La novela Yngermina de Juan José Nieto y el mundo racial del

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Revista de Estudios Sociales
ISSN: 0123-885X
[email protected]
Universidad de Los Andes
Colombia
Paolo Solano, Sergio
La novela Yngermina de Juan José Nieto y el mundo racial del Bolívar Grande en el siglo XIX
Revista de Estudios Sociales, núm. 31, diciembre, 2008, pp. 34-47
Universidad de Los Andes
Bogotá, Colombia
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=81511004001
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Revista de Estudios Sociales No. 31
rev.estud.soc.
diciembre de 2008: Pp. 208. ISSN 0123-885X
Bogotá, Pp.34-47.
La novela Yngermina de Juan José Nieto
y el mundo racial del Bolívar Grande* en el siglo xix**
por
Sergio Paolo Solano ***
Fecha de recepción: 11 de junio de 2008
Fecha de aceptación: 29 de julio de 2008
Fecha de modificación: 26 de octubre de 2008
Resumen
A partir de la novela Yngermina (1844) el autor reflexiona sobre la configuración racial del Bolívar Grande, mostrando que aún a
finales del siglo XIX los indígenas tenían presencia significativa entre la población y la sociedad de esta parte de la Región Caribe
colombiana. Polemiza con quienes han censurado al autor de la novela haber ficcionalizado la formación de esta región a partir de los
indígenas y analiza las razones que llevaron a que en esa centuria se les invisibilizara, y el por qué en los actuales discursos académicos se reproduce esa actitud. Se trata de un aspecto central en las actuales discusiones sobre esta región, la nación y las relaciones
identitarias, pues introduce una variable étnica hasta ahora ignorada.
Palabras clave:
Relaciones identitarias, novela histórica, Juan José Nieto, configuración étnica, Bolívar Grande, Nación.
Juan José Nieto’s Novel, Yngermina,
and The Racial World Of Bolívar Grande In The Nineteenth Century
Abstract
Starting from the novel Yngermina (1844), the article reflects on the racial configuration of Bolívar Grande, showing that, even at the
end of the nineteenth century, indigenous people still had a significant presence among the population and society of this part of
Colombia’s Caribbean region. It critiques those who have censured the novel’s author for rooting his fictionalization of this region’s
formation in native peoples. It also analyzes why they were made invisible during that century, and why contemporary academic
work reproduces this view. By introducing an hitherto-ignored ethnic variable, it adds a central element to current discussions on this
region, nation, and identitarian relationships.
Key words:
Identitarian relationships, the historical novel, Juan José Nieto, ethnic configuration, Bolívar Grande, Nation.
O romance Yngermina de Juan José Nieto e o mundo racial de Bolívar Grande no século XIX
Resumo
A partir do romance Yngermina (1844) o autor reflete sobre a configuração racial de Bolívar Grande, mostrando que mesmo no final
de século XIX os indígenas tinham presença significativa na demografia e na sociedade desta parte da Região Caribe colombiana. O
texto polemiza com quem tem censurado o autor do romance por ter ficcionalizado a formação desta região a partir dos indígenas
e analisa as razões que levaram a que nessa centúria eles foram invisivilizados e mostra como reproduz-se essa atitude nos atuais
discursos acadêmicos. Este estudo trata um aspecto central nas atuais discussões sobre a região, a nação e as relações identitárias,
pois introduz uma variável étnica até agora ignorada.
Palavras-chave:
Relações identitárias, romance histórico, Juan José Nieto, configuração étnica, Bolívar Grande, Nação.
*
Hasta 1905 el Bolívar Grande comprendía los actuales departamentos de Atlántico, Córdoba, Sucre y Bolívar, situados en la Región Caribe colombiana, al
oriente del curso del río Magdalena. Se correspondía con el territorio de la colonial provincia de Cartagena, luego con el del Estado Soberano de Bolívar
(1859-1886) y más tarde con el del departamento de Bolívar.
** Este ensayo es resultado del proyecto de investigación Comunidades indígenas, ganadería, tierra y poder en el Bolívar Grande durante el siglo XIX.
*** Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Atlántico. Actualmente cursa estudios de maestría en Historia, convenio Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (Tunja)-Universidad de Cartagena, Colombia. Es miembro del grupo de investigación Fronteras, sociedad y cultura y su
línea de investigación es Mundo agrario: tierra, sociedad y poder en el Bolívar Grande. Actualmente se desempeña como profesor asociado del programa de
Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena, Colombia. Correo electrónico: [email protected].
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H
periódicos, historia y literatura, objetos que contribuyen
a la construcción de su legitimidad (Rama, 2004). Es
aquí donde se le ha conferido una función central a la
literatura, en la medida en que forma parte de los diversos mecanismos desplegados para alcanzar la cohesión
del colectivo poblacional depositario de la soberanía,
ayudando a corporizarlo como una abstracción, el pueblo, y creando así el efecto de unidad que justifica a la
nación de ciudadanos como la base y el origen del poder
político (Quijada, 2000, pp. 15-55; 2003a, pp. 287-315;
2003b, pp. 469-510).
asta hace pocos decenios los historiadores concebíamos a la literatura como una ficción que
nada nos decía sobre el estudio del pasado. Luego empezamos a conferirle algún valor en las investigaciones
sobre la vida cotidiana y las mentalidades colectivas,
pero sin que alcanzáramos a imaginar que prestara alguna utilidad en temas considerados tan abstrusos como la
formación de la nación y la configuración étnica de las
regiones colombianas. Aunque los cambios en las percepciones de esos temas los debemos a diversos factores
que no son del caso analizar aquí por razones de espacio, sí es obligatorio decir que desde la publicación del
libro Ficciones fundacionales de Doris Sommer (1994)
asistimos a la construcción de un nuevo paradigma para
indagar sobre las relaciones entre la literatura y la historia. Esta profesora de la Universidad de Harvard se ha
preocupado por estudiar la función de la literatura decimonónica en la creación de un discurso nacional que
suplió la ausencia de narrativas históricas, filosóficas y
sociológicas sobre la nacionalidad.
Planteada la legitimidad de la nación en estos términos,
hubo que definir la función que se asignó a los distintos
grupos sociales y raciales en esa unidad, ya fuera para
analizar sus inclusiones o exclusiones, y las formas como
las novelas del siglo XIX recrearon el tema de las relaciones interétnicas. Así, la novela histórica se convirtió en un
instrumento formidable para hacer inteligible un mundo
que recién salía del “caos” del dominio colonial, al brindar
la oportunidad de ordenarlo y juzgarlo en concordancia
con los valores criollos.
