VIAJE AL RÍO DE LA PLATA: 1534

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VIAJE AL RÍO DE LA PLATA: 1534 -­‐ 1554 Ulrico Schmídel Introducción El fragmento aquí dado de la obra de Schmídel está tomado de la traduccción al castellano1 hecha por el lingüista Samuel Alejandro Lafone Quevedo al texto digitalizado de la Biblioteca Virtual Cervantes2. El fragmento elegido es exclusivamente el correspondiente a la vida en el fuerte del Buen Ayre, omitiéndose los hechos anteriores y posteriores. Para facilitar su lectura y comprensión se han hecho las siguientes modificaciones: • las transliteraciones al alemán de los nombres de las personas (europeos e indígenas), objetos y lugares se han reemplazado por los usuales del castellano en el actual territorio de Argentina; • las medidas se han convertido aproximadamente (no hay certeza sobre su equivalencia exacta, como es usual para la época) a las de uso actual (millas a kilómetros, onzas a gramos…); • se ha modificado la redacción sólo cuando era indispensable para su buena comprensión, sin agregar o quitar hechos. • Se ha reemplazado ciudad de Buenos Aires por poblado o asentamiento de Buen Ayre, ya que no era una ciudad en el sentido español de la época, lo que hubiera requerido un gobierno propio, es decir, cabildo. Ayre era la grafía que correspondía en la época a lo que hoy escribimos Aire. Carlos Eduardo Solivérez Bariloche, 31 de mayo de 2014. ..… Capítulo VI: Llegan al Río de la Plata y puerto de San Gabriel. Los charrúa. De allí navegamos al Rio de la Plata y dimos con una corriente de agua dulce que se llama Paraná Guazú y tiene de ancho en la boca, donde deja de ser mar, unos 210 kilómetros3 de camino. Desde Río de Janeiro hasta esta agua se cuentan 2.500 kilómetros de camino. En seguida arribamos a una bahía que se llama San Gabriel4 y allí en el susodicho río Paraná largamos las anclas de nuestros 14 navíos. Como tuviésemos que hacer 1 http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12586186423471506765435/index.htm. https://es.wikipedia.org/wiki/Samuel_Alejandro_Lafone_Quevedo. 3 Las millas del escrito de Schmídel se han computado al equivalente de 5 kilómetros cada una, lo que hace coincidir bastante bien las distancias señaladas en el texto con las que se conocen hoy. 2 4 En donde está la actual ciudad de Colonia (Uruguay). 2 quedar los navíos mayores a un tiro de arcabuz de la tierra, nuestro general don Pedro de Mendoza había ordenado y mandado que los marineros desembarcasen la gente en los pequeños esquifes que con este fin estaban ya dispuestos, y se llaman batel o bote. Así pues, con el favor de Dios, llegamos al Rio de la Plata en el año 1535. Allí nos encontramos con un pueblo de indios llamados charrúas que constaba como de unos 2.000 hombres y no comía más que pescado y carne. Éstos, al llegar nosotros, habían abandonado el pueblo huyendo con mujeres e hijos, de suerte que no pudimos dar con ellos. Los indios de esta nación andan desnudos, mientras que sus mujeres se tapan los genitales con un paño de algodón que les cubre desde el ombligo hasta la rodilla. Entonces el general don Pedro de Mendoza mandó que se vuelva a embarcar la gente, y que la hagan pasar a la otra banda del Paraná, que allí no tiene más anchura que unos 40 kilómetros. Capítulo VII: El poblado de Buen Ayre y los indios querandí Allí levantamos una ciudad que se llamó Buen Ayre5, en alemán gueter windt (buen viento). Traíamos de España, en los 14 navíos, 72 caballos y yeguas. En esta tierra dimos con un pueblo de indios llamados querandíes, como de 2.000 personas contando mujeres e hijos. Su vestir era como el de los charrúas, del ombligo a las rodillas y nos trajeron de comer carne y pescado. Estos querandíes no tienen habitaciones propias, sino que peregrinan como los gitanos en nuestro país; y cuando viajan en el verano suelen andar más de 150 kilómetros por tierra enjuta sin hallar una gota de agua que poder beber. Si logran cazar venados u otras piezas del campo, entonces se beben la sangre. También hallan a veces una planta que llaman cardos, la que comen por la sed. Se entiende que lo de beberse la sangre sólo se acostumbra cuando les falta el agua o lo que la suple; porque de otra manera tal vez tendrían que morir de sed. Estos querandíes traían a nuestro asentamiento y compartían con nosotros sus miserias de pescado y de carne por 14 días sin faltar más que uno en que no vinieron. Entonces nuestro general don Pedro de Mendoza despachó un alcalde llamado Ruiz Galán, y él y dos de a caballo se arrimaron a los tales querandíes, que se hallaban a 20 kilómetros de nuestro asentamiento. Cuando llegaron adonde estaban los indios, acontecióles que salieron los tres bien escarmentados, teniéndose que volver en seguida a nuestro campamento. Don Pedro de Mendoza, nuestro capitán, luego que supo del hecho por boca del alcalde (quien con este objeto había armado cierto alboroto en nuestro campamento), envió a Diego de Mendoza, su propio hermano, con 300 infantes y 30 de a caballo bien pertrechados. Yo iba con ellos y las órdenes eran estrictas de tomar presos o matar a todos estos indios querandíes y de apoderarnos de su pueblo. Mas cuando nos acercamos a ellos había ya unos 4.000 hombres, porque habían convocado a sus pueblos amigos. Capítulo VIII: La batalla con los indios querandíes. Cuando hicimos el asalto se defendieron con tanto brío que nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron a nuestro capitán Diego de Mendoza y con él a seis 5 El nombre completo era Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre. 3 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron unos veinte y de los de ellos como mil. Así, pues, se batieron tan furiosamente que salimos nosotros bien escarmentados. Estos querandíes usan para la pelea arcos y dardos, especie de media lanza con punta de pedernal con tres puntas. También emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo6; son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo o del venado cuando lo corren y lo hacen caer. Fue también con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, como lo vi yo con mis propios ojos, y a los de a pie los voltearon con los dichos dardos. Así pues, Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el pueblo; mas no alcanzamos a apresar a uno sólo de aquellos indios porque sus mujeres e hijos ya con tiempo habían huido de su pueblo antes de atacarlos nosotros. En este pueblo de ellos no hallamos más que mantos de nutria (ytteren), harto pescado (iten), harina y grasa del mismo. Allí nos detuvimos tres días y recién nos volvimos al asentamiento dejando unos cien de los nuestros en el pueblo para que pescasen con las redes de los indios y con ello abasteciesen a nuestra gente, porque eran aquellas aguas muy abundantes de pescado. La ración de cada uno era de uno 189 gramos de harina de trigo por día y al tercero un pescado. La tal pesquería duró dos meses largos; el que quería aumentar un pescado a la ración se tenía que andar 20 kilómetros para conseguirlo. Capítulo IX: Se fortifica Buen Ayre y se padece hambre. Cuando volvimos al asentamiento se repartió la gente en soldados y trabajadores, así que no quedase uno sin qué hacer. Se levantó allí una villa con un muro de tierra como de media lanza de alto a la vuelta y adentro de ella una casa fuerte para nuestro general. El muro perimetral tenía de ancho un metro, mas lo que un día se levantaba se nos venía abajo al otro. La gente no tenía qué comer, se moría de hambre y la miseria era grande. Por fin llegó a tal grado que ya ni los caballos servían ni alcanzaban a prestar servicio alguno. Así aconteció que llegaron a tal punto la necesidad y la miseria que por razón de la hambruna ya no quedaban ni ratas, ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran necesidad 6 Boleadoras. 4 e inaudita miseria; llegamos hasta comernos los zapatos y todos los cueros. Aconteció que tres españoles se robaron un caballo de mala traza y se lo comieron sin ser sentidos. Mas cuando se llegó a saber los mandaron prender e hicieron declarar con tormento, y luego que confesaron el delito los condenaron a muerte en horca y los ajusticiaron a los tres. Esa misma noche otros españoles se arrimaron a los tres colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne y cargaron con ellos a sus casas para satisfacer el hambre. También un español se comió al hermano que había muerto en el poblado. Capítulo X: Expedición de Jorge Luján. Ahora, pues, nuestro capitán general don Pedro de Mendoza vio que no podía mantener la gente por más tiempo allí, así que ordenó y mandó a sus capitanes que se aprontasen cuatro pequeñas embarcaciones que habían de navegar a remo (bergantines) en que entraban hasta 40 hombres, como así también otras tres menores a que llaman batel o bote). Cuando los siete navíos estuvieron listos y provistos hizo que nuestro capitán reuniese a toda la gente y envió a Jorge Luján con 350 hombres armados río Paraná arriba a encontrar indios que nos proporcionasen comida y víveres. Ni bien nos sintieron los indios nos jugaron una de las peores jugadas porque empezando por quemar y destruir su pueblo y cuanto tenían de comer, en seguida huyeron todos de allí. Así tuvimos que pasar adelante sin más de comer que 100 gramos de bizcochos al día. La mitad de la gente se nos murió en este viaje de esta hambre sin nombre, y la otra mitad hubo que hacerla volver al susodicho poblado, donde se hallaba nuestro Capitán General. Don Pedro de Mendoza quiso tomar razón a Jorge Luján, nuestro capitán en este viaje, porque tan pocos habíamos vuelto siendo que la ausencia sólo había durado 2 meses. A lo que le contestó éste que de hambre habían muerto, porque los