Reseña de" Virginidad e iniciación sexual en México. Experiencias

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Estudios Demográficos y Urbanos
ISSN: 0186-7210
[email protected]
El Colegio de México, A.C.
México
Ayús Reyes, Ramfis
Reseña de "Virginidad e iniciación sexual en México. Experiencias y significados" de Ana
Amuchástegui
Estudios Demográficos y Urbanos, núm. 50, mayo-agosto, 2002, pp. 425-431
El Colegio de México, A.C.
Distrito Federal, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=31205007
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Reseñas
Ana Amuchástegui, Virginidad e iniciación sexual en México. Experiencias
y significados, México, Edamex/Population Council, 2000
Ramfis Ayús Reyes*
Si debiera considerar este libro con una visión a futuro, diría que habrá de convertirse con el tiempo en un referente obligado sobre el tema de la sexualidad adolescente y juvenil en México. Además, debiera
convertirse en un estudio recurrente para los interesados en las investigaciones cualitativas. Pero, especialmente, creo que va a constituir un
hito en la literatura académica nacional en cuanto al estilo autorrefiexivo que emplea, poniendo al descubierto con absoluta transparencia y
sentido crítico los mapas mentales y los itinerarios reflexivos de la autora, así como las negociaciones de sus orientaciones teóricas y éticas
con sus sujetos en estudio, al ponerse ella misma en una posición de
autoexamen.
Casi a la mitad del libro éste ganó mi admiración con una expresión aparentemente inocua, pero de una franqueza autorrefiexiva interesante. Dice en la página 203: "afortunadamente, los investigadores rara vez encuentran lo que buscaban". Desde ese pasaje otorgué a
lo que leía algo parecido a un primer juicio de valor: lo atraviesa una
honestidad intelectual –como ya dije– interesante, tanto en sentidos
epistemológico y metodológico, como político y ético.
Siguiendo las secuencias de rigor en una reseña, en primer lugar
expondré brevemente la trama argumental del libro, seguida por el
desarrollo de algunas ideas en torno a mis coincidencias epistemológicas, teóricas y metodológicas con este trabajo; a continuación enunciaré algunos desencuentros y, finalmente, presentaré una valoración
general de sus fortalezas y debilidades.
En el campo de los estudios sobre sexualidad el texto se sitúa dentro del "cambio de enfoque del comportamiento hacia los procesos
subjetivos" al explorar cómo se construyen los significados culturales
sobre la sexualidad e inciden en las prácticas sexuales y en la configuración de las experiencias personales. Sostiene que la generación de los
significados culturales de la sexualidad se articula en medio de la "coe-
* Investigador de El Colegio de la Frontera Sur.
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xistencia" o "confusión" de discursos sobre la vida sexual, que pueden
ser dominantes o subyugados, y que tienen su efecto más visible en las
políticas del cuerpo y en tos mundos morales en que se inscriben las
decisiones personales dentro de las culturas –entre estas decisiones están insertas la preferencia sexual y la primera relación sexual.
Pero la trama argumenta' del texto comienza realmente con el
desarrollo de la noción de hibridación, con la cual se pretende caracterizar la situación cultural del México contemporáneo. A mi juicio
éste constituye un trasfondo explicativo, con implicaciones antropológicas e históricas, que fundamenta y resulta coherente con el resto
de los argumentos que expone y defiende la autora, así como con las
ideas e interpretaciones que soportan los análisis de los testimonios
seleccionados.
En síntesis, la secuencia argumenta' de este libro se organiza como
sigue: la hibridación justifica la "coexistencia" de discursos sociales sobre la sexualidad que se encuentran en disputa por dominar el espacio
de inculcación y reproducción de los significados sexuales. Estos discursos, en cuanto dispositivos de poder e influidos por la constitución generizada de la sociedad, se encuentran en lucha –aunque la autora no
enfatiza la condición agonística de estas formaciones discursivas– porque se trata de una sociedad compleja donde se superponen, se mezclan y se sincretizan temporalidades y espacios diferentes, exponentes
de una modernidad abigarrada y peculiar propia de una sociedad en
cambio cultural permanente. La cohabitación de discursos contrarios
justifica el empleo de los conceptos de polifonía y heteroglosia –la diversidad de voces y sus adscripciones cosmovisivas e ideológicas– constatable
en las narrativas de los sujetos en estudio, así como la recurrencia a la
idea del diálogo, no sólo como la condición natural en que se produce
la construcción de los significados, sino en que ocurre además el despliegue metodológico de la estrategia indagatoria de la autora.
