El arrepentimiento conduce al perdón

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El arrepentimiento conduce al perdón
Por el presidente Spencer W. Kimball
Adaptación de un mensaje dado a los
alumnos de la Universidad Brigham Young el 4 de mayo de 1954
Una joven pareja tocó a la puerta de la casa de su obispo. Éste, que
estaba solo en casa, les invitó a pasar. La voz gruesa y agradable del
joven era precisamente la que se espera de un hombre alto y
deportista como él.
Lo acompañaba una hermosa señorita de cabellera negra y brillante,
figura esbelta y cara agraciada. Una vez sentados todos, el joven
empezó a hablar con voz baja y titubeante: "Hemos violado la ley de
castidad. Estamos muy afligidos y pensamos que teníamos que acudir a usted".
Después de un breve silencio, la señorita dijo: "Yo creía que jamás cometería este
pecado. He escuchado en la Iglesia que el besuqueo y las caricias impúdicas son
pecados, pero no le di mucha importancia".
El obispo escuchaba sin interrumpir.
El joven tomó de nuevo la palabra. "Aquella vez que fuimos a la feria era una ocasión
muy especial, pero fue el principio de nuestras dificultades. Cuando fui por ella aquel
día, pensaba que no había ninguna mujer más dulce y más bella. Después de pasear, nos
quedamos un rato juntos antes de que ella entrara a su casa, y empezamos a besarnos y
a acariciarnos.
"De repente, y casi sin darnos cuenta de lo que pasaba, estábamos acariciándonos
demasiado íntimamente. Después, seguimos acariciándonos de este modo cada vez que
nos reuníamos. Nos decíamos que no había nada de malo en ello puesto que nos
pertenecíamos el uno al otro.
"Siguió empeorándose la situación, hasta que finalmente sucedió el terrible
desenlace. Nunca creímos llegar a eso y sólo después del hecho empezamos a darnos
cuenta del grave error. Nos aborrecíamos a nosotros mismos. Ella sugirió la oración,
pero yo le dije que no me sentía digno. Quería esconderme del Señor y de todo el
mundo".
El obispo meditaba profundamente, orando con fervor para que el Señor le inspirara.
Parecía que querían hablar y disipar su tristeza.
"Estoy tan avergonzada", dijo ella. "Después de lo ocurrido me aborrecí a mí misma.
Me quedé pensando, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Aquella noche no pude dormir.
Me sentí sucia; me bañé de nuevo, me lavé el cabello, me puse ropa limpia. Sin embargo
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aún me sentía sucia. Me daban ganas de esconderme. Me asombraba verme tan triste y
avergonzada. Otras personas habían cometido esta horrible falta y al parecer no se
afligían. No se veían preocupados, y sin embargo, yo..."
Luego guardaron mucho silencio, muy juntos, esperando. El obispo seguía meditando.
Su corazón sollozaba por ellos. "Padre, te ruego que me bendigas para que yo pueda
ayudarles", decía en silencio.
"¿Podemos llegar a ser perdonados?" preguntaron.
"Sí", respondió, "el Señor y Su Iglesia pueden perdonar, mas no fácilmente. "El camino
del pecador es arduo". Siempre lo ha sido, siempre lo será. El Señor mismo dijo: 'Te digo
que no saldrás de allí, hasta que hayas pagado aun la última blanca' (Lucas 12:59).
"Sin embargo, Dios, en su bondad, proveyó para nosotros un camino hacia el perdón.
Uno puede quebrantar las leyes, pero no puede eludir el castigo. Dios es justo. Pablo
dijo: 'No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará' (Gálatas 6:7).
"Por grave que sea lo que ustedes han hecho, existe el perdón si se arrepienten
completamente. El Señor ha dicho: 'He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es
perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más' (D. y C. 58:42).
"También prometió: 'Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana' "
(Isaías 1:18).
El joven habló con una voz de esperanza:
"¿Cómo nos arrepentimos?"
El obispo respondió: "Ustedes deben darse cuenta de la gravedad del error. Hay
pecados que no pueden perdonarse, pero por fortuna la mayoría si. Derramar sangre
inocente y negar el Espíritu Santo son ambos imperdonables. Ninguno de ustedes ha
cometido el pecado contra el Espíritu Santo, pues eso requiere más conocimiento que el
que ustedes tienen. Ninguno ha cometido un asesinato, y por tanto, podemos decir que
cada pecado que hayan cometido puede ser perdonado.
