Revolución Juliana

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Revolución Juliana
6° Curso Sociales
En el período 1925−1960 se destacan dos momentos bastante definidos: el uno que va de 1925 a 1948 y el
otro de 1948 a 1960.
El primer momento, que parte de la revolución "juliana" y culmina con el inicio del gobierno de Galo Plaza,
fue un período de la historia ecuatoriana que estuvo marcado, al menos en sus primeros lustros, por la
preocupación colectiva respecto de los problemas sociales, por la persistencia de la recesión económica, por la
reorientación productiva, la agitación social y la inestabilidad política. En el segundo, se viviría un relativo
clima de tranquilidad social y estabilidad económica y política, resultado, en mucho, de las prósperas
condiciones creadas por el auge bananero. De todas formas, en gran parte del período, los ecuatorianos
vivieron turbulentas y traumáticas experiencias como la misma juliana, la guerra de los cuatro días (1932), la
guerra con el Perú (1941) y "la gloriosa" (1944) que marcaron en lo más profundo la conciencia colectiva de
los ecuatorianos.
1925 a 1948 fue una etapa que se inició con una transformación del aparato estatal, intensa lucha y carencia de
hegemomía política de algún sector de la sociedad que dieron como resultado la ingobernabilidad y una
enorme inestabilidad política. Ciertamente en esta época, es decir, en veintitres años, se sucedieron alrededor
de veintisiete gobiernos, entre dictaduras militares y civiles, gobiernos provisionales y regímenes
democráticos.
En cambio entre 1948 a 1960, bajaron las tensiones políticas, los gobiernos democráticos se sucedieron en el
marco constitucional, la planificación estatal apareció y un nuevo impulso modernizador vivió el Estado.
Por otra parte, desde los años veinte de este siglo se potenciaron las capacidades organizativas y de
movilización de viejos grupos humanos (artesanos y militares) pero también hicieron su ingreso a la escena
nacional nuevos actores sociales (obreros y clases medias) que exigieron su reconocimento social y político.
Las calles, el espacio público, fue el territorio donde, en forma generalizada, se expresaron las demandas. La
traquilidad pueblerina de antaño, alterada de cuando en cuando por los chismes, por cualquier escándalo
social y por las luchas políticas y armadas de los caudillos y sus huestes vio, con asombro y no menos susto,
la presencia de la organización y movilización popular, de la huelga obrera y de otras formas de reclamo y de
presencia de los de "abajo". El Estado, las élites sociales, la opinión pública, el Ejército, la Iglesia y los
intelectuales, desde sus particulares visiones, corrieron a explicarse y a dar cuenta de este fenómeno. Prestos
dieron nueva forma a los partidos políticos, reestructuraron la legislación, fundaron organismos estatales y
reflexionaron, escribieron o pintaron retratos novedosos del ambiente social que les abrumó. En este marco
surgió el realismo social y el indigenismo.
Semejantes percepciones de lo social y las subsecuentes acciones en este campo y, sobre todo, los cambios
que se dieron en el marco de representaciones de la gente, en su cosmovisión y en su cultura tuvieron directa y
mayor relación con las transformaciones políticas y jurídicas que impulsó el Estado y, en menor medida, con
las alteraciones surgidas de las estructuras social y económica del país.
Sin Cacao: a producir Café, Arroz y Azúcar
A pesar de la caída del cacao, el país en este nuevo período tuvo una economía que, en su conjunto, siguió
ligada a los ciclos de producción agrícola para el mercado internacional. La crisis del cacao obligó a los
terratenientes costeños a diversificar sus cultivos y a reorientar la producción hacia el café, arroz y azúcar,
aunque este último, en mucho, estuvo destinado al consumo nacional.
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La industria no se estancó, al contrario tuvo un desarrollo incipiente, siendo la producción textil la que
adquirió un papel importante en este período. En efecto, en medio de la crisis mundial de los treinta, esta
actividad fabril, en particular la de la sierra centro norte, creció en forma significativa. De igual manera, la
exportación de sombreros de paja toquilla, cuyo centro de producción estaba en la sierra sur, tuvo un rol
importante en el ingreso de divisas.
El sector hegemónico de la economía, el agroexportador, dependiente de los vaivenes del mercado mundial,
en especial el de los Estados Unidos, nuestro principal abastecedor y comprador desde inicios del siglo, con la
depresión de los países centrales a comienzos de los treinta, experimentó la reducción de la demanda para sus
productos; sin embargo, en los albores de los cuarenta, la Segunda Guerra Mundial estimuló nuevamente la
producción y exportación de materia prima, como caucho y balsa, utilizadas para sustentar el esfuerzo bélico,
pero también de café, arroz e incluso cacao.
Terminada la conflagración mundial (1944) decayó la demanda externa y aumentó la oferta de bienes de los
países centrales, llevando a la economía nativa a una nueva situación de crisis.
