Periódico Alcorta, mayo de 2012. Año 2 - N 0 6. La tierra se hace escuchar Contacto: [email protected]; 03465-15441325 La voz solitaria que busca hacerse oír entre tanta confusión sólo logra hacerse escuchar cuando puede hermanarse con otras voces que reclaman lo mismo, cuando puede emerger con fuerza y expandirse en un incesante repicar de hierros oxidados, gastados, barrosos… libertarios. La tierra se hace escuchar, somos todos oídos. “Considero que el pasado nos llena, nos hace entender el presente y así llegar a comprendernos un poco más. Creo que la importancia radica en la necesidad de detenernos para hacer memoria, traer los hechos de antes que puedan relacionarse con el ahora y construir ese tejido social colmado de significado.”* Los inmigrantes - Campodónico Mis padres son inmigrantes españoles. Ellos recuerdan al "Alberto Dodero"... el transatlántico que los separó de su España querida... con un profundo dolor en el alma. Pese a todo lograron la felicidad de continuar son su familia y ayudar a forjar esta Argentina...su segunda patria…que los recibió hace 60 años. Inés Fernandez …recordamos que mi abuelo materno, Julio Firmani, nacido en el 1900 en Italia, llegó al país en el momento en que se gestó la primera huelga agraria, en 1912 con apenas doce años, arribó junto a sus padres y cinco hermanos que se instalaron todos aquí en Alcorta para no regresar. Se ganaba la vida haciendo las veces de "una especie de fletero" valiéndose de su carro y su caballo, también como foguista en el ferrocarril, vendedor ambulante de verduras, concuñada maíz y zanahorias en los campos y cuanto trabajo ocasional se presentara. Lorena Acuña Les cuento algo de la historia de mi bisabuelo materno. Él partió muy jóven, solo, sin más compañía que su valija, con la ilusión de volver a ver pronto su Yugoslavia querida. No fue así. Una vez llegado, nada le fue fácil. Sufrió maltrato y hasta pasó hambre, que aunque ya lo conocía, el hambre lejos de la familia duele mucho más. Sin saber muy bien como, llego hasta estas tierras. Aquí conoció a una mujer, nativa, bajita, pero llena de fortaleza y empuje. Juntos, formaron una gran familia, con hijos y nietos Ma. Fabiana Oriolo Mis abuelos, descendientes de italianos de apellidos Spinetta, Lingiardi, Crocenzi y Gusmerini. Fueron esforzados colonos que trabajaban la tierra, criaban animales, hacían la huerta, actividades en las que participaba toda la familia. Hogares en donde se amasaba el pan o nos reuníamos en un día de "carneada". Belkis Spinetta * Mariela Maita Anecdotario HISTORIAS DE VIDA. VIDAS CON HISTORIA. Viví los primeros años de mi infancia junto a mi padre y a mis abuelos, los padres de mi madre. Quienes habían llegado desde el norte de Italia. El nono había nacido el Rocabianca, Parma; la nona era veneciana. Tengo de ellos recuerdos imborrables: la huerta y el jardín prolijamente cuidados, las sabrosas comidas, los finísimos muebles, los manteles y carpetas bordados a mano, la ropa blanqueándose al sol, las melodías que la nona me cantaba al oído para dormirme, su mirada amorosa, sus manos tibias, sus caricias… Cierto día partieron apresuradamente, al igual que mamá, dejando un vacío inconmensurable. Era muy pequeña, trataba de comprender tanto dolor, pero no podía… La soledad comenzó a ser mi compañera inseparable. Comienza la búsqueda de mis raíces paternas... Resultaba muy difícil lograr que papá me cuente su historia, la de su familia, la llegada de sus padres españoles. Las respuestas a mis interminables preguntas generalmente eran dolorosos silencios… ¡Cuánto hermetismo! Tantas historias que no fueron contadas… Pero, de vez en cuando, la vida nos responde, y así fue… Pasaron los años y en febrero de 1996 viajo a Asturias, España, con mis dos hijos mayores a visitar a mi prima, hija de la única hermana de mi madre. En mi interior permanecía la esperanza de encontrar algún rastro de la familia de mi padre. Una lluviosa tarde me comunico con la operadora internacional y supe que la persona que buscaba vivía en Asturias. Estaba cada vez más cerca… Al día siguiente, muy tempranito, con mi prima y mis hijos viajamos en tren a Oviedo para encontrarnos con Tiny en la cafetería “La Mazorquina”, enclavada en el casco antiguo de la ciudad. Cuando ella entró al lugar, algo hizo que nos reconozcamos, y nos fundimos en un abrazo. ¡Cuánta emoción! Ella me contó lo que sabía de la historia familiar y le transmití mi avidez por escucharla. Al rato estábamos viajando a Vegalencia, un pequeño pueblito al pie de la Cordillera Cantábrica. Y ahí, delante de nuestros ojos, nos esperaba la casa natal de mi abuelo Manuel: maravillosamente conservada, erguida, la modernidad no logró contaminarla. Paredes de piedra, techos de pizarra, aún conserva el pesebre y se sigue usando como tal. A su izquierda el hórreo o granero, edificio de madera sostenido a cierta altura del suelo por medio de cuatro pilares de piedra. Detrás, el prado, que culmina al pie de la montaña. En el interior de la casa se hallaba Engracia, una prima hermana de mi padre, muy viejita, vestida de riguroso negro, pero con unos ojos verdes profundos. Fue Engracia quien nos contó… Hace muchos