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Corte Suprema de Justicia
Sala de Casación Civil
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA
SALA DE CASACION CIVIL
Magistrado Ponente:
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
Bogotá, D.C., veintiséis (26) de julio de dos mil cinco (2005)
Ref: Exp: 050013103011-1998 6569-02
Se resuelve el recurso de casación formulado por el demandado
respecto de la sentencia proferida el 13 de octubre de 2000 por la
Sala Civil del Tribunal Superior de Medellín, en el proceso ordinario
promovido por HELADOS LA FUENTE S.A. contra INVERSIONES
GRUVAL S.A.
ANTECEDENTES
1.
En la demanda que provocó este proceso, el demandante
solicitó declarar que, a partir del 30 de septiembre de 1998, había
terminado el contrato de arrendamiento celebrado entre las partes
en relación con el inmueble situado en la carrera 43ª No. 31-159,
piso tercero, de la ciudad de Medellín, debido a la existencia de una
fuerza mayor y de la ausencia absoluta de culpa en el arrendatario,
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por lo que igualmente debía declararse que la demandante no está
obligada a cancelar la indemnización prevista en el artículo 2003
del C.C., ni la cláusula penal convenida en el contrato.
2.
Los fundamentos fácticos de las pretensiones se sintetizan
de la siguiente manera:
a.
Entre
las
partes
se
celebró
un
contrato
de
arrendamiento sobre el referido inmueble, con una vigencia de
cinco años, contados a partir del 5 de noviembre de 1994, acuerdo
que la demandante venía cumpliendo en debida forma.
b.
El arrendatario comenzó a ser víctima de una extorsión
por parte de varios grupos subversivos, quienes exigían la suma de
$100’000.000.00 como “impuesto de guerra” para que la sociedad
pudiera desarrollar sus actividades comerciales.
c.
El demandante le solicitó al arrendador adoptar las
medidas de seguridad necesarias para garantizar la vida e
integridad de las personas que laboraban con Helados la Fuente,
así como las oficinas que ella ocupaba en el edificio Gruval.
d.
A pesar de que el demandante ofreció asumir los costos
que las medidas de seguridad demandaban, no encontró en la
arrendadora respuesta efectiva.
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e.
La ciudad de Medellín no reúne las condiciones
suficientes para garantizar la seguridad de los funcionarios,
empleados e instalaciones de la empresa demandante, razón por la
cual, con suficiente antelación, le comunicó al arrendador su
intención de dar por terminado el contrato, por lo que ofreció
cancelar el valor de la cláusula penal.
3.
Notificada la sociedad demandada del auto admisorio,
procedió a darle contestación oponiéndose a las pretensiones.
Igualmente, propuso como excepciones de mérito las que
denominó: “ineptitud sustantiva de la demanda por indebida
acumulación de pretensiones y por falta de requisitos sustanciales”;
“Trámites excluyentes”; “Inexistencia de causa jurídica”; “Buena fe
exenta de culpa” e “Inexistencia de fuerza mayor”.
4.
El Juzgado Undécimo Civil del Circuito de Medellín decidió la
primera instancia mediante sentencia del 19 de noviembre de 1999,
en la que denegó las pretensiones.
5.
Inconforme la demandante con la decisión, apeló ante el
Tribunal Superior, quien resolvió revocarla en su fallo de 13 de
octubre de 2000, para, en su lugar, declarar la terminación del
contrato de arrendamiento, ordenar la restitución del inmueble, si ya
no hubiere ocurrido y condenar en costas a la demandada, en
ambas instancias.
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LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL
El juzgador de segundo grado memoró el carácter vinculante del
contrato, cuyas obligaciones debían ser atendidas por el deudor, a
menos que demuestre la existencia de una fuerza mayor, fenómeno
para cuya definición invocó el artículo 1º de la Ley 95 de 1890, lo
mismo que jurisprudencia de la Corte.