En este mismo período se avanzó hacia una mayor conformación de las clases sociales. Los empresarios
fundaron o reconstituyeron sus organismos de representación, las Cámaras de la Producción; aunque para esto
recibieron una gran presión por parte del Estado, a través del Ministerio de Previsión Social, Trabajo,
Agricultura e Industrias. El crecimiento del aparato estatal, de la burocracia, del magisterio, del ejército y de
la policía incrementaron la cada vez más creciente clase media. El aumento del número de industrias, ante
todo en la sierra centro norte, fortaleció a la clase obrera que, sin embargo tuvo, a nivel social, un peso
específico menor al del voluminoso sector artesanal.
La crisis económica y la diversificación de los cultivos de la costa propiciaron dinámicas en el campo que
forzaron a buena cantidad de campesinos a trasladarse a las ciudades de la región. En ellas, algunos tendrían
acceso a las pocas fábricas; los más, encontrarían cabida en los más bajos empleos, constituyendo esa gran
masa marginal que crecerá violentamente en décadas venideras.
En esta coyuntura, así como los empresarios lograron construir sus espacios de identidad, los trabajadores
pasaron de la organización de ayuda mutua a conformar sindicatos, los que sirvieron para canalizar más
eficazmente sus demandas clasistas, sociales y políticas. Consiguieron con el apoyo de sectores políticos
civiles y militares de tinte socialista la promulgación de un viejo ideal, el Código del Trabajo, (1938), y
fundaron, luego de intensas luchas, su organización nacional como la CTE −Confederación de Trabajadores
del Ecuador, 1944−. Empero antes, en 1938, la Iglesia católica y los grupos conservadores, luego de un largo
camino habían promovido la creación de otra central obrera nacional, compuesta mayoritariamente por
artesanos, la CEDOC −Confederación Ecuatoriana de Obreros Católicos−, como respuesta al avance del
"sindicalismo rojo".
Un Presidente después de otro (1930−48)
Derrocado Isidro Ayora se inició un período de tremenda inestabilidad política que condujo al país, solo en la
década de los treinta, a tener 14 distintos gobiernos. Esta situación, reflejo del momento de reorientación
productiva, de la incidencia de la crisis mundial y del lento proceso de constitución de las clases, dió lugar a la
inexistencia de un sector hegemónico, dentro de las familias, grupos o clase dirigentes regionales, que tenga la
capacidad y fuerza política, para articular un proyecto nacional estable y coherente que arrastre tras de sí a los
demás componentes del bloque de poder. Este ha sido el principal drama del país desde su fundación: la
carencia de un proyecto nacional de largo aliento.
Esta suerte de empate político entre las fracciones derivó en una intensa lucha que alternativamente llevó, por
períodos cortos, a uno y otro sector, al control del aparato gubernamental.
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El coronel Luis Larrea Alba, fundador de Vanguardia Socialista, y ministro del Gobierno de Ayora, le sucedió
en el mando el 24 de agosto de 1931; mas pudo mantenerse en el poder hasta el 15 de octubre del mismo año.
Asumió el cargo el presidente de la Cámara del Senado, Alfredo Baquerizo Moreno, expresidente de la época
plutocrática. Baquerizo Moreno actuó en favor de los intereses de los agroexportadores y financistas costeños
que requerían de reformas monetarias, como la supresión del patrón oro y la devaluación para compensar las
pérdidas que, a raíz de la crisis mundial, estaban obteniendo. En octubre de 1931 convocó a elecciones que las
ganó Neptalí Bonifaz, liberal moderado, terrateniente serrano, propietario de la famosa hacienda Guachalá y
primer presidente del Banco Central del Ecuador, en cuya función ganó prestigio nacional.
La guerra de los "Cuatro días"
Bonifaz subió con el apoyo de vastos sectores económicos y sociales de todas las regiones del país, mas la
imagen de rico latifundista y debido a su tendencia despótica y autoritaria, se granjeó rápidamente la
oposición de sectores medios y populares que, con el paso del tiempo, organizaron y formaron una ola
incontenible que arrastró a todas las clases sociales en su contra y que dieron al traste con su gobierno.
Por disposición constitucional Bonifaz debía asumir la presidencia en septiembre de 1932, casi un año
después de su elección. Este período tan largo, que creó un vacío de poder, fue fatal para él. En este tiempo se
enfrentaron el presidente provisional en ejercicio, Baquerizo Moreno, y el presidente electo en una lucha que
terminaría con la blandengue democracia ecuatoriana.
Si el Bonifaz de octubre del 31 era representante del consenso nacional, el de agosto del 32, por la deserción
de los líderes de la costa, fue un abierto portavoz de los grandes intereses regionales, particularmente, de la
sierra centro−norte. Este hecho, más la fuerte oposición popular de todas las regiones, que estuvo azuzada por
un discurso patriotero que acusó a Bonifaz de poseer la nacionalidad peruana, llevó al Congreso, bajo el
argumento de la supuesta nacionalidad peruana del presidente elegido, a descalificarlo como presidente de la
República. Producto de tales discordias, que habían encendido los ánimos a favor o contra Bonifaz a niveles
inauditos, se produjo en Quito, a fines de agosto e inicio de septiembre del 32, el enfrentamiento armado
interno más traumático del siglo XX, la llamada guerra de los Cuatro Días.