años, durante la guerra, mis bisabuelos María y José García se quedaron en compañía de su primogénito hijo varón, llamado Gumersindo. El resto de sus hijos debía emigrar a América, a buscar un destino mejor del que les esperaba en Asturias. Cierto día, desde el puerto de Gijón partieron en un barco: Serafina, Leonides, José, Manuel, Adolfo, Francisco y Ubaldo… Engracia recordaba haber recibido noticias de que José desembarcó en Cuba y Adolfo en Chile. Mi abuelo Manuel, su hermanita Serafina y el resto de los hermanos desembarcaron en el puerto de Buenos Aires.Años más tarde, nacieron dos hijas más de María y José, llamadas Hortensia y Olvido. Tiny, quien abrió la puerta de mi pasado, y me invitó a conocerlo, es hija de Hortensia. Mi abuelo Manuel nunca regresó a su tierra natal. Trabajó muy duro en el campo, acá, en Alcorta. Se casó con Carmen Utge y tuvieron ocho hijos… Luego de unos años, regresé a Asturias. Engracia ya no está, la casa tiene otro color, el hórreo ya no está tan cuidado… Pero la historia familiar vivirá en nosotros y en nuestros hijos. Me siento orgullosa hoy de haber podido cerrar un ciclo, contestar tantas preguntas, entender los silencios de mi padre. Recuerdo unos versos que leía en mi adolescencia: Nada sucede en vano. Nada pasa sin dejar rastro alguno. Ni una gota se decanta sin huella, Ni una nota sin traspasar los muros de la casa. Alcorta, bendita tierra. Aquí crecí y aquí quiero morir… Hebe García Mi abuelo materno Francisco Grimalt, nació el 20 de Febrero de 1911, en Altea provincia de Alicante, España. Él llegó a Argentina en 1913 con su mamá Francisca Llorens y su hermanito Isidro mas grande que él y acá los esperaba se papá José María Grimalt, quien se había venido un tiempo antes. Luego tuvieron siete hijos más de nacionalidad Argentina. Siempre se dedicaron al campo. En el caso de mis abuelos paternos, sé que mi abuelo Damián Ripa, llegó de Génova Italia. Tuvieron nueve hijos y se instalaron en un campo en Máximo Paz. Como eran muchos varones se dedicaron todos al trabajo del campo. Eliana Ripa La historia de mis abuelos, cuatro marquellanos de los cuales pude conocer sólo a uno, Mariano…me dejó el legado de la lectura, ya que bastante a menudo me pedía que le leyera el diario .Otra cosa que nunca pude olvidar, fue el ancla tatuado en tinta azul que decía 1910 -año de la partida en búsqueda de nuevos horizontes- Deja las tareas rurales, para dedicarse junto a los hijos varones, entre ellos mi papá, al comercio, más precisamente a la panadería. Estela Griccini Hablando con una compañera de trabajo, me relató esta historia… Antes de 1900, un inmigrante italiano (entre los tantos que llegaron a nuestro suelo pampeano) llamado César Caporalini se instaló en las cercanías de San José de la Esquina (Santa Fe) casándose con María… Una compañera incondicional, trabajadora, asistente y madre… de varios hijos. Uno de ellos, el abuelo Marino, de muy pequeño, colaboró con las tareas de siembra y/o cosecha del trigo, trabajando de sol a sol porque había heredado la capacidad de trabajo de la generación anterior… Fue entonces que se trasladaron a la localidad de Alcorta, suponiendo que los dueños de otros campos les darían mejores condiciones de vida… Pero todo siguió igual…el sacrificio indescriptible, las privaciones y la esperanza… siempre la esperanza de estar mejor. Hasta que en 1912 y con una cosecha récord, cuando los terratenientes se hicieron la “América” y los peones se hicieron “dueños” de mucho cansancio inútil, surge el famoso “Grito….” que ahora nos convoca. Dieciocho años después, en el mismo sitio, entró en escena un integrante de la tercera generación de “laburantes eternos”, Marcelo, el papá (el mío) que también trabajó un montón en las tierras de Alcorta. Pero eso sí, la protesta que había generado algunas represiones, ALCANZÓ la meta de fundar esa FEDERACION AGRARIA que pretendió organizar las retribuciones, derechos y obligaciones de los trabajadores rurales, pero sobre todo, sentó el precedente de las luchas grupales y del trabajo en equipo. Con ella, los más débiles comprendieron que el individualismo jamás los beneficiaría… Gracias a ellos por tanto esfuerzo, por la lucha inclaudicable, por la fe, por la honestidad… ALICIA C., 2012 (de la cuarta generación). ¡Muchas gracias Alicia!Un orgullo escucharte. Mariela Vaccaro. El abuelo de mi papá vino de Italia se llamaba José Principi, llegó de Marche del centro de Italia, allá las parcelas eran muy pequeñas y vino a la Argentina en búsqueda de mas trabajo y mejor calidad de vida. El trajo maquinarias con motores, equipos que ofrece a los estancieros de la época para aplicar su técnica aprendida en su Italia querida. Pudo de inmediato hacer muy buenos contratos y de esa manera pudo viajar varias veces a Italia y traer a sus hermanos. En el último viaje en el año 1909 trajo a su familia y nunca más volvió. Anahí Principe … me reuní con mi tía Aurelia, mates, charlas, anécdotas, fotos, me entero que mi bisabuelo Dante participo de las reuniones que se hacían en la iglesia con el párroco José Netri. Mi abuelo era ayudante del cura, y por tal motivo lo hacían partícipe de dichas reuniones. Patricia