En este contexto, en los últimos años en Colombia se
viene analizando las relaciones entre la literatura decimonónica y la formación de un imaginario colectivo sobre la nación, sobresaliendo el creciente interés por la
novela Yngermina, de Juan José Nieto. Escrita en 1842
y publicada en Jamaica dos años después, es considerada la obra fundacional de la novela republicana de
la Colombia del siglo XIX, y recientemente ha llamado
la atención por el tratamiento que su autor dio al tema
racial de la colonial provincia de Cartagena (Williams,
1991, pp. 119-135; Córdoba, 1998, pp. 128-132; Pineda, 1999, pp. 105-106; Espinosa, 2002, pp. 354-362;
Cabrera, 2007, pp. 70-79; Castillo, 2006, pp. 381-383;
Langebaek, 2007, pp. 46-57).
Su idea central es que la literatura trató de dar cuenta
de un paisaje cultural y social diverso, con el fin de crear
la ficción de unión, ligando alegóricamente al amor y la
patria, a Eros y polis, buscando subsanar heridas abiertas
en la formación de la comunidad nacional. Esto lo logró la
novela histórico-romántica produciendo desplazamientos
en las formas de la inicial literatura épica que acompaña a la lucha por la independencia, trastocando los valores patrios en sentimentalismo, la épica en romance y al
héroe en esposo. Los vínculos entre el amor y la nación
son puestos de manifiesto por los escritores del siglo XIX
mediante personajes que pertenecen a esferas sociales y
étnicas distintas, que llevan al lector a imaginar mundos
donde esas diferencias se perpetúen o donde no existan
(Sommer, 1994, pp. 23-44; 2006, pp. 3-22).
Interesado en contribuir con las actuales discusiones
sobre la región, la nación y las relaciones identitarias,
quisiera evaluar los recientes análisis sobre esta novela, e introducir una variable étnica hasta ahora no estudiada, lo que ayudará a tener una imagen mucho más
completa sobre la composición social y étnica de esta
parte de la Costa Caribe colombiana. Por eso aclaro
que no me interesa discutir acerca del trato que Nieto
dio a la relación indígenas-mestizaje (Castillo, 2006,
pp. 381-383; Córdoba, 1998, pp. 128-132; Gutiérrez,
2007; Langebaek, 2007), o a las intenciones, el contexto y la mentalidad desde los que ocultó el tema de los
afrodescendientes, aspectos que concentran la atención de los analistas.
Estas revaluaciones han sido posibles gracias a un cambio de dirección en los estudios históricos y sociológicos
sobre la nación, que empezó a concebirse como un sistema cultural moderno que emergió en contraste con
comunidades religiosas centralizadas y los dominios de
las dinastías, y gracias a los avances tecnológicos de la
cultura de la imprenta (Anderson, 1993; Bhabha, 2000,
pp. 211-219). Desde esta perspectiva, la nación es vista
como resultado de una amplia gama de símbolos, narrativas y discursos de formación, incluidos escritos de
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Asumo la novela como un simple pretexto para mostrar que
los historiadores, al igual que el grueso público del Bolívar
Grande, hemos sido presidiarios de una herencia acuñada
por el discurso liberal del siglo XIX que dio por desaparecidas a las comunidades indígenas de esta parte de la región
costeña. En ninguna obra de la vieja ni de la nueva historia
hay la más mínima referencia (con la sola excepción de
Orlando Fals Borda) a la existencia de comunidades indígenas en esta parte de la Costa durante el primer siglo de
la República. La razón no sólo se debe a que los estudios
históricos modernos sobre esta región apenas comiencen,
o porque las investigaciones sobre su configuración étnica
hayan empezado por enfatizar en los afrodescendientes,
mientras que se está a la espera de que otros se encarguen
de los indígenas bajo la República. El caso real es que para
todos nosotros en el Bolívar Grande republicano no existían
indígenas, excepto los de Tuchín (San Andrés de Sotavento). Como contrapartida hemos pensado que su población
estaba conformada mayoritariamente por mestizos, mulatos, zambos y negros. Por eso, hablar de los indígenas de la
Costa bajo la República inmediatamente lleva a evocar a
las comunidades que no pudieron ser reducidas (guajiros,
cunas, emberá-catíos, motilones) y a los nativos del territorio del Magdalena Grande.1 Sin embargo, hasta finales del
siglo XIX persistieron 27 resguardos indígenas en esta parte
de la región costeña, que vivieron en continuos conflictos
con sectores de las élites, con las poblaciones circunvecinas y con las políticas públicas, marcando la historia del
mundo agrario costeño de tal manera que incidieron en el
diseño de estas últimas.
naje a lo dicho por Orlando Fals Borda sobre J. J. Nieto,
y por otro lado, los enormes vacíos existentes acerca de
grandes aspectos de la historia social y política de esta
parte de la región costeña, reducida usualmente al estudio de algunos temas del pasado de las ciudades portuarias más importantes, cuyas imágenes son proyectadas
para todo el espacio circunvecino.
Lo que afirma Fals sobre este personaje –acerca de su familia, la época de su traslado a Cartagena, su condición
étnica y su formación intelectual– poco nos ayuda a entender el tratamiento que dio en su novela a los sectores
de negros, mulatos, indios y mestizos de la provincia de
Cartagena. Y se trata de una carencia lamentable, pues
a pesar de que para la elaboración de su estudio Fals
consultó la prensa oficial del estado de Bolívar, pasó por
alto que en ella se registró buena parte de los conflictos sociales del siglo XIX que tuvieron a los indígenas
como protagonistas centrales.2 Asimismo, se registró que
después de promulgada la Constitución de Rionegro de
1863, y siendo presidente del mencionado estado (18591864) el autor de Yngermina, defendió algunos derechos
de los indígenas sobre las tierras de sus resguardos, mostrando que en pleno ascenso de su carrera política mantuvo un liberalismo que no rompía del todo con algunas
formas del viejo pacto social que vinculaba a gobernantes y gobernados.