Del primer velasquismo al arroyismo
Derrotados los "compactados" −partidarios de Bonifaz organizados en la Compactación Obrera Nacional
(CON), de composición mayoritariamente artesanal− asumió provisionalmente el poder Alberto Guerrero
Martínez, presidente del Senado. Este convocó a elecciones, ganando uno de sus favorecidos, Juan de Dios
Martínez Mera, miembro del Partido Liberal y ex gerente de la Compañía Agrícola del Litoral, legendaria por
la explotación a miles de pequeños productores de tabaco y caña de azúcar.
José María Velasco Ibarra, joven y fogoso diputado, comandó la oposición a Martínez Mera. Desde el
Parlamento se dedicaría a tumbar ministros hasta desgastar completamente al régimen.
Depuesto Martínez Mera el 19 de octubre de 1933, se encargó el poder a Abelardo Montalvo, quien convocó a
elecciones de las que saldría ganando el presidente de la Cámara de Diputados y candidato del
conservadorismo, José María Velasco Ibarra.
Velasco se posesionó de la presidencia el 1 de septiembre de 1934 y fue derribado el 20 de agosto de 1935. De
igual manera que en los casos anteriores, la oposición, ahora dirigida por un connotado liberal, Alberto
Arroyo del Río, hizo ingobernable el país. La falta de paciencia del turbulento mandatario dió lugar a que se
"precipite sobre las bayonetas" e intente, en forma fallida, declararse dictador.
Asumió el poder Antonio Pons, último ministro de gobierno, quien, lejos de someterse a las presiones de
liberales y conservadores, declinó ante un consejo de oficiales que, a su vez, nombró encargado del mando
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supremo de la República a un desconocido ingeniero que se había ocupado de la cartera de Obras Públicas:
este fue Federico Páez.
Páez, inicialmente, hizo un gobierno acorde con el socialismo, la tercera fuerza política que desde la Juliana
había crecido en el país. Al calor de tal revolución, el socialismo organizó en Quito su partido en 1926. En
1931, a raíz de la posición ecuatoriana respecto a la III Internacional, se dividió en dos sectores, el
denominado Partido Comunista y el Partido Socialista.
Mientras tanto, la joven oficialidad del ejército, exjulianos, y sectores radicales del liberalismo, decepcionados
de su partido, habían estructurado también una organización que la denominaron Vanguardia Revolucionaria
Socialista. Todos estos partidos, sobre todo los dos primeros, a pesar de su mecánica comprensión del
marxismo y de la realidad nacional, o de su filiación dogmática de los dictámenes de Moscú, caso del Partido
Comunista, dieron cabida física e intelectual a importantes sectores medios, intelectuales, artistas, literatos,
profesores, oficiales jóvenes, profesionales, empleados públicos, estudiantes y, en forma escasa, a
trabajadores. Siendo expresión de tales sectores no pudieron sino impulsar, a nombre de los obreros, medidas
de corte reformista que, en todo caso, ayudaron a empujar la dificultosa modernización del Ecuador y dotaron
a las clases populares de instrumentos políticos y jurídicos para desplegar sus futuras luchas.
Efectivamente, Páez que se rodeó de elementos socialistas, expidió la Ley de Control de Cambios,
Importaciones y Exportaciones, e impidió la devaluación monetaria; creó el Instituto Nacional de Previsión,
dictó reformas a las Leyes de Contrato y Deshaucio de Trabajo, la Ley de Salarios Mínimos para algunos
sectores fabriles y el reglamento de asistencia médica. Sin embargo, después de un corto tiempo de ejercicio
dió un viraje de 180 grados, colocándose contra el socialismo y desatando una feroz represión contra todo viso
de progresismo. Estableció un Estado policíaco, del cual el ejército pronto se cansó y dejó de apoyarlo. A
nombre de la Fuerza Armada, el 23 de octubre de 1937, el general Alberto Enríquez Gallo lo destituyó y se
proclamó jefe supremo.
El general Enríquez, influido por las ideas socialistas, en menos de un año hizo un corto gobierno de
connotaciones democráticas y modernas, siendo sus fundamentales obras la promulgación del Código del
Trabajo, la Ley de Comunas y la nueva ley de educación. En este campo hizo esfuerzos grandes a favor de la
institucionalización de la educación técnica y del fortalecimiento de la formación en los maestros. Así,
aumentó el presupuesto para educación; creó la Facultad de Pedagogía de la Universidad Central, el Instituto
de Investigaciones Científicas, el Archivo Histórico Nacional y la Escuela de Ciencias Económicas de la
Universidad de Guayaquil. En el plano de la seguridad interna profesionalizó a la Policía. Su compromiso con
la democracia le obligó a abandonar el poder en agosto de 1938, dejando, sin que medie consenso político
alguno, la primera magistratura en manos de Manuel María Borrero.
