Las Leyes de Reforma: su actualidad Ministro Sergio A. Valls Hernández Traslados de sentenciados y sus derechos Organización Editorial Mexicana 19 de enero de 2012 En la Suprema Corte, la semana pasada nos ocupamos del amparo promovido contra el acto de autoridad consistente en el traslado de un recluso de un centro de readaptación social ubicado en Zacatecas, a otro en Veracruz, ordenado por el Comisionado del Órgano Administrativo Desconcentrado, Prevención y Readaptación Social, que depende de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, encargado de la administración penitenciaria. El derecho dilucidado en este amparo y en otros más similares, fue si una persona privada de su libertad por sentencia de autoridad judicial tiene derecho de purgar su condena en una prisión cercana a su domicilio. Conviene precisar que, en este caso, no se hacía referencia a privación de libertad en prisión preventiva, arrestos administrativos o arraigos de delincuencia organizada. El sentenciado no pertenecía al crimen organizado; había cometido un delito federal, pero purgaba su pena en una prisión estatal cercana a su domicilio del que la autoridad penitenciaria federal lo reubicó para situarlo en un penal federal alejado. El asunto implicó la interpretación del penúltimo párrafo del artículo 18 de la Constitución, que dice: "los sentenciados en los casos y condiciones que establezca la ley, podrán compurgar sus penas en los centros penitenciarios más cercanos a su domicilio". El Pleno de la Corte, por una contundente mayoría, acordó conceder el amparo al prisionero trasladado, en virtud de que concluyó la violación directa al Artículo 18 constitucional. El Pleno interpretó que dicho precepto establece un derecho a favor del sentenciado que, como todos los derechos, puede ser objeto de restricciones, pero que éstas no pueden ser arbitrarias. El caso reviste un especial interés porque puede ser analizado desde diferentes ángulos. Me interesa destacar hoy en este comentario de El Sol de México cómo la Suprema Corte, en un ejercicio responsable e institucional, protege los derechos de los gobernados, particularmente de los más débiles. En nuestro país existen grupos sociales que, por circunstancias diferentes para cada uno, resultan especialmente vulnerables al ejercicio del poder del Estado, porque su influencia política es simplemente nula. Así por ejemplo, los migrantes, que no participan en la elección de los integrantes de los poderes Ejecutivo y Legislativo del Estado nacional por donde transitan, y por la misma razón tampoco les pueden exigir cuentas de sus omisiones en el tratamiento de sus problemas. Los migrantes, explicablemente, se esconden para evitar a la policía y a las autoridades migratorias, lo que de hecho les suele excluir también de ejercer derechos humanos de fuente internacional. Este colectivo no resulta de particular interés para los políticos que aspiran a cargos de elección popular ni para sus partidos, porque no gozan del derecho de voto. Por ello, la mejor protección de los migrantes reposa en el Poder Judicial y en la CNDH, que responden a estímulos diferentes a los que mueven a los poderes Ejecutivos y Legislativos en el ámbito federal y estatal, y a los partidos políticos. En situación similar se ubican quienes se encuentran privados de su libertad, cuyos derechos a votar y ser votados se suspenden. Esto contribuye a un escenario en donde los presos parecieran ser invisibles una vez que franquean el muro de la prisión. Hasta antes de la reforma constitucional de 2008 que crea la figura de los jueces de ejecución que sustituirán a la autoridad administrativa en la supervisión de la penas que cumplen los sentenciados -y la reforma más reciente que introduce el concepto de derechos humanos y sus garantías-, los poderes Ejecutivos federal y de los estados tenían el control absoluto de la supervisión de la extinción de las penas, lo que les permitía mover a un prisionero de un centro penitenciario a otro por razones de administración. Si bien a la luz de las reformas constitucionales no se pueden desconocer las razones de la administración para eficientar el trabajo y reducir el costo para los contribuyentes, o las medidas tendientes a aliviar el problema del hacinamiento de las prisiones, las citadas reformas constitucionales obligan a hacerlo de la forma menos intrusiva posible con otros derechos que los sentenciados siguen gozando. ¿Acaso cesan todos los derechos humanos de una persona que es sentenciada a purgar una pena de prisión? ¿Cuál es el sentido de la privación de la libertad? A la primera pregunta, la respuesta, como se manifestó en el Pleno de la Corte, es no. Se suspenden los derechos de un sentenciado o se restringen en la medida necesaria para que se cumpla el objeto que busca la privación de la libertad. El más evidente es desde luego el derecho a la libertad de circulación. Pero para reducir el goce de los demás derechos deberá llevarse a cabo un ejercicio de ponderación para cada caso. Más aún si consideramos que pueden haber implicaciones para el goce de los derechos de terceras personas, como los niños, que sufren la ausencia del padre o la madre que está en prisión, y que además están económicamente impedidos para acudir a la visita si el prisionero purga su sentencia en una penal lejano al domicilio. Los niños tienen derechos, y la familia y su unidad también constituyen un derecho a considerar en el traslado de los sentenciados que refuerza lo que ya establece como derecho fundamental el penúltimo párrafo del artículo 18 de la Constitución. De ahí que sea necesario hacer ponderaciones entre derechos en tensión. Nadie discute que un sentenciado deba purgar su sentencia en reclusión, pero puede hacerlo en un radio geográfico asequible para que mejoren las posibilidades de reinserción social del sentenciado, así como para que la familia no se vea fracturada por un elemento adicional de tensión que puede ser evitado por el Estado. *[email protected]