y Analía Petrelli …visitaba a mi abuelo paterno, Antonio… Le encantaba recordar a su querida Galicia, a sus padres y a sus hermanas, a ese largo viaje por el océano, su paso por Río de Janeiro y su llegada a la Argentina. Llegó en el año 1906, cuando solo tenía 16 años. Trabajó mucho como peón rural. Mis bisabuelos maternos llegaron a la Argentina como inmigrantes españoles, unos de Málaga, y otros de Cádiz, todos ellos se radicaron en la provincia de Buenos Aires, Azul. Bibiana Tomé Mis bisabuelos vinieron de Génova (Italia), se llamaban Andrés Zappettini y Juana Torry. Andrés Zappettini tenía molinos harineros y t a m b i é n e r a n propietarios de grandes extensiones de tierras (terratenientes) Junto a su primo Juan Zappettini. Griselda Zappettini En palabras de mi abuela Negra, Rosa Cascato “los primeros que llegaron a Argentina fueron tíos de mi abuelo que los llamaron para que vinieran a probar como era todo acá, todos llegaron a Argentina escapando de la guerra. Él dijo que si cuando llegaba acá había un metro de tierra negra no se iba más y así fue hasta que recibió una carta, que lo llamaba a combatir en la guerra. Cuando terminó su combate vuelve a su casa natal y se enamora de una joven viuda con tres hijos con la cual comienza a formar la que es ahora mi familia, vende sus propiedades para pagar el pasaje de toda su familia, y al llegar acá comienza a trabajar en un campo con su sobrino, como arrendatarios”. Mi bisabuelo Gaetano Cascato llega en 1920 y comienza a trabajar con camiones de carga y luego en un almacén de ramos generales y mi bisabuela Mariana Ministeri quien iba a ser su esposa en su mayoría de edad, llego con tres años en 1923. Eliana Girotto ... Esta es una pequeña parte de la historia de uno de mis bisabuelos; en las palabras de mi propio abuelo: "Papá se iba a Italia y no se le podía preguntar por qué, ni por cuánto tiempo... Volvía y tampoco nos contaba nada... Después que falleció mamá, nos dejó encargados del campo (a mí y a mis cinco hermanos) y también viajó y se trajo una novia embarazada... Nacieron otros seis hermanos... Había que tener muchos hijos, varones, para trabajar la tierra..." Mis bisabuelos Nardoni, Bordi, Grassi y Fortuna eran todos italianos, "marchigiani". Vinieron sin conocerse entre ellos, se radicaron en Arroyo Seco y en Bigand, donde formaron familia. Trabajaban la tierra sin descanso, y se empeñaron en obtener la propiedad de la misma. La chacra era su orgullo, trabajarla con los propios hijos les ensanchaba el pecho... Lorena Nardoni Mis 8 bisabuelos fueron inmigrantes italianos. De la que daré testimonio es de mi bisabuela materna, Elisa Merlini. Llegó de Italia en 1923 junto a sus hermanas, escapando del hambre que dejó la guerra. Contrajo matrimonio con Juan Gioda, italiano, venido solo al país... unieron no sólo sus vidas, sino también su pobreza. La estancia La Rivieri les dio la posibilidad de un trabajo duro pero seguro. La temprana muerte de mi bisabuelo Juan y de un hijo de 11 años, Vicente, dejó a mi bisabuela en la miseria más absoluta con sus 2 hijas, una de ellas mi abuela, María Gioda. Mi abuela paterna, Julia Balestrini, también es inmigrante italiana. Dejó su país natal junto a su familia en 1922.Mi abuela Julia tenía 5 años cuando llegó a Argentina. En 1933, con tan sólo 15 años contrae matrimonio con Humberto Carletti. Mi abuelo fallece después de una larga enfermedad dejándola viuda muy joven. Sofía Carletti Mi bisabuelo Primo Bussa, de nacionalidad italiana (más precisamente de la región de Piamonte) nació en 1882 y con sólo 12 años llegó a la Argentina en el año 1894, con un amigo perteneciente a la familia Caffa. El pasaje lo pudieron comprar empleándose dentro del barco (lavando pisos) porque no disponían de dinero. Para poder viajar sus padres tuvieron que firmar un contrato porque eran menores de edad y debían regresar sí o sí a Italia. Pero, cuando el barco atraco en el puerto de Buenos Aires y les dieron unas horas de franco, no regresaron nunca más. Se quedaron en la casa del inmigrante hasta que los derivaron como peones a un campo entre las actuales localidades de Máximo Paz y Santa Teresa. Jorgelina Bussa Mis abuelos paternos vinieron desde Ancona, Italia. Primero llegó mi abuelo escapándose de la guerra y luego mi abuela con su hijo de 2 años y embarazada. Se radicaron en Máximo Paz para realizar tareas agrícolas. Allí nacen otros seis hijos de los cuales uno es mi papá. Rossana Pasqualini Así comenzó la historia de mi biasabuelo materno en la Argentina: llegaron de Italia en 1930 tres hermanos Octavio, Juan Bautista y Ricardo Polidorio, los dos primeros casados el más chico soltero. Trabajaron duro en los hornos de ladrillos. El primer año juntaron el dinero con mucho sacrificio y mandaron a buscar a la familia de Octavio (el hermano más grande). Así llegó su mujer Lea con sus cuatro hijos: Antonio, Alberto, Pedro y Américo. Al año siguiente les tocó ya con mucho más sacrificios a mi bisabuela Ercilia Fratini de Polidorio con sus 4 hijos. Gino, María (mi abuela que tenía 12 años), Mafalda y Nelo. Llegaron de Italia en “Princesa Mafalda”. Ricardo el más chico se casó con otra inmigrante