interesa presentarles. Uno de ellos es
Gustave Courbet, el otro, Edouard Manet.
G. Courbet en vez de representarnos el mundo divino, nos presenta el mundo cotidiano.
Por ejemplo, Un entierro en Ornans de 1850 es una procesión de campesinos, no la
ceremonia última de un Señor como en el Entierro del Conde de Orgaz que realizara El
Greco.
Gustave Courbet. El entierro en Ornans( 1850)
Courbet nos presenta la historia popular, el friso de esas vidas en torno a un hoyo tan
abierto, que hacemos un ligero equilibrio para no caer en él. Para la composición del
cuadro, que es de dimensiones monumentales desfiló por su estudio una buena parte de
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la población. En la parte izquierda del cuadro el sacerdote y sus oficiantes con su
distanciamiento habitual. A la derecha del óleo, los hombres y las mujeres del mundo
rural. Los hombres un tanto más calmos, las mujeres sin ocultar la desventura. A la
izquierda un oficiante porta un Cristo clavado con tres clavos, a la derecha un perro un
tanto asombrado por el llanto de las mujeres. A ellas mira. Y en el centro el agujero que
aunque abarca el primer plano se insinúa a medias. Contamos con otra pintura de
Courbet que se llama El origen del mundo que data de 1866 y que nos presenta el sexo
entreabierto de una mujer quizá pocos instantes después de hacer ardientemente el
amor.
Gustave Courbet. El origen del mundo (1866)
Es un cuadro pequeño, de 46 por 65 centímetros y que sufrió diversas vicisitudes a
posteriori de su factura. Había sido hecha por encargo para el diplomático turco KhalilBey, quien poseía asimismo El baño turco que Ingres había plasmado unos pocos años
antes que el desnudo de Courbet. Después de que el diplomático muriera pasó por
distintas colecciones privadas, apartado de las miradas curiosas porque tal sinceridad no
podía ser contemplada sin sobresalto, esa hiancia les daba un poco de frío en la espalda.
El itinerario del cuadro es sorprendente: cuando el diplomático muere, comenzó la
errancia del pequeño óleo. Estaba en Budapest durante la segunda guerra mundial y fue
confiscado por los alemanes, pero cuando los soviéticos se erigieron en vencedores pasó
entonces a sus manos. Más tarde fue revendido a coleccionistas privados y luego fue
comprado por Jacques Lacan en 1955 que lo llevó a su casa de campo. Ahora es
Elisabeth Roudinesco en su texto Lacan que tiene como subtítulo Esbozo de una vida,
historia de un sistema de pensamiento quien nos orienta respecto de un detalle. Tal
detalle no es menor: “originalmente el cuadro estaba recubierto de un panel de madera
sobre el que estaba pintado un paisaje destinado a enmascarar el erotismo de aquel sexo
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en estado bruto”. Recuerden la primera reunión respecto del robo de La Gioconda y la
suposición de los que escribían al director del museo diciendo que el cuadro no habría
salido del Louvre, sino que estaría ¡escondido detrás de otra tela! Prosigue Roudinesco:
“Sylvia (la segunda esposa de Lacan) pensó que había que seguir manteniendo en
secreto esa cosa tan escandalosa. Pidió pues a André Masson que confeccionara un
nuevo escondite de madera. Aceptó y fabricó un soberbio panel en el que se reproducía,
en una pintura abstracta, los elementos eróticos de la tela original.” La pintura se
titulaba El hilo de Ariadna y es mencionada por Judith Miller en su álbum de imágenes
que presenta a Lacan como padre ideal. Nos dice que su padre apreciaba especialmente
esta tela. Así que Sylvia y Judith, madre e hija hermanadas realizando una operación
cómo… ¡¡ la de San Pablo!! qué la extensión de su tejido, dije, cubría quizá lo real.
En cuanto al título El origen del mundo, ustedes quizá quieran tomar también sus
precauciones: “¡Dirán, claro, es la madre!” No. Bueno, ¿por qué me van a creer a mí?
En primer lugar no veo que esta mujer esté cursando un embarazo. Por otra parte, hay
una artista que replicó el lienzo de Courbet, El origen del mundo, haciendo una
performance: se sentó desnuda, debajo del cuadro y abrió sus genitales porque dice que
en el cuadro que ustedes ven allí, si bien está representado el sexo femenino, no se
aprecia suficientemente el agujero. Por lo tanto, ella se ubica por debajo del cuadro y
realmente produce ese menos que decía consideraba adecuado que se efectivice en el
dispositivo analítico. Es una artista de Luxemburgo quien hizo esta operación. Se llama
Deborah de Robertis y llamó a esta performance Espejo de origen. Ustedes pueden
mantener sus convicciones, “No, el origen del mundo es la madre, no ese hiato, ese
caos, el sexo femenino”. Pero no por empecinamiento, sino siguiendo el registro lógico
localizo la madre arriba en el dominio de la esfera y abajo el menos o la hiancia que la
performer dice que en el cuadro de Courbet no se distingue debidamente. Ella realmente
va a producir una intervención para que no tengamos dudas o para que nos formulemos
otras preguntas.