Este hecho y el evidente vacío de poder que se presentó, desató una crisis de sucesión avivada por las
ambiciones personales y de partido. Con el fantasma del golpe de Estado, el socialismo ayudó a subir al poder
a Aurelio Mosquera Narváez, jefe del Liberalismo. Este, muy ligado a los intereses más poderosos de
Guayaquil, preparó el terreno para la elección de Arroyo del Río. Murió Mosquera Narváez en noviembre de
1937, encargándose de la presidencia Arroyo del Río, a la sazón presidente del Congreso. Como este
preparaba su campaña electoral encargó la presidencia a Andrés F. Córdova, presidente de la Cámara de
Diputados y compañero del partido, quien convocó a elecciones.
Carlos Alberto Arroyo del Río, después de un claro fraude electoral contra José María Velasco Ibarra, subió al
poder el 1 de septiembre de 1940. Este jefe liberal, abogado de empresas extranjeras y elemento relacionado
con los bancos y con los agroexportadores costeños, hizo un gobierno favorable a estos sectores mediante la
desarticulación de las medidas proteccionistas que durante regímenes anteriores se habían dictado.
El fraude electoral fue el estigma del nuevo gobernante, quien sufrió de ilegitimidad y aislamiento. Su soledad
en el poder le obligó a extremar los mecanismos represivos y autoritarios para sostenerse frente a una
oposición cada vez más fuerte. Para el efecto fortaleció y utilizó al cuerpo de carabineros (actual Policía
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Nacional), que llegó a constituirse en una suerte de guardia pretoriana del presidente.
Las políticas de seguridad externa e interna no fueron manejadas adecuadamente, cuestión que llevó al país a
negociar en condiciones poco ventajosas la firma de un protocolo de límites con el Perú, situación que fue
percibida por la población como derrota política y diplomática y como traición de parte del presidente y de su
canciller. Como era de esperarse, esta situación profundizó la impopularidad del gobierno y su necesidad de
sostenerse restringiendo las libertades públicas.
Es así que, a los pocos meses de asumir la presidencia, se precipitaron las acciones armadas en la frontera,
ante lo cual Arroyo, por medio del sumiso Congreso, obtuvo facultades especiales que, antes que utilizarlas
para repeler la agresión y organizar la defensa, las utilizó para someter a la oposición. De esta forma las
Fuerzas Armadas mal equipadas, desguarnecidas e indefensas, sucumbieron ante la superioridad peruana. A
renglón seguido el gobierno, acosado por la ocupación y por las presiones regionales y continentales, firmó el
Protocolo de Río de Janeiro, el 29 de enero de 1942.
"La Gloriosa"
La firma del Protocolo en las condiciones mencionadas y la derrota militar desarrolló en el conjunto de
ecuatorianos un sentimiento de pérdida territorial y humillación histórica cuyo responsable fue identificado
con el jefe de Estado. Adicionalmente, la incontrolada represión ejercida por el Cuerpo de Carabineros, los
esquemas fraudulentos del ejercicio electoral, los negociados, el corte depótico del régimen y el
desmejoramiento notable del nivel de vida en el período generaron un amplio movimiento social y político en
su contra. Ciertamente, desde conservadores hasta comunistas llegaron a un acuerdo político para echar del
poder al presidente. El movimiento cobró cuerpo y adoptó el nombre de Alianza Democrática Ecuatoriana
(ADE) que, con la fuerza de los empleados públicos y privados, de la joven oficialidad, de la tropa, de los
estudiantes, de los intelectuales, de los artistas, de los artesanos y obreros derrocaron al régimen el 28 de
mayo de 1944. Esta insurrección popular de corte democrático y nacionalista, denominada "La Gloriosa", que
tuvo el apoyo y movilización de amplios sectores de la ciudad, del campo y de las provincias, a la larga fue
aprovechada y capitalizada por los experimentados políticos de la derecha al colocar a José María Velasco
Ibarra como cabeza del movimiento y posteriormente como sucesor de Arroyo en la presidencia de la
república.
Velasco, luego de ser nombrado, en Agosto de 1944 presidente de la república, por la Convención Nacional
mayoritariamente izquierdista, comenzó su administración con interesantes iniciativas democráticas, la
mayoría de ellas restringidas al campo educacional, cultural y laboral. Bajo estos lineamientos se creó la Casa
de la Cultura Ecuatoriana, ideada por el escritor socialista Benjamín Carrión, y se aprobó el funcionamiento
de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador FEUE y de la Confederación de Trabajadores del
Ecuador CTE, organizaciones sociales ampliamente dirigidas por los partidos socialista y comunista.
La mentada Convención Nacional entregó al país una Carta constitucional de características democráticas, que
se convirtió en camisa de fuerza para el volátil y temperamental presidente de los ecuatorianos, cuya matriz
ideológica se encontraba más cerca del conservadorismo. Esta situación y la acción del Congreso tendiente a
una mayor democratización del país, cansó al mandatario que, en marzo de 1945, decidió proclamarse
dictador.