Se ocupó luego el Tribunal de sintetizar las versiones rendidas por
Gloria Patricia Isaza Monsalve, Luis Fernando Osorio Salazar y
María Fabiola Valencia Chica, quienes expusieron sobre la
existencia de las amenazas vía telefónica y las consignadas en
documentos; las exigencias de carácter económico realizadas por
grupos subversivos; los atentados contra instalaciones de la
empresa; la solicitud elevada por el demandante al arrendador para
que se adoptaran medidas de seguridad, así como las que de
manera particular asumió Helados La Fuente; los traslados del
personal directivo a la ciudad de Manizales; así como el
desempeño de labores en las casas de los funcionarios, ante el
peligro que ofrecían las instalaciones debido a las amenazas de los
extorsionistas. A lo expuesto se agregó el grado de tensión y stress
que se presentó dentro de los empleados, por lo que fue necesario
hospitalizar a algunos de ellos, testimonios que, a su juicio, fueron
corroborados por Gloria Luz Cepeda, Nancy Yaneth Gunter
Camacho, Guillermo León Piedrahita Orozco, Hernando De Jesús
Arango Gutiérrez y Rodrigo Sánchez, que valoradas en conjunto, le
permitieron concluir que las amenazas constituyeron una novedad,
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porque antes no se habían presentado, y que “dadas las
circunstancias de normalidad en las que venía desarrollando sus
actividades industriales y administrativas, no era lo suficientemente
probable que tal empresa fuera a ser objeto de esa clase de actos”
(fl. 40, cdno. 4).
Así mismo, acotó el Tribunal que esas condiciones de normalidad
justificaron que el demandante hubiera tomado en arrendamiento el
inmueble sin cuestionar la seguridad que ofrecía el bien, por lo que
calificó los riesgos como sobrevinientes e imprevisibles, los que no
pudieron ser superados por el locatario, pese a las costosas
medidas de defensa y seguridad que adoptó, por lo que concluyó
que el incumplimiento del contrato de arrendamiento “obedeció a
fuerza mayor, la que exime al arrendatario de la obligación de
cumplir a aquel a partir del 30 de septiembre de 1998” (Folio 41) y
de pagar la cláusula penal pactada.
LA DEMANDA DE CASACION
Un solo cargo formuló el recurrente, al amparo de la causal primera
de casación, por haber quebrantado, por la vía indirecta, los
artículos 1º de la Ley 95 de 1890, 1494, 1495, 1517, 1527, 1602,
1603, 1604, 1618, 1625, 1626, 1627, 1973, 2000, 2003, 2005 inciso
1, 2008-2, y 2013 del C.C., así como los artículos 2, 822, 829-3,
864, 868 y 871 del Código de Comercio, a causa de los evidentes
errores de hecho en la apreciación de las pruebas.
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En la demostración de la censura, afirmó el recurrente que el
Tribunal cercenó el contenido de los testimonios que valoró y que
ignoró por completo otros. De los primeros, expresó el censor que
el ad quem se limitó a citar parcialmente a los testigos Gloria
Patricia Isaza Monsalve, Luis Fernando Osorio Salazar, María
Fabiola Valencia Chica, cuya versión encontró corroborada por la
de los declarantes Gloria Luz Cepeda, Nancy Yaneth Gunter
Camacho, Guillermo León Piedrahita Orozco, Hernando de Jesús
Arango Gutierrez y Rodrigo Sánchez. Respecto de los segundos,
afirmó que el sentenciador hizo caso omiso de “la existencia del
cuaderno de pruebas No. 3, y que tampoco le otorgó efectos a la
prueba de confesión recaudada en el interrogatorio de parte del
representante legal de la entidad demandante, corroborada por el
texto de la demanda y por el documento obrante a folios 17 y 18
Cdno. 1, que también desconoció”.
Manifestó luego el impugnante, que a pesar de que el Tribunal
definió, con rigor, el fenómeno de la fuerza mayor y explicó sus
elementos constitutivos, cayó en una indiscutible contraevidencia, al
concluir que “las amenazas telefónicas y unos comunicados
escritos de extorsión, así como el estallido de dos petardos”, fueron
sucesos irresistibles, siendo que “las mismas pruebas tomadas en
cuenta por el Tribunal y otros medios probatorios” demuestran que
el demandante, “con las múltiples medidas de seguridad que tomó
a raíz de la explosión de los petardos, logró sortear con evidente
eficacia los riesgos que anunciaban las injustas amenazas,
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logrando así resistirlas con laudable fortuna y buena suerte” (fl. 22,
cdno. 5).