IV La teogonía
Llegamos al origen del mundo, a la pregunta de cómo comenzó todo, a la
Teogonía de Hesíodo. Pero de todas maneras más allá de la pregunta por los orígenes
sabemos que Hesíodo es posterior a Homero. La Ilíada se supone fue escrita por
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Homero en su madurez y La Odisea en los últimos años de vida del poeta. La historia
del mundo épico, las graves luchas en la que se vio envuelta la zona del Mar Egeo, da
cuenta de un período oscuro que es de difícil data y que quizá fue evocada por Homero
en el siglo XII o XI antes de Cristo. Les decía que se supone que Hesíodo es posterior,
pero recuerdo vagamente un diálogo en una suerte de certamen en el que Hesíodo
interpela a Homero preguntándole que dado que él conoce el pensamiento de los dioses
que es lo mejor para los mortales. La réplica rápida de Homero es que para los vivos lo
mejor es no haber nacido, recuerdo que Edipo dice algo semejante en el montecillo de
Colona. Pero va más allá en su respuesta, que una vez nacidos lo mejor es pasar cuanto
antes las puertas del Hades. Se advierte en esta interpelación, si se hubiera dado
realmente como se las presento, de que Homero está más cerca del mundo de los dioses
y Hesíodo del universo de los mortales. En la Teogonía de Hesíodo se trata del mundo
cotidiano, el universo del trabajo. Parece extraño, si se llama la Teogonía, ¿por qué es el
mundo del trabajo? Por ese entonces, se dice, existían los dioses que Lacan nombra
como reales. Los dioses masculinos, las diosas, las ninfas, sus arrebatos, sus amores, sus
cóleras, sus travesuras, eran semejantes a nuestras ambiciones, a nuestros enconos, a
nuestras pasiones, ¡sólo que ellos eran inmortales! Ocurrió después- pero no puedo
detenerme en detalles que me llevarían años - ese conjunto de los dioses reales fue
borrado por el monoteísmo, primero por el judaísmo y luego por nuestra religión
occidental cristiana, por la cruz, decía al inicio. ¿Cómo se pasó del erotismo al
masoquismo y que este reinara sobre el mundo? tengo alguna idea al respecto, no se las
diré esta noche. En ese entonces, dice Hesíodo, los dioses eran reales, pero ocurrió un
hecho. ¿Cuál? Que Prometeo, el astuto, robó el fuego a Zeus y se lo dio a los hombres.
Ahí hay que hacer también una operación de lectura: se los dio a los hombres. Pero
¿quiénes eran los hombres? No eran los hombres y las mujeres. Los hombres eran unos
tipos de los cuales no se sabía muy bien qué hacían allí, en ese espacio del cual no me
acuerdo ahora el nombre. Por un lado, estaban los dioses reales, ninfas, Zeus, Apolo,
Dionisio, todos los dioses que ustedes quieran y, por otra parte, los hombres que no
nacían, ni morían, no se sabe bien qué estaban haciendo. Estaban en una especie de
limbo. Eso ahora no podría ocurrir; ustedes saben que el Papa con un DNU anuló el
Limbo. Pero en ese momento, sí, vivían en el limbo, nacían de la madre tierra, la madre,
otra vez las madres y estos hombres solos tincándose el pupo. Ni nacían, ni morían, no
se sabía cómo se alimentaban, tampoco trabajaban. Hasta que Prometeo roba el fuego a
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los dioses, a Zeus más precisamente y se lo entregó a estos muchachos un tanto
perezosos. Cuando Zeus vio relucir el fuego donde estaban estos palurdos, le impuso a
Prometeo el castigo que conocemos: Prometeo encadenado. Un pajarraco angurriento le
devora el hígado y para colmo la maldita entraña siempre se renueva. Pero hay otra
cuestión, que es la más interesante respecto del origen del mundo: Zeus les va a mandar
a los hombres una calamidad como castigo y lo que les envía es una mujer. Esa mujer se
llama Pandora. Pandora no viene sola, llega con una caja que alberga todos los males.
Ahí renovamos la discusión: ¿viene la madre o viene una mujer? Porque los hombres
empiezan, por supuesto, a tener relaciones sexuales con las mujeres y las mujeres con
los hombres. Es el hermano de Prometeo, Epimeteo, quien recibe a la hermosa Pandora
con su furtiva caja y el pobre tonto la abre y se derraman todos los males sobre la tierra.
Así se da el origen del mundo real y concreto del trabajo en el cual vivimos, tenemos
que cocinar, pelear, y todo eso porque llega una mujer, Pandora, una calamidad. Una
bella calamidad que fue construida cuidadosamente por Zeus y a quien le asistieron
todos los otros dioses, cada uno aportando un don, de allí el nombre de Pandora, la que
porta todos los dones, todos los regalos. Hefesto mezcló agua y tierra y conformó una
figura de candorosa doncella, Atenea un vestido de resplandeciente blancura, las divinas
Gracias colocaron sobre su pecho collares de oro y otros tantos o tantas, una corona de
brillantes y de flores adornando el tocado de su cabello. Queda hermosísima, una
pinturita y ahí va. ¿Cómo va a rechazar Epimeteo a esa calamidad? La recibe
gustosamente con caja y todo por supuesto, cómo sería de otra manera, es una mujer ya
lo dije y desde entonces los hombres y las mujeres tienen relaciones, nacen y mueren y
emerge el registro del tiempo; si no, habitaban en ese limbo siniestro que llaman
eternidad. Esto nos relata Hesíodo como el origen del mundo, donde se pasa de la madre
tierra a la aparición de una mujer que trae todo los males. Pero, ¿cuáles son todos los
males? El trabajo, la alimentación, el tener sexo, la vida, la muerte. De eso se trata la
Teogonía. Hay distintas variantes. Una de ellas es que también se le da un atributo que
es el deseo, Afrodita, quien otra le otorgaría ese especialísimo don. No sólo en la
Teogonía sino también en los Trabajos y días se ubica como don el deseo en la mujer.