Después de un año de sobresaltos en la política, de arrebatos y carencia de planificación en las obras públicas,
Velasco convocó a una Asamblea Constituyente, mayoritariamente conservadora, que lo nombró presidente
constitucional y dictó una nueva Carta Política.
En agosto de 1947 su ministro de Defensa, coronel Carlos Mancheno, lo destituyó a la fuerza, a través de un
golpe que se lo denominó el "manchenazo". Durante pocos días este militar asumió el mando y
posteriormente lo entregó al presidente del Congreso, al conservador Mariano Suárez Veintimilla. Después de
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trece días en el poder, por disposición del Congreso entregó la presidencia a Carlos Julio Arosemena Tola,
designado hasta la conclusión del período legal, 31 de agosto de 1948.
Vamos a industrializar el país
Los importantes ingresos fiscales provenientes de la tributación por exportación bananera fueron canalizados
para apuntalar proyectos viales de gran envergadura y para afianzar un nuevo modelo de desarrollo cuyo eje
debía ser la industrialización.
Hasta estos años la economía ecuatoriana había funcionado con un modelo de producción y exportación de
materias primas y de importación de manufacturas, maquinaria y tecnología. Salvo contados y fugaces casos
en nuestra historia económica, las exportaciones habían superado a las importaciones; la regla más bien había
sido el permanente déficit comercial y la fuga indiscriminada de nuestros limitados recursos naturales y
monetarios. En fin, el modelo aplicado desde la fundación de la República reducía al país a una fuerte y
peligrosa dependencia del mercado mundial, de los vaivenes del comercio internacional, cuestión que había
retrasado su desarrollo y agudizado su situación de pobreza.
Desde los cincuenta, por incidencia de la CEPAL −Comisión Económica para América Latina−, organismo de
las Naciones Unidas, se empezó a pensar en posibilidades de desarrollo y crecimiento independiente para la
región. La CEPAL planteó que el camino para nuestro país, como para el resto de países de América Latina,
llamados de la "periferia", era, en una primera etapa, impulsar un proceso industrial "sustitutivo de
importaciones", para lo cual había que obligadamente desarrollar un mercado interno.
Para la aplicación de este nuevo modelo, el Estado debía tener un rol protagónico. De esta manera, ya desde
1948, el gobierno ecuatoriano decidió aplicar el esquema de desarrollo vía industrialización. Así las
autoridades del Estado encontraron el mejor respaldo técnico en el Banco Central, institución que aportó con
varios de sus técnicos, como José Corsino Cárdenas y Germánico Salgado, para que integraran las misiones de
la CEPAL. El Banco Central, en primera instancia, se dedicó a investigar la realidad económica y social del
Ecuador. Gracias a ésto, el Ecuador contó por vez primera con estudios serios sobre su economía y con series
estadísticas confiables, basadas en varios censos nacionales.
Modernización o desarrollismo
Este programa económico, cuya base técnica se encontraba en la planificación y acción estatal, mal o bien fue
asumido por todos los presidentes del período. En tal sentido, éstos últimos empredieron en una importante
modernización del aparato estatal para ponerlo a tono con las necesidades del modelo. Es así que se creó la
Junta de Planificación para diseñar las estrategias industrializadoras; se fundó CENDES para promover y
diseñar proyectos industriales; se instituyó la Comisión Nacional de Valores, que después adoptaría el nombre
de Corporación Financiera Nacional, para financiar proyectos industriales; se fundó la SECAP para capacitar
a la mano de obra, y se creó el INECEL para establecer un gran sistema eléctrico a nivel nacional, necesario
para el trabajo de las nuevas industrias.
No sólo por la concepción del modelo, sino por la incapacidad empresarial de las élites ecuatorianas,
tradicionalmente imbuidas por una práctica y mentalidad rentista y premoderna, el Estado, como algunas
veces antes, tuvo que liderar un proceso de cambio en la economía, después de cuya aplicación, obtuvo
resultados positivos. Así, la inversión industrial que entre 1953−57 fue de un promedio anual de 15,6 millones
de sucres, ascendió a 583 millones de sucres en el período de 1964−68 y a 867 millones de sucres entre
1969−72.
En la misma línea, el Estado, siguiendo con el libreto, desarrolló el mercado interno, para lo cual, impulsó un
agresivo programa de construcción de carreteras, empero la mayoría de ellas unirían los dos tradicionales
polos Quito y Guayaquil, y a sus zonas de influencia. Con esto, de alguna manera, se ampliaría
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significativamente el espacio nacional, mas también se consolidaría el Estado bicentralista, que impidió el
desarrollo más equilibrado de todo el territorio nacional.
La modernización también llegó a las zonas rurales atrasadas y desprotegidas. Algunos terratenientes
serranos, con mentalidad moderna, motivados por un mercado de productos lácteos en expansión,
modernizaron sus haciendas y liquidaron las relaciones tradicionales de trabajo como el huasipungo; otros
también emprendieron por el mismo camino impulsados por su afán de mediatizar la lucha campesina en un
momento de elevación de la conflictividad social en la zona rural y en los suburbios de las ciudades.
