DESPACHOS :

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(CUATRO
PLIEGOS)
DESPACHOS :
MADRID:.
Hernando, Arenal, 11.
BARCELONA
Bou de la Plaza
NueTí,
131
I CABALLERO DEL AGLÍLA ÍIOJl
CAPÍTULO
PRIMERO.
De cómo andaban las cosas en Castilla
durante la menor edad da
Don Fernando IV el Emplazado.
D u r a n t e los tiempos de la menor edad del rey de Castilla D. Fernando el IV, conocido por el Emplazado, el país estaba en completo
desasosiego merced á la lucha que entre sí tenían los distintos y opuestos bandos que se disputaban las riendas del gobierno, amargando los
dias de la ilustre reina madre, encargada de la regencia, y que por sus
virtudes, gran capacidad para el gobierno y nobilísimo corazón le
ha dado la historia el nombre de Doña Mario, la Grande.
Desde la muerte de su esposo D. Sancho IV el Bravo, esta excelsa señora sufría grandes aflicciones y pasaba por las más crueles p r u e bas, pues los nobles del reino querían, á pretexto de formar un consejo de regencia que mandase en nombre de D. Fernando, mientras
éste llegaba á su mayor edad, apoderarse de todas las rentas, señoríos
y prebendas de que habían sido privados por anteriores rebeldías por
el difunto rey 1). Sancho; así es que el estado del país no podía ser
más lamentable.,
'
Empobrecido, el país, mermadas las rentas del real Erario, desconocida la autoridad legítima de la reina madre y llevado el rey D. F é r -
nando de los falsos consejos de los nobles que le rodeaban para indisponerle con su madre, no podía ser más triste el estado de Castilla,
cuya dominación se disputaban los rebeldes, manteniendo grande®
mesnadas de ballesteros y gentes de armas, que ejercían toda clase d©
coacciones y presiones sobre el poder real,
Las tropas de la reina D.* María, mal pagadas á causa de la p o breza del Erario, eran insuficientes para tener á raya las demasías da
los nobles; pero la gran entereza de la reina madre suplía estos inconvenientes, escudada en la le_gitimidad de sus derechos á gobernar por
sí sola el reino durante la minoridad de su hijo, los cuales habían sido
solemnemente otorgados ante toda la Corte y grandes magnates de
Castilla por el rey D. Sancho desde su lecho de muerte momentos
antes de espirar.
De todos los ambiciosos que perturbaban el reino, los más temibles
eran los infantes D. Enrique y D. Juan, ambos tíos del rey, los cuales
habían logrado apoderarse de la voluntad del joven monarca, indisponiéndole con su augusta madre, en términos que la desventurada reina
pasaba por el duro trance y cruel dolor de contar á su hijo como el
primer rebelde de todos y el más peligroso, puesto que no tenía la r e flexión necesaria para comprender que lo que "ambicionaban sus tios
era arrebatarle la corona y medrar á costa de los bienes del rey.
El pretexto de que se valían los infantes D. Enrique y D. Juan para
perturbar el reino y mantener por medio de las armas sus derechos á
la corona (si bien a su sobrino el rey le decían que sólo aspiraban á
encargarse de la regencia), era que por haber sido el rey D. Sancho
el Bravo maldecido por su padre D. Alfonso el SáMo en la hora de la
muerte, había perdido sus derechos á la corona, la cual había usufructuado indebidamente. Además, y por lo que toca á los derechos d®
D. Fernando el IV su sobrino, decían que no eran legítimos, porque
su padre D. Sancho y la reina D. María de Molina, su madre, eran
primos y se habían casado sin obtener la dispensa del Papa, por cuya,
razón no era válido el matrimonio' ni podía considerarse como legítimo
para los efectos de sucesión a l a corona.
*|
Pero todo esto no eran más que añagazas y pretextos para justificar á los ojos del pueblo sus ambiciones y sus rebeldías, pues si bien
D. Sancho había sido maldecido por su padre á causa de haberse rebelado contra él, también es cierto que ol rey sabio le perdonó, con
lo cual dicho se está que, como su hijo primogénito, le reconoció todos
los derechos de sangre y de justicia que le autorizaban y legitimaban
en k sucesión del trono; y por lo que hace á no haber sido dispensado por el Papa el parentesco que unía á D. Sancho y D.' María,
tampoco era una razón de gran peso, porque á parte de que el sumo
Pontífice había manifestado diferentes veces, durante el reinado de
D. Sancho, su amistad y cariño á este monarca, así como á su esposa,
no tenía ningún valor ni fuerza moral el hecho de que hubiese negado la dispensa, pues habiéndose verificado el matrimonio por ante la
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iglesia, bien se comprende que era legítimo aun cuando aquel requi­
sito le faltase, habida razón á que los matrimonios entre parientes
próximos de la sangre real es un hecho admitido y tolerado por cues­
tiones de Estado, y además muy frecuente, aun entre los vasallos de
la más ínfima clase, lo cual demuestra que el matrimonio celebrado
entre primos no está prohibido por la Iglesia de un modo absoluto.
Sea como quiera, lo cierto es que el reino de Castilla estaba pobre
y esquilmado, y como si esto fuera poco, en plena guerra civil. La
reina no tenía servidor más fiel que el noble caballero D. Alonso d e
Guzmán, apellidado el Buen o, por el heroísmo con que defendió du­
rante el reinado de D. Sancho la plaza de Tarifa, cercada por fuerzas
agarenas comandadas por el infante D. Juan. D. Alonso era un cum­
plido caballero, en cuya lealtad descansaba la reina, pero no. podía
atender á todos los sitios donde era preciso, y á la sazón estaba en
Toledo para proteger á la reina viuda y al joven rey de las asechan­
zas de los nobles, los cuales eran cada día más exigentes y díscolos,
hasta el extremo de que la corona de D. Fernando el IV se hallaba en
verdadero peligro.
C A P Í T U L O II.
Del extraño suceso acaecido á la in fan ta мота, Zaida, hija del rey de
Granada, y de su con versión al cristian ismo
U n día, después del toque de las oraciones y en ocasión de que
D. Alonso de Guzmán el Bueno se hallaba en sa cámara del Alcázar
real de Toledo, recibió aviso de que le quería ver una mora que se
había presentado preguntando por ól. Era la hora en que el crepúsculo
de la tarde se iba amortiguando para dejar libre el campo á las tinie­
blas de la noche. Llovía á cántaros y un viento impetuoso se oía b r a ­
mar con furia, todo lo cual revela que no era tiempo á propósito para
visitas, y mucho menos de una mora, pues en Castilla, por aquel e n ­
tonces, estaban libres las villas y ciudades de sarracenos.
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Por todas estas razones se comprende la sorpresa que le produjo
al noble Guzmán la noticia de semejante visita, y mucho más á tales
horas, con un tiempo tan desapacible; pero como cumplido caballero
que era, mandó aviso de que inmediatamente la hicieran pasar, y ma­
yor fué todavía su admiración al encontrarse frente á frente con una
gallardísima dama mora, que por su continente revelaba ser de clase
muy principal. Ella se le quedó mirando un buen rato, envuelta como
iba en un hermoso jaike, y¡ exclamó sumamente conmovida:—Sin d u ­
da el honrado y bravo caballero D..Alonso de Guzmán, llamado, el
Bueno por su heroísmo, no me reconoce.—.Quedóse Guzmán suspenso
ante tan cumplido como cortés saludo, sin acertar qüién.fuese la mora,
ni cómo podía ser que estuviese.én Toledo. "Viendo; está que Guzrnán
no daba señales, de conocerla, dijo:—¿Nó conocéis i Ben-Xusuf-benNazar el Ansarí?—Ciertamente, dijo D., Alonso. .Ese nombre es el .del
bravo rey de Granada, nuestro aliado, cuya calxdlorosídád y riqueza
solo pueden .compararse á su' gran discreción. —¡Óh, dijo visiblemente conmovida la mora, bien se echa d e ver que toda lá'hidalguía ' c a s tellana se alberga en vuestro pecho.—Seguidamente ía mora refirió
cómo el rey de Granada,; con ser muchos y.grandes los tesoros que,poseía, guardaba uno verdaderamente inapreciable, cual era suhijaZaida, la cual no era otra que la propia mora que estaba hablando. Admiróse Guzmán de nuevo ante semejante noticia, por constarle que
efectivamente el rey de Granada adoraba en su hija hasta el extremo
de encerrarla donde ojos humanos no la viesen, habiéndola visto Guzmán por casualidad en una cacería á que el rey moro le invitó en cierta ocasión en que fué á Granada comisionado por su señor el rey don
Sancho para cierto negocio relacionado con las kabilas del Riff.
Testificó la mora el suceso y refirió como habiendo sido robada
por el infante D. Juan, habían llegado á Toledo, momentos antes, á
jornadas dobles, y que siendo encerrada, había logrado escaparse dirigiéndose al Alcázar á ponerse bajo la protección de la reina D. María, y de Guzmán. Tan pronto como éste oyó pronunciar el nombre
del infante D. Juan, altéresele el rostro de coraje, pues él fué quien
para obligarle á entregar la plaza de Tarifa tuvo la crueldad de amenazarle con degollar á un hijo de Guzmán si éste no se rendía á discreción, cobardía insigne á que éste contestó arrojando un cuchillo
desde lo alto de la muralla, diciendo:—Si no tienes arma con que consumar tu bárbara amenaza, ahí tienes mi. .cuchillo, porque cien hijos
que tuviera los sacrificara antes que hacer traición á mi patria y á mi
rey.—El infante D. Juan degolló al niño, pero no consiguió doblegar la
noble entereza de Guzmán ni penetrar en Tarifa, y desde entonces
entre los dos había un odio á muerte que nada era capaz de extinguir.
Continuando Zaida en su relato dijo que como cinco noches antes,
estando ella en su cámara de la Alh&mbra de Granada, recogida en su
lecho, penetró el infante D. Juan, que á la sazón era huésped del rey
moro, en la estancia donde ella estaba, intimándola á que le siguiera
bajo pena de muerte, y que de este modo se había consumado el rapto, sin otra intención á su parecer que la de exigir un crecido rescate,
con cuyo importe atender al sostenimiento de sus mesnadas é imponer por la fuerza su voluntad ambiciosa á la desgraciada reina doña
María. 3'
Del mismo' parecer fué Guzmán, quien se. hacía cruces de la gran
audacia del infante, y dijo á Zaida que no temiese, que desde aquel
mismo instante se hallaba bajo su orotección, y que si quería ver á la
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reina y referirla todas sus cuitas, seria bien recibida. Asintió Zaida i
las nobles proposiciones de D. Alonso de Guzmán, y pasado aviso á la
reina D." María fueron inmediatamente introducidos en su real cámara.
Era la reina D. María una señora joven y hermosa, cuya belleza
hacían resaltar sobre su cabeza las blancas tocas de la viudez. Hallábase reclinada sobre un viejo sillón de baqueta examinando unas cartas que le habían sido dirigidas por el rey D, Pedro de Aragón sobre
el señorío de ciertas villas y ciudades, agregadas indebidamente según él á la corona de Castilla.