¿Y qué es lo que más rechaza el hombre? Que la mujer sea deseante. Uno de los
problemas del femicidio es que la mujer presente esa condición de ser registro del
deseo, aquello que no va sin que se ponga en juego el dominio de la falta. He insistido
de ligar a la falta con el signo menos que vulnera a la incorruptible esfera, que ello
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conlleva un tránsito de lo divino a lo humano, que la vanidad es herida de muerte como
nos lo enseña Holbein y que por tal razón la mujer es considerada una calamidad. ¿Por
qué una calamidad? Porque lo rechazado es la diferencia de los sexos, esa la calamidad.
De esa manera me fue dictado al oído el el título de la conferencia, “¿Por qué algunos
hombres consideran a las mujeres una calamidad?” A pesar de ello lo cambié varias
veces. ¡Cuando lo anuncié inicialmente era por qué los hombres consideran a las
mujeres una calamidad! Las analistas de la Escuela, que me escuchan desde hace tiempo
se abalanzaron y me amenazaban riéndose: ¡qué pensaba yo de las mujeres, que iba a
decir! Por supuesto, estaban bromeando, se burlaban, saben que yo no pienso, escucho,
leo y cada tanto establezco alguna ecuación. Entonces puse “algunos hombres”, ¡no
crean que no soy prudente! En Hesíodo son los hombres, pero son esos hombres en
estado indeterminado. Hay que aclarar las cosas y está bien que las podamos aclarar,
¿no cierto? Un poco, al menos.
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
Algunos hombres y algunas mujeres.
G. G.
Sí, exactamente, lo pensé después de ver la película, Hierbas, cuyo director es
Raúl Perrone. Parte del cuadro de Manet, El almuerzo en la hierba, óleo que data de
1863, que algunos conocerán también como Desayuno Campestre. En el film los
personajes del cuadro cobran movimiento y la película termina con una suerte de
amasijo entre los cuatro personajes fundidos en una sexualidad que se aproxima quizás
más a la violación que al consentimiento, al entrevero de cuerpos que al campo del
deseo. Cuando comenté al menos la gratuidad grotesca de ese precipitado final, algunas
amigas y también algunos conocidos ¡sostenían la importancia de la luz y de los colores,
el cromatismo en juego! bueno, sí, entonces, sorprendido por lo que la fascinación
rechaza, me dije, podría cambiar el título: “algunos hombres y algunas mujeres”, pero
ya estaba impreso [risas]. Algunos hombres y algunas mujeres piensan que las mujeres
son una calamidad. Te agradezco tu comentario.
V La bruja, la histeria, el amo
Las cosas se fueron transmitiendo de esa manera respecto de las mujeres en la Teogonía
de Hesíodo. Si bien la mujer aparece como calamidad, es una bella calamidad, que es
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recibida ambiguamente por esos hombres sumidos en la inercia. Esa ambigüedad está
dada porque se supone que por esta irrupción sorpresiva se ingresa al universo del
trabajo, pero por otro lado se destaca el inicio de una temporalidad diferente con
relación a lo vivo. Pero esa ambigüedad tiene raíces más profundas, por una parte forma
parte del rechazo de las diferencias, pero por otra una valoración marcada del campo del
deseo. En los hombres existe esa tensión interna, ¿pero acaso la metáfora más
importante que está presente en La Teogonía no implica que por ser robado el fuego de
los dioses se envía como contrapartida ese fuego arrasador, la mujer? ¿Ese ímpetu, ese
ardor, ese impulso que son distintas formas de nombrar el deseo no es acaso lo más
humano por excelencia? Si lo rechazamos es porque ello conlleva nuestra propia
vulnerabilidad. Esto explica de alguna manera que en el mundo griego las mujeres
encarnaban a la sacerdotisa, la pitonisa, la pitia que desde el oráculo de Delfos en
palabras confusas declamaba el porvenir, pero al mismo tiempo existía el gineceo, un
campo cerrado, hermético, se evitaba tener relaciones demasiado próximas con ellas. Ya
sea en el mundo griego, luego en la religión judeocristiana, posteriormente en la Edad
Media, las mujeres estuvieron marcadas por esa ambigüedad: de calamidad pasa a ser
hada, maga, adorable. ¡Ah, qué bárbaro! ¡Qué fantásticas las mujeres! Qué movimiento
extraño, ¿no? La fascinación participa del rechazo de lo femenino. La mujer no se lo
cree, por ejemplo, cuando se da un amor obsesivo donde el hombre está apasionado con
una mujer, la mujer no se lo cree. Le dirá- ¡ya me conocerás! Situar a la mujer como
ideal, hacer con ella un todo, implica el rechazo de la mujer real.