Sin embargo, la modernización de las relaciones sociales de fines de los cincuenta e inicios de los sesenta,
también fue producto de las políticas continentales de seguridad impulsadas por los Estados Unidos, como
respuesta a la ola revolucionaria levantada en toda Latinoamérica luego de la revolución cubana de 1959. Una
de estas políticas fue la denominada Alianza para el Progreso, en el marco de la cual se llevó a cabo la primera
Reforma Agraria en 1964.
Las reformas que se llevaron adelante en el período, aparte de no resolver problemas fundamentales de la
economía, fueron medidas desarrollistas que no hicieron sino agravar el estado de dependencia y la crisis
económica del país. Las poderosas élites de ambas regiones, rentistas y mercantilistas, aplicaron el modelo
según su conveniencia, desnaturalizándolo. Así se creó un aparato jurídico que sobreprotegió a la industria,
desarrollando una "falsa industria" y un Estado adiposo y paternalista. Ciertamente, la industrialización de
sustitución "fácil de importaciones" fortaleció una industria que importaba con grandes exenciones tributarias
maquinaria, productos semielaborados, elevado número de componentes del producto a ser "fabricado" y en
forma creciente, incluso, materia prima. Y en lo que respecta a la Reforma Agraria, por su diseño
terrateniente, al repartir tierras, la mayoría de ellas estériles (páramos), sin crédito ni asistencia técnica,
profundizó el minifundio y lanzó a miles de campesinos a engrosar las filas de los marginales en las grandes
ciudades.
Tempranamente, el modelo "ecuatoriano" de "sustitución de importaciones" comenzó a mostrar sus
debilidades. En los sesenta al reducirse el flujo de dinero proveniente del banano, bajaron los recursos para
financiar el aparato estatal que dinamizaba el proyecto industrializador. Esto se manifestó en los serios déficit
de los presupuestos y en la subsecuente reducción en la inversión en los programas modernizadores.
La crisis de los exportadores de banano y la crisis del Estado se la trasladó, como siempre, a través de medidas
tributarias y monetarias, a los hombros del pueblo. Esto, en el transcurso de los sesentas, agudizó la
conflictividad social y la lucha política, desatando nuevamente situaciones de rompimiento de la democracia.
La Sociedad: entre la esperanza y la ira
La relativa prosperidad económica, la aplicación del modelo industrializador, el crecimiento del estado, la
ampliación de oportunidades de trabajo y el mayor contacto entre las regiones, entre otras razones, en los
cincuenta, fortalecieron a los sectores medios de la sociedad y a los trabajadores, dando lugar a una baja de
tensiones a nivel social y político.
Entre las élites económicas no se dió una mayor diferenciación y especialización económica, a no ser por la
relativa fuerza e independencia de un pequeño y moderno sector industrial. Las viejas y poderosas familias del
país mantuvieron un carácter regional, una mentalidad mercantilista y rentista e invirtieron en todos los
sectores de la economía.
La expansión de la población estudiantil −especialmente universitaria−, el crecimiento del magisterio y la
ampliación de la burocracia fortalecieron a la clase media que, en el período, ganó espacios de poder en los
gobiernos.
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De esta clase, un pequeño grupo de tecnócratas, muchos de ellos de origen socialista, cumplió un papel
destacado en el montaje de los nuevos proyectos estatales. Sin embargo, de esta misma clase surgió un
vigoroso movimiento estudiantil que, sobre todo en los sesenta, se colocó al frente del movimiento
contestatario popular ecuatoriano. Se fortaleció la FEUE −Federación de Estudiantes Universitarios del
Ecuador− y se fundó la FESE −Federación de Estudiantes Secundarios del Ecuador, 1966.
El proceso industrializador, ocupado en primer término de la producción de bienes simples −alimentos,
bebidas, calzado, vestuario, etc.−, no sólo que fortaleció numéricamente a la clase obrera, sino que debilitó al
poderoso artesanado que tradicionalmente se había ocupado de esos menesteres. Se derrumbaron muchos
talleres artesanales, y algunos de sus miembros fueron absorbidos por el sistema fabril.
La aplicación del agresivo progama vial, la cancelación de las relaciones precarias de producción en el campo
y la ampliación del mercado de trabajo gracias al "boom bananero" incidieron en el crecimiento de pequeños
finqueros en la costa, en el desarrollo urbano y en la migración campesina a las urbes. Se expandió un sector
marginal en las ciudades que fue la base social del populismo. Este fenómeno, que se personalizó en Velasco
Ibarra, tuvo más fuerza en la costa, Guayas, Los Ríos, El Oro, provincias que durante el período 1950−60
recibieron el 80% de las migraciones internas del Ecuador. Las relaciones tradicionales fueron rotas entre los
sectores hacendatarios; no obstante, algunas prácticas económicas antiguas se seguieron manteniendo a nivel
del campesinado medio y pequeño en los pueblos del altiplano. De la misma manera, la organización
comunitaria indígena se mantuvo en pie.
