cortar el viento

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CORTAR EL VIENTO
Por Francisco Oscar Famá.
Velocidad: Sobre motos y motoqueros
MENEAR EL CULITO
Un día el equilibrio se transforma en un problema. El bípedo
que somos no se sostiene bien sobre sus dos piecitos. No se
sabe si es la columna, el trabajo del día, el peso de los
afectos, el de las ausencias, pero algo se tuerce. Si no
meneás un poco la colita, te vas al piso. Para evitar eso,
mejor entrás en velocidad. Te subís a la moto y ahí te quiero
ver. El cuerpo se vuelve onda, curva, aceleración y riesgo: “A
cierta velocidad, se piensa de otra manera. La “crucero” es la
más cómoda, te conectas directo al fierro, uno mismo es la
carrocería del bólido de dos ruedas. El viento choca el cuero
y abre a la aventura. Todo el universo conectado a la pasión.”
Es como si el lenguaje ya no encontrase sitio dentro del
cuerpo. No hay tiempo para ordenarlo en la boca, la cabeza
está llena de ruido y los órganos no saben de gramática. No
queda un solo espacio donde nacer la palabra: “A cierta
velocidad, ya no hay espacio para la frase. Al duplicar “la
crucero” ves tu vida en uno, dos, tres, cuatro, cinco
segundos. Si no bajas, te apagás.” Pero, aun así, aun con la
palabra apagada, el cuerpo piensa: “El miedo, el vértigo, el
placer y el goce. Cuando montás el caballo de fierro, te
incorporás al cuadro, al extremo del cristo (*), pies en los
estribos, las rodillas se ajustan en el omóplato del tanque,
nalgas sentadas manejan el equilibrio, el corazón imparte
adrenalina y los ojos, atentos en el camino. El cerebro: bien,
gracias, disfrutá el momento, despejá lo oscuro”.
EL LOQUITO QUE SALE A PIQUE
Hasta acá la velocidad singular a la que cada quien guste
acelerar. Pero, como en todo, están los otros. Y te cruzan, te
siguen, te proponen, te extorsionan, te impiden, te habilitan.
Y siempre hay un loquito que sale a pique y se pierde solo.
Insisto: como en el amor, en la amistad, como en la
camaradería, es difícil encontrar con quién y es difícil
regular las dos velocidades. Porque si ella quiere irse a
vivir con vos y te acelera de esa forma, te manda a la
banquina. O vos a ella. Y es una pena, venía bien la cosa.
Pero derrapó. Y si va muy lento, uno no tiene tanta vida por
delante como para esperarla en cada esquina. Poné segunda,
flaca. Y no quiere, no puede. Y es el vacío del desencuentro.
Una vez más, el desierto de la velocidad que acelera contra el
horizonte. Y, en la distancia, no queda nadie.
Ahora, a decir verdad, la soledad no es nada. Resulta casi una
chance para empezar de vuelta cuando, al fondo del camino, el
loquito te cruza la moto y- con él – viene ella. La muy puta
no repara en diferencias ni en similitudes. Trabaja para el
tipo de los sepelios, para el fabricante de mortajas. Y se
maneja solo por interés. Si vos no regulás la aceleración, la
picada la cuenta otro.
EN PAREJAS: EL PIQUE DEL INFIERNO.
Después del almuerzo entre conocidos moteros, viene la bajada
del puente hasta el peaje. Como límite, se dibuja una recta
que invita a quienes deseen demostrar coraje. Una carrera al
destino de cada quien. Se arman parejas para el pique del
infierno. Cabeceo, pulgar arriba y a correr.
Velocidad, al límite.
Dos encuentran el tope a 190 km/h. Otro par viene
240 km/h, uno de ellos esquiva un obstáculo, se abre
mal y embiste al Tornado, que paseaba a 90/80 km/h.
un poste en el camino. Lo atropella y el que venía
los encuentra como ventiladores en el piso.
cortado a
demasiado
Es decir,
más atrás
Embiste.
Vuela a tres metros de alto.
Cae, su moto se parte.
Después, tres muertos.