Enteróse la reina de todo cuanto ocurría y abrazó con mucho cariño á la desgraciada infanta mora Zaida; apesadumbróse mucho de la
infamia de D. Juan y repitióle lo mismo que ya le había dicho Guzman, es á saber, que mientras estuviese bajo su protección nada tenía
que temer, y para mayor seguridad fué admitida como dama de honor
de la reina D." María.
En esto, se mandaron cartas reales á Granada participando al rey
Yusuf el resultado de la aventura; pero los emisarios volvieron diciendo que el rey moro renegaba de su hija y no la quería ver más, pues
decía que antes de consentir en ser robada tan villana y rastreramente debería de haberse dado muerte. Lloró Zaida el triste resultado de
la embajada, y la reina D. María la consoló diciendo que en ella encontraría, además de una dulce amiga, una verdadera madre. Tanto
conmovieron á Zaida las afectuosas razones de la reina y tal i m p r e sión le causaron sus edificantes prácticas religiosas, que manifestó
deseos de bautizarse y de ser cristiana bajo la advocación de la Santísima Virgen, madre de los desamparados, con cuyo motivo regocijósele
el ánima á la reinaCorrió la nueva del suceso por toda la Corte, y de allí á pocos dias
fué la ceremonia del bautismo, con asistencia del rey niño D. F e r n a n do el IV, que á la sazón tendría unos diez y seis años, y Zaida recibió
el agua bautismal de manos del reverendo arzobispo de Toledo, c a m biando su nombre por el de D. María de Granada, siendo sus p a d r i nos la reina D. María la Grande, madre del rey, y el noble caballero
D. Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, y se celebró la conversión con
grandes fiestas oficiales y regocijos públicos.
De allí á poco tiempo se recibieron á la vez cartas pontificias con
la bendición del Papa para la infanta mora convertida, y otras del rey
Yusuf llena de insultos para su hija y el infame raptor que había arrebatado al desgraciado monarca moro su mayor dicha, cual era su hija,
en la que tenía puestos sus cinco sentidos y constituía su mayor,
gloria.
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CAPITULO
III
En que et, rey se enamora de Zaida, y cómo ésta, para curarle de sus
insensatos amores, determina ausentarse de la Oórte.
L a infanta mora, ó sea D.* María de Granada, era muy nermosa y
además era de un carácter dulce y apacible y de un valor moral extraordinario. Su padre, el rey Yusuf, la había llevado á sus cacerías, y
siguiendo una costumbre árabe había hecho tomar parte muy activa a
su hija en simulacros de guerra, con objeto de adiestrarla en los combates, por cuya razón, Zaida sabía disparar á toda perfección una flecha,
dar un bote de lanza, refrenar un caballo ó saltar una zanja. Era pues
una mujer digna de su época, que á la juventud y belleza de la más
atildada dama unía el carácter firme, la voluntad de hierro y la energía
y acción rápida de un guerrero. Por todas estas causas, D." María de
Granada se atrajo en seguida todas las simpatías de la Corte, y todo.s
se disputaban á porfía el honor de saludarla.
El joven rey D. Fernando, de carácter impetuoso y voluble, se
enamoró bien pronto de Zaida, con una de esas pasiones violentas, irresistibles, devastadoras, que todo lo arrollan y ante nada se detienen;
pero como estaba prometido en matrimonio á la hija del rey D. Dionis
de Portugal, llamada Constanza, y sabía que este matrimonio obedecía
á altas razones de Estado, guardó en su pecho el volcán que lo devoraba, temeroso de provocar un conflicto y amargar las horas de su
madre la reina D. María, que había concertado esta boda fundada
eri poderosos motivos políticos.
A pesar de su reserva, el joven rey no se podía dominar delante de
Zaida, y un temblor nervioso y un fuego extraordinario que se escapaba de sus ojos denunciaron ala bella infanta mora el estado en que
se encontraba el rey. Zaida hubiera amado al rey por su hermosura
varonil y aquella entereza de ánimo heredada de su padre el rey don
Sancho el Bravo; pero el considerar de una parte la juventud de don
Fernando, y de otra su carácter voluntarioso y díscolo para con su
madre, agregado á la circunstancia de dejarse dominar y conducir por
el astuto y malvado infante D. Juan, hicieron que Zaida, lejos de
acoger la, pasión del rey con benevolencia, la notase con sobresalto y
temor. ¡>
Las prendas personales del rey no eran las más á propósito en lo
moral para deslumhrar á una mujer del temple, la discreción y el
talento de Zaida. Ella también tenía en sus venas la sangre ilustre
a
de cien reyes de su raza y no podía sentir orgullo ninguno en a r r a s trar á D. Fernando, en aquel amor que hubiera halagado la vanidadl
de cualquiera otra mujer. Zaida sabía bien que el rey estaba codicioso,
de su belleza aun cuando él mismo no se daba cuenta de;lo,que;S$n.tía
absorbido como estaba por la influencia magnética que Zaida ejercí^
sobre él; comprendía que aquel amor hubiese sido una perturbación
en los planes de la reina D." María, y que en ningún caso había de
ser acogido favorablemente en Castilla, dado su origen mahometano,
ni había de hacer finalmente la felicidad de él ni la de ella.
A medida que el tiempo pasaba, la pasión del rey por Zaida iba tomando un incremento aterrador. Ya no se limitaba el rey á devorarla
con los ojos, sino que la perseguía y la hablaba con entusiasmo dedo
dichoso que sería mereciendo una sola mirada de compasión de la
mora. El infante D. Juan, consejero del rey, y á quien Zaida había
burlado escapándose del encierro en que la había puesto al llegar- á
Toledo, estaba ansioso de venganza y solo anhelaba la perdición de
Zaida, por cuya razón impulsaba al rey á que no desmayase en sus
propósitos. La situación de Zaida se iba haciendo cada día, por esta
causa, más intolerable en la Corte de Castilla.
Temía la infanta mora que la reina D." María llegase á descubrir
las impuras y locas pretensiones de su hijo, y que creciendo la pasión
del rey pudiera llegar el caso de que i). Fernando se negase al m a trimonio con \). Constanza de Portugal; asi es que. lío veía más
medio de apagar el incendio que consumía el corazón juvenil del- rey
-.AIAVV
que marcharse de Castilla; pero ésto era más fácil de decir que de ejety
cutar, pues aparte del afecto, entrañable que -sentía por I V María la^-;^ -,.,
Grande y por Don Alonso de Guzmán, sus protectores, ¿á, dónde- sj^^f:'..
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dirigiría? AGranada no era posible, pues el rey.Yusuf la había. rnaldCíf¡
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cido. ¿Iría á unconvento? Esto repugnaba en alto grado á la n o b l © ¿ r
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infanta mora; y se comprende, porque en aquella época las eomunidígi
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des eclesiásticas y religiosas no eran lo que son hoy, lugares de r e o o * !
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gimientd para el espíritu, sino verdaderas fortalezas, focos.de rebeliói^>c¿^-..'.._ ¿. ^
á la corona y muchas veces guaridas de conspiradores, que buscaban
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refugio en las abadías,y monasterios al abrigo de los, fueros é inmuni^HvS"^
dades monacales, que nadie ni el mismo rey sería osado á quebrantar.
... Difícil por consiguiente era la situación en que loa amores del. rey
habían colocado á D. María de Granada, pues su singular belleza era
perpetuo.incentivo á los apetitos del rey, que le impedían por propio
decoro permanecí al lado de la Corte, y su aislamiento de toda, clase
de relaciones sociales le impedía encontrar un asilo seguro,donde
guarecerse. Por.carecer de recursos no se apesadumbraba Zaida, porque,
las joyas que adornaban su cuello, sus orejas, sus,.muñecas y sus
dedos, eran de un valor tan subido, que bastaban para asegurarla la
existencia, si las vendía, para todo lo que le restaba de,vida.
-.*.:
En este estado las cosas:, la reina D . María se veía cada vez más
apurada con las ambiciones de los nobles y las irreflexiones del rey su
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1
EL CABALLERO BEL ÁGUILA ROJA.
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hijo, cuya voluntad estaba por completo subyugada por sus tíos los
¡rifantes D. Juan y D. Enrique; es decir, por los dos mayores enemigos
deD." María la Grande, toda vez que ciegos de ambición y poderío y
haciendo valer sus derechos de familia aspiraban nada menos que a
sustituir á la reina madre en la regencia y gobierno de! reino, convocando Cortes en las cuales se decretase con asentimiento del rey que
la regencia pasase á los dichos infantes ínterin D. Fernando el IV llegase á su mayor edad y pudiese gobernar por sí mismo el reino.
No se le ocultaba á la reina D. María ni á su noble y leal consejero
D. Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, cuáles eran los verdaderos d e signios que tenían los infantes D. Juan y D. Enrique; es á saber, convocar Cortes en que la parcialidad oscureciese el verdadero deseo de
los pueblos, y una vez dueños de la regencia provocar al poco tiempo
conflictos interiores de los cuales resultara que la autoridad legítima
de D. Fernando fuese desconocida y perdiese la corona que iría d e s pués á parar á cualquiera de los dos infantes tutores del rey, aquel que
más intrigante fuese ó se diera mejor maña para vencer ó desembarazarse de su rival; por eso la reina quería á todo trance apartar á su
hijo de la compañía de sus falsos consejeros, y veía con dolor que el
rey lejos de obedecerla perdía lastimosamente el tiempo en cacerías y
diversiones que organizaban los infantes y que mermaban el bolsillo del
joven monarca de un modo extraordinario.
Por esta causa, la noble y animosa viuda de D. Sancho el Bravo
pasaba amargos ratos, en los que le consolaba la infanta mora doña
María de Granada; pero todo ello era insuficiente para conjurarlos
peligros que la rodeaban, á que se agregaba el dolor de tener que irse
desprendiendo de sus mejores joyas para que al rey su hijo no le faltasen recursos para sus diversiones, y al mismo tiempo para pagar á
la servidumbre real los salarios que devengaban. La reina D. María,
cuando llegaban estos trances apurados, tenía por costumbre valerse
de un moro converso establecido en las afueras de Toledo, el cuál era
muy rico y le facilitaba los recursos que necesitaba, dejándole en prendas sus más valiosas joyas, que recuperaba después cuando devolvía
al moro sus caudales." De este modo, aquella ilustre señora, modelo de
madres y de reinas, salía de sus apuros sin que la majestad de su r a n go padeciese lo más mínimo con empréstitos oficiales, que sobre ser
ruinosos para la administración pública redundaban en desprestigio de
la corona.
