LITERATURA ESPAÑOLA TEXTOS PARA COMENTAR EDAD MEDIA CANTAR DE MÍO CID EL HÉROE, DESTERRADO Los mestureros o envidiosos han sembrado las discordia entre el Cid y el rey Alfonso VI. Al caer aquel en desgracia, debe abandonar Castilla. Faltan en el manuscrito del Poema los primeros versos, en los cuales el héroe convoca a sus parientes y vasallos en Vivar para saber quiénes deseaban acompañarle en el exilio: todos deciden ir con él. Al salir de Vivar, Rodrigo deja abandonados sus palacios; he aquí los primeros versos conservados del Poema, en su lengua original: De los sos ojos tan fuertemientre llorando, tornaba la cabeça i estábalos catando. Vio puertas abiertas e uços sin cañados, alcándaras vazias sin pielles e sin mantos e sin falcones e sin adtores mudados. Sospiró mio Cid, ca mucho habié grandes cuidados. Fabló mio Cid bien e tan mesurado: --"¡Grado a ti, Señor Padre, que estás en alto! Esto me han vuelto mios enemigos malos." El Cid llora, pues, al ver sus palacios desmantelados. Tras ese desfallecimiento inicial, el héroe se sobrepone a la adversidad: Movió mio Cid los hombros y alzó la cabeza: --"¡Albricias, Alvar Fáñez! Nos echan de nuestra tierra, pero con mucha honra volveremos a ella." Al entrar en Burgos, con sus tropas presididas por sesenta estandartes, las gentes, entristecidas, salen a ver pasar a su héroe: De las bocas de todos, salía como razón: --"Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor!" Pero nadie se atreve a ofrecerle alojamiento: el rey lo ha prohibido. Se dirigen a una casa y llaman a la puerta; tras mucho insistir, la abre una niña. Lo albergarían con gusto, pero ninguno osaba: del rey don Alfonso, tan grande era la saña. Al atardecer, a Burgos llegó de él una carta con gran sigilo, y fuertemente sellada, con orden de que al Cid nadie le diera posada. Y que el que se la diese, supiera que se arriesgaba a perder sus haciendas, y aun los ojos de la cara, y aun, además, los cuerpos y las almas. Gran pesar tenían las gentes cristianas; 2 se esconden de mio Cid: no osan decirle nada. El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta, la halló bien cerrada: por miedo al rey Alfonso, así la dejaran; ellos no la abrirían, si él no la forzaba. Los guerreros del Cid con grandes voces llaman; los de dentro, no les contestaban palabra. Espoleó el Cid su caballo, a la puerta se llegaba, sacó el pie del estribo, y le dio una patada. No se abre la puerta, pues está bien cerrada. Una niña de nueve años, a sus ojos se mostraba: --"¡Tente, Campeador, que en buena hora ciñes espada! El rey lo ha prohibido: de él entró anoche una carta, en gran sigilo y fuertemente sellada. No osaríamos abriros ni acogeros por nada. De hacerlo, perderíamos haciendas y casas, y aún, además los ojos de la cara. ¡Cid, en nuestro mal, vos no ganaréis nada! Dios creador os valga, con todas sus virtudes santas." Esto dijo la niña y volvióse para casa. Bien ve el Cid que, del rey, ya no tiene la gracia. Marchóse de la puerta, y por Burgos entraba, llegó a Santa María, allí descabalgaba. Se hincó de rodillas, de corazón rogaba. EL CID, GUERRERO Y POLÍTICO La guerra es para el Cid un medio necesario de subsistencia, como profesión por excelencia de un caballero. Pelea con los moros para sustentarse y mantener a los suyos, y para obtener, paulatinamente, la gracia del rey. En la España ocupada por los árabes, Rodrigo y sus guerreros consiguen mantenerse y triunfar, unas veces con el valor de su brazo y otras con sus habilidades políticas. Son abundantes las batallas que el Poema describe; he aquí algunos fragmentos de la de Alcocer. Se ponen los escudos ante sus corazones, y bajan las lanzas envueltas en pendones, inclinan las caras encima de los arzones, y cabalgan a herirlos con fuertes corazones. A grandes voces grita el que en buena hora nació: --"¡Heridlos, caballeros, por amor del Criador! ¡Yo soy Ruiz Díaz, el Cid, de Vivar Campeador!" [...] Allí vierais tantas lanzas hundirse y alzar, tantas adargas hundir y traspasar, tanta loriga abollar y desmallar, tantos pendones blancos, de roja sangre brillar, tantos buenos caballos sin sus dueños andar. Gritan los moros: "¡Mahoma!"; "¡Santiago!" la cristiandad. [...] A Minaya Alvar Fáñez matáronle el caballo, pero bien le socorren mesnadas de cristianos. Tiene rota la lanza, mete a la espada mano, y, aunque a pie, buenos golpes va dando. 3 Violo mio Cid Ruy Díaz el Castellano, se fijó en un visir que iba en buen caballo, y dándole un mandoble, con su potente brazo, partióle por la cintura, y en dos cayó al campo. A Minaya Alvar Fáñez le entregó aquel caballo: --"Cabalgad, Minaya: vos sois mi diestro brazo." CONQUISTA DE VALENCIA. SE REÚNE CON ÉL SU FAMILIA La fama de las victorias del Cid y los presentes que le envía, van recobrando la voluntad del rey. De todos sus triunfos, ninguno tan notable como el que ha obtenido al conquistar Valencia. Alfonso VI, a ruegos de Rodrigo, consiente en que doña Jimena y sus hijas se reúnan con él. Pero una amenaza acecha a Valencia: el rey almorávide de Marruecos, Yusef, desea ocuparla. El Cid contempla las fuerzas enemigas y exclama: --"¡Gracias al Creador, al Padre espiritual! Todos los bienes que tengo, delante de mí están. Con esfuerzo, Valencia conquisté: es ya mi heredad; antes he de morir que volverla a dejar. Al Creador y a la Virgen me es forzoso alabar, pues mi mujer y mis hijas conmigo las tengo acá. La suerte me ha venido de tierras de allende el mar. Me arrojaré a las armas, no las he de dejar; mi mujer y mis hijas me verán pelear: ya verán lo que cuesta en estas tierras morar, han de ver con sus ojos cómo se gana el pan." Al alcázar con ellas subió para observar, mirando con sus ojos, tiendas vieron montar. --"¿Qué es esto, Cid? ¡Dios tenga de vos piedad!" --"Mi mujer, muy honrada, no tengáis ningún pesar! Es más riqueza que nos viene, a aumentar nuestro caudal. Tan pronto como has llegado, un presente os quieren dar. Para las hijas casaderas, os traen un buen ajuar." --"Gracias a vos, Cid, y al Padre espiritual." --"Quedaos en el alcázar, en el palacio aguardad; y no tengáis miedo alguno porque me veáis luchar; por la merced de Dios y de su Madre virginal, me crecerá el corazón, pues me vais a contemplar. ¡Con la ayuda de Dios, esta batalla la tengo que ganar!" Efectivamente, Rodrigo, a quien acompaña el obispo don Jerome, gran guerrero, derrota a los moros y logra un rico botín. El Cid vuelve a enviar regalos al rey, que ya no hace caso de los intrigantes. LAS BODAS DE LAS HIJAS DEL CID Alfonso VI decide entrevistarse con su heroico vasallo a orillas del Tajo. La entrevista es muy cordial, y en ella se pactan las bodas de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión. Estos no agradan al Cid, pero, como buen súbdito, no quiere incurrir de nuevo en la ira del rey, que ha pedido 4 aquel casamiento. Los matrimonios se celebran, y transcurren dos años muy felices para los desposados en Valencia. COBARDÍA DE LOS INFANTES DE CARRIÓN Al fin, los infantes descubren su mala índole. Son cobardes: un día se escapa un león que el Cid tiene en una jaula... Pero he aquí cómo narra el juglar este divertido episodio (que luego tendrá consecuencias dramáticas para las hijas de Rodrigo). En Valencia, con los suyos, el Cid permaneció, estaban también sus yernos, los infantes de Carrión. Un día, en un escaño, dormía el Campeador; un mal accidente sabed que les ocurrió: salióse de la jaula, y quedó libre un león. A todos los presentes, les asaltó gran temor; se ponen el manto al brazo los del Campeador, y rodean el escaño protegiendo a su señor. Fernán Gonzálvez, infante de Carrión, no halló dónde subirse, ni abierta alguna habitación; se escondió bajo el escaño: tanto era su pavor. Diego Gonzálvez por una puerta salió, diciendo a grandes gritos: "¡Ya no veré más Carrión!" Tras una viga lagar se metió con gran pavor; el manto y el brial muy sucios los sacó. En esto, despertó el que en buena hora nació. El escaño rodeado de sus guerreros vio. --"¿Qué ocurre, caballeros, por qué esta alteración?" --"Sucede, señor honrado, que un susto nos dio el león." Hincó el codo mio Cid, tranquilo se levantó; el manto traía al cuello, y se dirigió al león; apenas lo vio este, gran vergüenza sintió. Ante mio Cid, la cabeza bajó y el rostro hincó. Mio Cid don Rodrigo del cuello lo tomó, llevándolo de su mano, a la jaula lo volvió. Todos asombrados quedan al ver a su señor, y al palacio retornan loando su valor. Mio Cid por sus yernos preguntó y no los halló; aunque los llamó a altas voces, ninguno respondió. Cuando los encontraron, estaban sin color; nunca hubo tal rechifla como la que allí se armó, pero ordenó que cesara mio Cid el Campeador. Muchos tuvieron por deshonrados a los infantes de Carrión, se sienten humillados por lo que aconteció. LA AFRENTA DE CORPES 5 Ante un nuevo ataque de los moros a Valencia, Rodrigo pasa por la vergüenza de que sus yernos tengan miedo. La situación de estos se hace insufrible, y traman una infame venganza. Con el pretexto de mostrar las posesiones de Carrión a sus esposas, piden al Cid que les permita abandonar Valencia. El héroe concede la autorización, aunque siente oscuros recelos; pero carece de argumentos para oponerse a aquella petición. Al llegar al robledo de Corpes (en Soria, cerca de San Esteban de Gormaz), los infantes cometen la felonía: despiden a todos los criados y se quedan solos con sus esposas, las golpean sin piedad y las abandonan. VENGANZA Y FELICIDAD FINAL Este salvaje atentado no podía quedar sin venganza. Dos adalides del Cid vencen a los de Carrión, en presencia del rey, a quien ha encolerizado la bajeza de los infantes. Y Rodrigo y los suyos regresan a Valencia, donde Elvira y Sol alcanzarán un matrimonio venturoso con los infantes de Navarra y Aragón. El Poema acaba proclamando tan felices nuevas: Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol; los primeros fueron buenos, pero estos son aún mejor, con mayor honra se casan que en la primera ocasión. Y ved cómo la honra aumenta al que en buen hora nació, al ser sus hijas señoras de Navarra y de Aragón. Y, así, los reyes de España ahora sus parientes son, a todos alcanza honra por el que en buen hora nació. 6 JORGE MANRIQUE COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE 1. Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor. 2. Pues, si vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duro lo que vio, pues que todo ha de pasar por tal manera. 3. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir: allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros, medianos y más chicos, allegados son iguales, los que viven por sus manos y los ricos. 4. Dejo las invocaciones de los famosos poetas 7 y oradores; no curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores; a Aquel sólo me encomiendo, aquel sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo no conoció su deidad. 5. Este mundo es el camino para el otro, que morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos. 6. Este mundo bueno fue si bien usásemos de él como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquel que atendemos. Y aun aquel Hijo de Dios para subirnos al cielo descendió a nacer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. 7. Si fuese en nuestro poder tornar la cara hermosa corporal, como podemos hacer el ánima glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora y tan presta en componer la cautiva, dejándonos la señora descompuesta! 8 8. Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos: de ellas deshace la edad, de ellas casos desastrados que acaecen, de ellas, por su calidad, en los más altos estados desfallecen. 9. Decidme, la hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color y la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud todo se torna graveza cuando llega al arrabal de senectud. 10. Pues la sangre de los godos y el linaje y la nobleza tan crecida, ¡por cuántas vías y modos se sume su gran alteza en esta vida! ¡Unos, por poco valer, por cuán bajos y abatidos que los tienen! Y otros, por no tener, con oficios no debidos se mantienen. 11. Los estados y riquezas, que nos dejan a deshora, ¿quién lo duda? No les pidamos firmeza, pues que son de una señora que se muda; que bienes son de Fortuna que revuelve con su rueda presurosa, la cual no puede ser una, ni estar estable ni queda 9 en una cosa. 12. Pero digo que acompañen y lleguen hasta la huesa con su dueño: por eso no nos engañen, pues se va la vida apriesa como sueño. Y los deleites de acá son en que nos deleitamos temporales, y los tormentos de allá, que por ellos esperamos, eternales. 13. Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos, ¿qué son sino corredores, y la muerte la celada en que caemos? No mirando nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta, no hay lugar. 14. Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas, con casos tristes llorosos fueron sus buenas venturas trastornadas; así que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores y prelados así los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. 15. Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias; no curemos de saber lo de aquel siglo pasado qué fue de ello; 10 vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello. 16. ¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón, ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué fue de tanta invención como trajeron? Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras, y cimeras, ¿fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras de las eras? 17. ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían? 18 Pues el otro su heredero don Enrique, ¡qué poderes alcanzaba! ¡Cuán blando, cuán halaguero el mundo con sus placeres se le daba! Mas veréis cuán enemigo, cuán contrario, cuán cruel se le mostró, habiéndole sido amigo, cuán poco duró con él lo que le dio. 19. Las dádivas desmedidas, los oficios reales llenos de oro, las vajillas tan fabridas los enriques y reales del tesoro, 11 los jaeces, los caballos de su gente, y atavíos tan sobrados, ¿dónde iremos a buscallos? ¿Qué fueron sino rocíos de los prados? 20. Pues su hermano el inocente, que en su vida sucesor se llamó, ¡qué corte tan excelente tuvo, y cuánto gran señor le siguió! Mas, como fuese mortal, metiólo la Muerte luego en su fragua. ¡Oh juicio divinal! cuando más ardía el fuego echaste agua. 21. Pues aquel grand condestable, maestre que conocimos tan privado, no cumple que de él se hable, sino sólo que lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros? ¿Fuéronle sino pesares al dejar? 22. Pues los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, que a los grandes y medianos trajeron tan sojuzgados a sus leyes, aquella prosperidad que tan alta fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad, que estando más encendida fue amatada? 23. Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes, y varones como vimos tan potentes, 12 di, Muerte, ¿dó los escondes y traspones? Y las sus claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruda, te ensañas, con tu fuerza las atierras y deshaces. 24. Las huestes innumerables, los pendones y estandartes y banderas, los castillos impugnables, los muros y baluartes y barreras, la cava honda chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? que, si tú vienes airada, todo lo pasas de claro con tu flecha. 25. Aquel de buenos abrigo, amado por virtuoso de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso y tan valiente, sus hechos grandes y claros no cumple que los alabe, pues los vieron, ni los quiero hacer caros, pues el mundo todo sabe cuáles fueron. 26. ¡Qué amigo de sus amigos! ¡Qué señor para criados y parientes! ¡Qué enemigo de enemigos! ¡Qué maestro de esforzados y valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benigno a los sujetos, y a los bravos y dañosos qué león! 27. En ventura Octaviano, Julio César en vencer 13 y batallar, en la virtud Africano, Aníbal en el saber y trabajar, en la bondad un Trajano, Tito en liberalidad con alegría, en su brazo Aureliano, Marco Atilio en la verdad que prometía. 28. Antonio Pío en clemencia, Marco Aurelio en igualdad del semblante, Adrïano en elocuencia, Teodosio en humildad y buen talante. Aurelio Alexandre fue en disciplina y rigor de la guerra, un Constantino en la fe, Camilo en el gran amor de su tierra. 29. No dejó grandes tesoros, ni alcanzó grandes riquezas ni vajillas, mas hizo guerra a los moros, ganando sus fortalezas y sus villas; y en las lides que venció, muchos moros y caballos se perdieron, y en este oficio ganó las rentas y los vasallos que le dieron. 30. Pues por su honra y estado, en otros tiempos pasados ¿cómo se hubo? Quedando desamparado, con hermanos y criados se sostuvo. Después que hechos famosos hizo en esta dicha guerra que hacía, hizo tratos tan honrosos, que le dieron aún más tierra que tenía. 14 31. Estas sus viejas historias, que con su brazo pintó en juventud, con otras nuevas victorias ahora las renovó en senectud. Por su gran habilidad, por méritos y ancianía bien gastada, alcanzó la dignidad de la gran caballería de la Espada. 32. Y sus villas y sus tierras, ocupadas de tiranos las halló, mas por cercos y por guerras y por fuerza de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portugal, y en Castilla quien siguió su partido. 33. Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero, después de tan bien servida la corona de su rey verdadero, después de tanta hazaña a que no puede bastar cuanta cierta, en la su villa de Ocaña vino la Muerte a llamar la su puerta, 34. diciendo: "Buen caballero, dejad el mundo engañoso y su halago: vuestro corazón de acero muestre su esfuerzo famoso en este trago; y pues de vida y salud hicisteis tan poca cuenta por la fama, esfuércese la virtud 15 para sufrir esta afrenta que os llama. 35. "No se os haga tan amarga la batalla temerosa que esperáis, pues otra vida más larga de fama tan glorïosa acá dejáis. Aunque esta vida de honor tampoco no es eternal ni verdadera, mas con todo es muy mejor que la otra temporal perecedera. 36. "El vivir, que es perdurable, no se gana con estados mundanales, ni con vida deleitable, en que moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones y con lloros; los caballeros famosos con trabajos y aflicciones contra moros. 37. "Y, pues vos, claro varón, tanta sangre derramasteis de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganasteis por las manos; y con esta confianza y con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperanza, que estotra vida tercera ganaréis." 38. [Responde don Rodrigo] "No gastemos tiempo ya en esta vida mezquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; y consiento en mi morir 16 con voluntad placentera clara y pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura." 39. [Dirigiéndose a Cristo] "Tú, que por nuestra maldad tomaste forma servil y bajo nombre, Tú que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como el hombre, Tú, que tan grandes tormentos sufriste sin resistencia en tu persona, no por mis merecimientos, mas por tu sola clemencia me perdona." 40. [Final] Así, con tal entender todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer, de sus hijos y hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio, el cual la ponga en el cielo en su gloria, y aunque la vida murió, nos dejó harto consuelo su memoria. 17 FERNANDO DE ROJAS LA CELESTINA ENCUENTRO DE CALISTO Y MELIBEA CALISTO.- En esto, veo, Melibea, la grandeza de Dios. MELIBEA.- ¿En qué, Calisto? CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y facer a mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin dubda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar yo tengo a Dios ofrecido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo agora en el catamiento tuyo. Mas, oh triste, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza, y yo, mixto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar. MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes este, Calisto? CALISTO.- Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo ternía por tanta felicidad. MELIBEA.- Pues aún más igual galardón te daré yo si perseveras. CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído! MELIBEA.- Mas desventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras ha seído, como de ingenio de tal hombre como tú, haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo. ¡Vete, vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano, conmigo el ilícito amor comunicar su deleite. CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel. LA VIEJA CELESTINA El mancebo, así rechazado, comunica sus cuitas con el criado Sempronio; este le propone que pida ayuda a Celestina, maestra en vencer la resistencia de las mujeres. Otro criado, Pármeno, previene a su señor contra ella, y se le describe en este parlamento. PÁRMENO.- Si, entre cien mujeres, va y alguno dice: "¡Puta vieja!", sin ningún empacho luego vuelve la cabeza y responde con alegre cara. En los convites, en las fiestas, en las bodas, en las cofradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gente, con ella pasan tiempo. Si pasa por los perros, a aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando la pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dicen: "¡Puta vieja!". Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dicen sus 18 martillos. Carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores...; todo oficio de instrumentos forma en el aire su nombre. Cántanla los carpinteros, péinanla los peinadores; tejedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las segadas, con ella pasan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas que son facen, a doquier que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh, qué comedor de huevos asados era su marido! ¿Qué quieres más? Sino que, si una piedra topa con otra, luego suena: "¡Puta vieja!" Pero la resistencia de Pármeno a que su amo se relacione con Celestina es vencida por ésta y por Sempronio, que se ponen de acuerdo para explotar a Calisto. La vieja, ya su tercera, se entrevista con Melibea. Comienza a hablar con ella tratando de inspirarle lástima por ser vieja. CELESTINA.- A la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte, choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que con poca carga se doblega. MELIBEA.- ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo, con tanta eficacia, gozar o ver desea? CELESTINA.- Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá porque llegando viven, y el vivir es dulce, y viviendo envejescen. Así que el niño desea ser mozo, y el mozo viejo, y el viejo más, aunque con dolor. Todo por vivir, porque, como dicen, "viva la gallina con su pepita". Pero, ¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su rencilla, su pesadumbre; aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carescer de fuerza, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues ¡ay, ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allá verás callar todos los otros trabajos cuando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí peor ahíto que de hambre. MUERTE DE CELESTINA Celestina da cuenta a Calisto de la buena marcha de sus tercerías. El mancebo, loco de contento, vuelve a hacerle regalos. Celestina va a ver de nuevo a Melibea, que no puede ocultarle ya su amor a Calisto. Y al final, queda concertada una entrevista de los amantes en el huerto de Melibea, que no puede celebrase y queda aplazada para la noche siguiente. Celestina ha cobrado su salario final: una cadena de oro. Pero Pármeno y Sempronio, los criados de Calisto, quieren participar en la ganancia. Y van a casa de la vieja a exigirle parte del botín. Sin embargo, ella se niega rotundamente a darles nada, aunque trata de engatusarlos con buenas palabras (estamos en el acto XII). SEMPRONIO.- Déjate conmigo de razones. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las partes por cuenta de cuanto de Calisto has recibido, no quieras que se descubra quién tú eres. A los otros, a los otros con esos halagos, vieja. CELESTINA.- Calla tu lengua, no amengües mis canas. Que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere, no lo busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos, y a todos es igual: tan bien yo 19 oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Y tú Pármeno, no pienses que soy tu cativa, por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos acaecieron a mí a la desdichada de tu madre. PÁRMENO.- No me hinches las narices con esas memorias. Si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar. CELESTINA.- (Llamando) ¡Elicia!, ¡Elicia! Levántate desa cama, daca mi manto presto, que, por los santos de Dios, para la justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con qué vieja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con qué vieja de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como vosotros, contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mí! