Introducción Deficiencias del orden social, acción colectiva

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Introducción
Deficiencias del orden social, acción colectiva
contendiente y posibilidades de noviolencia
en Colombia
Freddy Cante
No voy a negar que en Colombia existen graves deficiencias del orden social, problemas de inseguridad e injusticia y de una mínima democracia, las
cuales generan conflicto y son justificación para que exista acción colectiva
contendiente; esto es, movimientos de protesta, de resistencia, de desobediencia y aun de rebelión. Lo que a todas luces resulta inadmisible e injustificable es la violencia como medio de acción política, dado que es un
medio de contienda política que corrompe los fines más justos y altruistas.
Hay quienes dirán que la noviolencia no es posible porque el país es
demasiado violento y/o porque la noviolencia es pasividad. A quienes afirman que Colombia es irremediablemente violenta, les respondería con el
argumento dado por el arzobispo Tutu (2003): la paz es posible, así como
el caos genera orden y así como el artista da color y forma allí donde antes
existía un lienzo blanco e inexpresivo, nosotros podemos transformar el
dolor y la frustración en todo lo contrario. A quienes afirman que la
noviolencia es aquiescencia y adaptación, les sugiero que comiencen a dudar de la arcaica doctrina de que el poder proviene del fusil y naturalmente
les sugiero que lean el resto de este libro.
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1. Las deficiencias del orden social en Colombia
1.1. Aún existe precaria cooperación y gran incertidumbre1
Hay dos requisitos para que exista un orden social, el primero exige un
comportamiento previsible y el segundo, un comportamiento cooperativo.
La incertidumbre se expresa en la pavorosa frase que aparece en Macbeth de
Shakespeare: la vida acontece como ruido y furia, como un cuento sin sentido relatado por un idiota. La ausencia de cooperación está expresada en la
famosa descripción que Hobbes hace del denominado “estado de naturaleza”: un estado de extrema anarquía, de guerra de todos contra todos, donde
la vida es sucia, brutal y breve.
Hay desorden social cuando las relaciones sociales son inciertas, cuando existe incertidumbre sobre nuestras vidas: ¿nos secuestrarán esta tarde?,
¿pisaré alguna mina en el próximo recodo del camino?, ¿nos arrojarán alguna bomba en la próxima esquina? Igualmente cuando no sabemos si nos
cumplirán algún pacto, transacción o contrato: ¿me pagarán sueldo del próximo mes?, ¿será viable invertir en esta zona del país?, ¿me pagarán la pensión
dentro de quince años?, ¿moriré de hambre mañana?
Hay desorden social cuando al menos una porción significativa de toda
la población no coopera para lograr ambientes de seguridad y justicia que
hagan posible la convivencia pacífica. La Declaración Universal de los Derechos Humanos por la ONU establecida 1948, contempla tres gamas de
derechos individuales: uno, las libertades civiles: libertad de palabra y
publicación, libertad de asociación, libertad de religión, libertad de movilización dentro y fuera del propio país, derecho a no ser arrestado y
encarcelado arbitrariamente y derecho a que no haya invasión de la propiedad personal por parte del gobierno u otros ciudadanos; dos, derechos
políticos: voz y voto para incidir directa o indirectamente en la política, y
tres, derechos económicos, sociales y culturales: derecho al trabajo y al salario justo, derecho a un ingreso adecuado para llevar una vida digna, derecho
a seguridad social y a subsidios por calamidad, derecho al ocio y a la educación. La seguridad depende de que se cumplan las libertades civiles y la
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Subsección basada en Elster (1989ª, 1989b).
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justicia de que exista un respeto por los derechos políticos, al igual que por
los económicos, sociales y culturales.
El problema de la incapacidad de prever o el de la incertidumbre está
relacionado con la estructura misma de la interacción social: para interactuar debemos poseer algún conocimiento de la racionalidad, preferencias e
información de la otra gente cosa que, por cierto, no siempre es posible ni
aun deseable. Algunas veces tenemos poco conocimiento acerca de otros
para anticipar lo que harán y predecir el resultado asociado a esta acción; a
veces tenemos demasiado conocimiento; otras fallamos para usar el conocimiento que tenemos, y algunas otras veces ningún conocimiento, aunque
sea ingeniosamente usado, nos puede ayudar. Por ejemplo: ¿quién posee la
cifra exacta y verdadera de las bajas causadas a la guerrilla? ¿Los grupos
paramilitares habrán entregado todas sus armas y habrán cesado sus agresiones? ¿Aun de existir completa transparencia y sinceridad tendrán algún
éxito las negociaciones con los grupos armados al margen de la ley?
Pero, por cierto, la incertidumbre también depende de la ausencia o
precariedad de la cooperación. Si existen ambientes de desconfianza e historias de pactos que se han roto, promesas que se han incumplido y negociaciones que han sido turbias, entonces cualquier acuerdo, contrato o transacción
en el futuro estará sujeta a una incertidumbre radical. En la memoria reciente de los colombianos están aún frescos los pactos incumplidos y la
laxitud negociadora de pasados gobiernos: Pablo Escobar, el más peligroso
bandido, quien hizo construir una cárcel a su antojo, con club privado para
diversiones y con un dispositivo arquitectónico para escapar oportunamente; un presidente que, bajo el lema “aquí estoy y aquí me quedo”, hizo
evidente la tolerancia de nuestro electorado a la presencia de ‘dineros calientes’
en las campañas; las FARC, con una enorme zona de distensión donde, amparados en la retórica del diálogo, persistieron su accionar ‘guerrerista’. ¿Serán creíbles los nuevos procesos de desmovilización y cese al fuego?
La deficiente cooperación, la indiferencia y la insolidaridad no son
un problema exclusivo de los colombianos. La mayor dificultad para que
no se cumplan los derechos humanos en el mundo donde vivimos es, ciertamente, que la gente los mira como si fuesen una especie de bienes libres o
de maná que llueve del cielo. M. Gandhi fue consultado en 1947 por la
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ONU,
acerca de si sería conveniente una carta universal de los derechos humanos. Su respuesta se sintetiza en la contundencia de estas líneas: “Mi
madre, que era ignorante pero tenía un gran sentido común, me enseñó
que para asegurar los derechos es necesario un acuerdo sobre los deberes”.