El moro, que estimaba mucho á la reina, facilitaba con la mayor
reserva todos los recursos que podía, contentándose con un módico interés, y de este modo nadie sabía los apuros que pasaba la ilustre reina. Zaida tuvo por esta causa ocasión de conocerle, y los vínculos de
raza vinieron á producir entre ella y el moro converso una verdadera,
franca é íntima amistad. Este moro se llamaba Bindaez, y consideraba
á Zaida como lo que era, es decir, como su reina, toda vez que era hija
única y legítima del rey de Granada Yusuf-ben-Nazar el Ansarí. Esta
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circunstancia vino en auxilio de Zaida y creyó que tal vez el moroBindaez le podría servir de mucho en la adopción de los medios más convenientes para que pudiese alejarse de Castilla aun cuando no fuest
más que momentáneamente, para que lejos de la presencia del rey
perdiese éste la afición á la mora y no se malograsen los planes de la
reina D.* María, ni se comprometiese la tranquilidad y sosiego #
Castilla..
CAPÍTULO IV.
De corno aparece en camparía el caballero del Águila Moja, y del mío*
y arrojo de sus ballesteros.
Cada día era más difícil la situación de la reina D." María para acallar las ambiciones de los nobles, y para desbaratarlas y asegurar la
eorona en las sienes.de su hijo no había más remedio que apresurar
las bodas de D. Fernando y D." Constanza, y convocadas jas Cortes
generales del reino adelantar el plazo de la mayor edad y entrar al
gobierno de sus pueblos y al disfrute de todas las inmunidades, derechos y privilegios reales. El partido delareina, aunque era el más n u meroso, pues contaba con la simpatía de todos los pueblos, era el más
débil, porque no tenía las tropas necesarias para hacerse respetar,
y las pocas que había estaban mal pagadas. En cambio los rebeldes
infantes tenían á su disposición fuertes mesnadas de ballesteros de
maza y otros hombres de armas, los cuales vivían sobre el país,, saqueando los pueblos y vejando á los habitantes con toda clase de exigencias en viandas y efectos de guerra.
Zaida veía con profundo pesar el estado de los negocios y lo mal
que correspondía el rey á los sacrificios que por consérvale la corona
estaba haciendo ,su valerosa madre, y apesadumbrada con esto y además con sus propias cuitas determinó el ir á visitar á Bindaez, con
todo recato y sin que nadie se apercibiese. Al efecto una tarde de invierno, ya cerca del oscurecer, se dirigió ocultamente á casa del moro,
que sorprendido por la visita la recibió todo confuso, al verse honrado
con la presencia de la infanta. Zaida le indicó que no se admirase de
nada y le explicó la situación difícil en que se encontraba y que venía
á que Bindaez le prestase un gran servicio, el cual era el de reducir á
moneda castellana parte de las joyas que llevaba. El moro, muy satisfecho de poder servir de algán provecho á la hija del rey Yusuf, le manifestó que todo cuanto era y valía estaba á disposición suya, sin que
Zaida tuviese necesidad de dejar en rehenes ninguna de sus joyas, é
^Agradecida Zaida á las nobles manifestaciones de Bindaez, le dijo
que puesto que le hallaba en tan buena disposición quería honrarle
confiándole sus proyectos. Le enteró de que por la pasión del rey
—
12 —
le era imposible permanecer por más tiempo en la Corte y que por el
'&;ücn6' afecto que tenía á lá reina D:" María y lo muy necesitada
"que esta se hallaba de buenos y leales servidores, había determinado
Ievaptar una pequeña partida de hombres de guerra qüe" peleasen al
>s ervicio de la ré'ina';y molestasen en'sus correrías y rapiñas "á los r e b e l d e s infantes, para lo cual era preciso tomar á sueldo gentes de a r más-que fuesen capaces de secundar sus planes. Bindaez halló-el
proyecto muy laudable, y preguntó á Zaida que quién iba á ponerse
al frente de aquella tropa, á lo que la animosa infanta mora respondió
con la mayor sangre fría;-r-Yo misma.—Pasmado se quedó el viejo
moro ante semejante respuesta, pero vista la tenacidad y seguridad
de Zaida no tuyo más remedio que bajar la cabeza y pasar por todo,
'aunque se lé vhacía muy duro que "una dama de tan finos modales y
tan delicado cutis como D. María de Granada pudiese ponerse al
frente de gente tan indómita, soez y grosera corno eran los hombres
de guerra que se tomaban por entonces á sueldo y que no reconocían
más bandera ni justicia que aquella que les presentaba el jefe que lOs
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pagaba.
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Zaida exigió á Bindaez juramento de que en ninguna ocasión ni
.tiempo había de' revelar á la reina D." María ni á nadie su¿ p r o pósitos; y obtenida' ésta promesa mandó á su buen servidor que tomase á sueldo hasta diez mozos de brío capaces para el duro ejercicio
de las armas. Hízolo así Bindaez, y como en aquellos tiempos había
siempre gentes ;dé armas dispuestas á entrar al servicio de quien mejor l e s pagase, bien pronto ajustó y contrató diez.ballesteros capaces
de resistir el'empujé de Ciento, Compró asimismo los caballos, arnéses, armas y equipos necesarios para está pequeña compañía, y cuando
todo estuvo dispuesto se presentó á Zaida, la cual firme en su •propositó trocó sü_ traje -"finísimo' de doncella por el rudo arnés del guerrero, y bajo juramento que exigió á Bindaez de no descubrir su s e creto, sepuáó en él'peto, á -guisa de escudo señorial, un águila -rampante roja, como distintivo de guerra.
Cuando estuvo perfectamente disfrazada, se presentó á Bmciaez,
que'Se quedó suspenso de admiración viendo el aspecto marcial de la
infanta, que tenía todas las trazas de un bello y joven guerrero;. Ella
sonriendo lé dio Urt cariñoso apretón de manos, y'pidiendp un pergamino dirigió un mensaje de despedida á la reina, dieiándola que razones
graves que acaso le podría revelar algún día le impulsaban á separarse
de su lado, pero qué desde cualquier'punto que estuviese y cualquiera
que fuese la suerte que Dios la deparase siempre la arriaría y ' r e verenciaría. Nada le decía de su nuevo género de vida, y cuando hubo
terminado' el ^escrito lo firmó y se lo dio á Bindaez con encargo dé que
lo: entregase á la reina, sin decir corno ni cuándo se lo'había entregado
ni mucho'menos cuáles eran sus -planes y propósitos.
Sin perder más tiempo montó' á caballo,, enristró la lanza y p i cando espuelas se dirigió al galope al encuentro de sus ballesteros,
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<}ue ignorantes d é l a verdadera condición de.su jefe, Je estaban esperando én un''carado cercano. ;Bizo.li8^''í)té^i^r 'juraignéntft;; sbpre. la
cruz de su espada de consagrarse por entero di, servicio' dé la, reina
DI María y 'del rey 1). Fernando, „y una vez Cumplida e^stá cei'riérriohíamando forrhar'; en..'ala.,á lós bairesterpsv' todos' á c a b a l l o t e s e parándose algunos pasos del .grupo exclamó, con tono imperioso y" firme:—Yó, él caballero del Aguija Roja, que os tomó á sueldo étí nombre, de mi señora la 'i*feííiá.'i>'..'' 'M^trí^; ¡de tybtina.y^ei' ',róy' D.; Ferüándo
el IV, os ¡prometo paga limpia y,, segura y os exijo tíiegá bb'etfi'é'nóía.
A tiempo estáis de aceptar ó renunciar 'éb cómprprniso quecos propongo, pero os advierto qué una vez 'a'ce'jj&d'ó. .^e^'fea^onp.is;,.'^
vuestras cabezas de vuestra, léalta,d —Un Burra' de,"entusiasmo acogió
sus palabras, pues los ballesteros,' á quienes.pareció muy 'bien, §u
jefe que tomaban por un gallardo y joven principe extranjero que Venía en auxilio dé la reina, juraron y prometieron con iá mayor sóiemnidad ser fieles á su capitán siempre y cuando que la paga fuese larga
y corriente.
No esperó á más Zaida, y haciendo caracolear ásu hermoso caballo
se lanzó á galope por la ribera del Tajó seguido de sus bravos ballesteros. Al oscurecer cayeron de improviso sobre unos cuadrilleros de
la Santa Hermandad de. Toledo, que llevaban e n p r i s i ó n á unos p o bres diablos, y copándolos en masa fueron/desarmado^ El caballero
del Águila Roja, como etiloSucesivo llamáremosala esforzada infanta
mora Zaida, encarándose con el jefe de los cudrilleros le dijo:—Id á
la reina ]). María y decidla que de hoy más se pone á su servicio
con toda su gente el* noble y esforzado caballero del Águila Roja con su
mesnada, pava desbaratar' los planes de jos ambiciosos, y que éh "prueba de su poderío y fprt'aleza os ha copado con toda vuestra gente y os
vuelve á poiiér eñ libertad ,' con la expresa condición de cumplir este
mi encargo, el cual os ha de'costar,la:yid'á',4i' '<íiájais-de''á/cáiar'lo'cü£l'se
merece. Ofreció el jefe, de los cuadrilleros cumplirlo, y en está promesa
fué puesto en libertad con toda su gente, así como a ios prisioneros
que traían, los cuales se holgaron mucho del encüehlro :qúe los libertaba de la esclavitud temporal á que ibáix condenados. .
.'•'."..
Durante varios días estuvieron haciendo, corrérias,,"durante ias
cuales el. caballero del Águila Roja áe acreditó 'de bravo entre sus
.ballesteros, pues había, dado gallardas pruebas', de la, firmeza , de su
¿razo rajando de,arriba abajo de un golpe de lanza uha añosa encina y
había desbaratado'en un encuentro á un soldado de.lás mebnadas r e beldes, que sini duda iba, de comisión á varios, pueblos á pedir raciones
para sus compañeros, t o s del Águila Roja estaban .contentísimos
su capitán, si bien sentían que no les diese franqueza ni tolerase la
más mínima falta. Durante las marchas no íes permitía hablar, y era
íal la pericia y acierto con que los mandaba y tanto el aplomo y seguridad que siempre demostró en el ejercicio de las armas, que su
prestigio llegó al colmó.
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— 14 —
Las pagas eran, cpmo Mbía prometido, largas y puntuales, y con
estq rio necesitaban más aquellos bravos para estar satisfechos y dispuestos á dar la vida por su capitán si necesario fuese, asi como por
la reina D . María"y él rey D. Fernando. Por la noche acampaban
en tiendas si el tiempo lo permitía ó pedían alojamiento en nombre
del rey en las aldeas y caseríos de las inmediaciones, pagando el gasto
eon toda escrupulosidad con gran sorpresa de los aldeanos, acostumbrados á exacciones, y tributos forzosos que les imponían los poderosos
señores que con sus mesnadas traían alarmados á los pueblos y a m e drentados á los leales vasallos de la reina, por todo lo cual se extendió
bien pronto por toda la comarca la nueva de la briliai;te y lucida compañía que mandaba.el bravo caballero del Águila Roja, cuyo valor y
Fortuna corrían en lenguas de todos, promoviendo la envidia y la a d miración en Unos y el temor y el sobresalto en otros.