Pese a esta deficiencia, se coincide en que Nieto no
era blanco, en su origen humilde, en su condición de
autodidacta y en que se sobrepuso a todas las limitaciones sociales hasta lograr su ascenso político y social. Existen diferencias de matices en el momento de
ubicarlo en algunos de los cruces que se forman de la
triangulación entre blancos, indios y negros. Algunos
(Pineda, 1999, pp. 105-106; Cabrera, 2007, pp. 7079; Ortiz, 2008) concuerdan en caracterizarlo como
mulato, y le critican que, en medio de una sociedad de
mayoría negra y mulata como era la cartagenera, escribiera una novela sobre un apacible encuentro entre españoles e indios, silenciando la presencia de la mayoría
negra mulata. Al contrastar la obra de Nieto con María
de Jorge Isaacs, en la que está presente el tema de la
esclavitud, Alfonso Múnera le achaca al primero festejar “… el mestizaje indígena-español, sin mencionar
para nada la presencia negra en Cartagena. El caudillo
Nieto era mulato. En esta novela escrita por un mulato, indios y mestizos fundan el Caribe colombiano, y
Los estudios sobre Yngermina
En primer lugar quiero llamar la atención sobre los contrastes que algunos estudiosos han creído descubrir entre
las características étnicas y sociales del autor, la novela y
el contexto racial de mediados del siglo XIX, y también
sobre las críticas que se le hacen por la manera como concibió las relaciones entre españoles e indígenas durante
la Colonia, y la ausencia de los afrodescendientes, lo que
se considera que no estaba a tono con la novela históricoromántica que se estaba escribiendo en Latinoamérica.
Considero que en estas aparentes paradojas subyace, por
un lado, la reducción del conocimiento sobre este perso-
1 La ligera alusión que recientemente ha hecho Alfonso Múnera
(2005, pp. 33 y 141) a un predominio de población indígena y
mestiza en la región Caribe neogranadina para desmentir la idea
que la asociaba a solo negros y mulatos, para nada invalida lo que
aquí estamos afirmando.
2 Fals sólo alude a los indígenas de los resguardos de Jegua y Guazo, y
buena parte de sus referencias se remiten al período colonial.
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no aparece nunca un negro. Como si no existiera…”
(Múnera, 2006, pp. 49-52).3
se en contravía de las demás novelas decimonónicas que
muestran los conflictos sociales y políticos.
Cabrera reconstruye los rasgos generales de un racismo justificado por una tradición que asoció a la gente
negra con la inferioridad, como también por el temor al
levantamiento de éstos en los primeros años de vida independiente. Atribuye el silenciamiento sobre los negros
y mulatos a un interés en reivindicar a la Costa como un
espacio de civilización, lo que por esos años constituía
una preocupación de Nieto, como también a su empecinamiento por ser aceptado por la élite cartagenera (Cabrera, 2007, pp. 72-74).
Por eso Ortiz afirma que el discurso que Nieto pone en
boca de los indígenas sobre la libertad, la independencia
y la soberanía parece más de “… un negro o un mulato
cartagenero del siglo XIX… [pero] prefiere ponerlos en
boca de un indígena, los que precisamente para la época
en Cartagena no representaban una fuerza política activa
ni constituían el más absoluto elemento de movilización”.
En su entender, en comparación con Manuela (1859) y
María (1867), la obra de Nieto representa un “indigenismo trasnochado”, pues ya no era un tema llamativo, como
sí lo había sido durante la Independencia: “… hace referencia a lo indígena en momentos en que, salvo excepciones, lo indígena no representaba un elemento importante y necesario para la elite dirigente”. Nieto presenta
la conquista y colonización españolas como un proceso
ordenado, contrario a la imagen que se había construido
de ellas durante la retórica independentista.
Javier Ortiz (2008, pp. 151-172) intenta develar las razones ocultas que llevaron a que Nieto silenciara a la población negra, basándose en dos de sus obras más conocidas:
la Geografía histórica, estadística y local de la Provincia
de Cartagena, que Nieto publicó en 1839, e Yngermina.
Aprovecha la primera para analizar lo que este personaje
pensaba sobre los negros, su discurso sobre el mestizaje y el
papel que le asignaba a la educación como mecanismo de
igualación y de ascenso social. La segunda le sirve para estudiar cómo Nieto ficcionalizó a los indígenas abrogándoles
unos discursos políticos que eran más propios de los negros.
También analiza el discurso del autor sobre el mestizaje.
Juan José Nieto y su época
Algunos de los anteriores análisis y censuras (Williams,
Pineda, Cabrera y Ortiz) descansan sobre las siguientes
conjeturas y errores: 1) desconocer que la obra trata sobre
la conquista de los pueblos indígenas, lo que antecede a la
llegada de la población negra esclava; 2) proyectar las características étnicas de Cartagena y de su área inmediata
de influencia al resto de la población del Bolívar Grande;
3) suponer que negros y mulatos de la primera mitad del
siglo XIX tenían un proyecto colectivo de república alternativo al de las élites; 4) desconocer que para esa centuria
en esta parte de la región costeña existía una significativa
población indígena con la que J. J. Nieto tuvo vínculos
que iban más allá de la manipulación clientelista, y 5)
presumir que los indígenas no tuvieron ningún protagonismo en las luchas sociales del Bolívar Grande del siglo
XIX y en defensa de su identidad étnica.
Su análisis se centra en la idea de que cuando Nieto publicó esas obras la población negra y mulata tenía un significativo protagonismo político y social en Cartagena, lo
que hace “sospechoso” ese silenciamiento. A su parecer,
esto se debió a dos razones: por un lado, a que en su
estrategia de ascenso social, “… sus escritos (…) representan una de las tantas alternativas que usó para ganarse
ese reconocimiento (…) alcanzar notoriedad y ganarse el
respeto y la aceptación de los sectores privilegiados de
la sociedad cartagenera, a pesar de que su base política
estaba representada en los artesanos negros y mulatos…”
(Ortiz, 2008). Con ese propósito en mente, Nieto –y ésta
es la segunda razón– tuvo que destacar en su discurso los
aspectos que insistieran en el orden y el control social,
ante lo que los negros y mulatos representaban un sector
incómodo. Y, caso contrario, los indígenas se prestaban
para construir una imagen más cercana al orden soñado
por las élites. En estos términos, la novela vino a ser un
proyecto de consolidación del orden deseado colocándo-
El primer aspecto no creo que admita discusión, y acerca
de los numerales cuatro y cinco, nos referiremos más adelante. Respecto al segundo vale preguntarse hasta dónde
seguimos siendo presidiarios de unas imágenes que nos
legó la racialización de la geografía nacional efectuada por
ilustrados y liberales decimonónicos que asociaron la región costeña con una población mayoritariamente negra
y mulata (Arias, 2005, pp. 65 y ss.; Múnera, 2005, pp.
