El País de Todo al Revés

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El País de Todo al Revés
H
abía una vez una niña que nunca decía la verdad. Si había
comido pescado, decía que carne. Si iba al cine decía que
había ido a las atracciones. A sus compañeras de clase les explicaba
que habían entrado ladrones en su casa y se lo habían llevado todo, sólo porque lo había visto
en televisión.
Aquella niña vivía en el País de Todo al Revés. Allí todo el mundo mentía y era un caos.
Cada día era como vivir en un cuento loco.
La que más mentía era nuestra niña y por eso la habían proclamado reina del lugar.
Llevaba un vestido y una corona de mentira, y se sentaba en un trono de mentira. Sus
ministros y cortesanos le decían que era muy guapa cuando la verdad es que era bastante
normal. Y alababan sus rubios cabellos, a pesar de que los tenía más negros que el carbón.
En aquel país, los comerciantes mentían en el precio de las cosas. Y casi siempre servían
cosas distintas a lo que les pedían. Si una señora pedía patatas, le ponían cebollas. Si un señor
preguntaba en qué dirección estaba una plaza, lo mandaban en dirección contraria. El pobre
decía que era marqués y que tenía mucho dinero, y en cambio el rico fingía que era pobre,
quejándose de los malos tiempos que corrían. Todo el mundo mentía a todas horas y
pretendía ser lo que no era.
Hasta que un día la reina supo que había llegado al País de Todo al Revés un extranjero y
lo invitó a palacio. No se veían muchos extranjeros por allí. Era un joven que viajaba por el
mundo para aprender, como solía hacerse en otros tiempos.
En la comida le pusieron pescadilla podrida disfrazada de perdiz y todo el mundo
exclamó que en ningún sitio había perdices tan buenas como en aquel país. Le sirvieron agua
asegurando que se trataba del mejor vino de la comarca. El joven les dio la razón en todo.
Mientras paseaban por los jardines de palacio, la reina le contó al extranjero que era
huérfana desde muy niña. Su padre el rey había muerto en una gran batalla, y su madre murió
al nacer ella. Pero la verdad es que su padre estaba bien vivo y era molinero, y su madre era
hilandera. Y que ella sólo era reina en el País de Todo al Revés. Pero el joven le decía a todo
que sí.
Cuando el extranjero fue al dormitorio que le habían preparado en la Gran Cámara de
Invitados, se encontró con un pobre jergón en la buhardilla. Ni siquiera había velas para
alumbrarse y se las tuvo que pedir a un criado. Decidió que le daría un buen escarmiento a la
reina de las mentiras. Estuvo toda la noche pensando y pensando.
Al día siguiente, el joven puso en marcha su plan. Como en el país de las mentiras no hay
nadie fiel ni sincero, aceptaron cumplir sus órdenes a cambio de dinero. Una mañana los
pregoneros anunciaron desde las torres de la muralla que el pueblo debía reunirse en menos
de una hora. El ejército, que también había aceptado el dinero del joven, hizo cumplir la orden.
Cuando todo el pueblo estuvo reunido, el extranjero hizo salir a la falsa reina a saludar.
—Ésta es vuestra reina. Sus vestidos son de papel y su corona es de cartón dorado. No
tiene nada en su palacio. Es pobre como una rata —anunció.
Todos se pusieron a lanzar exclamaciones de asombro.
—Os ha tenido viviendo siempre en la mentira. ¿Os acordáis de cuando hizo anunciar
que el país estaba empezando a arder por los cuatro costados?
La gente movía la cabeza como diciendo que sí.
—¡Fue terrible! ¡Tuvimos que huir!
—Pues os engañaron. Nunca ardió el país.
—¡Claro! ¡Y los nobles cortesanos aprovecharon nuestra ausencia para quedarse con
nuestras mejores casas y nuestros campos! —gritó un hombre.
—¡Basta! —gritó otra mujer—. ¡Quiero que cuando pida patatas me den patatas y no
cebollas!
—¡Fuera la Reina de la Mentira! —gritaron algunos.
—¡Fuera! ¡Fuera! —gritaron todos a coro.
La niña estaba asustadísima. La gente del país parecía a punto de asaltar el palacio y
castigarla por sus mentiras, cuando el extranjero se la llevó de allí en su caballo antes de que
aquella muchedumbre enfurecida pudiera darles alcance.
—¿Adónde me llevas? —preguntó ella.
—A tu verdadera casa. Con tus verdaderos padres.
—¿Se lo contarás todo?
—No —dijo el joven.
—¿Quién eres realmente? —preguntó la niña.
—Soy tu nuevo profesor y mañana te espero en clase —respondió él, muy alegre.
—Me has salvado de una buena y nunca más mentiré, te lo prometo —dijo la niña.
A la niña le costó un tiempecito acostumbrarse a decir la verdad. Por suerte, tenía a
aquel profesor que la ayudaba. Pero como le gustaba la fantasía, decidió que, en lugar de
mentir, escribiría historias para los niños.
Con el tiempo se hizo mayor y sus libros de cuentos tuvieron mucho éxito porque eran
realmente muy bonitos y divertidos.
Eduard Estivill
Cuentos para antes de ir a dormir
Barcelona, Editorial planeta, 2009
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