En contravía con la sabia sugerencia de M. Gandhi, las declaraciones
sobre derechos se han multiplicado ad náuseam, y la gente suele olvidar
que la convivencia pacífica depende del cumplimiento de los deberes y,
mejor aún, de los actos voluntarios y desinteresados de solidaridad. La sabiduría de la economía nos muestra que “no hay almuerzo gratis”, y su aplicación
a los temas sociales debería ser suficiente para entender que la interacción
social puede generar un orden si entendemos, con M. Gandhi, que los
deberes son como la semilla y los derechos como el fruto. Si la gente no es
solidaria y no cumple con sus deberes, lo menos que podrían esperar es la
producción de males colectivos. Hay entonces desorden social, por ejemplo,
cuando se guarda silencio cómplice frente a los actos criminales, cuando los
ciudadanos no son solidarios ante una calamidad natural o ante la miseria
que sufren los más marginados, o cuando las personas persisten en sus metas egoístas y en sus intereses mezquinos y de corto plazo.
1.2. Una democracia reducida a su más mínima expresión2
Los regímenes varían de dos maneras que, significativamente, afectan el
carácter y la intensidad de la violencia colectiva dentro de estos; a saber, en
términos de capacidad gubernamental y en términos de democracia.
La capacidad gubernamental significa el grado en el cual los agentes
gubernamentales controlan recursos, actividades y poblaciones dentro de
su territorio. Esto varía, en principio, desde un control parcial hasta uno
absoluto. Un gobierno que no ejerce un control significativo no sobrevivirá; colapsará debido a presiones internas o de gobiernos adyacentes. Pero
ningún gobierno alcanza un control absoluto, aun Hitler y Stalin estuvieron lejos de controlar la totalidad de recursos, actividades y poblaciones
existentes bajo sus respectivos regímenes.
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Subsección basada en Tilly (2003).
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La democracia significa el grado en el cual los ciudadanos mantienen
unas relaciones políticas amplias y en pie de igualdad con los agentes gubernamentales, ejerciendo así un control ciudadano sobre los funcionarios
del gobierno y los recursos públicos y, además, gozando de protección frente
a la intervención arbitraria de los gobernantes. Al igual que sus contrapartes no democráticas, los regímenes democráticos también generan desigualdades. Aun los regímenes democráticos excluyen de sus beneficios a los
“no-ciudadanos”, aunque no en el mismo grado que los regímenes no democráticos. La existencia de elecciones periódicas y de Constituciones que
permitan limitar los excesos de poder de los gobernantes, son apenas la
mínima expresión de la democracia.
La combinación entre las dimensiones de capacidad de gobierno y democracia da lugar a tres tipos de regímenes políticos, a saber:
• Tiranía fragmentada: es una combinación de baja capacidad gubernamental con poca democracia. En semejante régimen los “señores de la guerra”, los bandidos y otros depredadores políticos se enfrentan entre sí o
desafían a los gobernantes formales. Este es, a mi juicio, el actual panorama
del país: una baja capacidad de gobierno, acompañada del dominio –en
algunos territorios– de guerrillas y paramilitares, todos ellos en una pugna
que hace más inestable y parcial su poder político.
• Autoritarismo: una alta capacidad gubernamental con poca o nula
democracia. Creo que la política de Seguridad Democrática del presidente
Uribe, dado que apunta casi exclusivamente a un fortalecimiento de la capacidad de gobierno y recurre preferencialmente al uso de la fuerza para la
resolución del conflicto, apunta hacia un gobierno autoritario.
• Ciudadanía autoritaria: en algunos regímenes, los derechos y deberes
de una amplia e igual ciudadanía coinciden con poco o nulo control popular sobre los gobernantes y, además, con una mínima protección contra la
arbitraria intromisión gubernamental.
Las principales implicaciones del exceso de capacidad gubernamental y
del déficit de democracia; es decir, del autoritarismo, son las siguientes:
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• La alta capacidad gubernamental, traducida en controlar enormes proporciones de la protesta popular, genera gran poder represivo –con alcances
destructivos– contra los movimientos que el gobierno desaprueba.
• La alta capacidad gubernamental puede estar asociada con la represión o el trabajo sucio que ejercen especialistas en violencia quienes defienden la posición del gobierno.
• Los regímenes con alta capacidad gubernamental incrementan el costo probable de las acciones reivindicativas por parte de los sectores populares y no gubernamentales.
• Los regímenes con alta capacidad gubernamental expanden sus medios de represión violenta y atacan las concentraciones que administran
violencia privada.
• Los regímenes con alta capacidad gubernamental pueden volverse
expansionistas.
Los regímenes democráticos, en promedio, ostentan menos violencia
colectiva que los no democráticos. La ampliación de la participación política, la extensión y democratización de los derechos políticos, la regulación
de los medios noviolentos para ejercer la movilización en pro de reivindicaciones y la presencia de terceras partes aguzadas para intervenir contra la
resolución violenta de disputas reivindicativas, neutraliza las tendencias a
generar acción colectiva contenciosa pero violenta. Nuestro gran reto es
construir democracia para reducir la violencia.
2. El conflicto y la acción colectiva contendiente3
2.1. El conflicto
Es ingenuo asumir que el orden social –el de Colombia o cualquiera otro
país– vigente constituye el mejor de todos los mundos posibles para los
diversos individuos: si hay inseguridad e impunidad, o si existe seguridad
violatoria de los derechos humanos, o si existe injusticia, en lugar de convivencia pacífica lo que existe es conflicto. El conflicto no proviene mera3
Esta sección está basada en Tarrow (1997).
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mente de la ausencia de cooperación; la producción del orden social no
surge de elecciones tan simplistas como cooperar o no cooperar. El conflicto surge porque ni la cooperación, ni el orden social, ni la seguridad ni la
justicia son las mismas para todo el mundo, porque hay desacuerdos, divergencias y disensos. Las cargas y los momentos para cooperar no son los
mismos para toda la gente, hay problemas distributivos (Elster, 1989a,
1989b) y, por cierto, una tentación para quedarse con la mejor tajada
–buscar la conveniencia individual– a costa de sacrificar la integridad e
incremento de la cooperación social (Arrow, 2005).
Pero, por cierto, seguridad y justicia están estrechamente relacionadas,
a tal punto que la convivencia pacífica depende de ambas. Para que exista
paz no basta la seguridad, debe también existir la justicia. Mejor aún, si
existe injusticia, en el sentido de que existe exclusión y marginalidad, es
posible que muchos sectores marginados y gente excluida sean indiferentes,
apáticos y aun contrarios a las políticas de seguridad. Si hay una sociedad
fragmentada y desigual, es de esperarse que la seguridad deje de ser un bien
público para convertirse en un bien posicional4 y que, por lo tanto, la mayor seguridad de algunos sea violatoria de los derechos de otra gente.
En nuestro país el problema del conflicto es, fundamentalmente, la deficiencia en la cooperación y la gran incertidumbre que aún existe en muchas
relaciones sociales. Si se avanza en la construcción de seguridad preservando los derechos humanos y reduciendo la impunidad, y si se avanza en la
construcción de justicia promoviendo una mayor igualdad de oportunidades, entonces lograremos una convivencia pacífica. La gente no puede
convivir en paz si hay inseguridad y si existe injusticia, o si los niveles de
seguridad y de justicia son tan cuestionables que presentan violaciones a los
derechos humanos.