129-152). El resultado ha sido estudiar la configuración
étnica en correspondencia con la jerarquía de los principales centros urbanos y de las áreas circunvecinas más
3 Pese a esta afirmación, en sus estudios sobre el censo de 1777-1778
Múnera se ha cuidado en sugerir que la mayoría de la población del
Bolívar Grande no era negra y mulata sino indígena y mestiza, pero
no incursiona en estos temas, pues el centro de sus cavilaciones no
son estos grupos étnicos sino los afrodescendientes.
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inmediatas sobre las que tenían influencias. Las recientes
reflexiones sobre el poblamiento y las sociedades indígenas del siglo XVIII (González, 1993; Ruiz, 1996; Herrera,
1998, pp. 124-165; 2002a, pp. 29-105; 2002b, pp. 11-46;
2002c; Blanco, 1987; 1995; 2007; Conde, 1997; 2002a,
pp. 45-67) escasamente se han integrado a los estudios
sobre las características étnicas de las diversas comarcas
de la región.
igual que muchos otros, verbigracia, el propio Pedro Romero y sus descendientes. Desde una perspectiva comparativa con el caso de Cuba, Aline Helg insiste en que
en Cartagena y su área de influencia –por razones de la
inmediata herencia social colonial que fraccionaba a los
afrodescendientes, y por el diseño de estrategias de búsqueda de libertad y autonomía mediante procedimientos
individuales (fugas, cimarronismo, redes clientelistas, demanda legal, y otras), por la crisis demográfica que suscitó la Independencia y por el predominio del madresolterismo–, la tendencia fue hacia el diseño de estrategias
individuales y familiares, para romper el cerco de la discriminación racial y lograr el ascenso social (Helg, 2000,
pp. 219-252; 2004, pp. 162 y ss.).
Por otra parte, los análisis continúan apegados a los resúmenes que hicieron las autoridades coloniales de los
datos del censo de 1778 de la provincia de Cartagena,
sin que los interesados en el tema se esfuercen por conocer los censos de cada población que reposan en el Archivo General de la Nación de Colombia, en los que se
discrimina de manera más específica la condición de las
personas que en los datos globales aparecen agrupadas
como “libres de todos los colores”. Un reciente ejercicio
muestra que al cruzar los padrones de cada población con
otras informaciones de la época se enriquece la comprensión de la configuración racial de la sociedad costeña de
finales del siglo XVIII, y permite salir de una discusión
hasta cierto punto pantanosa, por los términos en que se
ha planteado y por las escasas fuentes en que se apoya
(Herrera, 2006, pp. 248-267).
Jorge Conde también pone en duda esa acción colectiva
y cuestiona la idea de un supuesto proyecto de república
de negros y pardos. Al mismo tiempo problematiza la relación entre las “gentes de todos los colores”, la ciudadanía,
la condición de vecino y el patriotismo, para mostrar el
fraccionamiento de ese grupo sociorracial. En el tema de
la ciudadanía establece unas fases mucho más claras que
Lasso y Múnera, para quienes desde los debates de 1811
en las cortes de Cádiz, la población de color asumió la
conquista de la ciudadanía en un sentido moderno como
su bandera de lucha (Conde, 2000, pp. 189-213; 2001,
pp. 196-212, y 2002a, pp. 127-146). De igual manera,
Roicer Flórez ha insistido en que durante la primera mitad del siglo XIX la ciudadanía, además de no tener una
connotación universal y abstracta, estuvo estrechamente
vinculada a la condición de buen vecino, lo que a su vez
significaba la proyección de una imagen social valorada
positivamente por los demás (Flórez, 2006, pp. 135-152).
Acerca del tercer aspecto, quiero señalar que los escasos
estudios históricos sobre el tema racial, su concentración
en los dos primeros decenios de vida independiente y las
divergencias entre las interpretaciones propuestas imponen mucha cautela al emitir juicios sobre la relación
Nieto-la comunidad de afrodescendientes-los indígenas
y la novela Yngermina. Hasta el momento, las condenas
contra este político y escritor decimonónico provienen de
quienes a partir de los estudios de Marixa Lasso y Alfonso
Múnera (Lasso, 2003, p. 8; 2006; 2007, pp. 32-45; 2008;
Múnera, 1998, pp. 157-176) se consideran autorizados a
concluir que entre los años de la Independencia y 1840,
aproximadamente, los negros y mulatos representaban
una comunidad que amenazaba con una guerra racial contra los blancos, que se aproximaron a la construcción de
un proyecto alterno de república. Con una suposición de
esta naturaleza, obvio es concluir que la actitud de Nieto
aparezca como una especie de “inconsecuencia racial”.
Son más los hechos que aún permanecen en la penumbra, y lo poco conocido hasta ahora desautoriza sacar
conclusiones apresuradas. Un tema central que debe discutirse es a qué tipo de ciudadanía aspiraban negros y
mulatos de Cartagena en 1811, problema que a su vez
debe ser periodizado teniendo en cuenta la evolución de
los acontecimientos. Esto nos lleva a un problema que
aún no ha sido explorado en todas sus dimensiones: creo
que es necesario determinar si las capas medias cartageneras –en las que participaban sectores de “gentes de
todos los colores” y blancos pobres, y que se agrupaban
en torno a un estilo de vida en el que la proyección de
una imagen social digna y respetable era el eje central
(Solano y Flórez, 2008a, pp. 173-217)– se vincularon a
la lucha por la Independencia con un proyecto político
moderno, o si desde el siglo XVIII venían presionando
para que al lado del reconocimiento social por razones de
nacimiento, raza y pureza de sangre, también se otorgara
Sin embargo, sobre ese tema existe otra interpretación
que analiza a negros, mulatos, zambos, cuarterones, tercerones y morenos como una diversidad de sectores que
no lograron constituir una sola entidad política agrupada
en torno a una misma visión de sus oportunidades y de
la discriminación racial, lo que permite analizar a Nieto
como un hombre que se construyó un proyecto político al
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reconocimiento a personas y familias virtuosas e hijas de
su propio esfuerzo (Solano, 2008c).4 A este respecto, no
debe perderse de vista, como lo muestran Conde y Flórez,
que la ciudadanía tuvo un fuerte soporte en la condición
de vecinos, y que ésta estuvo muy ligada a esas prácticas e
imágenes sociales virtuosas. Entonces, es posible que en
la fase inicial de la Independencia la ciudadanía lograra
condensar aquella aspiración, lo que explicaría que esa
categoría moderna arrastrara un fuerte lastre del antiguo
orden, como también el fraccionamiento de la comunidad de mulatos, y el diseño de estrategias personales y
familiares de movilidad social.