El concepto de experiencia (procedente de la antropología del
performance y la experiencia, de inspiración turneriana) le permite a
la investigadora explorar la faceta individual de las vivencias sexuales.
Toda vivencia se vuelve experiencia cuando es susceptible de ser narrada. Así como la experiencia, encuentra en las construcciones narrativas
sus potencialidades expresivas, en cuanto marcos de orientación de la
acción frente a la realidad que se vivencia. Amuchástegui no se equivoca cuando escoge entre las cajas de herramientas teóricas posibles
esta corriente proveniente de la antropología. Esa elección le da la
posibilidad de tejer un puente creativo entre las formaciones discursi-
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vas sobre la sexualidad dominantes en la vida social: por un lado, los
discursos de poder –como los denomina– representados por la moralidad católica y los discursos científicos reproducidos de alguna manera a través de las instituciones escolares y los programas oficiales de
salud y, por otro, lo que califica como discursos subyugados, aquellos
que se articulan a partir de las prácticas y la experiencia personal.
Me refiero a un puente creativo porque considero que una virtud
de esta investigación es que logra constatar y mostrar cómo las narrativas personales se configuran a partir de tropos, argumentos y metáforas provenientes de estas formaciones discursivas dominantes; al
mismo tiempo muestra cómo los relatos personales van modificando,
mediante procesos de resistencia, resignificación, contradicciones, o
sencillamente eludiendo las implicaciones morales, las formaciones
discursivas dominantes. Sin decirlo, ha resuelto con elegancia uno de
los dilemas que más le han quitado el sueño a las ciencias sociales y
humanas: el de la interacción entre lo micro y lo macro, como niveles o
enfoques en el análisis social.
Me detendré un poco en los tres niveles discursivos en que se
mueve el trabajo de análisis de la autora. Por un lado distingue entre
los discursos globales y los locales, expresando con ello que el tema en
estudio (la experiencia y los significados sexuales) trasciende las coordenadas nacionales y se inscribe en una dinámica cultural e histórica
de gran escala. Por otro, aparece otra distinción teórica entre los discursos de poder y los subyugados, a los cuales ya me referí. Por último,
alude a los discursos sociales, y entiendo que la autora quiso dar a entender con ello la diversidad de voces que confluyen y se superponen
en los discursos de los y las jóvenes que participaron en las conversaciones con ella, pues identifica tres tipos de manifestaciones de éstos:
las voces de la comunidad, los diálogos internos y las experiencias
subjetivas referidas directamente al cuerpo.
Para mi gusto ha hecho una buena mezcla entre Michel Foucault,
Mijail Bakhtin y Valentin Voloshinov, Víctor Turner y Edward Bruner
y lo mejor de la teoría de género proveniente del feminismo académico. Bien mirado se trata de un eclecticismo creativo que ha dado
buenos frutos: filósofos, historiadores, psicólogos, antropólogos, estetas y glotólogos, analistas del discurso e, incluso, epistemólogos, pues
asume desde el comienzo –en lo que para mí es un enfoque metate&
rico– una posición construccionista social para comprender la constitución de la realidad en que se construye el universo de las experiencias
y los significados sexuales en una cultura situada.
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Coincido con esta perspectiva metateórica. Hace poco más de dos
años que le sigo la pista a los construccionismos sociales –pues son más
de uno–, y aunque no son aún una posición hegemónica en las ciencias
sociales y humanas, ya padecen el síndrome de su empleo indiscriminado y de constituirse en un rótulo de moda, y ello –desgraciadamente–
siempre arrastra muchos equívocos y retazos de ignorancia teórica.