4
Por el problema de la escasez natural (congestión, cuantiosas poblaciones y limitados recursos) y de escasez artificiosa (egoísmo), existen bienes públicos impuros y ‘bienes club’. Este tipo de
bienes dista de los bienes públicos puros, pues presentan ciertas dosis de exclusión y rivalidad (privatización). Aun la seguridad y la justicia que deberían ser bienes públicos, se transforman en bienes
posicionales (al alcance de quien pueda pagar más por ellos). Ejemplos de ‘bienes club’ en materia de
seguridad y justicia son: la incidencia de grupos de presión en el diseño de las leyes y en procesos
específicos de paz, las agencias de seguridad privada, los conjuntos cerrados y aun los servicios de
protección privada que ofrecen las guerrillas y los paramilitares. Ver el survey de Cuevas (et al., 2003)
y el trabajo de Taylor (1982).
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Siguiendo el planteamiento de Tilly (2003), el conflicto suele surgir de
la desigualdad que se origina en las interacciones sociales. La desigualdad
surge y se mantiene como producto de dos tipos de mecanismos de interacción estratégica entre las personas, los cuales son la explotación y la oportunidad de saqueo. La explotación se da cuando un grupo de gente poderosa
y con alto capital social mantiene el control sobre un acervo de recursos
económicos, apropiándose de los rendimientos crecientes de estos gracias a
la manipulación y exclusión que ejercen sobre los explotados. La oportunidad de saqueo o especulación opera cuando los miembros de una red o
grupo de acceso restringido adquieren acceso a un recurso económico que
es valuable, renovable, sujeto a monopolio y que a la vez mantiene y es
mantenido por el modus operandi de esta red. Una vez que los mecanismos de explotación y saqueo están funcionando, la desigualdad también
depende de la adaptación –las personas excluidas se adaptan a las restricciones que les son impuestas– y a la emulación –se transfieren las prácticas,
creencias y relaciones relevantes.
De acuerdo con Schelling (1960), el conflicto es una situación de camaradería imperfecta o de guerra limitada: el orden social está compuesto
por relaciones de rivalidad pero también por relaciones de dependencia.
Aunque los grupos y los individuos tengan diferencias, también son mutuamente dependientes. Solamente cuando el conflicto ha degenerado en
guerra es que se pretende la aniquilación total del adversario y, erradamente,
se supone que el enemigo sobra y no dependemos de este. Hay desorden
social traducido en las injusticias y los niveles de inseguridad que provienen
de la desigualdad y la impunidad –es el desorden y el conflicto lo que se
justifica; la violencia no tiene justificación alguna, pues no permite resolver
los conflictos, sino que los empeora.
La injusticia y la inseguridad son causas de conflicto, de inconformidad
y, por tanto, de ausencia de armonía social. A menos que las víctimas de un
orden inseguro e injusto tengan una capacidad de adaptación a lo peor y
que esta capacidad tienda hacia el infinito, esta gente tolerará cualquier
ambiente hostil y habrá “tranquilidad social” y aquiescencia. Si algunas o
muchas personas no se adaptan a la injusticia y a la inseguridad, entonces
existirán movimientos de resistencia, de reforma e, incluso, de rebelión social.
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La injusticia y la inseguridad originan el conflicto, y este se puede resolver
por medios violentos o pacíficos. Mi propósito es mostrar que la salida
violenta al conflicto no sólo no tiene justificación alguna, sino, además,
que suele ser una cura peor que la enfermedad; solamente una acción política noviolenta ayudará a resolver íntegramente el conflicto.
2.2. La acción colectiva contendiente y los movimientos sociales5
El conflicto se manifiesta en la existencia de diversas acciones colectivas, y,
para simplificar, hay unas que defienden el orden existente y otras que se
oponen a este. Dentro de la oposición al orden establecido hay procesos de
acción colectiva revolucionaria –los cuales buscan destruir el orden actual y
sustituirlo por uno nuevo y, con frecuencia, correspondiente a una utopía–
y hay procesos de no cooperación y desobediencia encaminados a corregir
las fallas del orden vigente sin destruirlo.
La acción colectiva contendiente es expresión del conflicto, no necesariamente del desorden social. Se puede descubrir un orden proveniente de
estas acciones colectivas en la organización de la vida social del día a día y,
además, por su permanente participación en los procesos de simbolización
y negociación. Por cierto, los procesos de organización de los sectores populares no surgen de la noche a la mañana. Acciones colectivas, erradamente
tildadas de expresiones de desorden y de criminalidad, como la sedición,
los motines, las revueltas y las demostraciones –las marchas– masivas que
hacen parte de la acción colectiva contendiente.
La acción colectiva contendiente es característica de los procesos de revolución y de no cooperación y desobediencia. Esta acción suele estar constituida por pequeñas acciones donde la gente –los sectores populares, el
pobrerío o algún tipo de marginados o excluidos del orden social vigente–
actúa conjuntamente no sólo para defender sus intereses, sino, además, actúa afectando directa, visible y significativamente la realización de intereses
de otras personas –que son sus adversarios o contendores, quienes defienden el orden establecido. Pero esta acción es discontinua, en algunos momentos hay grandes esfuerzos y, en otros, gran estancamiento.
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Subsección basada en Tarrow (1997).
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Puesto en breve, la acción colectiva contendiente es el acto irreductible
que subyace a todos los movimientos sociales encaminados a la revolución
o a la no cooperación y desobediencia. Es contendiente, justamente, al ser
utilizada por gente que carece de acceso regular a las instituciones, que
actúa en nombre de reivindicaciones nuevas o no aceptadas y que se conduce de un modo que constituye una amenaza fundamental para otros –aquellos que defienden el orden social establecido.
De acuerdo con Tarrow (1997), la acción colectiva contendiente tiene
varias causas, es una conjugación de móviles racionales e irracionales, donde juegan un papel primordial las emociones y los valores como la solidaridad. Para Olson (1965), el problema de la acción colectiva era una simple
agregación: cómo implicar a la mayor proporción posible de un grupo en
una actividad en aras del bien colectivo del mismo. Pero la acción colectiva
existe, en grupos grandes y pequeños, tanto en condiciones de alto como de
bajo riesgo. Una cuestión más fundamental es abordar el verdadero problema, a saber, la naturaleza social del movimiento.
Los criterios de Olson –grupos de interés– no son aplicables a los movimientos sociales. El motivo de afiliación de un individuo no tiene por qué
ser la utilidad marginal, ni siquiera cuando el concepto se amplía más allá
de su significado económico. La gente se afilia a movimientos sociales por
un amplio espectro de razones: desde el deseo de obtener ventajas personales a la solidaridad del grupo, el compromiso por principios con una causa
o el deseo de formar parte de un colectivo.6 Se deben explotar entonces
recursos no meramente pecuniarios para que la gente participe en la acción
colectiva contendiente.