indios habían quemado la comida que tenían y habían huido, como ya se dijo antes en pocas palabras. Capítulo XI: El sitio de Buen Ayre Después de esto seguimos un mes todos juntos pasando grandes necesidades en el asentamiento de Buen Ayre hasta que pudieron aprestar los navíos. Por este tiempo los indios con fuerza y gran poder nos atacaron a nosotros y a nuestro asentamiento 5 de Buen Ayre en número hasta de 23.000 hombres. constaban de cuatro naciones llamadas, querandíes, guaraníes, charrúas y chanás-­‐timbús. La mente de todos ellos era acabar con nosotros, pero Dios, el Todopoderoso, nos favoreció a los más. A él tributemos alabanzas y loas por siempre y por sécula sin fin porque de los nuestros sólo cayeron unos 30 con los capitanes y un alférez. Llegaron a nuestro poblado de Buen Ayre y nos atacaron, los unos trataron de tomarla por asalto, y los otros empezaron a tirar con flechas encendidas sobre nuestras casas, cuyos techos eran de paja (menos la de nuestro capitán general que tenía techo de teja), y así nos quemaron hasta el suelo hasta el suelo. Las flechas de ellos son de caña y con fuego en la punta y una vez prendidas y arrojadas no dejan nada. Con las tales nos incendiaron, porque las casas eran de paja. A parte de esto nos quemaron también cuatro grandes navíos que estaban surtos a unos dos y medio kilómetros de nosotros en el río. La tripulación que en ellos estaba, y que no tenía lombardas7, cuando sintieron el tumulto de indios huyeron de estos cuatro navíos a otros tres que no muy distantes de allí estaban y artillados. Al ver que ardían los cuatro navíos que incendiaron los indios, se prepararon a tirar y les metieron bala. Luego que los indios se apercibieron y oyeron las descargas, se pusieron en precipitada fuga y dejaron a los cristianos muy alegres. Todo esto aconteció el día de San Juan8, año de 1535. Capítulo XII: Padrón de la gente y preparativos. Habiendo sucedido todo esto, la gente no tuvo más remedio que volverse a meter en los navíos, y don Pedro de Mendoza, nuestro capitán general, entregó la gente a Juan Ayolas y lo puso en su lugar, para que fuese nuestro capitán y nos mandase. En seguida Ayolas pasó revista de la gente y halló que de 2.500 hombres que habían sido, no quedaban con vida más de 560; los demás habían muerto y perecido de hambre. ¡Dios el Todopoderoso se apiade de ellos y nos favorezca! Después de esto, Juan Ayolas, nuestro capitán, hizo aprestar ocho navíos pequeños, bergantines y bateles, y sacó 400 hombres de los 560. Dejó los otros 160 en los cuatro grandes navíos, para que cuidasen de ellos, y les puso de capitán un tal Juan 7 Cañones de la época. 8 Festejo de fecha variable, correspondiente al solsticio de verano. Véase https://es.wikipedia.org/wiki/Día_de_San_Juan. 6 Romero. Les dejó provisiones para un año de suerte que a cada soldado le tocase por día de unis 200 gramos de pan o harina; y si más quería comer que se lo buscase. Capítulo XIII: Viaje de Mendoza con Ayolas a fundar Buena Esperanza. Más tarde partió Juan Ayolas con los 400 hombres en los bergantines o buques aguas arriba del Paraná y don Pedro de Mendoza, el capitán general de todos, iba también con nosotros. En dos meses llegamos a los indios, a unos 420 kilómetros de distancia. Esta gente se llama timbú9, se ponen en cada lado de la nariz una estrellita de piedrecillas blancas y celestes. Los hombres son altos y bien formados, pero las mujeres, por el contrario, viejas y mozas, son horribles porque se arañan la parte inferior de la cara que siempre está ensangrentada. Este pueblo no come otra cosa, ni en su vida ha tenido otra comida, ni otro alimento que carne y pescado. Se calcula que suma 15.000 o más hombres. Cuando llegamos como a 20 kilómetros de su asentamiento nos vieron y salieron a recibirnos de paz en 400 canoas o barquillas con 16 hombres en cada una. Las tales barquillas se labran de un solo palo, son de 24 metros de largo por 1 de ancho y se boga como en las barquillas de los pescadores en Alemania, sólo que los remos no tienen refuerzos de hierro. Cuando nos juntamos en el río nuestro capitán, Juan Ayolas, mandó al indio principal de los timbú, al que llamaban Rochera Guazú, una camisa, un gabán, un par de calzas y varias otras cosas más de rescate. Después de esto el dicho Rochera Guazú nos condujo a su pueblo y nos dio de comer carne y pescado hasta hartarnos. Si el susodicho viaje hubiera durado unos 10 días más a buen seguro que todos habríamos perecido de hambre. Con todo, en este viaje, de los 400 hombres, 50 sucumbieron. Esta vez nos socorrió Dios el Todopoderoso, y a Él se tributen loas y gracias. ... 9 Los expedicionarios denominaban así a todos los indígenas que se perforaban el tabique de la nariz para usar aros u otros adornos colgantes. Probablemente algún grupo guaraní. 
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