Amuchástegui tiene la prudencia de sólo mencionar que se adscribe a
esta visión de la realidad social, la cual le servirá como contexto epistemológico para su investigación, y no la desarrolla –tampoco le hace falta–. Cita a dos de sus exponentes más conocidos, el psicólogo social
Kennethi Gergen y el analista narrativo y retórico Jonathan Potter.
Esa prudencia y la economía de recursos teóricos me deja satisfecho como lector, aunque en mi veta de epistemólogo, no.
Todo el desarrollo teórico del texto fue escrito en el estilo de un
recorrido autorreflexivo o de un autodescubrimiento cognitivo, haciendo énfasis en los impactos en la reflexividad personal y en el sentido emocional y político que la investigadora fue encontrando durante la pesquisa. Ello lo celebro como un logro retórico interesante,
que incluso crea en el lector cierta ansiedad por no perder la trama
argumental. Ansiedad que raramente despierta un texto académico.
En cuanto a la cuestión metodológica, sobre todo en lo concerniente a la interpretación de los datos y a la construcción de categorías
y grupos teóricos de análisis, la estrategia seguida recuerda mucho a
la propuesta de la grounded theory de Barney G. Glaser y Anselm L.
Strauss, aunque la autora no lo exponga explícitamente.
Creo atinado que emplee, e incluso reivindique, la técnica de la
conversación frente a la entrevista en profundidad. La conversación
se encuentra más cerca de neutralizar la asimetría de poder inherente a la relación entre investigador e informante en la cual descansa la
ejecutoria de las entrevistas, tanto en profundidad, como grupal o enfocada. La conversación deviene en una situación más natural y por
ello acorde con el estilo confesional que supone decir algo sobre las
experiencias íntimas: "nunca le había contado esto a nadie", reza una
frase de uno de los testimonios; ello sólo se puede conseguir cuando
entre los hablantes quedan de algún modo suspendidas las diferencias que los hacen extraños y se establece una comunión propiciatoria para la complicidad y el rompimiento de los secretos personales:
la conversación es la situación interaccional clave para aspirar a esto.
Sólo conozco un texto de metodología que intenta legitimar la técnica conversacional como modalidad dentro de las técnicas de entrevis-
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tas; me refiero al denso manual en dos volúmenes de Oswald Werner
y G. Mark Schoepfle, Systematic Fieldwork, de 1987.
Respecto a la autorreflexividad, por ello entiendo que el investigador aclare la posición desde la cual sitúa su discurso, describa críticamente las situaciones en las cuales construyó los datos y el proceso
mismo de análisis, y además aplique a sus propias creencias y supuestos teóricos, éticos y políticos las armas críticas con que aborda su tema de estudio. Si esto es así, el texto de Amuchástegui es ejemplar.
En la página 182 la autora reconoce a los participantes como "analistas sociales que en ocasiones desafiaron e impugnaron la posición de
la investigadora". Reconocer esto me parece inteligente, interesante y
atinado, pero ¿en qué sentido "desafiaron" e "impugnaron" la posición de la investigadora? Creo que aparecen pocos ejemplos que ilustren esta declaración, o tal vez pueda entenderse como un clima de
cuestionamiento mutuo que se alcanza cuando se conversa con cierta
confianza, como pareció ocurrir en la mayoría de los encuentros de
la investigadora con sus interlocutores.
El punto clave de la capacidad autorreflexiva de la autora se encuentra en la página 379, cuando se percata de una contradicción en
su propio discurso: a contrapelo de su creencia en la igualdad de los
géneros, le insinúa a Aurelio (uno de los jóvenes interlocutores) que
prevenir el embarazo era un asunto de su novia exclusivamente. Lo
interesante es que se da cuenta de ello, lo declara, no lo oculta, y se
vuelve ella misma (su discurso) objeto de análisis y crítica. Uno puede
compartir, gracias a esa transparencia, algunas traiciones del inconsciente que suele registrar muy bien el lenguaje y hacerlas públicas.