Puntualizó el recurrente que el Tribunal se equivocó al pasar por
alto que en la comunicación de 15 de mayo de 1998 (fls. 17 y 18,
cdno. 1) –al igual que en la demanda-, el demandante confesó que
por no existir consenso en las medidas de seguridad a adoptar para
contrarrestar los atentados, se veía en la necesidad de entregar el
inmueble ocupado el día 30 de septiembre, lo que demuestra que
los atentados no constituían obstáculo o imposibilidad para seguir
ocupando el bien y que, por tanto, “no comportaban hechos
irresistibles para seguir cumpliendo el contrato de arrendamiento”,
por lo que se cuestionó, “si ello no implica el claro reconocimiento
de que los atentados y amenazas padecidas, no eran hechos
irresistibles a los que no pudiera oponerse eficazmente y que
implicaran imposibilidad absoluta para continuar ejecutando el
contrato...” (fl. 23, cdno. 5).
Censuró, además, la ausencia de lógica jurídica en el argumento
exculpativo, pues no resulta coherente que los atentados y
amenazas no fueran obstáculo para seguir ocupando el inmueble
hasta el 30 de septiembre, data en que se ofreció su entrega, pero
que sí lo fuera a partir del día siguiente, “fecha escogida ad libitum,
caprichosa y arbitrariamente por la sociedad arrendataria...”, para
“dejar de cumplir las obligaciones a su cargo” (fl. 26, cdno. 5).
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Adujo luego que el Tribunal incurrió en error de hecho al no haber
tenido en cuenta las declaraciones de Ana Lucía Hoyos Orozco,
Juan Carlos Llano Gil, Jorge Iván Díaz y de Matilde Henao Salazar,
quienes, en lo pertinente, relataron las medidas de seguridad que
se tomaron y las que se rechazaron con motivo del atentado que el
demandante sufrió en una de sus instalaciones, distinto del bien
arrendado, e igualmente que no se han presentado incidentes que
lamentar. Agregó que de haber sido valorados estos testimonios, se
habría concluido que los hechos alegados por el demandante
“carecen de la condición de irresistibilidad, pues a pesar de que
ocurrieron en los meses de febrero y de marzo de 1998 y aún con
anterioridad, no fueron obstáculo para que Helados la Fuente S.A.
siguiera con el goce del tercer piso del edificio Gruval, y continuara
ocupándolo en calidad de arrendataria hasta el 30 de septiembre
del mismo año” (fl. 25, cdno. 5).
El recurrente también acusó al Tribunal de haber fragmentado las
declaraciones de los testigos que le sirvieron de base para afirmar
la existencia de la fuerza mayor, toda vez que limitó su verdadero
contenido, en cuanto no observó que los declarantes informaron
que el demandante, a consecuencia de las medidas de seguridad
adoptadas, “logró resistir con buena fortuna las amenazas y
atentados de que da cuenta la demanda”, puesto que “después de
que regresaron del trabajo provisional en sus casas”, fue más
calmado; “que las oficinas en el tercer piso quedaron como un mini
bunquer” que ofrecía todas las seguridades (fl. 32, cdno. 5); y que
la sociedad continuó laborando en la ciudad de Medellín.
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Concluyó el censor que el Tribunal incurrió en error de hecho al
“calificar como “irresistibles” amenazas y atentados, que por el
contrario, fueron resistidos con favorable fortuna”, decisión que
calificó de contraria a la evidencia, al “dar por acreditado el
fenómeno liberatorio de la responsabilidad, llamado fuerza mayor”
siendo que las pruebas cuya valoración se omitió y las que
parcialmente se apreciaron, señalan “que no se dan las condiciones
que comporta la eximente de fuerza mayor” (fl. 33, cdno. 5), todo lo
cual condujo al ad quem a transgredir las normas sustanciales
citadas, por lo que solicitó a la Corte que, actuando como Tribunal
de instancia, confirme la decisión absolutoria proferida por el
Juzgado de primera instancia.
CONSIDERACIONES
1.
Uno de los temas más sistemáticamente tratados por la
jurisprudencia de la Corte, es el de la fuerza mayor o caso fortuito,
en torno al cual ha delineado lo que –de antaño- constituye doctrina
probable, edificada a partir de una definición legislativa que concibe
ese fenómeno como “el imprevisto a que no es posible resistir” (art.