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino a los bueyes magros y flacos, los gozques labradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor ímpetu [...]. Como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías. Lo cual, si hombre sintieseis en la posada, no haríais. Que, como dicen, el duro adversario entibia las iras y sañas. SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta con la tercia parte de lo ganado? CELESTINA.- ¡Qué tercia parte! Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras. SEMPRONIO.- Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste, o cumplirás hoy tus días. CELESTINA.- ¡Justicia, justicia señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes! SEMPRONIO.- ¡Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno! CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión! PÁRMENO.- Dale, dale, acábala, pues comenzaste, que nos sentirán. ¡Muera, muera! De los enemigos, los menos. CELESTINA.- ¡Confesión! PASIÓN DE CALISTO Y MELIBEA Los asesinos de Celestina son decapitados por la justicia. Esto no detiene a Calisto, que acude al jardín de Melibea. Estando con ella, oye que sus criados riñen en la calle con unos rufianes. Echa una escala de cuerda para bajar, pero se cae: CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión! TRISTÁN.- Llégate pronto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y no habla ni se bulle. SOSIA.- ¡Señor, señor! Tan muerto es como mi abuelo. ¡Oh gran desventura! LUCRECIA.- (A Melibea) ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es este! MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oigo? ¡Amarga de mí! TRISTÁN.- ¡Oh, mi señor y mi bien muerto! ¡Oh, mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge esos sesos de esos cantos y júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin! MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes veré mi dolor. Si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien todo es ido en humo! ¡Consumióse mi alegría! 20 Melibea se encierra en una torre. Por una ventana, confiesa a su padre todo lo sucedido, y acaba arrojándose por ella. La obra termina con el llanto de Pleberio, que expresa el fin moral de la obra: prevenir contra la pasión que ha destruido a aquellos infelices amadores. PLEBERIO.- ¡Oh mi hija y mi bien todo...! ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¡Oh tierra dura! ¿Cómo me sostienes? ¿Adónde hallará abrigo mi desconsolada vejez? Oh fortuna variable, ¿por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? [...] ¡Oh amor, amor! ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían, como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella, para su servicio emponzoñado, jamás halló. Ellos murieron degollados; Calisto despeñado... Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. Del mundo me quejo, porque en sí me crió; porque no me dando vida, no naciera Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi queja. ¡Oh mi compañera buena, y mi hija despedazada! ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel como tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lacrymarum valle? 21 RENACIMIENTO GARCILASO SONETO I Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por do me han traído, hallo, según por do anduve, perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino estó olvidado, a tanto mal no sé por dó he venido; sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme si quisiere, y aún sabrá querello; que, pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacello? SONETO IV Un rato se levanta mi esperanza, mas, cansada de haberse levantado, torna a caer, que deja, mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh corazón cansado, esfuerza en la miseria de tu estado, que tras fortuna suele haber bonanza! Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte que otro no rompiera, de mil inconvenientes muy espeso; muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros como quiera, desnudo espíritu u hombre en carne y hueso. SONETO VIII De aquella vista pura y excelente salen espíritus vivos y encendidos, y siendo por mis ojos recebidos, me pasan hasta donde el mal se siente; éntranse en el camino fácilmente por do los míos, de tal calor movidos, salen fuera de mí como perdidos, llamados de aquel bien que está presente. Ausente, en la memoria la imagino; mis espíritus, pensando que la vían, se mueven y se encienden sin medida; mas no hallando fácil el camino, 22 que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida. SONETO X ¡Oh dulces prendas por mi mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, juntas estáis en la memoria mía y con ella en mi muerte conjuradas! ¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas que en tanto bien por vos me vía, que me habiades de ser en algún día con tan grave dolor representadas? Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes. SONETO XXIII En tanto que de rosa y azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, enciende el corazón y lo refrena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el tiempo helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre. 23 FRAY LUIS DE LEÓN VIDA RETIRADA ¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruïdo, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio moro, en jaspes sustentado. No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera; ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta mi contento si soy del vano dedo señalado? si en busca de este viento ando desalentado con ansias vivas y mortal cuidado? ¡Oh campo, oh monte, oh río! ¡Oh secreto seguro deleitoso! Roto casi el navío, a vuestro almo reposo huyo de aqueste mar tempestuoso! Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo del que la sangre sube o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar süave no aprendido; no los cuidados graves de que es siempre seguido quien al ajeno arbitrio está atenido. Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra mi esperanza el fruto cierto. Y como codiciosa 24 de ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura. Y luego, sosegada, el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo, y con diversas flores va esparciendo. El aire el huerto orea, y ofrece mil olores al sentido, los árboles menea con un mano ruïdo que del oro y del cetro pone olvido. Ténganse su tesoro los que de un flaco leño se confían: no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían. La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna; al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla mesa, de amable paz bien abastada, me baste; y la vajilla de fino oro labrada sea de quien la mar no teme airada. Y mientras miserablemente se están los otros abrasando en sed insacïable del no durable mando, tendido yo a la sombra esté cantando. A la sombra tendido, de yedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce acordado del plectro sabiamente meneado. NOCHE SERENA Cuando contemplo el cielo de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado: El amor y la pena despiertan en mi pecho un ansia ardiente; despiden larga vena 25 los ojos hechos fuente; la lengua dice al fin con voz doliente: "¡Morada de grandeza, templo de claridad y hermosura! Mi alma que a tu alteza nació, ¿qué desventura la tiene en esta cárcel, baja, escura? "¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido, que de tu bien divino olvidado, perdido sigue la vana sombra, el bien fingido? "El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando, y con paso callado al cielo, vueltas dando, las horas del vivir le va hurtando. "¡Ay!, ¡despertad, mortales! Miran con atención en vuestro daño. ¿Las almas inmortales, hechas a bien tamaño, podrán vivir de sombra y solo engaño? "¡Ay!, ¡levantad los ojos a aquesta celestial eterna esfera! burlaréis los antojos de aquesa lisonjera vida, con cuanto teme y cuanto espera. "¿Es más que un breve punto el bajo y torpe suelo, comparado a aqueste trasumpto, do vive mejorado lo que es, lo que será, lo que ha pasado? "Quien mira el gran concierto de aquestos resplandores eternales, su movimiento cierto, sus pasos desiguales, y en proporción concorde tan iguales: "La luna cómo mueve la plateada rueda, y va en pos de ella la luz do el saber llueve, y la graciosa estrella de amor le sigue luciente y bella: "Y cómo otro camino prosigue el sanguinoso Marte airado, y el Júpiter benino de bienes mil cercado serena el cielo con su rayo amado: "Rodéase en la cumbre Saturno, padre de los siglos de oro; tras dél la muchedumbre 26 del reluciente coro su luz va repartiendo y su tesoro: "¿Quién es el que esto mira, y precia la bajeza de la tierra, y no gime y suspira por romper lo que encierra al alma, y de estos bienes la destierra? "Aquí vive el contento; aquí reina la paz; aquí, asentado en rico y alto asiento, está el Amor sagrado de honras y deleites rodeado. "Inmensa hermosura aquí se muestra toda, y resplandece clarísima luz pura, que jamás anochece: eterna primavera aquí florece. "¡Oh campos verdaderos! ¡Oh prados con verdad dulces y amenos! ¡Riquísimos mineros! ¡Oh deleitosos senos! ¡Repuestos valles de mil bienes llenos!" A FRANCISCO SALINAS El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, Salinas, cuando suena la música extremada por vuestra sabio mano gobernada. A cuyo son divino mi alma, que en olvido está sumida, torna a cobrar el tino y memoria perdida de su origen primera esclarecida. Y como se conoce, en suerte y pensamiento se mejora; el oro desconoce, que el vulgo ciego adora: la belleza caduca engañadora. Traspasa el aire todo hasta llegar a la más alta esfera, y oye allí otro modo de no perecedera música, que es de todas la primera. Ve cómo el gran maestro a aquesta inmensa cítara aplicado, con movimiento diestro produce el son sagrado, con que este eterno templo es sustentado. 27 Y como está compuesta de números concordes, luego envía consonante respuesta; y entrambas a porfía mezclan una dulcísima armonía. Aquí el alma navega por un mar de dulzura, y, finalmente, en él ansí se anega, que ningún accidente extraño y peregrino oye o siente. ¡Oh desmayo dichoso! ¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido! ¡Durase en tu reposo, sin ser restituido jamás a aqueste bajo y vil sentido! A aqueste bien os llamo, gloria del Apolíneo sacro coro, amigos, a quien amo sobre todo tesoro; que todo lo demás es triste lloro. ¡Oh! suene de contino, Salinas, vuestro son en mis oídos, por quien al bien divino despiertan los sentidos, quedando a lo demás amortecidos. A FELIPE RUIZ ¿Cuándo será que pueda libre de esta prisión volar al cielo, Felipe, y en la rueda que huye más del suelo, contemplar la verdad pura sin velo? Allí, a mi vida junto, en luz resplandeciente convertido, veré distinto y junto lo que es y lo que ha sido, y su principio propio y ascondido. Entonces veré cómo el divino poder echó el cimiento tan a nivel y plomo, do estable, eterno asiento posee el pesadísimo elemento. Veré las inmortales columnas, do la tierra está fundada; las lindes y señales con que a la mar airada la Providencia tiene aprisionada. Por qué tiembla la tierra, por qué las hondas mares se embravecen, 28 do sale a mover guerra el cierzo, y por qué crecen las aguas del océano y descrecen. De do manan las fuentes; quién ceba y quién bastece de los ríos las perpetuas corrientes; de los helados fríos veré las causas y de los estíos. Las soberanas aguas del aire en la región quién las sostiene; de los rayos las fraguas; do los tesoros tiene de nieve, Dios, y el trueno dónde viene. ¿No ves cuando acontece turbarse el aire todo en el verano? El día se ennegrece, sopla el gallego insano, y sube hasta el cielo el polvo vano; y entre las nubes mueve su carro Dios ligero y reluciente, horrible son conmueve, relumbra fuego ardiente, treme la tierra, humíllase la gente. La lluvia baña el techo; envían largos ríos los collados; su trabajo deshecho, los campos anegados, miran los labradores espantados. Y de allí levantado veré los movimientos celestiales, ansí el arrebatado como los naturales, las causas de los hados, las señales. Quién rige las estrella veré, y quién las enciende con hermosas y eficaces centellas; por qué están las dos osas de bañarse en el mar siempre medrosas. Veré este fuego eterno, fuente de vida y luz, do se mantiene; y por qué en el invierno tan presuroso viene, por qué en las noches largas se detiene. Veré, sin movimiento en la más alta esfera, las moradas del gozo y del contento, de oro y luz labradas, de espíritus dichosos habitadas. 29 SAN JUAN DE LA CRUZ Cántico espiritual CANCIONES ENTRE EL ALMA Y EL ESPOSO Esposa 1. ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido. 2. Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero, si por ventura vierdes aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero. 3. Buscando mis amores, iré por estos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras. 4. ¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado! Decid si por vosotros ha pasado. 5. Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura. 6. ¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero; no quieras enviarme de hoy más mensajero, que no saben decirme lo que quiero. 7. Y todos cuantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo. 8. Mas ¿cómo perseveras, 30 ¡oh vida!, no viviendo donde vives, y haciendo porque mueras las flechas que recibes de lo que del Amado en ti concibes? 9. ¿Por qué, pues ha llagado aqueste corazón, no le sanaste? Y, pues me le has robado, ¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste? 10. Apaga mis enojos, pues ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos. 11. Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura. 12. ¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados! 13 ¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo! Esposo Vuélvete, paloma que el ciervo vulnerado por el otero asoma al aire de tu vuelo, y fresco toma. Esposa 14. Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos, 15. la noche sosegada en par de los levantes del aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora. 16. Cazadnos las raposas, 31 que está ya florecida nuestra viña, en tanto que de rosas hacemos una piña, y no parezca nadie en la montiña. 17. Detente, cierzo muerto; ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores y pacerá el Amado entre las flores. 18. ¡Oh ninfas de Judea!, en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea, morá en los arrabales, y no queráis tocar nuestros umbrales. 19. Escóndete, Carrillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quieras decillo; mas mira las compañas de la que va por ínsulas extrañas. Esposo 20. A las aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores, montes, valles, riberas, aguas, aires, ardores y miedos de las noches veladores. 21. Por las amenas liras y cuanto de sirenas os conjuro que cesen vuestras iras, y no toquéis al muro, porque la Esposa duerma más seguro. 22. Entrado se ha la Esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado. 23. Debajo del manzano, allí conmigo fuiste desposada, allí te di la mano, y fuiste reparada donde tu madre fuera violada. Esposa 24. Nuestro lecho florido, 32 de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido, de paz edificado, de mil escudos de oro coronado. 25. A zaga de tu huella las jóvenes discurren al camino, al toque de centella, al adobado vino, emisiones de bálsamo divino. 26. En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía; y el ganado perdí que antes seguía. 27. Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa, y yo le di de hecho a mí sin dejar cosa; allí le prometí de ser su Esposa. 28. Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio. 29. Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido; que, andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada. 30. De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas, haremos las guirnaldas, en tu amor florecidas y en un cabello mío entretejidas. 31. En sólo aquel cabello que en mi cuello volar consideraste, mirástele en mi cuello, y en él preso quedaste, y en uno de mis ojos te llagaste. 32. Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas 33 y en eso merecían los míos adorar lo que en ti vían. 33. No quieras despreciarme, que, si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste. Esposo 34. La blanca palomica al arca con el ramo se ha tornado; y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado. 35. En soledad vivía, y en soledad ha puesto ya su nido; y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido. Esposa 36. Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte o al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura. 37. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos. 38. Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí, tú, vida mía, aquello que me diste el otro día: 39. El aspirar del aire, el canto de la dulce filomena, el soto y su donaire, en la noche serena, con llama que consume y no da pena. 40. Que nadie lo miraba, Aminabad tampoco parecía, y el cerco sosegaba, 34 y la caballería a vistas de las aguas descendía. 35 GÓNGORA Mientras por competir con tu cabello oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello, goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o víola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas distilado, y a no invidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, amantes, no toquéis, si queréis vida, porque, entre un labio y otro colorado, Amor está, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas que, a la aurora, diréis que aljofaradas y olorosas se le cayeron del purpúreo seno. Manzanas son de Tántalo, y no rosas, que después huyen del que incitan ahora; y sólo del amor queda el veneno. Fábula de Polifemo y Galatea Guarnición tosca de este escollo duro troncos robustos son, a cuya greña menos luz debe, menos aire puro la caverna profunda, que a la peña; caliginoso lecho, el seno obscuro ser de la negra noche nos lo enseña infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves. De este, pues, formidable de la tierra 36 bostezo, el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es, albergue umbrío y redil espacioso, donde encierra cuanto las cumbres ásperas cabrío, de los montes, esconde: copia bella que un silbo junta y un peñasco sella. Un monte era de miembros eminente este (que, de Neptuno hijo fiero, de un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero) cíclope, a quien el pino más valiente, bastón, le obedecía, tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón y otro cayado. 37 QUEVEDO "¡Ah de la vida!" ¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido! La Fortuna mis tiempos ha mordido; las Horas mi locura las esconde. ¡Que sin poder saber cómo ni adónde la Salud y la Edad se hayan huido! Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. Ayer se fue; Mañana no ha llegado; Hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un seré, y un es cansado. En el Hoy y Mañana y Ayer, junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto. Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera. Mas no de esa otra parte en la ribera dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma, a quien todo un dios prisión ha sido, venas, que humor a tanto fuego han dado, medulas, que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. Vivir es caminar breve jornada, y muerte viva es, Lico, nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada. Nada que, siendo, es poco, y será nada en poco tiempo, que ambiciosa olvida; pues, de la vanidad persuadida, anhela duración, tierra animada. Llevada de engañoso pensamiento y de esperanza burladora y ciega, tropezará en el mismo monumento. Como el que, divertido, el mar navega, y, sin moverse, vuela con el viento, y antes que piensa en acercarse, llega. 38 LOS SUEÑOS EL MUNDO POR DE DENTRO -- Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. Dichoso es el que halla tan ocasión, y sabio el que la goza. ¡Qué sentido no descansa en la belleza de una mujer, que nació para amada del hombre! De todas las cosas del mundo aparta y olvida su amor correspondido, teniéndolo todo en poco y tratándolo con desprecio. ¡Qué ojos tan hermosos honestamente! ¡Qué mirar tan cauteloso y prevenido en los descuidos de un alma libre! ¡Qué cejas tan negras, esforzando recíprocamente la blancura de la frente! ¡Qué mejillas, donde la sangre mezclada con la leche engendra lo rosado que admira! ¡Qué labios encarnados, guardando perlas, que la risa muestra con recato! ¡Qué cuello! ¡Qué manos! ¡Qué talle! Todos son causa de perdición, y juntamente disculpa del que se pierde por ella. -- ¿Qué más le queda a la edad que decir y al apetito que desear? --dijo el viejo--. Trabajo tienes, si con cada cosa que ves haces esto. Triste fue tu vida; no naciste sino para admirado [...] ¿Viste esa visión que, acostándose fea, se hizo esta mañana hermosa ella misma y hace extremos grandes? Pues sábete que las mujeres lo primero que se visten, en despertándose, es una cara, una garganta y unas manos, y luego las sayas. Todo cuanto ves en ellas es tienda y no natural. ¿Ves el cabello? Pues comprado es y no criado. Las cejas tienen más de ahumadas que de negras; y si como se hacen cejas se hicieran narices, no las tuvieran. Los dientes que ves y la boca era, de puro negra, un tintero, y a puros polvos se ha hecho salvadera. La cera de los oídos se ha pasado a los labios, y cada uno es una candelilla. ¿Las manos? Pues lo que parece blanco es untado. ¿Qué cosa es ver una mujer, que ha de salir otro día a que la vean, echarse la noche antes en adobo y verlas acostar las caras hechas cofines de pasas, y a la mañana irse pintando sobre lo vivo como quieren? ¿Qué es ver una fea o una vieja querer, como el otro tan celebrado nigromántico, salir de nuevo de una redoma? ¿Estáslas mirando? Pues no es cosa suya. Si se lavasen las caras, no las conocerías. Y cree que en el mundo no hay cosa tan trabajada como el pellejo de una mujer hermosa, donde se enjugan y secan y derriten más jalbergues que en sus faldas, desconfiadas de sus personas. Cuando quieren halagar algunas narices, luego se encomiendan a la pastilla y al sahumerio o aguas de olor, y a veces los pies disimulan el sudor con las zapatillas de ámbar. Dígote que nuestros sentidos están en ayunas de lo que es mujer y ahítos de lo que le parece. Si la besas, te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines; si la pretendes, te cansas; si la alcanzas, te embarazas; si la sustentas, te empobreces; si la dejas, te persigue; si la quieres, te deja. Dame a entender de qué modo es buena, y considera ahora este animal soberbio con nuestra flaqueza, a quien hacen poderoso nuestras necesidades, más provechosas sufridas o castigadas, que satisfechas, y verás tus disparates claros. LA HORA DE TODOS Y FORTUNA CON SESO 39 LOS TABERNEROS Los taberneros, de quien, cuando más encarecen el vino, no se puede decir que lo suben a las nubes, antes que bajan las nubes al vino, según lo llueven, gente más pedigüeña del agua que los labradores; aguadores de cuero, que desmienten con el piezgo de los cántaros, estaban con un grande auditorio de lacayos, esportilleros y mozos de sillas y algunos escuderos, bebiendo de rebozo seis o siete de ellos en maridaje de mozas gallegas, haciendo sed bailando para bailar bebiendo. Dábase de rato en rato grandes cimbronazos de vino: andaba la taza de mano en mano sobre los dedos en figura de gavilán. Uno de ellos, que reconoció el pantano mezclado, dijo: --"¡Rico vino!", a un picarazo a quien brindó. El otro, que, por lo aguanoso, esperaba antes pescar en la copa ranas que soplas mosquitos, dijo: -- Este es verdaderamente rico vino, y no otros vinos pobretones; que no llueve Dios sobre cosa suya. El tabernero, sentido de los remoquetes, dijo: -- Beban y callen los borrachos. -- Beban y naden, ha de decir --replicó un escudero. Pues cógelos a todos la Hora; y, amotinados, le decían: -- Diluvio de la sed, ¿por qué llamas borrachos a los anegados? ¿Vendes por azumbres lo que llueves a cántaros, y llamas zorras a los que haces patos? Más son menester fieltros y botas de baqueta para beber en tu casa que para caminar en invierno, infame falsificador de las viñas. El tabernero, convencido de Neptuno, diciendo: "Agua, Dios, agua", con el pellejo en brazos, se subió a una ventana y empezó a gritar derramando el vino: -- ¡Agua va, que vacío! Y los que iban por las calles, respondían: -- ¡Aguarda, fregona de las uvas! 40 LOPE DE VEGA Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso; no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso; huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño: esto es amor: quien lo probó lo sabe. ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierta de rocío, pasas las noches de invierno a oscuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía! ¡Y cuántas, hermosura soberana: "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana! PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA ACTO PRIMERO En el pueblo toledano de Ocaña, el joven labrador Peribáñez acaba de casarse con Casilda, y se están celebrando sus bodas con danzas y músicas. Reciben las felicitaciones de todos. Casilda manifiesta su amor al marido, y éste le corresponde con estos hermosos requiebros: PERIBÁÑEZ Casilda, mientras no puedas excederme en afición, no con palabras me excedas. Toda esta villa de Ocaña 41 poner quisiera a tus pies, y aun todo aquello que baña Tajo hasta ser portugués, entrando en el mar de España. El olivar más cargado de aceitunas me parece menos hermoso, y el prado que por el mayo florece, sólo del alba pisado. No hay camuesa que se afeite que no te rinda ventaja, ni rubio y dorado aceite conservado en la tinaja, que me cause más deleite. Ni el vino blanco imagino de cuarenta años tan fino como tu boca olorosa; que como al señor la rosa, le huele al villano el vino [...]. Contigo, Casilda, tengo cuanto puedo desear, y sólo el pecho prevengo: en él te he dado lugar, ya que a merecerte vengo. Vive en él; que si un villano por la paz del alma, es rey, que tú eres reina está llano, ya porque es divina ley, y ya por derecho humano. Han sacado unos novillos ensogados y los mozos se divierten con ellos. El Comendador, que pasaba por allí, ha sido derribado por un toro, y lo traen desmayado en brazos. Todos se lamentan del accidente. Ya repuesto, se retira, manifestando su gratitud a los jóvenes esposos, y súbitamente enamorado de Casilda. Continúa la fiesta. Ella pide a su marido que, el próximo día de La Asunción, la lleve a Toledo, por devoción a la Virgen del Sagrario. Él accede complacido. En su casa, el Comendador manifiesta a su criado Luján que es irresistible su amor por Casilda. El criado le recomienda que haga regalos al matrimonio para ganar su confianza. Pero se adelanta Peribáñez a pedirle en préstamo una alfombra y un tapiz para adornar el carro en que irá con Casilda a Toledo. Antes de recibirlo, el criado Leonardo advierte al Comendador qué clase de persona es Peribáñez: LEONARDO: Aquí está Peribáñez. COMENDADOR: ¿Quién, Leonardo? LEONARDO: Peribáñez, señor. COMENDADOR: ¿Qué es lo que dices? 42 LEONARDO: Digo que me pregunta Peribáñez por ti, y yo pienso bien que le conoces. Es Peribáñez, labrador de Ocaña, cristiano viejo y rico, hombre tenido en gran veneración de sus iguales, y que, si se quisiese alzar ahora en esta villa, seguirán su nombre cuantos salen al campo con su arado porque es, aunque villano, muy honrado. La acción se traslada a la catedral de Toledo, donde está el rey Enrique III hablando con el Condestable. Llegan Peribáñez, Casilda y su prima Inés, que contemplan tanta magnificencia con admiración. El Comendador ha encargado a un pintor que le haga un retrato de Casilda sin que ésta se dé cuenta. ACTO SEGUNDO Ya de vuelta en Ocaña, Peribáñez cuenta a otros campesinos lo que ha visto y oído en Toledo: se está preparando una campaña en Andalucía contra los moros. En otra escena, Leonardo cuenta a su señor que ha enamorado a Inés, prima de Casilda, dándole palabra de casamiento, y que parece dispuesta a facilitar los amores del Comendador; en tanto, el otro criado, Luján, se ha fingido campesino y ha entrado a trabajar como segador de Peribáñez. Este se ha ido a Toledo, y él, estando todos los jornaleros dormidos, abrirá la puerta al comendador. Llega la noche. Inés se ha quedado en casa de Casilda para hacerle compañía, y los jornaleros se duermen. Luján abre la puerta al Comendador, como estaba planeado. Casilda se ha encerrado en su habitación; se asoma a la ventana, y cree que los intrusos son dos peones: CASILDA: ¿Es hora de madrugar, amigos? COMENDADOR: Señora mía, ya se va acercando el día, y es tiempo de ir a segar. Demás que, saliendo vos, sale el sol, y es tarde ya. Lástima a todos nos da de veros sola, por Dios. No os quiere bien vuestro esposo, pues a Toledo se fue y os deja una noche. A fe que si fuera tan dichoso el Comendador de Ocaña, (que sé que os quiere bien, aunque le mostréis desdén y sos con él tan extraña), que no os dejara, aunque el rey por sus cartas le llamara, que dejar sola esa cara nunca fue de amantes ley. 43 CASILDA: Labrador de lejas tierras, que has venido a nuesa villa convidado del agosto, ¿quién te dio tanta malicia? [...] El Comendador de Ocaña servirá dama de estima, no con sayuelo ni grana ni con saya de palmilla [...] Olerále a guantes de ámbar, a perfumes y pastillas, no a tomillos ni a cantueso, poleo y zarzas floridas. Y cuando el Comendador me amase como a su vida, y se diesen virtud y honra por amorosas mentiras, más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla que al Comendador de Ocaña con la suya guarnecida [...] Vete, pues, el segador: mala fuese tu dicha, que si Peribáñez viene, no verás la luz del día. Casilda despierta a los segadores, y el Comendador, colérico, huye. Peribáñez, en Toledo, visita al pintor que ha retratado a su mujer, a hacerle un encargo para la iglesia de Ocaña. Ve el cuadro, averigua quién lo encargó, y descubre así la maquinaria del Comendador. Decide regresan con urgencia a defender su honor. El Comendador, por orden del rey, pide voluntarios para formar dos compañías, una de hidalgos y otra de labradores, que acudan a combatir a los moros, y decide nombrar capitán de la segunda a Peribáñez para alejarlo de Ocaña. Éste, al llegar a casa, oye que un peón está contando esto: La mujer de Peribáñez hermosa es a maravilla; el Comendador de Ocaña de amores la requería. La mujer es virtuosa cuanto hermosa y cuanto linda; mientras Pedro está en Toledo de esta suerte respondía: "Más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla, que no a vos, Comendador, con la vuesa guarnecida." Aunque el labrador no ha dudado de su esposa, este romance cantado le reconforta. Recibe la orden de presentarse al Comendador. ACTO TERCERO 44 Peribáñez se dispone a abandonar Ocaña con su compañía de labradores, y el Comendador los recibe. Peribáñez le pide que le ciñe la espada, y el prócer le hace jurar que, con ella, servirá a Dios y al rey. PERIBÁÑEZ: Eso juro; y de traerla en defensa de mi honor, del cual, pues voy a la guerra, adonde vos me mandáis ya por defensa quedáis como señor de esta tierra. Mi casa y mujer, que dejo por vos, recién desposado, remito a vuestro cuidado cuando de los dos me alejo [...] Vos me ceñisteis la espada, conque ya entiendo de honor, que antes yo pienso, señor, que entendiera poco o nada; y pues iguales los dos con este honor nos dejáis, mirad cómo lo guardáis o quejaréme de vos. La compañía labradora se marcha. El Comendador planea entrar en casa de Casilda, mientras unos músicos dan una serenata. Peribáñez, sospechando la añagaza, regresa y se esconde, sin que Casilda lo advierta, en la habitación vecina. Por fin, el Comendador, ayudado por la traidora Inés, llega a presencia de Casilda. COMENDADOR: Yo soy el Comendador, yo soy tu señor. CASILDA: No tengo señor, más que a Pedro. COMENDADOR: Vengo esclavo, aunque soy señor. Duélete de mí, o diré que te hallé con el lacayo que miras. CASILDA: Temiendo el rayo, del trueno no me espanté. Pues, prima, ¡tú has venido! INÉS: Anda, que es locura ahora, 45 siendo pobre labradora, y un villano tu marido, dejar morir de dolor a un príncipe. Que más va en su vida, ya que está en casa, que no en tu honor. Peribáñez fue a Toledo. CASILDA: ¡Oh, prima cruel y fiera, vuelta de prima, tercera! COMENDADOR: Dejadme, a ver lo que puedo. LUJÁN: Dejémoslos, que es mejor. A solas se entenderán. (Se va con Inés) CASILDA: Mujer soy de un capitán, si vos sois Comendador. Y no os acerquéis a mí, porque a bocados y coces os haré... COMENDADOR: Paso y sin voces. PERIBÁÑEZ (escondido): ¡Ay honra!, ¿qué aguardo aquí? Mas soy pobre labrador, bien será llegar y hablarle... Pero mejor es matarle. (Sale con las espada en la mano.) Perdonad, Comendador, que la honra es encomienda de mayor autoridad. (Lo hiere.) COMENDADOR: ¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Piedad! Peribáñez marcha con Casilda. El criado Leonardo halla malherido a su señor. LEONARDO: ¡Herido! ¿De quién? COMENDADOR: No quiero voces ni venganzas ya. Mi vida en peligro está, 46 sola la del alma espero [...] No es villano, es caballero, que pues le ceñí la espada con la guarnición dorada, no ha empleado mal su acero. El Comendador muere, y Peribáñez mata también a Inés y a Luján. Después, marcha con Casilda a Toledo, donde está el rey, el cual se encoleriza cuando el Condestable le informa de que el Comendador de Ocaña ha sido muerto por un villano, y ofrece mil escudos de renta a quien entregue al matador. Peribáñez se presenta ante los reyes con su mujer: PERIBÁÑEZ: Yo soy un hombre, aunque de villana casta, limpio de sangre, y jamás de hebrea o mora manchada. Fui el mejor de mis iguales, y en cuantas cosas trataban me dieron primero voto, y truje seis años vara. Caséme con la que ves, también limpia aunque villana, virtuosa, si la ha visto la envidia asida a la fama. El Comendador Fadrique, de nuestra villa de Ocaña señor y Comendador, dio, como mozo, en amarla. Fingiendo que por servicios, honró mis humildes casas de unos reposteros, que eran cubiertas de tales cargas. Diome un par de mulas buenas, mas no tan buenas que sacan este carro de mi honra de lodos de mi infamia. Con esto intentó una noche que ausente de Ocaña estaba, forzar mi mujer, mas fuese con la esperanza burlada [...] Advertí mejor su intento, mas llamóme una mañana y díjome que tenía de Vuestras Altezas cartas para que, con gente alguna, le sirviese esta jornada. En fin, de cien labradores me dio la valiente escuadra; con nombre de capitán, salí con ellos de Ocaña, y como vi que de noche 47 era mi deshonra clara, en una yegua, a las diez, de vuelta en mi casa estaba [...] Hallé mis puertas rompidas y mi mujer destocada, como corderilla simple que está del lobo en las garras. Dio voces, llegué, saqué la misma daga y espada que ceñí para servirte, no para tan triste hazaña. Paséle el pecho, y entonces dejó la cordera blanca, porque yo, como pastor, supe del lobo quitarla. Vine a Toledo, y hallé que por mi cabeza daban mil escudos; y así quise que mi Casilda me traiga. Hazle esta merced, señor, que es quien ahora la gana, porque, vïuda de mí, no pierda prenda tan alta. REY (a la reina): ¿Qué os parece? REINA: Que he llorado, que es la respuesta que basta para ver que no es delito, sino valor. REY: ¡Cosa extraña! ¡Que un labrador tan humilde estime tanto su fama! ¡Vive Dios, que no es razón matarle! Yo le hago gracia la vida. Confirma a Peribáñez como capitán de los labradores, ordena entregar los mil escudos a Casilda, a la cual también regala vestidos de la reina, "porque andéis con galas / siendo mujer de soldado". PERIBÁÑEZ: Senado, con esto acaba la tragicomedia insigne del Comendador de Ocaña. 48 ROMANTICISMO LARRA EL CASTELLANO VIEJO (Fragmentos) [...] A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas y los de las aves que había roído. El convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia al capón, o sea gallo, que esto nunca se supo. Fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás aparecieron las coyunturas [...]. En una de las embestidas, resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en tiempos más felices, y se posó en le mantel tranquilamente, como pudiera en un palo de un gallinero. El susto fue general, y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa. Levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga y, al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caldo de Valdepeñas sobre el capón y el mantel... Una criada, toda azorada, retira el capón del plato de su salsa; al pasar sobre mí, hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla. La angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término. Retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse, tropieza con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión [...]. ¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, infeliz. Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar. El niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas. Don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos. Mi gordo fuma ya sin cesar, y me hace cañón de su chimenea [...] UN REO DE MUERTE (Fragmentos) [...] Llegada la hora fatal, entonan todos los presos de la cárcel, compañeros de destino del sentenciado, y sus sucesores acaso, una salve en un compás monótono, que contrasta singularmente con las jácaras y coplas populares, inmorales e irreligiosas, que momentos antes componían, juntamente con las preces de la religión, el ruido de los patios y calabozos del espantoso edificio. El que hoy canta esa salve se la oirá cantar mañana. Enseguida, la cofradía vulgarmente dicha de la Paz y Caridad recibe al reo, que, vestido de una túnica y un bonete amarillos, es trasladado atado de pies y ma- 49 nos sobre un animal, que sin duda, por ser el más útil y paciente es el más despreciado; y la marcha fúnebre comienza. Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están coronados de espectadores sin fin, que se pisa, se apiñan y se agrupan para devorar con la vista el último dolor del hombre. --¿Qué espera esa multitud?-- diría un extranjero que desconociese las costumbres--. ¿Es un rey el que va a pasar, ese ser coronado que es todo un espectáculo para el pueblo? ¿Es un día solemne? ¿Es una pública festividad? ¿Qué hacen ociosos esos artesanos? ¿Qué curiosea esta nación? Nada de eso. Ese pueblo de hombres va a ver morir a un hombre. -- ¿Dónde va? -- ¿Quién es? -- ¡Pobrecillo! -- Merecido lo tiene. -- ¡Ay, si va muerto ya! -- ¿Va sereno? -- ¡Qué entero va! He aquí las preguntas y expresiones que se oyen resonar en derredor. Numerosos piquetes de infantería y caballería esperan en torno del patíbulo [...]. ¡Siempre bayonetas en todas partes! ¿Cuándo veremos una sociedad sin bayonetas? ¡No se puede vivir sin instrumentos de muerte! Esto no hace, por cierto, el elogio de la sociedad ni del hombre [...] Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble. ¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir garrote vil? Quiere decir indudablemente que no hay idea positiva ni sublime que el hombre no impregne de ridiculeces. Mientras estas reflexiones han vagado por mi imaginación, el reo ha llegado al patíbulo [...]. Las cabezas de todos, vueltas al lugar de la escena, me ponen delante que ha llegado el momento de la catástrofe; el que sólo había robado acaso a la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno; si había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un mal se iba a remediar con dos. El reo se sentó por fin. ¡Horrible asiento! Miré el reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí aun momento, una lúgubre campanada de San Millán, semejante al estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían, resonó por la plazuela. El hombre no existían ya; todavía no eran las doce y once minutos. "La sociedad, exclamé, estará ya satisfecha: ya ha muerto un hombre." 50 BÉCQUER VII Del salón en el ángulo oscuro, de su sueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en sus ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay! --pensé--. ¡Cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera que le diga: "¡Levántate y anda!" XIII Tu pupila es azul, y cuando ríes, su claridad süave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja. Tu pupila es azul, y cuando lloras, las transparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una violeta. Tu pupila es azul, y si en su fondo como un punto de luz radia una idea, me parece en el cielo de la tarde una perdida estrella. XXXVII Antes que tú me moriré: escondido en las entrañas ya el hierro llevo con que abrió tu mano la ancha herida mortal. Antes que tú me moriré: y mi espíritu en su empeño tenaz se sentará a las puertas de la Muerte, esperándote allá. Con las horas los días, con los días los años volarán, y a aquella puerta llamarás al cabo... ¿Quién deja de llamar? Entonces que tu culpa y tus despojos la tierra guardará, lavándote en las ondas de la muerte como en otro Jordán. Allí donde el murmullo de la vida 51 temblando a morir va, como la ola que a la playa viene silenciosa expirar. Allí donde el sepulcro que se cierra abre una eternidad, todo cuanto los dos hemos callado allí lo hemos de hablar. LIII Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán; pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar; aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde, aún más hermosas, sus flores se abrirán; pero aquellas cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día..., esas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón, de su profundo sueño tal vez despertará; pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate, ¡así no te querrán! 52 LEOPOLDO ALAS "CLARÍN" La Regenta LAS AMBICIONES DE DON FERMÍN DE PAS Don Fermín, canónigo de la catedral, encarna la ambición, la sed de poder, motivada quizá por su mísera infancia, que en un ambiente minero, del que escapó por la vía de un sacerdocio sin vocación. En él se centra el capítulo I, que comienza con una visión de Vetusta a la hora de la siesta. Don Fermín sube a la torre de la catedral para observar con un catalejo la ciudad, "su presa". Uno de los recreos solitarios de don Fermín de Pas consistía en subir a las alturas. Era montañés, y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las iglesias. En todos los países que había visitado había subido a la montaña más alta, y si no las había, a la más soberbia torre. No se daba por enterado de cosa que no viese a vista de pájaro, abarcándola por completo y desde arriba. Cuando iba a las aldeas acompañando al Obispo en su visita, siempre había de emprender, a pie o a caballo, como se pudiera, una excursión hacia lo más empingorotado. En la provincia, cuya capital era Vetusta, abundaban por todas partes montes de los que se pierden entre nubes; pues a los más arduos y elevados ascendía el Magistral, dejando atrás al más robusto andarín, al más experto montañés. Cuanto más subía, más ansiaba subir; en vez de fatiga sentía fiebre que les daba vigor de acero a las piernas y aliento de fragua a los pulmones. Llegar a lo más alto era un triunfo voluptuoso para De Pas. Ver muchas leguas de tierra, columbrar el mar lejano, contemplar a sus pies los pueblos como si fueran juguetes, imaginarse a los hombres como infusorios, ver pasar un águila o un milano, según los parajes, debajo de sus ojos, enseñándole el dorso dorado por el sol, mirar las nubes desde arriba, eran intentos placeres de su espíritu altanero que De Pas se procuraba siempre que podía. Entonces sí que en sus mejillas había fuego y en sus ojos dardos. En Vetusta no podía saciar esta pasión; tenía que contentarse con subir algunas veces a la torre de la catedral [...]. El Magistral [...], paseaba lentamente sus miradas por la ciudad, escudriñando sus rincones, levantando con la imaginación los techos, aplicando su espíritu a aquella inspección minuciosa, como el naturalista estudia con poderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos. No miraba a los campos, no contemplaba la lontananza de montes y nubes; sus miradas no salían de la ciudad. Vetusta era su pasión y su presa. Mientras los demás le tenían por sabio teólogo, filósofo y jurisconsulto, él estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta. La conocía palmo a palmo, por dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, habían escudriñado los rincones de las conciencias y los rincones de las casas. Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula; hacia su anatomía, no como el fisiólogo que sólo quiere estudiar, sino como el gastrónomo que busca los bocados apetitosos; no aplicaba el escalpelo, sino el trinchante. [...] Don Fermín contemplaba la ciudad. Era una presa que le disputaban, pero que acabaría por devorar él solo. ¡Qué! ¿También aquel mezquino imperio habían de arrancarle? No, era suyo. Lo había ganado de buena lid. ¿Para qué eran necios? También al Magistral se le subía la altura a la cabeza; también él veía a los vetustenses como escarabajos; sus viviendas viejas y negruzcas, aplastadas, las creían los vanidosos ciudadanos palacios, y eran madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor de topos... ¿Qué habían hecho los dueños de aquellos palacios viejos y arrui- 53 nados de la Encimada que él tenía allí a sus pies? ¿Qué habían hecho? Heredar. ¿Y él? ¿Qué había hecho él? Conquistar. ANA OZORES: RECUERDOS Y SUEÑOS En el capítulo III se analiza la personalidad de La Regenta. Ana, obligada por Don Fermín a preparar una confesión general, repasa su vida y deja aflorar sus anhelos. Abrió el lecho. Sin mover los pies, dejóse caer de bruces sobre aquella blandura suave con los brazos tendidos. Apoyaba la mejilla en la sábana y tenía los ojos muy abiertos. La deleitaba aquel placer del tacto que corría desde la cintura a las sienes. "¡Confesión general!", estaba pensando. Eso es la historia de toda la vida. Una lágrima asomó a sus ojos, que eran garzos, y corrió hasta mojar la sábana. Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados. "Ni madre ni hijos". Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado desde la niñez. Una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las noches sin tener sueño. Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la oscuridad, y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana, que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña. Entonces debía de tener, según sus vagos recuerdos, cuatro años. Veintitrés habían pasado y aquel dolor aún la enternecía. Después, casi siempre, había tenido grandes contrariedades en la vida, pero ya despreciaba su memoria; una porción de necios se habían conjurado contra ella; todo aquello le repugnaba recordarlo; pero su pena de niña, la injusticia de acostarla sin sueño, sin cuentos, sin caricias, sin luz, la sublevaba todavía y le inspiraba una dulcísima lástima de sí misma. Como aquel a quien, antes de descansar en su lecho el tiempo que necesita, obligan a levantarse, siente sensación extraña que podría llamarse nostalgia de blandura y del calor de su sueño, así, con parecida sensación, había Ana sentido toda su vida nostalgia del regazo de su madre. Nunca habían oprimido su cabeza de niña contra un seno blando y caliente; y ella, la chiquilla, buscaba algo parecido dondequiera. Recordaba vagamente un perro negro de lanas, noble hermoso; debía de ser un terranova. ¿Qué habría sido de él? El perro se tendía al sol, con la cabeza entre las patas, y ella se acostaba a su lado y apoyaba la mejilla sobre el lomo rizado, ocultando casi todo el rostro en la lana suave y caliente. En los prados se arrojaba de espaldas o de bruces sobre los montones de hierba segada. Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa por buscar consuelo en sí misma, contándose cuentos llenos de luz y de caricias. Era el caso que ella tenía una mamá que le daba todo lo que quería, que la apretaba contra su pecho y que la dormía cantando cerca de su oído: Sábado, sábado, morena, cayó el pajarillo en trena con grillos y con cadenaaa... Y este otro: Estaba la pájara pinta a la sombra de un verde limón... 54 Estos cantares los oía en una plaza grande a las mujeres del pueblo que arrullaba a sus hijuelos... Y así se dormía ella también, figurándose que era la almohada el seno de su madre soñada y que realmente oía aquellas canciones que sonaban dentro de su cerebro. Poco a poco se había acostumbrado a esto, a no tener más placeres puros y tiernos que los de su imaginación. Ana pasa a evocar ciertos episodios de su niñez, en particular una inocente aventura que --ruinmente interpretada por sus tías, que cuidaban de ella-- dejará en su alma la huella indeleble de lo sucio y de la represión malévola. Tras esto, continúan sus divagaciones. Aquellos recuerdos de la niñez huyeron, pero la cólera que despertaron, a pesar de ser tan lejana, no se desvaneció con ellos. "¡Qué vida tan estúpida!", pensó Ana, pasando a reflexiones de otro género. Aumentaba su mal humor con la conciencia de que estaba pasando un cuarto de hora de rebelión. Creía vivir sacrificada a deberes que se había impuesto; estos deberes algunas veces se los presentaba como poética misión que explicaba el porqué de la vida. Entonces pensaba: "La monotonía, la insulsez de esta existencia es aparente; mis días están ocupados por grandes cosas; este sacrificio, esta lucha es más grande que cualquier aventura del mundo." En otros momentos, como ahora, tascaba el freno la pasión sojuzgada; protestaba el egoísmo, la llamada loca, romántica, necia y decía: -- ¡Qué vida tan estúpida! Esta conciencia de la rebelión la desesperaba; quería aplacarla y se irritaba. Sentía cardos en el alma. En tales horas no quería a nadie, no compadecía a nadie. En aquel instante deseaba oír música; no podía haber voz más oportuna. Y sin saber cómo, sin querer, se le apreció el Teatro Real de Madrid y vio a don Álvaro Mesía, el presidente del Casino, ni más ni menos, envuelto en una capa de embozos grana, cantando bajo los balcones de Rosina: Ecco ridente il ciel... La respiración