De acuerdo con Tarrow (1997), los movimientos sociales son desafíos
colectivos planteados por personas que comparten objetivos comunes y
solidaridad en una interacción mantenida con las élites, los oponentes y las
autoridades. Esto tiene cuatro propiedades:
6
Y aquí no se deben olvidar las fuertes emociones que están vinculadas con creencias religiosas
o con historias de odio y resentimiento, típicos de quienes tienen hondas diferencias con el orden
social establecido o con un orden social impuesto. Ver por ejemplo Petersen, 2002.
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1. El desafío colectivo: los movimientos plantean sus desafíos a través
de una acción directa disruptiva contra las élites, las autoridades u otros
grupos o códigos culturales. El desafío colectivo se convierte en un punto
focal para obtener adeptos.
2. El objetivo común: la gente no expone su vida ni sacrifica tiempo en
las actividades de los movimientos sociales, a menos que crea tener una
buena razón para hacerlo. Un objetivo común –valor, creencia, mito o ideología– y aun una emoción es una buena razón.
3. La solidaridad: los líderes sólo pueden crear un movimiento social
cuando explotan sentimientos más enraizados y profundos de solidaridad o
identidad. Sin emociones ni sentimientos simplemente falta la sustancia
misma de una movilización social.
4. El mantenimiento de la acción colectiva: ¿Cómo pueden, pues, mantener desafíos colectivos frente al egoísmo personal, la desorganización y la
represión del Estado? El razonamiento básico es que los cambios en la estructura de las oportunidades políticas crean incentivos para las acciones
colectivas. La magnitud y duración de las mismas oportunidades dependen
de la movilización de la gente a través de las redes sociales y en torno a
símbolos identificables extraídos de marcos culturales de significado.
2.3. Diversos tipos de acción colectiva contendiente
Hay tres tipos de acción colectiva contendiente: la violencia contra otros
–el más antiguo que se conoce–, la manifestación pública organizada –la
principal expresión convencional de la actividad de los movimientos en
nuestros días–, la acción directa disruptiva –cruza la frontera difusa entre la
convención y confrontación. Comparten un hilo conductor: son expresiones públicas de la confrontación entre los descontentos y las autoridades
–o los defensores del statu quo.
La acción colectiva contendiente, en general, no sólo desafía a sus
oponentes y les enfrenta a límites indefinidos y resultados indeterminados
–incertidumbre–, también encarna la solidaridad. Los desafíos a las autoridades amenazan con costes desconocidos y estallan adoptando formas
dramáticas y a menudo ingobernables. Su poder procede, en parte, de la
impredecibilidad de sus resultados y de la posibilidad de que otros se su35
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men a ellos. La solidaridad interna sustenta el desafío y sugiere la posibilidad de una ulterior disrupción.
La acción colectiva violenta suele ser típica de minorías violentas organizadas. Para los grupos pequeños, la violencia es el tipo de acción colectiva
más fácil de iniciar sin incurrir en grandes costes de transacción y de control, dado que la acción colectiva masiva tiene un elevado umbral de costes
transaccionales. Los organizadores de una manifestación pacífica necesitan
un plan de acción, megáfonos, pancartas, un cuerpo de seguridad entrenado y un orador capaz de mantener la atención de la multitud. Además,
deben obtener la cooperación o la tolerancia de las autoridades. El atractivo
de la violencia es que, para la gente sin recursos políticos, es fácil de poner
en marcha. La dificultad es que legitima la represión, polariza a la opinión
pública y, en última instancia, depende de un pequeño número de militantes para los que se ha convertido en la expresión política fundamental. En
Colombia, aunque los grupos guerrilleros se han originado en expresiones
populares de descontento y resistencia de sectores excluidos y agraviados,
parecen sucumbir en el trágico destino de devenir minorías organizadas
con gran poder militar pero nula legitimidad social.
La acción colectiva disruptiva no parece ser más que una amenaza de
violencia: el reto es mantener la disrupción sin hacer uso efectivo de la violencia. En sus formas contemporáneas la disrupción tiene una lógica más indirecta. En primer lugar, es la expresión concreta del grado de determinación
de un movimiento. Al sentarse, levantarse o caminar juntos en el espacio
público, los manifestantes ponen de manifiesto su existencia y refuerzan su
solidaridad. En segundo lugar, la disrupción obstruye las actividades rutinarias de los oponentes, los observadores o las autoridades. Por último, la
disrupción amplía el círculo del conflicto. Al bloquear el tráfico o interrumpir actividades públicas, los manifestantes incomodan a los ciudadanos,
representan un peligro para la ley y llevan al Estado a un enfrentamiento.
La acción colectiva noviolenta requiere una participación masiva. El
poder de la noviolencia radica no sólo en que representa un desafío a la
autoridad, sino en que fomenta la solidaridad entre gentes que no dudarían
en enfrentarse a ella. El poder de la disrupción noviolenta descansa fundamentalmente en la incertidumbre. No es violenta, pero amenaza violencia
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o en el mejor de los casos, constituye una fuerza masiva –no colaboración,
no cooperación– que es más poderosa e ingobernable que la violencia. El
curso a seguir está planificado, pero su resultado depende de las reacciones
de los demás y esto suele generar incertidumbre.
Fenómenos como la huelga y la manifestación aparecieron inicialmente
como tácticas disruptivas, aunque finalmente llegaron a ser tan convencionales como las peticiones por escrito, el boicoteo y la revuelta contra los impuestos que les precedieron. Otras formas como la barricada y la manifestación
armada no sobrevivieron –eran muy fáciles de reprimir. En nuestro tiempo,
ciertas formas de acción, como la ocupación pacífica y la desobediencia
civil, han empezado a recorrer un camino similar de la disrupción a la convención.
Aunque la disrupción de la vida de los oponentes parece ser la forma
más poderosa de acción colectiva, y la violencia más fácil de iniciar, la mayoría de las formas de protesta que pierden poder de disrupción son convencionales. Es decir, se trata de rutinas pacíficas y ordenadas, predecibles y
aun aburridas, que no rompen ley alguna ni violan ningún espacio.
La acción colectiva contenciosa típica de los movimientos sociales tiene
la posibilidad de triunfar cuando identifica y enmarca temas consensuales
en formas con las que pueda identificarse un público más amplio. Fracasan
cuando los regímenes a los que se enfrentan son menos escrupulosos que
ellos o cuando no logran controlar los resultados de sus protestas. Pero
también se enfrentan a un peligro más sutil, el de devenir acciones colectivas convencionales.
