Kalyn Heminger El perro callejero Estoy feliz de que Micaelita no se haya casado con Bernardo. Yo había tratado de decirle a ella que él no es una persona buena, pero tenía miedo de que ella no me escuchó. Quizás que ella me hubiera escuchado al último momento. Ves, ella estaba enamorada de Bernardo, pero yo sabía sus caracteristicas verdaderas, y son negros como su corazón. Él no amaba a Micaelita, estoy segura - él sólo la quería porque ella es tan hermosa, tan simpática y tan ciega. Yo sé estas cosas porque conocía a Bernardo cuando éramos niñitos. Él siempre había sido guapo, pero no había sido jamás simpático. Sin embargo, él ha aprendido a esconder su vileza. Cuando éramos niños, yo vivía en una casita en el centro del pueblo. Mi casita era la más pequeña y tenía muchas personas, pero mi familia estaba contenta porque nos teníamos unos a otros. Sin embargo, si caminara a la esquina de mi calle y doblara a la izquierda, encontraría una mansión, y la familia de Bernardo vivía allá. Su familia tenía mucho dinero pero no tenía mucha felicidad. Su madre y su padre disputaba siempre, y frecuentemente Bernardo estaba en la esquina de nuestras calles mientras oíamos la disputa de sus padres. La primera vez, yo tuve lástima por él. Él era un niño también, y no podía impedir sus disputas. Sin embargo, todo cambió cuando encontré un perro callejero. El perro era blanco con puntos negros en sus patas traseras. Era sucio y demasiado delgado, y tenía pelo corto y enmarañado, pero yo siempre había querido una mascota. Decidí ofrecerle amistad al perro. Al principio, el perro tenía miedo de todo el mundo, pero después de dos días él comenzó a comer mientras yo estaba allí. Estaba tan feliz que no oí a Bernardo cuando él vino detrás de mí. «Ah, mira,» él dijo, «¿qué tenemos aquí? ¿Es un perro callejero?» No sabía qué, pero había algo de su tono que no me gustaba. «No,» dije, «Es mi perro.» «Mientes,» escupió, «es un canalla.» Tomó tres pasos hacia el perro y ví que Bernardo tenía una raqueta. El perro gimoteó y puso su cola entre sus piernas. «¡Párate!» dije, pero no se paró. Los aullidos del perro podían ser oídos por todo el pueblo. Eran más ruidosos que las disputas de sus padres. Entonces, no quería que Micaelita se casara con Bernardo, y estoy feliz de que ella haya dicho «no.» Su decisión llegó un poco tarde, pero es mejor tarde que nunca.