En la historia del amor en occidente esa era la lógica habitual en juego y dentro de esa
lógica, en la Edad Media apareció la bruja, aquella mujer que reina en tiempos de la
desesperación. Recordemos ese maravilloso texto que Michelet tituló La bruja y que
trata de las supersticiones en ese prolongado sueño que se llamó la Edad Media. La
mujer en su inocencia guardaba un secreto: el pequeño demonio del hogar. Un espíritu
del que siente muy cerca su presencia, un duende travieso que la acompaña en la dureza
de la vida. Ese duendecillo que la acaricia como la pluma de un pájaro está tan cerca de
su niño que en ocasiones se confunde con el mismo. Pequeño dios, pequeño demonio,
las miradas, las creencias, las ficciones son a veces tan diferentes como cercanas y es
prudente no precipitarse en rechazar una u otra, sino por el contrario intentar poner en
resguardo esa diversidad.
Podemos entonces, abordar la religión como una forma más de los modos que tiene el
hombre de formularse la pregunta por su existencia en el mundo. Arrogarse la respuesta
sobre esa condición supone temeridad y conlleva el peligro del resurgimiento de oscuros
dioses. De allí que nos aproximemos con prudencia tanto a la temática del femicidio
como al abordaje de las religiones. La fascinación, el fanatismo, implican una captura
monstruosa y desembocan habitualmente en el rechazo y el sacrificio de aquello que es
quizá más valioso en el dominio de lo humano. Se convivía con la existencia de las
brujas a la manera que se convivía con otras supersticiones. Pero de a poco algo fue
cambiando de manera casi imperceptible y a mediados del siglo XV las fuerzas ocultas
que se suponían habitaban en la hechicería fueron consideradas malignas. Del pequeño
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demonio del hogar que acompañaba a la mujer en su soledad se pasó a considerar que
las brujas tenían sellado un pacto con el diablo y que se habían juramentado cumplir
todos sus mandatos. La bruja pasó a ser entonces alguien poseído por el demonio y que
todo estaba permitido para combatir el mal. Comenzó entonces como lo destaca
Benjamin, una de la mayores catástrofes de la humanidad, el juicio a las brujas. Para
ello se valieron de un manual para inquisidores que se tituló El martillo de las Brujas y
la hechicería pasó a pagarse con la hoguera. Ciento de miles de mujeres ardieron en
ellas y los juicios a las brujas se propagaron de país en país como una epidemia. Se
necesitaron casi dos siglos para que los juristas empezaran a reflexionar que las
confesiones bajo tortura no tenían validez. Los clérigos también empezaron a considerar
una contradicción que Dios le haya dado tanta supremacía y poder al mal. El sentido
común se fue imponiendo al delirio religioso y a los galimatías jurídicos.
La Medicina, también abrigaba sus enredos y complejidades respecto de las
mujeres. Desde Hipócrates se decía que algunas mujeres tenían síntomas pitiáticos, que
como advertirán deriva de la figura de la Pitia, la sacerdotisa de los oráculos. Se
diagnosticaba a estas mujeres como histéricas que deriva de hístero, útero. Se creía que
el útero era una especie de ratoncito que daba vueltas por el cuerpo y que cuando
haciendo ese extraño circuito llegaba a la cabeza, las mujeres se tornaban un tanto locas.
Ocurrió entonces que si bien terminó la epidemia del juicio a las brujas, hacia mediados
de 1800 se presentó otra extraña epidemia. El nuevo contagio masivo aunó el término
acuñado por la Medicina y aquel otro que la religión combatía: se desencadenó en un
pequeño burgo francés de montaña una epidemia histerodemonopática. Las cosas se
precipitaron de esta manera. Un día, una niña ve de improviso a la Virgen María e
inmediatamente cae desmayada. Al día siguiente, en otra joven se reitera el episodio,
pero otorga un otro dato: divisó en la colina la figura de un hombre y que,
probablemente, ese hombre sería el demonio. Entra en escena el significante del
demonio, a los pocos días, otra mujer se desvanece y luego el contagio se difunde con
tal rapidez que afecta a todas las mujeres del pueblo. Todas las mujeres por el suelo.
¡Qué descalabro, que cataclismo! Primero, acudieron al amo religioso, pero los
exorcismos no tuvieron ninguna eficacia. El accionar religioso no prestó ningún
beneficio, las mujeres seguían perdiendo el conocimiento. Recurrieron entonces al
ejército, no se sabe muy bien porque, no había ningún disturbio, quizá sólo porque se
dijeron que la histeria ama los uniformes, en fin, ¿Qué nos queda por hacer? La
medicina que viene de París, siempre a la moda. ¿No le agradaría esto a las señoritas?
La inteligencia puesta al servicio de la causa aportó la solución: de que se internara a
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todas y cada una de las mujeres, pero separadas para que se detuviera el contagio. ¡Y
cuánta razón tenían! La epidemia cesó, sólo que treinta años después.
Algo había cambiado en la histórica relación de la histeria con el amo. Esa
mudanza se da a la par a que en la Viena de fin de siglo aparecía un nuevo orden de
lenguaje, tanto en la plástica como en el periodismo, en la arquitectura y en la filosofía,
lo que posibilitó el encuentro de la histeria con el psicoanálisis.