"Después de los pecados imperdonables siguen los pecados sexuales. Algunos de
éstos, pueden cometerse contra uno mismo y algunos contra otra persona; la
conciencia le dice a uno cuando está cometiendo este pecado. Estas prácticas profanas
son condenadas por el Señor y por su Iglesia. Algunos pueden ser más graves que otros,
pero todos son pecados. Los profetas del Señor declaran que éstos no son normales.
Algunas personas mundanas pueden decir que las experiencias sexuales premaritales no
son malas, pero el Señor y la Iglesia las condenan. Cualquier relación sexual fuera del
matrimonio es un error. Estas prácticas perversas fueron condenadas por los profetas
antiguos y actualmente son condenadas por la Iglesia.
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"El pecado que ustedes cometieron es un error. y el Señor considera a los dos
responsables. No pueden culpar a nadie más que a ustedes mismos. Culpar al Señor por
nuestros pecados, aduciendo que son inherentes y no se pueden controlar, es vano y
débil. Culpar a nuestros padres y progenitores de nuestros pecados es el vicio del
cobarde. Los padres de una persona tal vez no le hayan enseñado, quizás el ambiente
que la rodeó haya sido malo, pero como hijos e hijas de un Dios viviente tenemos
dentro de nosotros el poder de superar las circunstancias, de cambiar nuestras vidas.
Seremos castigados por nuestros pecados. Debemos aceptar que somos responsables.
Debemos controlarnos y dominarnos".
La hermosa joven dijo entonces: "Sabíamos que lo que hicimos está mal, pero no
entendíamos su verdadera gravedad".
"Lo comprendo", respondió el obispo. "Es por eso que lo he explicado. Algunas
parejas piensan que cuando están de novios o llegan a comprometerse, pueden hacer
cosas que antes no podían hacer. Descuidan sus normas. Fácilmente se permiten las
caricias impúdicas y los besos apasionados. Es una peligrosa práctica que conduce hacia
otras dificultades. Esa intimidad y besuqueo apasionados son seguramente el pecado
condenado por el Salvador: 'Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.
" 'Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró
con ella en su corazón' (Mateo 5:27, 28).
"En este sentido, las caricias íntimas y besuqueos apasionados son como el adulterio.
El Señor reconoció que este pecado es artimaña del diablo para conducirnos hacia los
actos finales del adulterio. ¿Será posible que una persona a la luz de las Escrituras del
Señor participe en estos actos con una conciencia clara? ¿Puede alguien convencerse de
que no es un pecado grave?"
La joven pareja tenía ahora muchas preguntas que llevaron al obispo a seguir adelante
con su explicación.
"¿Son iguales la fornicación y el adulterio?", preguntaron.
"El pecado sexual se llama fornicación cuando se comete entre personas no casadas y
adulterio cuando se comete fuera del matrimonio. Los dos términos son a menudo
intercambiados en las Escrituras.
"Cuando decimos que los pecados sexuales son perdonables, no queremos decir con
eso que es fácil obtener el perdón. Aun cuando es difícil obtener el perdón, es algo que
se debe hacer. Porque como Pablo dice: 'Ningún fornicario o inmundo, o avaro, que es
idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios' (Efesios 5:5).
"Y Nefi escribe: '...el reino de Dios no es inmundo, y ninguna cosa impura puede
entrar en el reino de Dios; de modo que es necesario que se prepare un lugar de
inmundicia para lo que es inmundo' (1 Nefi 15:34).
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"El Señor manda: 'No cometerás adulterio; y el que cometa adulterio y no se
arrepinta, será expulsado' (D. y C. 42:24)."
El joven entonces preguntó: "¿Expulsado significa excomulgado, ser excluido de la
Iglesia?"
El obispo explicó: "Si el pecador sigue en rebeldía, debe ser suspendido de derechos o
excomulgado. Al suspendido de derechos se le prohibe ejercer su sacerdocio y se le
niegan las bendiciones de la Iglesia, tales como la partidpación de la Santa Cena, los
privilegios del templo y las actividades de la Iglesia. La excomunión le priva totalmente
de toda ligadura. La persona pierde su calidad de miembro, el Espíritu Santo, el
sacerdocio, los sellamientos y todos los privilegios de la Iglesia".
Los jóvenes escuchaban atentamente pero con mucha preocupación, y finalmente ella
preguntó: "¿Entonces no podremos jamás entrar en el reino de Dios?"
El obispo respondió: "No exactamente, ninguna cosa impura puede entrar en el reino,
pero una persona completamente arrepentida deja de ser una persona impura. Un
adúltero totalmente perdonado ya no es un adúltero. Se presume que ya es una
persona libre de inmundicia".