Luisa y tuvo cuatro hijas María, Teresa, Carmen y Luisa. Otro de mis bisabuelos maternos llegó de España cuando tenía 19 años, se llamaba Avelino Tujeiro, y nunca hablo de su familia. Era jornalero. Se caso con María Molina Luna bien criolla, tuvieron 8 hijos varones, el mayor mi abuelo Manuel, le seguían Féliz, Juan, Avelino, Antonio, María, Martín y Jesús. El mayor Manuel se caso con mi abuela María Polidorio y tuvieron seis hijos Carlos, Héctor, María del Carmen (mi mamá), Isabel, Angelito (que falleció muy chico) y Rosa. Mis bisabuelos paternos, llegaron un seis de enero de 1908 en el barco “Victoria”. Venían emigrando del Líbano (Arabia) el matrimonio formado por Eufenia Yamin (mitad libanesa y mitad francesa) y Abrahan Cadús. Su primer asentamiento fue en Mendoza, más tarde se trasladaron a Rosario, años después a Junín donde abrieron una fábrica de jabones. Años después se trasladaron a Melincué, donde tres de sus hijos: Pedro, Eugenio y Guillermo (mi abuelo) se dedicaron a la siembra de peces en las lagunas de la zona para después pescar. Mis bisabuelos con sus otros hijos se fueron a Mendoza donde se dedico al comercio y vivieron hasta sus últimos días. En total tuvieron 12 hijos ocho varones y cuatro mujeres. Uno de sus hijos fue Guillermo Cadús, mi abuelo, que se radico en Melincué y se casó con María Zalazar (mi abuela de descendencia criolla) y con la cual tuvo dos hijos Jorge (mi papá) y Roberto Isabel Cadús Hoy de visita en mi pueblo natal, Peyrano, le preguntaba a mi papá por su abuelo materno, inmigrante, se llamaba Luis Ciandella "Luigi", llegó al puerto de Buenos Aires en la bodega de un gran barco, escapando de la guerra, el hambre y la pobreza... como tantos. Lo primero que hizo estando en la gran ciudad fue comprar una escalera y realizar pozos. Luego los años y la vida lo arrimaron a Cepeda, conoció a una linda criolla en el pueblo de SantaTeresa y formaron allí su familia. Fueron padres de 7 hijos una de ellos Florencio mi abuelo. El nono Luigi sembraba papines y junto con su nieto mayor Antonio (mi papá) los juntaban y embolsaban. Patricia Flores …la historia de vida de mi abuelo materno, llamado Carlos Benedetti. El era un joven italiano nacido en Toscana. Participó en la Primera Guerra Mundial y padeció todo lo que esa palabra, puesta en acto, trajo como consecuencia. Al tiempo se casó con Bruna Lorenzi (mi abuela materna). Él, junto con uno de sus hermanos, César, decidió buscar en Argentina, una nueva vida. Carlos trabajó mucho día a día, fabricando colchones y cuando pudo sostenerse económicamente regresó a Italia para buscar a Bruna. En estas tierras, además se dedicó a la apicultura Mariela Maita …mis abuelos, tanto de la rama materna como paterna vinieron de Italia. Mi abuelo materno (Segundo José) tenía 4 años, vino con sus padres y dos hermanos mayores que él, no les fue fácil en un primer momento, pero a fuerza de trabajo lograron progresar, gente que siempre trabajó la tierra y vivían de lo que ellos producían. Mi abuelo paterno (Luis), llegó en el año 1927, vino a probar suerte. Pasaron unos meses desde su llegada y en lo único que pensaba mi abuelo era en el regreso a Italia. Pero, poco a poco fue asentándose, empezó su trabajo como talabartero. Marcela Paolucci …fui corriendo a casa de mi querida tía abuela, Amelia, quien con sus jóvenes 89 años, me contó detalles de la vida de su papá, Atilio Sebastianelli (mi bisabuelo materno). Vivía en Ancona, Italia y por falta de trabajo se cruzaba hacia Alemania en bicicleta para trabajar en las minas de carbón. Con sólo 16 años, se embarcó sólo, llegó a estas tierras en 1906. Trabajó como peón en varios campos. Además de las tares rurales, Atilio era maestro, sí enseñaba en su rancho a leer y escribir a los hijos de los colonos que no iban a la escuela. Adriana Giulietti Yo soy nieta de un Montenegrino que murió muy pronto y muy pobre. Legó con otros paisanos que se asentaron en Máximo Paz. Sólo sé que hablaba muchos idiomas y tenía mucha fuerza. Se casó con una paisana de Acebal o de Maria Teresa, no se sabe bien. Cuando su marido murió se vino a vivir al pueblo (antes vivian y trabajaban en Colonia Los Leones Norte - campo Martelli) sin trabajo, así que trabajaban todos en la concuña de zanahoria o maíz. Adriana Yurkovich Mis bisabuelos Morales, Lorenzo y Juana, emigraron de las Islas Canarias- Tenerife- España, alrededor de 1890. Viajó el matrimonio con 4 hijos. Al llegar a Buenos Aires a Lorenzo lo destinaron a la estancia "La María”, como capataz. Su trabajo era tratar de dominar a los criollos y otros inmigrantes, a la vez que también tenía que luchar contra los indígenas, que cada tanto atacaban. Por esta razón, mi bisabuelo no aceptó el ofrecimiento del Gobierno de amojonar tierras para colonizar en ese lugar, pero sí aceptó venir a colonizar Santa Fe. Se estableció en Acebal. Aquí nacieron 3 hijos más, entre ellos mi abuelo, Salvador. En 1920 se trasladaron a Alcorta, donde mi abuelo arrendó unas hectáreas del campo Olaeta. Mis bisabuelos Saratti, Andrea y María, vinieron de Italia con 2 hijas. Se trasladaron a Alcorta, donde arrendaron una chacra del campo Larrucea, más tarde Olaeta. Aquí