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' C Á . P Í T U L O ' V . '.•
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De la sorpresa que produjo en la Corte la desaparición de Zaida y del
mdáz hecho de armas realizado por el caballero del Águila Roja.
Grandes sorpresas proporcionó en toda la Corte de Castilla la desaparición de Zaida ó sea de D. María de Granada. La reina principalmente estaba con gran sobresaltó, pues aun cuando nada había dicho r e s pecto á la conducta de su hijo el rey, no por eso dejó de advertir su
funesta pasión y de alarmarse profundamente ante los resultados que
pudieran sobrevenir; así es que cuando se le presentó Bindaez con el
pergamino de Zaida le acosó á preguntas; pero el fiel moro se encerró
en una absoluta reserva, no diciendo otra cosa sino que se lo había
llevado un desconocido á Su casa con encargo de ponerlo en manos de
la reina, sin quó pudiese suministrar más detalles.
Bien comprendió la ilustre señora que Bindaez no decíala verdad,
y sospechando que la desaparición de la mora obedecía á alguna torpeza del rey lo mandó llamar á su cámara, y con tono severo le increpó preguntándole la causa de que D." María de Granada hubiese
tenido necesidad de ausentarse. El joven monarca balbuceó mil excusas, y como verdaderamente no sabía nada de la fuga de su idolatrada
Zaida, no pudo suministrar á la reina ningún detalle, lo que disgustó
á ésta muchísimo por creer que se le ocultaba la verdad. El rey por
su parte no estaba menos alarmado que su madre con la desaparición
de Zaida, y pensando que tal vez se había visto precisada á atentar
contra su vida por librarse de sus persecuciones, le entró gran pesar
a
— ,.15 _
y,.,arr€ip.eiiJimi«ii^. yK0r4en$ á sus servidores; que la b u s c a s e n y le
diesen noticia de su paradero si por acaso la enconrtaban.
^ .
: áCon la triste nueva de la desaparición de Zaida coincidió la ¿atisíactoria para la reina de la embajada que la envió el caballero del
Águila Roja, con,el jefe de los cuadrilleros, que todo tembloroso por
haberse dejado sorprender y desarmar esperaba le sería impuesto un
castigo proporcionado á la magnitud y enormidad de su falta; pero lejos de ser así, la reina le agasajó mucho en vista de que el mensaje del
caballero del Águila Roja le demostraba que no estaba tan olvidada
de sus buenos vasallos, puesto que el citado caballero, que debía de
ser muy rico sin duda, levantaba banderín de enganche en defensa
suya y por consiguiente en contra de los rebeldes.
Informóse con el mayor cuidado la reina de todos los pormenores
relativos á la mesnada del caballero del Águila Roja, y como el miedo
agranda las cosas y además el jefe de los cuadrilleros de la Santa Hermandad tenía interés en dejar á salvo su prestigio, no se anduvo con
escrúpulos, y de buenas á primeras le dijo á la reina que componían
la mesnada como hasta unos cien ballesteros de maza, todos ellos'
bravos y duros en el ejercicio de las armas, bien equipados y armados;
y respecto á su capitán ó sea el caballero del Águila Roja, dijo que
era un cumplido y esforzado guerrero, de mirada noble, penetrante é
imperiosa, que llevaba dibujada en el peto un águila rampantede color
rojo y que todos ellos estaban al servicio del rey y la reina.
Pronto se corrieron estas noticias por toda.la Corte y el rey se holgó mucho en ellas y mostró grandes deseos de ir á visitar al caballero
del Águila Roja, pero su madre se lo impidió. No les agradó de igual
manera la noticia á los traidores y ambiciosos infantes D. Juan y don
Enrique, porque pensaron que la tal mesnada y el tal caballero había sido organizada y dirigida en contra suya por el valeroso D. Alonso Pérez de Guzmán, á quien todos temían por su heroísmo, así es
que andaban recelosos y todo se les volvía tratar de sondear el ánimo
del rey con objeto de. que, con la irreflexión propia de su edad, se le escapase algo que pudiera hacerles saber la verdad del caso; pero el rey
como nada sabía nada supo decirles, sino lo que el jefe do los cuadrilleros había dicho,, ponderando el valor del caballero incógnito del
Águila Roja, todo lo cual concluyó por asustar á los infantes que sospecharon que se les preparaba una celada, en la cuál el rey había t o mado también parte.
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£ En esto, y cómo á los planes de la reina convenía trasladar la r e sidencia de la Corte á Valladolid, pues á todo trance quería que se,
reuniesen Cortes para darles cuenta del proyectado enlace de su hijo,
y pedir á los pueblos algunos recursos, se'hicieron los preparativos;,
necesarios para la marcha, y de allí á pocos días salió la Corte en grandes cabalgatas con rumbo á Valladolid. Esta firme resolución de la ,
reina y la rapidez con que fué puesta en práctica convenció más y.,
mías á los infantes de que algo se tramaba contra ellos, y como coi? ta-/
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— 16 —
les propósitos venían á tierra todos sus planes de apoderarse de la r e gencia, determinaron impedir á todo trance que los proyectos de ía
reina llegasen á madurar. Al efecto discurrieron presentarse en actitud hostil al frente de sus mesnadas respectivas, y haciendo aparato
de fuerza intimidar á la reina, y éh caso de que siguiese adelante en
su empeño, romper toda clase de consideraciones y encender la g u e rra civil, con lo cual se las prometían muy felices, pues debilitada la
monarquía, pobre y sin tropas que saliesen á su defensa, la corona
peligraba en la cabeza de D. Fernando y á ellos les había de ser muy
fácil apoderarse de ella.
Gomo la Providencia vela constantemente por los buenos, ocurrió
que el moro Bindaez tuvo noticia de los'malignos planes que fraguaban los infantes en contra de la reina, porque dio la casualidad de que
un ballestero que estaba al servicio inmediato de D. Juan era compadre de Bindaez, y entre jarro de vino y buen tasajo le dio cuenta de
lo que meditaban los infantes. Tiempo le faltó al moro para escribirla
un pergamino al caballero del Águila Roja, dándole noticia de lo que
pasaba, y se lo mandó con el mayor sigilo á su campamento. Tan pronto
como Zaida recibió el aviso dio orden á sus bravos de que estuviesen
preparados para cualquier evento, y formándolos en orden de batalla
les arengó diciendo:—Mis leales y aguerridos ballesteros. El mejor servicio de nuestra señora la reina D." María y de su augusto hijo el buen
rey D. Fernando exigen de nuestra lealtad"y bravura que las personas
rebeldes de los infantes D. Juan y DV Enrique caigan en nuestro poder
esta noche. Encargo á todos el mayor sigilo y acierto en esta empresa;
y os recomiendo muy particularmente que las personas de los expresados infantes sean'respetadas. Si el éxito corona nuestros esfuerzos
se os dará una paga extraordinaria en premio á,vuestro celo y lealtad
á la causa legítima del rey.
,;
Esta arenga fué acogida con grandes muestras de regocijo poi ios"
ballesteros de Zaida, que seguían ignorando el verdadero sexo de su
Jefej, y como estaban muy satisfechos del buen trato que se les daba y
de la agradable vida aventurera que traían, estaban deseosos de mostrar á su capitán que servían para las más arriesgadas empresas y que
no en vano se les había escogido para estar bajo el Mando' de un tan
cumplido como valiente caudillo. Llegada la noche y con el mayor sigilo Zaida se dirigió con su pequeña'mesnada hacia el campamento de
los infantes. C o m o á unos cien pasos de las tiendas hizo alto, sé
apeó y mandó á sus ballesteros que le aguardasen allí, y avanzando á
pié.ella sola sé internó resueltamente en el campamento. Profundo silencio reinaba en las tiendas y solamente en una del centro se advertía claridad. Aquella tienda era lá que servia de alojamiento' á los i n fantes, y Zaida, tomando infinitas precauciones para que su presencia
no fuese notada, se echó álsuelo y arrastrándose''llego hasta las estácas que servían para sujetar los,lienzos d é l a tienda. Quitóse el capa-.,
ceté y Metiendo la cabeza por entre las amarras, al nivel del suelo, sé
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ofreció á su vista el interior de la tienda, en la cual estaban jugando
á los naipes los dos infantes, sin que otra persona alguna les acom­
pañase.
Con iguales precauciones se retiró Zaida, y sin ser notada su pre­
sencia por nadie salió del campamento y fué á unirse á sus bravos ba­
llesteros. De diez que constituían la partido, dejó cuatro con orden de
que aguardasen en el mismo sitio y con los otros seis se dirigió resuel­
tamente á la tienda donde estaban los infantes, á los cuales sorpren­
dieron y sujetaron sin darles tiempo á que pudieran darse cuenta de
lo que les pasaba, y á fin de que no pudiesen pedir auxilio los amor­
dazó, y en esta forma salieron todos del campamento sin que alma vi­
viente, fuera de los prisioneros, se hubiese dado cuenta de lo que allí
íiabíá.pasado. Momentos después la mesnada del caballero del, Águila
Roja se alejaba á trote largo en dirección d i o s Cigarrales, llevando
qGIAW.
prisioneros á los infantes, que Henos de terror no esperaban menos
que pagar con la cabeza sus rebeldías.
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CAPÍTULO
VI.
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JSn que el caballero del Águila Rrja le escribe á la rein a, de la con iestacion que tuvo, y de la fama qua llegó á adquirir en ¿oda 'Gas¿illapor
sus proezas.
D e s p u é s de una ñora de marcha, la compañía hizo alto, echaron
pié á tierra los ginetes y fueron internados los infantes en una ancha
gruta. El caballero del Águila Roja se presentó á ellos cubierta'la
cara con un antifaz de hierro y los saludó del siguiente modo:—Acá
estamos todos, señores infantes D.Juan y D. Enrique.—Es una alevosía
infame lo que se ha hecho con nosotros, gritó lleno de coraje don
Juan.—Calle el degüella niños y el roba mujeres, dijo el del Águila
Roja dirigiéndose á D. Juan que había degollado ante los muros de
Tarifa con el mismo cuchillo de su padre ai hijo de Guzmán, y que
como sabemos había también robado al rey moro de Granado su her­
mosa hija.—Mordióse los labios el infante D, Juan íleho de coraje an­
te la salutación del caballero del Águila Roja, y preguntó 'airado;­­¿Y
tu, rufián y salteador de caminos, quién eres?—Y o soy, dijo siempr e
imperturbable Zaida, el poderoso y esforzado caballero del Águila Roja,
que ha venido al mundo para castigo de los traidores, como ty y el in­
fante B*. Enrique que te acompaña, los cuales en vez de ser defensor es
del noble hijo de Sancho el Bravo, sois sus más encarnizados enemi­
gos.—¿Y á vos quién os mete en estos lances, dijo D. Juan, ni qué os
И . CABALLERO Dll
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18 —
vi ni os viene en nuestros asuntos'—Alguien me meterá que vale más
que vosotros, y algo me irá en vuestra prisión cuando os halláis bajo
mi poder.—Es verdad, dijeron los dos prisioneros, pero nos cojiste
por sorpresa y nó cara á cara, sin duda porque no eres capaz de
ello.—Si alguno de vosotros, dijo el del Águila Roja, quiere que le
demuestre lo contrario, le honraré dejándole cruzar su acero con el
mió.—No es necesario, dijo D. Enrique con cierta altivez, porque tus
venas no albergan sangre real.—¿Y tú que sabes? dijo Zaida.—Lo só
porque ningún príncipe'de la sangre real se tápala cara como tú.—Eso
será, dijo Zaida, porque la cara de los príncipes leales se avergüenza
de verse en compañía con la de los traidores.