La ampliación de la frontera agrícola por la producción del banano, el trazado de buena cantidad de carreteras
y los procesos de colonización crearon una constelación de nuevos pueblos, algunos de los cuales, por su
posición estratégica −por ejemplo Santo Domingo de los Colorados−, se convirtieron en verdaderos centros de
comercio alcanzando en poco tiempo la condición de ciudades.
La Juliana y la Medicina de la Moneda
El Mayor, Ildefonso Mendoza, en Guayaquil, y el General Francisco Gómez De La Torre, en Quito, dirigieron
el movimiento de la joven oficialidad que dio al traste con el último gobierno de la Plutocracia. Se formó una
Junta de Gobierno integrada por uno de los más firmes opositores de los regímemes costeños, Don Luis
Napoleón Dillon, liberal de avanzada, cercano al socialismo y fundador de la fábrica textil más moderna de
entonces, La Internacional. El fue el representante del sector social dirigente de la sierra que mayores intereses
tuvo en una transformación económica y social. Luchas intestinas, desacuerdos y contradicciones llevaron a la
Junta a su disolución y a la proclamación por parte del ejército, en 1927, del doctor Isidro Ayora como
encargado del poder. Este puso en práctica algunos ideales julianos de democratización de las relaciones
sociales y de modernización del Estado. Creó el Ministerio de Previsión Social, la Caja de Pensiones y acogió
algunas demandas de los sectores subalternos. Sin embargo, la realización más firme estuvo en el campo de la
economía y la modernización del Estado. Dictó medidas tendientes a la estabilización monetaria y al control
inflacionario evitando las permanentes devaluaciones mediante las cuales los agroexportadores habían venido
superando la crisis del cacao. Para esto, en un hecho sin precedentes en el país donde todos los bancos tenían
capacidad de emisión, creó el Banco Central, institución encargada de emitir los billetes y de promover la
política monetaria del país. Con esto descargó un duro golpe contra los agroexportadores que, hasta ese
momento, por su calidad de propietarios de las divisas y de los mayores bancos, habían impuesto su voluntad
al Ecuador entero.
Además, siguiendo con el plan de reformas, creó el Banco Hipotecario para generar créditos a favor de la
agricultura, fundó la Contraloría General del Estado, la Dirección General de Obras Públicas e instituyó la
Superintendencia de Bancos. Mas también, en el campo fiscal impulsó una Reforma Tributaria y una mejor
estructuración del presupuesto.
Ayora, confirmado presidente por el Congreso de 1929, hizo un gobierno que favoreció los intereses de los
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industriales al promover una política proteccionista y dió al mismo tiempo gusto a los importadores al
impulsar un esquema monetario, el patrón oro, que mantenía una "moneda sana".
La salud monetaria, en el marco de la crisis mundial de 1930, derivó en deflación, perjudicando a los negocios
y particularmente a los agroexportadores que, sintiéndose afectados, decidieron, con el apoyo de otros
sectores, desplazar en 1931 a Ayora del poder. Con este episodio se inauguró un momento de enorme
inestabilidad política en el país.
A producir Banano
Después de un largo reacomodo de la producción costeña, desde 1948 hasta los primeros tiempos de los
setenta, el Ecuador continuó la vieja tradición del modelo de agroexportación. Ahora le tocó a un fruto, al
banano, cuyas producción y exportación se constituyeron en eje de la economía durante la mitad de este siglo.
En la presidencia de Galo Plaza Lasso (1948−52), y aprovechando una caída profunda de la producción
bananera centroamericana causada por las plagas, la costa ecuatoriana comenzó a producir la fruta.
Estimuladas por el mercado, dichas producción y exportación alcanzaron niveles espectaculares,
sobrepasando los cien millones de dólares de exportación en 1955. Este hecho visiblemente contrasta con un
promedio de 7.4 millones de dólares obtenidos por el país por las exportaciones durante la década de los
treinta.
Lamentablemente esta situación se modificó desde fines de los cincuenta, cuando comenzaron a recuperarse
las plantaciones centroamericanas, lo que devino en mayor competencia y contracción de los mercados para
nuestra fruta. Entonces, los niveles de exportación crecieron lentamente, en tanto que la producción alcanzaba
cifras nunca antes vistas. Sobrevinieron crisis de sobreproducción que afectaron particularmente a los
pequeños y medianos finqueros, que fueron la base de la primera expansión del banano. Además de ésto, la
difusión de plagas y el agotamiento del suelo tropical afectaron a los productores menos capitalizados, que no
pudieron reaccionar ante la crisis. Resultado de tal proceso fue el surgimiento de la gran plantación como eje
de la producción bananera y la quiebra de los pequeños productores.