Colosó y Sampués; en Corozal, el de Morroa, y en la provincia de Chinú, los de San Andrés de Sotavento y San
Juan de las Palmas (Solano y Flórez, 2007, pp. 92-117).
Aún a comienzos del siglo XX, el censo de 1912, que sólo
contabilizó a la población masculina, señala que el 6,5%
del total de los hombres de los departamentos de Bolívar
(excluyendo a San Andrés y Providencia) y Atlántico correspondía a indígenas. Si incluimos igual porcentaje de
mujeres, daría un total del 13% de personas de esta condición étnica, cifra aún significativa, pues el censo colonial
de la provincia de Cartagena de 1778 dio un poco más del
18%.5 Además, hoy día gruesas franjas de su población
se autorreconocen como descendientes de aquéllas (Fals,
1999, pp. 79-81).
Genealogía de los silencios
Estas objeciones no invalidan la preocupación de los
mencionados analistas que forman parte de un creciente interés por el tema de la configuración étnica de la
nación colombiana, en especial por estudiar a los sectores de afrodescendientes que habían permanecido en el
olvido frente a los avances de las investigaciones sobre
los indígenas impulsadas desde 1940 por el Instituto Etnológico Nacional. No es del caso traer a cuento en estas
apretadas líneas las razones de esa situación que han sido
analizadas por Peter Wade y Eduardo Restrepo, y para el
caso de nuestra región, por A. Helg y A. Múnera (Restrepo, 1997, pp. 279-319; Wade, 1994; Helg, 2004, pp.
219-252, y Múnera, 2005, pp. 129-152). Tampoco será
suficiente lo que podamos decir acerca de la justicia que
sustenta los esfuerzos por recuperar a los afrodescendientes en la construcción de la región y de la nación.
Ahora bien, sería ingenuo creer que se trataba de los
mismos indígenas de los tiempos de la Conquista o de
la Colonia temprana, pues a lo largo de tres siglos de
dominación española muchas cosas cambiaron, modificaciones que se fueron pronunciando bajo la República.
Verbigracia, se trataba de comunidades atravesadas por
conflictos internos, debido al proceso de mestizaje a que
se vieron abocadas desde el siglo XVIII, como también
porque en algunos casos los resguardos estaban adscritos
a la jurisdicción de uno o más distritos, que usualmente
eran controlados por unos pocos blancos y por los mestizos, convirtiéndose en ambas situaciones en factores de
presión que sometieron a tensiones la identidad étnica y
las tierras de los indígenas. Además, desde las reformas
borbónicas, y luego con el discurso demoliberal que trajo
la República, se fue desplazando la política fundada en
las teorías pactistas que habían originado cierto proteccionismo estatal para los indígenas. Éstos y otros temas
ameritan unas investigaciones más detalladas que esperamos ofrecer más adelante en el tiempo.
Sin embargo, al lado de ese merecido énfasis sobre este
grupo étnico es necesario ir colocando a otros sectores
cuya presencia, como el caso de los indígenas (éste es
el cuarto aspecto de nuestra crítica), aún a finales del
siglo XIX, era evidente en áreas importantes del Bolívar
Grande: en la provincia de Barranquilla estaban los resguardos de Tubará, Galapa y Malambo; en Sabanalarga,
los de Piojó y Usiacurí; en Cartagena, los de Timiriguaco,
Turbaco y Turbana; en la de El Carmen, los de Zambrano, Tetón y Yucal; en Mompox, los de Tacaloa, Talaigua,
Menchiquejo y Chilloa; en Magangué, los de Yatí, Jegua
y Guazo; en Lorica, los de San Nicolás de Bari y Cereté
(Retiro y Mateo Gómez); en Sincelejo, los de Toluviejo,
Los indígenas se adaptaron de manera precaria a los
cambios y jugaron con una diversidad identitaria (indígenas, mestizos y ciudadanos), en concordancia con sus
intereses, apropiándose de los elementos del discurso
liberal republicano que les permitían retroalimentar sus
puntos de vista sobre los problemas que los aquejaban,
en especial, en sus relaciones con otros sectores sociales, los partidos políticos y las autoridades (Flórez, 2008;
Sanders, 2007, pp. 28-45; Saether, 2005, pp. 55-80). Y
4 Este problema lo había sugerido en 1998 Mauricio Archila en los
comentarios críticos que presentó a la ponencia de Múnera sobre
la participación de las clases populares en la independencia de
Cartagena. Mauricio Archila, “Comentarios”, en H. Calvo y A.
Meisel, Cartagena de Indias y su historia, pp. 182-183.
5 Censo general de la República de Colombia levantado el 5 de
marzo de 1912, Bogotá, Imp. Nacional, 1912, pp. 32, 82 y 98-100,
y Hermes Tovar et al., Convocatoria al poder del número. Censos
y estadísticas de la Nueva Granada, 1750-1830, Bogotá, Archivo
General de la Nación, 1994, pp. 470-501.
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esta poliidentidad en ciertas circunstancias fue un arma
eficaz para la defensa de sus intereses, pues cuando –a
lo largo del primer siglo de la República– la negación
de esa condición étnica fue el argumento esgrimido por
los interesados en echar mano de las tierras de los resguardos, las comunidades de indígenas podían actuar en
varios planos, y buscaban alianzas con sectores políticos
para capear las arremetidas de sus enemigos y defender
sus intereses. Así, por ejemplo, en 1873, los indígenas
de Guazo se organizaron en una sociedad basada en los
principios modernos de la ciudadanía, crearon una junta
directiva y cada miembro expresó su voluntad de defender las tierras de la comunidad. El paso inmediato que
dieron fue elevar representaciones a las autoridades de
la región pidiendo la protección de sus derechos, y a la
Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de Colombia, solicitando la derogación de las leyes aprobadas
por la Asamblea Legislativa del estado de Bolívar que iban
en contravía de sus intereses. Pero también decidieron
reconstituir el pequeño cabildo indígena y solicitaron a
las autoridades judiciales de la provincia de Magangué el
deslindamiento de las tierras del resguardo, para evitar las
usurpaciones a que estaban sometidos desde tiempo atrás
(Flórez, 2008).