La viuda de uno, considerado “mejor piloto”, cuenta: “Salía
siempre con sus amigos. Un día cobramos unos pesos y me dijo,
muy suelto de cuerpo, dejame cambiar la moto. No sé qué cara
puse, él tomó el dinero y, en la semana, apareció con una
moto, no sé qué marca, cilindrada y modelo. Yo me indigné, en
silencio. Él salía a probar la moto cada vez que venía del
mecánico. Cuando creyó que estaba lista, decidió mandarse a la
ruta con un amigo. No recuerdo cuánto tiempo pasó desde que se
despidió de mí hasta el llamado a mi celular de un número
extraño. La policía me comunicaba el accidente.” La mujer se
repliega un instante sobre su memoria. Desacelera. El cuerpo
está tan quieto, que toda su silueta parece haberse muerto un
ratito. Desesperaciones quietas de los vivos al aproximar a
los muertos. De pronto, la palabra la devuelve al transcurso:
“Ahora, con el tiempo, lo veo: quien murió era un niño, quiso
tener lo que nunca había tenido. Y qué poco lo disfrutó”.
Niños así, el reverso de la niñez.
SOY EL VIENTO, SOY EL HURACÁN (PERO NO COMO VIDRIO)
“Comencé con una Norton 500, la misma del Che, aprendí a
usarla en la ciudad. Escuchaba a un tío que me decía: “el
paragolpes es uno mismo”, “sos parte de la carrocería”, “usá
campera de cuero” y cosas por el estilo. Un
día salí a la ruta y la sensación fue:
aferrate a la moto, nada de picadas, no
tengo que demostrar destreza ni potencia de
motor. A nadie tengo que demostrar nada.
Caminos nuevos me esperaban. El viaje como
experiencia iniciática. Una cartografía de
espacios, donde la libertad falta. Es como si la moto abriera
el surco y prometiera: “después voy a volver, para la
siembra.”
MEMORIAS DE UN MOTERO
Yo también soy parte. El destino me llevó a la Ciudad de Azul,
a una plaza. Allí, en la esquina, se juntaban moteros a
conversar sobre fierros. Salíamos a dar vueltas de perros por
la ciudad. Formamos el primer grupo de
viaje. Íbamos a pueblos cercanos hasta
que nos animamos hacia Tandil. Equipados
para acampar, ganamos la ruta. Ocho, en
total. En parejas y separados a cinco
segundos de frenado o más, el camino fue
nuestro. Prolijos hasta para pasar a un vehículo: todos en
filita india, muy ordenados.
La ruta sinuosa me llenó de paz y de esa sensación de ser
responsable de mi vida. Se me hinchó el pecho de otro aire.
Paz: el abrazo al la creación. La velocidad la lleva la moto,
yo disfruto a pleno el paseo. Encontramos un lugar cerca de
las sierras donde armamos las carpas. Compartimos desde la
mateada, hasta el asado, el fogón, la guitarreada y las
anécdotas.
MUSEO MÓVIL DE MOTOS
Con el paso del tiempo, las agrupaciones no solo se juntan a
comer un rico cordero asado a la cruz, también usan las motos
para entrar por los caminos rurales, donde se encuentran
escuelas y aprovechan su paso para obsequiar algunos útiles y
conversar con las maestras acerca de sus necesidades. No sólo
eso, fuera del imaginario general acerca de los “moteros”,
estos grupos también organizan peñas, a beneficio. Hay un
estricto calendario.
Encontrarse, entonces, no implica sólo acelerar, también es
bajar un poco los decibeles y mirar el paso de los otros.
Claro, el placer es el punto donde confluyen todas las
actividades de las agrupaciones. El placer de dar, de comer,
de decir y también de contemplar y acariciar el cuerpo de
motos de todos los modelos- tuneadas y cero kilómetro- motos
de todas las cilindradas, de todos los colores. Un placer que
se rodea de un escenario propio: tiendas de ropa y accesorios,
lugares donde acampar, comida rápida, agua para el mate. Los
choripanes previos al religioso asado, la birra, el fernet y
coca.
Rock y blus en vivo.
MOTERO, MOTOQUERO, NO MOTOCICLISTA:
La palabra correcta sería motociclista. Pero, claro, dicen que
motociclistas hay muchos, solo algunos son MoterosMotoqueros.
“Motoquero” es el término acertado y más usado para aquellos
que detentan una actitud y compromiso total con las motos, el
hombre y la máquina. Pasión, espíritu. No importa demasiado la
cilindrada, el modelo. De verdad importa salir a cortar el
viento, flotar sobre la cinta asfáltica. Sin importar el clima
ni la ropa adecuada. Camaradas, rock, blues, birras, asado. Y
repantigarse sobre el suelo panza arriba, de cara a las
incontables estrellas, la luna y los lobos en la carretera.
Acelerar al máximo y desacelerar hasta el mínimo. El viento en
pedacitos y la totalidad de la noche. Y no poner excusas ni
dar explicaciones.
(*) Fierro que cruza los barrales de los amortiguadores
delanteros con el manubrio.
https://www.youtube.com/watch?v=
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