La hermosa pareja se había decidido. Estaban listos para cumplir con cualquier
requisito sin importarles lo difícil que pudiera ser. Se acercaron más el uno al otro y
preguntaron: "Obispo, ¿qué tenemos que hacer?"
El obispo continuó: "Parece que el arrepentimiento comprende cinco pasos:
1. Aflicción por el pecado.
2. Abandono del pecado.
3. Confesión del pecado.
4. Restitución por el pecado.
5. Hacer la voluntad del Señor.
1. Aflicción por el pecado
Cuando estamos completamente conscientes de la gravedad del error que hemos
cometido, decidimos de todo corazón hacer lo que sea necesario para librarnos de los
efectos del pecado. Nos afligimos grandemente. Estamos dispuestos a aceptar el
castigo, a sufrir aun la excomunión si fuere necesario. Pablo escribió: "Porque la tristeza
que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que
arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte" (2 Corintios 7:10).
"Si uno se entristece sólo porque alguien descubrió su pecado, su arrepentimiento no
está completo. La tristeza que es según Dios motiva a uno a querer arrepentirse, aun
cuando no haya sido descubierto por otros, y lo conduce a tener la determinación de
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hacer lo correcto sin importarle lo que ocurra. Esta clase de tristeza produce justicia y
ayudará a lograr el perdón.
2. Abandono del pecado
Es mejor que uno deje de pecar porque se da cuenta de la gravedad de su pecado.
Entonces tendrá el deseo de cumplir con todas las leyes de Dios. El ladrón tal vez
abandone su maldad en la cárcel, pero el verdadero arrepentimiento lo impulsaría a
abandonarlo antes de su arresto y devolver voluntariamente lo que ha robado. El
pecador sexual que voluntariamente abandona su pecado se encamina hacia el perdón.
Alma dijo: 'Benditos son aquellos que se humillan sin verse obligados a ser humildes'
(Alma 32:16).
"El abandono del pecado debe ser permanente. El verdadero arrepentimiento no
permite volver a cometer el mismo pecado. Pedro dijo: 'Ciertamente, si habiéndose ellos
escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador
Jesucristo, enredándose otra vez en ellas... mejor les hubiera sido no haber conocido el
camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo
mandamiento... [como] el perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el
cieno' (2 Pedro 2:20-22).
"El Señor ha dicho: Id y no pequéis más; pero los pecados anteriores volverán al alma
que peque' (D. y C. 82:7).
"El Salvador dijo a la adúltera sorprendida en el acto de pecar: 'Vete, y no peques más'
(véase Juan 8:11).
"Y Pablo: 'El que hurtaba, no hurte más' (Efesios 4:28).
3. Confesión del pecado
"La confesión del pecado es una parte importante del arrepentimiento. Parece que
muchos pecadores creen que algunas oraciones al Señor son todo lo que se necesita.
De este modo se disculpan y ocultan sus pecados. Salomón hizo la observación: 'El que
encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia' (Proverbios 28:13).
"El Señor dijo: 'Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí,
los confesará y los abandonará' (D. y C. 58:43).
"Especialmente los pecados serios tales como los sexuales se deben confesar al
presidente de rama o al obispo así como también al Señor. Hay dos perdones que uno
podría desear tener. Primero, el de la Iglesia del Señor mediante sus líderes correspondientes, y segundo, el perdón del Señor.
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"Tan pronto como se tenga la convicción firme de haber pecado, se debe acudir al
Señor en 'ferviente oración' como lo hizo Enós (Enós 4) y no dejar de orar hasta que,
como Enós, se reciba la segundad de que sus pecados han sido perdonados. No es
lógico que Dios perdone los pecados que son graves después de unas cuantas oraciones. Lo más probable es que espere hasta que haya habido un largo y duradero
arrepentimiento demostrado por la disposición de vivir todos los mandamientos.
"El Señor tiene un plan lógico y ordenado. A cada alma le es dado un presidente de
rama o un obispo quien, por motivo de su llamamiento y ordenación, es un 'juez en Israel'
(D. y C. 58:17). El obispo puede ser el mejor amigo en la tierra, escuchará los problemas,
juzgará su seriedad, determinará el grado del arrepentimiento de la persona y decidirá si
garantiza, el consiguiente perdón. Él lo hace como el representante terrenal de Dios. Si el
arrepentimiento es suficiente, puede no designar castigos, lo cual es llamado algunas
veces perdón. Cuando uno habla con el presidente de rama o con el obispo, sabe que él
no dirá nada a nadie de lo que las personas involucradas le hayan dicho, a menos que se
requiera la acción disciplinaria.