Los casos mencionados muestran que la recuperación
de la historia republicana de estos sectores étnicos debe
empezar por estudiar la elaboración de discursos y sus
coetáneas prácticas sociales que, por un lado, negaban
la existencia de los indígenas y, por otra parte, los discriminaban y excluían; también debe estudiarse la capacidad de respuesta de estos últimos. Desde los inicios de la
República quedó demostrado que una cosa era construir
la nación como una comunidad política materializada
en un conjunto de normas, imaginarios e instituciones,
y otra cosa era cómo los sujetos y grupos sociales que
activa o pasivamente quedaban integrados a ella lograban insertarse en el único nivel en que realmente ésta
podía operar, en el plano de la cultura. En este nivel la
construcción de la nación suponía la intervención de un
conjunto de cargas valorativas, de juicios y afinidades decantados en el tiempo que determinaban las actitudes de
unos frente a los otros. Y fue así porque en la base de
la construcción nacional hispanoamericana encontramos
una paradoja entre un voluntarismo igualitario expresado en normas y constituciones, y unas prácticas sociales
fundadas en intereses inconciliables, en abismos étnicos,
sociales y culturales difícilmente superables a golpe de
decretos (Quijada, 2000, pp. 15-55; 2003a, pp. 287-315;
2003b, pp. 469-510).
Años después, en 1899, el Tribunal de Justicia del departamento de Bolívar acogía los argumentos de Manuel
Zenón de la Espriella, abogado defensor de los indígenas
de Malambo, quien arguyó que eran indígenas porque
existía una serie de hechos (demandas, alinderamiento
de tierras, pequeños cabildos, arrendamientos de tierras
y relaciones de alteridades con otros sectores) en donde
se autorreconocían y eran reconocidos por las autoridades y otros grupos como de esa condición racial (Manotas, 1899; Solano y Flórez, 2008b).6 Además, muchos
resguardos seguían organizando sus pequeños cabildos y
nombraban gobernadores, como fue el caso de Tubará, a
pesar de haber sido expropiados de sus tierras en 1886.7
Esa paradoja se expresó, como lo ha señalado el antropólogo Carl Langebaek, en las actitudes de los dirigentes de
los decenios iniciales de vida independiente, pues de una
fase inicial de exaltación como una relación genética entre la naciente república y las sociedades precolombinas
inspirada en los moldes de la poesía y el teatro neoclásico,
rápidamente pasaron a otra de estilo romántico y escrito
en prosa, en la que ese vínculo se fue rompiendo y dio
lugar, por un lado, a la diferencia entre indígenas salvajes
y civilizados, y por otro, a una ruptura entre el presente republicano y el pasado indígena. Todo esto terminó
en un hiato entre el indio del pasado y el del siglo XIX,
pues a este último se le vio como un ser degradado por
los efectos que produjo la Conquista en sus sociedades
(Langebaek, 2007, pp. 46-57; König, 1984, pp. 389-406;
Earle, 2007).
6 Manuel Z. de la Espriella había sido una de las manos derechas
de Juan José Nieto y uno de los artífices de la política en defensa
de los indígenas entre 1863 y 1865.
7 Estos indígenas dada la cercanía de Puerto Colombia constituyeron la base de sus trabajadores, y en 1893 tuvieron un protagonismo de primera línea en la huelga de los trabajadores portuarios,
que también paralizó a Barranquilla. “Los huelguistas pasearon
en grupo el pueblo pidiendo aumento de jornal al son de cachos
y caracoles”, en “La huelga” y “Editorial La huelga”, en El Anotador, Barranquilla, 2 y 4 de mayo de 1893; “La huelga”, en El
Porvenir, Cartagena, 14 de mayo de 1893. “Editorial”, en Diario
de la Tarde, Barranquilla, 27 de abril y 1 de mayo de 1893. (Esta
información la debo a la historiadora y amiga María Bernarda
Lorduy, a quien agradezco su gentileza).
Ambas herencias se materializaron en las ambigüedades del ideario liberal republicano, pues si en el plano
político-discursivo pretendió suprimir todas las identidades étnicas y sociales reduciéndolas a la sola condición de ciudadanos, en los análisis que inspiró acerca
de la formación social nacional se diseccionó al país en
regiones, con base en unas lecturas de la geografía y de
la distribución de los grupos étnicos en ellas, remarcando unas imágenes raciales de las diferencias, a las que
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propuso superar por medio del mestizaje (Arias, 2005,
pp. 65 y ss.). El primer aspecto de esa ambigüedad dio
herramientas políticas y jurídicas a los sectores interesados en declarar la extinción de la población indígena, a
través del mestizaje, para así apropiarse de sus tierras, al
tiempo que, como un imperativo del modelo económico
liberal, demandó que todo estuviera sometido a las leyes
del mercado.
Jeografía Jeneral…, en el que la población indígena queda reducida a la no sometida por parte de las autoridades,
calculando, para el caso de Bolívar, 2.000 indios que no
habían sido reducidos. En 1871, de igual forma procedió
el cartagenero Dionisio Araújo en su “Tratado de Jeografía
física i política del Estado de Bolívar” (Pérez, 1863; Mosquera, 1866, p. 121, y Araújo, 1871).
En 1912 se reeditó la obra Cartagena y sus cercanías de
José P. Urueta, con correcciones y ampliaciones hechas
por Eduardo Gutiérrez de Piñeres, en la que, en las páginas dedicadas al otrora Bolívar Grande, no se dice nada
respecto a las comunidades indígenas. Un año después
se publicó Historia, leyendas y tradiciones de Cartagena,
obra de Camilo Delgado (Doctor Arcos), muy influyente
a comienzos del siglo XX, en la que se dedicaron pocas
páginas del tercer tomo a los indígenas de la antigua provincia de Cartagena, mediante reproducciones textuales de algunos apartes de las obras de Liborio Zerda (El
Dorado, que vio la luz pública por entregas a partir de
1882) y fray Pedro Simón (Noticias historiales, reeditada entre 1882-1892 por Medardo Rivas) (Delgado, 1943,
pp. 1-23; Urueta y Gutiérrez, 1912, pp. 13-16; Gutiérrez,
1924). Cuando se publicó la Geografía económica de Colombia. Bolívar (1942), obra de gran influencia entre los
círculos políticos e intelectuales de la región, se presumió
que desde finales de la Colonia las comunidades indígenas del Bolívar Grande habían desaparecido, debido a su
supuesta extinción y a la transformación de sus antiguas
comunidades en distritos, o en agregaciones de éstos,
sobreviviendo en la República sólo el resguardo de San
Andrés de Sotavento (Tuchín) (Geografía económica de
Colombia. Bolívar, 1942, pp. 281-283).