Guardaron silencio los presos sin duda temerosos de empeorar su
situación y acabar trágicamente sus días, en lo cual bien se echaba de
ver su poco valor moral, y Zuda después de decirles que se hallaban
prisioneros hasta nueva orden por el delito de alta traición, y de a s e gurarles que mientras estuviesen bajo su custodia nada tenían que t e mer, se despidió de ellos, y dejándolos bien vigilados se retiró á su
tienda que allí cerca estaba y se dispuso para escribir á la reina doña
María y participarle la prisión de los dos infantes, cuya suerte ponía
en sus manos.
Tomó de su escarcela un rollo de pergamino y dirigió á la reina el
siguiente escrito:
«A mi señora la reina D. María de Molina. Por medio de vuestro
fiel vasallo y leal servidor el jefe de los cuadrilleros de la Santa Hermandad de Toledo, tenéis ya noticia, excelsa señora, de mi alzamiento
en armas, con algunos bravos ballesteros, en defensa de los derechos
legítimos de vuestro hijo et rey D. Fernando, á los cuales atenían, con
la mayor falta de hidalguía y caballerosidad, muchos nobles ambiciosos,
comandados y dirigidos por los traidores infantes D . J u a n y D. Enrique. La angustia del rea! Krario, la santidad del derecho á vuestra
guarda encomendado me impulsan, señora, á constituirme enservidor
vuestro y de vuestro augusto hijo, y he levantado con recursos propios
una pequeña mesnada que tenga á raya á los traidores del trono de
Castilla que tan dignamente ocupa el'nieto de San Fernando y del rey
Sabic Jno de mis servidores me dio confidencia secreta de los planes
que contra la seguridad del Estado y vuestra propia personalidad fraguábanlos infantes D. Juan y D. Enrique aprovechando la favorable
oportunidad del traslado de lá Corle.á' Vaíladólid, y bien penetrado de su
maligna intención me apresté á estorbarla reduciéndolos á prisión y
poniéndolos á disposición de vuestra rnagestad , como así lo hago por
estamicárta; La suerte que vos decretéis para; los infantes, rebeldes esa
misma.les será"impuesta, pues habiéndonos alzado en amias yo y mis
leales ballesteros para el mejor servicio <ie vuestra magestad, no estaría bien que sin conocer vuestra augusta voluntad sear lecapitatios
como se merecen, en castigo de sus rebeldíias y traiciones—De v u e s tra magestad leal y firme vasallo que besa sus 'augustas plantas.-» -M
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— 19 —
caballero del Águila Roja.—-En los Cigarrales de Toledo á 2 3 d e Mayo,
año de Nuestro Señor Jesucrisl.ro de 1301.»
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Una vez escrito este pergamino, Zaida lo enrolló y selló y entregóselo á uno de sus ballesteros, qpe partió para Toledo á marchas forzadas á fin de ponerlo en manos de la reina antes de su partida para Valladolid. Recibiólo con gratitud la reina y leyólo con sumo agrado, y
mandando llamar al ballestero que lo bahía traido le hizo numerosas
preguntas respecto á su capitán, pero nada en limpio logró saber si no
es que el caballero del Águila Roja era joven, bravo y rico como el
ballestero lo podia atestiguar por'la entereza y energía de su jefe y
por la exactitud y riqueza de la paga, únicas circunstancias acerca de
las cuales podía dar detalles fijos y seguros.
De allí á poco partió el ballestero con la contestación de la reina,
después de habor sido agasajado y obsequiado con los mayores extremos de satisfacción. Zaida abrió el pergamino de la reina y vio que
decía así:
«Al caballero del Águila Roja.—He leido con suma complacencia
vuestro pergamino, y por su discreción y el relato que de vos hizo el
jefe de los cuadrilleros he venido en conocimiento de vuestros nobles
propósitos en favor mió y del rey mi hijo.Bicnse me alcanza que tan leales sentimientos no podrán nunca ser'pagados cual se merecen, pero
yo os aseguro que en mi corazón han nalhido un eco profundo de gratitud, que jamás podrá ser entibiado. Vuestras previsiones respecto á
la rebeldía de los infantes D Juan y D. Enrique bien se me alcanza
por desdicha que son ciertas, pero sin embargo estimo que pasado el
peligro del viaje que mi hijo y yó emprendemos mañana para Valladolid, será bien que los pongáis en libertad sin hacerles el menor daño,
no porque el castigo de que me habláis en vuestro pergamino deje de
ser justo y haberlo ellos merecido, cuanto porque la clemencia debe
ser en los reyes la virtud más predilecta y porque el rango de los presos impide que sean ejecutados tan en silencio como me proponéis.
Por todo lo cual yo me holgaré mucho que ellos sean libres y puedan
acudir como los demás vasallos del rey mi hijo á exponer sus quejas ó
agravios en las Cortes de Valladolid. líl cielo os guarde y os de fuerzas
para llevar adelante vuestros nobles propósitos en favor de mi hijo, que
así como yo ruega al Todopoderoso os preserve de todo mal.— En el
Alcázar Real de Toledo, á 2"ó de Mayo, año del Señor de 1301.— la
Reina.»
En cuanto Zaida hubo leido el mensaje de la reina, lo besó con
trasportes de alegría pensando para su interior que los nobles sentimientos de la ilustre viuda de Sancho el Bravo le llevaban al extremo
de perdonar á sus más encarnizados enemigos, pues el infante D. Juan
se había hecho nombrar rey de León, de Galicia y de Sevilla, y el infante D. Enrique pretendía se reivindicasen en su persona los privilegios privativos de la grandeza á tomar las riendas del gobierna, con pre-
— 20 —
fefea^ia á la madre del rey y hasta tanto que D. Fernando su sobrino
entrase en la mayor edad y pudiese tomar posesión del reino.
Acatando la orden de la reina mantuvo en prisión á los infantes, y
pasados cuatro dias, cuando ya calculó que la Corte habia llegado á Valladolid, los hizo comparecer á su presencia y les dirigió la siguiente
arenga:
«En estos momentos críticos en que Castilla se ve destrozada por
toda clase de disensiones y rebeldías y en que dispulan la corona al
rey D. Fernando los infantes de la Cerda, cuyo derecho fué anulado
por el rey Sabio de. acuerdo con las Cortes celebradas en Segovia los
años pasados de 1276, con arreglo á los fueros y leyes godas; yo, el caballero del Águila Hoja, os conmino á vosotros los infantes Ü. Juan y
D. Enrique á'que prestéis juramento por la cruz de vuestras espadas á
consagraros al mejor servicio de la causa legítima del rey nuestro s e ñor D. Fernando el IV y á prestarle acatamiento y obediencia á su
madre la reina D." María mientras la minoridad del rey, ó de lo contrario, aquí mismo seréis decapitados.»
Miráronse llenos de terror los infantes ante la amenaza y grave continente del caballero del Águila R<\ja, que siempre les hablaba cubierto
el rostro con su antifaz de hierro, y que rodeado de sus ballesteros
aguardaba su respuesta. Imaginaron aquellos ilustres señores- que la
amenaza sería cumplida en todas sus partes, y mirando mas por su vida
que por su deseo de hostilizar al rey, prestaron con toda solemnidad el
juramento que se les exigía. Cumplido este requisito el caballero del
Águila Roja mandó que los infantes fuesen conducidos camino, de T o ledo, y que, como á distancia de dos tiros de ballesta fuesen dejados en
libertad. Así se hizo, y á poco rato regresaron los que custodiaban á los
presos, cumplida la misión que se les había confiado.
• Pasada una hora. Zaida dio á sus soldados la orden de marcha, y
dirigiéndose por caminos reales con dirección á Valiadolid partió al galope desús caballos, perdiendo bien pronto de vista los Cigarrales de
Toledo é internándose por las extensas llanuras de Castilla.
-Gran ruido produjo en todo el reino la temeraria empresa del apresamiento de los infantes, y la fama de las hazañas del caballero- del
Águila Roja llegó á extenderse de tal modo, que su nombre solamente
aterrorizaba á los enemigos del rey y de la reina y servía por el contrario de consuelo y regocija á los leales á la corona de D.> Fernando.
Contábanse proezas inverosímiles y actos de valor extraordinarios llevados, á cabo por .el caballero del Águila. Roía, y todas las gentes se
devanaban los sesos procurando adivinar quién íuese. Unos decían que
era el infante D. Juan Manuel, de quien se decía que estaba locamente
enamorado de la reina viuda l). María de Molina; pero esta versión se
abandonó bien pronto en vista de que el dicho infante se presentó en la
Cortea desmentir personalmente estos rumores; otros decían que era
uno de los hijos del infante I). Alonso de la Cerda, primo del rey, que
había hecho renuncia á sus derechos á la corona, como sucesor directo
11
_ 21 —
del primogénito del rey Sabio, muerto antes que este monarca; pero
tampoco prevaleció esta opinión en vista de que todos loa infantes de la
Cerda-estaban en Aragón, bajo la protección y amparo de aquel rey,
y en fin se hicieron infinidad de conjeturas ninguna de las cuales pudo
confirmarse.
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CAPÍTULO "Vil,
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1
' S*#v
De la extraña visita que tuvo el caballero del Águila Roja en su d&f¡¿:
¿añade la$elva y de la no menos extraña confidencia <¿we en ella
Mítoim monje venerable.
^
y
T a n pronto como los infantes se vieron, en libertad, se incorporaron
á sus mesnadas con ánimo de tomar, la. revancha de los ultrajes que les
había inferido,el caballero del Águila Roja y vengarse de él en la p r i mera ocasión que .se presentase. Firmes en su propósito de seguir
conspirando contra la reina, se dirigieron á marchas forjadas á. Vallado-lid, • estableciendo.su.campamento á las puertas mismas,de la ciudad,
pero sin ademán hostil, sino antes al contrario afectando el mayor beneplácito.. Presentáronse á la reina D." María y,dieron cuenta de como
habían sido hechos prisioneros por sorpresa, y se,quejaron muy amargamente al rey de haber sido tratados con semejante dureza de orden
suya por el ca'ballero.del Águila Roja, á lo cual.la reina y D. Fernando
les contestaron que no habían tenido arte ni- parte en el secuestro,
conrn así era la "verdad, y para mayor, demostrarlo sacó la reina el
pergamino del caballero del Águila Roja en que le, noticiaba su prisión.