3. La acción política noviolenta es posible en Colombia
La acción política violenta no sólo es posible en el país sino, además, es
necesaria y constituye la salida más seria y factible para la resolución del
conflicto. Este tipo de iniciativa requiere la acción conjunta de ciudadanos
y gobernantes demócratas, encaminada a construir un orden social con mayor seguridad y justicia que promueva una mayor democracia. La idea es
promover la acción política noviolenta para resolver los conflictos, ejercer
presión social y aun promover estrategias de seguridad que garanticen un
mayor respeto por los derechos humanos. Los ciudadanos podrían partici37
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par promoviendo comunidades de paz y sus gobernantes y líderes podrían
generar oportunidades políticas, facilitar las opciones por la noviolencia.
3.1. Una síntesis de la acción política noviolenta
Como lo afirma T. S. Schelling en el prólogo al clásico libro de Sharp (1973),
la diferencia entre violencia y noviolencia no se reduce a la distinción entre la plegaria y la dinamita –aunque las evidencias indiquen que la acción
violenta causa más desastres que su antagonista. El común denominador
del accionar violento y del noviolento es el de influenciar el comportamiento de la gente, esto es, el proponerse hacer que algún(os) individuo(s) haga
o deje de hacer algo. Por cierto, el uso más racional de quienes emplean la
violencia radica en minimizar los efectos destructivos de su accionar, lo que
significa emplear estrategias de disuasión con un uso mínimo o potencial
de la destrucción. Esto último genera una zona borrosa o difusa entre los
dos tipos de acciones.7
Quizás una de las principales diferencias es que la acción violenta, con
frecuencia, se nutre del descontrol emocional, mientras que la noviolenta
supone cabezas frías y control de las emociones. Acciones tales como la
agresión individual, las riñas, el vandalismo oportunista, los ataques dispersos y aun los más sofisticados como la destrucción coordinada –típica de los
ejércitos legales e ilegales– y los rituales violentos –como los grupos satánicos
y las barras bravas– suponen emociones fuertes. Tales actos violentos se
originan y persisten gracias a emociones como la rabia, el miedo, la venganza, el resentimiento y el odio.
La noviolencia, de acuerdo con Gandhi (1993) y Tutu (2004), supone
neutralizar o suprimir emociones como el miedo –que conduce a la cobardía–, la venganza y el odio. Los actos noviolentos más auténticos suponen
sentimientos y emociones como la solidaridad y el amor.
La acción política noviolenta es una fuerza y una forma de combate, y
en modo alguno es vil pasividad. Esta asume que El poder es una relación
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El terrorismo es un uso racional de la violencia: el terrorista arremete bárbaramente a una
pequeña muestra de la población para disuadir al resto, no recurre a la aniquilación masiva, sino al
castigo ejemplar para disuadir a los que no ha eliminado. Una huelga o un embargo comercial son
noviolentos, pero, algunas veces, podrían desencadenar efectos perjudiciales más aún si se trata de
suprimir o aminorar la oferta de bienes y servicios relacionados con la salud.
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social, definida como la capacidad para controlar, de una manera directa
o indirecta, el comportamiento de otras personas. Pero el poder es fruto de
una interacción estratégica: si uno quiere controlar el comportamiento
de otra gente requiere de su consentimiento o aquiescencia. A mayor poder,
mayor grado de consentimiento voluntario, expresado éste en la autoridad
y en la influencia; a menor poder, mayor grado de obediencia obligada, que
se expresa en la presión y en la coerción. El poder de cualquier gobernante,
por más “poderoso” que este sea, depende de la cooperación u obediencia
de sus subordinados. El gobernante más poderoso es el que tiene más cooperación voluntaria y leal de sus subordinados, sin tener que recurrir a las
amenazas y a los castigos.
No son las sanciones y castigos en sí mismos, sino el temor y terror que
engendran, lo que produce obediencia. Y el obedecer siempre es un acto
voluntario: un desobediente persistirá pese a los castigos e incluso hasta la
muerte; un obediente cederá y cooperará con su tirano aunque sólo esté
presionado por amenazas y chantajes.
El poder político nunca puede ser ejercido o consumado sin el consentimiento activo o la aquiescencia pasiva de la ciudadanía, sin la cooperación
directa de cuantiosos aliados y sin la cooperación indirecta de comunidades
enteras. La acción política noviolenta supone tres conjuntos de acciones, a
saber: uno, la publicidad y la acción simbólica; dos, la no colaboración y la
desobediencia, y tres, la acción o intervención directa.
Los resultados de la acción política noviolenta se traducen en cambiar
el comportamiento individual o colectivo de los adversarios. Una acción
política noviolenta exitosa puede producir:
• Conversión: es posible persuadir al adversario y lograr que, voluntariamente, acepte y coopere con nuestros objetivos.
• Acomodación: aunque el oponente no cambia su punto de vista y cree
en que sus fines son los verdaderos, se acomoda y coopera con nuestros
objetivos para sobrevivir.
• Coerción noviolenta: cuando el cambio social es alcanzado sin lograr
un acuerdo con los oponentes y por encima de su voluntad.
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La acción colectiva contendiente es, por definición, no violenta o menos
violenta –en escala e intensidad– que el accionar de aquellos, como el Estado
y las alianzas de grupos de presión con gran poder económico y político,
que ejercen el monopolio de la fuerza –para no mencionar las industrias de
armas y la implementación de la guerra. Dentro de la gran tradición pacifista, la acción colectiva contenciosa es clara expresión de que el poder es
una relación bivalente o polivalente, que para ser ejercido requiere el consentimiento u obediencia de aquellos que pueden devenir súbditos. Sharp
(1973), seguidor de Gandhi, habla de acción política noviolenta, la cual es
expresión de sectores populares o excluidos que pueden no acatar y resistirse a las órdenes y/o amenazas de quienes pretenden imponer o mantener un
orden social injusto. A fin de cuentas, la única arma de que disponen los
inconformes y marginados con un imperfecto orden social vigente es el
poder de decidir si obedecen o acatan las órdenes que imparten quienes
defienden el orden social establecido.
3.2. Construcción de comunidades de paz
3.2.1. Comunidad, diseminación y descentralización del poder político
El conjunto de relaciones sociales más cercanas a los individuos, su comunidad, deviene el camino clave de la información y la influencia política en
los procesos políticos de rebelión, de guerra civil y, con mayor razón, de
resistencia civil y acción política noviolenta. Sin una organización basada
en la comunidad, ningún proceso político sea este encaminado a la rebelión,
a la revolución y/o a la resistencia y la acción política noviolenta puede
prosperar. Petersen (2002) encuentra que la exitosa rebelión contra regímenes despiadados –contexto de Europa del Este– fue un proceso de acciones
colectivas espontáneas basadas en el apoyo comunitario. Las diversas organizaciones políticas con base comunitaria son exitosas por muchas razones,
algunas de las principales se explican porque las comunidades:
• Proveen apoyo material –contribuciones, impuestos– e información–
alerta y denuncia oportunas.