nacieron 4 hijos más, entre ellos mi abuela, Francisca. Mi bisabuelo Andrea participó de las reuniones y la huelga agraria de 1912. Por esta razón, Larrucea lo desalojó de la chacra argumentando insurrección. Al pertenecer al mismo campo, Salvador Morales y Francisca Saratti se conocieron, se casaron en 1925 y tuvieron 5 hijos: Wilfredo, Juana, Elsa, mi mamá Carmen, y Eduardo. Mi abuelo Jure (Jorge) Chagalj vino a Argentina desde Yugoslavia, más precisamente Croacia, en el año 1907 con 17 años. Hacia 1925 se estableció en el campo Martelli, donde arrendó una chacra. Conoció a mi abuela Ana en 1927, otra yugoslava,¡¡¡Y con el mismo apellido!!! Se casaron al año y tuvieron 5 hijos: Lucas, José, Mateo (mi papá), Matilde y María Dominga. Amelia Chagalj Mi abuelo José ,español, de un pueblito muy chico ,Balaguer, partido de Lérida España, partió junto a sus dos hermanos en 1939 hacia América con tan solo 18 años, allá quedaba su padre y madre a quién nunca más volvió a ver. Tres meses duró la travesia en barco, cuando llegó fue a trabajar la tierra en un campo de Hughes. Se casó con Ángela oriunda de Carreras donde vivieron y trabajaron su pequeña chacra que alquilaban... Diana Baro Voy a referirme a mi bisabuelo materno, el nono Francisco. El tío Luis comienza contarme la historia, el nono nació el 04/04/1887, en Nápoles, provincia de Benevento, Italia. Vino a la Argentina con sólo 14 años invitado por un primo que estaba en Álvarez. Con el primo comienzan a arrancar papa. Conoce a una hermosa chica, María Josefa Scocozza con quien se casa y tiene 8 hijos, entre ellos mi abuelo materno,Antonio. Luego se vienen a Bigand como arrendatarios de una chacra, posteriormente se van a Chabás, Arequito siempre como arrendatarios y finalmente compra el campo en Alcorta alrededor del año 1932. Elisabeth Alessadrini Parte de la historia relató mi prima Marcela Paolucci. El único inmigrante de mi familia de esa época es mi abuelo materno: Luis Paolucci. Viajó 3 meses en barco, y por lo que mi tío recuerda no fue en malas condiciones, al menos estaban bien alimentados. Al llegar vivió un tiempo en Máximo Paz trabajando la tierra, luego de unos años se vino a Alcorta para el mismo fin. Conoció a mi abuela: Amelia Quilicci, también hija de italianos; con la que se casó y tuvo 4 hijos, 2 varones y 2 mujeres. Lograron ahorrar dinero en el campo para comprarse un terreno en el pueblo, donde se hicieron la casa. Betiana Vargas Paolucci Mi abuelo Pablo desembarcó en Buenos Aires, creemos que en el año 1910 más o menos. Se supone que era proveniente de Ucrania o Polonia de un pueblito llamado Olaska. Con estos datos mi primo visitó la embajada ucraniana y allí le dijeron que ese pueblito no existe por lo tanto no sabemos dónde nació y al llegar aquí lo hicieron llamar Pablo Chominiec. De Buenos Aires se dirigió a esta zona y fue peón en una Estancia de Máximo Paz, donde conoció a mi abuela María Kusmerik (hija de inmigrante ucraniano), se casaron y tuvieron dos hijas, una de ellas Luisa (mi mamá) luego fue desalojado y tomó rumbo a la zona rural perteneciente a Alcorta, donde luego pasó a ser propietario. Se dedicó exclusivamente a la agricultura. Liliana Cabrera La línea paterna de mi padre, inmigrantes italianos siendo cuatro hermanos: dos varones Estanislao y Tadino, y dos mujeres Ave y María. Los hijos varones escapando de la posguerra del '14, alrededor del año 1922, llegan a estas tierras trabajando en el campo primeramente, luego como albañiles. Mientras Estanislao empieza a ser conocido por sus trabajos de albañilería; fomentando y acrecentando sus experiencias. Haciendo en Alcorta las primeras calles pavimentadas, construcciones de casas y la torre de la Iglesia con su campanario. Nunca regresó a su Patria. Ma. Alejandra Luciani Yo quiero hablar de alguien a quien admiré mucho. Ella es Nicolaza Zozaya "la partera del pueblo de Alcorta" Nació en España en un pueblito llamado BeinzaLavallen, sola en un barco llegó a Argentina donde estudió en la Universidad de Córdoba. Se recibió y trajo al mundo muchos niños. Entre tanto niños, uno fue mi padre que nació en su propia casa, y mi madre a quien cuando la vio le dijo a mi abuela materna: "acaba de nacer la futura novia de mi sobrino Asdrúbal”. Ella pertenecía a la comisión de damas de la Sociedad Española, donde los domingos vendían tortas en la iglesia para recaudar fondos. También perteneció a la comisión fundadora del Instituto Secundario San Martín, hoy la escuela Normal y el Instituto San Francisco. Viviana Bertrán Anecdotario Desde chica me fascinaban las historias de mis bisabuelos. Todos de un lugar distinto, todos formando familia en un lugar tan lejano. Desde mi venida (¿o partida?) a Estados Unidos, muchas veces me siento conectada con ellos a través del tiempo. Con la bisabuela Pepa, que ponía a todos los amigos, tristes de pasar Navidad lejos de sus familias, a bailar; con la abuela Amelia, que cruzó ese mar Atlántico tres veces para terminar acá hasta el final de sus 97 años. Con el acento de mi abuelo Pascual, que nunca pudo con las erres, a pesar de haber nacido en el Sur. Y como los tiempos cambian, me ayudan a entender cómo mi