Cuando la relación con el amo fue cuestionada, interrogada, se dio la emergencia
de un nuevo discurso. Hasta entonces existían otros discursos (por ejemplo, el discurso
universitario ¿cuántos siglos tiene? cinco o seis). El amo existió siempre y esta mujer a
la cual se la nombraba histérica también, pero a partir de Freud, histeria nombra a aquel
que presenta una división sea hombre o mujer. ¿Por qué digo a partir de Freud? Porque
el 15 de octubre de 1886 leyó en la Sociedad Médica de Viena su trabajo Histeria en el
hombre ocasión en la que refiere que tenía el deber de informar a la Sociedad tal trabajo
que tanta amargura llegó a causarle a posteriori. Su exposición tuvo una mala recepción
y fue desafiado por Meynert a que demostrara sus asertos con la presentación de algún
caso de histeria masculina. Freud realizó la presentación cuarenta días después. Se
desplegó con respecto de un hombre de 29 años de edad afectado de una perturbación
manifiesta del campo visual, a posteriori de una fuerte disputa con su hermano, sin
ningún componente orgánico que justificara tal síntoma. Las puertas se le cerraron a
Freud y su promoción a profesor fue postergada. Muchos años después, en su lecho de
muerte ¡Meynert le confesó a Freud que él era un típico caso de histeria masculina!
De pronto, la histeria podía ser femenina o masculina. ¡Por supuesto!, si es la pregunta
que nos formulamos todos. ¿Soy hombre o soy mujer? Esa es la pregunta histérica. ¿De
quién? ¿De las mujeres? sí, y también la de los hombres. ¿Soy hombre o soy mujer? No
lo sé. En todo caso lo voy a saber cuándo haga una elección. Pero si la pregunta
permanece en forma indeterminada, si no hay elección y por lo tanto tampoco pérdida
¿no encarnaríamos acaso el mito del andrógino, la tan mentada esfera?
Todo comenzó con un médico cuyo nombre es Breuer y una joven, Anna O. que
le relató todo tipo de historias al oído. Las cosas marchaban sobre ruedas. Breuer
llamaba a la cura hipnocatarsis, la cura por la palabra, mientras que Anna la nombraba
limpieza de chimenea. Si hubiera tenido una mayor familiaridad con las metáforas, a
Breuer no le hubiera causado tanta sorpresa de que Anna gritara a viva voz que estaba
embarazada de su médico. Un pseudoembarazo, una pseudociesis nos dice la ciencia
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con elegancia. Breuer, también tenía la suya, pero la perdió en esa última sesión en que
Anna decía –ahí viene el hijo de Breuer. Transpirando profusamente la hipnotiza por
última vez, se pone su galera, coge su bastón y sale apresuradamente de la escena.
Freud en sus inicios también usó la hipnosis y presionaba la frente de sus
pacientes, hasta que una de ellas que se llamaba Elisabeth, se fastidió y le dijo que la
dejara hablar tranquilamente. Y así, más o menos, nació la asociación libre, es decir,
hablar sin apremios, sin coacciones. Pero ocurre, ¡mala suerte!, y ese es el problema,
que la asociación libre es lo menos libre que existe. Está completamente determinada.
Se puede decir “asocie libremente” pero la persona va a repetir siempre lo mismo, sea
hombre o mujer. Y sí lo que se dice está determinado, entonces ¿dónde está el amo? Así
que en un punto el amo era inconsciente y se enlaza a lo que llamamos lengua materna,
ah, llegamos allí. Pero dejemos por un momento a las madres en paz, la lengua materna
se origina habitualmente en la madre, pero bien puede ir a ese lugar el padre, la abuela,
la parentela en su conjunto.
Freud realizó después una otra operación. Formuló una importante objeción
respecto del accionar de Breuer: ¿Cómo va a huir de la escena? no tiene nada de
fáustico. Freud si tenía esa condición: se dijo, si no me responden los dioses del cielo
voy a invocar a los dioses del infierno. Tuvo esa audacia, ese atrevimiento, esa valentía.
Cuando se hizo presente el amor de transferencia y Breuer salió huyendo, Freud
estableció que sería como invocar a un espíritu del Averno y, luego espantados salir
corriendo. El Averno es un lago cercano a Nápoles, del cual salen emanaciones
sulfurosas y, por tal razón se suponía que era la entrada a los infiernos. Así que el
demonio entró a formar parte del teatro de la transferencia. Freud en ese punto se
aproximó a Nietzsche cuando nos dice que el propio ser es algo que a la par que se
devela, se encierra y que de todos los tesoros ocultos, el sí mismo, es el último en ser
desenterrado. Breuer tenía las llaves en las manos y las dejó caer dado que el amor de
transferencia si apareció como un escollo en un inicio, implicó luego el instrumento, la
herramienta que posibilitó un pasaje del plano de la clínica a la práctica. En otras
palabras, una entidad comenzó a dejar de lado su supuesto carácter patológico, la
histeria se articuló a las preguntas que el inconsciente nos formula e ingresó en el
universo de un nuevo discurso.
En ese lazo, que es el análisis, se pone en juego entonces lo que nombré con un
signo menos, o bien como un hiato, el registro de la muerte y su ligazón a lo vivo, el
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erotismo en su discontinuidad, un límite, acaso una falta que minoriza esa lengua
apremiante y de la que no sabemos qué hacer con ella, ni como desembarazarnos de
ella.