• Constituyen una población de apoyo –retaguardia– para unos procesos políticos más estructurados.
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• Emprenden acciones de retaliación –campañas de repudio social– contra los colaboradores de los grupos políticos adversarios y, por esa vía, impiden ulterior colaboración con tales actores.
• Constituyen semilleros de líderes para unos procesos políticos más
estructurados.
Los regímenes políticos, aun cuando estos sean poderosos, solamente
controlan gran parte del ambiente externo: apenas puntos escogidos de algunas fronteras, de la infraestructura vial, de los viaductos de energía, al
igual que uno que otro punto donde se concentran los fortines del poder y
las empresas productivas. Pese a su poder y aun a pesar de su presumible
legitimidad, no hay régimen político que pueda penetrar fácilmente en las
comunidades –las cuales se pueden comparar con la multitud de vasos capilares de un organismo. Las organizaciones insurgentes son también externas a las comunidades y, salvo el recurso del terror, no ejercen un poder
genuinamente político sobre las comunidades.
En la comunidad el mundo deviene más pequeño y la batalla por el
poder político se pelea en la manzana, en la tienda, en el barrio y en el sitio
mismo de trabajo. Cada individuo es presionado y controlado por su comunidad para involucrarse o dejar de involucrarse con determinado grupo
u organización política. Pero, por cierto, la comunidad misma puede ser
presionada o apoyada por alguna agrupación u organización política; esto
es, la comunidad no es neutral, sino que está en la órbita de influencia de
algún grupo que pretende acceder o preservar el poder político.
Las comunidades son productoras de organización y de orden social,
mediante la presión y el control social éstas pueden promover la colaboración de sus integrantes con uno u otro bando de los que pugnan en un
proceso de guerra civil. Una comunidad fuerte, de acuerdo con Petersen
(2002) y Taylor (1982), tiene cinco características; a saber:
1. El conjunto de personas que componen una comunidad tiene un
conjunto común de valores y creencias, en algunos casos ideologías, mitos y
religiones.
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2. Entre los miembros de la comunidad hay fuertes lazos de comunicación, los límites de la comunidad están marcados por el relativo declive en
la frecuencia de las comunicaciones que, para ser efectivas, dependen de
que la gente tenga creencias y valores en común.
3. Las relaciones entre los miembros de la comunidad deben ser directas y polifacéticas. Por relaciones sociales directas se entiende vínculos no
mediados por representantes, líderes, burócratas, instituciones semejantes
al Estado o por códigos y abstracciones.
4. Los integrantes de la comunidad están autorregulados por reglas de
reciprocidad, que cubren un amplio rango de acuerdos, relaciones e intercambios que incluyen ayuda mutua, además de algunas formas de cooperar
y de compartir. La reciprocidad oscila entre dos extremos, el altruismo a
corto plazo y el del egoísmo a largo plazo –yo le ayudo a usted bajo la
incierta expectativa de que en el futuro usted me ayude a mí. Cuando hay
altruismo, no existe reciprocidad condicionada, tanto así que la obligación
para corresponder –reciprocar– es vaga y difusa –esto es típico de quienes
son generosos, hospitalarios y gustan compartir. Hay reciprocidad balanceada y condicional cuando la cooperación unilateral es inadmisible. Para
que sea efectiva la norma de reciprocidad, además de los dos primeros rasgos, las comunidades deben ser relativamente pequeñas y estables.
5. Una igualdad aproximada de condiciones materiales. Pero la equidad
económica no es suficiente, es importante incluir la equidad en la participación –en relación con las decisiones colectivas– y en el ejercicio mismo
del poder –esto equivale a disminuir la división y concentración del poder,
para propiciar relaciones más horizontales y simétricas.
Encontrar unas comunidades que cumplan con tales requisitos es, en
verdad, muy difícil. En Colombia, lo más cercano a la pura comunidad
son, justamente, las comunidades indígenas y en eso puede radicar mucha
de su fortaleza en los procesos de resistencia civil. La gran dificultad de la
sociedad moderna, un conjunto de relaciones sociales mediadas por un
mercado impersonal y por un Estado que interviene en muchos aspectos de
la vida, es que las comunidades son escasas. No obstante, es posible promover
formas cercanas a la lógica de la comunidad, promover relaciones comuni42
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tarias en agrupaciones de tipo laboral, académico, político, social, etc. En
las urbes son importantes relaciones sociales muy cercanas a la comunidad,
tales como las de: frentes de seguridad local, juntas de acción comunal,
comunidades eclesiales, grupos culturales y deportivos, al igual que diversas
organizaciones voluntarias.
Las comunidades más pequeñas8 y cohesionadas son las mejores bases
de apoyo para los bandos que pugnan sea en la guerra civil o en procesos de
contienda social fundados en la acción política noviolenta. Los individuos
pueden cooperar o dejar de cooperar con una organización política y/o
militar, incluso con el Estado mismo, dependiendo del condicionamiento
de su respectiva comunidad. La cooperación racional es posible solamente
si existe una cooperación condicional, esto es, ciertos individuos cooperan si otros previamente lo han hecho. A su vez, la cooperación condicional
es posible solamente en colectivos de relativamente pocas personas, en los
cuales existen vínculos sociales personales y los individuos pueden observar
directamente el comportamiento de muchos de sus vecinos, lo cual implica
una relación imparcial y estable de pertenencia al grupo.
El planteamiento de Olson (1965) sobre tamaño del grupo y accionar
colectivo no es carente de razón.
La pequeñez de los grupos y la estabilidad de relaciones sociales al interior de estos son condiciones necesarias para los métodos de control social
característicos de las comunidades. En colectivos muy pequeños no se requieren los incentivos selectivos ni el control externo: es racional la cooperación
voluntaria en la provisión de bienes públicos. Pero en los grupos grandes,
los controles de algún tipo –algunos medios coercitivos para obtener que la
gente haga cosas que de otro modo no haría– son necesarios para que el
orden social sea mantenido.
La democracia, de acuerdo con Sharp (1980), se caracteriza por una
mayor dispersión y descentralización del poder político: los individuos no
están solos y atomizados, pueden hacer valer sus derechos políticos y otros
derechos en virtud de que pertenecen a una comunidad. Taylor (1982)
insiste en que el Estado es la máxima expresión de la centralización y concentración del poder, mientras que la comunidad permite desconcentrar el
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“Pueblo chiquito, infierno grande” reza el popular refrán.