El segundo aspecto llevó a que intelectuales liberales y
funcionarios oficiales generalizaran para toda esta parte
de la Costa la lectura que hicieron de la composición
étnica de la geografía del bajo curso del río Magdalena,
legándonos unas imágenes parciales que aún seguimos
suscribiendo quienes empleamos estas informaciones
en las investigaciones sobre la configuración étnica de la
región.8 Así, mientras que la geografía recorrida obligaba
a que las descripciones etnográficas de viajeros, intelectuales y funcionarios públicos asociaran el territorio del
Bolívar Grande sólo a negros, mulatos y zambos (Samper,
1945, pp. 45 y ss.; 59 y ss.; Noguera, 1981; Acevedo,
1976; Blanco, 1985), la población aborigen de esta parte de la Costa pasó desapercibida, a pesar de que eran
indígenas reducidos desde la Colonia, y que vivían en
asentamientos reconocidos, muchos de ellos en condición de distritos.
Esa imagen fue completada por el ejercicio de los intelectuales decimonónicos que se encargaron de hacer referencia al pasado prehispánico del Bolívar Grande, mediante el establecimiento de un orden jerárquico entre los
pueblos indígenas, bajo el supuesto de que algunas áreas
geográficas no fueron propicias para el desarrollo de culturas nativas de significativa importancia, mientras que
otras, como fue el caso del territorio del Bolívar Grande,
sólo sirvieron como puente de tránsito de las corrientes
migratorias de amerindios que luego se asentaron y desarrollaron en el interior del país, como los muiscas. En la
Geografía histórica de Juan José Nieto, de 1839, las alusiones al pasado indígena de la colonial provincia de Cartagena se basaron en las Noticias historiales del cronista
fray Pedro Simón (Nieto, 1993, pp. 163-204). En las páginas de la Jeografia física i política del Estado de Bolívar,
publicada en 1863, Felipe Pérez tampoco se detuvo en el
tema de la población indígena. En 1866, Tomás Cipriano
de Mosquera publicó en Londres su libro Compendio de
Hasta dónde estas imágenes han determinado los problemas que se han planteado las investigaciones de los
arqueólogos (Reichel-Dolmatoff, 1997, pp. 117-154;
Angulo, 1981, 1983), antropólogos e historiadores, es un
tema que apenas comienza a explorarse con los trabajos
de Carl Langebaek, quien ha criticado a la arqueología
sobre esta región el estar sustentada en un modelo difusionista antes que evolucionista (Langebaek, 2005a, pp.
139-171; 2005b, pp. 180-199; 2006, pp. 38-66, y Silva,
2006, pp. 55-84). Y aún no hemos comenzado a averiguar
hasta dónde ese modelo arqueológico domina la mirada
que proyectamos los historiadores sobre el mundo indígena de esta parte de la Costa.
8 Aunque no se fundamenta en estas fuentes, el segundo capítulo
de la tesis doctoral de Marixa Lasso, dedicado a la composición
racial de la provincia de Cartagena, reproduce la imagen de un
bajo Magdalena negro y mulato. Ver Race and Republicanism in
the Age of Revolution, Cartagena, 1795-1831. University of Florida, pp. 29-55 (2002).
Con las modernas corrientes historiográficas asistimos a
una exploración del mundo indígena de esta parte de la
Costa, como lo demuestran los trabajos de Julián Ruiz
Rivera (1996), María Borrego Pla (1983), Lola González
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Luna (1993), José Agustín Blanco (1987, 1995, 2007),
Jorge Conde (1997, 2000, 2001, 2002), y Armando Arrieta (2001), y las investigaciones arqueológicas sobre diversas culturas precolombinas. Sin embargo, todo está circunscrito a los períodos prehispánico (Plazas y Falchetti,
1981, 1993) y colonial, mientras que para la época republicana son escasísimas las investigaciones. Aunque desde 1984 Orlando Fals B. había llamado la atención sobre
el hecho de que aún en el siglo XIX continuaron existiendo los resguardos de Jegua y Guazo (Fals, 2002, p. 208)
–y pese a que es sabido que el resguardo de San Andrés
de Sotavento (actual departamento de Córdoba) nunca
desapareció, y de igual forma, aunque gruesas franjas de
la población de esta parte de la Costa se autorreconocen
como descendientes de los indígenas–, los historiadores
hemos pasado por alto tales hechos.
tento de realismo en esta provincia, que tuvo su desenlace
en la batalla de Mancomoján (McFarlane, 2007).
Después, entre 1834 y 1843, los indígenas nuevamente
se movilizaron contra las políticas del gobierno central de
repartir los resguardos. Y fue Juan J. Nieto quien defendió a las comunidades de indígenas en la Cámara de la
provincia de Cartagena, como se puede leer en algunos
informes que aparecen registrados en la prensa oficial
regional de esa época. Con el despegue de la ganadería,
otra vez acudieron a diversas formas de protestas, como
representaciones ante las autoridades, enfrentamientos
físicos con hacendados y campesinos de los alrededores,
desmonte y deslinde de las tierras para afirmar la propiedad, abigeato, incendios de praderas para ganados, creación de asociaciones de corte moderno, nombramiento
de autoridades indígenas, impuestos sobre el ganado de
los propietarios no indígenas, poderes a abogados para
que los defendieran, demanda ante la Corte Suprema de
Justicia federal de disposiciones emanadas de las autoridades regionales. Tubará, Malambo, Jegua, Guazo, Toluviejo y San Andrés de Sotavento fueron las comunidades
indígenas más activas en la defensa de sus derechos (Solano y Flórez, 2007, pp. 92-117).
Superar esta tradición también demanda que ampliemos
la temporalidad en los estudios, lo que a su vez implica
que reconozcamos que el lógico énfasis de los estudios en
el decrecimiento demográfico no nos debe llevar a pensar
que para la República los indígenas ya no existían. Perder
de vista estos aspectos ha dado pie a afirmaciones como
la hecha en un reciente estudio sobre los resguardos indígenas del actual territorio del departamento del Atlántico, en donde se dice que el nuevo ordenamiento político
y territorial republicano acabó con las comunidades de
indígenas, transformándose en poblaciones campesinas
adscritas a distritos (Conde, 2002, pp. 66-67).