Ahora, en lo actual, las cosas van mucho más lejos que el discurso amo. El
capitalismo aunado al discurso religioso, rechaza el registro de la falta, el dominio del
deseo, rechaza el amor en su human ternura. Y en eso vamos a tener –volvemos al
principio–, una diferencia en la transmisión, cómo vamos a transmitir. ¿Vamos a
transmitir con relación a un discurso que posibilita la escucha y la diferencia o vamos a
transmitir con imágenes con relación a la obscenidad para que eso se consuma? Si
transmitimos de esa manera, si esas imágenes se redoblan, los femicidios se van a
replicar porque el capitalismo lo que produce es consumo. Y entonces, aquello que se
consume, un goce tan pleno, sin fisuras, se repetiría inexorablemente hasta el fatídico
2666.
VI De cómo algunas preguntas nos condujeron al capitalismo, los medios de
comunicación y el femicidio:
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
Disculpe, ¿puede repetir esto último que dijo?
G. G.
Sí, puedo decirlo de otra manera. El capitalismo, generalmente, en conjunción
con el discurso religioso rechaza el plano del amor, del deseo y de la falta. Un rechazo,
que abarca sin duda lo femenino. El discurso religioso que hablaba de la Virgen y toda
esa historia, no era tan complejo. Es más complicado con el tema de la esperanza, para
mí, el peor de los males porque, justamente, cuando Pandora trae la caja con todos los
males, en el borde, quedó la esperanza. El discurso religioso, con la idea de que la
esperanza redime todos los males, ¿qué quiere decir? Que rechaza la castración, la
diferencia. Con la espera y la esperanza podemos esperar hasta 2666, se va a repetir
exactamente lo mismo. En cambio, si somos lógicos, si en esa vasija –que se llama caja
de Pandora– están todos los males, la esperanza es un mal, ¿por qué sería un bien? Es
decir, seamos lógicos, dentro de toda esta caja están los males y también está la
esperanza: “Ah, pero es un bien” [dirá el discurso religioso]. ¿Pero por qué es un bien?
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Porque redime de la diferencia. Entonces, hay que perder la esperanza, hay que perder
la espera. La esperanza implica la postergación, siempre un más allá, la idea de
eternidad, en la que no existe la muerte y tampoco el tiempo. Pero como nos lo recuerda
Benjamin, el capitalismo es la nueva religión. A mi entender no es un discurso porque
no hace lazo, porque no puede ser un discurso cuando desaparece Siria, cuando se
devastó África, cuando Latinoamérica está empobrecida, cuando Portugal, España,
Italia, Grecia, están en un abismo, cuando la tercera parte o más de la población de
Estados Unidos es paupérrima y no sólo económicamente, sino en su cultura devastada
por los medios… Un discurso hace lazo, y ¿qué tipo de lazo sería este? No es un
discurso; es una variante del amo súpersofisticada y que ese discurso hace que se
relacione a un objeto, que no es un objeto vivo, que está en juego entre el hombre y la
mujer, sino que es el objeto técnico y que consumimos –por eso les dije “Por favor,
apaguen sus celulares”–, esa es la comunicación. Primero, yo no sé si la comunicación
existe, pero que el celular la favorece, ¡pero, por favor! Entonces, desde esa perspectiva,
es decir, ¿por qué digo que no es un discurso? Porque un discurso hace lazo. Esta es una
variante del amo que implica que yo me dirija, como un animal, a hincar el diente sobre
mi presa porque puedo consumirlo directamente. Se puede consumir un celular como se
puede consumir una mujer, de la misma forma. Ahora se da directamente, hasta tenemos
aplicaciones para eso.
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
Yo recuerdo que en Mendoza le diste una vuelta más a esto con respecto
justamente, por ejemplo, a los medios de comunicación, ¿te acordás? Se produjo una
cuestión cuando una mujer hizo una exposición sobre este tema, por la forma en la que
ella hizo esta exposición. Vos le dijiste, no tan así crudamente como lo voy a decir yo,
pero amablemente le dijiste: “Mire, eso que usted está tratando de evitar lo está
reproduciendo”. ¿Querés comentar eso?
G. G.
Sí. A veces la denuncia depende de la forma en que se realiza. Si se hace de una
forma obscena, refuerza lo denunciado y lo replica. Y eso es un obstáculo, una
dificultad. En ese aspecto, sea hombre o mujer, puede estar en esa variante del amo que
va a consumir. Estoy hablando del femicidio. También podría invertirlo, dar vuelta las
cosas, tendríamos que interrogarnos por qué se consuman tantos suicidios después del
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femicidio. Las cosas no son tan simples, son más complejas. Hay que darle, como decís
vos, otra vuelta. Traté de introducir cierta lógica en juego. Los medios de comunicación
transmiten algo que está en relación con aquello que debe consumirse. Aquello que debe
consumirse, por ejemplo, se dice de una mujer que tiene nombre y apellido, “la mejor
carne de la Argentina”. Entonces, ¿cómo se va a diferenciar el hombre del animal, si
puede ir directamente hacia la presa, hacia ese trozo de carne que los medios
transforman en carroña? un objeto de consumo. Hermann Cohen consideraba la
importancia de rendir testimonio sobre el prójimo. Sobre este asunto y a esta hora
recurro entonces al testimonio que en el registro poético nos dejara Íbero Gutiérrez.