inmigración es diferente, porque yo puedo volver al terruño y a mi “hogar”. Yo puedo abrazar a mi mami, mi papi, mi hermano. Ellos pueden venir a verme. Pepa y Amelia no, dejaron sus seres queridos atrás, en busca de un mejor futuro para ellas y sus familias amadas. La comunicación también es diferente. Pasé desde el Fax, a poder llamar por teléfono más seguido (¡Pannontel!!!) para comunicarme mejor y más barato, a Skype, Facebook y gmail. Vuelvo dos veces por año, si puedo. Igual, ser inmigrante es como tener una enfermedad crónica (en mi humilde opinión): uno ya no sabe a dónde pertenece. Pero eso a su vez trae un entendimiento y un respeto a lo diferente distinto, aguzado, más profundo. Uno adquiere un cierto tipo de “ciudadanía global”, porque eso de ser inmigrante por un tiempo en un lugar, y volver a su terruño, donde uno es UNO, pone más al descubierto cosas incomprensibles como la discriminación, los estereotipos. Mi acento (en inglés) es fuerte y me delata, pero con el tiempo, lo que al principio era una carga, se va convirtiendo en “carta de presentación”: soy Latina e Inmigrante, capaz de “navegar” diferentes culturas y acentos. Así que cuidado: ¡Respeto! Frente alta (no me cuesta con la altura), voz clara y si puedo (esto sí me cuesta), despacio, para que mi mensaje llegue a donde se necesite, en una lengua o en otra. Pero también mi acento es fuerte en Español: soy de Pueblo, de Santa Fe, de Alcorta, así que imagínense mi confusión cuando estando en Pilar, en un restaurant, el mozo (acento de “Capital”) me pregunta: “¿De dónde sos?”. ¿Qué le contesto? Pensé, desprevenida, y entendiendo SU pregunta: le contesté, orgullosa: Alcorta, provincia de Santa Fe. “Ah, de ahí el “acento”. Todos podemos pertenecer a muchos lugares, y todos podemos ayudar a otros a pertenecer o despertenecer con un gesto o un comentario, y esta vida de “inmigrante-local en tránsito” me ayuda a comprender más la necesidad de incluir a todos, respetar a todos, “bienvenir” a todos. Con los años, he ganado mi lugar de respeto, pero nada es fácil ni regalado. Todos los días uno puede encontrarse con un “cachetazo”, que te hace sentir que uno no pertenece, pero al final, eso puede pasar en cualquier lugar, ¿no? Estoy en Ezeiza, ya casi a punto de volver. ¿O de irme? Ya no sé. Estamos en la cola de Inmigración para familias. Últimos momentos de jugar “de local”. De repente, montones de niñitos, de todas las edades, asiáticos, nos inundan, literalmente. Todos están con tres adultos. No queda claro el orden de la cola, pero sea como sea están primeros. Algunos se quejan: “Che chinitos, vayan a la cola”. De repente, escucho que alguien me habla en un español muy bueno, con un ligero acento. Me volteo y ahí esta ella: alta, flaca, asiática, con su bebe en mano, que me sonríe, y con su español me dice: “Qué loco, ¿no?” Yo le sonrío y al mirarla me pierdo en sus ojos al darme cuenta que ella soy yo, en mi otro mundo de Segundos idiomas, y me quedo ahí, sonriéndole, con una sensación de hermandad que atraviesa rasgos e idiomas. Al fin y al cabo, estamos hermanadas: las dos somos inmigrantes, una de cada lado de esa fila de Inmigraciones. Qué loco, ¿no? ¡Un abrazo! Verónica Svetaz De mi historia puedo contar que mis abuelos paternos vinieron del sur de Italia ya casados y con una hija; en argentina se asentaron en una chacra en Colonia Othil tuvieron 11 hijos más. Mis abuelos maternos eran Montenegrinos, también se ubicaron entre Máximo Paz y Alcorta junto a sus paisanos tuvieron 8 hijos. Graciela Accoroni Mis bisabuelos paternos vinieron de Italia y mis abuelos nacieron en Argentina. En cambio, mi abuela materna, vino con su familia de muy pequeña y mi abuelo Sebastián llegó a nuestras tierras solo y con quince años de edad, escapando de la pobreza que padecía en Italia.Aquí como otros tantos, trabajó la tierra… Viviana Schenone Un país donde el inmigrante pobre convive con el gaucho, más pobre y marginal aún, y ambos conviven con el terrateniente acaudalado y el dandy, hastiados estos de las suntuosas fiestas realizadas en la Capital, bajo el mismo cielo de dinamismo y transformación, y con una percepción de enriquecimiento ilimitado, que pocos disfrutan aunque todos logran ver. Isabel Cadús La búsqueda de raíces, abrir puertas del pasado, cerrar un ciclo, hacer preguntas, contestarlas, volver a hacerlas, pertenecer o no pertenecer a muchos lugares… Interrogantes, inquietudes, dilemas, que hacen pensarnos como seres atravesados por múltiples historias que nos enfrentan a preguntarnos sobre “nuestra identidad”. Nacer es, en principio, nacer en un lugar. El lugar de nacimiento es constitutivo de la identidad individual. Los lugares de origen postulan nuestra “legitimidad” como un yo, pero que a su vez, se vuelve necesario reconocerse en ellos. Esta identidad expresa una relación del individuo consigo mismo y con su grupo, relación que enuncia un sentimiento de mismidad persistente, de reconocerse en el tiempo, en el espacio y en los vínculos de integración social. Los caminos que cada habitante recorre cotidianamente en su urbe, los lugares donde los hombres y mujeres se cruzan o se encuentran, constituyen puntos