Díjoles también que ignoraba quién fuese el tal,caballero,del Águila
Roja, por,más que se echaba, bien de ver que era uno de los más
bravos y leales; vasallos que tenía, como lo demostraba el solo hecho
de levantar,y sostener á.su cosía una numerosa mesnada.-cmrel exclusivo objeto de defender los legítimos derechos de 1). Fernando. Con
esto los infantes salieron corridos y avergonzados de la real Cámara,
cada vez más sedientos de vengarse deí atrevido y audaz caballero,
del Águila Roja.
• ,f ,
Mientras tanto, éste con su mesnada, que seguía siendo de solo diez
ballesteros, se estableció en un apartado valió distante como una
media h o r a d e Valladolid, no lejos de,una selva muy frondosa y solitaria que estaba en las orillas mismas del Pisuerga.Como, la estancia
prometía ser larga, mandó Zaida levantar una rústica cabana con troiir
eos de árboles, de, dos pisos, para que sirviese de alojamiento, el de
abajo á los ballesteros, y el de arriba para ella, Como no ha¡y nada
— 22 —
perfecto en la tierra, á pesar de que los ballesteros de Zaidb. estaban
bien pagados y no tenían el'menor motivo de queja de su capitán, á l o s
pocos días de holganza empezaron á sentir los efectos del fastidio y 4
murmurar de la rigidez del caballero del Águila Roja, que nunca se
había dignado echar un trago de vino á su salud en compañía'de sus
soldados, ni se quitaba nunca, ni aun para dormir, el traje de guerra.
Decían que esto era una falta de confianza, pues parecía río estar seguro de la lealtad de sus soldados. Entre murmuración y correrías por
los valles cercanos se pasaba el tiempo, y el caballero del Águila Roja
con su voluntad de hierro conseguía mantener vivo entre sus ballesteros el espíritu de disciplina.
Una tarde, hacia el oscurecer,, y mientras los soldados de Zaida
vivaqueaban cerca de la cabana donde estaba á la sazón durmiendo el
capitán y se asaba un mediano ternero en una grande hoguera, vieron
dirigirse hacia ellos á un monje de aspecto venerable, con una larga y
blanca barba que casi le llegaba á la cintura. En aquellos tiempos la
presencia de uno de estos venerables monjes inspiraba gran respeto
a ú n a l o s mayores malvados; así es, que los ballesteros se descubrieron todos humildemente á la llegada del monje, corrieron á besarle
la mano y le invitaron á participar con ellos de su cena. El monje se
escusa afablemente y preguntó por el capitán, y como le dijeran que se
hallaba descansando, vaciló un instante entre marcharse ó mandar que
le avisasen, y al fiíi decidiéndose por lo último suplicó auno de los soldados que pasase recado al capitán de que quería hablarle.
A fin de que los ballesteros no pudiesen sorprenderla en circunstancias determinadas, como el sueño ú otras por el estilo y venir en
conocimiento por algún detalle de su vida íntima del verdadero sexo á
que pertenecía el tan temido caballero del Águila Roja, había tomado
la precaución Zaida de prohibir en absoluto á sus soldados de que p e netrasen en su habitación, y para recibir toda clase de avisos cuando
fuesen necesarios había dispuesto que tirasen de una cuerda, que se
ataba al brazo y que pasando á través del suelo del piso principal de
la cabana salía al exterior y podía ponerles en comunicación. Los b a llesteros vacilaban entre complacer al monje y el temor de que su c a pitán se disgustase si lo despertaban; pero viendo la insistencia del venerable y santo varón, uno de ellos, que hacía más particularmente los
oficios de asistente del caballero del Águila Roja, se dirigió resueltamente á la cabana y tiró de la cuerda. Zaida, que no dormía, sino que
por el contrario se hallaba tendida en el lecho vestida con su traje de
guerra, dando libre curso á sus pensamientos, se incorporó, y poniéndose el capacete corrió á un ventanillo y so informó del aviso.
Al enterarse de la extraña visita del monje, su primer impulso fué
ei de negarse á recibirlo sospechando si bajo aquel hábito se ocultaría
algún miserable sicario de los infantes, que vendría á vengar la humillación de éstos, asesinando al para ellos tan invencible caballero del
Águila Roja; pero reflexionando que estaba rodeada de sus leales y
— 23 —
bravos ballesteros, y que muy bien podía el monje traer algún aviso
secreto de la reina I.).* María, bajó á informarse, y ante el aspecto
verdaderamente ascético del monje ya no dudó en escuchar, sus pláticas.
—Soy el ermitaño de la Selva, dijo señalando hacia ésta, y la casualidad me ha proporcionado la ocasión de prestaros un señalado servicio.
Zaida se dispuso á escuchar, pero á un gesto del monje comprendió que
lo que tenía que manifestar quería decírselo á solas, y deseando complacerle y estar alerta para cualquier evento, llamó á uno de sus soldados y en voz baja le dio algunas órdenes que no tenían más objeto
de que á la menor seña! que les hiciese ó notasen algo extraño subieran todos los ballesteros. Tomada esta medida de precaución, Zaida
subió á su habitación de la cabana acompañada del monje.
El interior de la habitación del caballero del Águila Roja no podía
ser más sencillo y sobrio. En un rincón el lecho, humilde y propio de
ün hombre de guerra, que debe estar siempre dispuesto & la pelea;
tina mesa muy rústica, y dos ó tres tarugos para sentarse. Una lanza
en otrb rincón, un escudo de cuero en la pared y diferentes efectos de
guerra por diversos sitios. Zaida invitó al ermitaño de la selva á tomar
asiento y ella lo hizo enfrente. Una vez que se hubieron colocado, el
monje echó atrás la capucha y dejó al descubierto la más noble y venerable cabeza que pueda imaginarse. Una lustrosa, limpia y blanquísima
«alva coronaba una fisonomía expresiva, inteligente y afable. Los ojos,
colocados sobre una nariz recta y dilatada, eran al mismo tiempo de
mirar penetrante y dulce y revelaban un espíritu varonil con absoluto
dominio sobre las "pasiones; una blanoa y luenga barba que casi le llegaba á la cintura completaba el aspecto venerable del monje, que v e nia á frisar en los setenta años; pero se comprendía hien que á pesar de su avanzada edad, Conservaba la energía, de espíritu y la fortaleza de cuerpo que solo es patrimonio de las naturalezas privilegiadas.
Zaida, puesto un capacete de hierro y la gargantilla de que tanto
uso hicieron los guerreros de aquella época so,lo dejaba libre á la inspección del monje él óvalo del rostro, temerosa de que el ermitaño
pudiese comprender el sexo á que pertenecía; más á pesar de tantas
precauciones algo extraño debió observar el monje en el rostro del
•caballero del Águila Roja, cuando vaciló algunos minutos en romper
•ia conversación, como si de pronto le hubieran asaltado extrañas ideas
respecto al bravo caudillo de los ballesteros. ¿Era que le preocupaba
la confidencia que deseaba hacer al caballero del Águila Moja, ó que
le asombraba ver en un guerrero tanjoven virtudes: tan extraordinarias como las que revelaban la sobriedad del aposento y la bravura de
sus soldados, ó que con su escrutadora mirada había descubierto el
misterio que envolvía la existencia aventurera de la infeliz infanta
mora? No era fácil averiguarlo tan rápidamente como Zaida quería;
ero sea de ello lo que quiera, el hecho es que después de una pausa
astante larga el ermitaño rompió el silencio diciendo:—-¿Tenéis
r
_ 24 —
absoluta confianza de la lealtad de vuestros soldados?—Zaida .se
quedó algún tanto sorprendida por tan extraña pregunta, que no sabia
á qué rhóvüé's achacar; pero repuesta instantáneamente de la sorpresa dijo:—Son. hombres de guerra tomados á sueldo, y como todas
las gentes mercenarias, no tienen más Dios ni más rey que el interés
de la paga.—¿Es decir, repuso el monje, que no respondéis de su
lealtad?—En absoluto no; pero os garantizo, dijo el caballero del
Águila Roja, de que están dispuestos á obedecerme ciegamente porque
les pago con toda puntualidad sus salarios y aun les.suelo dar alguna
cosa extraordinaria.—Pues bien,'dijo el monje! yo os digo que .entre
vuestros ballesteros hay uno que os hace traición.
Levantóse Zaida con rapidez al escuchar la afirmación del yenerabie anciano, corno si una víbora la hubiese mordido de p r o n t o . ^ S í ,
continuó el ermitaño viendo el efecto que le había producido su confidencia al caballero del Águila Roja; entre vuestros soldados se oculta un traidor, pero la Providencia que vela constantemente por los
buenos me ha hecho conocer átiempO una vileza de vuestro soldado,
y me envía de mensajero para evitarla desgracia que os amenaza.-r-rDenuevo creció la sorpresade Zaida ante las declaraciones,tiel ermilapo,
y éste comprendiendo la ansiedad'en'que. se encohtraba^el.Gabalí.éío
del Águila Roja, explanó su confidencia en los siguientes términos;;,
—Allá en lo mas profundo de la.Selva y:escondida por las.espesas,
altas y añosas encinas que forman á su alrededor corno una .muralla
vegetal casi infranqueable, se alza una humilde y pequeña ermita consagrada al Cristo llamado deda¡Selva y á cuya guarda y servicio estoy
.consagrado hace algunos años en expiación de mis grandes, y, pasiadas
maldades. Hará poco más de una-hora,; rendido por la ¡rudeza ;de ,mis
voluntarios y constantes ejercicios^ espirituales, me sentí indispuesto y
ávido de aspirar el suave y fresco ambiente de la selva, y sahérniome
de la ermita me eché en el sueleen un sitio retirado. Ya empezaban
mis párpados á cerrarse y'el sueño á cernirse sobre mis, abatidas fuerzas corporales cuando sentí rumor de voces, querme hicieron fijar la
atención por lo próximas y por ser muy poco frecuente la hora y el.sitio
para platicar. Sin especial empeño de mi parte para enterarme de lo
que hablaban aquellas voces me vi precisado á escuchar, y bien plugo
al cielo colocarme en: situación favorable para enterarme de todo,
porque así puedo evitar que se cometa el horrendo crimen que allí
acaba de concertarse.
,
J
Calló el monje, y Zaida, no pudiendo resistir los nobles impulsos de
gratitud hacia el ermitaño en que rebosaba su corazón, se arrodilló
ante el venerable anciano y besó humildemente la mano que le tendió
el piadoso anacoreta.—La muerte que se acaba de concertar en la selva al pié mismo de la Cruz de piedra, que se alza en medio idela s e n da que conduce á la ermita, es la vuestra, continuó el anciano, y me
he apresurado á venir con objeto de preveniros. Vuestra muerte debe
interesará algún poderoso de la Corte, porque el emisario que ¡ha ¡traído
;
— 25 —
vuestra sentencia entregó á vuestro desleal soldado una bolsa bien repleta', y •desapareció hacia.Válladólid.—^Con'Océriats al'soldado traidor
que tiene el cargo de asesinarme? dijo Zaida.—Sí, contestó' con seguridad el anciano.—¿Y él a vos?—-No, porqué'ni siquiera ha sospechado
qué tan cerca estaba el brazo de lá Providenciáque' había de estorbarle su crimen.—Está bien, di]ó Záida edil acento' lúgubre . Y guardó ' . * O S
silfencio...