Íbero Gutiérrez, poeta uruguayo asesinado a sus 20 años un día de febrero de 1972 por
el tristemente autodenominado escuadrón de la muerte. Nos dice:
Ama a tu prójimo y consúmelo como una pilsen bien helada
ama a tu prójimo él está en la lista de un boeing de Panam
tu prójimo él es como el sutién de tu mujer
cómpralo a plazos véndelo a crédito
total tu prójimo a esta hora está muy léjimo.
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
Mientras mi compañero hacía ese comentario a mí se me ocurría ¿Cuál es el
papel de los medios, si tiene algo que ver con esto? Porque escuchándote a vos, el
panorama es bastante desalentador, lo entiendo así y si esto tendría que ver con el
discurso capitalista. Y ahí lo enganchás con el papel de los medios en el sentido de que
si los medios…porque también he escuchado que cuando hay suicidios y eso se replica
en los medios, aumentan los suicidios. No sé si eso es así. Pero digo, si fuera así…se
producen estas marchas o se difunde toda esta cuestión, es como que pensaba que…
G.G.
No intenté trazar un panorama desalentador, describí simplemente el cinismo
social que acompaña a la época. Pero otros, mucho antes que yo, se han preguntado por
cómo comunicar, cómo transmitir en los medios y lo han puesto en marcha. Y el fracaso
de sus propuestas no hizo que se desalentaran, dejaron testimonio de ese fracaso, se
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interrogaron por sus causas, renovaron sus apuestas. En los años treinta del siglo pasado
Bertolt Brecht escribió un ensayo en el cual se rebela contra la modalidad de
comunicación en la radio, que en vez de ser un medio democrático y bidireccional se
limita a estimular al consumo a un auditor solitario y que ello ocurre por los intereses
del poder. Walter Benjamin, unos pocos años después llevó a cabo una centena de
audiciones radiofónicas, trabajo que le posibilitó a posteriori desarrollar sus teorías
sobre la cultura de los medios. Se preguntó por qué las llamadas vanguardias eran luego
asimiladas por las fuerzas del capital. Consideró que algunas tecnologías eran
prematuras en su aparición, la radio entre ellas, para que sean usadas de manera
adecuada. ¡Qué diría ahora de los celulares y de sus aplicaciones en la cultura moderna!
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
Te quería hacer una pregunta, que va en el mismo sentido de lo que estás
diciendo. Por ejemplo, el tema de la marcha Ni Una Menos: ahí se ve cómo toda una
ciudad o todo un país sale a decir “Ni una menos” y, a la vez, los femicidios siguen
ocurriendo. Después, ese Ni Una Menos se toma desde todos los lugares y se replica en
gente que no puede transmitir, por ejemplo, haber pasado el tema de género sin ningún
cuestionamiento. Entonces se vuelve una moda, se lo consume como una moda y no se
hace nada. Es decir, no se hace nada más que una marcha, algo catártico, pero después
no todos y todas nos replanteamos cómo hacer para hacer que el femicidio no siga
replicándose. Porque eso es hacia dentro que se plantea también.
G. G.
Sí. Hay que volver a darle significación a los distintos dispositivos dado que han
sido vaciados de sentido. Esa es una forma. Hay distintos dispositivos. Yo estoy
hablando del dispositivo analítico, que es el que conozco. Hay otro dispositivo que es el
arte. Victoria Arizmendi, que me dio la posibilidad de hablar hoy en Radio Nacional
respecto del tema, me posibilitó dirigirme a un público más amplio. Voy a intentar
ilústralo con dos ejemplos recientes dado que acabo de regresar de Méjico: estaba en
Ciudad de Méjico, en Distrito Federal, había unas treinta personas, vecinalistas
reclamando por sus casas alrededor del Zócalo y controlándolos dos camiones militares,
tres de la policía especial, cada diez metros policías con escudos rodeando todo el
Zócalo. Eran unas pocas personas que se manifestaban y había, aproximadamente, 600
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o 700 para reprimir. Lo que vos decís: son importantes las marchas, pero a veces está el
cansancio, la fatiga por no obtener los resultados que buscamos y también está la
represión. Y está el narcoescándalo, la narcopolítica. Entonces es muy difícil. Pero, sin
embargo, hay que intentar ser ingeniosos con los dispositivos.
Por esa razón, intenté, probablemente sin conseguirlo, ubicar la lógica del
dispositivo analítico para pensar el femicidio con relación a que no se dé 2666, en
cuanto que al futuro y el pasado sean lo mismo, sino que devenga el porvenir.