En cuanto a la investigación y el análisis de los datos, éstos se organizan en torno a dos grandes tópicos, a saber: por un lado, la constitución de sujetos genéricos de sexualidad y el papel que desempeñan en este proceso los saberes sexuales y, por otro, la exploración de
la dimensión moral de la sexualidad y la asociación semántica con el
mal o lo sagrado según los rituales de iniciación sexual femeninos o
masculinos, los cuales se asocian respectivamente a estos campos de
significado que actúan como dispositivos de control discursivos, con
un alto poder para orientar las conductas y las imágenes de sí que
construyen los y las jóvenes.
En el primero de ellos, permiten a la investigadora generar dos
grupos teóricos de sujetos para hablar de cómo se construyen las identidades de los sujetos genéricos de sexualidad. En el primer grupo, las
narrativas permiten apreciar que la experiencia individual y la identi-
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dad se separan de la normativa del grupo social al que el sujeto pertenece, hay una mayor tendencia a la individualidad y a la independencia de criterio. En el segundo grupo, la fusión entre la experiencia, la
narrativa identitaria y las normas del ambiente del grupo social próximo
se hace palpable; el individuo es menos independiente de las normas
que rigen la vida de su grupo social: piensa y orienta su acción a través
de aquél. La investigadora logra crear estos grupos teóricos a partir del
análisis narrativo y del discurso de los fragmentos de testimonios que
eligió, apoya su hallazgo en una serie de marcadores indexicales de la
conversación, como el empleo de pronombres personales en la primera persona del singular para constatar la tendencia a la independencia
identitaria o en el uso del discurso indirecto para la sujeción a los marcos mentales y de acción del grupo social al que se pertenece y la clausura de una identidad proclive a la individualización.
En el segundo de los tópicos que organizan el análisis, considero
que el hallazgo más rico y polémico es la conclusión de que parece
existir una contradicción en los códigos morales que la sociedad mexicana emplea para juzgar la iniciación sexual. La contradicción no
sólo se refiere a que la virginidad femenina sea juzgada diferente a la
iniciación sexual masculina, restringiendo aquélla y estimulando ésta,
sino a que pese al mandato moral de que la virginidad es para las mujeres un símbolo de su integridad y pureza, amén de un valor que se
transacciona en y a través de la consumación del matrimonio, éste es
transgredido. Pero, si bien puede parecer que el mandato está desapareciendo o al menos debilitándose, éste permanece en el discurso
dominante. La autora habla de una coexistencia paralela entre la
transgresión y sus consiguientes actitudes justificadoras, con la regla
discursiva que contiene la sanción moral o las "raciones de culpa" que
suceden a la entrega en la que acontece el desvirgamiento.
Lo anterior parece conducir al resultado de que existe una moralidad discursiva de tipo normativo y prescriptivo, y una moralidad
práctica de tipo pragmático y situacional. En otras palabras, la moralidad y la práctica pueden transcurrir por caminos paralelos que rara
vez colisionan o se invaden, lo que explica la ambigüedad de los discursos morales y la ambivalencia de las prácticas sexuales. A mi juicio,
ésta es una contribución interesante para emprender algún día un estudio sociológico y narrativo sobre moralidad y eticidad en México.
Lo que me parece más débil en el texto es la parte histórica. Tal
vez porque echo de menos una historia que no siga las secuencias
cronológicas lineales a que nos tiene acostumbrados la historiografía
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tradicional, y trabaje más a partir de articulaciones temáticas que incidan en la diacronía y la reten. Pero no dejo de reconocer que el esfuerzo desplegado por la autora trata de hacer justicia a una de las carencias que ella misma señala en las conclusiones y que demandan los
estudios sobre sexualidad: una historia de la sexualidad en México.
Considero que la fortaleza principal de este estudio se encuentra
en enseñarnos a trabajar las subjetividades, algo que si bien se declara
en muchos protocolos de investigación, poco se sabe sobre cómo hacerlo. Además, el texto nos incita a mezclar inteligentemente diversos
enfoques y estrategias teóricas, más allá de las disciplinas y subdisciplinas de adscripción, para construir una interpretación sofisticada de
cómo se vive la sexualidad mientras se generan el sentido y los imaginarios sobre ella. He aprendido mucho con esta lectura y he disfrutado también con las voces, las experiencias y las narraciones de otros
que podrían ser yo.
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