Al finalizar los sesenta, la exportación bananera conservó aún la hegemonía dentro de la economía
ecuatoriana, no obstante había bajado significativamente su importancia. Empero, a inicios de los setenta, bajo
el mismo modelo primario exportador, el pretróleo ocuparía el lugar del "oro verde".
Al fin la estabilidad política
En los cincuenta, el auge bananero fue el telón de fondo que permitió a las élites económicas y políticas
regionales, llegar a acuerdos para implantar un proyecto nacional sobre la base de un modelo industrializador,
en el que el Estado tuvo un rol fundamental. Tal acuerdo estratégico sumado a baja de tensiones sociales
resultado de una mejora del nivel de vida de la población, dió lugar a una relativa estabilidad política, que
redundó en el fortalecimiento de la sucesión presidencial democrática y en la ampliación del espacio y
mercado nacionales, en detrimento de los regionalismos, fuentes también de las crisis políticas.
En este período de racionalización de la política tuvo inevitable influencia la creciente presencia de los
Estados Unidos y de las Naciones Unidas a través del FMI y de la CEPAL.
Galo Plaza Lasso (1948−1952), hijo de un expresidente liberal y educado en lo mejor de la tradición
democrática norteamericana, puso las bases políticas y económicas del período. Hizo un gobierno marcado de
tolerancia política. Bajo su gestión impulsó la producción y exportación bananera y, por sus buenas relaciones
con los Estados Unidos, pudo establecer canales de financiamiento para las obras públicas. Apoyó el trabajo
de la CEPAL y las primeras investigaciones estatales serias sobre nuestra realidad, como fue el primer censo
nacional, todas estas acciones para la implantación del modelo industrializador via "sustitución de
importaciones". Realizó obras de salubridad y emprendió un programa agresivo de construcciones escolares.
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Enfrentó una gran catástrofe natural, el terremoto de Ambato de 1949, que dejó a la región devastada y un
saldo de alrededor 10.000 muertos.
Velasco Ibarra, en su tercera presidencia (1952−1956), fue un continuador del esquema económico del
régimen anterior. En su administración las exportaciones de banano alcanzaron las cifras más altas; mas de
aquí en adelante, paulatinamente, el auge perdió terreno.
Con un arca fiscal boyante, desplegó agresivos programas de vialidad que fueron la característica más
significativa de su mandato. Con escasos contratiempos en su gobierno, por primera y última vez concluyó el
período presidencial para el cual fuera designado.
A Camilo Ponce Enríquez (1956−1960), fundador del socialcristianismo, le tocó vivir el deterioro de las
exportaciones bananeras y el inicio de un nuevo período de intensa lucha social e inestabilidad política. En
efecto, ante el deterioro de las condiciones de vida, la población desató intensos movimientos que fueron
sofocados a punta de fusil. El amotinamiento más significativo ocurrió en Guayaquil en junio de 1959,
levantamiento que fue violentamente reprimido por el gobierno. A pesar de ésto, el gobierno continuó con el
mismo modelo y emprendió con una importante obra de construcción pública.
El inicio de los sesenta estuvo marcado por una profunda crisis económica, sobre la cual se montó Velasco
Ibarra para ascender al poder en 1960. En efecto la masa empobrecida de las urbes, principalmente de la costa,
siguió tumultuosamente al viejo caudillo populista, quien trituró verbalmente a los responsables del deterioro
económico y regó de esperanzas las zonas marginales, cuya población entusiastamente lo colocó en la
presidencia de la República otra vez.
La caída del banano terminó con la luna de miel de las élites del país. Resurgió la pugna económica, política y
regional.
Velasco no pudo contener la crisis económica y, menos aún, canalizar la cada vez más explosiva situación
social avivada por la ola revolucionaria cubana. Tuvo que ceder ante las presiones de los intereses de los
exportadores y devaluar la moneda. Perdió legitimidad y desató una ola represiva para contener la creciente
explosión social. Sin respaldo político y sin autoridad los militares lo tumbaron, entregando la primera
magistratura al vicepresidente Carlos Julio Arosemena Monroy el 7 de noviembre de 1961.
Con esto el país retornó al viejo círculo vicioso: crisis del modelo exportador primario, crisis de la
democracia.
Conclusiones: Todo el tiempo los problemas del Ecuador se han basado en lo económico, ya que los
gobiernos no han sabido manejar esto de una manera correcta, por esto todo el tiempo hay altercados y
levantamientos que aunque en este caso no hayan presentado derramamiento de sangre en la actualidad si se
da la pérdida de vidas.
Bibliografía:
Acosta, Alberto, Breve Historia Económica del Ecuador, Corporación Editora Nacional, Quito, 1995.
Historia Económica del Ecuador, Ed. El Conejo, Quito, 1983.
Fischer, Sabine, Estado, Clases e industria, Ed. El Conejo, Quito, 1983.
Larrea, Carlos, Ed., El banano en el Ecuador, FLACSO, Corporación Editora Nacional, Quito, 1987.
Luna Tamayo, Milton, Modernización? Ambigua experiencia en el Ecuador, IADAP, Quito, 1993.
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