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1
CAPÍTULO-VIIL.
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<C '<r:--. .
Mnqm el criollera del Águila Moja 7ta.ce justicia ejemplar y el í m | , % ;
tañ'o de la helm cumia m Historia y Zaida la> suya, y del pacto
celebraron. '
•
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L é r e a d e media ñora permanecieron en silencio Zaidáy el monje, ella
absorta en sus pensamientos y él en sus rezos. Al cabo dé ese tiempo
y como si hubiese' adoptado una resolución exclamó Zaidat—Padre'
mió, la extraordinaria merced que me habéis hpcho salvándome la
vida, exige de mi parte Una prueba de gran confianza y quiero d á rosla rogándoos que cenéis conmigo. El ermitaño sé excusó; pero hizo
la velada al caballero del Águila Roja. Ya muy tarde quiso retirarse,
pero Zaida le rogó que aguardase al día y pasaron el resto de la noche
hablando de los peligros á q u e estaba expuesta Castilla con la multitud de bandas que se disputaban el gobierno y aun hvcorona dedon'
Fernando. Al amanecer, Zaida se asomó al ventanillo* y dio tres toques
dé bocina que indicaban á sus soldados que estuviesen preparados '
para la marcha, y una vez que estuvieron formados preguntó al monje
quién era el .trii1dor.' EÍ anciano señaló sin vacilar ó uno, y sin'aguardar ;
á .mis pidió su caballoZaiday rogó al ermitaño 'qué tuviese la bondad;,
de acompañarlos en la partida, á'lo'cual accedió gustoso,-y dejando en '
la cabana al ballestero que hacía las veces de asistente,'y entregán*dóle al"ermitaño el caballo de éste, d i ó s e l a o r d e n d e partir. •
;
Zaida y el monje i Kan al frente de la rnesnaday tocios al'galope; sin'
pronunciar palabra. Los ballesteros iban preocupados por ignorar elA
objeto de la partida, perti bien pronto salieron'dedudas, pues al llegar'"
a'.la-Cruz de piedra, él caballero del Águila Rójamnndó hácer alt'o>
volviéndose á los ballesteros dijo:— ¿Estáis satisfechos de la'paga?**'
Sí, contestaron todos á una voz.—¿Qs acordáis dé!> juramentó qiitó
prestasteis al alistaros bajo mi bandera?—Sí. contestaron todos.-rFuésS»
bien, dijo Zaida con voz firme, yo también me acuerdo'dét castigo iqüpt
entonces establecí para los perjuros. Ballestero Jaro-té; dijo afirman- •
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H . CABALLERO DEL ÁGUILA ROJA.
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dose en los estribos, un paso al frente.—El soldado allí llamado avanzd
con su caballo hasta separarse de sus compañeros, y Zaida le dijo:—
Rendid las armas.—Acto seguido mandó ponerle preso, y cuando sus
órdenes hubieron sido cumplidas dirigió á los ballesteros la siguiente
arenga:—Jarote ha hecho traición á sus juramentos y ha aceptado el
compromiso de asesinar á vuestro capitán, por cuya razón debe morir
ahorcado. Cúmplase mi sentencia.—El preso se puso densamente pálido y pidió gracia, pero Zaida con la mayor energía señaló dos ballesteros del grupo y les mandó ejecutar la orden que había dado. Cinco
minutos después, Jarote pendía cadáver de los brazos de la Cruz de
piedra, pagando su traición con la vida.
Regístresele la ropilla y se le encontró la bolsa con cuatrocientos
ducados en oro y un pergamino con las armas del infante D. Juan que
probaba de una manera indudable su culpabilidad. Todos los ballesteros pasaron por delante del cadáver de Jarote, y después Zaida los
arengo diciéndoles que al que no le agradase estar á su servicio que
lo dijera y quedaría libre de todo compromiso y marcharía.—Todos
reiteraron su adhesión al capitán y éste dijo que así como había mandado ahorcar á, Jarote los ahorcarla á todos si fuesen traidores al compromiso que voluntariamente contraían y ratificaban. Momentos después estaban todos de regreso en la cabana.--Padre mió, dijo Zaida
al ermitaño después que hubieron regresado de la ejecución, ¿qué os
ha parecido mi rigor?— Muy saludable, replicó el monje, y para que
veáis el aprecio en que os tengo os voy á contar la historia de otro
traidor como Jarote, si bien de mayor jerarquía que vuestro ballestero, pues llegó á ocupar en la Corte de D. Sancho el Bravo tal p r e ponderancia que podía más que el rey. Zaida.se dispuso á escuchar y
el ermitaño de la Selva comenzó su relato de este modo.
A consecuencia d é l a s largas guerras que tuvo que sostener don
Sancho para asegurar,en sus sienes la corona de su padre D. Alfonso
el Sabio, llegó un momento en que la monarquía se debilitó y en que
se halló en peligro de sucumbir entre los horrores de una guerra civil
y ¡las complicaciones de la guerra contra los moros. En tal situación,
D. Sancho necesitaba el auxilio de* Francia ó el de Aragón, reinos que
entonces eran poderosos y con cuyos respectivos reyes estaba D. Sancho en buenas relaciones; pero cómo daba la casualidad de que el rey
de Francia y el de Aragón eran enemigos hasta el punto de estar en
guerra á la sazón, D. Sancho no sabía por quién de los dos decidirse
y con cuál de ellos celebrar alianza. No le convenía enemistarse con
el rey de Aragón, porque allí se habían refugiado los infantes de la
Cerda, desposeídos de la corona de Castilla por su abuelo don
Alfonsoel Sabio, en razón de haber muerto su padre antes de la muerte
del rey y de pasar la herencia del trono por esta causa á su segundo
hijo D. Sancho; pues mientras los Cerdas estuviesen en Aragón nada
tenía que temer de sus pretensiones á la corona de Castilla y siendo él
•migo del rey de Aragón. • Pero tampoco le convenía inclinarse mucho
— 27 —
á este rey, porque entonces podía enemistarse con el de Francia, cuyo
poder era por aquella época muy grande y podía servirle su apoyo para
vencer á todos cuantos le disputaban la tranquila posesión del trono
de Castilla, aparte de que el mismo rey de Francia podía, una vez desairado, vengarse de I). Sancho y declararle la guerra.
Para salir del apuro en que se encontraba, D. Sancho, que siempre
había mostrado gran respeto á la opinión de sus pueblos, convocó Cortes en Al faro el año de 12fS6, y se encontró con que la mayoría de los
representantes del pueblo, de'la nobleza y del clero, ó sea de los tres
estados, opinaba que la alianza que convenía á D. Sancho era la de
Francia y no la de Aragón. Contra este parecer unánime se levantó el
conde D. Lope Diaz de Haro, señor de Vizcaya, quien dijo con muy
malos modos y gran altanería que aquello estaba mal hecho y que
él abogaba por el aragonés, en contradicción de D. Sancho, de los
prelados y de todo el Consejo Real. Irritado D. Sancho de ese proceder, se salió de la sala, tomó conocimiento del número de tropas que
había llevado, preparó las suyas, y volviendo á entrar intimó á D. Lope
que se entregase preso. La respuesta de éste fué gritar á los suyos y
•dirigirse cuchillo en mano hacia donde estaba el rey, pero interponiéndosele la guardia de 1). Sancho le cortaron de un tajo la mano derecha
con que blandía el cuchillo y cayó muerto de un golpe de maza. VA i n fanta D. Juan, amigo y compañero en las maldades ele D. Lope, solicitó
con otro puñal abrirse paso y logró herir con él á algunos; y hubiera
•muerto indudablemente á no acogerse al regazo de D. María que le
•salvó.
Los ballesteros del conde D. Lope recogieron el cadáver de su s e ñor, pero con agradable sorpresa vieron que todavía daba señales de
vida; y temeroso* de la ira del rey, lo que hicieron fué ocultar el cuerpo
magullado, pero vivo, de su señor, y en su lugar pusieron á un pobre
pastor á quien mataron y colocaron en el ataúd destinado al conde,
•cuyos funerales se hicieron con el mayor boato y ostentación, asistiendo el mismo rey D. Sancho al entierro, pues á parte de sus resentimientos con el de lluro le tenía gran afecto, porque él fué quien influyó más en el ánimo de D. Alfonso el Sabio para que otorgase la corona
á D. Sancho y desheredase á los hijos del infante D. Fernando de la
Cerda, muerto prematuramente.
Zaida asombróse mucho de la relación del ermitaño, pues había
oido hablar varias veces en la Corte de la trágica muerte del conde
D. Lope y de sus rebeldías, pero jamás de que "su muerte hubiera sido
supuesta, á lo cual el monje, poniéndose de rodillas, y elevando al cielo
los ojos dijo:—Yo soy el conde D. Lope, el traidor, el ambicioso, el
regicida, el perverso, el principal fautor de los males que pesan ai
rósente sobre'Castilla y sobre su ilustre y desgraciada reina. Quedóse
aida, ó sea el caballero del Águila Roja, fría y estupefacta con la r e velación del monje, el cual, para mayor testimonio de la veracidad de
su relato, alzó el brazo derecho, que tenía mutilado, y mostrando el
1
—'28 —
muñón á Zaida, dijo:—Hé aquí el brazo criminal que se alzó contra
su rey y señor blandiendo el puñal homicida; hé aquí el brazo mutilado por los soldados de D. Sancho.
Repuesta Zaida del asombro que esta escena la había produeido el
ermitaño continuó su relato de este modo:—Larga y uolorosafué m i
convalecencia, porque los golpes que sobre mí cayeron en las Córtesde
AI faro, fueron muchos y graves; pero si fué larga también fué provechosa para la salvación de mi alma, porque durante ella tuve lugar de
reflexionar acerca de mis maldades y de comprender la enormidad de
mis faltas, tanto que tenía pensamiento de haber solicitado el perdón
de D. Sancho; pero una circunstancia me hizo desistir de este laudable
propósito, y fué el haber sabido la indigna muerte que se dio al pobre
pastor, a q"uien en mi lugar se dio sepultura con todo el aparato, s o lemnidad y honores correspondientes á mi alta jerarquía,en la Corle;
y reflexioné que estando muerto para el mundo y pesando sobre mi la
responsabilidad de la muerte alevosa dada al.inocente pastor que tuvo
el triste privilegio de ocupar mi puesto en tan horrible trance, lo mejor
que yo podía hacer era apartarme de las borrascas del mundo y consagrar el resto de mis días á orar y hacer penitencia en expiación de
mis pasados errores, implorando la divina misericordia por Ja muerte
del infeliz pastor, sobre cuya lápida sepulcral estaba grabado mi nombre.