de identificación y de relación con los otros. La alusión al tiempo, y a los “viejos lugares” es hoy una manera de mentar el espacio presente… consiste en mirarnos como un pedazo de la historia… espectadores de nosotros mismos, turistas de lo íntimo. Permitirse pensar la continuidad de las generaciones, tener la sensación justificada de que nos han preexistido y nos sobrevivirán… Ser nietos, bisnietos de inmigrantes nos implica rupturas y discontinuidades en el espacio. Ellos nacieron allá, –el Atlántico de por medio- nosotros acá, -en la pampa gringa o húmeda- sin embargo… se trata de encontrar itinerarios, ejes o caminos que conducen de un lugar a otro… de encrucijadas y de lugares donde las personas se cruzan, se encuentran, se reúnen. Así, la realidad, el hoy… se vuelven históricos. Nuestros inmigrantes… primero su patria, su país europeo que dejaron atrás, luego “la colonia” una vez establecidos, constituyen “lugares de la memoria”. Inmigración que implicó cambios y crisis de identidad para quiénes se vieron forzados a dejar su lugar. Verse como un desconocido, como un extraño, como un extranjero y hacer de lo ajeno, algo cotidiano. Apropiarse del otro, adueñarse de su historia e intercambiar las nuestras. Emoción angustiante o movilizadora no sólo para quien parte, sino también para quien decide no hacerlo. Para los que se quedan, la partida de sus seres queridos los deja perplejos, preocupados, tristes, responsables, vacíos, estados de ánimo que de algún modo también invaden al que parte. El hecho de migrar con las marcas imborrables de un contexto que integra la personalidad, da cuenta de huellas identitarias casi imposibles de modificar. Las huellas de la familia, del contexto social y geográfico, del paisaje, y de la intimidad que constituyen los olores del lugar, los olores de las comidas del los sabores, los sonidos. En un mismo lugar pueden coexistir elementos distintos y singulares (de hecho cada persona es singular), pero la existencia de esas diferencias no impide pensar relaciones, ni identidades compartidas, producto de ocupar un lugar común… Así vemos cómo “la colonia” se constituye como lugar espacial que se corresponde con un lugar de identidad. Este lugar es principio de sentido para quien lo habita, para quien hoy lo observa lejano, pudiendo recrear en la memoria esos lugares que los identifican con un pasado, contribuyendo así a evocar el carácter emotivo del recuerdo. “Aquí fui alguien, todos me conocían y me fiaban grandes cantidades… volví cinco veces a mi pueblo… no para quedarme… Me esperaban aquí mis tíos… mis hermanos… Acá todo es posible, aún hoy, sólo se necesita ser un descubridor…”. “Yo a los 10 años soñaba con esta tierra… porque mi tío Ángel que estaba en Argentina y que desgraciadamente murió a los 40 años decía que no hay ríos como allá…” (Isabel Masione) Los relatos que han llegado a estas tierras no hacen más que enunciar y rescatar testimonios e historias de vida, leyendas, tradiciones y creencias; relatos que no hacen más que revelar la reconstrucción de la memoria colectiva. Siempre somos capaces de enfrentarnos duramente, a partir de una relación diferente, con nuestro pasado común y con interpretaciones contrarias de los acontecimientos que lo marcaron. Vemos que la alusión al pasado, nuestro pasado, complejiza el presente… la relación con la historia, de esta manera, puebla nuestros paisajes, nuestra “Alcorta querida”. Así, cada pueblo, cada ciudad, cada calle, cada rincón que no es de creación reciente, reivindica su historia… Museo Comunal de Alcorta Comuna de Alcorta Querido diario... El primer recuerdo que tengo de mi familia paterna coincide con la muerte de Gardel. Mi padre lloraba escuchando la radio. "Llora porque se acuerda de sus padres, tusabuelos." El fanal sonoro de música arrastrada ilumina a mi padre, que me tiene en sus rodillas sin regaloneos; yo lo miro temerosa porque ese hombre fuerte y callado llora por primera vez en mi vida. Ignoraba y lo ignoré por mucho tiempo cuánto había llorado desde aqueldía en que se fue de junto al señor Manuel y la señora Carmen, sus padres, misabuelos. No sé qué hora era, pero debía ser muy temprano, porque recuerdo que cuando nossentamos en semicírculo frente a la radio, en el vestíbulohexagonal y vasto, la claraboyacentral era de un azul, muy claro y que, pasadas las horas, cuando me aflojaba del abrazo, por encima de la cabeza pelada de papá la claraboya seguía tan azul. Escuchábamos una música muy triste y una voz inolvidable que pedía silencio en la noche y, cada tanto, otras voces, que no cantaban y que parecían rezar como en la iglesia, interrumpían para hablar en un hablar llorando como los tangos, que volvían a empezar interminables. En algún momento tuvimos hambre, la claraboya se hizo negra y nostrajeron la comida de la cocina para que no interrumpiéramos el rito que estábamos cumpliendo, sin que yo ni mis hermanos lo supiéramos. Era un oficio fúnebre sin el muerto vestido con la mortaja, que en los velorios yo siempre conseguía pispear desde unasilla, y sin elcajón encresponado de las misas de cuerpo presente. Ese día extendí mi geografía y se me agrandó la familia. Sabía