de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba ensanchándose, sus ojos tenían fulgores de fiebre que estaban clavados en la pared, mirando la sombra sinuosa de su cuerpo ceñido por la manta de colores. Quiso pensar en aquello, en Lindoro, en el Barbero, para suavizar la aspereza de espíritu que la mortificaba. -- ¡Si yo tuviera un hijo!..., ahora..., aquí..., besándole, cantándole... Huyó la vaga imagen del rorro, y otra vez se presentó esbelto don Álvaro, pero de gabán blanco, entallado, saludándola como saludaba el rey Amadeo. Mesía, al saludar, humillaba a los ojos, cargados de amor, ante los de ella, imperiosos, impotentes. Sintió flojedad en el espíritu. La sequedad y tirantez que la mortificaban se fueron convirtiendo en tristeza y desconsuelo... Ya no era mala, ya sentía como ella quería sentir; y la idea de su sacrificio se le apareció de nuevo; pero grande ahora, sublime, como una corriente de ternura capaz de anegar el mundo. La imagen de don Álvaro también fue desvaneciéndose, cual un cuadro disolvente; ya no se veía más que el gabán blanco, y detrás, como una filtración de luz, iban destacándose una bata escocesa a cuadros, un gorro verde de terciopelo y oro, con borla, un bigote y una perilla blancos, unas cejas grises muy espesas..., y al fin sobre un fondo negro brilló entera la respetable y familiar figura de don Víctor Quintanar con un nimbo de luz en torno. Aquél era el sujeto del 55 sacrificio, como diría don Cayetano. Ana Ozores depositó un casto beso en la frente del caballero. EL PUEBLO DE VETUSTA. PASEO POR EL BOULEVARD Una tarde, Ana Ozores ha salido a pasear por el campo con su criada Petra. Al regreso, atraviesan el arrabal obrero. Cuando llegaban a las primeras casas de Vetusta, oscurecía. La luz amarillenta del gas brillaba de trecho en trecho, cerca de las ramas polvorientas de las raquíticas acacias que adornaban el boulevard, nombre popular de la calle por donde entraban en el pueblo [...] Al anochecer, hora en que dejaban el trabajo los obreros, se convertía aquella acera en paseo, donde era difícil andar sin pararse cada tres pasos. Costureras, chalequeras, planchadoras, ribeteadoras, cigarreras, fosforeras y armeros, zapateros, sastres, carpinteros y hasta albañiles y canteros, sin contar otras muchas clases de industriales, se daban cita bajo las acacias del triunfo y paseaban allí una hora, arrastrando los pies sobre las piedras con estridente sonsonete [...] Era la fuerza de los talleres que salía al aire libre; los músculos se movían por su cuenta, a su gusto, libres de la monotonía de la faena rutinaria. Cada cual, además, sin darse cuenta de ello, estaba satisfecho de haber hecho algo útil, de haber trabajado. Las muchachas reían sin motivo, se pellizcaban, tropezaban unas con otras, se amontonaban, y al pasar los grupos de obreros, crecía la algazara; había golpes en la espalda, carcajadas de malicia, gritos de mentida indignación, de falso pudor, no por hipocresía, sino como si se tratara de un paso de comedia. Los remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se exponía a salir con las mejillas ardiendo. Las virtudes que había allí sabían defenderse a bofetadas. En general, se movía aquella multitud con cierto orden. Se paseaba en filas de ida y vuelta. Algunos señoritos se mezclaban con los grupos de obreros [...] La virtud y el vicio se codeaban sin escrúpulo, iguales por el traje, que era bastante descuidado. Aunque había algunas jóvenes limpias, de aquel montón de hijas del trabajo que hace sudar salía un olor picante, que los habituales transeúntes ni siquiera notaban, pero que era molesto, triste; un olor de miseria perezosa, abandonada. Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal peinadas algunas. El estrépito era infernal; todos hablaban a gritos, todos reían, unos silbaban, otros cantaban. Niñas de catorce años, con rostro de ángel, oían sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces las hacían reír como locas. Todos eran jóvenes. El trabajador viejo no tiene esa alegría. Entre los hombres, acaso ninguno había de treinta años. El obrero pronto se hace taciturno, pronto pierde la alegría expansiva, sin causa. Hay pocos viejos verdes entre los proletarios. Ana se vio envuelta, sin pensarlo, por aquella multitud. No se podía salir de la acera. Había mucho lodo y pasaban carros y cochos sin cesar; era la hora del correo, y aquél el camino de la estación [...] Alguna otra vez había pasado la Regenta por allí a tales horas, pero en esta ocasión, con una especie de doble vista, creía ver, sentir allí, en aquel montón de ropa sucia, en el mismo olor picante de la chusma, en la algazara de aquellas turbas, una forma del placer del amor; del amor que era por lo visto una necesidad universal. También había cuchicheos secretos, al oído, entre aquel estrépito; rostros 56 lánguidos, ceños de enamorados celosos, miradas como rayos de pasión... Entre aquel cinismo aparente de los diálogos, de los roces bruscos, de los tropezones insolentes, de la brutalidad jactanciosa, había flores delicadas, verdadero pudor, ilusiones puras, ensueños amorosos que vivían allí sin conciencia de los miasmas de la miseria. Ana participó un momento de aquella voluptuosidad andrajosa. Pensó en sí misma, en su vida consagrada al sacrificio, a una prohibición absoluta del placer, y se tuvo esa lástima profunda del egoísmo excitado ante las propias desdichas. "Yo soy más pobre que todas éstas." 57 FIN DE SIGLO ANTONIO MACHADO EL VIAJERO Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente; y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente. Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde, tras los húmedos cristales, se pinta, y en el fondo del espejo. El rostro del hermano se ilumina suavemente. ¿Floridos desengaños dorados por la tarde que declina? ¿Ansias de vida nueva en nuevos años? ¿Lamentará la juventud perdida? Lejos quedó --la pobre loba-- muerta. ¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar ante su puerta? ¿Sonríe al sol de oro de la tierra de un sueño no encontrada; y ve su nave hender el mar sonoro, de viento y luz la blanca vela hinchada? Él ha visto las hojas otoñales, amarillas, rodar, las olorosas ramas del eucalipto, los rosales que enseñan otra vez sus blancas rosas... Y este dolor que añora o desconfía el temblor de una lágrima reprime, y un resto de viril hipocresía en el semblante pálido se imprime. Serio retrato en la pared clarea todavía. Nosotros divagamos. En la tristeza del hogar golpea el tictac del reloj. Todos callamos. Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... ¿Adónde el camino irá? 58 Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero... --La tarde cayendo está--. "En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármelo un día: ya no siento el corazón." Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. La tarde más se obscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. Mi cantar vuelve a plañir: "Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada." Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluía dentro de mi corazón. Di, ¿por qué, acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nueva vida en donde nunca bebí? Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una colmena tenía dentro de mi corazón; y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas, blanca cera y dulce miel. Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión! que un ardiente sol lucía dentro de mi corazón. Era ardiente porque daba calores de rojo hogar, y era sol porque alumbraba y porque hacía llorar. Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que era Dios lo que tenía dentro de mi corazón. 59 PROVERBIOS Y CANTARES, I Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. PROVERBIOS Y CANTARES, XXIX Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. 60 "GENERACIÓN" DE 1914 JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Aquella tarde, al decirle que me alejaba del pueblo, me miró triste, muy triste, vagamente sonriendo. Me dijo: ¿Por qué te vas? Le dije: Porque el silencio de estos valles me amortaja como si estuviera muerto. --¿Por qué te vas?-- He sentido que quiere gritar mi pecho, y en estos valles callados voy a gritar y no puedo. Y me dijo: ¿Adónde vas? Y le dije: A donde el cielo esté más alto y no brillen sobre mí tantos luceros. La pobre hundió su mirada allá en los valles desiertos y se quedo muda y triste, vagamente sonriendo. BALADA DE TUS OJOS Tus ojos han tenido todo: el sol, las rosas, la luna, las estrellas, mis ojos en su fondo. ¿Cómo es posible que tus ojos no terminen en tu cabeza, o en la maraña de tu pelo de oro infinito? Con tus ojos te lo has mirado todo: los pechos, los brazos, el sexo; tus ojos han concentrado el placer en los éstasis lujuriosos de tu cuerpo. ¿El placer es negro frente a lo eterno, como tus ojos?, ¿es azul como tus ojos?, ¿por qué te ennegrece, por qué te destiñe y te alumbra y te ciega los ojos en sus éstasis divinos? Quién supiera de ti todo lo que saben tus ojos. ¡Oh, si fueran eternas las imájenes! ¡Si yo pudiera ver siempre todo el secreto vivido de tus ojos! ¡Oh, tus ojos, mundos, luceros, violetas, infinitos! ¡Ventanas de tu vida! ¡Alma de tu carne! ¡Oh, tus ojos, flores de cristal sin fin. 10. ¡ÁNGELUS! Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color... Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos... ¿Qué haré yo con tantas rosas? ¿Sabes tú, quizás, de dónde es esta blanda flora, que yo no sé de dónde es, que enternece, cada día, el paisaje, y lo deja dulcemente rosado, blanco y celeste --más rosas, más rosas--, como un cuadro de Fra Angélico, el que pintaba la gloria de rodillas? 61 De las siete galerías del Paraíso se creyera que tiran rosas a la tierra. Cual en una nevada tibia y vagamente colorida, se quedan las rosas en la torre, en el tejado, en los árboles. Mira: todo lo fuerte se hace, con su adorno, delicado. Más rosas, más rosas, más rosas... Parece, Platero, mientras suena el Ángelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas... Más rosas... Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas. SOLEDAD En ti estás todo, mar, y sin embargo, ¡qué sin ti estás, qué solo, qué lejos, siempre, de ti mismo! Abierto en mil heridas, cada instante, cual mi frente, tus olas van, como mis pensamientos, y vienen, van y vienen, besándose, apartándose, con un eterno conocerse, mar, y desconocerse. Eres tú, y no lo sabes, tu corazón te late y no lo siente... ¡Qué plenitud de soledad, mar solo! LA TRASPARENCIA. DIOS. LA TRASPARENCIA Dios del venir, te siento entre mis manos, aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa de amor, lo mismo que un fuego con su aire. No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo, ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano; eres igual y uno, eres distinto y todo: eres dios de lo hermoso conseguido, conciencia mía de lo hermoso. Yo nada tengo que purgar. Toda mi impedimenta, no es sino fundación para este hoy en que, al fin, te deseo; porque aquí estás a mi lado, en mi eléctrica zona, como está en el amor el amor lleno. Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia y la de otros, la de todos, con forma suma de conciencia; que la esencia es lo sumo, es la forma suprema conseguible, y tu esencia está en mí como mi forma. Todos mis moldes, llenos estuvieron de ti; pero tú, ahora, 62 no tienes molde; estás sin molde, eres la gracia que no admite sostén, que no admite corona, que corona y sostiene siendo ingrave. Eres la gracia libre, la gloria del gustar, la eterna simpatía, el gozo del temblor, la luminaria del clariver, el fondo del amor, el horizonte que no quita nada; la trasparencia, dios, la trasparencia, el uno al fin, dios ahora sólito en lo uno mío, en el mundo que yo por ti y para ti he creado. 63 "GENERACIÓN" DE 1927 VICENTE ALEIXANDRE Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos. Colgada del imponente monte, apenas detenida en tu vertical caída a las ondas azules, parecer reinar bajo el cielo, sobre las aguas, intermedia en los aires, como si una mano dichosa te hubiera retenido, un momento de gloria, antes de hundirte para [siempre en las olas amantes. Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira o brama por ti, ciudad de mis días alegres, ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo, angélica ciudad que, más alta que el mar, preside sus espumas. Calles apenas leves, musicales. Jardines donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas. Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas, mecen el brillo de la brisa y suspenden por un instante labios celestiales que cruzan con destino a las islas remotísimas, mágicas, que allá en el azul índigo, libertadas, navegan. Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda. Allí donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable, y donde las rutilantes paredes besan siempre a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos. Allí fui conducido por una mano materna. Acaso de una reja florida una guitarra triste cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo; quieta la noche, más quieto el amante, bajo la lucha eterna que instantánea transcurre. Un soplo de eternidad pudo destruirte, ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un dios emergiste. Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron, eternamente fúlgidos como un soplo divino. Jardines, flores. Mar alentado como un brazo que anhela a la luz voladora entre monte y abismo, blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra! Por aquella mano materna fui llevado ligero por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día. Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro. Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas. Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas. Se querían. Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, 64 labios saliendo de la noche dura, labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? Se querían en un lecho navío, mitad noche mitad luz. Se querían como las flores a las espinas hondas, a esa amorosa gema del amarillo nuevo, cuando los rostros giran melancólicamente, giralunas que brillan recibiendo aquel beso. Se querían de noche, cuando los perros hondos laten bajo la tierra y los valles se estiran como lomos arcaicos que se sienten repasados: caricia, seda, mano, luna que llega y toca. Se querían de amor entre la madrugada, entre las duras piedras cerradas de la noche, duras como los cuerpos helados por las horas, duras como los besos de diente a diente sólo. Se querían de día, playa que va creciendo, ondas que por los pies acarician los muslos, cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, mar altísimo y joven, intimidad extensa, soledad de lo vivo, horizontes remotos ligados como cuerpos en soledad cantando. Amando. Se querían como la luna lúcida, como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, donde los peces rojos van y vienen sin música. Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, metal, música, labio, silencio, vegetal, mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo. 65 FEDERICO GARCÍA LORCA ROMANCE SONÁMBULO Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pero lo verde, soñando en la mar amarga. Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa. 66 Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta, de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe, se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. GRITO HACIA ROMA Manzanas levemente heridas por los finos espadines de plata, nubes rasgadas por una mano de coral que lleva en el dorso una almendra de fuego, peces de arsénico como tiburones, [...] caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula que untan de aceite las lenguas militares 67 donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma y escupe carbón machacado rodeado de miles de campanillas. Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino, ni quien cultive hierbas en la boca del muerto, ni quien abra los linos del reposo, ni quien llore por las heridas de los elefantes. No hay más que un millón de herreros forjando cadenas para los niños que han de venir. No hay más que un millón de carpinteros que hacen ataúdes sin cruz. No hay más que un gentío de lamentos que se abren las ropas en espera de la bala. El hombre que desprecia la paloma debía hablar, debía gritas desnudo entre las columnas, y poner una inyección para adquirir la lepra y llorar un llanto tan terrible que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante. Pero el hombre vestido de blanco ignora el misterio de la espiga, ignora el gemido de la parturienta, ignora que Cristo puede dar agua todavía, ignora que la moneda quema el beso de prodigio y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán [...] Mientras tanto, mientas tanto, ¡ay!, mientras tanto los negros que sacan las escupideras, los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores, las mujeres ahogadas en aceites minerales, la muchedumbre de martillo, de violín o de nube, ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro, ha de gritar frente a las cúpulas, ha de gritar loca de fuego, ha de gritar loca de nieve, ha de gritar con la cabeza llena de excremento, ha de gritar como todas las noches juntas, ha de gritar con voz tan desgarrada hasta que las ciudades tiemblen como niñas y rompan las prisiones del aceite y la música, porque queremos el pan nuestro de cada día, flor de aliso y perenne ternura desgranada, porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos. 68 LITERATURA ACTUAL ÁNGEL GONZÁLEZ Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por los caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento. En este instante, breve y duro instante, ¡cuántas bocas de amor están unidas, cuántas vidas se cuelgan de otras vidas exhaustas en su entrega palpitante! Fugaz como el destello de un diamante, ¡qué de manos absurdamente asidas quieren cerrar las más leves salidas a su huida perpetua e incesante! Lentos, aquí y allá, adormecidos, ¡tantos labios elevan espirales de besos!... Sí, en este instante, ahora que ya pasó, que ya lo hube perdido, del cual conservo sólo los cristales rotos, primera ruina de la aurora. REFLEXIÓN PRIMERA Despertar para encontrarme 69 esto: la vida así dispuesta, el cielo turbio, la lluvia que lame los cristales. Abrir los ojos para ver lo mismo, poner el cuerpo en marcha para andar lo mismo, comenzar a vivir, pero sabiendo el fracaso final de la hora última. Si esto es la vida, Dios, si éste es tu obsequio, te doy las gracias --gracias-- y te digo: Guárdalo para ti y para tus ángeles. Me hace daño la luz con que me alumbras, me enloquece tu música de pájaros, pesa tu cielo demasiado, oprime, aplasta, bajo y gris, como una losa. Todo está bien, lo sé. Tu orden se cumple. Pero alguien envenenó las fuentes de mi vida, y mi corazón es pasión inútil, odio ciego, amor desorbitado, crisol donde se funden contrariedades con contradicciones. Y mi voluntad sigue, inútilmente, empeñada en la lucha más terrible: vivir lo mismo que si tú existieras. AYER Ayer fue miércoles toda la mañana. Por la tarde cambió: se puso casi lunes, la tristeza invadió los corazones y hubo un claro movimiento de pánico hacia los tranvías que llevan los bañistas hacia el río. A eso de las siete cruzó el cielo una lenta avioneta, y ni los niños la miraron. Se desató el frío, 70 alguien salió a la calle con sombrero, ayer, y todo el día fue igual, ya veis, qué divertido, ayer y siempre ayer y así hasta ahora, continuamente andando por las calles gente desconocida, o bien dentro de casa merendando pan y café con leche, ¡qué alegría! La noche vino pronto y se encendieron amarillos y cálidos faroles, y nadie pudo impedir que al final amaneciese el día de hoy, tan parecido pero ¡tan diferente en luces y en aroma! Por eso mismo, porque es como os digo, dejadme que os hable de ayer, una vez más de ayer: el día incomparable que ya nadie nunca volverá a ver jamás sobre la tierra. NADA ES LO MISMO La lágrima fue dicha. Olvidemos el llanto y empecemos de nuevo, con paciencia, observando las cosas hasta hallar la menuda diferencia que las separa de su entidad de ayer y que define el transcurso del tiempo y su eficacia. ¿A qué llorar por el caído fruto, por el fracaso de ese deseo hondo, compacto como un grano de simiente? No es bueno repetir lo que está dicho. Después de haber hablado, de haber vertido lágrimas, silencio y sonreíd: nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia 71 y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde. INTRODUCCIÓN A LAS FÁBULAS PARA ANIMALES Durante muchos siglos la costumbre fue ésta: aleccionar al hombre con historias a cargo de animales de voz docta, de solemne ademán o astutas tretas, tercos en la maldad y en la codicia o necios como el ser al que glosaban. La humanidad les debe parte de su virtud y su sapiencia a asnos y leones, ratas, cuervos, zorros, osos, cigarras y otros bichos que sirvieron de ejemplo y moraleja, de estímulo también y de escarmiento en las ajenas testas animales, al imaginativo y sutil griego, al severo romano, al refinado europeo, al hombre occidental, sin ir más lejos. Hoy quiero --y perdonad la petulancia-compensar tantos bienes recibidos del gremio irracional describiendo algún hecho sintomático, algún matiz de la conducta humana que acaso pueda ser educativo para las aves y para los peces, para los celentéreos y mamíferos, dirigido lo mismo a las amebas más simples como a cualquier especie vertebrada. Ya nuestra sociedad está madura, ya el hombre dejó atrás la adolescencia y en su vejez occidental bien puede servir de ejemplo al perro para que el perro sea más perro, y el zorro más traidor, y el león más feroz y sanguinario, y el asno como dicen que es el asno, y el buey más inhibido y menos toro. A toda bestia que pretenda perfeccionarse como tal --ya sea con fines belicistas o pacíficos, con miras financieras o teológicas, o por amor al arte simplemente-no cesaré de darle este consejo: 72 que observe al homo sapiens y que aprenda. ME BASTA ASÍ Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño --de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso--; entonces, si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día, a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando --luego-- callas... 73 (Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta.) Pétalo a pétalo, memorizó la rosa. Pensó tanto en la rosa, la aspiró tantas veces en su ensueño, que cuando vio una rosa verdadera le dijo desdeñoso, volviéndole la espalda: -- mentirosa. ASÍ PARECE Acusado por los críticos literarios de realista, mis parientes en cambio me atribuyen el defecto contrario; afirman que no tengo sentido alguno de la realidad. Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo: analistas de textos, parientes de provincias, he defraudado a todos, por lo visto; ¡qué le vamos a hacer! Citaré algunos casos: Ciertas tías devotas no pueden contenerse, y lloran al mirarme. Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche, como cuando era niño, y sonríen contritas, y me dicen: qué alto, si te viese tu padre..., y se quedan suspensas, sin saber qué añadir. Sin embargo, no ignoro que sus ambiguos gestos disimulan una sincera compasión irremediable que brilla húmedamente en sus miradas y en sus piadosos dientes postizos de conejo. Y no sólo son ellas. En las noches, mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas y repetir con tono admonitorio: ¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida? 74 Por su parte, mi madre, ya difunta, con voz delgada y triste, augura un lamentable final de mi existencia: manicomios, asilos, calvicie, blenorragia. Yo no sé qué decirles, y ellas vuelven a su silencio. Lo mismo, igual que entonces. Como cuando era niño. Parece que no ha pasado la muerte por nosotros. VEAN LO QUE SON LAS COSAS Soy uno de los hombres más saludables que conozco. He padecido infartos de miocardio, infecciones diversas, bombardeos, tisis, dipsomanía, insomnio, depresiones... Todavía sufro mucho de tos. Y sin embargo logré sobrevivir, hasta la fecha, semanas y semanas ya remotas, largos años bisiestos, lustros tediosos, inacabables décadas... Ya he celebrado mis bodas de oro con la vida y, pese a ello, la amo algunas noches. ¿No es eso extraordinario? Parece que la historia de nuestras relaciones nunca va a tener fin. -- ¿Cuál es el secreto de tu amor a la vida? me preguntarán los descendientes de los hijos de mis hijos el día que yo cumpla muchos, muchos más años. Y les responderé: -- A mi modo de ver, todo se debe a que la vida fue más bien inconstante; me engañó con frecuencia, estuvo a punto de abandonarme varias veces (en una ocasión por un falangista), no cumple mis deseos, cada lunes y cada martes me defrauda los sábados (de su desorden mejor no decir nada). Si se hubiera portado de otro modo, quién sabe qué clase de pasado me esperaría ahora. No quiero ni pensarlo. Ya me habrían matado los remordimientos, sin nadie a quien culpar. 75