1º, Ley 95 de 1890).
Según esa doctrina de la Sala, para que un hecho pueda ser
considerado como evento de fuerza mayor o caso fortuito –
fenómenos simétricos en sus efectos-, es necesario que, de una
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parte, no exista manera de contemplar su ocurrencia en
condiciones de normalidad, justamente porque se presenta de
súbito o en forma intempestiva y, de la otra, que sea inevitable, fatal
o ineludible, al punto de determinar la conducta de la persona que
lo padece, quien, por tanto, queda sometido irremediablemente a
sus efectos y doblegado, por tanto, ante su fuerza arrolladora.
Imprevisibilidad e irresistibilidad son, pues, los dos elementos que,
in casu, permiten calificar la vis maior o casus fortuitus, ninguno de
los cuales puede faltar a la hora de establecer si la situación
invocada por la parte que aspira a beneficiarse de esa causal
eximente de responsabilidad, inmersa en la categoría genérica de
causa extraña, puede ser considera como tal.
En torno a tales requisitos, la Corte ha puntualizado que si “el
acontecimiento es susceptible de ser humanamente previsto, por
mas súbito y arrollador de la voluntad que parezca, no genera el
caso fortuito ni la fuerza mayor…” (G. J. Tomos. LIV, página, 377,
y CLVIII, página 63)”, siendo necesario, claro está, “examinar cada
situación de manera específica y, por contera, individual”, desde la
perspectiva de los tres criterios que permiten, en concreto,
establecer si el hecho es imprevisible, a saber: “1) El referente a su
normalidad y frecuencia; 2) El atinente a la probabilidad de su
realización, y 3) El concerniente a su carácter inopinado,
excepcional y sorpresivo” (Sentencia de 23 de junio de 2000; exp.:
5475). Y en relación con la irresistibilidad, ha predicado la Sala que
un hecho “es irresistible, “en el sentido estricto de no haberse
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podido evitar su acaecimiento ni tampoco sus consecuencias,
colocando al agente –sojuzgado por el suceso así sobrevenidoen la absoluta imposibilidad de obrar del modo debido, habida
cuenta que si lo que se produce es tan solo una dificultad más o
menos acentuada para enfrentarlo, tampoco se configura el
fenómeno liberatorio del que viene haciéndose mérito” (Se
subraya. Sentencia de 26 de noviembre de 1999; exp.: 5220).
2.
Conviene ahora, por su importancia y pertinencia en el asunto
sometido al escrutinio de la Sala, destacar que un hecho sólo
puede ser calificado como irresistible, si es absolutamente
imposible evitar sus consecuencias, es decir, que situada cualquier
persona
en
las
circunstancias
que
enfrenta
el
deudor,
invariablemente se vería sometido a esos efectos perturbadores,
pues la incidencia de estos no está determinada, propiamente, por
las condiciones especiales –o personales- del individuo llamado a
afrontarlos, más concretamente por la actitud que éste pueda
asumir respecto de ellos, sino por la naturaleza misma del hecho, al
que se le son consustanciales o inherentes unas específicas
secuelas. Ello sirve de fundamento para pregonar que la
imposibilidad requerida para la liberación del deudor, en casos
como el que ocupa la atención de la Corte, es únicamente la
absoluta, cerrándosele entonces el camino a cualquier otra.
La imposibilidad relativa, entonces, no permite calificar un hecho de
irresistible, pues las dificultades de índole personal que se ciernan
sobre el deudor para atender sus compromisos contractuales, o
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aquellas situaciones que, pese a ser generalizadas y gravosas, no
frustran –in radice- la posibilidad de cumplimiento, y que, ad
cautelam, correlativamente reclaman la asunción de ciertas cargas
o medidas racionales por parte del deudor, constituyen hechos por
definición superables, sin que la mayor onerosidad que ellas
representen, de por sí, inequívocamente tenga la entidad suficiente
de tornar insuperable lo que por esencia es resistible, rectamente
entendida la irresistibilidad. Por eso, entonces, aquellos eventos
cuyos resultados, por cualificados que sean, pueden ser superados
con un mayor o menor esfuerzo por parte del deudor y, en general,
del sujeto que los soporta, no pueden ser considerados, en forma
invariable, como constitutivos de fuerza mayor o caso fortuito, en
sentido estricto.