de la existencia de Buenos Aires, capital de la República Argentina; sabía también que existía Montevideo, donde se jugaba la Oro; sabía que de París venían los recién nacidos. Ese día tal vez empecé a creérmela que Buenos Aires era mi tierra querida; empecé a temer que en una de esas el zorzal criollo hubiera nacido en Montevideo; empecé a imaginar que siempre está nevando en el frío boulevard. Ese día supe que existía un lugar malditoque se llamaba Medellín donde se habíaincendiado el avión de Carlos Gardel. Yo nací sabiendo que había un país llamado España, de donde eran mi papá y la mitad de mis tíos, pero ignoraba qué quería decir "eran", y es muy posible que ese día de junio de 1935, en los brazos de mi padre, empezara a armar su doloroso significado. Hasta entonces yo no sabía que "eran de España" ahora significaba que eran de aquí; que "eran" significaba que habían nacido, que se habían criado, que milagrosamente habían sido rapaciños, niños como nosotros lo éramos ahora-entonces. "Eran", empecé a figurarme ese día, significaba que ya no eran porque no estaban más en aquella aldea de la que se habían ido un día chuvióso, y habían subido a un carro dos bois con enormes ruedas macizas que los había acercado hasta un tren que los llevó a Lugo, la ciudad de donde tampoco eran. "Eran" empezó a significar que en otra xornada chuviosa e xeada, tal vezmuy temprano, tomaron otro tren que los llevó hasta el fin de la tierra donde empezaba el mar, un lugar cuyo nombre aprendí muchos años después, donde se abría el puerto, palabra cuyo significado yo sí conocía, porque los camiones del almacén cargaban en el puerto de Rosario y cuando paseábamos por esa ciudad, que después sería mía pero de la que yo todavía no era, nos llevaban al puerto a ver los barcos de donde habían bajado mi padre y mis tíos en el puerto de Buenos Aires, de donde tampoco éramos ni seríamos. "Eran" significaba que en ese junio seguramente frío, mientras todos los argentinos lloraban por Carlos Gardel, mi padre choraba por él y por sus padres que sí eran de Galicia, se habían quedado allí sin moverse, clavados en un cruceiro, secándose las lágrimas con un desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe por qué luto de una muerte ya Querido diario... ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo la partenza de sus hijos, debajo de un enorme paraugas también negro que los protegía de la chuvia que nunca había escampado desde el día en que mi padre dejó de ser de allá y se convirtió enextranjero aquí, en un mundo que no había visto. Intriga que sobrevinieran a la par hechos y reminiscencias tan extrañas entre sí, que la memoria absurda llegó a entrecruzar entre aquella semana de San Juan de 1935, abrigados unos con otros dentro de la música, que recuerdo, y de las palabras oídas y escuchadas pero incomprendidas, que se me escapaban apenas eran dichas por el espíker. Un viejo labrego galego, mi abuelo, ¿había muerto?, este inmigrante gallego, mi padre, choraba por él, y el cantor lloraba porque los hombres se matan. Y en Galicia en esos mismos días, prolongados para el goce e iluminados por el sol hasta la media noche,celebraban el solsticio de verano con cántigas e risos y danzaban y encendían os grandesfogos da noite de San Xoan. Yo nunca vi a esa familia de Galicia y mi primer recuerdo conciente es de ese día, pero siempre los conocí, siempre estuvieron entre nosotros y todavía rondan sus fantasmas en los que sobrevivimos, los primos, y tal vez alguna resonancia llegue todavía a algún hijo que alcanzó a escuchar las historias de aquella gent e de la "casa da pena", la casa natal de los Onega que nacieron antes que yo. Porque esta familia fue hecha de historias oídasy de papel garabateado en las cartas llegadas a las cansadas y leídas por aquellos años del '30, no a todos sino a los que habían venido de allá y hablaban esa fala melosa, que a nosotros no nos enseñaron por vergüenza de aldeanos. Hace años sigo rellenando los silencios de nuestra historia, leyendo las pocas cartas que quedaron en los cajones barajadas con pasaportes, libretas de casamiento, postales de novios y partidas de nacimiento, y recuperadas en las charlas de nostalgias por lo que nos falta, adivinando alos habitantes da pena. Cuando, desde el barco, en el puerto de Buenos Aires, todavía se adivinaba el parpadeo de las luces a lo lejos y el cantor celebraba los ojos de su moza, en Acebal no pudo seguir cantando porque la electricidad se apagó a las once. Se encendieron entonces las lámparas de querosén y los soles de noche; bajo su resplandor vacilante las muchachas nos llevaron a la cama y se quedaron con nosotros un buen rato hasta que nos cansamos de oír historias de aparecidos y de aeroplanos incandescentes y el sueño venció al miedo que teníamos. A la mañana siguiente yo me había olvidado de lo que pasó la noche de San Juan. Mi padre abrió el almacén como lo siguió haciendo durante cincuenta años, hastaotro 24 de junio, cuando lo enterramos en Acebal mientras Gardel seguíacantando porlas radios del mundo. Susy * Onega, Gladys:“Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa.”Ed. Mondadori. Buenos Aires, 1999. *