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poder y generar formas de democracia directa y participativa. La comunidad, por tanto, permite construir el poder social que resulta tan importante
para generar democracia –poder ciudadano, encaminado a controlar a los
gobernantes y enfrentar las tendencias autoritarias.
3.2.2. Comunidades de paz
La delgada y difusa frontera que separa a los civiles de quienes son empresarios
de la violencia y de la cultura del atajo –grupos armados al margen de la ley,
narcotraficantes, corruptos y delincuencia organizada–, se puede transformar en un límite nítido y aun intraspasable si la población civil se organiza
en comunidades de paz. Pero los compromisos y manifiestos públicos típicos de la comunidad de paz no deben llevar a una neutralidad per se frente
al conflicto, se requiere reconocer que el Estado –siempre y cuando respete
los derechos humanos y mantenga su legitimidad– es el monopolio de la
fuerza* y la ciudadanía debe cooperar con este. Más correcta sería la noción
de autonomía comunitaria –soberanía frente a ciertas intromisiones del Estado. Las comunidades de paz requieren autonomía, esto se expresa en la
frase de un líder: “no nos dejamos gobernar por los violentos pero asumimos nuestros deberes ciudadanos –participación, veeduría, transparencia,
reducción de la corrupción, reducción de la exclusión”.
La declaratoria de una Comunidad de Paz exige el compromiso público
de la no-violencia, la marginación total del conflicto armado y la aceptación de las normas consignadas por la misma comunidad en su documento
de declaratoria. La supervivencia de la comunidad dependerá del cumplimiento de las obligaciones consignadas en el compromiso comunitario, el
cual debe ser público para que exista cierta presión social. De la seriedad y
permanencia del compromiso depende el respeto por parte de los actores
armados, la permanencia de la cohesión interna y, en última instancia, la
existencia de la comunidad de paz. Las comunidades que han emprendido
este tipo de procesos saben que, justamente, ante el menor incumplimiento
de los puntos y reglas acordadas cualquiera de los grupos armados tomará
represalias en contra de la población. Algunas comunidades han sostenido
*
El monopolio de la fuerza (violenta) por parte del Estado es controvertido no sólo por Gandhi,
sino también por autores como Tilly (2003).
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acuerdos con los actores armados, con el fin de preservar la vida, la convivencia y el derecho al trabajo, lo que incluye un diálogo permanente con
los actores armados y el gobierno.
El compromiso comunitario de no-violencia significa la adopción de
un conjunto de principios que no son negociables y que deben ser garantizados por la unidad de la comunidad. Tales principios exigen una acción
colectiva, la cual consiste en la adopción de acuerdos colectivos para tomar
las decisiones por mayoría, mediante el consenso, y para llevarlas a la práctica sin dilaciones. Dentro de los principios fundamentales se mencionan:
uno, el derecho a morir dignamente, morir antes que obedecer o cooperar
con los violentos; dos, la construcción –por oposición a la destrucción–;
tres, la transparencia y la práctica cotidiana del respeto a los derechos humanos, y cuatro, el ejercicio de la participación y el ejercicio de la inclusión.
Algunos de los principios que han orientado las experiencias comunitarias de resistencia civil en el país son los siguientes: prohibición de tener o
portar armas y municiones –desarme voluntario–; no participación en operaciones militares; no cooperación frente a todos los actores del conflicto
interno armado en cuanto a apoyo logístico, resolución pacífica de conflictos
de índole personal o familiar y desarrollo comunitario incluyente, neutralidad como barrera transparente y protectora de la población civil que busca
resolución pacífica del conflicto; solidaridad –fortalecer lazos comunitarios–; libertad –capacidad de autonomía–; diálogo transparente –expresar a
los actores armados que no se piensa colaborar con ninguno de ellos–; respeto a la pluralidad –derecho a discutir, disentir y plantear alternativas–;
resistencia con justicia –defensa pacífica frente a injusticias–; clamor por
mayor autonomía cultural de las comunidades –en especial los indígenas
como los paeces, guambianos, uwas y arwacos– para, justamente, rescatar
el conjunto común de valores y creencias, esto es, su identidad y cosmovisión;
organización de proyectos productivos y políticas de bienestar social que,
por cierto, deberían sustituir a la cuestionable inversión en guerra; luchar
contra las estructuras económicas y políticas impuestas –en este sentido se
busca contrarrestar el efecto nocivo del Estado y de otras intervenciones
exógenas que pueden ser nocivas para el desarrollo comunitario–; no luchar
en un conflicto que no es el propio, no dejarse imponer la guerra ni por las
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fuerzas armadas regulares ni por las irregulares; apuntar a fortalecer el Estado desde lo local; hay experiencias como las Asambleas Constituyentes de
Mogotes y de Tarso que retoman la Constitución, concretamente el artículo No. 3 sobre la soberanía popular; buscan mayor control sobre los gobernantes, buscando la destitución de los corruptos; trabajar por un plan de
desarrollo propio y participativo; propender por la construcción de la paz
local, construyendo acuerdos y mecanismos para la solución pacífica de los
conflictos; muchas experiencias de resistencia pacifista ponen en cuestión
el hecho de que la reconciliación se construya sobre la ausencia de memoria
y verdad –perdón y olvido–, insisten en que hay que acabar con la impunidad y promover la reparación integral a la cual tienen derecho las víctimas
del conflicto.
3.3. Oportunidades políticas para la democracia
En la base de los movimientos sociales se encuentran las redes y comunidades. Aunque quienes deciden participar o no en una acción colectiva son
los individuos, ésta casi siempre es activada y mantenida por sus grupos de
contacto directo, sus redes sociales y sus instituciones. Esto significa que los
“grupos grandes” sí pueden hacer acción colectiva: el problema del grupo
grande de Olson (1965) a menudo queda resuelto por una solución de
grupo pequeño –con base en comunidades y redes sociales. Si un grupo es
lo suficientemente heterogéneo como para contener una masa crítica capaz
de hacer grandes contribuciones, y si esos miembros están socialmente vinculados entre sí de tal modo que pueden actuar concertadamente, la acción
colectiva por mejoras colectivas conjuntamente suministrados es posible y
más probable en grupos más grandes. Y dado que un movimiento es en
realidad un cúmulo de movimientos sociales –acciones colectivas comunitarias o locales– holgadamente vinculados entre sí, puede sobrevivir allá
donde un grupo aritméticamente “grande” no podría hacerlo.