Sobre este particular, ha precisado diáfanamente la Sala que la
fuerza mayor “Implica la imposibilidad de sobreponerse al hecho
para eludir sus efectos” (Sentencia del 31 de mayo de 1965, G.J.
CXI y CXII pág. 126), lo que será suficiente para excusar al deudor,
sobre la base de que nadie es obligado a lo imposible (ad
impossibilia nemo tenetur). Por tanto, si irresistible es algo
“inevitable, fatal, imposible de superar en sus consecuencias” (Se
subraya; sent. del 26 de enero de 1982, G.J. CLXV, pág. 21), debe
aceptarse que el hecho superable mediante la adopción de
medidas
que
permitan
contener,
conjurar
o
eludir
sus
consecuencias, no puede ser invocado como constitutivo de caso
fortuito o fuerza mayor, frente al cual, se insiste, el ser humano
debe quedar o permanecer impotente.
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3.
En el caso de las acciones perpetradas por movimientos
subversivos o, en general, al margen de la ley, o de los actos
calificados como terroristas –lato sensu-, debe señalarse que, in
abstracto,
no
pueden
ser
catalogados
inexorable
e
indefectiblemente como constitutivos de fuerza mayor o caso
fortuito, pues al igual que sucede con cualquier hecho que pretenda
ser considerado como tal, es indispensable que el juzgador, in
concreto, ausculte la presencia individual de los elementos antes
referidos, teniendo en cuenta las circunstancias particulares que
rodearon su génesis y ulterior o inmediato desenvolvimiento.
Lo señalado en precedencia, empero, no se opone a que con
arreglo a dichas circunstancias individuales, los hechos aludidos y,
en fin, los actos de agresión –o de violencia individual o colectivaadelantados por grupos alzados en armas, por el grado de impacto
e intimidación que ellos tienen o suelen tener; por el ejercicio
desmesurado de fuerza que de ordinario conllevan; por el carácter
envolvente y cegador que les es propio y, en ciertos casos, por lo
inopinado o sorpresivo del acontecimiento, pueden adquirir la
virtualidad de avasallar a un deudor que, en esas condiciones, no
podría ser compelido a honrar cabalmente sus obligaciones, pero
en el entendido, eso sí, de que el acto respectivo no haya podido
preverse –considerando, desde luego, el entorno propio en que se
encuentre la persona, o la colectividad, según el caso y el concepto
tecnico-jurídico de previsibilidad, ya esbozado-, y que, además, le
haya sido totalmente imposible superar sus consecuencias.
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Por tanto, la presencia y las acciones de movimientos de la
tipología en comento, en sí mismos considerados, no le brindan
ineluctable amparo a los deudores para que, de forma mecánica y
sistemática, esto es, sin ninguna otra consideración y en todos los
casos, se aparten de los deberes de conducta que les imponen las
leyes contractuales, so pretexto de configurarse un prototípico caso
de fuerza mayor. Más aún, la incidencia que tiene la perturbación
del
orden
público
interno,
específicamente
las
acciones
intimidatorias desplegadas por grupos al margen de la ley, en una
situación contractual o negocial particular, puede llegar a ser
previsible –así resulte riguroso reconocerlo, sobre todo en
tratándose de regiones o naciones en donde desventuradamente,
por numerosas razones, existe [o existió] una situación de violencia,
más o menos generalizada-, de suerte que si una de las partes no
adopta las medidas necesarias o conducentes para evitar ser
cobijada por esos hechos, o se expone indebida o irreflexivamente
a los mismos o a sus efectos, no podrá luego justificar a plenitud la
infracción del contrato, o apartarse de él, alegando caso fortuito,
como si fuera totalmente ajena al medio circundante y a una
realidad que, no por indeseada y reprochable, deja de ser
inocultable, máxime si ella no es novísima, sino el producto de un
reiterado y endémico estado de cosas, de hondo calado y variopinto
origen. Tal la razón para que un importante sector de la doctrina,
afirme que dichos actos deben ser analizados con miramiento en
las rigurosas condiciones que se presentaron en el caso litigado, en
orden a establecer si por sus características particulares, ella se
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erigió en obstáculo insalvable para el cumplimiento de la obligación,
al punto de configurar un arquetípico evento de fuerza mayor o
caso fortuito.