4. Restitución por el pecado.
"Cuando uno es humilde en su tristeza, se aparta completamente del pecado y
confieza a las personas asignadas por el Señor, debe luego restaurar cuanto antes
aquello que ha dañado. Si ha robado, debe devolver al legítimo propietario lo que le fue
robado. Quizás la única razón por la que no se perdona el asesinato es que habiendo
quitado la vida, el asesino no la puede restaurar. Una restitución completa es imposible.
Tampoco es posible devolver la virtud robada.
"Sin embargo, la persona verdaderamente arrepentida, por lo general encontrará
medios adecuados para reparar su falta hasta cierto grado. El verdadero espíritu de
arrepentimiento lo requiere. Moisés enseñó: 'y por aquella oveja cuatro ovejas' (Éxodo
22:1).
"El que pida perdón debe también perdonar a los que pecaren contra él. El Señor no
está obligado a perdonarnos a menos que nuestro corazón esté libre de todo odio y
rencor en contra de todos los demás,
El Padre Nuestro aclara esto:
"Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino.
Hágase lu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el
reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén" (Mateo 6:9-13).
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5. Hacer la voluntad del Señor
"EI Señor, en el prefacio de Doctrinas y Convenios, nos dio el quinto requisito y uno
de los más difíciles para obtener el perdón. El dice: 'Porque yo, el Señor, no puedo
considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia. No obstante, el que se
arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado' (D. y C. 1:31,32),
"La persona arrepentida debe empezar con la tarea interminable de guardar los
mandamientos del Señor. Es obvio que no es posible hacer esto en un día, una semana o
un año, sino que debe perseverar el resto de su vida. 'Si haces lo bueno, sí, y te conservas
fiel hasta el fin, serás salvo en el reino de Dios" (D. y C. 6:13).
"Cuando alguien realiza buenas obras, estas son evidencias de su arrepentimiento.
Jesús expresó este pensamiento: 'Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas
de los espinos, o higos de los abrojos?
'No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
'Así que, por sus frutos los conoceréis' (Mateo 7:16, 18,20).
"El Señor dijo: 'Mas al que haya cometido adulterio, y se arrepienta de todo corazón,
y lo deseche, y no lo haga más, lo has de perdonar' (D. y C. 42:25),
"Ahora bien, la frase 'de todo corazón' es vital. No puede haber retroceso. Si el
pecador deja de pagar sus diezmos, falta a las reuniones, quebranta el día de reposo, o
falla en sus oraciones y en otras responsabilidades, no está completamente
arrepentido. El Señor sabe, como también la persona, el grado de aflicción en el
arrepentimiento, y su perdón será tan grande o tan pequeño como la persona lo
merezca. Dios es justo. Fingir el arrepentimiento o engañar no hace ningún bien, pues
lanto el transgresor como el Señor pueden reconocer un arrepentimiento falso o
limitado. Uno puede engañar a veces a otras personas, pero no puede engañarse a si
mismo ni al Señor.
"Santiago indicó que cada buen acto, cada testimonio, cada esfuerzo misional, cada
ayuda que se da a los demás es como un manto que cubre los propios pecados de uno,
o como un depósito en contra de un sobregiro en el banco: 'Hermanos, si alguno de
entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver... el que haga
volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud
de pecados' (Santiago 5:19, 20).
"Así es que, amados jóvenes, para obtener el perdón del Señor y de su Iglesia uno
debe: (1) darse cuenta de la gravedad del pecado y orar con mucha humildad y tristeza,
(2) abandonar el pecado y no repetirlo, (3) confesar el pecado al obispo o a otra
autoridad de la Iglesia, (4) restaurar hasta donde sea posible aquello que fue dañado y
(5) vivir todos los mandamientos del Señor.
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"Y cuando se haya orado lo suficiente, ayunado lo suficiente, sufrido lo necesario, y
cuando el corazón esté bien, se puede esperar que venga el perdón y con él aquella
gloriosa paz que sobrepasa todo entendimiento."
La pareja y el obispo se arrodillaron, y cada uno oró sinceramente. La joven pareja,
humilde, arrepentida y determinada, expresó su agradecimiento y tomados de la mano
se despidieron.
Que Dios os bendiga a lodos, jóvenes hermanos que podáis ver con vuestros propios
ojos, y escuchar con vuestros oídos, y comprender con vuestros corazones y protegeros
de los pecados del mundo. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
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