En muchos de esos conflictos movilizaron una diversidad
de ideas que iban desde el reclamo de los derechos que
les competían por ser ciudadanos –pasando por el cuestionamiento a la República por ser regresiva en cuanto a
los derechos coloniales, reivindicando la contribución de
algunas de esas comunidades a la Independencia, pidiendo mantener el pacto social que se traducía en protección
de las autoridades, proyectando una imagen deplorable
para lograr este fin– hasta la defensa de su identidad de
indígenas, por encima de las acusaciones de quienes los
tildaban de mestizos.
Esta idea, que la podría suscribir cualquier historiador, lo
que muestra es que quienes estudiamos el pasado regional, al igual que el resto de la sociedad del Bolívar Grande, hemos sido presidiarios del discurso liberal del siglo
XIX que nos transmitió la idea de que el mestizaje y las
transformaciones operadas bajo la República acabaron
con las comunidades indígenas, a las que les negamos
cualquier influencia en la formación de la identidad colectiva regional (Safford, 1991, pp. 1-33).
Esta sucinta relación de los conflictos y formas de resistencia desplegadas por los indígenas atravesó a la dirigencia política del estado de Bolívar y logró el respaldo
de algunos sectores que, como en el caso de la facción
dirigida por J. J. Nieto, defendieron sus derechos, y mientras concentraron el poder del Estado, impidieron que los
continuos ataques se materializaran en leyes que dispusieran acabar con los resguardos. Como lo he mostrado
recientemente en el artículo que publiqué con Roicer
Flórez (Solano y Flórez, 2007), durante su hegemonía política en el estado de Bolívar, J. J. Nieto fue inflexible en
la defensa de los resguardos, lo que muestra que, y aquí
retorno al punto inicial de este artículo, su novela Yngermina estuvo motivada por razones que iban más allá del
arribismo social.
Y esto llama la atención, pues no sólo se trata de la existencia de los 27 resguardos, sino también de la gran cantidad
de conflictos (y de aquí en adelante abordamos el quinto
aspecto de nuestra crítica) en que se vieron vinculadas
las comunidades indígenas del Bolívar Grande desde la
segunda mitad del siglo XVIII, y prolongados hasta finales
de la siguiente centuria (Flórez, 2008). La llamada “Revolución de las Sabanas” (septiembre y noviembre de 1812)
protagonizada por los pueblos de esa parte de la colonial
provincia de Cartagena contra el gobierno republicano establecido en esta ciudad tiene un soporte étnico en los
indígenas que no se puede desconocer, siendo el único in-
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Conclusiones
tralidad espacial y política de sus discursos, que
hace de los epicentros urbanos más importantes
y de sus grupos étnicos más numerosos el centro
de gravedad de sus cavilaciones. En consecuencia,
puede decirse que los acentos en uno u otro grupo
étnico están en función del sitio desde donde se
miren. Esto se muestra en la concentración de los
estudios sobre el tema de la Independencia, especie de epifanía que explicaría todo el siglo XIX.
Entonces, es pertinente nuevamente preguntarse por qué
no se le ha prestado la debida atención a un grupo étnico
cuya existencia es tan evidente y llamativa, por la cantidad de conflictos en que se vio envuelto. Además de los
factores señalados, también deben tenerse presentes los
siguientes elementos:
1. La reducción del tema indígena bajo la República
a lo que el historiador Armando Martínez Garnica
ha llamado con mucho tino un enfoque “territorialista”, pues el resguardo se ha reducido al problema de la tierra y se ha dejado de lado a la comunidad indígena que lo habita, a la que sumió en la
categoría del campesinado pobre (Martínez, 1993,
pp. 111-121).
4. El énfasis de los últimos años en estudiar a la población afrodescendiente, que ha recibido un impulso en los esfuerzos por integrarla al área del
gran Caribe. Aunque este propósito se remonta a
la década de 1980, el mayor impulso lo han dado
el antropólogo Peter Wade, la socióloga Elisabeth
Cunin (2003, pp. 90 y ss.) y los historiadores Antonino Vidal, Aline Helg y Alfonso Múnera. Todas las
manifestaciones culturales de masas de distintas
partes del Caribe (música, gastronomía, deportes
como el boxeo y el béisbol, etc.), se convirtieron en
un sustrato para identificar el estilo de vida de la
Costa norte colombiana con el gran Caribe y con
el mundo afroamericano. Esto ha permitido reorientar el interés de base de esta inserción, pues
si en un comienzo el discurso se circunscribía a los
circuitos mercantiles como potenciales mercados
para la producción colombiana (v. g., A. Vidal), ahora el sesgo étnico y, por tanto, popular tomó vuelo
y fue dirigido contra sectores de la élite costeña
que posaban de caribeños pero que no asumían la
cuestión racial. Casi todos los análisis de los últimos años se centran en los nexos de Cartagena y
Barranquilla con el Caribe, e inconscientemente
se cree que así se explican los enlaces de toda la
región con esa área de las Américas.
2. Durante el siglo XIX, la construcción de un conocimiento geográfico que privilegió las zonas afectas
al modelo agroexportador. Los periplos de los viajeros extranjeros y nacionales, de los funcionarios
oficiales y de los pensadores liberales decimonónicos transcurrían por el bajo curso del río Magdalena hasta Barranquilla; las zonas aledañas al canal
del Dique hasta Cartagena, cuando este era útil al
tráfico; algunos caños que conducían a los puertos marítimos satélites de Barranquilla; las costas
de barlovento hasta las alturas del río Sinú, y en
éste, el trayecto hasta Lorica. Publicados en 1875 y
1886, respectivamente, los libros El alto Sinú y El
río San Jorge de Louis Striffler tuvieron que esperar hasta finales de esa centuria para que Francisco
Javier Vergara y Velasco los insertara en su Nueva
Geografía de Colombia, publicada en 1898, y el
de Joseph Palacio de la Vega sólo fue publicado a
mediados del siglo XX. Entonces, las zonas aledañas a los bajos cursos de los ríos Cauca, San Jorge
y parte del Sinú, así como las sabanas que encerraban, quedaron por fuera de ese conocimiento.
Asimismo, aunque en la prensa oficial del Estado
Soberano y luego departamento de Bolívar se publicaban los informes de los gobernadores de las
provincias en las que había resguardos indígenas
–y aunque muchos de ellos contenían datos sobre
los resguardos indígenas–, sus implicaciones en la
lectura del orden social regional fueron nulas.
En fin, es necesario abrir una sana discusión que permita
reconocer la diversidad étnica del Bolívar Grande, enriquecer su historiografía y colocar en sus justas dimensiones el Caribe que queremos construir. •
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