4.
Expuesto lo que antecede, necesario para el escrutinio del
cargo formulado, importa señalar que en el caso que ocupa
la atención de la Sala, es evidente que el Tribunal incurrió en los
errores de apreciación probatoria que le endilga el recurrente,
pues aunque es cierto que la sociedad demandante fue objeto de
súbitas amenazas de organizaciones criminales que, incluso,
llegaron a materializarse en atentados contra instalaciones de la
empresa, pasó por alto el sentenciador que, según la prueba
recaudada, Helados La Fuente S.A. enfrentó y conjuró con éxito
tales peligros, ciertamente importantes, al punto que para la época
en que anunció la terminación de la relación arrendaticia con
Inversiones Gruval S.A., ellos habían cesado, sin que, además,
ninguno de tales actos oprobiosos e intimidantes de la paz social y
de la armoniosa convivencia ciudadana, hubiere tenido como objeto
inequívoco y frontal el inmueble arrendado propiamente dicho,
ni haya impedido que la sociedad adelantara su objeto social, todo
lo cual impedía –e impide- otorgarles el calificativo excepcional, a
fuer de exigente y restricto de irresistibles, necesario, como se
advirtió,
para
configurar
un evento de fuerza mayor o caso
fortuito.
En efecto, está fuera de discusión que la sociedad demandante, a
partir de octubre de 1997, recibió diferentes comunicaciones –se
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dice- de grupos al margen de la ley –específicamente de naturaleza
subversiva-, a través de las cuales la conminaban a entregarles
diferentes sumas de dinero; tampoco se controvierte que en febrero
de 1998, fue colocado un petardo en una de sus instalaciones de
Medellín, al que le siguieron otros requerimientos de dichas
organizaciones, en los que advertían a la empresa y a sus
directivos, de las consecuencias negativas que traería la falta de
atención de las peticiones que les formulaban. Es igualmente claro
que el Tribunal concluyó, rectamente, que la sociedad demandante
adoptó diversas “medidas de seguridad que llevó a efecto y que le
costaron varios cientos de millones de pesos” (fl. 41, cdno. 4), entre
ellas, el “incremento de vigilancia y contravigilancia, blindaje de
puertas, circuito cerrado de televisión..., adquisición de aparatos
detectores de metales para la revisión de paquetes y verificar su
contenido”, amén de habilitar provisionalmente “las casas de
habitación de algunos empleados como oficinas”, y trasladar,
también de forma temporal, algunos directivos a Bogotá, según lo
aseveraron la mayoría de testigos (fl. 33, cdno. 4). Estos aspectos,
entonces, son pacíficos.
El error del Tribunal radica, pues, en no haber advertido que, según
la misma prueba a la que hizo alusión, así como otra en la que no
paró mientes, esa repentina situación de amenaza y de peligro no
podía ser consideraba como hecho irresistible –con independencia
del carácter imprevisible que el Tribunal le otorgó y que la censura
no examina y que, ad laterem, podría tildarse por lo menos de
discutible-, habida cuenta que la demandante no se vio absoluta o
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definitivamente imposibilitada para atender sus compromisos
contractuales con Inversiones Gruval S.A., como se requería, por
no haber podido eludir los efectos de esas amenazas, en la medida
en que, según emerge de la prueba recaudada, aquella adoptó una
serie de medidas de seguridad para conjurar esos peligros, las
cuales resultaron exitosas, lo que devela que los hechos eran
superables, como en efecto lo fueron, por manera que ellos no
podían determinar la conducta del arrendatario, entre otras
consideraciones más.
Es así que el Tribunal omitió apreciar que el testigo Juan Carlos
Llano Gil, administrador del edificio, precisó que, fuera de un
“asalto” que hizo un ladrón “en los años 94 o 95”, no se ha
presentado “ningún otro, ni de esa fecha hacia acá, ni de esa fecha
hacia atrás”, agregando que “el edificio está funcionando desde
el año 94 y gracias a Dios a la fecha no hay ningún evento
trágico que lamentar”. Más adelante, al preguntársele si Helados
La Fuente S.A. continúa operando, contestó que “sí, se que ellos
siguen trabajando en la ciudad de Medellín puesto que como
administrador del Edificio me ha tocado llamar a solicitar
certificados de retefuente y contestan de la empresa de Helados La
Fuente; adicionalmente hasta figuran en el directorio telefónico de
la ciudad de Medellín y se que en las oficinas que ellos ocupan que
quedan cerca de la mayorista tienen vehículos que guardan y
distribuyen sus productos...” (se resalta; fls. 3 vto. y 4, cdno. 3).