Las oportunidades políticas crean incentivos para el accionar colectivo,
afectan las expectativas de éxito o de fracaso de la gente agraviada y, por lo
mismo, para la generación de movimientos sociales. Este concepto pone el
énfasis en los recursos ‘exteriores’ a la colectividad –recursos distintos al
dinero o al poder–, que pueden ser aprovechados incluso por luchadores
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débiles o desorganizados. Los movimientos sociales se forman cuando los
ciudadanos corrientes, a veces animados por líderes, responden a cambios
en las oportunidades que reducen los costos de la acción colectiva,9 descubren aliados potenciales y muestran en qué son vulnerables las élites y las
autoridades. Los cambios más importantes en la estructura de oportunidades políticas surgen de la apertura del acceso al poder, de los cambios en
los alineamientos gubernamentales, de la disponibilidad de aliados influyentes y de las divisiones dentro de las élites y entre ellas mismas –los gobernantes no constituyen un bloque monolítico.
Lo que varía ampliamente con el tiempo y el lugar son las oportunidades
políticas, y los movimientos sociales están más íntimamente relacionados
con los incentivos que éstas ofrecen para la acción colectiva que con las
estructuras sociales o económicas subyacentes. Son más fundamentales que
las necesidades mismas –las llamadas condiciones objetivas como el hambre y la pobreza. Los descontentos encontrarán oportunidades favorables
no sólo cuando hay pendiente una reforma, sino también cuando se abre el
acceso institucional, cuando cambian las alianzas o cuando emergen conflictos entre las élites.
Los cambios más destacados en la estructura de las oportunidades políticas son cuatro, a saber:
• La apertura del acceso a la participación: por ejemplo las elecciones,
en el caso de Colombia se destaca la descentralización y la elección popular
de alcaldes y gobernadores, y otros avances logrados con la Constitución
del 91.
• Cambios en los alineamientos de los gobiernos: por ejemplo el papel
de la oposición y la competencia partidista, en el caso colombiano se destaca el Frente Nacional como freno a la violencia bipartidista de los años
cincuenta y, a la vez, como obstáculo al surgimiento de partidos distintos al
liberal y al conservador.
9
Los costos de transacción equivalen al costo de definir los contratos u acuerdos, el evaluarlos
y el hacerlos cumplir. Uno de los grandes aportes de Olson (1965) es, justamente, que la acción
colectiva de los grupos grandes o masivos (decenas a miles de personas) presenta elevadísimos costes
de transacción en comparación con la organización de los grupos pequeños o de relaciones face to
face, como las familias y ciertas comunidades.
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• Disponibilidad de aliados influyentes: los rebeldes se animan a la acción
colectiva cuando tienen aliados que pueden actuar como amigos en los
tribunales, como garantes contra la represión o como negociadores aceptables. En Colombia los organismos controladores, la Defensoría del Pueblo
y los tribunales internacionales de derechos humanos pueden ser aliados de
los movimientos sociales.
• Divisiones entre las élites y en el seno de ellas mismas: las divisiones
entre las élites no sólo incentivan a los grupos pobres en recursos a aventurarse
a la acción colectiva, sino a segmentos de la propia élite que no se encuentran en el poder a asignarse el rol de “tribunos del pueblo”. El hecho de que
en Colombia el gobierno de importantes ciudades como Bogotá y Medellín,
al igual que la Gobernación del Valle recaigan en líderes de la oposición es
indicativo de que los gobernantes no son un bloque monolítico.
La aparición de oportunidades políticas genera recursos externos para
la gente que carece de recursos internos, aberturas donde antes había sólo
un muro, alianzas anteriormente inviables y realineamientos que parecen
capaces de aupar a nuevos grupos al poder. Pero como estas oportunidades
son externas –y como pasan tan rápidamente de los grupos de protesta
iniciales a sus aliados y oponentes, y finalmente a las élites y a las autoridades–, la estructura de las oportunidades políticas es una voluble amiga de
los movimientos, particularmente de aquellos que se basan en grupos pobres
en recursos. Así las cosas, las oportunidades políticas son a la vez explotadas
y expandidas por los movimientos sociales, transformados en acción colectiva y mantenidas por medio de estructuras de movilización y marcos culturales.
El problema de la acción colectiva es social, no individual. Los movimientos sociales surgen cuando se amplían las oportunidades políticas, cuando se demuestra la existencia de aliados influyentes y cuando se pone de
relieve la vulnerabilidad de los adversarios políticos. Al convocar acciones
colectivas, los organizadores se convierten en puntos focales10 que transfor10
Thomas Schelling, en su seminal trabajo The Strategy of Conflict (1960), acuñó el término
“puntos focales” para referirse a equilibrios o puntos de atracción, hacia los cuales convergen las
expectativas y las estrategias de los individuos en ambientes de interacción estratégica. Por ejemplo,
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man las oportunidades, convenciones y recursos externos en movimientos.
Los repertorios de confrontación,11 las redes sociales y los marcos culturales
reducen los costes de inducir a la gente a la acción colectiva, creando una
dinámica más amplia y más extensamente difundida en el movimiento. El
problema de este accionar colectivo no se reduce a la versión economicista
olsoniana de evitar a los colinchados o free riders, sino el de la coordinación
de cuantiosas microacciones colectivas existentes en los ámbitos locales.
Los organizadores del movimiento no parten de cero, en realidad cuentan
con las estructuras de oportunidad que crean incentivos para que se formen
movimientos, con el repertorio de acciones colectivas que estos usan, con
las redes sociales locales en las que se basan y con los marcos culturales en
torno a los cuales se movilizan sus seguidores. El valor agregado de los organizadores del movimiento social, justamente, radica en hallar la sabia y
oportuna combinación de estos componentes.
En lo concerniente a la creación de oportunidades políticas para la generación de una acción política noviolenta, es mucho lo que los gobernantes demócratas deberían y podrían hacer. El sólo hecho de no reprimir ni
‘satanizar’ la protesta popular es un paso importante, hay otros pasos decisivos en devolverle poder a las comunidades, pasos estos como la justicia de
paz y la resolución comunitaria de conflictos. Un gobierno que ofrezca
oportunidades para la democracia es un gobierno que está evitando que la
acción colectiva contendiente y el conflicto degeneren en guerra.
Finalmente, aunque existen algunas voces de gente que no concibe que
los gobernantes enarbolen las banderas de la resistencia civil y de la acción
política noviolenta, es apenas sensato recordarles que, no sólo los gobernantes no son un bloque monolítico sino que, además, puede existir la no
cooperación y la desobediencia administrativa.
dos viajeros que se pierden en la enorme ciudad de Nueva York y que no se pueden comunicar entre
ellos, al conocer cada uno las expectativas de la otra persona y saber de un sitio destacado dentro de
tal urbe, convergerán muy seguramente en The Grand Central Station, edificio que se convierte en
el punto focal de esta interacción.
11
Por repertorios de confrontación se entiende el acervo de experiencia colectiva en la confrontación política, por ejemplo las marchas masivas, las barricadas, los sitios y símbolos que en pasadas
experiencias han servido para movilizar a diversos sectores sociales.
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