Asimismo, este es el segundo ejemplo, en una muestra reciente en el Museo de Arte
contemporáneo de la ciudad universitaria de México [MUAC] pude apreciar una
intervención de un artista que a la vez es físico matemático y por lo tanto sabe manejar
dispositivos actuales, pantallas y aplicaciones, todas esas cosas que ustedes saben y yo
no. El asunto es que colocó las fotos, las imágenes de los 43 estudiantes normalistas
desaparecidos –palabra que se importa desde la Argentina, penosa y desgraciadamente–,
asesinados, no sabemos. Tenemos que hacer nosotros todavía el trabajo de darles muerte
cuando se está desaparecido,
¿Pero en realidad, tenemos que hacer nosotros ese movimiento? : “Está muerto,
lo han matado, lo han asesinado”. ¿Tenemos que hacer nosotros ese trabajo? No lo sé,
no lo sé, considero que no. Comparto al respecto otra operación que hace un artista, que
se llama Rafael Lozano- Hemmer: sitúa la figura de los 43 normalistas desaparecidos en
el marco de una pantalla y debajo dibuja la planta de los pies donde nosotros a su vez
podemos apoyar los nuestros y por lo tanto quedar nuestros rostros a la altura de la
pantalla. Y cuando realizamos ese ejercicio, aparecen algunos rasgos de nuestro
semblante en la pantalla, el borde de la nariz, la comisura de los labios, el mentón, las
cejas. Y luego, comienzan a pasar las fisonomías, los rostros de los 43 normalistas y, de
pronto, queda fijada la pantalla en uno de ellos que se parece a nosotros o bien que
nosotros nos parecemos a él. ¿Es posible realizar una operación más adecuada para
localizar al prójimo? El artista puede utilizar esos dispositivos; pueden colocarse esos
dispositivos en cualquiera de los Palacios de Justicia de Argentina, por ejemplo, sería
muy interesante. A lo mejor podemos desalentarnos porque las marchas no producen el
resultado que buscamos, nos fastidiamos porque las cosas no se dan como anhelamos,
porque no son posibles, pero está en nosotros insistir con una ética con relación a lo
imposible.
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
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Yo estoy en varios grupos de Whatsapp feministas y cuando empiezan a pasar
estas cosas se disparan miles de mensajes y todos los mensajes terminan diciendo:
“¿Cómo transformamos?”. Y todos dicen: “Desde la educación”. ¿Pero cómo?
G. G.
Por supuesto, desde la educación, pero tú pregunta supera por completo mi
posibilidad de respuesta, sólo esbozo algunos balbuceos respecto de la transmisión y me
interesan las consecuencias que ésta pueda tener en ustedes, e incluso en la enseñanza.
Al respecto, si nos apoyáramos en el recurso que construye Lozano-Hemmer sería
interesante que se ubicara el rostro de las mujeres que han sido asesinadas en ese
dispositivo. Y desde la lógica que trato de transmitir, situaría los rostros de las mujeres
antes de ser golpeadas, antes de ser asesinadas. No replicaría la imagen del traumatismo
y la violencia sino el registro de lo vivo, las intensidades de sus vidas que son también
las nuestras.
INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
En el arte se han hecho muchas acciones en los últimos diez años en la calle con
los artistas que trabajan el tema del femicidio, pero un núcleo mínimo para una ciudad
tan grande, para el capitalismo entero.
G. G.
Bueno, probablemente, las cosas sean más sencillas si ponemos en juego que
existen diferencias entre el hombre y la mujer, y que no es malo que las haya, que
existen disimetrías y que no es esa la dificultad. Que la dificultad está en el mimetismo
y que cada vez que éste se pone en juego se construyen figuras geométricas rígidas, de
las cuales la esfera es sólo una de ellas. El estatuto de esas figuras impide un encuentro
real de uno al otro. Por eso me referí al inicio respecto de los tres clavos o los cuatro
clavos, es decir, la modalidad de transmisión. No si se transmite o no, sino cómo se
transmite. Hay artistas que todavía, a lo mejor, de forma inocente lo hacen mejor de lo
que uno imagina. En la Catedral de México hay un Cristo, el Cristo del veneno.
Entonces fui a hablar con unas señoras apostadas al ingreso y que su función
desconozco y les inquirí: “Debe de estar equivocada la leyenda ahí, debería ser “el
Cristo del venero” por la veneración a Cristo ¿Por qué del veneno? Y una de las señoras
muy amablemente me relató el porqué de tal nombre. Un señor, un fiel, se confesaba
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todos los días pero de tal cuantía serían sus pecados que el cura no lo perdonó. El
susodicho pecador montó entonces en cólera y como conocía que el cura, antes de
retirarse de la Iglesia, besaba los pies de Cristo, puso veneno en los pies de la escultura
para que, cuando el cura reiterara su cotidiana operación, pasara a mejor vida. Pero el
Cristo retiró los pies y, por lo tanto, el cura salvó su vida, al menos hasta que le llegara
su propia hora, aquella que el destino nos depara a todos y a cada uno de nosotros. Este
Cristo, que es un Cristo negro, está representado de tal forma que no tiene ni cuatro, ni
tres clavos, sólo los dos que criban sus manos. Los dos de abajo brillan por su ausencia;
los pies están recogidos. Si le habrá salido mal al artista y de ahí se creó una ficción
poco interesa, esa ficción deja al curita a salvo y en un mismo golpe con mucho ingenio
va en un sentido opuesto al registro sacrificial. Respecto del pecador nada sabemos,
aventuro que se llama Pablo, y lo imagino reclinado en el confesionario y mirando de
reojo al Señor.
Bueno, los dejo acá y agradezco nuevamente su presencia, las preguntas y los
interrogantes que me resultaron muy importantes para seguir tramitando algunas de las
cosas a las que intento aproximarme. Muchas gracias.
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