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Por su parte, el señor Jorge Iván Díaz, quien trabajó como vigilante
de la edificación donde la sociedad demandante tenía sus oficinas,
al ser interrogado –en mayo de 1999- sobre actos terroristas o
hechos delictivos que se hubieren presentado en las instalaciones,
declaró que “no, por el último año no” (fl. 7 vlto., cdno. 3). En el
mismo sentido testificó Matilde Henao Salazar, arrendataria de un
local del primer piso del edificio, pues manifestó que “allá nunca ha
sucedido nada ni he notado que pase algo” (se subraya; fl. 8
vlto., ib.).
Más aún, el Tribunal fragmentó los testimonios de Gloria Luz
Cepeda, Nancy Janeth Gunther Camacho, Hernando De Jesús
Arango, Luis Fernando Osorio, Gloria Patricia Isaza, Guillermo León
Piedrahita y Rodrigo Sánchez, quienes manifestaron que, “al
principio –la situación- fue de mucha incertidumbre, miedo, hubo
gente que se enfermó de los nervios, se volvió histérica..., pero
después de que regresamos fue más calmado, con mucha tristeza
porque nos teníamos que ir” (se resalta; Cepeda; fl. 2, cdno. 2); que
en Medellín continúa funcionando “la regional de ventas que es
donde se le venden los productos a los distribuidores o fleteros para
la región de Antioquia” (Gunther; fl. 4, ib.), “instalaciones ubicadas
sobre la Autopista Sur, adyacentes a la mayorista”; que “desde
febrero sino estoy mal que empezaron a funcionar en esta sede (es
febrero de 1999), no tengo conocimiento de amenazas o actos
terroristas contra estas nuevas instalaciones, sin embargo la firma
Helados La Fuente continuó adoptando las mismas medidas de
seguridad que tenían adoptadas en las instalaciones que tenían a
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un lado de la U. De A.” (Arango; fl; 12, ib.); que dicha sociedad no
ha clausurado sus operaciones comerciales en Medellín, pues “se
ha operado en las mismas condiciones” (Osorio; fl. 13 vlto., ib.); que
“este problema se vivió en carne propia por más o menos dos
meses a dos meses y medio, y se vino a normalizar cuando nos
cambiamos de sede o sea en la regional, es decir nos fuimos para
Itagüí, ya que era más seguro” (se resalta; Isaza; fl. 15 vlto., ib.);
que en las oficinas localizadas en el Edificio Gruval, “petardos no
hubo, sólo se que hubo amenazas por teléfono” (Cepeda,
Piedrahita y Sánchez; fls. 2 vlto., 17 vlto. y 40 vlto., ib.).
Si el Tribunal hubiera apreciado estas pruebas, en su real contenido
–y no simplemente en forma parcial-, habría podido concluir que,
pese a las amenazas y atentados terroristas de que fue objeto
Helados La Fuente S.A., que no se desconocen, claro está, ellas no
impidieron que la empresa continuara sus labores en la ciudad de
Medellín. De igual forma, que en las oficinas que tenían arrendadas
a la sociedad demandada en el Edificio Gruval, no se presentó
ningún acto delictivo vinculado a esos hechos, y lo que es más
importante, que para la época en que la arrendataria decidió
terminar el contrato de arrendamiento (mayo de 1998), la situación
ya se había “calmado”; que habían cesado las amenazas y que las
medidas de seguridad, en todo caso, continuaron implementándose
con éxito en las nuevas instalaciones de la Regional de la empresa
en dicha ciudad.