El monje hizo una pausa y después continuó: Firme en mi propósito,
manifesté á mis leales servidores el irrevocable proyecto que había
formado y les exigí juramento de que habían de guardar el secreto d e
mi salvación, y obtenido su silencio me dirigí á la ermita de la Selva,
y me presenté al ermitaño á quien referí mi historia; el cual me recibió
con los brazos abiertos, y á su muerte, ocurrida dos años después,,
ocupé yo su lugar y han pasado ya doce años bien cumplidos desde
que llevo esta vida de penitencia" y ascetismo. Animada Zaida por la
confidencia del buen ermitaño, le reveló su verdadera situación y como
por huir de lo* devaneos y amores del rey se había consagrado al
duro ejercicio de las a m a s , de lo cual se holgó mucho el monje, el
cual dijo que toda vez que la reina D.° María y el rey D. Fernando
su hijo estaban rodeados de traidores y faltos de servidores fieles y
leales, que le parecía aviso del cielo el haber conocido á Zaida y que
así determinaba consagrarse al mejor servicio del rey ya que tan d e s leal había sido con D. Sancho.
Parecióle de perlas al caballero del Águila Roja semejante propcV
sito, pues el ermitaño, ó sea el conde D. Lope, le reveló que hacía
muchos años tenía enterrados grandes caudales y riquezas, temeroso*
de que el rey D. Sancho se las quitase, las cuales por hnbw suio a d quiridas malamente las tenía abandonadas desde que había tomado el
hábito anacoreta, y que ahora le parecía bien utilizarlas en honor y
servicio riel rey y de su madre. Convenidos en esto, Zaida y el ermitaño celebraron un pacto solemne de consagrarse á auxiliar en todo
v
—
2 9
—
y por todo á la reina, parado cual determinaron aumentar la mesnada
hasta dos mil ballesteros, es decir, el doble de lo que era la más numerosa, entre las que habían alzado en armas los rebeldes.
CAPÍTULO T X
'.
{
Decorno Zaida y el crmit;ño aumentan Za mesnada, y autorizado el
matrimonio delrey por las Cortes de Valladolid éste se casa, y Zaida, Ubre de sus persecuciones, ñuehe d la Córte, donde mvià. muchos
años, y déla cristiana muerte que Utvo.
j i n cumplimiento del pacto que hicieron Zaida y el ermitaño, partieron al otro día para Bribiesca, .donde el conde tenía enterrados caudales cuantiosos, y los deseriterr¡aron, y de allí se fueron á Valladolid, donde él cabalerò del Águila Roja.publicó un pregón de enganche diciendo que tomaría á sueldo, con puntual y limpia paga, á cuantas gentes de armas se le presentasen dispuestas á defender à la
reina y al rey. Corrióse la voz en seguida y á los rebeldes les asustó ,el
aparato de guerra con que se presentaba e'l caballero del Águila Roja,
el cual en pocos días alzó un campamento junto al de los infantes rebeldes, en el que se estableció con su numerosa, lucida y aguerrida
mesnada. El ermitaño tomó él nombre de caballero de la Barba
Blanca, y vistiéndose un traje de guerra figuró en la mesnada como
un segundo capitán.
Con esto y la fama que ya tenía de antes el caballero del Águila
Rojacobraron gran temor todos los ambiciosos y .rebeldes v se celebraron las Cortes de Valladolid con toda solemnidad, y libres de la
presión de los .grandes acordaron .adelantar, en vista de ío extraordinario de las circunstancias, la mayor edad del rey, al cual juraron fidelidad y obediencia y confirmaron en todos sus .dei echos reales. Asimismo aprobaron el matrimonio d e l . r e y c o n l a infanta R\ Constanza de
Portugal,, hija del rey D. Oionis, y á más de esto, queriendo dar una
muestra de alto aprecio á la reina madre D." María, votaron un mensaje de confianza, en él cual se aprobaban todas cuantas cosas se habían
hecho durante la regencia.
Los infantes D. Juan y D. Enrique y los demás rebeldes, Viendo
que con la declaración de mayor edad del rey hecha antes de tiempo se les escapaba la ocasión de apoderarse de las riendas del mando,
quisieron protestar de la decisión de las Cortes; pero no bien lo hubieron hecho, el caballero del Águila Roja, que allí estaba presente, les
recordó el juramento que le prestaron por la cruz de sus espadas al
a
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ser puestos en libertad en los Cigarrales y por medio del cual se habían comprometido á consagrarse en alelante al mejor servicio de la
reina y el rey; y les dijo que si no se acordaban, él había ido allí para
recordárselo" y hacerles cumplir lo prometido de grado ó por
fuerza.
Amedrentados los infantes con el razonamiento del caballero del
Águila Roja, y sabiendo que tenía bien guardadas las espaldas por su
brillante mesnada, se mostraron conformes con todo y juraron obediencia al rey D. Fernando; por supuesto, con el firme propósito de
hacerle traición á la primera oportunidad que se presentase. De allí á
poco se celebraron las bodas reales de D. Fernando y D." Constanza
con general aplauso de los pueblos, y se celebró con toda pompa la
ceremonia de su coronación, á la cual asistieron el caballero del Águila Roja y el de la Rarba Blanca, cubiertos los rostros como tenían de
costumbre con sus antifaces de hierro, bajo pretexto de haber hecho
voto sagrado de no descubrirse hasta limpiar á toda Castilla de rebeldes y ambiciosos ó pudiese el rey D. Fernando gobernar sus pueblos
con toda tranquilidad y sosiego. El rey y la reina D." María, su madre, agradecidos á los dos bravos capitanes, quisieron premiar sus
relevantes servicios, pero ellos declinaron tan señalada honra diciendo que su mayor premio era la satisfacción de poder ser útiles á la causa del trono.
Pasados dos años bien largos, en que el rey pudo desembarazarse
de todas las dificultades que le presentaban los traidores y asegurar
sobre sus sienes la corona de Castilla, mandó el caballero del Águila
Roja un pergamino á la reina madre por conducto del fiel moro Bindaez, en el cual solicitaba una audiencia secreta para él y para su compañero el de la Barba Blanca, y la noble señora se apresuró á complacerlos citándolos al efecto en sus habitaciones particulares, y dando
orden á s u fiel Bindaez de que se encargase él mismo de conducir á
los dos capitanes con todo sigilo á su presencia.
IIÍzolo así el noble moro, y los dos caballeros fueron introducidos á
la hora convenida en la cámara de la augusta viuda del rey D. Sancho el Bravo. Ambos caudillos doblaron la rodilla ante la ilustre reina,
y después de una larga pausa les dijo:—¿Qué desean mis bravos y
leales caudillos?—Ante todo pediros perdón, dijo el del Águila Roja
quitándose el antifaz de hierro. Quedósele mirando la reina, y después
de un buen rato en que la sorpresa, la vacilación y la alegría se dibujaron en su augusto rostro, so arrojó en sus brazos exclamando:—¡Ah,
mi buena Zaida! ¿quién os podría adivinar bajo ese trajo de guerra?
—Zaida correspondió cariñosamente á las demostraciones de afecto
de la reina su madrina y le refirió en breves palabras toda su historia
desde el momento en que se ausentó de la Corte sin omitir el feliz e n cuentro con el ermitaño de la Selva.
Cuando Zaida hubo terminado la historia del ermitaño, el caballero
de la Barba Blanca se quitó su antifaz, é hincando en tierra la rodilla
— 31 —
exclamó:—De aquí no he de moverme hasta que la ilustre viuda dé don
Sancho, á quien tanto ofendí en vida, me perdone mis pasadas traiciones y rebeldías,
i; . '
Mucho se asombró la re¡na del suceso de la resurrección del conde,
á quien como todo, el mundo creyó muerto en las Cortes de Alfaro, en
vida de su difunto esposo el rey D. Sancho; pero no pudiendo^ menos
¿e dar crédito al testimonio de sus propios ojos,;que allí mismo lé
presentaban arrepentido y contrito al conde, á quien reconoció por haberle tratado mucho y visto de cerca en vida, le dijo toda emocionada:—Alzad, D. Lope, que yo os perdono de todo corazón vuestras r e beldías pasadas como lo haría, si viviese, mi noble esposo, y me huelgo
mucho de que Dios os haya tocado en el corazón y os haya apartado
de la mala senda que seguíais. Levantóse el conde y siguieron todos
tres lá plática, y Zaida dijo que estando ya curado el rey de sus pasadas locuras había determinado, previo el beneplácito de la reina, volver 4 tomar de nuevo su traje natural y recuperar la tranquila existencia propia de su sexo, y que el conde quedaría al frente de la mesnada, sin perder el incógnito, para espanto de los traidores. Alegróse
mucho la reina de semejante resolución, y allí mismo recobró Zaida su
prístino estado femenil.
Bien pronto circuló por toda la Corte la nueva del regreso de la infanta mora ó seaD." Maria de Granada, cuyo acontecimiento llenó
de regocijo á todo el mundo, y como esta nueva coincidió con la desaparición del bravo caballero del Águila Roja, muchos se dieron á cavilar sobre las extrañas semejanzas que había entre la infanta y el famoso caudillo; pero como nunca podían sacar nada en claro, cada cual
se quedó con sus conjeturas.
Ül rey también se alegró mucho del regreso de Zaida; pero olvidando por completo sus pasados devaneos mostró la más leal y noble
amistad á Zaida, sin hacer referencia para nada á sus antiguos
amores.
Pasado algún tiempo se supo la muerte del rey Yusuf de Granada,
y como había perdonado á su hija, vinieron emisarios del reino granadino á ofrecer sus respetos á la hermosa Zaida; pero ella, agradeciendo mucho sus homenajes, los despidió diciendo que sentía no poder
aceptarlos pues se había hecho cristiana y quería pasar el resto de sus
dias en Castilla al lado de su madrina la ilustre reina D." María. F u é ronse tristes los emisarios moros para su tierra, y Zaida quedó al lado
de la reina, y aun cuando se le presentaron muy ventajosos partidos
para casarse, entre ellos el infante D. Juan Manuel, que se ha hecho
célebre en la historia por los muchos manuscritos y trabajos literarios
que dejó escritos, á todos los rechazó y vivió largos años al lado de
D." María de Molina.
% Habiendo muerto el rey D. Fernando, llamado después el Emplazado, á consecuencia de la muerte dada á los hermanos Carvajales»
que fueron injustamente acusados y condenados, y los cuales, ea el
m
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trance de la muerte emplazaron al rey ante el tribunal de Dios en el
término de 30 dias para que respondiese ante E l de su justicia, q u e brantóse la salud de la reina madre, y murió poco después Morada
por todos los pueblos.
Zaida no pudo sobrellevar este duro golpe y murió también poco
tiempo después, dentro del seno de la Iglesia, edificando á todos
con su cristiana devoción y recibiendo sepultura en la Catedral junto
á los reyes de Castilla.
Asi terminó su vidala esclarecida dama D." María de Granada, ó
sea el caballero dei Águila Roja, tan célebre por su valor como por
sus proezas.
P I N .
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