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Lo anterior pone de presente que, sin desconocer la gravedad de la
situación que enfrentó la sociedad demandante, ella, en el caso en
particular, no tuvo la virtualidad de imposibilitar u obstruir, en
términos absolutos o definitivos, a la arrendataria para atender sus
obligaciones para con la sociedad arrendadora, sin que los
temores, por fundados que hayan sido, la Corte no los pone en
duda, constituyan en el sub lite motivo suficiente para autorizar el
rompimiento unilateral o, en su caso, la terminación judicial del
vínculo contractual, habilitación que tampoco se puede encontrar en
el hecho de haber resultado más onerosa –o gravosa- la situación
para el arrendatario, como consecuencia de unos hechos que, con
independencia de su entidad para configurar otras tipologías como
la llamada teoría de la imprevisión, no constituyen fuerza mayor o
caso fortuito, en cuanto de ellos no puede predicarse que sean
claramente irresistibles, por lo menos en este particular caso y por
las condiciones en que se presentaron, ya recreadas por esta Sala.
Cabe resaltar que el Tribunal también pasó por alto un hecho que,
en sí mismo considerado, constituye elocuente muestra de que las
amenazas y peligros que enfrentó la sociedad demandante, no le
impedían,
en términos
absolutos, el cumplimiento de las
obligaciones que contrajo en virtud del contrato de arrendamiento
que celebró con Inversiones Gruval S.A. Se trata de la
comunicación de 15 de mayo de 1998, dirigida por el representante
legal de Helados La Fuente S.A. a su arrendador, en la que
reconoce que la razón fundamental por la que “nos veíamos en la
obligación de dar por terminado el contrato de arrendamiento”, era
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“la falta de seguridad que nos proporcionaba” el inmueble
arrendado, dada la situación de anormalidad que se había
generado, a raíz “de un atentado en las instalaciones situadas en la
calle 65 número 55-26 de Medellín” (fls. 17 y 18, cdno. 1).
Si el Tribunal se hubiere detenido a apreciar este documento,
habría podido concluir, como ya lo anunciaban las pruebas antes
reseñadas, que el inmueble que fue objeto de un acción armada
contra legem, fue otro distinto del arrendado por la sociedad
demandada; e igualmente, que la razón principal para finiquitar el
negocio arrendaticio, radicó en que, a juicio del arrendatario, el bien
arrendado no era lo suficientemente seguro –muy a pesar que la
mayoría de testigos, como se apuntó, destacó la suficiencia de las
medidas adoptadas por la empresa-.
6.
En síntesis, el Tribunal supuso que la sola ocurrencia de las
amenazas y atentados a la sociedad arrendataria, constituían vis
maior, sin advertir que por la posibilidad cierta y eficaz que ella tuvo
de enfrentar la injusta y antijurídica agresión, según emerge de las
pruebas, estaba demostrando que la alegada imposibilidad era de
carácter relativo y, por ende, inidónea para configurar el caso
fortuito o la fuerza mayor, de suyo exigente en su configuración,
como se reseñó. Desde luego que esa equivocada intelección del
material probatorio censurado, llevó al sentenciador a incurrir en
manifiestos y evidentes errores de hecho, con plena aptitud para
desconocer la ley sustancial, por aplicación indebida del artículo 1
de la ley 95 de 1980.
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4.
Puestas de este modo las cosas, se impone abrirle paso a la
censura, circunstancia que impone dictar sentencia sustitutiva.
Con este propósito, baste decir que los argumentos que han
quedado expuestos para casar la sentencia del Tribunal, son
suficientes para confirmar el fallo desestimatorio de primera
instancia, en el entendido, según se explicó, que los hechos
alegados por la sociedad demandante para ponerle fin al contrato
de arrendamiento celebrado con la sociedad demandada, no son
constitutivos de fuerza mayor o caso fortuito, cuya procedencia no
es, no puede ser, ni generalizada, ni mecánica, como ya se
mencionó, pues exige un escrutinio individual y sopesado de cada
situación.
DECISION
Por el mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, Sala de
Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y
por autoridad de la ley, CASA la sentencia de fecha y procedencia
preanotadas y, en sede de instancia, CONFIRMA la sentencia
recurrida en apelación, esto es, la emitida por el Juzgado Undécimo
Civil del Circuito de Medellín el 19 de noviembre de 1999.
Condénase en costas de segunda instancia a la sociedad apelante.
Sin costas en el recurso de casación.
Cópiese, notifíquese y devuélvase al tribunal de origen.
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EDGARDO VILLAMIL PORTILLA
MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ
JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
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SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE
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